Correspondencia de Rusia - Comunismo significa eliminación de la ley del valor y del marco de la empresa

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Respuesta a la correspondencia

Una de las consecuencias dramáticas de la contrarrevolución que ahogó en sangre la revolución de octubre de 1917, fue el aislamiento completo en que quedó el puñado de revolucionarios en la URSS que sobrevivieron a los gulag ([1]) y a las redadas de la GPU y del KGB ([2]) (que también lograron incluso enterrar las contribuciones de la Izquierda comunista rusa). Cuando se hundió la URSS se empezó a levantar la pesada losa impuesta por la burguesía estalinista. Era pues importante que los revolucionarios de occidente y en los países de la extinta URSS intentaran volver a estrechar lazos para intercambiar sus experiencias e ideas, de manera que los revolucionarios de esos países puedan volver a encontrar el lugar que les corresponde en el medio político proletario internacional. Por eso es por lo que la CCI participa desde 1996 en las conferencias organizadas en Moscú (y en Kiev en 2005) por el grupo Praxis, y ha establecido un trabajo regular de correspondencia con varios grupos y contactos en Rusia y Ucrania. Ya hemos publicado varios artículos sobre esta correspondencia en nuestra página web en ruso. Acabamos también de sacar en ruso la última de las publicaciones impresas de la CCI (Internacionalismo, en ruso, ver imagen) para facilitar los intercambios de ideas especialmente con los compañeros que no tienen acceso a Internet.

Sabemos que es un trabajo que requiere mucha paciencia por parte de unos y otros. Los problemas de lengua y de traducción son ya una gran escollo; las ideas de la Izquierda comunista, de la que la CCI tiene su herencia, son poco conocidas en Rusia; además, las nociones desarrolladas por los camaradas que viven en territorios de la extinta URSS están a menudo marcadas por la experiencia específica de esos países y son poco conocidas por los lectores de países de occidente. Los dos artículos que publicamos aquí son el fruto de un trabajo de largo alcance: el primero, extracto de una correspondencia con un camarada de Voronezh (ciudad situada en el Don al sur de Moscú), contiene nuestra respuesta sobre la cuestión de la autogestión.

Querido compañero,

Hemos recibido tu última carta y volvemos a saludar tus contribuciones sobre la ley del valor y la autogestión. Forman parte de la inevitable discusión entre comunistas para definir con el mayor rigor el programa de la revolución proletaria. Así abordas tú los problemas:

• “En vuestro libro la Decadencia del capitalismo, decís que bajo el socialismo se liquidará la producción mercantil. Pero es imposible liquidar la producción mercantil son abolir la ley del valor. Según la teoría de Marx, bajo el socialismo, los productos del trabajo se intercambiarán según la cantidad de tiempo de trabajo necesario (según el trabajo), o sea en conformidad con la ley del valor.”

• “En vuestro folleto Plataforma y Manifiestos, el punto 11 se titula: “La autogestión, autoexplotación del proletariado”. ¿Qué quiere decir autoexplotación? La explotación, es la apropiación de los productos del trabajo de otro. Si he entendido bien, la autoexplotación es la apropiación de los productos del trabajo propio. O sea que Robinson Crusoe se autoexplotaba cuando consumía los productos de su propio trabajo. Robinson Crusoe se explotaba a sí mismo.”

Vamos a procurar contestar a esas dos cuestiones, mostrando que están relacionadas la una con la otra.

El carácter histórico y transitorio de la ley del valor

En tu carta del 26 de diciembre de 2004, citas un pasaje de la Crítica del programa de Gotha de Marx:

“La sociedad le entrega un bono [al productor individual] consignando que ha cumplido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que cumplió. La misma cantidad de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta bajo otra distinta. Aquí reina, evidentemente, el mismo principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es intercambio de equivalentes” ([3]).

La idea esencial defendida por Marx ahí es que después de la revolución, cuando ya el proletariado tiene el poder, es todavía necesario durante todo un período alinear los “salarios” de los obreros con el tiempo de trabajo y, por lo tanto, calcular el tiempo de trabajo contenido en los productos para llagar a un “valor de cambio” de los productos que puede expresarse en “bonos de trabajo”. La producción mercantil, la ley del valor, y, por lo tanto, el mercado, todavía subsisten, y por lo tanto estamos en acuerdo con Marx. Comprendemos, pues, tu sorpresa cuando en nuestro libro la Decadencia del capitalismo, has leído que en el socialismo la producción mercantil habría desaparecido. Se trata en realidad de un malentendido en los términos. En efecto, en nuestra prensa, siempre usamos la palabra socialismo como sinónimo de comunismo, como objetivo final del proletariado: una sociedad sin clases y sin Estado en donde los productos del trabajo ya no serán mercancías y se habrá eliminado la ley del valor. Desde la época en que escribió Miseria de la filosofía (1847), Marx era muy claro al respecto, en el comunismo ya no habrá intercambio, no habrá mercancías:

“En una sociedad venidera, en la que habrá dejado de existir el antagonismo de clases, en la que ya no habrá clases, el uso ya no estará determinado por el mínimo de tiempo de producción, sino que el tiempo de producción que se dedicará a los diferentes objetos estará determinado por su nivel de utilidad social” ([4]).

En esa fase, se habrá abolido el valor de cambio. La comunidad humana reunificada, mediante órganos administrativos encargados de la planificación centralizada de la producción, decidirá qué cantidad de trabajo deberá dedicarse a la producción de tal o cual producto. Pero ya no necesitará el “rodeo” del intercambio como así ocurre bajo el capitalismo, puesto que lo que importa es el grado de utilidad social de los productos. Estaremos entonces en una sociedad de abundancia en la que no solo se satisfarán las necesidades más elementales del ser humano, sino que incluso esas necesidades mismas conocerán un desarrollo fantástico. En tal sociedad, el trabajo mismo habrá cambiado totalmente de naturaleza: al haber reducido al mínimo el tiempo dedicado a la creación de las necesidades de la subsistencia, el trabajo será por primera vez una actividad verdaderamente libre. La distribución, como la producción, cambiarán también de naturaleza. Poco importará entonces el tiempo dedicado por el individuo a la producción social, pues solo dominará un principio: “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades!”

La identificación y la defensa de ese objetivo final de la lucha proletaria – una sociedad sin clases, sin Estado ni fronteras nacionales, sin mercancías, atraviesan toda la obra de Marx, de Engels y de los revolucionarios de las generaciones posteriores. Es importante recordarlo, pues ese objetivo determina profundamente el movimiento que lleva hacia él, de igual modo que los medios necesarios que hay que poner en marcha.

Tras la experiencia de la Revolución rusa, y luego de la contrarrevolución estalinista, creemos que es necesario para la claridad política hablar de un “período de transición del capitalismo al socialismo” más que de “socialismo” o de “fase inferior del comunismo”. Es evidente que no se trata de una simple cuestión de palabras. En efecto, la dictadura del proletariado no puede concebirse como una sociedad estable, ni como un modo de producción específico. Es una sociedad en plena evolución, tensa toda ella hacia el objetivo final, hecha de cambios sociales y políticos en los que las antiguas relaciones de producción son combatidas para acabar decayendo mientras aparecen y se van reforzando las nuevas. En la Crítica del programa de Gotha, justo antes del pasaje citado, Marx precisa bien:

“De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario [subrayado nuestro], de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede…” ([5]).

Unas páginas más lejos, afirma claramente:

“Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera a la segunda. A ese período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.

Nuestra carta anterior permitió, al menos eso nos parece, borrar un malentendido y tu respuesta expresaba un acuerdo de fondo:

“Como entiendo yo el marxismo, ese período de transición se llama socialismo. No hablo de comunismo de mercado, sino de socialismo de mercado. (...) Con el aumento de las fuerzas productivas, la distribución en función del trabajo se transforma en distribución según las necesidades, el socialismo se transforma paso a paso en comunismo, acabando por desaparecer el mercado”.

En tu carta del 26 de diciembre de 2004, subrayabas que sólo existen tres formas de distribución de productos basadas en el tiempo de trabajo socialmente necesario contenido en esos productos:

  mediante el dinero (A), en cuyo caso el intercambio de mercancías (M) se efectúa bajo la forma M-A-M;

  mediante un bono de trabajo (B) del que hablaba: M-B-M;

  directamente en forma de trueque: M-M.

Y hacías notar que en los tres casos, estábamos ante un intercambio de mercancías y, por lo tanto, ante la existencia de un mercado, es decir, de una sociedad que utiliza un equivalente general, la moneda, para expresar el tiempo de trabajo, incluso cuando la moneda no es necesaria, en el caso arcaico del trueque, para determinar la equivalencia. Tal como dices:

“El dinero y los bonos es casi lo mismo, porque miden lo mismo: el tiempo de trabajo. La diferencia entre ellos es la misma que entre una regla graduada en centímetros y otra en pulgadas.”

Estamos de acuerdo contigo para decir que es a esa situación económica a la que se enfrentará el proletariado después de la toma del poder. Ignorarlo sería una regresión respecto al marxismo. Tanto más porque la guerra civil entre proletariado y burguesía a escala mundial habrá acarreado muchas destrucciones que se plasmarán en un retroceso de la producción. Sin cesar, los comunistas deberán combatir las ilusiones de una extinción rápida y sin problemas de la ley del valor. La necesidad para el proletariado de llevar hasta el final la supresión del intercambio, creando las condiciones del decaimiento del Estado hará del período de transición una época de trastornos revolucionarios como nunca antes haya conocido otra la humanidad.

A pesar de esas precisiones, es evidente que subsiste un desacuerdo. Escribes, por ejemplo, en la misma carta:

“bajo el socialismo, los productos del trabajo serán intercambiados según la cantidad de trabajo socialmente necesario. Y allí donde los productos del trabajo se intercambiarán según la cantidad de trabajo, el mercado y la producción mercantil seguirán existiendo. Por consiguiente, para abolir la producción mercantil hay que abolir la distribución basada en la cantidad de trabajo. Por lo tanto, si queréis abolir la producción mercantil, tendréis que abolir el socialismo. Si os consideráis como marxistas, debéis reconocer que el socialismo, en su esencia, está basado en el mercado. Y si no, ¡id con los anarquistas!”

Según lo visto, suponemos que nombras “socialismo” al período de transición del capitalismo al comunismo. Este período es, por esencia, inestable: o el proletariado sale victorioso y la “economía de transición” se transforma hacia el comunismo, o sea hacia la abolición de la economía mercantil; o el proletariado pierde terreno, las leyes del mercado se reafirman y existe entonces el peligro de que se abra la vía de la contrarrevolución.

La ignorancia de los anarquistas

En la misma carta también, escribes que se encuentra esa ignorancia en los anarquistas. Y, en efecto, para ellos la emancipación de la humanidad se deberá únicamente al esfuerzo de voluntad, y. por lo tanto, el comunismo podría haber nacido en cualquier época histórica. Y así rechazan todo conocimiento científico del desarrollo social y son por eso incapaces de comprender qué papel pueden desempeñar la lucha de clases y la voluntad humana. En su “Prefacio” a el Capital, Marx contestaba, sin mencionarlos, a los anarquistas, los cuales niegan que sea inevitable un período de transición:

“Incluso en el caso en que una sociedad haya llegado a descubrir la pista de la ley natural que preside su movimiento –y la finalidad de esta obra es descubrir la ley económica que mueve la sociedad moderna– no puede saltar ni suprimir por decreto sus fases naturales del desarrollo. Pero puede acortar y hacer menos doloroso el parto” ([6]).

Según Marx y Engels, la necesidad de la dictadura proletariado, es decir de un período de transición entre los dos modos de producción “estables” que son el capitalismo y el comunismo, se basa en dos fundamentos:

  la imposibilidad de un florecimiento del comunismo en el seno mismo del capitalismo (contrariamente a éste que nació en el seno del feudalismo);

  en el hecho de que el extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas realizado por el capitalismo es todavía insuficiente para permitir la plena satisfacción de las necesidades humanas que caracteriza al comunismo.

Eso, evidentemente, los anarquistas son totalmente incapaces de entenderlo, pero, además, su “visión del comunismo” no va más allá que el estrecho horizonte burgués. Puede comprobarse ya en la obra de Proudhon. Para éste, la economía política es la ciencia suprema y se empeña en sacar a toda costa, en cada categoría económica capitalista, lo bueno y lo malo. Lo bueno del intercambio es que pone frente a frente dos valores iguales. Lo bueno de la competencia es la emulación. Y encontrará, inevitablemente, un lado bueno a la propiedad privada:

“Pero es evidente que aunque la desigualdad es uno de los atributos de la propiedad, tampoco es toda la propiedad; pues lo que hace placentera la propiedad, como decía ya no sé qué filósofo, es la facultad de disfrutar a voluntad no sólo del valor de su bien sino su naturaleza específica, de explotarlo a su gusto, de fortificarse en él, de hacer uno uso de él según se lo sugieren el interés, la pasión o el capricho” ([7]).

Se nos anunciaba el reino de la libertad, y acabamos ganando los sueños obtusos y mezquinos del pequeño productor. Para los anarquistas, la sociedad ideal no es más que un capitalismo idealizado del que serán dueños el intercambio y la ley del valor, o sea las condiciones de la explotación del hombre por el hombre. Y, al contrario, el marxismo se presenta como una crítica radical del capitalismo que defiende la perspectiva de una verdadera emancipación del proletariado y, por ello mismo, de la humanidad entera. Marx y Engels siempre combatieron el comunismo tosco que limitaría la revolución a la esfera de la distribución y que sencillamente acabaría en reparto de la miseria. Contra ese burdo “comunismo” proclamaban el florecimiento de las fuerzas productivas liberadas de las cadenas del capitalismo. No sólo requerían la satisfacción de las necesidades elementales del ser humano, sino también su realización, la superación de la separación entre individuo y comunidad, el desarrollo de todas las facultades del individuo actualmente atenazadas por la división del trabajo:

“En una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!” ([8]).

Ahí, el marxismo no cae en la verborrea del radicalismo pequeño burgués y de la utopía; sabe que el único medio para salir del capitalismo, es la eliminación del salariado y del intercambio que resumen todas las contradicciones del capitalismo, que son la causa básica de las guerras, de las crisis y de la miseria que arruinan la sociedad. La política económica instaurada por la dictadura del proletariado está totalmente orientada hacia ese objetivo. Según esta idea, no existe una transmutación espontánea, sino una destrucción de las relaciones sociales capitalistas.

Esa cita nos permite subrayar la gran confusión con la que los anarquistas pretenden superar la separación del obrero de los productos de su trabajo. En las mentes anarquistas, al hacerse dueños de la fábrica en la que trabajan, los obreros se hacen obligatoriamente dueños del producto de su trabajo. Por fin lo dominan, obteniendo incluso el disfrute completo. Resultado: la propiedad se ha vuelto eterna y sagrada. Estaríamos entonces en presencia de un régimen federalista heredado de los modos de producción precapitalistas. Lassalle usa el mismo método. Este aprendió de Marx que la explotación se plasma en extracción de plusvalía. Exijamos entonces para el obrero el producto íntegro del trabajo y el problema está arreglado…. Y así, como dice Engels en el Anti-Dühring :

“Se sustrae a la sociedad la función progresiva más importante que tiene, la acumulación, que va a parar a las manos y al arbitrio de los individuos”.

Después de los trabajos de Marx, resulta difícil aceptar esas confusiones sobre el trabajo, la fuerza de trabajo y el producto del trabajo. Los disparates teóricos comunes de Lassalle y de los anarquistas son la base de las ideas autogestionarias. Con la autogestión, ya no se orienta a la sociedad hacia la abolición del intercambio, hacia el comunismo, sino que se multiplican los obstáculos en el camino. Así concluye Marx, también en la Crítica del programa de Gotha, su acerada diatriba contra esas ideas:

“Me he extendido sobre el “fruto íntegro del trabajo”, de una parte, y de otra, sobre “el derecho igual” y “el reparto equitativo”, para demostrar en qué grave falta se incurre, de un lado, cuando se quiere volver a imponer a nuestro Partido como dogmas ideas que, si en otro tiempo tuvieron un sentido, hoy ya no son más que tópicos en desuso, y, de otro, cuando se tergiversa la concepción realista –que tanto esfuerzo ha costado inculcar al Partido, pero que hoy está ya enraizada– con patrañas ideológicas, jurídicas y de otro género, tan en boga entre los demócratas y los socialistas franceses.”

Desde ese punto de vista, a nosotros nos parece que tú te paras a medio camino en tu razonamiento. Estás de acuerdo con nosotros cuando dices que durante ese período no habrá explotación de la clase obrera, puesto que es el proletariado el que ejerce el poder, a causa del proceso de colectivización de los medios de producción, porque el sobretrabajo ya no adquiere la forma de una plusvalía destinada a la acumulación del capital sino destinada (una vez deducida la reserva destinada a los miembros improductivos de la sociedad) a la satisfacción creciente de las necesidades sociales. Dices muy justamente: “La diferencia entre el socialismo [periodo de transición] y el capitalismo consiste en que, bajo el socialismo, la mano de obra no existe como mercancía” (carta del 23 de enero de 2005). Pero afirmas en tu carta siguiente: “La ley del valor seguirá vigente completa y no parcialmente.” Esto lo refuerza tu expresión: “socialismo de mercado”. Tú ves la necesidad de atacar el salariado, pero no la de atacar el intercambio mercantil. Y, sin embargo, ambos están estrechamente enlazados.

La ley del valor descubierta por Marx no solo consiste en elucidar el origen del valor de las mercancías, sino que resuelve el enigma de la reproducción ampliada del capital. El proletario recibe de la venta de su fuerza de trabajo un salario que corresponde al valor real de ese trabajo y, sin embargo, proporciona un valor muy superior en el proceso de producción. La explotación que permite que pueda extraerse así la plusvalía del trabajo del proletario existía ya en la producción mercantil a partir de la cual nació y se desarrolló el capitalismo. No es pues posible suprimir la explotación del proletariado sin combatir el intercambio mercantil. Eso es lo que nos explica claramente Engels en el Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado:

“En cuanto los productores dejaron de consumir directamente ellos mismos sus productos, deshaciéndose de ellos por medio del cambio, dejaron de ser dueños de los mismos. Ignoraban ya qué iba a ser de ellos, y surgió la posibilidad de que el producto llegara a emplearse contra el productor para explotarlo y oprimirlo. Por eso, ninguna sociedad puede ser dueña de su propia producción de un modo duradero ni controlar los efectos sociales de su proceso de producción si no pone fin al cambio entre individuos” ([9]).

Si la ley del valor sigue “vigente por completo”, como lo afirmas tú, el proletariado seguirá siendo entonces una clase explotada. Para que cese la explotación durante el período de transición, no basta con haber expropiado a la burguesía. También deben dejar de existir como capital los medios de producción. El principio capitalista del trabajo muerto, del trabajo acumulado, que somete el trabajo vivo para la producción de plusvalía, hay que sustituirlo por el principio del trabajo vivo que controla en trabajo acumulado para una producción destinada a satisfacer las necesidades de los miembros de la sociedad. La dictadura del proletariado deberá combatir el productivismo absurdo y catastrófico del capitalismo. Como decía la Izquierda comunista de Francia,

“La parte del sobretrabajo que el proletariado tendrá que deducir será, sin duda, al principio tan grande como bajo el capitalismo. El principio económico socialista no podría diferenciarse, en su importancia inmediata, de la relación entre el trabajo pagado y el no pagado. Solo la tendencia de la curva, la tendencia al acercamiento de esa relación podrá servir de indicación sobre la evolución de la economía y ser el barómetro que indique la naturaleza de clase de la producción” ([10]).

La autogestión, una trampa mortal para el proletariado

El segundo tema en discusión es el tratado en el punto 11 de nuestra plataforma: “La autogestión, autoexplotación del proletariado». Aquí tú afirmas un neto desacuerdo con nuestra posición. Te parece inconcebible que los obreros se exploten a sí mismos: “No lo entiendo en absoluto”, escribes, “¿cómo es posible explotarse?, sería como robarse a uno mismo.” Desde las grandes luchas obreras de finales de los años 60, la mayoría de nuestras secciones se las ha visto con la cuestión de la autogestión que realizarían los obreros de “su” empresa en el seno de la sociedad capitalista. Pudieron comprobar en la práctica que tras la careta autogestionaria se oculta la trampa del aislamiento tendida por los sindicatos. Los ejemplos son muy numerosos: la empresa que fabricaba los relojes Lip en Francia en 1973, Quaregnon y Salik en Bélgica en 1978-79, Triumph en Inglaterra en la misma época y recientemente, la mina de Tower Colliery en Gales. Cada vez el guión era el mismo: la amenaza de quiebra provoca la lucha en los obreros, los sindicatos organizan el aislamiento de la lucha y acaban obteniendo la derrota usando como señuelo la compra de la fábrica por los obreros y los cuadros, entregando a veces eso sí, varios meses de sueldo o la prima por despido para aumentar el capital de la empresa. En 1979, la fábrica Lip, tras haberse convertido en cooperativa obrera, se vio obligada a cerrar bajo la presión de la competencia. En la última Asamblea general, un obrero expresó su rabia y desesperación ante unos delegados sindicales que habían llegado a ser, de hecho, los verdaderos patrones de la empresa: “¡Sois unos rastreros! Hoy sois vosotros quienes nos echáis a la calle… Nos habéis mentido!” ([11]) Hacer aceptar los sacrificios que impone la crisis económica, obliga a ahogar las luchas obreras de resistencia. Para eso sirve la consigna de la autogestión.

Esa postura de principio está en pleno acuerdo con el marxismo. Hay que decir que no somos los primeros en usar la noción de autoexplotación de los obreros. Rosa Luxemburg escribía lo siguiente en 1898:

“Pero en la economía capitalista la distribución domina la producción y, debido a la competencia, la completa dominación del proceso de producción por los intereses del capital --es decir, la explotación más despiadada-- se convierte en una condición imprescindible para la supervivencia de una empresa.

Esto se manifiesta en la necesidad, a causa de las exigencias del mercado, de intensificar todo lo posible los ritmos de trabajo, alargar o acortar la jornada laboral, necesitar más mano de obra o ponerla en la calle..., en una palabra, practicar todos los métodos ya conocidos que hacen competitiva a una empresa capitalista. Y al desempeñar el papel de empresario, los trabajadores de la cooperativa se ven en la contradicción de tener que regirse con toda la severidad propia de una empresa incluso contra sí mismos, contradicción que acaba hundiendo la cooperativa de producción, que o bien se convierte en una empresa capitalista normal o bien, si los intereses de los obreros predominan, se disuelve” ([12]).

Cuando unos obreros hacen consigo mismos el papel de empresarios capitalistas, a eso es a los que nosotros llamamos autoexplotación. Tu defensa de la autogestión se apoya en la experiencia de las cooperativas obreras del siglo xix y, en particular, citas la “Resolución sobre el trabajo cooperativo”, adoptada en el primer Congreso de la AIT. Marx y Engels, en efecto, alentaron en varias ocasiones el movimiento cooperativo, sobre todo de cooperativas de producción, no tanto por sus resultados prácticos, sino porque fortalecían la idea de que los proletarios podrían muy bien pasar de los capitalistas. Por eso fue por lo que insistieron en los límites, en los riesgos constantes de que cayeran más o menos directamente bajo el control de la burguesía. Su preocupación era evitar que las cooperativas desviaran a los obreros de la perspectiva revolucionaria, de la necesidad de la toma del poder sobre el conjunto de la sociedad. Esa resolución estipula:

“a) Reconocemos el movimiento cooperativo como una de las fuerzas transformadoras de la sociedad actual, basada en el antagonismo de las clases. Su gran mérito es mostrar en la práctica que el sistema actual de subordinación del trabajo al capital, despótico y pauperizador, puede ser sustituido por el sistema republicano de la asociación de productores libres e iguales.

b) Pero el sistema cooperativo se limita a unas formas minúsculas surgidas de unos esfuerzos individuales de los esclavos asalariados y es impotente para transformar por sí mismo la sociedad capitalista. Para convertir la producción social en un sistema de trabajo cooperativo amplio y armonioso, son indispensables los cambios generales. Estos cambios no se obtendrán nunca sin el empleo de las fuerzas organizadas de la sociedad. O sea, el poder de Estado, arrancado de las manos de los capitalistas y de los grandes propietarios, debe ser manejado por los productores mismos” ([13]).

Tú citas, por cierto, la primera parte de ese pasaje, pero no la segunda, y eso que es ésta la que de verdad pone las cosas en su sitio y refleja con mucha más fidelidad el pensamiento de Marx. Sabemos que en la Iª Internacional, Marx tenía que componérselas con toda una serie de esuelas socialistas confusas a las que esperaba hacer progresar. A medida que iba tomando conciencia de sí mismo, el movimiento obrero acabaría quitándose de encima las “recetas doctrinarias” y en ello Marx contribuyó activamente. Las asociaciones cooperativas pertenecían a esos “doctrinarios” que pretendían, con sus propuestas, soslayar la lucha de clases, la protección de los obreros, la lucha sindical e incluso la demolición de la sociedad capitalista. Para Marx, era indispensable que la clase obrera se alzara hasta la comprensión teórica de lo que debía realizar en la práctica. Por eso, la expresión: “un amplio y armonioso sistema de trabajo cooperativo” designa para él, sin lugar a dudas, la sociedad comunista y no una federación de cooperativas obreras.

La primera parte de esa resolución significa para ti que la lucha por reformas no es contradictoria con el derrocamiento revolucionario del capitalismo, que le es complementaria. Pero esa complementariedad solo era posible en la época del capitalismo progresista, época durante la cual la burguesía podía todavía desempeñar un papel revolucionario respecto a los vestigios del feudalismo. Entonces, los obreros debían participar en las luchas parlamentarias y sindicales por el reconocimiento de los derechos democráticos, para imponer grandes reformas sociales y acelerar la aparición de las condiciones de la revolución comunista. Hoy, en cambio, vivimos en la época de la decadencia del capitalismo. Con el estallido de la Primera Guerra mundial, con la aparición de un nuevo período del capitalismo, el imperialismo, las reformas se han hecho imposibles. Sin ese método histórico propio del marxismo, se acaba olvidando la advertencia de Lenin en la Revolución proletaria y el renegado Kautsky:

“Uno de los métodos más arteros del oportunismo consiste en repetir una posición que fue válida en el pasado.”

Afirmas que, según Marx, “el socialismo nace en el seno de la sociedad burguesa vieja y moribunda” Si leemos el Manifiesto comunista, por ejemplo, no encontramos en ningún sitio semejante idea. Marx y Engels explican en él que la burguesía desarrolló nuevas relaciones de producción progresivamente en el seno del feudalismo y que su revolución política vino a coronar el dominio económico antes adquirido. Y muestran que el proceso es inverso para el proletariado:

“Todas las clases anteriores que conquistaban la hegemonía, trataban de asegurarse su posición existencial ya conquistada sometiendo a toda la sociedad a su modo de apropiación. Los proletarios sólo pueden conquistar las fuerzas productivas sociales aboliendo su propio modo de apropiación en vigencia hasta el presente, aboliendo con ello todo el modo de apropiación vigente hasta la fecha. Los proletarios no tienen nada propio que consolidar; sólo tienen que destruir todo cuanto hasta el presente, ha asegurado y garantizado la propiedad privada” (Manifiesto comunista, “Burgueses y proletarios”).

La revolución política del proletariado es la condición indispensable para que surjan nuevas relaciones de producción. Lo que nace en el seno de la sociedad burguesa son las condiciones del socialismo, y no el socialismo mismo.

Las leyes crueles de la competencia

Para apoyar tu argumentación, desarrollas la idea de que:

“Decadencia significa estancamiento económico, incremento de la delincuencia, de la miseria y del desempleo, un poder de Estado débil e inestable (un buen ejemplo fueron los imperios militares en la antigua Roma que solo se mantenían durante algunos meses), una lucha de clases tensa. Y lo principal que no habéis mencionado en vuestro libro la Decadencia del capitalismo, es la aparición de nuevas relaciones de clase en el seno de la antigua sociedad moribunda. En el Imperio romano eran los colonos, los esclavos en las explotaciones agrícolas, o sea siervos en su esencia. En el período de destrucción de la sociedad burguesa, son las empresas autogestionadas, más precisamente las cooperativas.”

Es cierto que en el capitalismo decadente, la sociedad burguesa está marcada por una gran inestabilidad. La burguesía tiene que encarar un debilitamiento económico sin precedentes, la crisis de sobreproducción causa enormes estragos a causa de la insuficiencia de mercados solventes a escala internacional, las rivalidades imperialistas se agudizan acabando en guerra mundial. Y, precisamente, la burguesía responde a esa situación fortaleciendo el Estado como así fue en la decadencia del Imperio romano y con la monarquía absoluta en la del feudalismo. Agravación de la competencia, necesidad de una sobreexplotación del proletariado, aparición de un desempleo masivo, un estado totalitario que extiende sus tentáculos por toda la sociedad civil (y no un “Estado débil e inestable”): esas son precisamente las razones que hacen imposible que sobrevivan las cooperativas obreras.

Estamos plenamente de acuerdo contigo cuando dices que fueron “los comunistas de Izquierda los que tenían razón sobre la cuestión [del capitalismo de Estado] y no Lenin.” Comprendieron intuitivamente que el capitalismo se estaba reforzando en Rusia incluso sin burguesía privada y que el poder de la clase obrera estaba en peligro. En efecto, a causa del aislamiento de la revolución, los Consejos obreros acabaron perdiendo el poder en beneficio de un Estado con el que acabó identificándose por completo el partido bolchevique. Pero no por ello estamos de acuerdo con los remedios propuestos por la Oposición obrera de Alejandra Kolontai. Exigir que la gestión de las empresas y el intercambio de productos pasen bajo control de los obreros de cada fábrica lo único que podría hacer era agravar el problema, hacerlo más complicado todavía. No sólo los obreros habrían obtenido un poder simbólico, sino que además habrían perdido su unidad de clase que tan magníficamente había realizado con el surgimiento de los Consejos obreros y la influencia de un auténtico partido de vanguardia en su seno, el partido bolchevique.

Tú crees, al contrario, que:

“Es mucho más fácil y cómodo para los obreros controlar la producción a nivel de las empresas. (...) después de Octubre del 17, la economía se gestionó de manera centralizada. Finalmente, el socialismo se degradó en capitalismo de Estado, a pesar de la voluntad de los bolcheviques. (...) Así pues, bajo el socialismo, los Consejos obreros no tendrán la función de gestionar la economía, no planificarán la producción ni repartirán los productos. Si se les da esas funciones a los Consejos obreros, el socialismo evolucionará inevitablemente hacia el capitalismo de Estado.”

Nosotros, en cambio, estamos convencidos que la centralización es fundamental para el poder obrero. Si al socialismo le quitas la centralización, lo único que se obtendrá son unas comunidades autónomas anarquistas y la consiguiente regresión de las fuerzas productivas. Lo que ocurrió en Rusia fue que una fuerza centralizada, el Estado, suplantó a otra fuerza centralizada, los Consejos obreros. ¿De dónde vino, por consiguiente, la burocracia primero y la nueva burguesía estalinista después? Su origen es el Estado y no los Consejos obreros, los cuales sufrieron un proceso de decaimiento. No fue la centralización la causa de la degeneración de la revolución rusa. Si los Consejos obreros se debilitaron hasta desaparecer, si los propios bolcheviques acabaron siendo absorbidos por el Estado, se debe todo eso al aislamiento de revolución. Las ametralladoras que siegan al proletariado alemán alcanzan, de rebote, a un proletariado ruso que, muy rápidamente, será un gigante herido, debilitado, exangüe. Nueva confirmación, trágica y gran lección de la revolución rusa: ¡el socialismo es imposible en un solo país!

Para concluir, volvamos a tu idea de la autogestión de las empresas bajo el capitalismo ([14]). En esas cooperativas, los obreros deciden colectivamente el reparto de la ganancia. El salariado ya no existe, «los obreros reciben el valor de uso y no el valor de cambio de su fuerza de trabajo.» Nos parece, primero, que hay ahí una confusión entre «valor de cambio» y «valor de uso»: éste expresa la utilidad de lo producido, el uso que de ello puede hacerse. Y lo específico y fundamental del proceso de producción realizado por el proletariado moderno, comparado con otras épocas de la historia, es precisamente que los valores de uso que produce sólo la sociedad entera puede apropiárselos: contrariamente a los zapatos (por poner un ejemplo) producidos por el zapatero, los cientos de millones de microchips electrónicos producidos por los obreros de Intel o AMD no tienen ningún valor de uso “en sí”; su valor de uso sólo existe como componente de otras máquinas producidas por otros obreros en otras fábricas y que a su vez entran en la cadena de producción de otras fábricas... Y eso es cierto incluso para los “zapateros” contemporáneos: los obreros de Jinjiang en China producen 700 millones de pares por año: ¡trabajo cuesta imaginarse que podrían calzarlos todos! También cuesta imaginarse que tal o cual factoría autogestionada pague a sus obreros con máquinas cosechadoras, indivisibles por definición y otra pagara con bolígrafos.

Pero bueno, admitamos que, como dices tú, los obreros reciben lo equivalente tanto del capital variable como de la plusvalía producida. No podrán sin embargo consumir íntegramente los beneficios de la empresa, sino sólo una parte relativamente pequeña, pues el resto debe transformarse en nuevos medios de producción. En efecto, las leyes de la competencia (puesto que, evidentemente, seguimos estando en un contexto de competencia) son como son, de modo que toda empresa debe crecer y aumentar su productividad si no quiere perecer. Se acumula, por lo tanto, una parte de la ganancia y se transforma de nuevo en capital. Y obligatoriamente será una parte casi tan importante como la de una fábrica no autogestionada, si no, la empresa autogestionada no crecerá tan rápidamente como las demás y acabará también por decaer. Como mínimo, los precios de coste de la fábrica autogestionada deberán ser tan bajos como los del resto de la economía capitalista, pues si no, no encontrará compradores para sus productos. Lo cual quiere decir que inevitablemente los obreros de las fábricas autogestionadas deberán alinear sus sueldos y ritmos de trabajo con los empleados en empresas capitalistas: en una palabra, deberán autoexplotarse.

Es más, nos encontramos en las mismas condiciones de explotación que en cualquier otra empresa, puesto que la fuerza de trabajo sigue sometida, alienada, al trabajo muerto, al trabajo acumulado, al capital. Podrán recuperar, a lo más, esa fracción de la ganancia que en la empresa capitalista tradicional, sirve para el consumo personal del patrón o los dividendos de los accionistas. Los obreros, tan contentos por haber obtenido un suplemento de sueldo, pronto perderán sus ilusiones. Los jefes que habían elegido con la mayor confianza puesta en ellos, deberán pronto aprender a convencerlos de que devuelvan ese suplemento e incluso acepten reducciones de sueldo.

“Pero ni la transformación en sociedades por acciones ni la transformación en propiedad del Estado [ni la transformación en empresas autogestionadas, podríamos añadir] suprime la propiedad del capital sobre las fuerzas productivas”, dice Engels en Anti-Dühring. La transformación del estatuto jurídico de las empresas no cambia para nada su naturaleza capitalista, porque el capital no es una forma de propiedad, sino que es una relación social. Únicamente la revolución política del proletariado, al imponer una nueva orientación a la producción social, puede eliminar el capital. Pero no podrá realizar su destino yendo hacia atrás, hacia etapas anteriores a la socialización internacional alcanzada bajo el capitalismo. Muy al contrario, deberá dar término a esa socialización, rompiendo los marcos nacionales, de la empresa y la división del trabajo. La consigna del Manifiesto comunista tomará entonces todo su sentido: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”.

En espera de volver a leerte, recibe nuestros saludos fraternos y comunistas.

C.C.I., 22 de noviembre de 2005

 

[1]) GULAG son las siglas en ruso de la administración de los campos de concentración que el régimen estalinista había sembrado por toda la geografía de la URSS y, por extensión, los campos mismos.

[2]) Policía política y servicios de Seguridad del Estado en la extinta URSS.

[3]) Crítica al programa de Gotha. Glosas marginales en www.marx.org.

[4]) Karl Marx, Miseria de la filosofía. C. 1º: “Un descubrimiento científico”; 2ª parte: “El valor constituido o el valor sintético”

[5]) Karl Marx, Obra citada.

[6]) K. Marx, Prólogo a la primera edición alemana del primer tomo de el Capital (1867). www.marxists.org/español

[7]) Pierre-Joseph Proudhon, citado por Claude Harmel, Histoire de l’anarchie, Ed. Champ Libre, París, 1984. (trad. nuestra).

[8]) Marx, Crítica del Programa de Gotha. I.

[9]) Cap. V, “Génesis del Estado ateniense”. Biblioteca virtual Espartaco.

[10]) “L’expérience russe”, Internationalisme n° 10, mayo de 1946, reproducido en la Revista internacional n° 61, II-1990.

[11]) Révolution internationale n° 67, publicación de la CCI en Francia (11/1979).

[12]) Rosa Luxemburg, Reforma o revolución, 2ª parte, cap. 2: “Sindicatos, cooperativas y democracia política”.

[13]) Marx, Resoluciones del primer Congreso de la A.I.T. (reunido en Ginebra en septiembre de 1866), en Œuvres, Économie I, Éditions Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, París. Traducido del francés por nosotros.

[14]) Así dice tu carta:

La autogestión (en el sentido pleno del término), es cuando los obreros gestionan ellos mismos su empresa, repartiéndose incluso las ganancias. De hecho, la empresa se ha vuelto propiedad de los obreros.

Para mí, las empresas cooperativas tienen las características siguientes:

1) ausencia total de salariado,

2) elección de todos los responsables,

3) distribución de las ganancias por el colectivo de los trabajadores de la empresa.

En las empresas en las que no existe salariado, o sea, cuando los obreros reciben el valor de uso [el capital variable + la plusvalía] y no el valor de cambio de su fuerza de trabajo [le capital variable], la producción es diez veces más eficaz.

Los obreros fabrican productos, los venden en el mercado. Con lo que han ganado, pueden comprar lo equivalente de la misma cantidad de trabajo a otros obreros. Hay así una distribución realizada sobre la base de la cantidad de trabajo. Después, una parte del valor va a la renovación de los medios de producción, mientras que la otra va al consumo individual de los obreros.

Cuestiones teóricas: