Huelga de masas en Polonia: se ha abierto una nueva brecha

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"La huelga de masas no se fabrica artificialmente, ni se decide y propaga en una atmósfera inmaterial.
Es un fenómeno histórico que, en un determinado momento, resulta de una situación social que a su vez es consecuencia de una necesidad".

(Rosa Luxemburg, "Huelga de masas, Partido y Sindicatos").

Se ha abierto en la historia una brecha que ya no se volverá a cerrar ante los ojos del mundo entero, la clase obrera de Polonia ha salido del terreno vedado del Este para incorporarse a la lucha de clase de todos los obreros. Como en la Rusia de 1905, este movimiento ha surgido de las capas más profundas del proletariado, su carácter de clase salta a la vista. Por su amplitud, por su dimensión histórica, por su voz resueltamente obrera, la huelga de masas en Polonia es el acontecimiento más importante desde el resurgimiento de la lucha de clases en 1967/68.

El impacto de este movimiento rebasó mucho los jalones aún titubeantes del Mayo del 68 en Francia. Cuando se produjo aquel gran estallido que señalaba el fin del período de la contrarrevolución y el principio de un nuevo periodo de convulsiones sociales, el potencial del movimiento obrero seguía siendo incierto. En lugar de la clase obrera, hablaban otros, como los estudiantes por ejemplo, que sentían en sus vísceras el desmoronamiento de todos los valores de una sociedad que acusaba las primeras sacudidas de las crisis, sacudidas frente a las que no podían aportar soluciones. En el Este, la Checoslovaquia del 68 reflejaba la imagen de la época: un movimiento en el que la clase obrera no llevaba la voz cantante, un movimiento nacionalista dominado por una fracción del Partido que detentaba el poder, una "Primavera de Praga" de "reivindicaciones democráticas" sin el menor futuro. Aunque el movimiento de Polonia de 1970 daría pruebas de una mayor madurez del proletariado, no por ello dejó de ser poco conocido y limitado.

Hoy, por el contrario, la crisis económica del sistema es una realidad cotidiana que los obreros padecen en su propia carne, con lo que los acontecimientos de Polonia 1980 adquieren una dimensión muy distinta: el país entero está abrazado por el fuego de una huelga de masas, por la autoorganización generalizada de los obreros. El protagonis­ta ha sido la clase obrera y se ha rebasa­do al ámbito de la simple defensa económica para situarse en el terreno social, y esto a pesar de las flaquezas. Al reaccionar así ante los efectos de la crisis económica, los obreros de Polonia han hecho la demos­tración palpable de que sólo hay un mundo -todos los gobiernos del mundo, sea cual sea su máscara ideológica, están atascados en la crisis, exigen el sacrificio de los explotados. Ninguna prueba mejor que Polo­nia 80 Para demostrar que el mundo no está dividido en dos sistemas diferentes, sino que el capitalismo, bajo una u otra forma, reina en todo el mundo gracias a la explo­tación de los trabajadores. Las huelgas de Polonia asestan un tremendo golpe irrever­sible a la credibilidad que para la clase podrían tener los mitos estalinistas o proestalinistas, los mitos sobre los "estados obreros" o el "socialismo" del Este.

Cada vez que los obreros en lucha se revuelvan contra las cadenas ideológicas y físicas del estalinismo, se recordará la voz obrera de Gdansk. Y la brecha seguirá ensanchándose. Los acontecimientos de Polo­nia solo pueden comprenderse en el contes­to de la crisis del capitalismo (véase en este número el artículo sobre "La crisis en los países del Este") y como parte integrante del resurgimiento internacional de las luchas obreras.

En el Oeste, la lucha de clases ha surgi­do con mayor vigor desde hace unos años, confirmando la combatividad intacta de la clase obrera: la huelga de la siderurgia en Gran Bretaña, la lucha de los estibado­res en Rotterdam, Longwy-Denain en Francia, los combates en Brasil son los ejemplos más notables.

En el Este, los recientes acontecimientos forman parte de toda una agitación obrera que se desarrolla desde hace varios meses, particularmente la huelga general que pa­ralizó la ciudad de Lublin en Polonia en Julio de 1980 y las recientes huelgas en la URSS (la de los conductores de autobu­ses en Togliattigrado, apoyada por los obre­ros de las fábricas de automóvil). Estos acontecimientos desmienten, categóricamente a todos aquellos que propagan el mito de que la clase obrera está irremediablemente aplastada en el Este, donde toda lucha de clases sería imposible. .

Se ven hoy signos innegables de que existe una reacción generalizada cada vez más aguda a las manifestaciones de la crisis mundial. A este respecto, las huel­gas de Polonia suponen un paso inmenso para la reanudación internacional de la lucha proletaria, para la demostración de esta unidad fundamental de la condición y de la solución de la clase obrera. ES EL NACIMIENTO DE NUESTRA FUERZA.

EL PROLETARIADO Y LOS ANTAGONISMOS INTERIMPERIALISTAS

El que el resurgimiento internacional de las luchas de la clase obrera tenga su punto culminante en un país del Este es algo que tiene un significado muy particu­lar para el proletariado. Este acaba de vivir un período en el que: la burguesía occidental no ha cesado de agitar machaconamente el espectro de la guerra que vendría del bloque del Este, que es el único "belicista" frente al bloque del Oeste "pacífico".

Sobre este punto, el proletariado polaco ha dado una magnífica lección desmin­tiendo irrefutablemente la patraña de un bloque guerrero, homogéneo y unido contra el que habría que movilizarse, en una gran amalgama de clases, para evitar que vuel­va a producirse un nuevo Afganistán. Al rebelarse, el proletariado polaco le ha aguado la fiesta a la burguesía que se empeñaba en presentar como única posible, la alternativa de un campo imperialista contra otro. Los obreros de Polonia han vuelto a situar en primer plano la única verdadera alternativa que rebasa cualquier frontera nacional: OBREROS CONTRA PATRONOS, PROLETARIADO CONTRA CAPITAL. La bur­guesía de todos los países ha percibido esta amenaza obrera frente a la lucha de clases que tiende a romper la estructura de la sociedad capitalista, poniendo al descubierto el antagonismo proletariado-burguesía, la clase capitalista -en el momento álgido- ha dado pruebas de una especie de solidaridad internacional que sólo asombra a las mentes poco despiertas. Al contrario de Hungría o, incluso de Checoslovaquia, movimientos que la burguesía occidental aprovechó para intentar ganar un nuevo punto de apoyo, hemos visto esta vez el aleccionador espectáculo de todos los gobiernos del mundo -tanto del Este como del Oeste- cada uno con su "cubo de agua" para apagar el fuego obrero: los créditos que concede el Occidente a Polo­nia mediante la presión ejercida sobre los bancos alemanes y sobre el Fondo Monetario Internacional, el dinero enviado por los sin­dicatos occidentales o los créditos otorgados por la URSS. Ahí están todos, reunidos en torno a la "madre enferma" procurando por todos los medios que la colosal deuda de Polonia no le impida repartir algunas migajas a la clase obrera para poder calmar el movimiento. Todos tienen el mismo objetivo: mantener el status frente al peligro proletario y su tenden­cia a extenderse como mancha de aceite... No podemos conocer todos los detalles de la diplomacia secreta, pero las cartas "personales" de Giscard y Schmidt a Gierek, de Presidente a Presidente; las llamadas telefónicas, las consultas Carter-Breznev, muestran las preocupaciones comunes que han creado los obreros polacos en su enemigo de clase.

Desde este punto de vista, los acontecimientos de Polonia no hacen más que confirmar una ley histórica fundamental de este mundo dividido en clases antagónicas. Cuando los motines de los marineros de Alemania en 1918, guiados por el ejemplo de la revolución rusa, aterro­rizaron a la burguesía de ambos lados de las trincheras, ésta se vio obligada a parar la guerra para no correr el riesgo de un desmoronamiento de todo el sistema. Asimismo, la lucha decidida y organizada de los obreros de Polonia contra la austeridad, aunque no haya sido insurreccional, ha postergado provisionalmente el problema de los conflictos interimperialistas para colocar la cuestión social en primer plano. Estos factores interimperialistas no desaparecen y sólo son apar­tados provisionalmente, porque la presión de la clase obrera es aún esporádica y no lo bastante madura como para permitir un enfren­tamiento decisivo. Pero estos acontecimientos constituyen la prueba más clara de que el potencial de resistencia de la clase obrera representa hoy el único freno eficaz a la guerra. Los acontecimientos de Polonia demues­tran que sólo la solidaridad proletaria en la lucha puede hacer retroceder las amenazas de guerra, al contrario de lo que claman la izquierda y otros sobre la supuesta necesidad de vencer primero al campo imperialista que se halla enfrente ("el enemigo Nº 1) para entablar la lucha después (recordemos la matraca organizada en torno a la guerra del Vietnam en los años 60).

LA BURGUESÍA CEDE

Una enseñanza de este movimiento que no se podrá olvidar es que la lucha obrera puede hacer retroceder a la burguesía a escala internacional y nacional y establecer una relación de fuerzas que le sea favorable. La clase obrera no se encuentra desprovista de todo ante la fuerza represiva de su explotador, puede paralizar la mano de la represión mediante la generalización rápida del movimiento.

Resulta claro que los obreros de Polonia han sacado muchas lecciones de sus experiencias precedentes de 1956, 70 y 76. Pero, al revés de estas luchas y, concretamente, de las de Gdansk, Gdynia y Sczecin en 1970 que se caracterizaron sobre todo por los tumultos callejeros, la lucha de 1980 ha evitado conscientemente los enfrentamientos prematuros. No han dejado muertos. Se han dado cuenta de que su fuerza estriba ante todo en la generalización de la lucha, en la organización de la solidaridad.

No se trata de oponer "la calle" a "la fábrica", pues ambas forman parte de la lucha de la clase obrera, pero hay que comprender que "la calle" (ya se trate de manifestaciones o de enfrentamientos) y "la ocupación de la fábrica" como lugar de referencia y no como "cárcel" sólo serán medios eficaces para la lucha si la clase toma el combate en sus propias manos generalizando la lucha por encima de las divisiones del trabajo en categorías y organizándose con mucha decisión. En ello estriba nuestra fuerza, y no en una exaltación mórbida de la violencia por la violencia. Al contrario de los situacionistas, con sus consignas de "quemar y saquear los supermercados" o de los bordiguistas con su "terror rojo" de visionarios, la lucha ha franqueado hoy una etapa al superar la fase de las explosiones de cólera. Pero esto no significa que los obreros polacos se hayan vuelto pacifistas bajo la presión del KOR. En Gdansk, Szczecin y en otras partes los obreros organizaron inmediatamente grupos de defensa contra toda posible represión. Han sabido juzgar cuáles eran las armas adecuadas a su lucha en el momento actual. Está claro que no hay receta que sirva para cualquier circunstancia, pero ha quedado demostrado igualmente que lo que paralizó el Estado fue la extensión rápida del movimiento.

Mucho se ha hablado del peligro "de los tanques rusos". En realidad, los ejércitos rusos nunca intervinieron directamente en Polonia, ya sea en Poznan en 1956 o durante los movimientos del 70 y del 76. Esto no quiere decir que el Estado ruso no enviará en última instancia lo equivalente de los "marines" americanos si hay el menor riesgo de que el régimen se vaya a pique.

Pero hoy no estamos en plena "guerra fría" (como en Alemania del Este en 1953) donde la burguesía tenía las manos libres frente a un levantamiento aislado. Tampoco se trata de una insurrección históricamente prematura y rápidamente sofocada (como ocurrió en Hungría en 1956), ni de un movimiento nacionalista que tendía a abrirse hacia el bloque rival (Checoslovaquia 1968). La lucha de los obreros en Polonia 1980 se sitúa en una época de desarrollo del movimiento obrero en todos los países, tanto al Este como al Oeste. Y pese a la situación militar y estratégica de Polonia, el Estado ruso ha de ser sumamente prudente. No se podía hacer frente a la lucha desde un principio con una matanza de obreros. No se olvide que en 1970, en Polonia, lo que desencadenó la generalización inmediata de las luchas fue precisamente la respuesta a las primeras represiones brutales. Frente a un movimiento obrero de la índole del 1980, la burguesía ha cedido; la clase obrera ha tomado conciencia de su fuerza, tomando confianza en sí misma.

POLONIA 1980 NOS MUESTRA EL CAMINO

Partiendo de las mismas causas que provocan los movimientos obreros de huelga, la rebelión contra las condiciones de vida, los obreros polacos movilizados en un principio contra la penuria y el alza de precios de los productos alimenticios, especialmente la carne, extendieron el movimiento mediante huelgas de solidaridad, rehusando las exhortaciones del gobierno a negociar fábrica por fábrica, sector por sector, eludiendo así la trampa en la que tantas veces ha caído la lucha obrera en estos últimos años. Por encima, pues, de las particularidades de los ataques del capitalismo contra la clase obrera (aquí, despidos masivos, inflación; allá, racio­namiento de los bienes de consumo, infla­ción igualmente), los mismos problemas fundamentales se presentan al conjunto del proletariado, cualesquiera que sean las modalidades de la austeridad, sea cual sea la burguesía nacional que tenga enfrente. La lucha de los obreros polacos sólo servi­rá verdaderamente a sus hermanos de clase si se asimilan paulatinamente todas estas enseñanzas.

En 1979, en Francia, los obreros side­rúrgicos se movilizaron espontánea y violentamente contra el Estado capitalista que acababa de decretar una serie de des­pidos. Los sindicatos han tardado seis meses en atajar las posibilidades de ex­presión del movimiento -interrumpiendo las huelgas en la región parisina, concretamen­te- y en obligarlos a pasar por el aro capitalista y legalista de la negociación de los despidos. Los obstáculos que se encontró la clase obrera y que permitieron a la burguesía desmovilizar su combatividad para llevar a cabo sus planes fueron: la organización de la lucha que quedó en ma­nos de los órganos de base de los sindica­tos, la extensión que se redujo al sector siderúrgico y la violencia obrera que fue canalizada bajo la forma de "golpes de mano" nacionalistas[1].

En 1980, en Gran Bretaña, los sindica­tos de base -los shop-stewards- tomaron la iniciativa de los comités de huelga bajo la presión general de los obreros. Cuando se perfilaban en el horizonte despidos masivos (más de 40000), las reivindicaciones se limitaron a los aumentos de salario; cuando otros sectores de la clase obrera estaban dispuestos a moverse, se sofocó la "generalización" reduciendo el movimiento a la siderurgia privada, menos combativa. Tres meses se necesitaron, sin embargo, para conseguir desmovilizar a los obreros... los tres meses que la burguesía necesitaba para dar salida a sus reservas.

En estas huelgas, la clase obrera ex­perimenta su fuerza, pero también lo que significan como callejón sin salida, el corporativismo y la especialización de sus reivindicaciones por sector o por fábrica, de lo estéril que es la "organización" sindical. El movimiento en Polonia, por lo masivo, por lo rápido de su extensión por encima de categorías y regiones, con­firma no sólo la necesidad sino la posibi­lidad también de que se generalice y se organice por sí misma la lucha yendo más lejos que las veces anteriores y dando una respuesta a las experiencias pasadas.

Los sindicalistas de toda calaña nos afir­man que "sin sindicatos no hay lucha posible, sin sindicatos, la clase obrera está atomiza­da". Y resulta que los obreros polacos apor­tan un categórico mentís a esas patrañas. Los obreros, en Polonia, nunca antes habían sido tan fuertes, porque esta vez poseían sus pro­pias organizaciones nacidas de la lucha, con delegados elegidos y revocables en todo momento. Sólo cuando se pusieron a confiar en las quimeras de los sindicatos libres fue cuando acabaron por entrar en el corsé del orden capitalista reconociendo el papel supremo del Estado, del partido en el Estado y del Pacto de Varsovia (Acuerdos de Gdansk). Los acontecimientos de Polonia nos dan muestras del potencial que contienen todas las luchas actuales y que desbordarían si no existieran esos amortiguadores sociales que son los sindicatos y los partidos de la "democracia" burgue­sa.

LOS ACONTECIMIENTOS

"La huelga de masas es un océano de fenó­menos siempre nuevos y fluctuantes... A veces se divide en una infinita red de arroyuelos, otras, surge de la tierra cual vivo manantial, y otras veces se pierde en el subsuelo" (Luxemburg Rosa.- "Huelga de masas, Partido y Sindicatos")

La debilidad económica del capitalismo del Este le obliga a llevar una política de bes­tial austeridad contra la clase obrera. Y co­mo no tiene paliativos para diferir gradual­mente los efectos de la crisis sobre la clase obrera, día a día, paquete por paquete, industria por industria como así lo ha hecho hasta ahora la burguesía occidental, la burguesía del Este, al no poder seguir eternamente haciendo trampas con la ley del valor, ha provo­cado la rebelión contra ella y su política di­rigista, del descontento acumulado de los obreros. La rigidez del capitalismo de Estado del Este lleva al aparato a fijar los precios ali­menticios, y al aumentarlos de repente, bajando de golpe y porrazo el nivel de vida de la cla­se obrera, el Estado polaco provocó una res­puesta obrera homogénea contra él, a pesar de las diferencias de sueldo que el régimen man­tiene según los sectores profesionales. La uni­dad de la burguesía tras su Estado en el Este es también una realidad política y económica en el Oeste, a pesar del montón de patronos privados en sectores aparentemente separados. En realidad, todo lo que la rigidez del sistema estalinista hace más evidente y más fá­cil de entender también lo será en el Oes­te con las duras experiencias a que van a someter a la clase obrera. Los acontecimien­tos de Polonia forman parte de esa experien­cia. El auténtico rostro de la decadencia del sistema capitalista aparecerá, por todas partes, tras la careta "democrática y libe­ral".

El 1° de Julio de 1980, a resultas de fuertes aumentos del precio de la carne, es­tallan huelgas en Ursus, en las cercanías de Varsovia, en la fábrica de tractores que había sido el centro del enfrentamiento con el poder en junio de 1976; Y también en Tczew, en la región de Gdansk. En Ursus, los obreros se organizan en asambleas generales, redactan una lista de reivindicaciones y eligen un comité de huelga. Aguantan ante la amenaza de despidos y de represión y paran varias veces para mantener el movimiento.

Entre el 3 de Julio y el 10, la agitación prosigue en Varsovia (fábricas de material eléctrico, imprenta), en las factorías de aviones de Swidnick, en las automovilísticas de Zeran, en Lodz, en Gdansk...Por todas partes, los obreros forman comités de huel­ga. Las reivindicaciones son de aumentos de sueldo y para que se anulen las alzas de precios. El gobierno promete aumentos: el 10 % de media, en algunos casos el 20 %, au­mentos que son acordados a los huelguistas y no tanto a los no huelguistas para así frenar el movimiento...

A mediados de mes, la huelga llega a la ciudad de Lublin. Los ferroviarios y los de transportes primero y luego todas las indus­trias de la localidad paran el trabajo. Las reivindicaciones son: elecciones libres en los sindicatos, seguridad con garantías pa­ra los huelguistas, fuera policía de las fá­bricas, aumentos salariales.

El trabajo se reanuda en algunas regiones, pero también estallan nuevas huelgas. Krasnik, la fundición de Skolawa Wola, la ciudad de Cheim cercana a la frontera con Rusia y Wroclaw son afectadas por huelgas durante el mes de Julio. La sección K-1 de los astilleros de Gdansk se para, y también el complejo siderúrgico de Huta en Varsovia. Por todas partes, las autoridades ceden aceptando aumentos salariales. Según el "Finan­cial Times", el gobierno agenció, durante el mes de Julio, un fondo de 4 mil millones de zlotys para pagar los aumentos. Las ofi­cinas estatales son obligadas a proporcionar inmediatamente carne "de primera" a las fá­bricas que están paradas. Hacia finales de mes, el movimiento parece estar en reflujo y el gobierno se cree que lo ha frenado ne­gociando fábrica por fábrica. Y se engaña.

La explosión está, en realidad, madurando como así lo demuestra la huelga de basu­reros de Varsovia que dura una semana a prin­cipios de Agosto. El 14 de Agosto, el despi­do de una militante de los Sindicatos libres, provoca la explosión de una huelga en los astilleros "Lenín" de Gdansk. La asamblea general hace una lista de 11 reivindicacio­nes; las propuestas se discuten y se vo­tan. La asamblea decide la elección de un comité de huelga que se compromete con las reivindicaciones: reintegro de militantes, aumento de subsidios familiares, aumento de sueldos en 2.000 Z1. (el salario medio es de 3.000 a 4500 Zl), disolución de los sin­dicatos oficiales, supresión de privilegios de la policía y los burócratas, construcción de un monumento a los obreros muertos por la milicia en 1970, la publicación inmediata de informes verídicos sobre la huelga.

La dirección cede en cuanto a la vuelta de Anna Walentinowisz y de Lech Walesa así como en lo de construir un monumento. El Co­mité de Huelga da cuenta de su mandato ante los obreros por la tarde y los informa so­bre las propuestas de la dirección. La Asam­blea decide que se forme una milicia obrera; las bebidas alcohólicas son recogidas. Hay una nueva negociación con la dirección. Los obreros instalan un sistema de altavoces para que todos puedan seguir las discusiones y pronto se instala un sistema para que los obreros reunidos en Asamblea puedan hacerse oír en el salón de negociaciones. Hay obre­ros que se apoderan del micro para dar pre­cisiones sobre lo que exigen. Durante la ma­yor parte de la huelga, hasta el día antes de la firma del compromiso, miles de obreros intervienen desde fuera para exhortar, apro­bar o desaprobar las discusiones del Comité de huelga, Todos los obreros despedidos del astillero desde 1970 pueden volver a sus puestos. La dirección cede sobre los aumen­tos y da garantías para la seguridad de los huelguistas.

El 15 de Agosto, la huelga general para­liza la región de Gdansk. Los astilleros "Comuna de Paris" de Gdynia paran. Los obre­ros ocupan los locales y obtienen 2.100 zl de aumento inmediato. Pero se niegan a vol­ver al trabajo, pues "también Gdansk tiene que ganar". El movimiento en Gdansk está en un momento fluctuante; hay delegados de taller que dudan en ir más lejos y proponen que se acepten las propuestas de la dirección. Pero vienen obreros de otras fábricas de Gdansk y Gdynia y los conven­cen de que se mantengan solidarios. Se pi­de la elección de nuevos delegados más ca­paces de expresar el sentir general. Los obreros venidos de todas partes forman en Gdansk un Comité Interempresas en la noche del 15 de Agosto y elaboran una lista de 21 reivindicaciones.

El Comité de huelga tiene 400 miembros, 2 representantes por fábrica: días des­pués serán 800 y luego 1.000. Las delega­ciones van y vienen entre sus empresas y el Comité de huelga central, grabando ca­setes para dar cuenta de la discusión. Los Comités de huelga de cada fábrica se encargan de las reivindicaciones particulares y se coordinan entre sí. El Comité de los astilleros "Lenín" está formado por 12 obreros, uno por taller, elegidos a mano alzada tras debate. Dos de ellos son man­dados al Comité de huelga central Inter­empresas y rinden cuentas de todo lo ocu­rrido dos veces por día.

El 18 de Agosto, el gobierno corta el teléfono de Gdansk. El Comité de huelga nombra una Mesa (Presidencia) en la que predominan los partidarios de los sindica­tos libres y de la oposición. Las 21 rei­vindicaciones difundidas el 16 de Agosto empiezan con la petición de que se reco­nozca a los sindicatos libres e indepen­dientes v el derecho de huelga. Y lo que antes era el punto 2º de los 21, ocupa ahora el 7º lugar, o sea, los 2.000 zl para todos.

El 18 de Agosto, en la zona de Gdansk­-Gdynia-Sopot, hay 75 empresas paralizadas y 100.000 huelguistas; hay movimientos en Szcecin y en Tarnow (esta ciudad está a 80 Km. al sur de Cracovia). El Comité de huelga organiza los abastecimientos; hay empresas de electricidad y alimenta­ción que siguen trabajando a petición del comité de huelga. Las negociaciones se es­tancan y el gobierno se niega a discutir con el Comité interempresas. Los días siguientes llegan noticias de huelgas en Elblag, en Tczew, en Kolobrzeg y otras ciudades. Se calcula que hay 300.000 obre­ros en huelga el 20 de Agosto. El boletín del Comité de huelga de los astilleros "Lenín", "Solidaridad", es ya diario y obreros impresores ayudan a publicar octa­villas y folletos.

El 26 de Agosto los obreros se muestran prudentes ante las promesas del gobierno e indiferentes a los discursos de Gicrek. Y se niegan a negociar mientras las líneas te­lefónicas sigan cortadas en Gdansk.

El 27 de Agosto el gobierno otorga sal­vo conductos a disidentes para que puedan trasladarse a Gdansk junto a los huelguistas y servirles de "expertos" y poder calmar ese mundo al revés en que se ha transformado la zona. El gobierno acepta negociar con la Mesa del Comité de Huelga central y reconoce el derecho de huelga. Hay negociaciones paralelas en Szczecin, en la frontera con la República Democrática Alemana. El cardenal Wyszynski lanza un llamamiento para que cese la huelga, del cual la televisión deja ver amplios extractos. Los huelguistas, por su parte, mandan delegacio­nes por el país entero para pedir solidaridad.

El 28, las huelgas se extienden, alcanzan­do las minas de cobre y carbón de Silesia, en donde están los obreros mejor pagados del país. Los mineros, antes incluso de hacer la lista de exigencias precisas, declaran que dejarán de trabajar inmediatamente "si al­guien toca a los de Gdansk" y se ponen en huelga por "las reivindicaciones de Gdansk". 30 fábricas están en huelga en Wroclaw, en Poznam (las fábricas en donde empezó el mo­vimiento de 1956), en las fundiciones de Nowa Huta. En Rzeszois la huelga se está de­sarrollando. Se forman comités interempresas por región. Ursus manda delegados a Gdansk. En pleno auge de la generalización, Walesa va y declara: "No queremos que las huelgas se extiendan porque acabarían por llevar el país al borde del abismo. Necesitamos calma para llevar a cabo las negociaciones". Las negociaciones entre la Mesa y el Gobier­no se vuelven cosa privada. Los altavoces se "averían" cada vez más a menudo en los asti­lleros. El 29 de Agosto, las discusiones téc­nicas entre el gobierno y la Mesa del Comité llegan a un compromiso: los obreros tendrán sindicatos libres a condición de que acepten:

  1. el papel supremo del partido dirigente,
  2. la necesidad de apoyar la pertenencia del Estado polaco al bloque del Este,
  3. que los sindicatos libres no tengan papel político.

El acuerdo se firma el 31 de Agosto en Szczecin y en Gdansk. El gobierno reconoce los sindicatos "autogestionados", pues como dice su portavoz "la nación y el Estado ne­cesitan una clase obrera bien organizada y consciente". Dos días después, los quince miembros de la mesa dimiten en las empresas en que trabajaban y se convierten en permanentes de los nuevos sindicatos. Luego, se verán obligados a matizar sus posiciones cuando se anuncia que tendrán sueldos de 8000 zl. Esta información será desmentida ante el descontento de los obreros.

Se necesitaron varios días para que los acuerdos quedaran firmados. Las declaracio­nes de muchos obreros de Gdnask muestran que desconfían o que están claramente decep­cionados. Algunos, cuando se enteran de que el acuerdo no les aporta más que la mitad de los aumentos ya obtenidos el 16 de Agos­to, gritan: "Walesa, nos has vendido", y muchos obreros están en total desacuerdo con el punto que reconoce el papel del Partido y del Estado.

La huelga de las minas de carbón, Alta Silesia y de las de cobre duran hasta el 3 de Septiembre, para que los acuerdos de Gdansk se extiendan a todo el país. Durante el mes de Septiembre siguen las huelgas: en Kielce, en Bialystok con las obreras de las fábricas de hilados de algodón, en el ramo textil, en las minas de sal de Silesia, en los transportes de Katowice. Un movimien­to como el de este verano no se para así como así, de golpe. Los obreros intentan gene­ralizar lo que les parece adquirido, y re­sistir a la caída de la lucha. Como se sabe, Kania fue a visitar los astilleros de Gdy­nia antes incluso que los de Gdansk, porque los obreros de aquí habían sido los más ra­dicales. De esas discusiones, así como de las de cientos de otros lugares, no hay ni palab­ra en la prensa. Tendremos que esperar para poder medir la amplitud y la riqueza real que va mucho más lejos que una cronología limitada a unos cuantos puntos.

Los acontecimientos de Polonia se inscri­ben en la marcha difícil hacia la emancipa­ción de la clase obrera, con la huelga de masas, la creatividad de millones de obre­ros, la reflexión y la conciencia como algo concreto, la solidaridad. Para todos noso­tros, estos obreros han podido, durante bas­tante tiempo, respirar el aire de la emancipación, vivir la solidaridad, sentir el viento de la historia. Esta clase obrera tan despreciada y humillada está enseñando la vía a todos aquellos que confusamente espe­ran poder destrozar la cárcel que es el mun­do burgués, uniéndose a lo único que aún es­tá vivo en esta sociedad moribunda: la fuer­za consciente de los obreros. A los que cre­en que enmiendan los errores del Lenin de "¿Qué hacer?", en donde éste afirma que la conciencia de clase es algo que viene de fuera de la clase obrera, diciendo como ,el PCInt -bordiguista-, que la clase ni si­quiera existe sin el Partido, los obreros de Polonia les dan un nuevo mentís.

En Polonia, como en todas partes y más que en otras partes, la clase obrera debe ser un hervidero de discusiones. En su se­no se deben estar cristalizando círculos políticos que acabarán engendrando organizaciones revolucionarias. A medida que se va desarrollando, la lucha plantea a la clase, con mayor fuerza, los problemas bá­sicos de su combate histórico, cuyas res­puestas son la razón de ser de las organi­zaciones revolucionarias. La huelga de los obreros de Polonia ilustra una vez más que las organizaciones no son una condición previa a las luchas sino que sólo se desa­rrollan verdaderamente como expresión de una clase que existe y que actúa antes que ellas si es preciso.

¿Cómo organizarse?, ¿cómo luchar?, ¿qué reivindicaciones plantear?, ¿qué negociación se puede llevar a cabo? A todas esas preguntas que se plantean en todas las luchas obreras, la experiencia y el valor de los obreros de Polonia son una enorme riqueza para el movimiento de la clase entero.

LAS DEBILIDADES DEL MOVIMIENTO

"La tradición de todas las generaciones muertas pesa terriblemente en los cerebros de los vivos. E incluso cuando éstos pare­cen ocupados en transformarse a sí mismos y a sus cosas, en crear algo totalmente nuevo, es precisamente entonces, en esas épocas de crisis revolucionarias, cuando invocan, con temor, los espíritus del pa­sado, poniéndose sus nombres, tomando sus consignas, sus hábitos y costumbres..." (Marx, "El 18 Brumario de Luis Bonaparte")

Cuando las primeras huelgas de masas de 1905, a los obreros les costó tiempo y es­fuerzos para encontrar su propia vía de clase. En Rusia, empezaron desfilando y e­chándose a la calle detrás del cura Gapón y de los iconos de la iglesia ortodoxa ("iglesia conservadora de explotados") y no siguiendo las consignas de los social­demócratas. Pero al cabo de seis meses, los iconos se habían transformado en banderas rojas. No sabemos el ritmo con que hoy madu­ran las luchas, pero sabemos que el proce­so ya está iniciado. Cuando los obreros de Silesia se arrodillan ante la imagen de Santa Bárbara o cuando los de Gdansk rei­vindican la misa, por un lado están sopor­tando el peso de las tradiciones y, por o­tro, expresan una especie de resistencia a la desolación de la vida moderna, una nos­talgia desplazada, porque "se echan atrás una y otra vez ante la inmensidad de sus propias metas" (Marx, Idem). Pero ese en­voltorio erróneo de sus aspiraciones, la iglesia, no es un envoltorio neutral, sino que es uno de los mayores pilares del nacionalismo, como así se ha podido compro­bar tanto en Brasil como en Polonia. La i­glesia ya ha aparecido sin tapujos ante los obreros más combativos; lo primero que hizo en su primera toma de postura legal des­de hace 30 años fue llamar "al orden" y a la "vuelta al trabajo". Es una trampa que habrá .que destruir.

Algunos cortos de vista sólo verán en Polonia a obreros arrodillados o entonando el himno nacional. Pero la historia se juz­ga con algo más que instantáneas fotográ­ficas. Los escépticos no ven la dinámica del movimiento que lo va a llevar más le­jos. Los obreros se quitarán de encima los trapos nacionales y las imágenes. No cai­gamos en el tipo de explicaciones del PCInt (Programa Comunista), Battaglia Comunis­ta y demás, los cuales en Mayo del 68 en Francia, sólo vieron cosas de estudiantes. Si los revolucionarios son incapaces de describir la realidad, si no aparece ésta de manera clara y diáfana, no estarán nun­ca a la altura de un trabajo como el de Marx, el cual, ya en el joven proletariado de 1848 veía el gigante de la historia.

Es indiscutible que en Polonia, la ac­ción de los disidentes ha tenido desde 1976 una influencia en el movimiento obre­ro, sobre todo en los puertos bálticos. Resulta difícil valorar con exactitud el peso que tienen, pero parece ser que la revista "Robotnik" saca 20000 ejemplares creando por tanto un medio obrero a su al­rededor. Hay a menudo obreros combativos que son recuperados por el movimiento de sindicatos libres para protestar contra la represión en los lugares de trabajo. La oposición católica, los reformadores y los intelectuales patriotas son tolerados por el régimen desde que éste se ha dado cuen­ta de que podían ser necesarios para qui­tarle ímpetu a los embates obreros de los últimos años. El KOR (Comité Social de Autodefensa) ha dejado muy claros sus fines: "La economía del país está en descomposi­ción. Sólo un inmenso esfuerzo por parte de todos, esfuerzo acompañado de una re­forma profunda, puede salvarla. Sanear la economía exigirá sacrificios. Protestar contra el alza de precios sería un serio golpe al funcionamiento de la economía. Nuestra tarea en tanto que oposición con­siste en transformar las reivindicaciones económicas en políticas" (Kurón).

Cierto es que la dimensión política le es absolutamente indispensable a las lu­chas obreras. Las huelgas de masas plasman perfectamente esa unidad de lo eco­nómico y lo político de la lucha. Y es ahí en donde el KOR juega con las aspiraciones obreras de politizar los combates. Cuando el KOR habla de "política", cuando los Kurón y demás "expertos" venidos a Gdansk para las negociaciones hablan de "politi­zar", lo único que hacen es vaciar el con­tenido de clase de la lucha, para aparecer ellos, con el apoyo obrero, como oposición leal de la patria polaca. Para salvar la economía patria, los obreros perdieron más de la mitad de sus reivindicaciones económicas. Así se ve como la oposición, un ala de la burguesía polaca que quiere que existan estructuras más aptas para que los obreros acepten los sacrificios, "para que aparezcan interlocutores váli­dos". Pero, en su gran mayoría, ni la burguesía polaca, ni la rusa, están dispuestas a aceptar en su totalidad las tesis de la oposición, de tal modo que la situación sigue abierta, sobre todo si los nuevos sindicatos no son integrados rápidamente en el aparato estatal.

Tantos y tantos años de contrarrevolución han desorientado de tal modo la cla­se obrera que le resulta difícil permanecer en su terreno de clase. En Polonia, la clase obrera ha abierto una formidable brecha en las estructuras estalinianas, pero, para ello, se ha puesto "ropas" del pasado, reivindicando sindicatos libres, duros y de verdad como los del siglo pasado. En el ánimo de los trabajadores, esos sindicatos deberán plasmar el derecho a autoorganizarse, a defenderse Pero re­sulta que esas ropas están roídas y podridas, son una trampa que puede volverse contra la clase obrera. Para obtener el derecho a organizarse en sindicatos libres, hubo que reconocer, en las 21 condiciones de Gdansk, el Estado polaco, el poder del Partido y el Pacto de Varsovia. Y esto no se hizo así como así, de balde.

En nuestra época de decadencia del capi­talismo, los sindicatos son parte integrante de la máquina estatal, ya sean como los de Polonia, ya tengan "tradición" del pasa­do. Todas las fuerzas de la burguesía están ya reagrupándose alrededor de los sindica­tos libres; algunos miembros del comité de huelga se convierten en permanentes; con sus normas de funcionamiento, se está fa­bricando un nuevo corsé para los obreros. En los acuerdos de Gdansk está el compromiso de aumentar la productividad. Con la a­yuda ofrecida por la principal central sin­dical norteamericana, la AFL-CIO, la burguesía internacional aporta su cuerda en las ­ataduras que quieren ponerle al gigante pro­letario.

La situación en Polonia no ha vuelto a sus cauces. El hervidero obrero es un nota­ble freno a la instalación o renovación de la nueva maquinaria estatal. Pero las ilu­siones se pagarán caras.

Los sindicatos libres no son un trampolín para saltar más lejos, sino un obstáculo que la combatividad obrera tendrá que reba­sar. Es una verdadera encerrona. Los más combativos de los obreros ya se enteraron de lo que son cuando abuchearon los acuerdos de Gdansk. Pero no son éstos los que el mo­vimiento hace salir por ahora, sino más bien los confusos, los más católicos, etc. Walesa es una expresión y símbolo de esa fase, y se verá obligado a doblegarse o será elimi­nado.

En el siglo XX únicamente la vigilancia y la movilización obrera pueden hacer que avancen los intereses de la clase. Es una verdad difícil de tragar la de que cualquier órgano permanente será inevitablemente absorbido por la maquinaria estatal, en el Es­te como en el Oeste, como ocurrió con los Comités obreros de 1969 en Italia, integra­dos en la constitución sindical ahora, como ocurre con cualquier intento de "sindica­lismo de base".

En el siglo XX, haya estabilidad capita­lista, o poder proletario, sólo en períodos de luchas prerrevolucionarios pueden formar­se órganos permanentes del poder proletario, los Consejos Obreros, porque defienden los intereses inmediatos de la clase integrán­dolos en la cuestión, política, del poder. Fuera de las épocas de formación de Consejos, no puede haber organización permanen­te de lucha.

Hoy la putrefacción del sistema capitalista se acelera y la clase obrera aprove­cha todas las experiencias de lucha y de maduración de las condiciones para la revuel­ta. Contrariamente a 1905, no tiene frente a sí a un régimen senil y enfermo como el zarismo en Rusia; los trabajadores se enfrentan por todas partes con un enemigo más sutil y sanguinario si cabe, el capitalismo de Estado.

La burguesía va a procurar sacar lecciones de lo ocurrido este verano en Polonia a su manera, claro está, pues no puede dejar que la realidad hable por su cuenta. La ideología burguesa va a intentar recuperar los mo­vimientos de clase dando "una explicación oficial", una versión distorsionada destina­da a desviar la atención de los demás obre­ros del mundo, los va a chupar hasta los tuétanos para intentar quitarles el jugo, Así, en el Este lo harán para demostrar que hay que doblegarse "razonablemente" ante las exigencias de austeridad del COMECON. En el Oeste, con la matraca de que los obreros po­lacos lo único que quieren es "libertades democráticas que tan felices hacen a los obreros de este "paraíso" occidental...

Los acontecimientos de Polonia no son ni la revolución ni una revolución fallida. Por su dinámica propia, aunque hubo una relación de fuerzas favorable al proletariado, no lle­gó a la fase insurreccional, lo cual hubiera sido por lo demás algo prematuro, teniendo en cuenta la situación actual del proleta­riado mundial. Todo un período de maduración de la internacionalización de las luchas es necesario al proletariado antes de que la revolución pueda estar al orden del día.

Y les toca a los revolucionarios denunciar las momias del pasado, las encerronas en que, puede encontrarse metida la lucha. Mientras que todos los agentes del capital, las dere­chas, los PC, los trotskistas, toda la izquierda y los izquierdistas, los vendedores de "derechos humanos" y demás se dedican a aplaudir lo que no son sino trabas de la con­ciencia de clase, a los revolucionarios les incumbe denunciarlas como tales, mostrando el camino para sortearlas.

Las luchas de Polonia 1980 son un esbozo para el porvenir, del cual contienen todas las potencialidades y promesas. A todos los escépticos, para quienes, por ejemplo, mayo del 68 no fue nada, para quienes ninguna lu­cha tiene porvenir, a los denigradores de profesión incluso dentro de las filas revo­lucionarias, el viento llegado de Polonia a lo mejor va a despertarlos. La historia camina hacia enfrentamientos de clase, la contrarrevolución se terminó y sólo con la valentía y la esperanza de los obreros de Po­lonia se puede luchar eficazmente.

Procurando entender y sacar todas las enseñanzas de esta lucha histórica (el capita­lismo de Estado y la crisis económica mundial en el Este como en el Oeste, la ignominia "democrática" y la farsa electoralista, la integración de los sindicatos en el Estado, la creatividad y la autoorganización de la clase en la extensión de sus luchas, etc.) es el único modo como los combatientes de la clase obrera podrán decir cuando, en el futuro, vayan más lejos todavía. "todos somos obreros de Gdansk".

J. A.

25 de Septiembre de 1980


[1] Ver nuestro artículo Longwy - Denain nos marcan el camino en Revista Internacional nº 17, https://es.internationalism.org/node/2129

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