Revolución y contra-revolución en Italia (II) - Frente al fascismo, el Komintern organiza la derrota

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Se estaba retrocediendo dentro de la III internacional, existía un intento de resucitar la vieja social-democracia, tal y como era antes del fracaso de 1914. Ya no se trataba de alejar de la nueva internacional a los social-chovinistas y a los socialistas gubernamentales de la II Internacional, adversarios acérrimos de la  guerra civil del proletariado contra sus explotadores. En una palabra, lo que hacia el Kominterm era romper con las enseñanzas de la guerra imperialista y de la revolución mundial “La necesidad absoluta de una escisión con el social chovinismo”[1].

El programa de acción del P.C.I. (Partido Comunista Italiano), presentado en el IV congreso mundial de 1922, rechazaba enérgicamente el proyecto de fusión  organizativa con el P.S.I. (Partido Socialista Italiano) que el Kominterm erigía perentoriamente para el 15 de febrero de 1923. Su rechazo se fundaba sobre el análisis ampliamente demostrado de que la verdadera función del P.S.I. era la de desviar, con una hábil propaganda electoral y sindicalista, a una fracción importante de trabajadores, de la lucha revolucionaria por el poder político.

De hecho, fusionar, significaba para el P.S.I.- cuya fracción “tercer-internacionalista” se declaraba dispuesta a aceptar las condiciones de admisión  fijadas en el 2° congreso – primero cubrirse de nuevas plumas escamoteando su real función, segundo recuperar cierto prestigio frente a los trabajadores, prestigio que había perdido con los recientes acontecimientos.

A esta forma de comerciar con los principios, la delegación italiana opuso el principio de que había que ganar al comunismo a los elementos incorporados en el aparato socialista, interviniendo en primera fila  en todas las luchas engendradas por la situación económica. Del mismo modo, había que actuar para arrancarle a los otros partidos con etiqueta “obrera” sus mejores elementos, es decir, a aquellos que aspiraban a una dictadura del proletariado.

 Esta tesis de trabajo, en parte justa, se aniquilaba por si misma, puesto que preconizaba la agitación a partir de órganos burgueses, tales como los sindicatos, las cooperativas y asociaciones. Por más que las mociones  del Comité Sindical Comunista reprobaran la  “traición de Amsterdam”, y recordaran  a la C-G.I.L. (Confederación General Italiana del Trabajo) sus “deberes de clase”, esto no impedía que el comité Sindical Comunista estaba actuando bajo la bandera del capitalismo.

El hecho de que los militantes comunistas lograron construir sus propios núcleos sindicales, ligados estrechamente a la vida del  partido, no alteraba en lo absoluto la dura realidad. No podían detener la rueda de  la historia, es decir, impedir que los sindicatos se incrustaran en el  terreno del capitalismo y se vistieran con la bandera tricolor.

Para  experimentar la táctica del Frente Unico Obrero (que el PCI aceptó aplicar por disciplina y únicamente en el terreno de las reivindicaciones económicas inmediatas), la izquierda del partido en la huelga general  de Agosto del 22, creyó que al integrar a los no-sindicados, la Alianza del Trabajo se acercaría a la forma “Consejo Obrero”. Todo esto reforzaba varios  tipos de prejuicios que tenían los trabajadores en un país en donde los mitos Sorelianos estaban profundamente arraigados: la acción sindical, la huelga general y las ilusiones democráticas. El llamado a la huelga general  lanzado por la Alianza del trabajo contenía en su proclamación todos los microbios burgueses conocidos entonces. La Alianza invitaba a la lucha contra la “locura dictatorial” de los fascistas, insistiendo sobre el peligro de utilizar la violencia “dañina a la solemnidad de la manifestación” por la reconquista de la LIBERTAD, “lo más sagrado del hombre civilizado”.

Inútil es precisar que para el proletariado italiano, fue una derrota más, inevitable por el hecho que, cuando se está en una situación desfavorable, es imposible mantenerse constantemente sobre posiciones defensivas: con respecto a 1920, la cantidad de días de huelga había disminuido de 70 al 80%.

En una cadena de zig zags incoherentes, el Kominterm tan pronto apoyaba a los “tercinternacionalistas” para que se salieran del viejo P.S.I., como les daba la orden brutal de mantenerse en el, para crear núcleos en su interior. Como las negociaciones para la fusión, que tenían que terminar en la formación de un partido que se llamaría “Partido Comunista Unificado de Italia”, estaban durando mucho tiempo el Kominterm apuró el juicio del “infantilismo de izquierda”.

El “Mana”  bendito cayó del cielo fascista. En febrero de 1923, Mussolini, habiendo hecho arrestar a Bordiga, de Grieco y muchos otros dirigentes de la izquierda, el Ejecutivo Ampliado de junio del 23 pudo nombrar un C.E. (Comité Ejecutivo) provisional con Tasca y Graziadei hombres de confianza; este C.E. se mantendrá en sus funciones después de la  liberación de la vieja dirección elegida en Liverno y en Roma[2]

Tanto en Italia como en Francia con Cachin, la Internacional iba hacia la conquista de las “masas”, tomando apoyo sobre esas famosas tablas podridas de la Social-Democracia. Por supuesto, la táctica implicaba el descarte de los comunistas, de los fundadores de las secciones nacionales de la I.C.  ( Internacional Comunista); había que tratarlos de “oportunistas de izquierda” por su intransigencia de principio.

Lo que se estaba desarrollando no era un sórdido juego de maniobras diversas por el poder de los jóvenes partidos comunistas, sino un drama de dimensiones históricas colosales, dictadura de la burguesía o dictadura del proletariado, comunismo o fascismo. Desgraciadamente, el telón cayó sobre la escena histórica de un proletariado derrotado.

La nueva conducta internacional determinada por Zinoviev, prefería ver a la Social-democracia el ala derecha del proletariado en vez del ala izquierda de la burguesía. Volteaba la página sobre lo que había pasado.

La social-democracia, a la cabeza de las viejas organizaciones de la época reformista, había reunido todas sus fuerzas en un frente anti-proletario para salvar al régimen burgués, que la noche del 4 de Agosto de 1914 le había dado a la reacción sus Noske, Scheidemann, sus Bohm y sus Peild par aplastar la república de Consejos Húngara, y un canciller federal a Austria en la persona de K. Renner, para incitar a los campesinos contra los obreros.

De este modo, el Komintern terminaba de desorientar completamente a la clase obrera, sembrando la confusión, con su táctica de “cartas abiertas”, de “poner contra la pared”, de invitaciones a constituir bloques electorales de izquierda, de fusiones....Por parte, el enemigo de clase, aprovechando la tregua de la lucha, lograba calmar la  hemorragia  de su aparato.

EL ANTI-FASCISMO DE GRAMSCI

Convertido en representante titular de la I.C. en el partido italiano, poco tiempo después de que el Ejecutivo Ampliado hubiese destituido a Bordiga de su puesto dirigente, Gramsci preparó la joven formación comunista a la resistencia antifascista, conforme a las directivas de la Internacional. Entonces se empezó a tratar de distinguir, entre la burguesía, cuales eran las fuerzas fascistas y cuales las fuerzas hostiles al fascismo e integrantes del bloque “histórico”, puesto que el proletariado italiano podía volverse una clase “hegemónica” (dominante) al lograr crear un sistema de alianzas con otras clases “no-monopolísticas”.

Después del asesinato del diputado socialista Matteoti, en junio del 24 por los esbirros fascistas, los diputados socialistas y comunistas tomaron la vigorosa decisión de retirarse sobre el Aventino[3]. El análisis del nuevo grupo dirigente del P.C.I. (el circulo de Gramsci) desarrollaba la idea que, en Italia, el partido tenía que reunir alrededor de sus núcleos de fábrica, la mayor cantidad de masas antifascistas para lograr un objetivo intermedio: recuperar las  libertades fundamentales del ciudadano. Si bien es justo afirmar que la dictadura del proletariado ya no estaba al orden del día momentáneamente en Italia, era mentira declarar que el restablecimiento de un régimen de libertad burguesa facilitaría el próximo asalto revolucionario.

Al  retirarse del parlamento, los socialistas y los comunistas, sobre todo los de la tendencia de Gransci, esperaban poder provocar la destitución de Mussolini, como si la presencia de representantes de un partido totalitario en la cámara de diputados fuera una deshonra para el respetado parlamento burgués.

Se trataba, ni más ni menos, de suprimir toda referencia a la noción de la dictadura del proletariado par sustituirle por la consigna de carácter transitorio de “Asamblea Constituyente”. La línea del “Frente Unido” elaborada por Zinoviev desembocaba sino sobre un gobierno obrero idéntico al que fue constituido en SAXE-THURINGE, en 1923[4], al menos sobre la constitución de la Asamblea Constituyente. Con mucha diligencia, el dúo Gramsci-Togliatti se dedicó a esa faena. Su análisis era el siguiente:  el “Aventino”, que se ha visto constituirse en embrión de un estado de tipo democrático en el estado fascista, está muy bien designado para servir de Constituyente a una República Federativa de Soviets, para resolver una política estrechamente nacional: la unidad italiana. Ese objeto ocupa un puesto de primer orden en el análisis de Gramsci, para él, el P.C.I. tenía que volverse el partido que arreglaría de manera definitiva el problema de la unidad nacional, que tres generaciones de burgueses liberales habían dejado en suspenso.

Tal fue la contribución de Gramsci que los epígonos calificaron de “el revolucionario italiano más radical”, el cual quería antes que todo, traducir las lecciones de Octubre ruso a su manera, dentro de condiciones estrictamente italianas. Este estrechamiento provisional del alcance universal de la experiencia del proletariado internacional, ese rechazo de ver que el problema no podía solucionarse más que por la revolución mundial, estaban hechos para alinear a Gramsci sobre la línea de defensa del “socialismo en un solo país” teoría cocinada por aquel que sabía también preparar platos picantes: Stalin.

La tesis central defensiva de Gramsci era que el fascismo se derivaba de las peculiaridades de la historia, y de la estructura económica de Italia en contraste con la situación a nivel internacional. Ya  no le faltaba nada par justificar la constituyente como etapa intermedia entre el capitalismo italiano y la dictadura del proletariado. Acaso no era él quien decía que “una clase de carácter internacional tiene, en cierto modo, que nacionalizarse”?

Según Gramsci se necesitaba una Asamblea Nacional Constituyente, en donde los diputados de “todas las clases democráticas del país”, elegidos por voto universal, elaborarán la futura constitución italiana. Una Asamblea Constituyente en donde, en compañía de los “dos sturzo”, el secretario del Partido Popular Italiano, y de las “figuras como Salvemini, Gobeti y Turati, podrían aplicar un régimen “progresista” para la “joven y libre” Italia.

Ante el V congreso mundial, Amadeo Bordiga derrotó la posición adoptada por Gramsci, que veía en el fascismo una reacción feudal de propietarios terratenientes. En estos términos, se dirigió a una Internacional en vías de adoptar la teoría de la construcción del socialismo en la U.R.S.S.: “Tenemos que rechazar la ilusión según la cual un gobierno de transición podría ser suficientemente ingenuo par permitir que, a través de medios legales, de maniobras parlamentarías, de recursos más o menos hábiles, se sitien las posiciones de la burguesía, es decir, que sea posible acapararse legalmente las armas para los proletarios. En esta una concepción verdaderamente infantil. No es tan fácil hacer una revolución”.

Poco a poco, bajo pretexto del anti-fascismo, Gramsci comenzó el acercamiento con el “partido d!Azione”, de “Giustizia e Libertad” y con el partido cerdeño al cual estaba ligado desde largo tiempo, en tanto que insular, desde su adhesión, a las tesis del manifiesto anti-proteccionista para Cerdeña de Octubre de 1913. Para no cometer más esos “grandes errores” de lo que calificaban de “extremismo abstracto y verbal”, Gramsci-Togliati borraron de la propaganda comunista el único término que resumía la situación con exactitud la situación: fascismo o comunismo.

ORIGEN Y NATURALEZA DEL FASCISMO

Montones de papeles con pretensiones científicas se han acumulado sobre los escritorios de los historiadores, para describir la originalidad y peculiaridad del “fenómeno” fascista. En efecto, la llegada al poder del fascismo hace 50 años ha merecido el título de golpe de Estado, una concepción muy agitada por los Stalinistas y sus apologistas izquierdistas.

El partido fascista Nacional entró al parlamento burgués gracias a las elecciones de Mayo de 1921, en otras palabras por canales perfectamente legales. Esto tuvo el apoyo del gran demócrata Gioolitti, quien el 7 de abril había disuelto el parlamento anterior. Por sus ordenes las interferencias administrativas y la persecución judicial de personas bajo su protección cesó al entrar en vigencia, los fascistas podían ahora actuar abiertamente, seguros de inmunidad, en todos los lugares eminentes. Y así, Mussolini, sentado en la extrema derecha con otros 34 diputados fascistas,  vino a hacer uso de la tribuna parlamentaria. El 26 de junio de 1921, él  anunció su rompimiento con el hombre que había guiado sus pasos al estribo electoral: Giolitti, quien no obstante continuó en estrecho contacto con el grupo parlamentario del Partido fascista por intermedio del prefecto de Milán: Luisgnoli. Además. Su consentimiento fue falso: Nitti fue del todo fiel al recibir, en pleno día, una visita del Baron Avezzana, a quien Mussolini le había enviado con la esperanza de formar una gran coalición. Como dijo Trotsky una vez,  “El programa con el que el Nacional Socialismo  vino al poder, recuerda una cualquiera de esas grandes tiendas judías fuera del camino provincial, donde no existe nada que usted no pueda encontrar” [5]. Lo mismo se aplica al fascismo italiano. A la sazón el fascismo fue un increíble mosaico, tomando prestado ideas de izquierda y de derecha absolutamente tradicionales para Italia. Este programa incluía: Anticlericalismo, demandaba la confiscación de las ganancias de las congregaciones religiosas. En el primer congreso de los Fasci en Florencia el 9 de Octubre de 1919. Marinetti había propuesto la desvaticanización del país en términos casi identicos a aquellos propuestos por Cavour algunos 34 años antes.

Sindicalismo, inspirado por las ideas de Sorel, lleno de un entusiasmo irrefrenable en alabanzas a la “moralidad de el productor”. A la luz de la experiencia de las ocupaciones, los fascistas entendieron que era necesario, a toda costa, asociar a las uniones obreras con el funcionamiento técnico y administrativo de la industria.

El ideal de una república iluminada, esta legitimidad se basaba en el sufragio universal, listas electorales, regionales y representación  proporcional. Los fascistas  también representaban el derecho al voto y la elegibilidad para la mujer;  y para el culto al fascismo de los jóvenes, propusieron la demanda para bajar la edad del votante a 18 años y la edad de elegibilidad de diputado a 25.

Anti-plutocratismo, la amenaza de golpear los grandes capitales con un impuesto progresivo sobre las rentas (que fue llamada “auténtica expropiación parcial”), la revisión de todos los contratos de suministros de guerra y la confiscación del 85% de ganancias adquiridas durante la guerra.

Cuanto más liberal y rico en promesas es un programa social, en mayor número son sus defensores. Toda clase de personas comienzan a ser arrastradas por el fascismo: veteranos de guerra nostálgicos, franco masones, futuristas, anarco-sindicalistas....Todos ellos fundidos como un común denominador en un excremento reaccionario del capitalismo con sus instituciones parlamentarias decadentes. El edificio  de San Sepulcro, puesto a la disposición  fascista por el Circulo de Intereses Industriales y Comercial, transcendió con la famosa máxima de Mussolini: “Nuestros fascistas no tienen doctrina pre-establecidas; nuestra doctrina es la acción”. (23 de Marzo de 1919).

En la esfera electoral, el fascismo adoptó las  tácticas más variadas y flexibles. En Roma, presentó un candidato en la lista de la Alianza Nacional: en Verona y Padua propugnó la abstención; en Ferrare y Rovigo se unió al Bloque Nacional; en Treviso aliado así mismo con los veteranos de la guerra, en Milán se dio el lujo de denunciar la demanda para el reconocimiento legal de las organizaciones obreras, una manía tan costosa para las fracciones izquierdistas. Los fascistas decían que la legalización conduciría al estrangulamiento de esas organizaciones:

Tal fue la naturaleza del fascismo en los primeros días que difícilmente podía reclamar ser una fuerza política independiente con sus propios  objetivos. En particular, los fascistas tuvieron que hacer frente a la necesidad de deshacerse de toda la propaganda que resultara molesta para los industriales y que pudiera hacer poco respetable a los ojos de la clase dominante a un partido que en realidad estaba comprometido con la defensa del orden social capitalista. La clase dominante tenía toda razón para desconfiar de un movimiento que, a fin de atraer las masas de obreros y campesinos, había sido forzado a realizar una demostración espectacular de desprecio al conformismo social. El fascismo tenía que madurar antes para poder reunir los requerimientos del capital. Y así, este crudo anticlericalismo, unas veces tan virulentos en sus arranques ateístas, tenía sus banderas condenadas en la nave mayor de la Catedral de Milán por el Cardenal Ritti, el futuro Papa Pío XI[6]. Desde entonces ningún fascista ha olvidado recibir el rocío del agua bendita.  En 1929 fue firmado el pacto de Letrán (en la Basílica de San Juan de Letrán), a través del cual el régimen reconocía el derecho legal de la Santa Sede para mantener su propiedad privada y le garantizaba una indemnización de 750 millones de liras, más el derecho de excepción de las rentas en un 5% de interés en capital de 100000 liras. Esto apaciguó a los católicos y además les agradó que el fascismo reintrodujera instrucciones religiosas dentro de los programas de estudios de las escuelas estatales. Ahora que Mussolini había dejado de lado sus pasiones anti-clericales, los católicos le apellidaron como “el hombre del destino divino”. En todas las regiones  de Italia, los Te Deum fueron dichos por el fin afortunado de la tarea de salvación nacional realizado por el fascismo.

Asimismo, este gran movimiento republicano revivió a la corona  y a la monarquía; tan es así, que el 9 de Mayo de 1936 ofreció al rey y sus descendientes el título de Emperador de Etiopía, y les concedió a la dinastía dominante representaciones en los puestos oficiales de los cuerpos diplomáticos.

Este anarquista, anti-partido, transformó al Partido Nacional fascista con sus pirámides de jerarcas y primeros magistrados; regando de honores a los dignatarios estatales; engrosando el estado burocrático con nuevos mercenarios y parásitos.

Este anti-estatismo que al comienzo había proclamado que el estado era incapaz de manejar los negocios nacionales y los servicios públicos, luego declaraba que tal cosa era parte del Estado. Las palabras celebres son: «No  aguantamos más este estado como maquinista, este Estado como cartero, este Estado como corredor de seguros. No aguantamos más este estado que ejerce sus funciones con el dinero de todos los italianos que pagan impuestos y que lo que hace es agravar el agotamiento de las finanzas» (del discurso pronunciado en Udino, ante el congreso de los fascistas del Fricul, el 20/9/22), será reemplazado por: «Para el fascista todo está en el Estado y nada humano o espiritual puede existir, y, con mayor razón nada tiene valor, fuera del Estado» (de la Enciclopedia Italiana).

Ese seudo-enemigo de grandes fortunas, de beneficios de guerra y de negocios turbios-particularmente florecientes en la era de Giolitti- será  sostenido y ayudado por los comendadores de la industria y de la agricultura, y eso, mucho antes de la famosa “marcha sobre Roma”. Desde su lanzamiento, la propaganda del “Popolo d! Italia” fue subvencionada regularmente  por las grandes firmas industriales de armamento y de suministros de guerra, interesadas en que Italia pasara al terreno de los intervencionistas: FIAT, ANSALDO, EDISON. Los cheques patrióticos girados por el emisario del ministro: Guesde, el señor Cachin, ayudaron también a publicar los primeros números del periódico francofilo.

Dentro del P.N.F. nacían conflictos que llegaban a convertirse en disidencias, como fue el caso de ciertos fascistas de provincia, particularmente de los que estaban dirigidos por los triunviros Grandi y Baldo, y en parte, por la Confederación de Agricultura.

Siguiendo los pasos del presidente de la Internacional Comunista, -Zinoviev-, Gramsci sitúa al fascismo como reacción de grandes feudales. Habiendo aparecido, antes que todo, en los grandes centros urbanos muy industrializados, fue solamente después de cierto tiempo que el fascismo pudo penetrar en los campos bajo la forma de un sindicalismo rural. Sus expediciones punitivas parten  de las ciudades para llegar a los pueblos, de los cuales se apoderan los escuadristas después de una lucha siempre sangrienta. La verdad obliga a decir que esas luchas intestinas entre fascistas expresaban la resistencia de los elementos pequeño burgués y anarquizantes del fascismo,  arruinados por la guerra y por la concentración económica en manos del Estado que era la respuesta adecuada para  los intereses generales de la clase dominante. En estos términos, aquellos  viejos “camaradas” que “mostrabanse buenos para nada, excepto para revolcarse en las viejas glorias o para empuñar el garrote contra todos los aspirantes, estaban pasándose de la raya”.

Este era el golpe a la “izquierda” del partido, a continuación el fascismo golpeará a la derecha “las cabezas quemadas que no comprender que el movimiento perderá los beneficios de su victoria si pierde el sentido de la medida”..... Y la medida, en este caso,  no es más que la tasa de beneficio del capital.

Por encima de la leyenda democrática, queda el hecho innegable que el fascismo no fue una contrarrevolución preventiva hecha con la intención consciente de aplastar a un proletariado que tenía que destruir el sistema de explotación capitalista. En Italia, no son los Camisas Negras los que acaban con la revolución; es la derrota de la clase obrera internacional la que impulsa la victoria del fascismo, no solamente en Italia, sino en Alemania y en Hungría. Es solamente después de la derrota del movimiento de ocupaciones de fábricas del otoño de 1920, cuando la represión se abate sobre la clase obrera italiana; esta represión tuvo dos alas propulsoras: las fuerzas legalmente constituidas del estado democrático y las escuadras fascistas que fusionaron en un bloque monolítico prácticamente todas las ligas anti-bolchevistas y patrióticas.

No es sino después de la derrota de la clase obrera cuando los fascistas pueden desarrollarse planamente gracias a la ayuda del patronato y de las autoridades públicas. Si a finales de 1919, los fascistas están a punto de desaparecer (30 células fascistas y poco menos de un millar de adherentes) en los últimos seis meses de 1920, crecen hasta llegar a la cantidad de 3.200 células fascistas con 300.000 miembros.

Fue Mussolini a quien escogieron la Confederación de la Industria y la confederación de la Agricultura, la Asociación Bancaria, los diputados y las dos glorias nacionales: el General Díaz y el Almirante Thaon di Revel. Fue a Mussolini a quien el gran capital sostuvo y no un Annunzio, cuya tentativa nacionalista de Fiume, en Navidad de 1920, será aniquilada por la burguesía de forma unánime. Fue a Mussolini, ex-ateo, ex-libertario, ex -intransigente de izquierda, ex -director de “Avanti”, a quien le tocará el papel de masacrar a los trabajadores y no al poeta de Annunzio.

Así pues, para el marxismo, el fascismo no esconde ningún misterio impenetrable que le impida denunciarlo ante la clase obrera.

LOS SINDICATOS DEL PERIODO FASCISTA 

A partir de la última semana del 1920, la ofensiva fascista hacia las organizaciones y asociaciones bajo control del P.S.I. redobla de intensidad. De nuevo empiezan a cazar “Bolcheviques”, los dirigentes socialistas se ven agredidos, y, en caso de resistencia, son asesinados cobardemente; los locales de periódicos socialistas, las cámaras de trabajo, las cooperativas y las Ligas Campesinas son incendiadas, saqueadas, siempre con la ayuda directa del estado democrático que protege con sus propios fusiles y ametralladoras las escuadras fascistas.

Al intervenir el Estado, el fascismo conquista al mismo tiempo la maquinaria indispensable de este estado; se apodera por la fuerza si es necesario, de instituciones estatales que habían satisfecho anteriormente la política de la burguesía imperialista.

El fascismo demostrará de manera evidente su interés hacia los sindicatos al firmar, el  2 de Agosto de 1921, el pacto de pacificación. Ese día, se habían  reunido en Roma  los representantes del Consejo de los fascistas y  socialistas, de la C-G.I.L. y de Nicola, presidente de la Cámara,   para ponerse de acuerdo para no dejarle más la calle a “desencadenamientos de violencia”, “ni excitar pasiones partidarias extremistas” (art. 2). Las partes en presencia “se comprometen recíprocamente a respetar las organizaciones económicas” (art. 4). Cada una reconoce en el adversario una fuerza viva de la nación con la cual hay que contar.

Al avalar el pacto de pacificación, todas las fuerzas políticas de la burguesía, derecha como izquierda, sienten la necesidad de enterrar definitivamente a la clase obrera bajo una losa de paz civil. La clase obrera no estaba todavía completamente vencida y adoptada posiciones defensivas; pero la resistencia  de las masas trabajadoras se volvía cada día más dificil. A pesar de las condiciones que se habían vuelto desfavorables, el proletariado italiano continuaba luchando contra una doble reacción: la legal y la “ilegal”. 

Turati, que seguía teniendo esperanzas en un próximo gobierno de coalición sostenido por los “reformistas”, se justificaba: “hay  que tener el valor de ser cobarde”. El 10 de Agosto, la dirección del P.S.I. aprobada oficialmente el pacto de la pacificación. Entonces el lector del muy anticlerical “Avanti”, tuvo derecho  a leer una novela muy original: “La vida de Jesús” según Pappini, para hacer pasar el trago amargo.

El escenario de la “Comedia del arte” se distribuía de la  manera siguiente: los  primeros actores utilizaban abiertamente la violencia militar contra un proletariado debilitado que se estaba batiendo la retirada; los segundos, lo exhortaba a no hacer nada que pudiera excitar al adversario, a no hacer nada ilícito pudiendo  servir de pretexto a nuevos ataques, aún más violentos por parte de los  fascistas. ¿Cuantas huelgas fueron suspendidas por la C.G.I.L., de acuerdo con las instancias del P.S.I.? Es imposible dar una cifra. Frente a una ofensiva militar y patronal hecha a golpes de despido y de reducción de los salarios,  cosas que le parecían de los más naturales al F.I.O.M. (Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos), cuya principal preocupación era la de plegar todas las reivindicaciones al estado objetivo de la situación financiera de las empresas-táctica llamada de la “articulación”-, la izquierda burguesa continuaba su trabajo de sabotaje de la luchas obreras.

Hasta esta “Alianza del trabajo” en la cual el P.C.I. ponía tantas esperanzas aceptaba  el  programa de la salvación de la economía capitalista, desviaba las huelgas, le ponía rápidamente un término a las  agitaciones cosas que reconocieron y denunciaron vigorosamente los Comunistas de Izquierda.

¿Que debe hacer entonces el proletariado? La respuesta que viene de las organizaciones socialdemócratas es simple, evidente: reunirse por enésima vez sobre el terreno electoral, infligir una derrota electoral a los fascistas, lo cual permitirá la formación de un gobierno de antifascistas, al cual podrían entrar algunos jefes del P.S.I.: “Ese fantasma de las elecciones es más que suficiente par cegar a los viejos parlamentarios que están ya en campaña para obtener nuestra alianza. Con esta carnada, haremos con ellos lo que queramos. Nacimos ayer, pero somos más inteligentes que ellos” (Diario)

LA MARCHA SOBRE ROMA

Todo había sido preparado desde hace tiempo para pasarle el poder suavemente a Mussolini, bajo los auspicios reales, hacia el final de Octubre de 1922. Durante la  farsa de la marcha sobre Roma (hecha en vagones-camas), marcha anunciada desde los primeros días de septiembre por los mítines y los defiles de los Camisas Negras, en Cremona, Merano y Trento los escuadristas fueron saludados en las estaciones de trenes por los representantes oficiales del Estado. En Trieste, Padova y Venecia, las autoridades marchaban codo a codo con los fascistas; en Roma, la intendencia militar aloja y da de comer a los Camisas Negras en los cuarteles.

Una  vez instalado en el poder, el fascismo pedirá la colaboración leal de la C.G.I.L. El potente sindicato de los ferroviarios, al que seguirán rápidamente las otras federaciones,, será el primero en aceptar el llamamiento  a la tregua lanzando por los fascistas. Así pues, sin haber recurrido a una insurrección armada, el fascismo pudo ocupar los puestos en el aparato del estado; Mussolini en la presidencia del Consejo detenta, además,  las carteras ministeriales del Interior y de los Asuntos Extranjeros; sus compañeros de armas  cercanos ocupan los otros ministerios importantes: Justicia, Finanzas y territorios Liberados. El fascismo fue simplemente un cambio en la dirigencia de la burguesía estatal. Después del cambio,  el fascismo estuvo en una mejor posición para hacer que los obreros saborearan la cólera de la intensificación de la explotación. Y haciéndolo, también utilizó los látigos y los garrotes que los socialistas habían hecho con sus propias manos. El Estado fascista no es más que la organización que se da la burguesía para mantener las condiciones de acumulación el capital frente a una situación tal que, sin una dictadura abierta, no hay esperanzas de gobernar con los métodos parlamentarios.

ECONOMIA DEL PERIODO FASCISTA

El fascismo no es más que la aceleración de un proceso objetivo, al acercar y hacer fusionar las organizaciones sindicales  con el poder del Estado burgués. Tanto para los sindicalistas y Socialdemócratas como para los fascistas, la lucha de clases representaba un obstáculo para la solución de los problemas económicos nacionales. El fascismo pone las asociaciones al servicio total de la nación, de la misma manera que estas lo habían hecho por iniciativa propia en la época de recesión de postguerra. Tanto los sindicatos como los fascistas profesaban el evangelio social de solidaridad entre las clases.

Formalmente, la economía en la época fascista se funda en el principio corporatista según el cual los intereses particulares tienen que subordinarse a los intereses generales. A la lucha de clases, el corporatismo la sustituye por la unión de las clases y el bloque nacional de todos los hijos de la patria; trata de hacer que los obreros concentren todos sus esfuerzos en los intereses supremos de Italia. La carta del Trabajo, adoptada en 1927  le reconoce solamente al Estado la capacidad de elaborar y de aplicar la política de la mano de obra; toda lucha fraccional, toda intervención particular fuera del estado están excluidas. De ahora en adelante, las condiciones de empleo y de salario serán reglamentadas por el contrato colectivo que establece la carta.

El fascismo quería construir un Parlamento Económico cuya composición se basaba sobre la elección de miembros por ramas de profesión. Por esta razón, atrajo bajo su esfera a las principales cabezas del sindicalismo soreliano. En ese proyecto, que se calificó de “audaz”, estos sindicalistas veían la justificación de su apoliticismo y de su independencia sindical hacia todo partido político.

El corporatismo se aplica en pleno período de crisis mundial como intervención directa del Estado en la actividad económica nacional y el mismo tiempo  impone sumisión y obediencia a la clase obrera. ¿Es esa la única solución para desarrollar las fuerzas productivas de la industria bajo la dirección de las clases dirigentes tradicionales?, se preguntará el no-marxista Gramsci[7]. Al autor de “la Revolución (Rusa) contra el Capital” (de Marx)  se le escapa totalmente el hecho que el capitalismo  está en período de decadencia y que el fascismo no es más que una manera de sobrevivir para el capitalismo.

El año 1926 marcará el punto de partida de las grandes batallas económicas que se hacen con el fin de proteger el mercado interior italiano, limitar la importación de productos alimenticios y de objetos manufacturados, de desarrollar sectores hasta entonces incapaces de satisfacer las necesidades interiores. Pero los  resultados son negativos: precios más elevados que en el mercado mundial. Así pues, de nada servía recurrir a maniobras estatales para resolver los problemas económicos de un país pobre de recursos naturales y que, de la jauría imperialista, no obtuvo ni nuevos mercados, ni el modo de deshacerse de su exceso de mano de obra.

El aumento de los derechos de aduana, el control draconiano del cambio, las  subvenciones, los encargos del Estado y, correlativamente, el bloqueo de los salarios, continúan la tendencia que se había empezado durante la guerra. Durante la guerra bajo la presión de la necesidad, el Estado se había convertido en constructor de fábricas, proveedor de materias primas, distribuidor de mercados según un plan general, comprador único de la producción que, a veces pagaba por adelantado. El Estado se había vuelto el centro de gravedad de ese enorme aparato productor impersonal, ante el cual desaparecieron los individuos apegados a las reglas de la libre competencia. Por esas razones, las costumbres de la vida “liberal” las prácticas  “democráticas” fueron reemplazadas por la actividad de ese estado. De esas  suciedades pudo florecer el fascismo.

Si hay una empresa en peligro de quiebra, el Estado compra la totalidad de las acciones. Si hay un sector que hay que desarrollar con prioridad, el Estado da sus directivas dominantes. Si hay  que frenar las importaciones de trigo, el estado obliga a fabricar un tipo de pan único y determina el porcentaje de trigo, que tiene que contener. Si hay que sobre-evaluar la lira, el Estado la pone a la par del franco, a pesar de las advertencias de los financieros. El estado estimula  la concentración de las empresas; vuelve obligatoria la concentración de la siderúrgica; es propietario; cierra la emigración; fija los colonos en donde entiende  “crear un sistema nuevo, orgánico y potente de colonización demográfica, transportando todos los provechos de su civilización” [8]; finalmente monopoliza el comercio exterior.

A finales del año 26, la parte más importante de la economía italiana se encuentra en manos de los organismos estatales o para-estatales: Instituto de la Reconstruzione (I.R.I.), Consiglio Nazionales delle Ricerche (C.N.R.), Istituto Cotoniere, Ente Nazionale por la Cellulosa, A Ziende Generale Italiane Petroli (A.Z.G.I.O.). Gran cantidad de estos organismos tiene como  razón de ser el obtener para Italia productos de sustitución: la economía autarquica, que tanto admiraban los “grandes espíritus”, estaba preparando a Italia para la segunda guerra mundial.

EL IMPERIALISMO ITALIANO

El capitalismo decadente no puede, por una lógica implacable, más que producir crisis y guerras, como explosión de las contradicciones crecientes en el seno del sistema capitalista. Supone pues, una burguesía armada hasta los dientes. La  Italia fascista no podía renunciar a lanzarse en el engranaje de la carrera del armamento so pena de tener que renunciar a hacer triunfar sus “derechos” imperialistas en la arena mundial. Y sus “derechos” forman un largo catálogo de reivindicaciones. Siguiendo la misma línea que sus predecesores. Mussolini quería hacer de Italia una potencia temida en todo el Mediterráneo, extenderse siempre más hacia el este, hacia los Balcanes y Anatolia.

Los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, intensificaban su programa de armamento enarbolando al mismo tiempo las ramas del olivo. Ellos buscaban volver a repartir el mundo, parloteando al mismo tiempo sobre la “seguridad de las naciones” y el “arbitraje internacional” bajo el benigno auspicio de la Liga de Naciones. Sin embargo, la Italia fascista no teme anunciar abiertamente sus intenciones: la movilización de “ocho millones  de bayonetas” y de masas de “aeroplanos y torpederos”: «El deber fundamental de la Italia fascista es precisamente preparar todas sus fuerzas armadas de tierra, de mar y de aire... Entonces cuando -entre 1935 y 1940- habremos llegado al momento supremo en la historia de Europa, seremos capaces de hacer oír nuestra voz y de ver nuestros derechos finalmente reconocidos». (Discurso en la Cámara, el 27 de Mayo de 1927, de Mussolini).

Siendo ella misma imperialista, Italia sabía que en lo que se quería decir en realidad cuando los otros miembros de la Liga de Naciones se comprometían “solamente” a reducir sus armamentos bajo un control internacional; cuando el gobierno de Estados Unidos trataba de obtener que todos los países condenaran la guerra como...«ilegal y que se comprometieran a renunciar a la guerra como modo de solucionar sus litigios en sus asuntos internacionales» (pacto de Kellog del 27-5 -27). Para Roma, todo eso no era más que tonterías democráticas; la realidad era diferente: el mundo entero se estaba armando, y, Italia también se armaba par enfrentar la tempestad que dormía bajo las cenizas de la primera guerra mundial.

El fascismo no ignoraba que la vida de una nación depende de un problema de fuerza y no de justicia; que los problemas se resuelven con armas y no con la gracia  mitológica que ciertos idealistas le otorgaban a la doctrina de Wilson. En el “decálogo” que se les daba a los jóvenes milicianos fascistas, se leía en la primera frase: “Que se sepa bien que un fascista verdadero, especialmente un miliciano, no debe creer en la paz perpetua”. En los periódicos, en el cine, en los concursos deportivos, se proclamaba que, después de haber ganado la batalla de 14-18, Italia tenía que reemprender su marcha hacia adelante.

Si la importancia del poder estatal se sitúa al centro de toda la vida social, el desarrollo de sus bases guerreras (ejército, flota y aviación) aparece de manera evidente, sobre todo, a la víspera de la segunda guerra mundial. Aún tomando en cuenta la devaluación de la lira, en 19939, Italia gasta dos veces más  en armas que en la víspera de la guerra de Etiopía[9]. El Duce le ha advertido a toda la nación italiana que la guerra es inevitable, al igual que la agravación de las condiciones de vida del proletariado. Cuando las 51 naciones “democráticas” le imponen a Italia un embargo comercial por haber agredido a Abisinia, Mussolini utiliza esto como excusa para intensificar su propia cruzada contra las naciones “ricas”. A esta hipócrita aplicación del embargo -que no  prohibía el comercio con Italia de carbón, acero, petróleo, y hierro, es decir, todo lo que era precisamente indispensable para la economía de armamentos- el fascismo respondió con la movilización-facilitada- de obreros alrededor de su programa[10].

R.C.

 

[1] Lenin: “El imperialismo y la escisión del socialismo”

[2] Trosky que escribía: “Los comités centrales de izquierda, en numerosos partidos, fueron destronados tan abusivamente como habían sido instalados antes del  V° Congreso” en la Internacional Comunista después de Lenin, hubiera pensado siete veces antes de escribirlo

[3] Sede del Parlamento italiano

[4] Alemania

[5] “Que es Nacional-Socialismo?” Trostky, 10 de junio de 1933, tomo III de sus escritos

[6] Elegido el 6/02/22, Pío XI se sentirá de lo mejor en su nuevo cargo. Nuncio apostólico en Polonia en 1918-21, durante la guerra civil y durante la ofensiva victoriosa del ejército Rojo, le tenía un odio inextinguible al proletariado que había levantado una mano sacrílega sobre ese estado, creado el 11 de Noviembre de 1919 por Versalles, para separar la Rusia de los Soviets de la revolución Alemana

[7] “II materialismo storico e la Filosofia di B. Croce”

[8] Proyecto del 17 de Mayo de 1938. Desde el final de ese mismo año, 20.000 campesinos de Sicilia, de Serdeña y de Pouilles trabajan en Libia en 1880 empresas rurales agrupando 54.000 hectáreas de cultivos. En Libia, la cantidad total de italianos llega a 120.000; 93.550 en Etiopía, etc. “El imperialismo colonial italiano de 1870 a nuestros días"” de J.L. Miege, 1969, pág. 250.

 [9] Presupuesto militar en millones de liras:

 1933..............4.822                                                                                                              1936............16.357

 1934..............5.590                                                                                                              937.............13.370

 1935............12.624                                                                                                              938..............15.0030

 [10] “Los obreros italianos se ven  pues en la alternativa de un imperialismo italiana o el imperialismo inglés, que trata de disimularse detrás de la Liga de las Naciones. No es un dilema que pudiera enfrentar a pesar de las terribles dificultades actuales, sino un dilema entre dos fuerzas imperialistas; y no es de extrañar que, ante la imposibilidad de entrever su propio camino por causa de la política contra-revolucionaria de esos dos partidos  (partidos “centristas” – como se decía entonces en la izquierda para designar al estalinismo – y “socialistas”, obligados a escoger, los obreros italianos se dirigían hacia el imperialismo italiano, puesto que, en la derrota de éste último, ven comprometidas sus propias vidas, las vidas de sus familiares, como ven igualmente  acentuarse el peligro de una agravación más fuerte de sus condiciones de vida”. Del artículo: “un mes después de la aplicación de las sanciones”; en BILAN.

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