Las conmemoraciones de 1944 (I) - 50 años de mentiras imperialistas

Printer-friendly version

Hasta la fecha nunca el aniversario del desembarco del 6 de Junio de 1944 había tenido tanta intensidad. La victoria de los imperialistas «Aliados» nunca había despertado tal matraca periodística. Este espectáculo tiene por objeto ocultar el carácter imperialista del segundo holocausto mundial, así como ya hicieron con el primero. La burguesía agita de nuevo el espantajo fascista sirviéndose de los miasmas de la sociedad en descomposición. Así, en Alemania, poco antes de la caída del muro de Berlín se daba una publicidad enorme a los partidarios del retorno del «pan-germanismo» aprovechando las acciones de las bandas de cabezas rapadas. Los asesinatos e incendios de locales turcos han sido el telón de fondo para dar un carácter diabólico a estos enemigos de la «democracia» herederos de la «bestia negra». La burguesía ha azuzado las peleas callejeras de los energúmenos neonazis contra los obreros inmigrados. La prensa han utilizado a fondo las «escenas de caza de extranjeros» en Magdeburgo identificándolas con las acciones de las huestes hitlerianas, enemigos de la democracia, en los años 30. Los políticos burgueses chillan histéricos cuando el demagogo Berlusconi incluye en su gobierno a 5 ministros de extrema derecha y, poco después, cuando el Ayuntamiento de Vicenza autoriza una manifestación de unos cientos de «neonazis» con cruces gamadas, lo presentan como una nueva «marcha sobre Roma». El 25 de Abril la Izquierda de la burguesía ha logrado hacer desfilar a 300 000 personas tras la bandera antifascista, pese a la lluvia.

En Francia los dirigentes del PC y PS, tras años de estancia en el Gobierno, agitan el espantajo de Le Pen (político francés de extrema derecha) y la visita a Normandía de una decena de veteranos de las SS, para alertar que la «bestia inmunda» resurge y es cada vez mayor el fortalecimiento de los enemigos de la democracia.

Los cerca de 50 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial son presentados como víctimas exclusivas de la «barbarie nazi». Desde la CNN (gran cadena televisiva americana) hasta el más insignificante periodicucho local han puesto su grano de arena. ¡Cuanto mayor es la mentira más cierta parece!. En la mayoría de los países europeos, al menor gesto por parte de esos grupúsculos de gamberros se le da un relieve apocalíptico. Hasta Hollywood aporta su grano de arena con la película sobre la masacre de judíos en Europa y la muerte de millares de bravos soldados de la democracia muertos en las playas de Normandía en nombre de la «libertad».

Todos estas conmemoraciones militaristas ocultan los crímenes de las grandes «democracias victoriosas»[1] que son de la misma envergadura de los cometidos por Hitler, Mussolini o Hirohito. Pero decir esto no basta, es hacer aún una concesión a la mentira que atribuye los «crímenes de guerra» a la personalidad de sus protagonistas. El verdadero criminal de guerra es la burguesía en su conjunto, como clase social. Las dictaduras no son más que sus subalternos. El siniestro Goebbels (ministro de Propaganda de Hitler) decía que una mentira mil veces repetida acaba por convertirse en verdad, pero el cínico Churchill (premier británico) iba aún más lejos diciendo que «En tiempos de guerra la verdad es tan valiosa que siempre debe preservarse bajo un manto de mentiras»[2].

La victoria de Hitler

La mayoría de los combatientes enrolados en ambos bandos no se fueron a la guerra con una flor en el fusil, sino atenazados aún por el recuerdo de la muerte de sus padres 25 años antes. En la propaganda oficial no se dice ni una palabra sobre el éxodo masivo en Francia, las deportaciones masivas del Estado capitalista estalinista o el terror del Estado Nazi contra la población alemana. Lo único que aparece en los grandes titulares, comentarios «objetivos» y películas es el abyecto Hitler. En la Edad Media la peste se veía como la cólera de dios. En plena mitad de la decadencia del capitalismo la burguesía ha encontrado el equivalente para el Dios «democracia»: la peste negra, fascista. Las clases dominantes que se han sucedido en la historia de la humanidad siempre han recurrido a invocar un «mal supremo» para fabricar un interés común entre las clases oprimidas y sus explotadores. Un proverbio chino resume muy bien las cosas: «cuando el sabio señala la luna el imbécil mira el dedo». Personificar los acontecimientos de hace 50 años en los dictadores o los generales aliados es muy útil para ocultar la idea de que solo eran representantes de su burguesía respectiva, haciendo desaparecer como por ensalmo toda idea de clases en aquel periodo: todo el mundo unido en la cruzada contra el mal.

1933, el año de la subida al poder del elegido por la burguesía  alemana –Hitler–, fue un año crucial como señalaron los revolucionarios que publicaban Bilan, y no porque significara la «derrota de la democracia» sino porque manifestaba la victoria decisiva de la contrarrevolución, en particular en el país donde el proletariado tiene un mayor peso tradicional en el movimiento obrero. Lo que explica la llegada de Hitler al poder no es el humillante Tratado de Versalles de 1918 con su exigencia de «reparaciones de guerra» que ponía de rodillas a Alemania, sino la desaparición en la escena social del proletariado como una amenaza para la burguesía. En Rusia empiezan a cobrar amplitud las masacres de bolcheviques y de obreros revolucionarios perpetradas por el Estado ruso con la aprobación muda de las democracias occidentales, que tanto había hecho para armar a los ejércitos blancos. En Alemania el régimen socialdemócrata de la República de Weirmar dio paso con toda naturalidad a los hitlerianos vencedores de las elecciones. Los jerarcas «socialistas» alemanes, los Noske, Scheidemann, y demás compinches que masacraron a los obreros revolucionarios alemanes, no sufrieron la más mínima incomodidad personal durante los 5 años que duró el régimen hitleriano.

Las luchas en Francia y España durante los años 30 no pudieron ser más que coletazos de huelgas ante la amplitud de la derrota internacional de la clase obrera. La victoria electoral del fascismo en Italia y Alemania no fue la causa sino la consecuencia de la derrota del proletariado en el terreno social. La burguesía al secretar el fascismo no produjo un régimen original sino una forma de capitalismo de Estado en la misma onda del Welfare State de Roosevelt y del capitalismo estalinista. En los períodos de guerra, las facciones de la burguesía se unen naturalmente a nivel nacional porque han eliminado mundialmente la amenaza del proletariado, y esta unificación puede tomar la forma de un partido estalinista o nazi.

La mayoría de los PC, sometidos al nuevo imperialismo ruso, compinches de la burguesía rusa y de Stalin, utilizan la «escalada del peligro fascista» con la cobertura ideológica de los Frentes Populares para mantener a los obreros desorientados tras los programas de unión nacional y contribuir a la preparación de la guerra imperialista.

El PC francés se viste con la bandera tricolor desde el pacto Laval-Stalin en 1935 y se compromete a preparar la masacre de los obreros: «Si Hitler, pese a todo, desencadena la guerra, sabe que encontrará frente a él al pueblo de Francia unido, con los comunistas en primera fila para defender la seguridad del país, la libertad y la independencia de los pueblos». El PC es quien acaba con las últimas huelgas, y con la ayuda de la policía política estalinista dispara contra los obreros españoles antes de que los franquistas acaben su sucia faena. Después los dirigentes estalinistas se refugian en Francia y Moscú, ejemplo que seguirán después los De Gaulle y Thorez, uno en Londres y otro en Moscú.

El camino hacia la guerra imperialista

Entre 1918 y 1935 no cesaron de haber guerras en el mundo, pero se trataba de guerras limitadas, lejanas a Europa, o guerras de «pacificación» al estilo del colonialismo francés (Siria, Marruecos, Indochina). Para los revolucionarios que publicaban Bilan, la primera señal grave de alerta la ven en la guerra de Etiopía donde están directamente implicados el imperialismo británico y el ejército de Mussolini. Esto le sirve a una parte de los aliados para identificar fascismo a guerra. Así el fascismo se convierte en el principal promotor de la próxima guerra mundial. El espantajo fascista queda confirmado con la victoria del ejército franquista en 1939. La batalla ideológica tiene su concreción sangrienta en la exhibición de los centenares de miles de victimas del franquismo. A esto le sigue un período de statu quo en nombre de la «paz» cuando Alemania se anexiona Renania, luego Austria en 1938 y más tarde Bohemia en 1939. Cuando es invadida Checoslovaquia el 27 de septiembre de 1938 por el ejército alemán, los futuros aliados no cambian ni una coma en su discurso de «paz a toda costa». El 1º de Octubre se celebra la Conferencia de Munich a la que Checoslovaquia no es invitada... Al regreso de esa siniestra parodia de conferencia de paz, el Primer Ministro francés Daladier, calurosamente acogido por la muchedumbre, no se llama a engaño y sabe que lo que ha hecho cada es el alarde de sus propias capacidades. Los historiadores oficiales no saben más que citar el retraso en el rearme de los Estados francés e inglés, cuando, en realidad, no estaba todavía claramente delimitado el juego de alianzas y la burguesía alemana aún se hacía la idea de hacer frente común con Francia e Inglaterra. Por aquellos tiempos las masas son engañadas tanto en Alemania como en Inglaterra o Francia: « (...) Los alemanes aclaman a Chamberlain, en quien ven al hombre que los va a salvar de la guerra. Hay más gente para verle de la que había para ver a Mussolini (...) Munich se engalana con banderas inglesas, es el delirio. En el aeropuerto de Heston se recibe a Chamberlain como al mesías. En París se abre una suscripción popular para hacerle un regalo al Primer ministro inglés»[3].

En 1937 el inicio de la guerra chino-japonesa amenaza la hegemonía americana en el Pacífico. El 24 de Agosto de 1939 se produce la tormenta que precipita al abismo. El pacto Hitler-Stalin deja las manos libre al Estado alemán para arremeter contra la Europa del Oeste. Entre tanto Polonia es invadida el 1° de Septiembre por el ejército alemán, pero también en una parte por el ejército ruso. A los Estados inglés y francés no les queda otro remedio que declarar la guerra a Alemania dos días más tarde. El ejército italiano se apodera de Albania. Sin mediar declaración de guerra, el ejército de Stalin invade Finlandia el 30 de noviembre. Entre tanto el ejército alemán desembarca en Noruega en Abril de 1940.

El ejército francés comienza su ofensiva en el Sarre quedando bloqueado al precio de un millar de muertos entre los dos bandos. Esto permite a Stalin, desmintiendo a sus partidarios patrioteros franceses que decían que el pacto con la burguesía alemana era un pacto con el diablo para evitar que se apoderase de Europa, declarar: «No es Alemania quien ha atacado a Francia e Inglaterra, sino que son Francia e Inglaterra las que han atacado a Alemania. (...) Con la apertura de hostilidades Alemania ha hecho propuestas de paz a Francia e Inglaterra, y la Unión Soviética apoya abiertamente estas propuesta de Alemania. Los círculos dirigentes de Francia e Inglaterra han respondido brutalmente tanto contra las propuestas de paz de Alemania como contra las tentativas de la Unión Soviética de poner rápidamente fin a la guerra».

Nadie quiere aparecer ante los proletariados como responsable de la guerra. Después de la «liberación» ya no habrá ministros de «la Guerra» sino ministros de «Defensa». Es curioso constatar como incluso en Alemania el Estado nazi, que tiende a aparecer como el agresor, el alto dirigente nazi Albert Speer relata en sus memorias una declaración personal de Hitler: «Nosotros no debemos cometer nuevamente el error de 1914. Hoy se trata de hacer recaer la culpa en el adversario». En vísperas de la confrontación con Japón, Roosevelt dirá lo mismo: «Las democracias no deben aparecer jamás como los agresores». Los nueve meses de enfrentamiento armado, conocidos como la «Drôle de guerre» (la extraña guerra) confirman esa actitud de todos los beligerantes. El historiador Pierre Miquel explica que Hitler había retirado la orden de ataque al Oeste en 14 ocasiones por lo menos, por razones de falta de preparación del ejército alemán o por las condiciones atmosféricas.

El 22 de Junio de 1941 Alemania se volverá contra Rusia sorprendiendo totalmente al «genial estratega», Stalin. El 8 de Diciembre después de que el imperialismo americano dejase masacrar a sus propios soldados en Pearl Harbour (los servicios secretos estaban enterados de la inminencia del ataque japonés) los Estados Unidos «victimas» de la barbarie japonesa, declaran la guerra a Japón. En fin, Alemania e Italia lanzan su declaración de guerra a Estados Unidos el 11 de Diciembre de 1941.

Se imponen algunas observaciones tras este rápido resumen del trayecto diplomático que desembocó en la guerra mundial en una situación en que el proletariado mundial estaba amordazado. Dos guerras locales (Etiopía y España) acaban dando por sentado que el fascismo es «promotor de guerras» tras varios años de excitación de los medios de comunicación europeos contra los desfiles y concentraciones hitlerianos y mussolinianos, más ordenados que los del 14 de Julio francés o las conmemoraciones nacionalistas inglesas y americanas pero no menos ridículos. Dos guerras locales más, pero en el corazón de Europa (Checoslovaquia y Polonia) provocan la rapidísima derrota de los dos países «democráticos» concernidos. La «vergonzosa» no intervención para ayudar a Checoslovaquia (y España) ha hecho de la «defensa de la democracia» y la concepción de la libertad burguesa algo incuestionable tras la invasión de Polonia por los dos países «totalitarios». Las maniobras diplomáticas pueden durar años, mientras que el conflicto militar zanja parcialmente las cosas, en pocas horas, al precio de una masacre inaudita. La guerra no se convierte en verdaderamente mundial hasta un año después de que el ejército alemán haya conquistado Europa. Durante más de 4 años, Estados Unidos no intentará ninguna operación decisiva para controlar a los «invasores», dejando que la burguesía alemana campase por sus respetos en Europa. Los Estados Unidos, lejanos geográficamente de Europa, están más preocupados inicialmente por la amenaza japonesa en el Pacífico. La guerra mundial va a ser más larga que las guerras locales, pero no solo por la potencia militar alemana ni por los imponderables de los pactos imperialistas; es conocida la preferencia de una parte de la burguesía americana por aliarse con la burguesía alemana antes que con el régimen «comunista» estalinista, al igual que la burguesía alemana intentó y esperó en vano aliarse con Francia e Inglaterra antes que con los «rojos». En 1940 y 41, la burguesía inglesa fue objeto de varias propuestas de paz por parte del gobierno de Hitler en los inicios de la operación «Barbarrossa» contra Rusia, y en el momento de la derrota del ejército de Mussolini en Africa del Norte. Inglaterra dudó sobre si podía dejar que las dos potencias «totalitarias» se destruyeran mutuamente. Pero quedarse ahí, seria razonar como si la principal clase enemiga de todas las burguesías, el proletariado, hubiera desaparecido de las preocupaciones de los jefes imperialistas en liza, reduciendo la guerra a algo «unificador» y... «simplificador».

Los marxistas no podemos razonar sobre la guerra por sí sola, independientemente de los periodos históricos. La guerra durante el capitalismo joven del siglo XIX fue un medio indispensable que permitía posibilidades de desarrollo ulterior al abrir nuevos mercados a cañonazos. Y es precisamente esto lo que en 1945 demostró la Izquierda comunista de Francia, uno de los pocos grupos que mantuvo el estandarte del internacionalismo proletario durante la IIª Guerra mundial, cuando señalaba que, muy al contrario, «... En su fase de decadencia, el hundimiento del mundo capitalista que ha agotado históricamente toda posibilidad de desarrollo, encuentra en la guerra moderna, la guerra imperialista, la expresión de ese hundimiento, que, sin abrir ninguna posibilidad de desarrollo posterior para la producción, no hace más que precipitar en el abismo las fuerzas productivas y acumular a un ritmo acelerado ruinas sobre ruinas. (...) A medida que se estrecha el mercado, la lucha por la posesión de las fuentes de materias primas y por el dominio del mercado mundial se hace más áspera. La lucha económica entre los distintos grupos capitalistas se concentra cada vez más y toma la forma, más acabada, de la lucha entre Estados. La lucha exacerbada entre Estados al final sólo puede resolverse por la fuerza militar. La guerra se convierte en el único medio, que no solución, por el que cada imperialismo nacional tiende a liberarse de las dificultades en las que está atrapado a expensas de los Estados imperialistas rivales»[4].

La unión nacional durante la guerra

Los historiadores burgueses no insisten en un hecho: la rápida derrota de la antigua gran potencia continental francesa. No fueron solo las condiciones atmosféricas lo que retrasó el ataque del ejército alemán. El aparato estatal alemán no eligió a Hitler por error ni estaba formado por una banda de cretinos dispuestos a ir detrás del primero que se lo ordenase. La razón principal está nuevamente en el juego de las consultas diplomáticas secretas. Incluso en plena guerra se podían trastocar las alianzas. Por añadidura pesaba en la cabeza de la burguesía alemana el recuerdo de la insubordinación de los soldados alemanes en 1918, y la lección de que los soldados no debían pasar hambre... En 1938 la burguesía alemana es la heredera de la Primera república de Weimar, que ahogó en sangre el intento revolucionario del proletariado en 1919, los batallones de las SS se nutren de los antiguos «cuerpos francos» democráticos que habían masacrado a los obreros insurrectos. No habían caído en el olvido ni la erupción de la Comuna de París en 1870, ni la revolución de Octubre de 1917, ni la insurrección espartakista de 1919. Aunque derrotada políticamente, la clase obrera seguía siendo la única clase que hubiera podido ser un peligro para la prolongación de la guerra burguesa.

La rápida victoria del imperialismo alemán sobre Checoslovaquia fue resultado de la guerra de nervios, del bluff, de las refinadas maniobras, y sobre todo de la especulación sobre el miedo de todos los gobiernos a las consecuencias de lanzarse con demasiada precipitación a una guerra generalizada sin contar con la plena adhesión del proletariado. El Estado Mayor alemán, más avezado que los generales franceses aferrados a las viejas ideas de la «guerra de posición» de 1914, había «modernizado» su estrategia en favor de la «Blitzkrieg» (guerra relámpago). Según esta teoría militarista (muy apreciada en nuestros días, baste recordar la Guerra del Golfo) avanzar lentamente sin atacar con ferocidad es apostar por la derrota. Peor aún, mientras siga siendo frágil la adhesión de la población, entretenerse, dar tiempo a que los contendientes se interpelen desde las trincheras, acarrea el riesgo de motines y explosiones sociales. En el siglo XX la clase obrera es inevitablemente el único batallón capaz de luchar contra la guerra imperialista. El propio Hitler lo confesará un día a su secuaz Albert Speer: «la industria es un factor que favorece el comunismo». Hitler declarará a ese mismo confidente que tras la imposición del trabajo obligatorio en Francia en 1943 existía la eventualidad de que surgieran disturbios y huelgas que frenaran la producción, y que se trata de un riesgo propio de los tiempos de guerra. La burguesía alemana tenía un reflejo «bismarkiano». Bismark tuvo que enfrentarse a la insurrección de los obreros parisinos contra su propia burguesía, bloqueando así la acción del invasor alemán, e inquietándolo ante el peligro de propagación de una revolución así entre los soldados y obreros alemanes. Pero ara sobre todo la reacción de los obreros alemanes frente a la guerra contra la Rusia revolucionaria, iniciando la guerra civil contra su propia burguesía lo que tenía en mente la burguesía hitleriana.

Durante más de un año, tras el parón que siguió a la primera ofensiva militar alemana, se produce una verdadera guerra de desgaste. Alemania necesita, sobre todo, abrir una «espacio vital» hacia el Este, y para ello hubiera preferido aliarse con las dos democracias occidentales en lugar de hipotecar una parte de su potencial militar en invadirlas. Alemania apoyaba al «Partido de la guerra» de Laval y Doriot, antiguos pacifistas que se habían reivindicado del socialismo. Estas fracciones pro fascistas que militaban por una alianza franco-alemana, eran minoritarias. El conjunto de la burguesía desconfiaba de la no movilización del proletariado francés. En Francia, el proletariado no había sido vencido frontalmente a golpe de bayonetas y lanzallamas como en 1918 y 1923 lo había sido el proletariado alemán.

Así, la burguesía alemana se da un segundo margen de tiempo para avanzar con prudencia en un país frágil tanto en lo militar como en lo social. De hecho, se conforma con observar la lenta descomposición de la burguesía francesa entre sus cobardes militares y sus pacifistas futuros colaboracionistas con el régimen de ocupación, que mantendrán en la impotencia a los obreros.

Los Frentes populares habían contribuido de forma importante al esfuerzo de rearme (desarmando políticamente a los obreros) pero no llegaron a realizar completamente la Unión Nacional. La policía había roto muchas huelgas y había encarcelado a cientos de militantes que no sabían muy bien cómo oponerse a la guerra. La izquierda de la burguesía francesa calmó a los obreros con los bombones envenenados del Frente Popular que había otorgado las «vacaciones pagadas» a los obreros, obreros que fueron movilizados precisamente durante esas mismas vacaciones. Pero fue el trabajo de zapa de las fracciones pacifistas de extrema izquierda lo que permitió acabar con toda alternativa de clase. Completando el trabajo de los estalinistas, los anarquistas que mantenían aún una gran influencia en los sindicatos, publicaron el panfleto Paz inmediata en septiembre de 1939, firmado por una ristra de intelectuales: «(...) Nada de flores en los fusiles, nada de cantos heroicos, nada de ¡bravos! a la marcha de los soldados. Nos aseguran que es así entre todos los beligerantes. La guerra ha sido, pues, condenada desde el primer día por la mayor parte de los participantes de vanguardia y retaguardia. Hagamos, pues, rápidamente la paz (...)».

La «paz» no puede ser la alternativa a la guerra en el capitalismo decadente. Tales resoluciones no servían más que para alentar el “sálvese quien pueda”, las soluciones individuales de irse al extranjero para los más afortunados. El desconcierto de los trabajadores era muy fuerte, su inquietud y su impotencia se articulaban con desbandada general de partidos y grupúsculos de izquierda que los había metido por el «buen camino» antifascista y que se presentaban como defensores de sus intereses.

El desmoronamiento de la sociedad francesa es tal que la «extraña guerra» de un lado y «komischer Krieg» del otro, no fueron más que un interregno que permitió al Ejército alemán, poco después del primer gran bombardeo criminal de Rotterdam (40 000 muertos), romper sin resistencia el 10 de mayo de 1940 la Línea Maginot francesa. Los oficiales de la armada francesa fueron los primeros en dejar abandonadas a sus tropas. Las poblaciones de Holanda, Bélgica, Luxemburgo y del norte de Francia, incluidos Paris y el gobierno, huyeron de forma masiva, irracional e incontrolable hacia el centro y sur de Francia. Se produjo así uno de los mayores éxodos contemporáneos. Esta ausencia de «resistencia» de la población, fue reprochada durante largo tiempo por los ideólogos del «maquis» (muchos de ellos, como Mitterrand y los jefes «socialistas» belgas o italianos, cambiaron de chaqueta a partir de 1942), y después de la guerra, fue utilizada para dar autoridad a todos los sacrificios que la clase obrera debía aceptar en aras la reconstrucción.

La Blitzkrieg «tan solo» causó 90 000 muertos y 120 000 heridos del lado francés y 27 000 muertos del alemán. La debâcle habría arrastrado consigo a diez millones de personas en condiciones espantosas. Un millón y medio de prisioneros fueron enviados a Alemania. Y todo ello, es poco, comparado con los 50 millones de muertos del holocausto.

En Europa la población civil sufrió las perdidas más importantes que la humanidad ha conocido jamás en período de guerra. Nunca antes se habían unido tantas mujeres y tantos niños en la muerte con los soldados. Las víctimas civiles fueron por primera vez en la historia mundial más numerosas que las bajas militares.

Con su reflejo «bismarquiano» la burguesía alemana dividió Francia en dos: una zona ocupada, el norte y la capital, para vigilar directamente las costas de Inglaterra; y una zona libre, el sur, legitimada por el Gobierno del general de Verdún, la marioneta Petain, y el antiguo «socialista» Laval parta mantener la honorabilidad internacional. Este Estado colaborador apoyará por un tiempo el esfuerzo de guerra nazi, hasta que el avance de los Aliados obligó al imperialismo alemán a dejarlo caer.

El temor permanente de un levantamiento de los obreros, por muy debilitados que estuvieran, contra la guerra estaba presente incluso entre aquello que la izquierda presentaba como los «antisociales». Un periódico colaboracionista, L’Oeuvre, hablaba claramente de la necesidad de la acción sindical –esa pretendida conquista del Frente popular– para el ocupante, y decía en los mismos términos que cualquier grupo de izquierda o trotskista: «Los ocupantes tienen la gran preocupación de no poner en su contra a los elementos obreros, por no perder el contacto, por integrarlos en un movimiento social bien organizado (...). Los alemanes desearían que todos los obreros estuvieran interesados en el corporativismo y para ello, consideran que se necesitan mandos que tengan la confianza de los trabajadores (...). Para obtener hombres que tengan autoridad y que sean verdaderamente escuchados (...)»[5].

Desde 1941, una parte del Gobierno francés colaboracionista estaba inquieto por el carácter provisional de la ocupación y de las garantías de orden que eran necesarias. La burguesía con Petain, lo mismo que su fracción emigrada, la «Francia libre» de De Gaulle, que mantenían contactos más o menos discreto, tenían como principal preocupación la necesidad del mantenimiento del orden social y político entre una época y la otra. Creadas por la fracción liberal establecida en Inglaterra y por los estalinistas franceses, la ideología de las bandas armadas de la resistencia -de pobre impacto- tuvieron de entrada grandes dificultades para arrastrar a los obreros a la Unión nacional una vez vislumbrada la «Liberación». La burguesía alemana, prestó apoyo firme, a su pesar, con «el relevo» -la obligación para todo obrero de ir a trabajar a Alemania a cambio del retorno de un prisionero de guerra- de tal modo que, repentinamente, en 1943, se fortalecieron las filas de la acción «terrorista» contra el «ocupante». Pero, fundamentalmente, fueron los partidos de izquierda y de extrema izquierda los que consiguieron controlar a los trabajadores apoyándose en «la victoria de Stalingrado».

Los bruscos virajes en las alianzas imperialistas y las posibles reacciones del proletariado constituyeron las líneas de orientación de la burguesía en plena guerra. Formalmente el viraje de la guerra contra Alemania tuvo lugar en 1942 con el freno a la expansión de Japón y la victoria de El Alamein que liberó los campos petrolíferos. El mismo año comenzó la batalla de Stalingrado cuya victoria debió el Estado estalinista a la ayuda y los envíos militares norteamericanos (tanques y armas sofisticadas que Rusia no podía producir para hacer frente a los modernos ejércitos alemanes). En el transcurso de las negociaciones secretas, el Estado estalinista puso en la balanza de los acuerdos, la declaración de guerra a Japón. Desde entonces la guerra habría podido caminar rápidamente hacia su fin en la medida en que existían deseos no ocultos de una parte de la burguesía alemana para deshacerse de Hitler, que se concretaron en un atentado contra el dictador en Julio de 1944. Pero los conjurados fueron abandonados por los Aliados y masacrados por el Estado nazi (el Plan Walkiria del Almirante Canaris).

Pero nadie contaba con el despertar del proletariado italiano. Fue necesario prolongar dos años la guerra para terminar aplastando las fuerzas vivas del proletariado y evitar una nueva paz precipitada como en 1918, con la revolución en los talones.

1943 dio un giro a la guerra como consecuencia de la erupción del proletariado italiano. A nivel mundial, la burguesía se sirvió del aislamiento y la derrota de los obreros italianos para desarrollar la estrategia de la «resistencia» en los países ocupados con el fin de hacer adherir a las poblaciones del «interior» a la futura paz capitalista. Mientras que hasta entonces la mayor parte de las bandas estaban esencialmente animadas por ínfimas minorías de elementos de capas pequeño burguesas nacionalistas y de métodos terroristas, la burguesía anglo-americana glorificó la ideología de la resistencia mucho más pragmáticamente tras la «victoria de Stalingrado» y del giro prooccidental de los Partidos «comunistas». Los obreros no prisioneros no veían la diferencia entre ser explotados por un patrón alemán o por uno francés. No tenían ningún interés por morir en nombre de una alianza anglo-francesa para apoyar a Polonia, y no habían hecho ningún esfuerzo por implicarse en una guerra que les resultaba ajena. Para movilizarlos en nombre de defender la «democracia» era necesario darles una perspectiva que les pareciera válida desde un punto de vista de clase. La gran propaganda organizada en torno a la victoria de Stalingrado, presentada como el giro de la guerra, y por tanto la posibilidad de poner fin a todo tipo de desmanes militares de los ocupantes, de encontrar la «libertad», incluso teniendo que soportar a los policías autóctonos, provocó unas ilusiones que se unieron a las del «comunismo liberador», representado por Stalin. Sin la ayuda de esta mentira, los obreros habrían seguido siendo hostiles a las bandas de resistentes armados ya que sus acciones no hacían más que redoblar el terror nazi. Sin el apoyo sobre el terreno de los estalinistas y los trotskistas, la burguesía de Londres y Washintong, no habría tenido ninguna posibilidad de arrastrar a los obreros a la guerra. Contrariamente a 1914, no se trataba de poner firmes a los obreros en el frente para enviarlos a la carnicería, sino de obtener su adhesión y encuadrarlos en el terreno civil en las redes del orden resistente, tras el culto a la gloriosa batalla de Stalingrado.

En efecto, en Italia como en Francia, muchos obreros se unieron al maquis en esa época, empujados por la ilusión de haber encontrado de nuevo el combate de clase, y el partido estalinista y los trotskistas les ponían el ejemplo fraudulentamente deformado de la Comuna de Paris (¿no deben alzarse los obreros contra su propia burguesía dirigida por el nuevo Thiers, Pétain, mientras los alemanes ocupan Francia?). En medio de una población aterrorizada e impotente ante el desencadenamiento de la guerra, muchos obreros franceses y europeos, alistados en las partidas de resistentes, fueron abatidos creyendo luchar por la «liberación socialista» –de Francia o de Italia, en suma en una nueva «guerra civil contra su propia burguesía»– del mismo modo en que habían sido enviados los proletarios de cada lado del frente en 1914, en nombre de una Francia y una Alemania que eran los países «inventores» del socialismo. Las partidas de resistentes stalinistas y trotskistas concentraron particularmente su chantaje para que los obreros estuvieran «en primera línea para luchar por la independencia de los pueblos» en un sector clave para paralizar la economía, el de los ferroviarios.

En el mismo momento, la preeminencia de las facciones de derecha pro aliadas en las bandas armadas, favorables a la restauración del mismo orden capitalista en la paz, fue objeto de un áspero combate, sin que los trabajadores se enteraran de nada. Equipos de agentes secretos norteamericanos del AMGOT (Allied Military Government Of Occupied Territories) fueron enviados a Francia e Italia (es el origen de la logia P2 en total complicidad con la Mafia) para vigilar que los stalinistas no acapararan todo el poder que les hubiera permitido alinearse con el imperialismo ruso. Desde el principio hasta el final, los stalinistas sabían perfectamente cuál era su función, especialmente la que ellos prefieren, la de sabotear la lucha obrera, desarmar a los resistentes utopistas e iluminados, atacar a los obreros hostiles a las exigencias de la reconstrucción. Tras la «Liberación» y como prueba de la unidad de la burguesía contra el proletariado, la burguesía occidental –aunque condenando a un puñado de «criminales de guerra»– reclutó a cierta cantidad de antiguos torturadores nazis y estalinistas para hacerlos agentes secretos eficaces en la mayor parte de las capitales europeas. Estos asesinos recuperados tenían la tarea, en primer lugar, de frenar a los secuaces del imperialismo ruso, pero sobre todo luchar «contra el comunismo», es decir hacer frente al objetivo natural de toda lucha autónoma generalizada de los obreros, que amenazaban inevitablemente tras el horror de la guerra y con la carestía y el hambre en los inicios de la paz capitalista.

La destrucción masiva del proletariado

Dejamos para la discusión entre burgueses el número respectivo de masacres según qué poblaciones[6], pero es incontestable que hay que empezar por destacar lo principal: 20 millones de rusos murieron en el frente europeo. Es uno de los grandes «olvidos» de las celebraciones del cincuentenario del desembarco de junio de 1944. Los actuales historiadores rusos siguen acusando a los Estados Unidos de haber retrasado deliberadamente el desembarco en Normandía con el único fin de sacar ventajas a la URSS en previsión de las condiciones de la guerra fría: «El desembarco tuvo lugar cuando la suerte de Alemania estaba echada gracias a las contraofensivas soviéticas en el frente del Este»[7].

Los burgueses liberales se pusieron con el pope Solzhenitsin a la cabeza, una vez terminada  la reconstrucción, a denunciar los millones de muertos de los gulags de Stalin, pareciendo olvidar que la verdadera masacre de la contrarrevolución fue efectuada con la total complicidad de Occidente... durante la guerra. De sobra sabemos lo despiadada que es la burguesía tras una derrota del proletariado (decenas de miles de comuneros y de mujeres y niños fueron masacrados o deportados en 1871). Su forma de llevar a cabo la 2ª Guerra mundial le permitió multiplicar por diez la matanza de la clase que la había hecho temblar en 1917. Los rusos soportaron solos el peso de cuatro años de guerra en Europa. Sólo a principios de 1945 los americanos pusieron los pies en Alemania, ahorrándose, por decirlo así, cantidad de muertos, y preservando su paz social. Trágico «heroísmo» el de los millones de víctimas rusas, ya que sin la ayuda militar americana, el atrasado régimen estalinista habría sucumbido ante la Alemania industrializada.

Tras semejante matanza y gracias a la paz de los cementerios, en la Rusia estalinista, el poder del Estado no tenía ninguna necesidad de sutilezas democráticas para hacer reinar su orden. Los Aliados permitieron a la soldadesca rusa que se vengara en miles de alemanes, elevando así a Rusia al rango de potencia «victoriosa», estatuto que como sabemos por la experiencia de 1914, es generador de paz social y de admiración burguesa. Del mismo modo que habían dejado que el régimen nazi aplastara al proletariado de Varsovia, el gobierno ruso y su dictador dejaron masacrar y morir de hambre, clara e impunemente, a cientos de miles de civiles de Stalingrado y Leningrado.

Para que los imperialismos victoriosos quedaran satisfechos (expolio de fábricas en Europa del Este para el régimen estalinista y reconstrucción en el Oeste en beneficio de Estados Unidos) hacía falta que al proletariado ni se le ocurriera «robarle» a la burguesía su «Liberación».

Una intensa campaña ideológica, común a Occidente y a la Rusia «totalitaria», puso de relieve el genocidio de los judíos, del que los aliados estaban al corriente desde el inicio de la guerra. Como han reconocido los historiadores más serios, el genocidio de los judíos no encuentra su explicación en... la Edad Media, sino en el contexto mismo de la guerra mundial. La masacre toma unas dimensiones dantescas en el momento en que se desencadena la guerra contra Rusia porque era necesario «resolver» lo antes posible el problema que originaban las masas enormes de refugiados y de prisioneros detenidos, en especial en Polonia. La preocupación mayor del Estado nazi es, una vez más, la de alimentar ante todo a sus tropas y por tanto deshacerse como fuere de una población que pesa en exceso sobre el esfuerzo de guerra (había que economizar las balas para su uso en el frente ruso y simplificar el trabajo de los verdugos, pues la matanza individuo por individuo, además de ser larga, podía desmoralizar hasta a los propios verdugos).

En la Conferencia de los Aliados en las Bermudas en 1943, se decidió no hacer nada por los judíos, eligiendo así el exterminio antes que asumir los gastos del éxodo inmenso que los nazis habrían creado si los hubieran expulsado. Hubo, sobre este asunto, muchos regateos por parte de Rumanía y Hungría. Todas los intentos se encontraron con la negativa política de Roosevelt so pretexto de no favorecer al enemigo. La propuesta más conocida, pero ocultada hoy detrás de la acción humanista muy limitada de Schindler, puso frente a frente a los Aliados y a Eichmann para intercambiar 100 000 Judíos por 10 000 camiones, intercambio que los Aliados rechazaron explícitamente por boca del Estado británico: «transportar tanta gente pondría en peligro el necesario esfuerzo de guerra»[8].

El genocidio de los Judíos, «purificación étnica» de los nazis, iba a servir con creces para justificar una «victoria» aliada obtenida gracias a la barbaries más criminal. De hecho la apertura de los campos de concentración se hizo con la mayor publicidad posible.

A el amparo de esta situación y diabolizando consciente y cínicamente las acciones del enemigo vencido, los Aliados pudieron ocultar los interrogantes que planteaban obligatoriamente los criminales bombardeos que los Aliados utilizaron para «pacificar» ante todo al proletariado mundial. Las cifras solo nos dan una idea aproximada del horror de sus acciones:
– Julio de 1943, bombardeo de Hamburgo, 50 000 muertos,
– en 1944 bombardeo de Darsmtadt, Könisgberg, Heilbronn, 24 000 víctimas,
– en Braunschwieg, 23 000 muertos,
– en Dresde, ciudad de refugiados de todos los países, el bombadeo intensivo de los aviones democráticos del 13 y 14 de Febrero de 1945 causó 250 000 víctimas, siendo con mucho uno de los mayores crímenes de la guerra,
– en 18 meses, 45 de las 60 principales ciudades de Alemania fueron prácticamente destruidas y 650 000 personas perecieron,
– en Marzo de 1945, el bombardeo de Tokio ocasiono más de 80 000 muertos,
– en Francia, como en otras partes, fueron los barrios obreros el objetivo de los bombardeos de los Aliados: en Le Havre, en Marsella, se sumaron miles de cadáveres asesinados sin miramientos ni distingos. Las poblaciones civiles de los lugares del desembarco como Caen (e incluso en el Pas-de-Calais) vivieron el terror de la masacre (más de 20 000 muertos de uno y otro bandos en lucha) del desembarco, cuando no eran directamente las víctimas,
– cuatro meses después de la rendición del Reich, cuando Japón estaba prácticamente de rodillas, en nombre de la voluntad de limitar las pérdidas americanas, la aviación democrática bombardeó, con el arma más terrorífica y mortal de todos los tiempos, Hiroshima y Nagasaki; el proletariado tenía que recordar por mucho tiempo, que la burguesía es una clase todopoderosa...

En un próximo artículo, volveremos sobre las reacciones obreras durante la guerra, ocultadas en los libros de historia oficiales, y trataremos sobre la acción y las posiciones de las minorías revolucionarias de la época.

Damien


[1] Ver en Revista internacional nº 66 «Las masacres y los crímenes de las grandes democracias».

[2] La guerra secreta, A. C. Brown.

[3] Michel Ragon, 1934-1939, L’avant-guerre.

[4] Ver en Revista Internacional nº 59 « Informe sobre la situación internacional - Las verdaderas causas de la 2ª Guerra mundial, Izquierda comunista de Francia».

[5]L’Oeuvre, 29 de agosto de 1940.

[6] Ver nota 1, así como el Manifiesto del IXº Congreso de la CCI: «Revolución comunista o destrucción de la humanidad».

[7]Le Figaro, 6 de Junio de 1994.

[8] Ver La historia de Jöel Brand de Alex Weissberg. Medio siglo después el problema de los refugiados es objeto de las mismas reacciones vergonzantes de la burguesía: «Por razones económicas y políticas (cada refugiado cuesta de mantener 7000 dólares) Washintong no quiere que el aumento de refugiados judíos se haga en detrimento de otros exiliados –de América Latina, Asia o Africa– que no disponen de ningún apoyo y son probablemente los más perseguidos» (Le Monde, 4 de octubre de 1989, «Los judíos soviéticos serán los más afectados por las restricciones a la inmigración»). La Europa de Maastrich no se queda atrás: «... para Europa, la mayoría de los demandantes de asilo no son “verdaderos” refugiados, sino emigrantes económicos. Esto es intolerable para un mercado de trabajo saturado» (Liberation, 9 de Octubre 1989 «Europa quiere elegir a los refugiados»). En eso ha desembocado el capitalismo en decadencia. Como no puede permitir el desarrollo de las fuerzas productivas, prefiere, en tiempos de guerra como en tiempos de paz, dejar reventar con una muerte lenta a la mayor parte de la humanidad. La impotencia hipócrita demostrada ante la «purificación étnica» de millares de seres humanos en la ex-Yugoslavia y la masacre de más de UN MILLON de personas en Ruanda en muy pocos días, algo nunca visto, son las últimas pruebas de lo que es capaz de hacer el capitalismo HOY EN DIA. Dejando producirse estas masacres, como dejaron hacer con los judíos, las democracias occidentales pretender no tener nada que ver con el horror, pero en realidad son cómplices, e incluso más parte activa que en tiempos de los nazis.

Series: 

Acontecimientos históricos: 

Cuestiones teóricas: