Editorial - Guerra y mentiras de la « democracia »

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Editorial

Guerra y mentiras de la « democracia »

En este año en que la burguesía va a celebrar con gran alharaca propagandística el cincuentenario del final de la IIa Guerra mundial, las guerras se desencadenan por el mundo entero hasta las puertas de la Europa más desarrollada  con el conflicto abierto ya desde hace casi cuatro años en la antigua Yugoslavia. La «paz» no ha venido a la cita tras la desaparición del bloque del Este y de la URSS como tampoco vino después de la derrota de Alemania y Japón frente a los Aliados. La «nueva era de paz» prometida hace cinco años por los vencedores de la «guerra fría» es tan poco real como la que prometieron los vencedores de la IIa Guerra mundial. Ha sido peor todavía, pues la existencia de dos bloques imperialistas logró, en cierto modo, mantener una «disciplina» en la situación internacional después de la IIa Guerra mundial y durante los años de «reconstrucción», lo que predomina hoy en las relaciones internacionales es el caos general.

«Paz» de ayer y «paz» de hoy: la guerra siempre

Hace 50 años, en cuanto se firmaron los acuerdos de Yalta en febrero del 45, el reparto del mundo en zonas de influencia dominadas por los vencedores y sus aliados, Estados Unidos y Gran Bretaña, por un lado, y la URSS por el otro, quedó marcada la nueva línea de enfrentamientos interimperialistas. Nada más terminarse la guerra, ya se desataba el enfrentamiento entre el bloque del Oeste acaudillado por EEUU y el bloque del Este regentado por la URSS. El enfrentamiento iba a profundizarse durante más de 40 años, con la «paz» en Europa, eso sí, «paz» impuesta esencialmente por la necesaria reconstrucción, pero sobre todo con la guerra: la de Corea, la del Vietnam, conflictos sangrientos en los que cada protagonista local recibía apoyo de uno u otro bloque, y eso cuando no era directamente un producto de ellos. Y si esta «guerra fría» no desembocó en tercera guerra mundial, fue porque la clase obrera reaccionó internacionalmente contra las consecuencias de la crisis económica, en el terreno de la defensa de sus condiciones de existencia, a partir del final de los años 60, impidiendo así el alistamiento necesario para un enfrentamiento general, especialmente en los países más industrializados.

En 1989, el estalinismo, forma de capitalismo de Estado inadaptado para hacer frente a las condiciones de la crisis económica, ha perdido todo control. La URSS es incapaz de mantener la disciplina en su bloque y acaba desmembrándose ella misma. Todo ello puso fin a la «guerra fría» y ha trastornado la situación planetaria heredada de la IIa Guerra mundial. La nueva situación provocó a su vez la ruptura del bloque del Oeste, cuya cohesión sólo se debía a la amenaza del «enemigo común».

Del mismo modo que los vencedores de la IIa Guerra mundial acabaron siendo los protagonistas de una nueva división del mundo, son ahora los «vencedores de la guerra fría», los antiguos aliados del bloque del Oeste, quienes han acabado siendo los nuevos adversarios de un enfrentamiento imperialista que es inherente al capitalismo y sus leyes de la explotación, de la ganancia y de la competencia. Y aunque, a diferencia de la situación de la posguerra, no se ha formado todavía una nueva división en dos bloques imperialistas, debido a las condiciones históricas del período actual ([1]), no por ello las tensiones imperialistas han desaparecido. Al contrario, no han hecho sino agudizarse. En todos los conflictos que están surgiendo de la descomposición en la que se hunden cada día más países, no son sólo las peculiaridades locales las que dan la forma y amplitud a esos enfrentamientos, sino y sobre todo las nuevas oposiciones entre grandes potencias ([2]).

No puede haber «paz» en el capitalismo. La «paz» no es sino un momento de preparación para la guerra imperialista. Las conmemoraciones del final de la IIa Guerra mundial, que presentan la política de los países «democráticos» en la guerra como la que permitió el retorno de la «paz», forman parte de esas campañas ideológicas destinadas a ocultar su verdadera responsabilidad de abastecedores de carne de cañón y de principales promotores de guerra.

Mentiras de ayer y mentiras de hoy

El año pasado, la burguesía festejó la «Liberación», el Desembarco de Normandía y otros episodios de 1944 ([3]) con artículos de prensa, programas de radio y televisión, ceremonias político-televisivas y demás desfiles militares. Las conmemoraciones han continuado en 1995 para recordar las batallas de 1945, la capitulación de Alemania y de Japón, el «armisticio», todo ello para volvernos a contar una vez más la edificante historia de cómo los regímenes «democráticos» lograron vencer a la «bestia inmunda» del nazismo e instaurar una era de «paz» duradera en una Europa devastada por la barbarie hitleriana.

No sólo es la oportunidad del calendario lo que explica toda esa tabarra en torno a la IIa Guerra mundial. Hoy, cuando los conflictos se multiplican, cuando la crisis económica trae consigo un desempleo masivo y de larga duración, cuando la descomposición causa estragos sin límite, la clase dominante, la clase capitalista, necesita todo su arsenal ideológico para defender las virtudes de la «democracia» burguesa, especialmente sobre la cuestión de la guerra. La historia del final de la IIa Guerra mundial, que presenta los hechos con apariencia de objetividad, forma parte de ese arsenal. Con los repetidos llamamientos a «recordar» esa historia, con ocasión de los aniversarios de lo acontecido en 1945, se pretende que se acepte la idea de que el campo «democrático», al poner fin a la guerra, trajo la «paz» y la «prosperidad» a Europa. Semejante «juicio de la Historia» sirve evidentemente para otorgar un certificado de buena conducta a la «democracia», dándole un precinto de garantía «histórico» para así dar crédito a sus discursos sobre las «operaciones humanitarias», los «acuerdos de paz», la «defensa de los derechos humanos» y demás patrañas que lo que están tapando son la vergonzante realidad de la barbarie capitalista de hoy en día. Las mentiras de hoy se ven así reforzadas por las mentiras de ayer.

Las «grandes democracias» ni ayer ni hoy están llevando a cabo una política de «paz». Muy al contrario, hoy como ayer, son las grandes potencias capitalistas las que tienen la mayor responsabilidad en la guerra. Las conmemoraciones a repetición del final de la IIa Guerra, ese cínico mensaje del retorno de la «paz en Europa», pretenden recordarnos la historia, pretenden honrar la memoria de los cincuenta millones de víctimas de la mayor matanza desde que el mundo es mundo. Esas conmemoraciones son uno de los aspectos de las campañas ideológicas de «defensa de la democracia». Sirven para desviar la atención de la clase obrera de la política actual de esa misma «democracia», una política en la que se agudizan las tensiones imperialistas en medio de unas tendencias cada vez más centrífugas de cada cual para sí y que han vuelto a traer la guerra a Europa con el conflicto en la antigua Yugoslavia ([4]). Esas conmemoraciones son además una monstruosa falsificación de la historia, al mentir sobre las causas, el desarrollo y el desenlace de la IIa Guerra mundial y sobre los 50 años de «paz» que siguieron.

No hablaremos aquí largamente sobre la cuestión de la naturaleza de la guerra imperialista en el período de decadencia del capitalismo, sobre las verdaderas causas de la IIa Guerra mundial y lo que en ella hicieron las «grandes democracias» que se presentan como garantes de la «paz» del mundo. Hemos tratado a menudo sobre este tema en la Revista internacional ([5]), mostrando cómo, contrariamente a la propaganda que presenta la IIa Guerra mundial como el resultado de la locura de un Hitler, la guerra fue el resultado inevitable de la crisis histórica del modo de producción capitalista. Y aunque en las dos ocasiones, por razones históricas, fue el imperialismo alemán el que dio la señal de la guerra, la responsabilidad de los Aliados es también total en el desencadenamiento de las destrucciones y de la carnicería. «La segunda carnicería mundial fue para la burguesía una experiencia formidable en el matar y aplastar a millones de civiles sin defensa, pero también para ocultar, enmascarar y justificar sus propios crímenes de guerra monstruosos, “diabolizando” los de la coalición imperialista antagónica. Al salir de la IIa Guerra mundial, las “grandes democracias”, a pesar de sus esfuerzos por darse un aire respetable, aparecen cada vez más manchadas de pies a cabeza por la sangre de sus innumerables víctimas» ([6]). La entrada de los aliados en guerra no fue algo determinado por la voluntad de «paz» o de «armonía entre los pueblos», sino que se debió a la defensa de sus intereses imperialistas. Su primera preocupación era la de ganar la guerra, la segunda la de contener el mínimo riesgo de levantamiento obrero, como el ocurrido en 1917-18, lo cual explica el cuidado con que establecieron su estrategia de bombardeos y de ocupación militar ([7]), y la tercera la de repartirse los beneficios de la victoria.

Con el final de la guerra sonó la hora del nuevo reparto del mundo entre los vencedores. En febrero de 1945, los acuerdos de Yalta firmados por Roosevelt, Churchill y Stalin, debían simbolizar la unidad de los vencedores y el retorno definitivo de la «paz» para la humanidad. Ya hemos dicho arriba en qué consistió la «unidad» de los vencedores y «está claro que el orden de Yalta no era otra cosa que un nuevo reparto de cartas en el tapete imperialista mundial, reparto que sólo podía desembocar en un desplazamiento de la guerra bajo otra forma, la de la guerra “fría” entre la URSS y la alianza del campo “democrático” (...)». En lo que a la «paz» de la posguerra se refiere «recordemos simplemente que durante la llamada “guerra fría” y luego la “distensión”, fueron sacrificadas tantas vidas humanas en las matanzas imperialistas que oponían a la URSS y a Estados Unidos como durante la segunda carnicería mundial» ([8]). Y sobre todo, al final de la guerra se cuentan cincuenta millones de víctimas, en su gran mayoría civiles, esencialmente en los principales países beligerantes (Rusia, Alemania, Polonia, Japón), y las destrucciones han sido considerables, masivas y sistemáticas. Es ese «precio» de la guerra lo que pone de relieve el verdadero carácter del capitalismo en el siglo XX, sea cual sea la forma de ese capitalismo: «fascista», «estalinista» o «democrático», y no la «paz» de los cementerios y de ruinas que va a imperar durante el período de reconstrucción. El que los cincuenta años desde de 1945 no hayan conocido la guerra en Europa, no se debe a no se sabe qué carácter pacífico de la «democracia» reinstaurada al final de la IIa Guerra. La «paz» volvía a Europa con la victoria de la alianza militar de los países «democráticos» y de la URSS «socialista» en una guerra que llevaron hasta el final, matando a millones de civiles, sin más ni menos preocupación por las vidas humanas que su enemigo.

En caso de que el montaje de las mentiras de hoy pudiera resquebrajarse por los golpes de una realidad que a veces logra desvelarse, el recordar mediante un machaconeo permanente las mentiras de ayer viene hoy a punto para consolidar la imagen de las hazañas de la «democracia», garante de la «paz» y de la «estabilidad» del mundo, en el mismo momento en que los acontecimientos en el mundo no hacen más que contradecir todos esos discursos de «paz».

Las guerras de la descomposición del capitalismo

Como lo hemos analizado ya a menudo desde lo acontecido en 1989, la reunificación de Alemania y la destrucción del muro de Berlín, el final de la división del mundo en dos bloques imperialistas rivales no ha traído la «paz» sino todo lo contrario, una aceleración del caos. La nueva situación histórica no ha enfriado las rivalidades imperialistas entre las grandes potencias. Ha desaparecido la vieja rivalidad Este-Oeste, originada en Yalta, a causa de la desaparición del bloque imperialista ruso; pero, en cambio, se han agudizado los conflictos entre los antiguos aliados del bloque occidental, los cuales ya no se sienten obligados a la disciplina de bloque frente al enemigo común.

Esta nueva situación ha engendrado matanzas a repetición. Estados Unidos dio la señal con la guerra del Golfo, en 1990-91. Después, Alemania, seguida por Francia, Gran Bretaña y EEUU y también Rusia, han transformado la antigua Yugoslavia en un campo de batalla carnicero, en las fronteras de la Europa «democrática». Ese país se ha convertido, desde hace cuatro años, en el «laboratorio» de la capacidad de las potencias europeas para hacer triunfar sus nuevas ambiciones imperialistas: el acceso al Mediterráneo para Alemania; la oposición de Francia y Gran Bretaña a esas pretensiones; y para todos, el intento de librarse de la pesada tutela de Estados Unidos, país que lo hace todo por conservar su papel de gendarme del mundo.

Son las grandes potencias «democráticas» las que han soplado en las brasas yugoslavas. Son las mismas grandes potencias las que están poniendo a sangre y fuego regiones enteras de África, como Liberia o Ruanda ([9]), las que atizan las masacres como en Somalia o Argelia, las que multiplican los focos de guerra y de tensión en donde los enfrentamientos no se apagan sino para volver a prender con violencia duplicada, como demuestra lo que está ocurriendo en Burundi, país vecino de Ruanda. En Oriente Próximo, después de la guerra del Golfo, Estados Unidos ha impuesto su dominio total en la región, una «paz» armada que es en realidad un polvorín listo para explotar en cualquier momento: entre Israel y los territorios palestinos, en Líbano; en torno al Kurdistán, en Turquía ([10]), en Irak, en Irán. Incluso en América, a pesar de que es el «coto de caza» de EEUU, también están presentes las nuevas oposiciones imperialistas entre antiguos aliados en los conflictos que surgen. La revuelta de los zapatistas del Estado de Chiapas en México, apoyada bajo mano por las potencias europeas, la nueva guerra entre Perú y Ecuador, en la cual EEUU anima a este país a enfrentarse al régimen peruano demasiado abierto a las influencias de Japón, ponen de relieve que las grandes potencias están dispuestas a aprovecharse de la menor oportunidad para defender sus sórdidos intereses imperialistas. Aunque no pretendan sacar un beneficio inmediato económico o político en todos los lugares en conflicto, están sin embargo, siempre dispuestas a sembrar el desorden fomentando la inestabilidad en el campo de su adversario. La pretendida «impotencia» para «contener los conflictos» y las «operaciones humanitarias» no son más que la tapadera ideológica de los manejos imperialistas por la defensa, cada uno para sí, de sus inte­ reses estratégicos.

Existen grandes líneas de fuerza que tienden a polarizar la estrategia de los imperialismos a nivel internacional: Estados Unidos, por un lado, intentan mantener su liderazgo y su estatuto de superpotencia; Alemania, por otro lado, asume el papel de principal pretendiente a la formación de un nuevo bloque. Pero esas tendencias principales no logran «poner orden» en la situación: EEUU pierde influencia, ya no queda enemigo común que hacer valer para atar a sus «aliados»; Alemania no tiene todavía la estatura de cabeza de bloque después de 50 años de obligada sumisión a Estados Unidos y al «paraguas» de la OTAN, y a causa de la división del país entre los dos grandes vencedores de la IIa Guerra. Esta situación se combina con el hecho de que en los principales países desarrollados, la clase obrera no está dispuesta a alistarse en la defensa de los intereses del capital nacional ni de sus pretensiones imperialistas. De ahí el desorden que hoy prevalece en las relaciones internacionales.

Este desorden no va a terminar. En los últimos meses, al contrario, se ha agudizado todavía más. Un ejemplo son las distancias que está tomando Gran Bretaña, el «teniente» más fiel de EEUU desde la Ia Guerra mundial, con la política estadounidense. La ruptura entre esos dos aliados de siempre no está consumada ni mucho menos, pero la evolución de la política británica en estos últimos años va en ese sentido, siendo un hecho histórico de la mayor importancia, que es la plasmación de la tendencia de «cada uno para sí» en detrimento de la disciplina de alianzas internacionales. La alianza entre Gran Bretaña y Francia en la antigua Yugoslavia para contener el empuje alemán pero también para mantener excluido del terreno a EEUU, fue la primera etapa de esa evolución. La creación de una fuerza interafricana de «mantenimiento de la paz y de prevención de las crisis en África» entre aquellos dos mismos países ha marcado un cambio en la política de Gran Bretaña, la cual, tan sólo hace algunos meses, colaboraba con EUUU para eliminar la presencia francesa en Ruanda. Y el acuerdo franco-británico de cooperación militar, por la constitución de una unidad común del ejército del aire, acaba de sancionar la opción cada vez más zanjada de Gran Bretaña de tomar sus distancias con Estados Unidos. Este país, por su parte, no cesa de presionar a aquél para contrariar su evolución, con su política de apoyo abierto, y desde ahora oficial, al Sinn Fein, partido que desde siempre ha mantenido el terrorismo separatista en Irlanda del Norte; la tensión entre los dos países sobre este tema nunca había sido tan fuerte. El acercamiento franco-británico no significa ni mucho menos que se refuerce la tendencia a la formación de un nuevo bloque imperialista en torno a Alemania. Al contrario, aunque no haya provocado fallas en la alianza franco-alemana tan importantes como las que ya están minando las relaciones entre EEUU y Gran Bretaña, no representa ningún interés para Alemania. Gran Bretaña no se acercará a Alemania, en cambio Francia, fuerte de su nuevo apoyo para encararse a su embarazoso tutor germánico, podrá aparecer como más difícilmente manejable por éste.

Así, lejos de los discursos de «paz y de prosperidad» que habían saludado el hundimiento del bloque del Este y de la URSS, los últimos años han mostrado, al contrario, el horrible rostro de las guerras, la agudización de las tensiones imperialistas y un marasmo creciente de la situación económica y social, y eso, no sólo en los países de la periferia del mundo capitalista, sino también en el corazón de los países más industrializados.

Crisis y «democracia»

Ni más ni menos que la «paz», la «prosperidad» tampoco está al orden del día. En los países desarrollados, la «recuperación» económica de los últimos meses lo único que tiene de «espectacular» es que no ha frenado lo más mínimo la subida inexorable del desempleo ([11]). En los países desarrollados, la sociedad no se dirige hacia una mejora, sino hacia un empeoramiento cada vez más profundo de las condiciones de vida. Y al mismo tiempo que el desempleo masivo y los ataques sobre los salarios que corroen las condiciones de vida de los trabajadores, la descomposición social aporta cada día su paquete de «sucesos» y de estragos destructores, entre los que no tienen trabajo, los jóvenes en especial, pero también en los comportamientos aberrantes que se despliegan como una gangrena en la población, ya sea la de unas instituciones carcomidas por una corrupción cada día más patente o la de individuos arrastrados por el ambiente de desesperación que está impregnando todos los poros de la vida social.

Todo eso no es, ni mucho menos, el tributo que habría que pagar por la «modernización» del sistema capitalista mundial o las últimas huellas de la herencia de un sistema ya pasado. Todo eso es, al contrario, el resultado de la continuación de las leyes de este sistema capitalista, la ley de la ganancia y de la explotación de la fuerza de trabajo, la ley de la competencia y de la guerra, leyes que lleva en sí mismo el capitalismo como modo de producción que domina el planeta y rige las relaciones sociales. Todo ello es la expresión de la quiebra definitiva del capitalismo.

En la clase obrera, la conciencia de esa quiebra, aunque exista, está totalmente enturbiada por la ideología que vomita permanentemente la clase dominante. A través de sus medios de propaganda, de los discursos y las actividades de los partidos y los sindicatos, de todas las instituciones al servicio de la burguesía, ésta, por encima de sus divergencias que oponen a las diferentes fracciones, no cesa de martillar sus temas:
– «el sistema capitalista no es perfecto, pero es el único viable»;
– «la democracia tiene sus ovejas negras, pero es el único régimen político con los principios y las bases necesarios para la paz, los derechos humanos y la libertad»;
– «el marxismo ha fracasado: la revolución comunista ha llevado a la barbarie estalinista, la clase obrera debe dejar de lado el internacionalismo y la lucha de clases y poner su confianza en el capital, único capaz de atender sus necesidades; todo intento de cambio revolucionario de la sociedad es, en el mejor de los casos, una utopía y, en el peor, sería hacer el juego de dictadores ávidos y sanguinarios que no respetan las leyes de la democracia».

En resumen, habría que creerse lo de la «democracia» burguesa; sólo ella tendría un porvenir. Y frente a la inquietud que engendra la situación actual, frente a la brutalidad de los acontecimientos de la situación internacional y de la realidad cotidiana, frente a la angustia del porvenir que infunde el desempleo masivo entre la población, en las familias, en un contexto en el que la clase obrera no está dispuesta a sacrificar su vida en aras de los intereses del capitalismo, no es tan fácil hacer creer aquel mensaje. La tabarra de las «operaciones humanitarias», que servirían para demostrar la capacidad de las «grandes democracias» para mantener «la paz», tiene un límite, que es que las guerras y las matanzas siguen inexorablemente. Una clara y siniestra ilustración de ello han sido las operaciones en Somalia y los servicios prestados por las tropas de la ONU en la antigua Yugoslavia. El martilleo de la «recuperación económica» también tiene sus límites: el pertinaz desempleo y los continuos ataques contra los salarios. Las operaciones «manos limpias» al estilo italiano, montadas para regenerar la vida política también tienen sus límites: siguen mandando los mismos de siempre y por mucho que se desvelen escándalos y mangoneos para hacer creer en la moralización de la política burguesa, también le son contraproducentes, pues no cesan de desvelar una profunda corrupción. Por ello, la conmemoración del final de la IIa Guerra mundial le viene de perlas a la burguesía ([12]), para reforzar su propaganda de la «defensa de la democracia» que es hoy el tema principal de la ideología de sumisión del proletariado a los intereses de la burguesía, contra la apropiación por la clase obrera del desarrollo de sus propias luchas contra el capitalismo.

MG
23/03/1995

 

[1] Ver «Militarismo y descomposición»,  Revista internacional nº 64, l991.

[2] Ver «Las grandes potencias, promotoras de guerras», Revista internacional nº 77, l994, y «Tras las mentiras de “paz”, la barbarie capitalista», Revista internacional nº 78.

[3] Ver «Conmemoraciones de 1944: 50 años de mentiras capitalistas», Revista internacional nº 78 y 79.

[4] Ver «Todos contra todos», Revista internacional nº 80.

[5] Algunos artículos: «Guerra, militarismo y bloques imperialistas», Revista internacional nº 52 y 53, 1988. «Las verdaderas causas de la IIa Guerra mundial (Izquierda comunista de Francia, 1945)», Revista internacional nº59, 1989. «Las matanzas y los crímenes de las “grandes democracias”», Revista internacional nº 66, 1991

[6] «Las matanzas y los crímenes de las “grandes democracias”».

[7] «Conmemoraciones de 1944: 50 años de mentiras capitalistas», Revista internacional nº 79. «Las luchas obreras en Italia 1943» Revista internacional nº 75, 1993.

[8] «Medio siglo de conflictos guerreros y de mentiras pacifistas», Révolution internationale (publicación de la CCI en Francia) nº 242, febrero de 1995.

[9] «Las grandes potencias extienden el caos», Revista internacional nº 79.

[10] En el momento de cerrar esta revista, Turquía acaba de lanzar una amplia operación militar en el Kudistán. 35 000 soldados están «limpiando» el norte de Irak. Es evidente que semejante invasión se ha hecho con la aprobación de las grandes potencias. Es indudable que Turquía, aliada «natural» de Alemania, pero también fortaleza del dispositivo imperialista de Estados Unidos, no actúa sola. Ver los artículos de nuestra prensa territorial sobre esos acontecimientos.

[11] «Una recuperación sin empleos», Revista internacional nº 80.

[12] Es significativo a este respecto que sean no sólo en los países vencedores, en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia o Rusia, donde se celebra el aniversario de 1945, sino también en Alemania y Japón, los grandes vencidos de la guerra. En Alemania, por ejemplo, la propaganda oficial ha utilizado el doloroso recuerdo de los bombardeos masivos de la ciudad de Drede por la aviación aliada en febrero de 1945, bombardeos que causaron decenas de miles de víctimas (35 000 contadas, pero sin duda entre 135 000 y 200 000), recordando en parte la inutilidad total desde el punto de vista militar de semejante matanza, lo cual es un hecho oficialmente reconocido hoy, pero sobre todo justificando la «lección» que la «democracia» infligió a Alemania: «Nosotros queremos que el bombardeo de Dresde sea un día de recuerdo por todos los muertos de la IIa Guerra mundial. No debemos olvidar que fue Hitler quien empezó la guerra y que fue Goering quien soñaba con “coventryzar” (referencia al bombardeo de Coventry por Alemania) todas las ciudades británicas. No podemos permitirnos decir hoy que somos las víctimas de los bombardeos aliados. Saber si aquel bombardeo era necesario es asunto de los historiadores» (Ulrich Höver, portavoz del alcalde de Dresde, en Libération, diario francés, 13/2/92). De igual modo, en Japón en donde se está preparando la ceremonia de aniversario de la capitulación de agosto de 1945, el gobierno quiere hacer pasar un proyecto de resolución en el que se reconoce que Japón era el agresor. En esto también es significativa la necesidad de la burguesía, a nivel internacional, de unirse para valorar la mistificación más eficaz hoy que es la «defensa de la democracia».

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