La revolución proletaria

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La naturaleza específica de la revolución proletaria

La necesidad que empuja a los comunistas a luchar por la máxima claridad y coherencia con respecto a las tareas revolucionarias del proletariado se deriva de la naturaleza única de la revolución proletaria. Mientras que la revolución burguesa (Gran Bretaña, Francia, etc.) constituyó, fundamentalmente, la coronación política de la dominación económica burguesa sobre la sociedad que se había extendido paulatina y firmemente sobre los vestigios de la decadente sociedad feudal, el proletariado no detenta ningún poder económico dentro del capitalismo y, en el período de decadencia, ninguna organización permanente propia. Las únicas armas que puede utilizar son su conciencia de clase y su capacidad para organizar su propia actividad revolucionaria. Y una vez arrebatado el poder de manos de la burguesía, se abre ante ella la inmensa tarea de construir conscientemente un nuevo orden social.

La sociedad capitalista, como todas las sociedades de clases, creció independientemente de la voluntad de los hombres, a través de un lento proceso "inconsciente", regido por leyes y fuerzas que no estaban sujetas al control humano. Y la revolución burguesa simplemente asumió la tarea de expulsar las superestructuras feudales que impedían la generalización de estas leyes. Hoy, es la naturaleza misma de estas leyes, su carácter ciego, anárquico y mercantil, lo que amenaza con llevar a la ruina a la civilización humana. Pero a pesar del carácter aparentemente inmutable de estas leyes, ellas son, en última instancia, sólo la expresión de las relaciones sociales que los hombres han creado. La revolución proletaria significa un asalto sistemático a las relaciones sociales existentes ligadas a las leyes despiadadas del capital. Sólo puede ser un asalto consciente porque es precisamente el carácter inconsciente y descontrolado del capital lo que la revolución trata de destruir; y el sistema social que el proletariado construirá sobre las ruinas del capitalismo constituye la primera sociedad en la que el género humano ejercerá un control racional y consciente sobre las fuerzas productivas y sobre toda la actividad social humana.

Lo que obliga al proletariado a confrontar y destruir las relaciones sociales del capital -trabajo asalariado, producción generalizada de mercancías- es que éstas han entrado en conflicto abierto con las fuerzas productivas, ya sean las necesidades materiales del proletariado o las fuerzas productivas de la sociedad humana en su conjunto. La decadencia de las relaciones sociales que dominan al proletariado lo lleva a darse como primera tarea, en nuestro tiempo, la destrucción de estas relaciones y la instauración de otras nuevas. Por lo tanto, su tarea no consiste en reformar, reorganizar o gobernar el capital, sino en liquidarlo para siempre. La decadencia significa simplemente que las fuerzas productivas ya no pueden desarrollarse en interés de la humanidad mientras permanezcan bajo el yugo del capital, y que el verdadero desarrollo sólo puede tener lugar en las relaciones de producción comunistas.

El materialismo histórico no deja lugar a un modo de producción transitorio entre el capitalismo y el comunismo.

De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino, al contrario, de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de la que nació”. (Marx, Crítica del Programa de Gotha).

Estamos ante un período de transición en el que el comunismo emerge, en los violentos dolores del parto, de la sociedad capitalista, un comunismo en constante lucha contra los vestigios de la vieja sociedad, un comunismo que se esfuerza constantemente por desarrollar sus propios fundamentos, los fundamentos de una etapa más avanzada del comunismo, del reinado de la libertad, de la sociedad sin clases.

La guerra civil revolucionaria.

Pero el movimiento hacia la abolición de las clases es un movimiento dirigido conscientemente, y la conciencia que lo guía hacia su meta final pertenece a una sola clase comunista, el proletariado. El comunismo no es un simple impulso inconsciente cuyo fin es la negación de las relaciones de mercado, y que descubriría, por casualidad, que el Estado capitalista es su guardián, que debe ser destruido para alcanzar el comunismo. El comunismo es un movimiento del proletariado que establece un programa político; este programa reconoce claramente de antemano en el Estado burgués al defensor de las relaciones sociales capitalistas; este programa defiende sistemáticamente que la destrucción del poder político de la burguesía es un requisito previo para la transformación comunista. En esto, la revolución proletaria se desarrolla según un patrón contrario al de la revolución burguesa: la revolución social emprendida por el proletariado sólo puede despegar después de la conquista política del poder por la clase obrera. Dado que el capital es una relación global, la revolución comunista sólo puede desarrollarse a escala mundial. La naturaleza global del proletariado y de la burguesía hace que la toma del poder por parte de los trabajadores de un país lleve a una guerra civil mundial contra la burguesía. Hasta que ella sea victoriosa; hasta que el proletariado no haya conquistado el poder en todo el mundo, no podemos hablar realmente de un período de transición, mucho menos de una transformación comunista.

Durante el período de la guerra civil mundial, la producción, aun cuando esté bajo la dirección del proletariado, no es una producción centrada principalmente en las necesidades humanas, que será el sello distintivo de la producción comunista. Durante este período, la producción, como todo lo demás, está subordinada a las necesidades de la guerra civil, a la imperiosa necesidad de extender y afianzar la revolución internacional. Incluso si el proletariado puede eliminar muchas de las características formales de las relaciones capitalistas, mientras se arma y produce para la guerra civil, uno no podría llamar comunismo puro y simple a una economía orientada a la guerra. Mientras exista el capitalismo en alguna parte del mundo, sus leyes seguirán determinando el contenido real de las relaciones de producción en todas partes.

Incluso si el proletariado de un país se deshace de la forma de trabajo asalariado y comienza a racionar todo lo que produce, sin ningún tipo de intermediario monetario, el ritmo de producción y distribución en este bastión proletario sigue estando a merced de la dominación capital global, de la ley del valor global. Al menor reflujo del movimiento revolucionario, estas medidas serían rápidamente socavadas y comenzarían a regresar a las relaciones salariales capitalistas en toda su brutalidad, sin que los proletarios dejaran de ser parte de la clase explotada. Pretender que es posible crear islas de comunismo cuando la burguesía todavía tiene el poder a escala mundial es intentar mistificar a la clase obrera y desviarla de su tarea fundamental: la eliminación total del poder burgués.

Esto no significa, sin embargo, que, en su lucha por el poder político, el proletariado se abstenga de tomar medidas económicas cuyo objetivo sea socavar el poder del capital. Menos aún que el proletariado tiene que apoderarse de la economía capitalista y utilizarla para sus propios fines. Así como la Comuna de París demostró que el proletariado no puede tomar el control de la maquinaria estatal capitalista, la revolución rusa reveló que es imposible que la clase obrera se mantenga indefinidamente "a la cabeza" de una economía capitalista. En última instancia, esto significa que el proletariado debe emprender un proceso de destrucción del capital global si quiere conservar el poder en alguna parte, pero que este proceso comienza en el acto: la clase obrera debe ser consciente de que su lucha contra el capital tiene lugar en todos los niveles (aunque no sea uniforme) porque el capital es una relación social global.

Tan pronto como el proletariado haya tomado el poder en un lugar, se verá obligado a emprender el asalto a las relaciones capitalistas de producción, primero para luchar contra la organización global del capital, segundo para facilitar la dirección política de la zona que controla, tercero para sentar las bases de una transformación social mucho más desarrollada que seguirá a la guerra civil. La expropiación de la burguesía en un lugar producirá efectos profundamente desintegradores en todo el capital mundial si se lleva a cabo en un centro importante del capitalismo, y esto, en consecuencia, profundizará la lucha de clases mundial; el proletariado tendrá que utilizar todas las armas económicas que tiene a su disposición. Considerando la segunda razón (que no es menos importante), es imposible imaginar la unificación y la hegemonía del proletariado si no emprende un asalto radical a todas las divisiones y complejidades impuestas por la división capitalista del trabajo. El poder político de los trabajadores dependerá de su capacidad para simplificar y racionalizar el proceso de producción y distribución, y esta cuestión no es secundaria. Esta racionalización es imposible en una economía totalmente dominada por las relaciones de mercado. Uno de los principales motores que empuja al proletariado a producir valores de uso, y que ese método de producción se adapta mucho mejor a las tareas que tiene que afrontar durante la crisis revolucionaria -como el armamento general de los trabajadores, la urgencia de racionar los suministros, la dirección centralizada del aparato productivo, etc. Al final, mientras la revolución sea globalmente victoriosa, estas medidas rudimentarias de socialización pueden encontrar continuidad en la verdadera reorganización positiva de la producción, que tiene lugar después de la victoria, en la medida en que contribuyen a neutralizar y arruinar la dominación de las relaciones mercantiles, disminuyendo así las tareas "negativas" del proletariado durante el período de transición.

La profundidad de la extensión de estas medidas dependerá del equilibrio de fuerzas en una situación dada, pero se puede esperar que sean más extensas donde el capitalismo ya ha hecho posible avanzar en el proceso de socialización material. Entonces la colectivización de los medios de producción seguramente irá mucho más rápida en los sectores donde el proletariado está más concentrado -en las grandes fábricas, las minas, los muelles, etc. Así mismo, la socialización del consumo se dará mucho más fácilmente en áreas parcialmente socializadas: el transporte, la vivienda, el gas, la electricidad y otros sectores podrán operar gratuitamente casi de inmediato, sólo con sujeción a la totalidad de las reservas controladas por los trabajadores. La colectivización de estos servicios invadiría profundamente el sistema salarial. Al igual que con la distribución directa de artículos de consumo individuales, la abolición total de las formas monetarias, es difícil decir hasta dónde puede llegar este proceso mientras la revolución permanezca confinada a una región. Pero podemos decir que la forma salarial debe ser atacada al máximo, y no hay duda de que los trabajadores no estarán dispuestos a pagarse a sí mismos en salarios, una vez que hayan tomado el poder. Para ser más concretos, estamos a favor de las medidas que tienden a regular la producción y la distribución en términos sociales, colectivos (medidas como el racionamiento, y la obligación universal de trabajar como exigían los Consejos Obreros) más que por medidas que requieran el cálculo de cada contribución de la persona al trabajo social. El sistema de bonos en función del tiempo de trabajo tendería a dividir a los trabajadores capaces de trabajar de los que no lo están (situación que muy bien podría extenderse en un período de crisis revolucionaria mundial) y además podría crear una brecha entre los proletarios y otros estratos sociales, dificultando el proceso de integración social. Este sistema requeriría una enorme supervisión burocrática del trabajo de cada trabajador, y degeneraría mucho más fácilmente en salarios monetarios en un momento de reflujo de la revolución (estos retrocesos pueden darse tanto durante la guerra civil como durante el mismo período de transición).

Un sistema de racionamiento bajo el control de los Consejos Obreros se prestaría mucho más fácilmente a una regulación democrática de todos los recursos de un bastión proletario, y fomentaría sentimientos de solidaridad dentro de la clase. Pero no nos hagamos ilusiones: este sistema, como ningún otro, no puede representar una "garantía" contra el retorno a la esclavitud asalariada en su forma más cruda. Básicamente, la sumisión al tiempo, a la escasez, a la presión de las relaciones mercantiles globales todavía existe: simplemente es apoyada por todo el bastión proletario como una especie de trabajo asalariado colectivo. Cualquier sistema temporal de distribución permanece expuesto a los peligros de la burocratización y la degeneración mientras existan las relaciones mercantiles, y las relaciones mercantiles (incluida la fuerza de trabajo como mercancía) no pueden desaparecer totalmente hasta que las clases hayan dejado de existir, porque la perpetuación de las clases significa la perpetuación del intercambio. De ninguna manera puede afirmarse que tal método de distribución, durante las primeras etapas de la revolución, o durante el mismo período de transición, sigue el principio de "a cada uno según sus necesidades", que no puede completarse sino en muy poco tiempo. etapa avanzada del comunismo.

El asalto a la forma del salario va de la mano con el asalto a la división capitalista del trabajo. Ante todo, las divisiones que el capital impone en las mismas filas del proletariado deben ser denunciadas y combatidas sin piedad. Las divisiones entre calificados y no calificados, hombres y mujeres, entre sectores proletarios, ocupados y desocupados, deben ser combatidas dentro de los órganos de masas de la clase, como única forma de cimentar la unidad de la combatividad obrera.

Asimismo, el proletariado, desde un principio, pone en marcha un proceso de integración a sus filas de las demás capas sociales, comenzando por las capas semiproletarias que habrán demostrado su capacidad para apoyar el movimiento revolucionario de los trabajadores. Podemos vislumbrar la integración rápida de ciertas capas que ya han demostrado su capacidad para luchar colectivamente contra su explotación, por ejemplo, grandes sectores de enfermeras y trabajadores de cuello blanco.

Pero debemos insistir en el hecho de que todas estas usurpaciones de las relaciones mercantiles y de la división capitalista del trabajo son, de hecho, sólo medios para llegar a una meta a la que deben estar estrictamente subordinadas: la extensión de la revolución mundial. Si bien no rehúye la tarea de atacar desde el principio las relaciones mercantiles, el proletariado debe ver qué ilusión y qué trampa encierra la idea de crear islas de comunismo en una u otra región. Aunque comienza a integrar en sus filas a las clases no explotadoras, el proletariado debe estar constantemente en guardia contra toda dilución en capas que no pueden, en su conjunto, compartir los objetivos comunistas de la clase obrera, y que pueden constituir una peligrosa quinta columna en sus filas ante los primeros signos de retroceso de la ola revolucionaria. La unificación de los trabajadores en todo el mundo debe tener prioridad sobre los intentos de comenzar a realizar la comunidad humana. Todos estos intentos de socialización son en realidad solo medidas para llenar vacíos, para responder a ciertas situaciones urgentes. Pueden ser parte del asalto a las relaciones de mercado, pero de ninguna manera representan la "abolición" de todas las categorías capitalistas. La superación real y positiva de estas relaciones de mercado sólo podrá hacerse después de la abolición mundial de la burguesía, después de la construcción de la dictadura del proletariado internacional. Es aquí donde el período de transición propiamente hablando comienza.

El período de transición

No podemos detenernos aquí en las tareas que el proletariado deberá realizar durante este período. Sólo podemos destacarlos brevemente para insistir en la inmensidad del proyecto proletario. Liberando a las fuerzas productivas de las cadenas del capital, liquidando el sistema de trabajo asalariado, las fronteras nacionales, el mercado mundial, el proletariado deberá establecer un sistema mundial de producción y distribución organizado con el único fin de satisfacer las necesidades humanas. Tendrá que encaminar el nuevo sistema productivo hacia la restauración y el renacimiento de un mundo asolado por décadas de decadencia capitalista y guerra civil revolucionaria. Alimentar y vestir a las áreas pobres del mundo, eliminar la contaminación y la producción innecesaria, reorganizar la infraestructura industrial global, combatir las innumerables alienaciones legadas por el capitalismo, que abundan tanto en el trabajo como en la vida social en su conjunto, eso son simplemente las primeras tareas. Estas son solo las condiciones necesarias para la construcción de una nueva civilización, una nueva cultura, una nueva humanidad cuyo esplendor difícilmente se puede imaginar de este lado del capitalismo, y que no se puede contemplar, principalmente, solo en términos negativos: la eliminación de la antagonismo entre economía y sociedad, entre trabajo y ocio, entre individuo y sociedad, entre hombre y naturaleza, etc. Y mientras el proletariado sienta las bases de esta nueva forma de vida, debe integrar progresivamente a toda la humanidad en sus filas, en el trabajo asociado, creando así la comunidad humana sin clases, no sin tener cuidado de no "abolirse a sí misma". demasiado rápido, sin asegurar que ya no exista la menor posibilidad de volver a la relación mercantil generalizada, y por lo tanto al capitalismo. El período de transición será el terreno de una lucha titánica por mantener un movimiento irreversible hacia la comunidad humana contra los restos de la vieja sociedad.

Aquellos que pintan el período de transición como una etapa sin problemas que el proletariado puede superar rápidamente, se están preparando para decepcionarse no solo a ellos mismos, sino a la clase en su conjunto. No sabemos cuánto durará este período. Lo que sí sabemos es que planteará problemas de una naturaleza y de una importancia sin precedentes en la historia de la humanidad, que la tarea que deberá realizar el proletariado es mayor que en cualquier otro tiempo, y pensar que esa tarea puede hacerse en un día es, en el mejor de los casos, una utopía y, en el peor, una mistificación reaccionaria. De lo que podemos estar seguros es que el período de transición no permitirá que el proletariado o la transformación social se estanquen.

Cualquier interrupción en la revolucionarización de la producción social significaría el peligro inmediato de un retorno al capitalismo y, por lo tanto, en última instancia, a la barbarie. En ningún momento el proletariado podrá dormirse en sus laureles y esperar a que el comunismo llegue por sí solo. O el proletariado lucha por un mayor grado de comunismo, en un constante estado de movimiento basado él mismo en la generalización de las relaciones comunistas, o bien se encuentra en la situación de una clase explotada, movilizada para alguna catástrofe final.

La forma que tomará la dictadura del proletariado.

Es obvio precisar que los revolucionarios no pueden definir de antemano las formas organizativas precisas que utilizará el proletariado para llevar a cabo la transformación comunista. Es imposible prever completamente los diversos problemas organizativos y prácticos que la clase obrera tendrá que enfrentar en todo el mundo, problemas que en última instancia solo serán resueltos por la clase misma en su lucha revolucionaria. La creatividad que manifestará la clase será ciertamente superior a sus manifestaciones anteriores, y superará todos los vaticinios que hoy puedan hacer los revolucionarios.

Sin embargo, los revolucionarios de ninguna manera pueden eludir la discusión de la cuestión de las formas y estructuras de la dictadura del proletariado. Hacerlo equivaldría a negar toda la experiencia de la clase revolucionaria en nuestro tiempo, una experiencia que ha permitido extraer ciertas lecciones que el proletariado no puede darse el lujo de ignorar. Olvidar estas lecciones, especialmente la de Rusia, es dejar la puerta abierta a la repetición de los errores del pasado. No es casualidad que la "izquierda" capitalista (estalinistas, trotskistas, etc.) es incapaz de analizar los errores del pasado o definir un programa claro para lo que ellos llaman "revolución". Detrás de esta ambigüedad, esta renuencia a “planificar en detalle”, se esconde una posición de clase que luego se opondrá a la actividad revolucionaria autónoma de la clase obrera. Estos izquierdistas "prácticos", "realistas", suelen ocultarse tras la frecuente reticencia de Marx a especular sobre las formas organizativas de la dictadura del proletariado. Pero esta resistencia fue un reflejo de su tiempo, de un tiempo donde aún no existían las condiciones materiales necesarias para la revolución comunista.

Cualquier predicción que Marx o Engels pudieran hacer sobre la forma de la dictadura del proletariado estaba determinada por la madurez de la clase, por la forma en que se presentaba como una fuerza capaz de tomar en sus propias manos la dirección de la sociedad. Pero en el período ascendente del capitalismo, cuando el proletariado todavía estaba restringido y sin forma, la posibilidad de tomar el poder era extremadamente limitada y el poder no podría haberse mantenido en este período de todos modos. Sin embargo, había suficientes experiencias de levantamientos proletarios para que Marx pudiera definir ciertos puntos esenciales sobre la naturaleza del poder proletario. Debido a que se basaron en el método del materialismo histórico, pudieron aprender de sus experiencias y reconsiderar ciertas concepciones fundamentales sobre la naturaleza de la toma del poder por parte de la clase obrera. Es así como la experiencia de la insurrección de 1848 y más aún de la Comuna de París de 1871, los llevó a abandonar la perspectiva elaborada en el Manifiesto Comunista, perspectiva según la cual el proletariado debía organizarse para apoderarse de la. máquina del Estado burgués. Después de esta experiencia, quedó claro que el proletariado solo podía destruir esta máquina y construir sus propios órganos de poder, los únicos que podían servir a los objetivos comunistas.

Al extraer esta lección, Marx y Engels perseguían la tarea comunista fundamental de apoyar el programa político proletario sobre la única base de las experiencias históricas de la clase, y ésta sigue siendo la única manera de desarrollar el programa comunista hoy. Pero hoy vivimos en una época de decadencia del capitalismo y por tanto de posibilidad de revolución social proletaria, y podemos y debemos sacar las consecuencias de la experiencia de la clase en nuestro tiempo, particularmente de la gran ola revolucionaria de 1917- 1923, especialmente con respecto a la tarea de elaborar los puntos de organización de este programa, que era imposible para Marx y Engels.

Engels describe la Comuna como la forma misma de la dictadura del proletariado. Marx lo llama "la forma política de la emancipación social del trabajo". Pero mientras la Comuna da lecciones que siguen siendo válidas (necesidad de destruir el Estado burgués, armar a los trabajadores, asegurar el control directo de los delegados, etc.), no puede ser considerada hoy como modelo de dictadura. La Comuna era la expresión de una joven clase obrera que no sólo no era una clase mundial, sino que incluso en los centros urbanos del capitalismo estaba fragmentada y aún no del todo diferenciada de otras clases urbanas como la pequeña burguesía. Este hecho se reflejó claramente en la Comuna. A pesar de su aspiración a una "república social universal", la Comuna no pudo expandirse a escala mundial. Los miembros de los órganos centrales de la Comuna eran tanto jacobinos como proudhonianos o comunistas, y su base electoral se limitaba a las murallas de París, según el sistema de sufragio universal: no había una representación claramente proletaria o industrial. Además, y sobre todo, la Comuna no podría haber emprendido una transformación socialista porque las fuerzas productivas no estaban suficientemente desarrolladas para poner en el orden del día tanto la posibilidad como la necesidad inmediata del comunismo. Al final del período ascendente del capitalismo, la extensión del capitalismo a nivel mundial, así como su concentración, ya habían hecho caer en desuso muchos hechos característicos de la Comuna. Sin embargo, ningún revolucionario de la década de 1890 y principios de 1900 pudo llegar a una visión clara de la posible superación de la Comuna, modelo de dictadura del proletariado, y las perspectivas que expresaron sobre el tema fueron necesariamente vagas.

Fue la experiencia concreta de la clase misma la que iba a dar una respuesta al problema. Así, en Rusia en 1905 y 1917, y a lo largo de la oleada revolucionaria que siguió en otros países, el Soviet o Consejo Obrero apareció como el órgano combativo de la lucha revolucionaria. Los Consejos, asambleas de delegados electos y revocables de los sectores industriales, fueron ante todo la expresión de la organización colectiva del proletariado unificado en su propio terreno de clase y aparecieron, así como una forma de poder proletario más desarrollada que la de la Comuna de París. Tan pronto como la unión mundial de consejos obreros apareció como el objetivo inmediato de la revolución proletaria, la consigna "todo el poder a los soviets" marcó una frontera de clase entre las organizaciones proletarias y las organizaciones burguesas. Ninguna organización proletaria podría ya rechazar el poder soviético como forma de dictadura del proletariado. Desde entonces, todos los movimientos insurreccionales de la clase, desde China en 1927 hasta Hungría en 1956, han tendido a expresarse en forma de organización en Consejos y, a pesar de toda la debilidad de estos movimientos, nada ha cambiado fundamentalmente en la lucha de clase que pudiera justificar que los Consejos no aparezcan en la próxima oleada revolucionaria como forma concreta de organización del proletariado.

Ahora somos asaltados por una multitud de modernistas e "innovadores" (Invariance, Negation, Communismen) que pretenden que los Consejos Obreros solo reproducen la división capitalista del trabajo y que, por lo tanto, no son instrumentos apropiados para una revolución comunista que definen como el derrocamiento inmediato de todas las categorías de la sociedad capitalista. El punto de vista de clase de estas tendencias delata el carácter no dialéctico y antimarxista de su concepción de la revolución. Para ellos, la clase obrera es sólo una fracción del capitalismo que sólo puede formar parte del "sujeto revolucionario" o del "movimiento comunista" negándose inmediatamente en una "humanidad" universal.

La visión marxista de la revolución, en cambio, sólo puede ser la del proletariado afirmándose como la única clase comunista antes de integrar a toda la humanidad al trabajo asociado, acabando así con su propia existencia como clase separada. Los Consejos Obreros son los instrumentos idóneos para la autoafirmación del proletariado frente al resto de la sociedad, tanto para el proceso de integración de los demás estratos sociales a las filas del proletariado, como para la creación de una comunidad humana. Sólo cuando se realice definitivamente esta comunidad, desaparecerán los Consejos Obreros. Conectados, de ciudad en ciudad en todo el mundo, los Consejos Obreros serán responsables de las tareas militares, económicas e ideológicas de la guerra civil y de dirigir la transformación económica en el período de transición. En este período, los Consejos ampliarán constantemente su base social a medida que integren más y más a la humanidad en las relaciones de producción comunistas.

Pero afirmar la necesidad de la forma de consejo de ninguna manera impide que los revolucionarios de hoy critiquen los movimientos precedentes de los consejos, o las tendencias políticas producidas o inspiradas por estos movimientos. Esta crítica es absolutamente indispensable si la clase obrera quiere evitar repetir los errores del pasado; y sólo puede basarse en las amargas lecciones que el proletariado ha sacado de sus luchas más combativas de la época.

Las lecciones más importantes se pueden resumir de esta manera.

1.- El poder político se ejerce a través de los propios consejos obreros y no a través de un partido.

En Rusia y en todas partes, en el pasado, se aceptaba que la dictadura del proletariado se ejercía por medio del partido comunista, constituyendo este último el "gobierno", una vez que tenía la mayoría en los soviets, como en los parlamentos burgueses. Además, los delegados de los soviets fueron elegidos de las listas de los partidos, y no de las asambleas de trabajadores donde serían elegidos y encomendados para llevar a cabo las decisiones (y a menudo los delegados no provenían de las fábricas, sino que eran representantes de los partidos o sindicatos). Este hecho en sí era una concesión directa a las formas burguesas de representación y parlamentarismo, y tendía a dejar el poder en manos de "expertos" en política, más que en la masa de trabajadores mismos; pero lo que es aún más grave es la idea de que el partido ejerce el poder y no la clase en su conjunto (una idea del movimiento obrero de la época); esta idea se convirtió en portador directo de la contrarrevolución y fue utilizada por el partido bolchevique en degeneración para justificar sus ataques contra el conjunto de la clase tras la quiebra de la ola revolucionaria. La identificación del poder del partido con la dictadura del proletariado revistió a los bolcheviques con un adorno ideológico que rápidamente sirvió de tapadera a la propia dictadura del capital. La experiencia rusa ha refutado definitivamente la vieja idea socialdemócrata de que es el partido el que representa y organiza a la clase.

En los soviets del futuro, las decisiones más importantes relativas a la dirección de la revolución deben discutirse y elaborarse plenamente en las asambleas generales masivas en las fábricas y otros lugares de trabajo, de modo que los delegados de los soviets sirvan esencialmente para centralizar y llevar a cabo las decisiones de estas asambleas. Estos delegados serán a menudo miembros del partido o de otras fracciones, pero serán elegidos en tanto que trabajadores y no como representantes de ningún partido. Puede ser que en algún momento la mayoría de los delegados sean miembros del Partido Comunista, pero esto en sí mismo no es peligroso, mientras el proletariado en su conjunto participe activamente en sus órganos unitarios de clase y los controle. En última instancia, esto sólo puede garantizarse mediante la radicalización y la energía de los propios trabajadores, mediante el éxito de la transformación revolucionaria en sus manos; pero habrá que tomar ciertas medidas formales para protegerse del peligro de que se forme una élite burocrática en torno al partido o a cualquier organismo.

Entre estas medidas, la revocabilidad constante de los delegados, la rotación de tareas administrativas, la igualdad de acceso de los delegados y cualquier otro trabajador a los valores de uso, y en particular, la separación completa del partido de las funciones "estatales" de los consejos. Así, por ejemplo, son los consejos obreros los que controlan las armas y se encargan de la represión de los elementos contrarrevolucionarios, y no una parte o comisión particular del partido.

El futuro partido comunista no tendrá más armas que su propia claridad teórica y su compromiso político con el programa comunista. No puede buscar el poder por sí mismo, sino que debe luchar dentro de la clase por la aplicación del programa comunista. En ningún caso puede obligar a la clase en su conjunto a poner en práctica este programa, como tampoco lo puede poner en práctica él mismo, porque el comunismo es creado sólo por la actividad consciente de la clase en su conjunto. El partido sólo puede tratar de convencer a la clase en su conjunto de la justeza de sus análisis a través del proceso de discusión y educación activa que se lleva a cabo en las asambleas y consejos de clase, y denunciará sin piedad cualquier tendencia autoproclamada revolucionaria que quiera a asumir la tarea de organizar la clase y sustituir al sujeto revolucionario.

2.- Los consejos no son órganos de autogestión

Cualquiera que sea la situación revolucionaria futura, tendremos a los herederos de la contrarrevolución rusa, trotskistas, estalinistas y otros para reclamar la subordinación de los consejos obreros a un partido-estado todopoderoso que oriente y eduque a la masa amorfa de trabajadores y centralizar el capital en sus manos. Los comunistas tendrán que permanecer dentro de su clase y luchar contra estos puntos de vista con uñas y dientes. Pero la amarga experiencia del capitalismo de Estado del proletariado en Rusia y en otros lugares, y su experiencia de la naturaleza reaccionaria de las nacionalizaciones en general, bien puede hacer que la clase sea mucho más reacia a los llamamientos a la nacionalización de lo que fue en los momentos revolucionarios del pasado. Pero no hay duda de que la burguesía encontrará otros gritos de guerra para tratar de vincular a los trabajadores al Estado burgués y a las relaciones de producción capitalistas; una de las más perniciosas podría ser la consigna de "autogestión obrera"; puede encontrar un eco en las mistificaciones corporativistas localistas y sindicalistas que existen en la clase. Experiencias pasadas han proporcionado muchos ejemplos de esto. En Italia, en Alemania, durante la primera gran oleada revolucionaria, hubo una fuerte tendencia entre los trabajadores a simplemente encerrarse en sus fábricas y tratar de administrar "su fábrica" sobre una base corporativista, para traer de vuelta la organización de consejos a nivel de cada fábrica en lugar de crear órganos específicamente destinados a la reagrupación y centralización de los esfuerzos revolucionarios de todos los trabajadores.

Hoy ya se presenta la idea de la autogestión como último recurso ante la crisis del capitalismo y son muchas las fracciones de izquierda del capital desde los socialdemócratas hasta los trotskistas y varios libertarios que abogan por “consejos obreros” emasculados. La ventaja de tal consigna para la burguesía es que sirve para llevar al proletariado a participar activamente en su propia explotación y aplastamiento sin cuestionar el poder del Estado capitalista, ni las relaciones mercantiles de producción. Así fue como la república burguesa española pudo recuperar muchos casos de autogestión y ponerlos al servicio de su esfuerzo bélico contra su rival capitalista, la facción franquista[1].

El aislamiento de los trabajadores en los "consejos" integrados por simples unidades productivas sólo mantiene las divisiones impuestas por el capitalismo y conduce a la derrota segura de la clase (Ver Cardan: Sobre el contenido del socialismo y los consejos obreros y las bases económicas de la autogestión de la sociedad, como modelo perfecto de derrota).

Tales métodos de organización desvían a los trabajadores de su objetivo principal de destruir el Estado capitalista, y permiten así al Estado relanzar su ofensiva contra una clase obrera fragmentada. Sirven así para perpetuar la ilusión de las "empresas autónomas" y del socialismo consistente en el libre intercambio entre colectivos de trabajadores, mientras que la verdadera socialización de la producción exige la abolición de las empresas autónomas como tales y el sometimiento de todo el aparato productivo a la dirección consciente de la sociedad, sin la intermediación del intercambio[2].

Desde el momento en que la clase obrera comienza a tomar el aparato productivo (y la toma de las fábricas debe ser vista como un momento de insurrección), comienza a emprender la lucha para someter la producción a las necesidades humanas. Esto implica no sólo la producción de valores de uso, sino también profundas transformaciones en la organización del trabajo, de modo que la propia actividad productiva tienda a convertirse en parte del consumo en el sentido más amplio. Habrá que tomar inmediatamente algunas medidas en este sentido, como la reducción de la jornada laboral (según las necesidades de la revolución), la rotación de las tareas y la eliminación de las relaciones jerárquicas dentro de la fábrica mediante la participación igualitaria de todos los trabajadores calificados y no calificados, manuales y técnicos, hombres y mujeres, en las asambleas y comités de la fábrica. Pero la mistificación de la autogestión no se limita a la idea de unidades de producción "autónomas". Puede extenderse al ámbito nacional, si se imagina a los consejos de trabajadores planificando conjuntamente la acumulación "democrática" del capital nacional. También puede asociarse con el ideal de un bastión "comunista" autosuficiente que intentaría abolir formalmente el trabajo asalariado y el comercio en un solo país, una ilusión en la que se entretenían muchos comunistas de consejo en los años 20 y 30, y que reaparece de nuevo en diversas formas en las ideas de los "innovadores" del marxismo que llaman a la creación inmediata de la "comunidad humana". Todas estas ideologías están vinculadas por un rechazo común a la necesidad de que el proletariado destruya el Estado burgués a escala mundial antes de poder emprender una verdadera socialización. Contra todas estas confusiones hay que afirmar que los Consejos Obreros son ante todo órganos de poder político que deben servir para unificar a los trabajadores no sólo para la administración de la economía sino para la conquista del poder a escala mundial.

3. Los consejos obreros no son un fin en sí mismo

La conquista internacional del poder por la clase obrera es sólo el comienzo de la revolución social: En el período de transición, los consejos obreros son los medios empleados por el proletariado para llevar a cabo la transformación comunista de la sociedad. Si los consejos obreros se convierten en un fin en sí mismos, esto simplemente significa que el proceso de revolución social se ha detenido y que estamos asistiendo al comienzo de un retorno al capitalismo. Si bien los Consejos Obreros son los instrumentos positivos de la abolición de la esclavitud asalariada y de la producción de mercancías, pueden convertirse en el sobre vacío en el que se asiente una nueva burguesía para explotar a la clase obrera.

No puede haber garantía, ni en el período de transición ni en el período mismo de la insurrección revolucionaria, de la continuidad del proceso revolucionario hasta el triunfo del comunismo. La mejor voluntad de las minorías revolucionarias no puede bastar para impedir la degeneración de la revolución que depende de un cambio material en el equilibrio de poder entre las clases. Entre el momento en que los Consejos son revolucionarios y el momento en que se han convertido definitivamente en apéndices del capital, hay un equilibrio inestable en el que todavía es posible reformar los Consejos desde dentro: pero esta es sólo una posibilidad relativamente limitada. Si este intento fracasa, los revolucionarios deben abandonar los Consejos y llamar a la formación de nuevos Consejos en oposición a los antiguos, en otras palabras, a una segunda revolución[3]. En este sentido, tenemos el ejemplo de las pequeñas facciones comunistas en Rusia que se negaron a colaborar con los Soviets muertos de los primeros años de la década de los 20, y llamaron al derrocamiento del Estado "bolchevique" (ver Grupo Obrero de Miasnikov en 23) - o la de la izquierda alemana que abandonó las organizaciones reformistas de fábrica frente a las sórdidas maquinaciones del KPD y los partidos socialdemócratas.

La cuestión del Estado

El problema del estado en el período de transición y sus relaciones con el proletariado es tan complejo que debemos tratar esta cuestión por separado, aunque está muy relacionada con las lecciones extraídas de revoluciones anteriores, sobre la forma de la dictadura del proletariado y el papel de los Consejos Obreros.

Mientras existan las clases, no podemos hablar de la abolición del Estado. El Estado sigue existiendo durante el período de transición, porque aún existen clases cuyos intereses directos no pueden conciliarse: por un lado el proletariado comunista, por otro las demás clases, vestigios del capitalismo, que no pueden tener ningún interés material en el comunización de la sociedad (campesinos, pequeña burguesía urbana, profesiones liberales) como escribe Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado: "El Estado no es en modo alguno un poder impuesto a la sociedad desde fuera... Es un producto de la sociedad en un cierto nivel de desarrollo es un reconocimiento de que la sociedad ha entrado en contradicciones insolubles, que "es prisionera de antagonismos incompatibles, que es incapaz de resolver. Pero para que estos antagonismos, estas clases en conflicto con los intereses económicos, no se consuman a sí mismos y con ellos a toda la sociedad en una lucha estéril, surge la necesidad de un poder aparentemente por encima de la sociedad para moderar el conflicto, para mantenerlo dentro de los límites del "orden"; y este poder, que surge de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella, y así tiende constantemente a preservarse, es el Estado.

Es importante no reducir el fenómeno del Estado a una simple conspiración de la clase dominante para retener el poder. El Estado nunca ha actuado por voluntad exclusiva de una clase dominante, sino que ha sido la emanación de la sociedad de clases en general, y por este hecho se ha convertido en el instrumento de la clase dominante.

El Estado surge de la necesidad de contener los antagonismos de clase, pero al mismo tiempo que surge en medio del conflicto entre estas clases, la regla es que debe ser el Estado de la clase más poderosa, de la clase que domina económicamente y que, por mediación del Estado, asegura la dominación política" (ibid.).

En el período de transición comunista, inevitablemente surgirá el Estado, para evitar que los antagonismos de clase destrocen esta sociedad híbrida. El proletariado, como clase dominante, utilizará el Estado para mantener su poder y defender los logros de la transformación comunista que está consiguiendo. Lo cierto es que este Estado será diferente de todos los Estados del pasado. Por primera vez, la nueva clase dominante no "hereda" la vieja maquinaria estatal para utilizarla para sus propios fines, sino que derroca, destruye, aniquila el Estado burgués y construye sistemáticamente sus propios órganos de poder. Y esto porque el proletariado es la primera clase explotada de la historia en ser revolucionaria y no puede ser una clase explotadora. Así, no utiliza el Estado para explotar a las otras clases, sino para defender una transformación social que destruirá para siempre la explotación, que abolirá todos los antagonismos sociales y conducirá así a la desaparición del Estado. El proletariado no puede ser una clase económicamente dominante. Su dominación sólo puede ser política.

En los escritos de Marx, Engels, Lenin y muchos otros, se encuentra a menudo la idea de que en el período de transición "el Estado no puede ser otra cosa que la dictadura revolucionaria del proletariado, que el Estado es el proletariado armado" organizado como clase dominante", y que este Estado "proletario" ya no es un Estado en el sentido antiguo de la palabra. Pero un análisis más profundo de la naturaleza del Estado, basado en las críticas al Estado de Marx y Engels, y sobre la experiencia histórica de la clase, lleva a la conclusión de que el Estado de la revolución es otra cosa que el proletariado armado, que el proletariado y el Estado no son idénticos.

Veamos las principales razones que nos permiten afirmar esto.

1.- En el mismo período insurreccional, el período de la guerra civil revolucionaria, las perspectivas elaboradas por Marx, Engels y Lenin, pueden conservar cierto valor. En esta fase, la tarea principal de la clase obrera, de la dictadura del proletariado que se expresa en los Consejos Obreros, es precisamente una función "estatal": la eliminación violenta del enemigo de clase, la burguesía. Al comienzo de la insurrección, cuando la masa de los trabajadores toma las armas y el asalto revolucionario contra la burguesía está en su apogeo, los delegados de los Consejos Obreros funcionan sólo como instrumento de la voluntad de clase. Hay entonces poco o ningún conflicto entre las asambleas de base de los trabajadores y los cuerpos centrales que ellos eligen. Entonces es fácil identificar el proletariado armado y el Estado. Pero incluso en esta fase, es peligroso hacer una identificación así. Si la oleada revolucionaria encuentra serios obstáculos o entorpece la acción de los delegados obreros encargados de tratar con el mundo exterior, (ya sean los campesinos quienes proveen los alimentos o los Estados capitalistas dispuestos a intercambiar con el poder obrero)[4], será necesario recurrir a ciertos compromisos como pedir a los trabajadores que trabajen más o reducir su ración. Los delegados comenzarán entonces a aparecer como agentes externos a los trabajadores, como funcionarios del Estado en el sentido antiguo de la palabra, como elementos situados por encima de los trabajadores y contra ellos.

En esta etapa, los delegados de los trabajadores y los organismos centrales están a medio camino entre ser los negociadores entre los trabajadores y el capital mundial, y convertirse definitivamente en los agentes del capital mundial y en consecuencia de la contrarrevolución capitalista dentro del bastión proletario, como fue el caso con los bolcheviques en Rusia. El equilibrio entre los dos es inestable. Lo único que puede inclinar la balanza a favor de los trabajadores es una mayor extensión de la revolución mundial, ofreciendo un nuevo espacio a los trabajadores rodeados de capital y al sector socializado que han creado.

La instauración de medidas formales no es suficiente para evitar que se produzca esta degeneración, ya que es la consecuencia directa de las presiones del mercado mundial. Pero de todos modos es esencial que los trabajadores estén preparados para tal eventualidad, de modo que puedan hacer todo lo que esté a su alcance para combatirla. Por eso es importante que el proletariado no se identifique con el Estado, ni siquiera con el aparato que pone en marcha para mediar entre las clases no explotadoras y el bastión proletario, ni con los órganos centrales encargados de las relaciones con el exterior, o a cualquier otra institución, porque siempre existe la posibilidad de que una institución, aunque sea creada por la clase obrera, se integre al capital, mientras que la clase obrera misma no puede nunca ser integrada, nunca puede convertirse en contrarrevolucionaria .

Identificar al proletariado con el Estado, como hicieron los bolcheviques, conduce en un momento de reflujo, a la situación desastrosa en la que el Estado, como "encarnación" de la clase obrera, puede hacer cualquier cosa para mantener su poder, mientras que la clase obrera como un todo permanece indefenso. Así fue como Trotsky declaró que los trabajadores no tenían derecho a la huelga contra "su" propio Estado, y que la masacre del levantamiento de Kronstadt podía estar justificada ya que cualquier rebelión contra el "Estado obrero" sólo podía ser contrarrevolucionaria. Es cierto que estos hechos no se debieron únicamente a la identificación de la clase obrera con el Estado, sino también al retroceso material de la revolución mundial. Sin embargo, esta mistificación ideológica sirvió para desarmar a los trabajadores ante la degeneración de la revolución. En el futuro, la autonomía y la iniciativa de la clase obrera frente a los órganos centrales deberán ser aseguradas y reforzadas con medidas positivas, tales como la renuncia a todos los métodos violentos dentro del proletariado, otorgando el derecho de huelga a los trabajadores, a las asambleas de base la posesión de sus propios medios de comunicación y propaganda (prensa, etc.), y sobre todo la posesión de armas por parte de los trabajadores, en las fábricas y en los barrios, para que puedan resistir cualquier incursión de la burocracia, si es necesario.

No invocamos estas medidas de precaución por falta de confianza en la capacidad del proletariado para extender la lucha y socializar la producción, únicas garantías contra la degeneración, sino porque el proletariado debe estar preparado para cualquier eventualidad y no exponerse a las decepciones de falsas promesas como "todo estará bien". La revolución tendrá pocas posibilidades de resistir los obstáculos si el proletariado no está preparado para enfrentarlos.

2.- Contrariamente a ciertas predicciones de Marx, la revolución socialista no ocurrirá en un mundo donde la gran mayoría de la población sea proletaria. Si este fuera el caso, quizás uno podría imaginar que el Estado desaparecería casi inmediatamente después de la destrucción de la burguesía. Pero una de las principales consecuencias de la decadencia del capitalismo es que no ha podido integrar directamente a la mayoría de la humanidad en las relaciones sociales capitalistas, aunque la haya sometido enteramente a las leyes tiránicas del capital.

El proletariado es sólo una minoría de la población a escala mundial. El problema que plantea este hecho a la revolución proletaria no puede desaparecer por la magia de las invocaciones de los situacionistas u otros “modernistas”, que incluyen en el proletariado a todos aquellos que se sienten “alienados”, o sin control sobre sus vidas. Hay razones materiales que hacen del proletariado la única clase comunista: su naturaleza de asociados a nivel mundial, su lugar en el centro de la producción capitalista, la conciencia histórica que le viene de la lucha de clases. Es el hecho de que las demás capas o clases no tengan estas características lo que hace necesaria la dictadura del proletariado, y la afirmación que hace de sus fines comunistas, frente a todas las demás capas de la sociedad. En el proceso mismo de conquista del poder, el proletariado se encontrará confrontado con una enorme masa de estratos no proletarios, no burgueses, que pueden tener un papel que desempeñar en la lucha contra la burguesía, que posiblemente apoyen al proletariado, pero no puede, como clase, tener ningún interés en el comunismo.

Querer prescindir del período de transición, integrando inmediatamente a todos los demás estratos en el proletariado, es una idea que es una fantasía desesperada o un intento consciente de socavar la autonomía de la clase. La tarea es tan enorme que no se puede realizar en un día, ni siquiera dando un golpe. Y cualquier intento en esta dirección no terminaría en la disolución de las otras clases en el proletariado, sino en la disolución del proletariado en el "pueblo" místico del radicalismo burgués. Tales intentos diluirían la fuerza del proletariado haciendo imposible cualquier autonomía de acción. La primera condición de esta autonomía es que la integración se realice en términos proletarios, y esté sujeta a la extensión de la revolución mundial.

Asimismo, querer dar a estas capas una representación igualitaria en los Consejos Obreros, sin haberlas disuelto como capas, es decir, sin haberlas transformado en trabajadores, debilitaría definitivamente la autonomía de la clase obrera. A lo sumo, el proletariado puede permitir que estas capas o clases se sienten en órganos de poder paralelos, análogos a los Consejos Obreros.

Al mismo tiempo, la clase obrera no puede contentarse con actuar mediante la represión contra estas clases y privarlas de todos los medios de expresión. El ejemplo de Rusia, donde el proletariado se vio obligado durante todo el período del "comunismo de guerra" a una guerra civil contra el campesinado, atestigua elocuentemente la imposibilidad para el proletariado de imponer su voluntad al resto de la sociedad por la sola fuerza armada. Tal proyecto representaría un terrible derroche de vidas y energías revolucionarias, y seguramente contribuiría al fracaso de la revolución. La única guerra civil que no se puede evitar es la que se debe librar contra la burguesía. La violencia contra otras clases sólo debe utilizarse como último recurso. Además, el proletariado, en la producción y distribución comunista, tendrá que contar no sólo con sus propias necesidades sino con las de toda la sociedad, lo que significa que serán necesarias instituciones sociales adaptadas a la expresión de las necesidades de todos.

Entonces el proletariado tendrá que permitir que el resto de la población (excluyendo a la burguesía) se organice y forme organismos que puedan representar sus necesidades ante los Consejos Obreros. Sin embargo, la clase obrera no permitirá que estos otros estratos se organicen específicamente como clases con intereses económicos especiales. Así como estos otros estratos sólo son llevados al trabajo asociado como INDIVIDUOS, el proletariado sólo les puede permitir expresarse como individuos dentro de la sociedad civil. Esto implica que los órganos representativos a través de los cuales se expresan, a diferencia de los Consejos obreros, se basan en unidades territoriales y formas de organización. Es decir, por ejemplo, en el campo, las asambleas de las aldeas pueden enviar delegados a los consejos de distrito rurales y regionales; y en los pueblos, las asambleas de vecinos podían enviar representantes a los cabildos comunales. Es importante señalar que los obreros (como representantes de los barrios obreros) estarán presentes dentro de estos órganos, y que habrá que tomar medidas para llevar a cabo la dominación proletaria, incluso dentro de estos órganos. Por lo tanto, los consejos obreros deben insistir en que los delegados de la clase obrera tengan el voto preponderante, que los distritos obreros tengan sus propias unidades de milicia y que sean los delegados comunales de la clase obrera los que lleven a cabo la mayor parte del enlace y la discusión con los consejos obreros.

La existencia misma de estos órganos en contacto regular con los consejos obreros crea constantemente formas estatales en el sentido entendido por Engels más arriba, cualquiera que sea el nombre que se dé a tal aparato. Por esta razón, el Estado en el período de transición está vinculado a los Consejos Obreros y al conjunto del proletariado armado, pero no es idéntico a ellos. Porque, como dice Engels, el Estado no es sólo un instrumento de violencia y represión, (función que esperemos se reduzca al mínimo tras la derrota de la burguesía); es también un instrumento de mediación entre las clases, un instrumento para contener la lucha de clases dentro de los límites necesarios para la supervivencia de la sociedad. Esto no implica en absoluto que el Estado pueda ser "neutral" o "estar por encima de las clases" (aunque a menudo pueda parecerlo). Las mediaciones y negociaciones llevadas a cabo bajo el control del Estado siempre se hacen en interés de la clase dominante, siempre sirven para perpetuar su dominación. El Estado en el período de transición debe ser utilizado como un instrumento de la clase obrera.

El proletariado no comparte el poder con ninguna otra capa o clase. Deberá apropiarse del monopolio del poder político y militar, lo que significa concretamente que los trabajadores deberán tener el monopolio de las armas, el poder de decisión supremo sobre todas las propuestas de cualquier órgano negociador, un máximo de representación en todos los cuerpos estatales, etc. El proletariado deberá mantener una vigilancia constante hacia este Estado para que este instrumento, que surgió de la necesidad de impedir la ruptura de la sociedad de transición, quede en manos de la clase obrera y no se convierta en el representante de los intereses de otras clases, el instrumento de otras clases contra el proletariado. Mientras existan las clases, mientras haya intercambio y división del trabajo social, el Estado se mantiene. Pero también, como cualquier otro Estado, tiende, en palabras de Engels, a "auto conservarse", a convertirse en un poder por encima de la sociedad, y por tanto por encima del proletariado.

La única manera que tiene el proletariado de evitar que esto suceda es comprometerse en un proceso continuo de transformación social, poner en marcha cada vez más medidas tendientes a socavar las bases materiales de las otras clases, integrarlas en las relaciones de producción comunistas. Pero antes de que ya no haya una clase, el proletariado sólo puede dominar los órganos que han surgido durante el período de transición comprendiendo claramente su naturaleza y su función. Usamos el término "Estado" para caracterizar este aparato destinado a servir como mediador entre las clases en el período de transición, en un contexto de dominación política del proletariado. La palabra en sí es de poca importancia. Lo importante es no confundir este aparato con los Consejos Obreros, organismos autónomos cuya función y esencia no son compromisos y negociaciones, sino revolución social permanente.

3.- Esto nos lleva a nuestro último punto. La naturaleza misma del estado es ser una fuerza conservadora, un legado de milenios de sociedad de clases. Su función misma es preservar las relaciones sociales existentes, mantener el equilibrio de fuerzas entre las clases, en una palabra, el statu quo. Pero, como dijimos, el proletariado no puede apegarse a un statu quo. Todo lo que no sea un movimiento hacia el comunismo es un retorno al capitalismo. Abandonado a sí mismo, el Estado no se "desvanecerá" por sí mismo, sino que, por el contrario, tenderá a conservarse, incluso a reforzar su dominio sobre la vida social. El Estado sólo desaparece si el proletariado es capaz de llevar más allá la transformación social, hasta la integración de todas las clases en la comunidad humana. El establecimiento de esta comunidad socava los fundamentos sociales del Estado: "el antagonismo irreductible de clases", una enfermedad social cuyo único remedio es la abolición de las clases.

Sólo el proletariado contiene en sí mismo las bases de las relaciones sociales comunistas, sólo el proletariado es capaz de emprender la transformación comunista. El Estado puede, en el mejor de los casos, ayudar a preservar los logros de esta transformación (y en el peor, entorpecerla), pero no puede, como Estado, hacerse cargo de esta transformación. Es el movimiento social de todo el proletariado que, a través de su propia actividad creadora, aniquila la dominación del fetichismo de la mercancía y construye nuevas relaciones entre los seres humanos.

El movimiento obrero, desde Marx y Engels hasta Lenin e incluso las Izquierdas Comunistas, ha estado marcado por la confusión de que el control estatal de los medios de producción tiene algo que ver con el comunismo, que estatización = socialización. Como escribe Engels en el Anti-Dühring:

"El proletariado toma el poder estatal y transforma en primer lugar los medios de producción en propiedad del Estado. Pero al hacerlo pone fin a su existencia como proletariado, a cualquier diferencia o antagonismo de clase. También pone fin al Estado en tanto que Estado”.

Marx y Engels pudieron establecer tales perspectivas, a pesar de sus análisis contradictorios (y profundos) sobre la imposibilidad para el proletariado de utilizar el Estado en aras de la libertad, porque vivían en un período de ascenso del capitalismo. En efecto, en este período dominado por la anarquía del capitalismo "privado", las crisis de sobreproducción dentro de las fronteras nacionales, la organización de la producción por el Estado, incluso un Estado nacional, podría aparecer como un modo de organización económica sumamente superior. Los fundadores del socialismo científico nunca escaparon por completo a la idea de una transformación socialista que podría tener lugar dentro de una economía nacional, o de una nacionalización que podría ser un "puente" al socialismo o incluso un equivalente a la socialización misma. Estas ilusiones y confusiones impregnaron la socialdemocracia y las tendencias comunistas que rompieron con ella después de 1914, y sólo fueron expulsadas del movimiento comunista por la experiencia rusa, la crisis de sobreproducción global del capital, la tendencia general hacia el estado capitalista apto para la decadencia. Pero las confusiones que quedan sobre la nacionalización que tendría "algo socialista" siguen siendo una mistificación que pesa como un peso muerto sobre la clase obrera, y debe ser combatida con energía por los comunistas.

Hoy, los revolucionarios pueden decir que la propiedad estatal sigue siendo propiedad privada mientras los productores sean desposeídos, que la estatalización de los medios de producción no pone fin ni al proletariado, ni a los antagonismos de clase, ni al Estado, y que las perspectivas de Engels no se han verificado. Ni la nacionalización, ni la estatalización por parte de un Estado, incluso de un Estado mundial, en el período de transición será un paso hacia la propiedad social que, en cierto sentido, equivale a la abolición de la propia propiedad. Al expropiar a la burguesía, el proletariado no instituye ninguna propiedad privada, ni siquiera "proletaria". No existe una "economía proletaria" en la que los medios de producción sean propiedad privada de los trabajadores únicamente. El proletariado, al tomar el poder, socializa la producción: esto significa que los medios de producción y distribución tienden a convertirse en "propiedad" de toda la sociedad. El proletariado es "dueño" de esta propiedad en el período de transición, en interés de la comunidad humana cuyos fundamentos sienta. No es una propiedad propia, porque por definición el proletariado es una clase sin propiedades. El proceso de socialización de la sociedad se logra a condición de que el proletariado integre la sociedad consigo mismo, haciéndose uno con la comunidad humana comunista, una humanidad social que nacerá a la vida por primera vez. Una vez más, el proletariado utilizará el Estado para regular la realización de este proceso, pero el proceso en sí no sólo tiene lugar independientemente del Estado, sino que participa activamente en la desaparición del Estado.

Los comunistas no somos "partidarios" del Estado. Tampoco la tildamos de encarnación del mal, como hacen los anarquistas. Al analizar los orígenes históricos del Estado, no hacemos más que reconocer la inevitabilidad de las formas de Estado que surgen en el período de transición y, al reconocerlo, ayudamos a la clase a prepararse para su misión histórica. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA SOCIEDAD SIN CLASES, Y ASÍ LIBERARSE PARA SIEMPRE DE LAS GARRAS DEL ESTADO.

WORLD REVOLUTION.

Notas complementarias sobre la cuestión del Estado.

Este texto expresa la visión de World Revolution, en su conjunto, pero no es un programa terminado ni una "solución" a los problemas del período de transición; la discusión sobre el período de transición debe permanecer abierta entre los revolucionarios, dentro de un marco que delimite las fronteras de clase. Sólo puede ser resuelto concretamente por la actividad revolucionaria de toda la clase. De ello se deduce que dentro de este marco pueden existir diferentes concepciones y definiciones del Estado en una tendencia revolucionaria coherente.

Las fronteras de clase en la cuestión del Estado son los siguientes:

1.- La necesidad de destruir completamente el Estado burgués a escala mundial.

2.- La necesidad de la dictadura del proletariado:

3.- El proletariado es la única clase revolucionaria,

4.- La autonomía del proletariado es una condición necesaria para la revolución comunista,

5.- El proletariado no comparte el poder con ninguna otra clase. Tiene el monopolio del poder político y militar.

6.- El poder es ejercido por todo el proletariado, organizado en Consejos y no por el partido.

7.- Toda relación de fuerza, toda violencia al interior del campo proletario debe de ser rechazada. La clase en su conjunto debe tener derecho a la huelga, derecho a portar armas, a tener plena libertad de expresión, etc.

8.- La dictadura del proletariado debe hacer efectivo el contenido social de la revolución: abolición del trabajo asalariado, producción mercantil, clases y construcción de la comunidad humana mundial.

 

[1] No hay que olvidar, sin embargo, el carácter burocrático y estatista de la mayor parte de la llamada colectivización llevada a cabo bajo los auspicios de la CNT anarquista, y la hostilidad de ésta hacia cualquier movimiento independiente por parte de la clase, como lo atestigua la colaboración de la CNT con la república cuando ésta llegó a pedir a los trabajadores por la fuerza de las armas la entrega de la Central Telefónica en 1937. De hecho, todos los intentos de los trabajadores de "gestionar" el capital terminan necesariamente en el despotismo normal de la producción capitalista sobre el conjunto de la sociedad y sobre cada fábrica. El llamado "capitalismo obrero" es imposible. Ver nuestro libro 1936: FRANCO Y LA REPUBLICA MASACRAN AL PROLETARIADO https://es.internationalism.org/cci/200602/539/espana-1936-franco-y-la-republica-masacran-al-proletariado; El mito de las colectividades anarquistas https://es.internationalism.org/cci/200602/755/3el-mito-de-las-colectividades-anarquistas y Correspondencia con «Nuevo Proyecto Histórico»: Sobre la autogestión https://es.internationalism.org/cci-online/200601/383/correspondencia-con-nuevo-proyecto-historico-sobre-la-autogestion

[2] Esto no significa que los trabajadores revolucionarios tendrán que tolerar a capataces o a regímenes despóticos dentro de la fábrica. A lo largo del proceso revolucionario, los comités de fábrica elegidos y responsables ante la asamblea general de fábrica estarán a cargo del funcionamiento cotidiano de la fábrica. Además, los planes generales de producción a que se referirán los comités de fábrica, serán decididos por los consejos obreros integrados por delegados y por tanto por la clase obrera en su conjunto

[4] No nos oponemos por principio a ningún comercio o compromiso entre el proletariado y otras clases no explotadoras durante la guerra civil, ni siquiera entre bastiones proletarios y sectores de la burguesía mundial, si es necesario. Pero debemos aclarar los siguientes puntos:

1) El proletariado debe saber distinguir entre los compromisos impuestos por una situación difícil, y aquellos que son una capitulación abierta perteneciente a la traición de clase. Debe ser consciente del peligro de cualquier compromiso y tomar medidas para contrarrestarlo. Cualquier intento de establecer o institucionalizar un intercambio permanente con la burguesía es una ruptura de los límites de clase, una traición a la guerra civil. Véase por ejemplo el tratado de Rapallo que firmaron los bolcheviques en 1922

2) En las zonas controladas por los Consejos Obreros, surge un Estado que tiene la tarea de servir de intermediario entre el proletariado y las demás clases explotadoras (cf. todos los Congresos Rusos de Consejos de obreros, campesinos, soldados, después del 17 Véase también a continuación). Pero el proletariado no puede utilizar este Estado como mediador con su irreductible enemigo de clase: la burguesía. Cualquier negociación táctica con actores burgueses fuera del bastión proletario es tarea directa de los consejos obreros únicamente, y debe ser estrictamente supervisada por la clase obrera en su conjunto y sus asambleas generales

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