Oriente Próximo : sólo el proletariado mundial podrá acabar con la barbarie capitalista

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NO SE HABÍAN terminado todavía las operaciones militares en Afganistán cuando ya se estaba desencadenando otra matanza en Oriente Próximo. Y en pleno degolladero tanto en Cisjordania como en Jerusalén, se está preparando ya una nueva intervención contra Iraq. Irremediablemente el mundo capitalista se hunde en el caos y en la barbarie bélica. Y cada nuevo baño de sangre pone más todavía al desnudo la locura asesina que genera este sistema.
Oriente Próximo se ha vuelto a precipitar en la guerra. El conflicto palestino-israelí, cuyos orígenes hay que ir a buscar en el reparto imperialista de la región en 1916 entre Gran Bretaña y Francia, ha estado ya marcado por cuatro guerras "declaradas" en 1956, 1967, 1973 y 1982. Pero desde que empezó la segunda Intifada en septiembre de 2000, el conflicto ha alcanzado una dimensión nunca vista en violencia y matanzas a destajo. Ante la presión de los hechos, los difíciles acuerdos de Oslo y los años de negociación para instaurar un proceso de paz se han hecho añicos. Este conflicto se inscribe claramente en una espiral sin fin de locura asesina marcada por un desencadenamiento de caos y de barbarie. La guerra ya no es el resultado de la lucha entre dos campos imperialistas rivales, sino la expresión de un desbarajuste general y del caos dominante en las relaciones internacionales.
Desde el 11 septiembre, es la escalada vertiginosa en la política de "cuanto peor, mejor". Cada protagonista va lanzado con la misma lógica destructora que Al Qaeda con los atentados de las Torres Gemelas en los que los asesinos son a la vez suicidas. Por un lado se multiplican los atentados suicidas de kamikazes fanatizados - a menudo jóvenes de apenas 20 años - cuyo único objetivo es matar a la mayor cantidad de gente a su alrededor. Esos atentados terroristas son guiados a distancia por una u otra fracción burguesa, desde la nacionalista, y de Hamas hasta las Brigadas de Al-Aqsa, pasando por Hezbolá, y eso cuando no están directamente manipulados por el Mosad, los servicios secretos del Estado israelí. Por otro lado, paralelamente, los Estados se meten en el mismo engranaje para defender sus propios intereses imperialistas, lanzándose a ciegas en aventuras guerreras sin salida, cuya única finalidad es sembrar muertes y destrucciones. Es así como Israel se ve impelida a calcar su comportamiento belicoso, agresivo y arrogante del de Estados Unidos. Sharon usa los mismos argumentos que Bush para justificar su huida ciega en el belicismo y su "cruzada" "contra el terrorismo". Esto se plasma en la ocupación y el bloqueo actuales de las ciudades de Cisjordania por los tanques, los desmanes del ejército israelí que dispara contra quien sea, ametralla las ambulancias y los hospitales, bombardea campos de refugiados, registra y saquea las viviendas una tras otra, dinamita barrios, destruye infraestructuras vitales y deja morirse de hambre a la población a la vez que la aterroriza.
Cada Estado, especialmente las grandes potencias rivales de EE.UU., intenta sacar el mejor partido de la situación para sus propios intereses y así atajar o desestabilizar las operaciones de los demás imperialismos en competencia. Los falsos remilgos indignados, la careta "pacifista" y los intentos de "mediación" de las potencias europeas en especial, no hacen sino echar más leña al fuego.
Así ocurre con esas fracciones de la burguesía que presentan la espiral de las guerras y del militarismo como únicamente el resultado de los sectores "halcones" del capitalismo, Sharon o Bush, a quienes habría que oponer la "ley internacional" basada en los "derechos humanos". Las grandes manifestaciones organizadas en el mundo entero en contra o a favor de la política de Sharon (y de Bush), sean cuales sean las intenciones proclamadas, no tienen otro resultado que el llevar a las poblaciones a "escoger su campo", a alimentar las tensiones y cultivar un clima de odio entre las diferentes comunidades.
La burguesía siempre quiere hacer creer que la responsabilidad de una situación incumbe a tal o cual jefe de Estado, a tal o cual nación, a este o aquel campo, a este o aquel pueblo. Cada burguesía alega con la mayor hipocresía que ella actúa "en servicio de la paz", por la "defensa de la democracia" o de "la civilización". Con ello lo que hace es encubrir sus propias maniobras criminales, esquivando sus responsabilidades.
Cuando se presenta la ocasión, se permite juzgar y condenar a algún que otro de sus semejantes ante la historia como "criminales de guerra". La función esencial de los juicios de Nuremberg que los vencedores de la segunda carnicería imperialista mundial, entre 1945 y 1949, organizaron contra los jefes nazis, era la de justificar las monstruosidades cometidas por las grandes democracias en Dresde, Hamburgo o en Hiroshima y Nagasaki. Y ha sido para dar legitimidad a los bombardeos sobre Serbia y Kosovo y ocultar la complicidad activa de las grandes potencias en todas las atrocidades cometidas durante los conflictos de la antigua Yugoslavia si hoy también el Tribunal Penal Internacional de La Haya juzga a Milosevic.
De igual modo, y después de los hechos, la "comunidad internacional" intenta justificar la guerra en Afganistán con su "misión liberadora" del yugo de los talibanes: la pseudo liberación de las mujeres, el restablecimiento de la libertad de comercio y del ocio (televisión, radio, deporte...). El argumento parece tanto más una burla por cuanto, al mismo tiempo, no cesan de incrementarse los enfrentamientos entre las innumerables facciones y bandas rivales que han cogido las riendas del país tras la caída de los talibanes.
Las pretensiones de la burguesía de servir la causa de la paz no son más que patrañas.
Sea cual sea, la acción de la burguesía lo único que hace es agravar más todavía el caos y la barbarie guerrera a nivel mundial. Es una de las expresiones más patentes de la quiebra histórica del capitalismo, de su putrefacción de raíz y de la amenaza de destrucción que su supervivencia hace pesar sobre la humanidad. En realidad, el verdadero responsable es el capitalismo en su conjunto en cuyo seno la guerra se ha convertido en modo de vida permanente.
La única fuerza social portadora de un porvenir para la humanidad, es la clase obrera. A pesar de los obstáculos actuales que ante sí encuentra, es la única clase capaz de poner término al caos y a la barbarie capitalista, de instaurar una nueva sociedad al servicio de la especie humana.
Mientras que el capitalismo procura repeler hacia la periferia las contradicciones más violentas de su sistema y los efectos de su crisis económica, el ejemplo de Argentina muestra las grandes dificultades de la clase obrera para volver a encontrar y reafirmar su identidad de clase, al ser desviadas sus luchas hacia el atolladero del interclasismo. (ver artículo siguiente). A otro nivel, la clase obrera está hoy ante la trampa del pacifismo, el cual, al sembrar las mismas ilusiones interclasistas, aireadas sobre todo por los "antimundialistas", solo es una manera de arrastrarla tras la defensa de los intereses nacionales de la burguesía. El proletariado tiene la responsabilidad esencial de integrar en el desarrollo de sus luchas, frente a los ataques de la burguesía, la conciencia de lo que hoy está en juego históricamente y del peligro mortal que el caos y la barbarie guerrera hacen correr a la humanidad. Esto reforzará al cabo su determinación para proseguir, desarrollar y unificar su combate de clase: "El siglo que empieza será decisivo para la historia de la humanidad. Si el capitalismo prosigue su dominación sobre el planeta, la sociedad se hundirá antes del 2100 en la barbarie más profunda, comparada con la cual la del siglo XX parecería una simple jaqueca, una barbarie que la hará volver a la Edad de piedra o que acabará, simplemente, destruyéndola. Por eso, si existe un porvenir para la especie humana, está totalmente en manos del proletariado mundial, cuya revolución es lo único que podrá derribar la dominación del modo de producción capitalista, responsable, a causa de su crisis histórica, de toda la barbarie actual" ("Al inicio del Siglo XXI ¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?" en Revista internacional nº 104, enero de 2001).

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