La guerra 'antiterrorista' siembra el terror y la barbarie

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En la estela de la ofensiva victoriosa americana, que no ha suscitado la menor reacción hostil significativa entre los países árabes, y aprovechándose del debilitamiento causado a Arafat, acusado de tolerancia hacia el terrorismo palestino, Israel está poniendo brutalmente contra las cuerdas al líder de la OLP al mismo tiempo que provoca una nueva oleada de violencia en los territorios ocupados. A los actos de terrorismo ciego cometidos contra la población israelí, el ejército de Israel replica con una violencia tan ciega como aquélla y cuya víctima principal es la población de a pie, muy a menudo niños. Desde los acuerdos de Oslo, Estados Unidos no paró de criticar, incluso descalificar la política de "cuanto peor mejor" de los diferentes gobiernos israelíes, una política basada en sabotear la puesta en práctica del proceso de paz. Esto se debía a que Estados Unidos era perfectamente consciente de la necesidad de limitar a toda costa la agudización de las tensiones entre israelíes y palestinos, pues podían acabar cristalizando en la región la creciente reacción de hostilidad del mundo árabe contra Israel. Una situación así hubiera acabado por repercutir en la política de Estados Unidos, pues este país no podía en ningún caso abandonar Israel, que es su brazo armado en la región. Pero hubiera sido sobre todo una ocasión para algunos países europeos de jugar sus propias bazas mediante el apoyo que habrían aportado a tal o cual fracción nacional de la burguesía, en apoyo de esta o aquella solución diplomática, la que fuera con tal de ser diferente de la de Estados Unidos. Hoy la situación es muy otra a causa del enorme ascendiente que sobre el resto del mundo han ganado los Estados Unidos, una ventaja que este país llevará lo más lejos posible. Al asumir plenamente la brutalidad de la ofensiva israelí en los territorios ocupados, Estados Unidos hace todavía más patente la incapacidad actual de cualquier otro país, especialmente de los europeos, para convertirse en pivote de una alternativa a la política estadounidense en Oriente Medio. De todos modos, la situación actual, ni más ni menos que la "paz de Oslo", no significará en ningún caso estabilidad, sino que, al contrario, está acumulando las condiciones, sobre todo con el incremento de un profundo sentimiento de odio a Estados Unidos e Israel, para el estallido futuro de esas tensiones.
Estados Unidos ha logrado hoy marginalizar por completo en el ruedo mundial a las potencias europeas (Gran Bretaña, Alemania, Francia), principales rivales suyos, no dejándoles desempeñar el menor papel en el conflicto de Afganistán, si no es el de comparsas en la gestión de la situación dejada por la derrota de los talibanes. En efecto, las tropas de la ONU, mediante las cuales esas potencias pretendían instalarse en aquel país (como así fue en Kosovo), estarán claramente bajo el mando y control norteamericano, interviniendo únicamente como auxiliar del nuevo poder instalado en Kabul por Estados Unidos.

Todas las potencias de segunda o tercera fila, arrinconadas por ese éxito alcanzado por primera potencia mundial, no van a quedarse, sin embargo, de brazos cruzados. Al contrario, van a hacerlo todo y más, con los medios a su alcance, para poner zancadillas a la política estadounidense, explotando al máximo, entre otras cosas, las tensiones locales alimentadas por la presencia de Estados Unidos. Decir que esa nueva afirmación del orden mundial americano no arregla ninguna de las tensiones que pululan por el mundo queda confirmado en la reanudación de las hostilidades entre dos potencias nucleares, India y Pakistán. Desde el atentado terrorista perpetrado por un grupo islámico en el Parlamento indio el 13 de diciembre de 2001, la tensión no ha cesado entre esos dos países, a niveles nunca alcanzados hasta ahora (como, entre otros hechos, demuestra el que India haya evacuado la población fronteriza en Cachemira).

Por otra parte, el fragor y el humo de las bombas habrán podido durante algún tiempo ocultar la agravación dramática de la crisis económica, pero no por ello han cambiado su realidad. Hoy la recesión es oficial en Japón, se instala en Alemania y en Estados Unidos, mientras que en el resto de Europa el crecimiento se reduce aceleradamente en el momento mismo en que se estrena el euro. Muy significativo de la situación mundial ha sido el desmoronamiento brutal de la economía argentina, la cual, tras cuatro años de recesión, está literalmente en quiebra, con lo que todo eso significa para el proletariado: desempleo, miseria y, por vez primera desde la independencia, la aparición del espectro de la hambruna. Lo que hoy presenciamos en Argentina - un país que hace 40 años se jactaba de pertenecer al "selecto" club de los países "más desarrollados"- es revelador de la perspectiva que nos ofrece el capitalismo[1].

Argentina, por un lado, Afganistán por el otro nos muestran ambos las amenazas: hundimiento económico con sus consecuencias de desempleo, miseria y hambre (ver el artículo correspondiente en esta Revista) y estallido de la barbarie bélica con su cortejo de muertos, destrucción y bestialidad.

Al bárbaro baño de sangre de las Torres Gemelas, Estados Unidos ha respondido con una Cruzada "Antiterrorista" que está suponiendo nuevos y peores baños de sangre. Las primeras víctimas son los trabajadores, los campesinos, la población de Afganistán, que desde el 7 de octubre están recibiendo un terrible lote de bombas a la vez que los ejércitos locales libran feroces combates.

Muchas personas están muriendo o van a morir; están siendo aniquiladas viviendas, industrias, campos de labranza, hospitales, vías de comunicación; el hambre, las enfermedades, la rapiña están golpeando a la población; miles y miles de refugiados intentan cruzar las fronteras de los países vecinos siendo brutalmente tratados por todos: militares, salteadores de caminos, guardias fronterizos ...

Es una nueva hecatombe que se abate sobre miles y miles de seres humanos. Afganistán lleva ya 23 años de guerra. Ha sufrido la guerra de todas las formas del capitalismo: primero fue el capitalismo pretendidamente "socialista" de la antigua URSS; después el capitalismo "islámico" en sus diferentes versiones - los muyahidines, los talibán - y ahora, la del capitalismo "más capitalista" de todos, el de la primera potencia mundial. Es la barbarie infinita de un sistema que deja de lado la careta engañosa con la que pretende revestirse de dignidad, cultura, derechos, progreso, y muestra su verdadero rostro, el de un organismo agonizante que causa cada vez más guerras, destrucción, hambre... "Avergonzada, deshonrada, nadando en sangre, así vemos a la sociedad capitalista. No como la vemos siempre, desempeñando papeles de paz y rectitud, orden, filosofía, ética, sino como bestia vociferante, orgía de anarquía, vaho pestilente, devastadora de la cultura y la humanidad: así se nos aparece en toda su horrorosa crudeza" (Rosa Luxemburgo, La Crisis de la socialdemocracia, escrito en 1915 contra la Primera Guerra mundial).

Cada nación a la suya y el caos en todas partes

Estados Unidos ha dejado bien claro que su cruzada "antiterrorista" no se limitará a Afganistán. El secretario de defensa anuncia "10 años de guerra", mientras que Mr. Bush, en su charla radiofónica del sábado 24 de noviembre, afirma que "el hundimiento del régimen talibán es solo el principio. Ahora tenemos que dar los pasos más difíciles". También aclara que piensa invadir los países que haga falta con la excusa de que "Estados Unidos no esperará a que los terroristas intenten atacarnos otra vez. Donde sea que se oculten y donde sea que conspiren seremos nosotros quienes atacaremos", precisando que "el Ejército de Estados Unidos deberá actuar en distintas zonas del mundo".

¿Para qué estos planes de barbarie? ¿Son realmente una defensa contra el terrorismo? En el editorial del número anterior de la Revista internacional denunciamos la hipocresía de esa envoltura "antiterrorista". El terrorismo - que puede tomar diversas formas todas ellas ajenas al proletariado[2]- forma parte de la acción corriente de todos los Estados y constituye un arma de guerra cada vez más importante.

¿Es, simplemente, una operación de conquista de los yacimientos petrolíferos de Asia Central, como pretenden grupos del medio político proletario? No podemos desarrollar aquí el análisis que contiene el "Informe sobre los conflictos imperialistas" de nuestro XIV Congreso publicado en la Revista internacional nº107 donde afirmamos que "si en los comienzos del imperialismo y después en la decadencia del capitalismo, la guerra se concebía como medio para repartirse los mercados, en el estadio actual se ha convertido en un medio de imponerse como gran potencia, de hacerse respetar, de defender su rango frente a las otras, de salvar la nación. Las guerras no tienen una racionalidad económica, cuestan mucho más de lo que permiten ganar"[3]. El objetivo real de la cadena de operaciones bélicas que USA ha abierto en Afganistán es político-estratégico[4]. Es una respuesta al creciente desafío a su liderazgo mundial que se ha agudizado tras la guerra de Kosovo y que protagonizan, en primera línea, las potencias europeas - Alemania, Francia -, seguidas por toda clase de potencias regionales, locales e incluso Señores de la Guerra como el propio Bin Laden.

En el Editorial de la Revista anterior expusimos las premisas generales de nuestro análisis: la actual crisis guerrera es un exponente, no solo de la decadencia del capitalismo, que se extiende desde principios del siglo XX, sino de lo que hemos calificado como su fase terminal de descomposición que se puso claramente de manifiesto en 1989 con el hundimiento del antiguo bloque soviético. El rasgo más característico de esta fase última de la decadencia del capitalismo es el enorme desorden que reina tanto en las relaciones entre Estados como en la forma que toma la confrontación imperialista entre ellos. Cada Estado Nacional "barre para casa" sin aceptar la más mínima disciplina. Es lo que hemos caracterizado como cada nación a la suya que traduce, y a su vez agrava, un estado general de caos imperialista mundial, tal y como previmos hace más de 10 años con el hundimiento del antiguo bloque soviético: "el mundo aparece como una inmensa timba en la que cada uno va a jugar por su cuenta y para sí, en la que las alianzas entre Estados no tendrán ni mucho menos el carácter de estabilidad de los bloques, sino que estarán dictadas por las necesidades del momento. Un mundo de desorden asesino, de caos sanguinario" (Revista internacional nº 64: "Militarismo y Descomposición"[5]).

El capitalismo encierra desde sus primeros estadios una contradicción irresoluble entre el carácter de la producción que tiende a ser social y mundial y su modo de apropiación y organización que es necesariamente privado y nacional. En el genoma del capitalismo está inscrito el cisma, el enfrentamiento y la destrucción que nacen de esa contradicción. Esta tendencia era menos visible en el período ascendente del capitalismo pues lo que dominaba entonces era la dinámica hacia la formación del mercado mundial. Esta produjo una unificación objetiva pues sometió los territorios más significativos del planeta y el intercambio general en todo el mundo a las relaciones capitalistas de producción[6].

Con la decadencia del capitalismo, la guerra de todos los Estados entre sí, la batalla de cada imperialismo nacional para escapar de las contradicciones crecientes del régimen capitalista a costa de sus rivales adquiere una virulencia asesina. Fue la época que va desde 1914 y 1945 que provocó dos guerras mundiales. Sin embargo, en el período de la llamada "guerra fría" (1945-89) el "todos contra todos" pareció atenuarse al imponerse una férrea disciplina de bloques, basada en la supremacía militar, el chantaje estratégico y político y el soborno económico. Sin embargo, la desaparición de los bloques desde 1989 ha desatado la expresión de los intereses imperialistas nacionales en toda su furia caótica y destructora: "La fragmentación de las estructuras y la disciplina de los antiguos bloques imperialistas ha liberado las rivalidades entre naciones a una escala sin precedentes, provocando un combate cada vez más caótico, cada uno a la suya, desde las mayores potencias mundiales hasta los más pequeños señores de la guerra... Las guerras en la fase actual de descomposición del capitalismo no son menos imperialistas que las de fases precedentes de la decadencia, pero, en cambio, se han hecho más extensas, más incontrolables y más difíciles de detener, incluso temporalmente" ("Resolución sobre la situación internacional del XIV Congreso de la CCI" en Revista internacional nº 106). La fase de descomposición del capitalismo ha puesto claramente de manifiesto que "la realidad del capitalismo decadente, a pesar de los antagonismos imperialistas que lo hacen aparecer momentáneamente como dos unidades monolíticas enfrentadas, es la tendencia a la dislocación y la desintegración de sus componentes. La tendencia del capitalismo decadente es al cisma, el caos, de ahí la necesidad esencial del socialismo que quiere realizar el mundo como una unidad" (Internationalisme, Gauche Communiste de France, "Informe sobre la situación internacional", enero 1945[7]).

Los Estados Unidos son los grandes perdedores de esta situación. Sus intereses nacionales se identifican con el mantenimiento de un orden mundial construido en su propio beneficio. Frente a los designios imperialistas de sus grandes rivales (Alemania, Francia, Gran Bretaña etc.), frente a la contestación de numerosos Estados con ambiciones regionales e incluso de sus más fieles aliados (el caso de Israel que desde 1995 está saboteando cada vez más abiertamente la "Pax americana"), USA, como "Sheriff Mundial", se ve obligado a continuos y repetidos golpes de fuerza, auténticos puñetazos sobre la mesa, como vimos con la Guerra del Golfo o con Kosovo y ahora en Afganistán.
Pero la actual "cruzada antiterrorista", tiene objetivos mucho más ambiciosos. En el Golfo, USA se limitó a una apabullante demostración de fuerza destinada a meter en cintura a sus antiguos aliados. En Kosovo volvió a exhibir su inmenso poderío militar, aunque sus "aliados" le jugaron una mala pasada en los "planes de paz" agarrando cada cual su zona de influencia y frustrando sus planes. Ahora pretende por un lado marginar totalmente del teatro de guerra a los aliados infligiéndoles una patente humillación y, por otra parte, instalar sus posiciones militares de forma estable en una zona clave como es Asia Central.

En el primer plano, USA ha pedido una "colaboración" a sus "aliados" consistente en quedarse en el patio de butacas aplaudiendo las hazañas de los Rambos. El intento de Francia de enviar un contingente de soldados disfrazado de "ayuda humanitaria" ha sido bloqueado por USA en Termez en la frontera uzbeka. El "ofrecimiento" alemán de 3900 soldados ha sido despreciado. Gran Bretaña que al principio apareció como socio activo de la operación ha sufrido un bochornoso desplante. El intento de Blair de presentarse como "comandante en jefe" ha sido respondido con el bloqueo de 6000 soldados desde hace más de una semana. Esta marginación les ha supuesto a esos países un duro golpe a su rango en el escenario mundial.

El segundo objetivo es más importante. Por primera vez en toda su historia, los Estados Unidos se instalan, con vocación de quedarse, en Asia Central, no solo en Afganistán sino también en dos repúblicas exsoviéticas vecinas (Tayikistán y Uzbekistán). Esto supone una clara amenaza para China, Rusia, India e Irán. Sin embargo, su alcance es más profundo: constituye un paso para establecer un auténtico cerco - una nueva edición de la vieja política de "contención" que se empleó con Rusia - a las potencias europeas. Desde las altas montañas de Asia Central se controla estratégicamente Oriente Medio y el suministro de petróleo, clave para la economía y la acción militar de las naciones europeas.
Arropado por la "coalición antiterrorista" y marginados los "aliados" europeos, Norteamérica puede ahora seguir sus fechorías bélicas en otros países. Ha puesto Irak en el punto de mira. Habla también de Yemen y Somalia etc. Estos nuevos actos de sangre no tendrán como objetivo "perseguir terroristas" sino que irán dirigidos al fin estratégico de cercar a los "aliados" europeos.

Como dijimos en el Editorial de la anterior Revista internacional no sabemos si los autores del crimen de las Torres Gemelas son Bin Laden y sus compinches, pero lo que sí sabemos es que el beneficiario del crimen ha sido Estados Unidos como el mismísimo Bush reconoce indirectamente en su charla radiofónica del 24 de noviembre: "el mal que nos deseaban los terroristas ha resultado en un bien que nunca habrían esperado y estos días los americanos tienen muchas razones para dar las gracias".

Estados Unidos: el bombero pirómano

Analizando la guerra de Kosovo, nuestro XIII Congreso internacional, celebrado en abril de 1999, señalaba que "la guerra actual, con la nueva desestabilización que representa en la situación europea y mundial, es una nueva ilustración del dilema en que se encuentran encerrados actualmente los Estados Unidos. La tendencia al "cada uno para sí" y la afirmación cada vez más explícita de las pretensiones imperialistas de sus antiguos aliados, les obligan de manera creciente a hacer alarde y usar su enorme superioridad militar. Al mismo tiempo, esa política conduce únicamente a una agravación mayor todavía del caos que reina ya en la situación mundial" (Revista internacional nº 97: "Resolución sobre la situación internacional"[8]).

La virulencia de esa contradicción, lejos de atenuarse no ha hecho sino agravarse en los diez últimos años. Las exhibiciones apabullantes de su poderío militar logran en un primer momento que sus rivales plieguen alas y se alineen tras el Gran Padrino. Pero los efectos son poco duraderos. Tras el Golfo, Alemania se atrevió a hacer estallar Yugoslavia para lograr una salida al Mediterráneo vía el mar Adriático. Los objetivos americanos en los Balcanes fueron frustrados en cuanto terminaron los bombardeos en Kosovo. Los políticos de Washington han intentado todos los métodos posibles para encauzar la situación, pero han fracasado no tanto por su incompetencia sino porque las condiciones de evolución del capitalismo en descomposición juegan en su contra. El puñetazo sobre la mesa intimida a los demás gánsteres, pero al poco tiempo vuelven a las andadas. Primero comienzan las intrigas diplomáticas, las sórdidas maniobras, después vienen las jugadas de desestabilización de tal o cual país, de tal o cual zona. Más tarde, los acuerdos con Señores de la guerra locales, finalmente, las operaciones de "injerencia humanitaria". Todo ello es reproducido a escala regional por Estados de segunda o tercera división, configurando entre todo un amasijo sangriento de influencias cruzadas. Es un círculo vicioso que no hace sino sembrar el mundo de ruina, hambrunas y montañas de cadáveres. Las grandes potencias, que se presentan como bomberos apagafuegos, son en realidad, los pirómanos que con nocturnidad y alevosía rocían previamente con gasolina.
Sin embargo, la situación convierte a Estados Unidos en el principal bombero pirómano. Las contradicciones propias de su posición en este período histórico de descomposición capitalista hacen de él a la vez el pirómano que siembra de incendios del mundo y el bombero que tiene que apagarlos abriendo nuevos fuegos. Es una contradicción que revela la profunda gravedad de la situación mundial. Estados Unidos, principal garante y beneficiario del "orden mundial" es a la vez quien más lo socava al intentar defenderlo con sus devastadoras operaciones militares.

En la 1ª y la 2ª Guerra mundial, vimos que eran las potencias peor dotadas en el reparto imperialista, y por consiguiente las más débiles (especialmente Alemania) las que desafiaban el estado de cosas existente poniendo en peligro la "paz mundial". Durante el período de violenta rivalidad entre la URSS y Estados Unidos, desde principios de los años 50 hasta finales de los 80, siempre correspondió el papel desestabilizador al bando más débil, es decir al bloque ruso. Estados Unidos adoptaría después una política más ofensiva sobre todo en la carrera de armamentos, aunque podía permitirse el lujo de aparecer como "atacado", imponiendo así al bloque adverso unos retos que la debilidad económica de éste le impedían aceptar, lo cual acabó arrastrándolo a su destrucción. Pero hoy, como expresión del descenso del capitalismo en la barbarie, se da la situación absurda de que Estados Unidos, principal beneficiario del orden mundial y potencia ampliamente dominante en el mundo tanto en lo militar como en lo económico, es quien más hace para desafiarlo.

La actual cruzada "antiterrorista" va a seguir indefectiblemente el mismo camino solo que las dosis de destrucción y de caos que va a crear serán cualitativa y cuantitativamente más graves que las resultantes de anteriores operaciones.

Para empezar, en el propio Afganistán no va establecerse la "paz" y la reconstrucción, sino las premisas para nuevas convulsiones guerreras. La Alianza del Norte es un conglomerado de Señores de la Guerra y de facciones tribales que se han soldado momentáneamente contra el enemigo común. Pero el reparto del poder, las rencillas entre ellos y los fuegos que azuzarán los diversos padrinos extranjeros (Rusia, Irán, India) los llevarán a violentos enfrentamientos como ya ha sido el caso con la toma de Kunduz donde han chocado las tropas "aliadas" de Dostum y Daud. La relegación, o al menos la toma de ventajas frente a las facciones que se apoyan en la etnia pastún, mayoritaria, anuncia la fiereza de la confrontación. USA, que no tiene ningún interés en una ocupación de todo Afganistán[9], despliega tropas en Kandahar para apadrinar a los pastunes y contrapesar a la Alianza.

Para llevar a cabo su intervención en Afganistán, Estados Unidos necesita el apoyo de Pakistán, país que, a cambio, ha recibido la confirmación por parte de Estados Unidos de que apoyarían a las etnias capaces de hacer contrapeso a la Alianza del Norte, tradicional enemigo de Pakistán y, por lo tanto, obstáculo en su influencia en Afganistán. Esta "zona de influencia" es necesaria a Pakistán para darle "profundidad estratégica" en el encarnizado enfrentamiento que mantiene con la India y cuyo eje es Cachemira. El ascenso de la influencia de la Alianza del Norte en la gestión de la situación post- talibán es, pues, una brecha en el dispositivo de Pakistán frente a India.
India, China, Rusia e Irán, están furiosas por la instalación de los americanos en Asia central. No han tenido más remedio que sumarse al Frente "antiterrorista", pero todos sus esfuerzos se van a dirigir a sabotear por todos los medios las operaciones del Gran Hermano pues éste amenaza sus intereses vitales. No pueden hacer otra cosa que responderle con los medios de que disponen: intrigas, operaciones de desestabilización de zonas clave, apoyo a las fracciones más díscolas.

En los países árabes e islámicos, la operación americana no puede sino encender todavía más los odios en amplios sectores de la población, acentuando los riesgos de desestabilización y empujando a todas las burguesías de la zona a aumentar sus distancias respecto a Estados Unidos como se ve actualmente con Arabia Saudita que manifiesta abiertamente su mal humor.

Del mismo modo, la operación afgana, con el fuerte desprestigio que provoca en la "causa árabe", es catastrófica para Arafat que sale debilitado, lo cual facilita las cosas a los planes israelíes de poner contra las cuerdas a su enemigo palestino con la consecuencia de una agravación de la guerra abierta que se arrastra desde hace años.

Japón ha aprovechado la circunstancia para enviar, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra mundial, una flota naval. Se trata de un gesto más bien simbólico que muestra cómo el imperialismo nipón trata de afirmar su potencia despertando un nuevo frente de tensión que añadirá más fuego a la situación mundial.

Pero Alemania, Francia y Gran Bretaña, los más perjudicados por la guerra actual, tienen necesariamente que responder pues la maniobra americana supone una grave amenaza ya que es el principio de una estrategia de "cerco continental" que puede acabar asfixiándolas. Tendrán que contraatacar, quizá en África, quizá en los Balcanes, e, imperiosamente, tendrán que acelerar los gastos militares y los planes de crear brigadas de intervención rápida en el marco del famoso "Euro ejército".

En definitiva, Estados Unidos no logrará estabilizar en su favor la situación mundial, sino que ya desde ahora la está desestabilizando muy gravemente.

La inestabilidad y las convulsiones guerreras amenazan los países centrales

Desde 1945 los países centrales del capitalismo (Estados Unidos, Europa Occidental) han gozado de un largo período de estabilidad y paz dentro de sus fronteras. El capitalismo mundial, como un todo, se ha ido hundiendo progresivamente en una dinámica de guerras, destrucción, hambrunas... pero aquellos han permanecido como un oasis de paz. Pero esa situación está empezando a cambiar. Las guerras balcánicas de la década de los 90 fueron el primer aviso. Una guerra devastadora se instalaba a las puertas de las grandes concentraciones industriales. En esa línea, los hechos de Nueva York tienen un significado grave y profundo más allá de su alcance inmediato. Un acto de guerra ha golpeado directamente a la primera potencia mundial causando una matanza equivalente a una noche de bombardeos de la aviación.

No estamos afirmando que la guerra se ha instalado, o está próxima a instalarse, en las grandes metrópolis del planeta. Estamos lejos de esa situación entre otras razones por la más importante: el proletariado de esos países, pese a las dificultades que sufre, se resiste a caer en la degradación moral, el sufrimiento físico, el terror vital y el sacrificio extenuante que significan soportar cotidianamente un estado de guerra. Pero esta constatación no nos puede ocultar la gravedad de lo ocurrido. Unos meses antes, analizando la dinámica profunda de la situación histórica y sacando lecciones de las tendencias que encerraba, nuestro XIV Congreso, en su Resolución sobre la situación internacional, afirmaba "la clase obrera puede verse arrastrada a una reacción en cadena de guerras locales y regionales. Este apocalipsis no está tan lejano como a primera vista podría parecer: el rostro de la barbarie está a punto de tomar una forma material ante nuestros ojos. Hoy la humanidad no hace frente simplemente a la perspectiva de la barbarie: el descenso hacia la barbarie ha comenzado ya y lleva consigo el peligro de demoler toda tentativa futura de regeneración social" (Revista Internacional nº106).
El significado del ataque de las Torres Gemelas es que la inestabilidad, la garra sangrienta de acciones terroristas planteadas directamente como actos de guerra, amenaza de forma mucho más directa a los grandes Estados industrializados y que, de ahora en adelante, serán cada vez menos esos "refugios de orden y estabilidad", que hasta ahora aparentaban[10]. Es un elemento de la situación que el proletariado debe tomar en cuenta pues constituye un nuevo peligro, no solo físico (los obreros han sido las principales víctimas del golpe de las Torres Gemelas) sino fundamentalmente político pues el Estado de las grandes metrópolis "democráticas" aprovecha la inseguridad y el terror que generan tales acciones para pedir que se cierren filas a su alrededor para "defender la seguridad nacional" y se ofrece como "única garantía" frente al caos y la barbarie.

El terrorismo, como arma utilizada en la guerra entre Estados, no es ninguna novedad. Lo que resulta "novedoso" es la amplitud del fenómeno en los últimos años. Los grandes Estados, y tras su estela los más pequeños, han multiplicado sus relaciones con toda clase de grupos mafiosos y /o terroristas, tanto para el control de toda clase de tráficos ilegales que proporcionan lucrativos negocios como para utilizarlos como elemento de presión contra Estados rivales. La utilización del IRA por parte de Estados Unidos como medio de presión sobre Gran Bretaña o de Francia presionando a España mediante ETA, son dos ejemplos significativos. A su vez, todos los Estados han desarrollado los "departamentos especiales" en sus ejércitos y servicios secretos: han preparado comandos de tropa muy especializados, entrenados para acciones de "guerrilla", sabotaje y terrorismo, etc.
Esa utilización del arma terrorista acompaña una tendencia creciente a que en la guerra entre Estados se violen las reglas mínimas, hasta ahora respetadas, en la confrontación entre ellos. Como dijimos en las "Tesis sobre la descomposición del capitalismo", "... la situación mundial se caracteriza por el aumento del terrorismo, de las capturas de rehenes como medio de guerra entre Estados en detrimento de las 'leyes' que el capitalismo se había dado en el pasado para 'reglamentar' los conflictos entre las fracciones de la clase dirigente"[11]. La reacción de los gobiernos occidentales tras el 11 de septiembre endureciendo con una inusitada rapidez el arsenal represivo del Estado muestra de forma inequívoca que han captado el peligro. Estados Unidos ha dado la medida: instauración de controles de identidad, suspensión del habeas corpus, tribunales militares secretos, "debate" sobre la instauración de una tortura "moderada" para "evitar males mayores" etc. En esta política se desarrollan armas cuyos destinatarios últimos serán el proletariado y los revolucionarios, pero lo que revelan ya desde ahora es el riesgo en ciernes de inestabilidad, de caos, de golpes bajos de rivales, que se instaura en los países centrales.

El cordón sanitario contra el caos, levantado cual nuevo muro de Berlín, para proteger a las "grandes democracias" va a hacerse más vulnerable. Bush ha caracterizado la "cruzada antiterrorista" como "una guerra larga, en muchos lugares de la Tierra, que tendrá fases visibles y fases secretas, que exigirá muchos medios, algunos se darán a conocer, otros no" mostrando la etapa de convulsiones, de inestabilidad, que va a afectar a los países centrales.
Para darnos una medida del significado de esas amenazas es útil referirse a otras épocas históricas. Cuando el Imperio Romano, en el siglo I de la era cristiana, entra en decadencia, la primera etapa se caracteriza por violentas convulsiones en su propio centro, Roma. Es la época de los emperadores "dementes" como Nerón, Calígula etc. Las "reformas" de los emperadores del siglo II -época de grandes obras públicas que ha legado los más imponentes monumentos - alejan las convulsiones del centro arrojándolas a la periferia que se hunde en un marasmo total y es víctima de invasiones bárbaras cada vez más victoriosas. El siglo III ve la vuelta, como un bumerán, de esa avalancha hacia el centro, afectando cada vez más a Roma y Bizancio. El saqueo de Roma será la conclusión de ese proceso donde el centro, hasta entonces una fortaleza inexpugnable, cae como un castillo de naipes a manos de hordas bárbaras.

Ese mismo proceso se anuncia ya, como tendencia progresiva, en el capitalismo actual. Las guerras, las hambrunas, las ruinas, que en las últimas décadas han martirizado a millones de seres humanos en los países subdesarrollados, pueden acabar instalándose con toda su fuerza destructora en el corazón mismo del capitalismo, si el proletariado no es capaz de reaccionar a tiempo llevando su lucha hasta la revolución mundial. Hace casi 90 años, Rosa Luxemburgo anunciaba "el triunfo del imperialismo lleva a la negación de la civilización, esporádicamente durante la duración de la guerra y definitivamente si el período de guerras mundiales que comienza ahora prosigue sin obstáculos hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Federico Engels predijo una generación antes que la nuestra, hace cuarenta años. Estamos hoy situados ante esta elección: o bien triunfo del imperialismo y decadencia de toda la civilización como en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, un enorme cementerio; o bien, victoria del socialismo, es decir, de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método de acción: la guerra" (La Crisis de la socialdemocracia).

La respuesta de la clase obrera

La escalada guerrera va subiendo peldaños. La época de guerras fundamentalmente localizadas, alejadas de las grandes metrópolis, está tocando a su fin. No pasamos a una situación de guerra generalizada, de guerra mundial, sino a un estadio definido por guerras de mayor dimensión e implicación mundial y, sobre todo, por su repercusión más directa en la vida de los países centrales.

Esta evolución de la situación histórica debe hacer reflexionar al proletariado. Como decíamos en la Resolución de nuestro XIV Congreso, el rostro de la barbarie se hace más preciso, sus contornos más definidos. La barbarie del atentado de las Torres Gemelas ha tenido su prolongación en la campaña guerrera que la burguesía americana ha impuesto a toda la sociedad. El lenguaje bélico se ha generalizado entre los políticos americanos de todas las tendencias. Mac Cain, antiguo rival de Bush en el partido republicano vocifera "que Dios tenga piedad de los terroristas porque nosotros no la vamos a tener", el secretario de Defensa se distingue por sus bravatas bélicas y su desprecio arrogante de las vidas humanas. A propósito de Kunduz dice "quiero talibanes muertos o prisioneros". Un soldado enardecido por uno de los discursos del generalísimo Bush declara "después de oír al presidente tengo ganas de salir a matar enemigos".

"La guerra es un asesinato metódico, organizado, gigantesco. Para que unos hombres normalmente constituidos asesinen sistemáticamente, es necesario, en primer lugar, producir una embriaguez apropiada. Desde siempre, producir esa embriaguez ha sido el método habitual de los beligerantes. La bestialidad de los pensamientos y de los sentimientos debe corresponder a la bestialidad de la práctica, debe prepararla y acompañarla" (Rosa Luxemburgo, op. cit.). Esa presión sobre el proletariado y la población americana para despertar los más bajos instintos y catalizar la peor bestialidad ha sido animada por el Estado americano con sistemáticas campañas de ardor patriótico, con histerias cuidadosamente cultivadas sobre la amenaza del ántrax, con increíbles rumores sobre atentados de "los árabes" etc. Y, de forma más discreta, pero más cínica y sofisticada, por sus cofrades europeos.

Pero, por fuerte que sea el impacto inmediato de esta campaña -complemento indispensable del estruendo de las bombas y de los aviones - no estamos ni mucho menos en la situación que combatía Rosa Luxemburgo en 1914 o la de 1939, en las que el proletariado fue masivamente arrastrado a la guerra. Hoy, la tendencia de la sociedad mundial es hacia el desarrollo de la lucha de clase del proletariado y no hacia la guerra mundial generalizada. Las condiciones de embriaguez patriótica, de odio bestial hacia los pueblos designados como enemigos, de aceptar ser pisoteados todos los días en las fábricas, en las oficinas, en la calle, por las exigencias de la bota militar, de disponibilidad para el asesinato metódico y sistemático por la "justa causa" enarbolada por el poder; hoy no están reunidas en el proletariado ni de Estados Unidos ni de los demás países principales.
¿Quiere eso decir que debemos respirar tranquilos y echarnos a dormir sin sobresaltos? ¡Ni mucho menos! Hemos puesto de manifiesto en el informe sobre el curso histórico aprobado por nuestro último Congreso[12] que en la época actual, fase terminal de descomposición capitalista, el tiempo no juega a favor del proletariado y cuanto más se retrase en llegar al nivel de conciencia, unidad y fuerza colectiva necesarios para abatir el monstruo capitalista, más riesgo correremos de que las bases del comunismo queden destruidas y de que las capacidades de unidad, solidaridad y confianza del proletariado se debiliten sin remisión.

El cúmulo de acontecimientos que se ha producido en los 2 últimos meses ha revelado una brusca aceleración de la situación. Se han concatenado 3 elementos muy importantes de la situación mundial:

- la aceleración de la guerra imperialista;

- un salto violento y espectacular de la crisis económica con un aluvión de despidos ya desde ahora muy superior al del período 1991-93;

- una cascada de medidas represivas, en nombre del "antiterrorismo", por parte de los Estados más "democráticos".

Asimilar estos acontecimientos, desgajar las perspectivas que encierran, no es nada fácil. Pese a que no nos han sorprendido, confesamos, sin embargo, que su virulencia y su velocidad han sido muy superiores a lo esperado y estamos lejos de haber sacado de ellos todas las consecuencias que contienen. Es pues natural que una cierta perplejidad, combinada con sentimientos de temor y desarraigo, dominen al proletariado por un cierto tiempo. Esto ha ocurrido en otras ocasiones. Por ejemplo, ante los momentos de aceleración de la crisis económica con su cortejo de ataques, el proletariado no entró inmediatamente en combate pues en un primer momento se sintió aturdido y sorprendido. Solo posteriormente, cuando empezó a digerir los acontecimientos, sus luchas surgieron ampliamente. Así pasó tanto frente a la recesión abierta de 1974-75, como a las de 1980-82 o 1991-93.

Sin embargo, el hecho de que los tres elementos (crisis, guerra y aumento del aparato represivo) se presenten a la vez, concatenados y en proporciones tan enormes, puede, si se desarrolla la combatividad y las luchas en respuesta al eje central - la agudización de la crisis -, sentar las premisas de una toma de conciencia más profunda, más global, en las filas del proletariado.

Las guerras actuales, tal y como se presentan, no hacen fácil la toma de conciencia sobre su naturaleza pues la maraña de fanatismos religiosos y étnicos, propios de la descomposición, así como la proliferación de actos terroristas, son como árboles que impiden ver el verdadero responsable y los principales culpables: el capitalismo y las grandes potencias. Igualmente, la burguesía está muy preparada. No en balde, como dijimos en nuestro anterior Congreso, "en esta situación cargada de peligros, la burguesía ha puesto las riendas del gobierno en manos de la corriente política con mayor capacidad para velar por sus intereses: la socialdemocracia, la principal corriente responsable del aplastamiento de la revolución mundial tras 1917-18. La corriente que salvó al capitalismo en esa época y que vuelve al puesto de mando para asegurar la defensa de los intereses amenazados de la clase capitalista" ("Resolución sobre la situación internacional del XIII Congreso de la CCI", en Revista internacional nº 97, 1999).
Esa Izquierda que en la mayoría de países europeos está en el poder, empuja hacia la guerra pero dando a la vez cancha al pacifismo y buscando toda clase de justificaciones a los desmanes bélicos muy consciente de que "desde que la llamada opinión pública juega un papel en los cálculos de los gobernantes, ¿ha habido jamás una guerra en la que cada partido beligerante no haya sacado la espada de la vaina con corazón deprimido, únicamente para la defensa de la Patria y de su propia causa justa, ante la indigna invasión del adversario?. Esta leyenda forma parte del arte de la guerra como la pólvora y el plomo" (Rosa Luxemburgo, op. cit.)

Estos obstáculos pueden, sin embargo, ser superados por el proletariado pues posee, de manera global e histórica aunque no esté presente masivamente en la actualidad, el arma de la conciencia. Porque "Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos de artificio, el éxtasis es el espíritu de cada día; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilarse serenamente los resultados de su período impetuoso y agresivo. En cambio, las revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a si mismas, se interrumpen constantemente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que solo derriban al adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la vaga inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: Hic Rhodas, hic salta" (Marx, El 18 de Brumario de Luis Bonaparte).

"Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en El Manifiesto, Marx confiaba tan solo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes, la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera"[13]

Rosa Luxemburgo dice que en el proletariado internacional "tan gigantescos como sus problemas son sus errores. Ningún plan firmemente elaborado, ningún ritual ortodoxo válido para todos los tiempos le muestra el camino a seguir. La experiencia histórica es su único maestro, su vía dolorosa hacia la libertad está jalonada no solo de sufrimientos inenarrables sino de incontables errores. La meta del viaje, la liberación definitiva, depende por entero del proletariado, de si este aprende de sus propios errores. La autocrítica, la crítica cruel e implacable que va hasta la raíz del mal, es vida y aliento para el proletariado. La catástrofe a la que el mundo ha arrojado al proletariado socialista es una desgracia sin precedentes para la humanidad. Pero el socialismo está perdido únicamente si el proletariado es incapaz de medir la envergadura de la catástrofe y se niega a comprender sus lecciones" (op. cit.).

Las revoluciones burguesas fueron actos mucho más conscientes que los procesos sociales que acabaron con el esclavismo y llevaron a los regímenes feudales. Sin embargo, todavía estuvieron dominadas por el peso arrollador de los factores objetivos. La revolución proletaria es la primera en la historia donde el factor determinante es su conciencia de clase. Este rasgo crucial de la revolución proletaria, que fue enérgicamente subrayado por los marxistas como acabamos de ver, tiene aún más fuerza y es más vital ante la presente situación histórica de descomposición del capitalismo.

Adalen, 28-11-2001

 

[1] Ver Revueltas 'populares' en Argentina: Sólo la afirmación del proletariado en su terreno podrá hacer retroceder a la burguesía https://es.internationalism.org/revista-internacional/200510/231/revueltas-populares-en-argentina-solo-la-afirmacion-del-proletariad

[6] Por eso, es absurdo que hoy se hable de "mundialización". Hace por lo menos un siglo que el mercado mundial se formó y esa capacidad objetiva de unificación de las condiciones de existencia de la gran mayoría de la humanidad que tenía el capitalismo hace ya tiempo que se ha agotado. Sobre el sentido real de la llamada "globalización" ver nuestro artículo "Tras la 'globalización' de la economía la agravación de la crisis del capitalismo" en Revista internacional nº 86

[9] Han aprendido de la ratonera en la que se metieron los rusos en la guerra de 1979-89

[10] Como ya dijimos en la Editorial de la Revista internacional nº 107 no sabemos quién es el verdadero responsable del atentado de 11 de septiembre. Sin embargo, que tal monstruosidad se haya producido es reveladora del avance del caos y la inestabilidad y de sus efectos directos en los países centrales

[13] Engels, "Prólogo" a la edición alemana de 1890 de El Manifiesto comunista

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