El 28 de junio de 1914 era asesinado en Sarajevo por Gavrilo Princip, joven nacionalista serbio, el archiduque Francisco Fernando de Austria, sobrino del emperador Francisco José y general inspector de los ejércitos de Austria-Hungría. Este imperio había echado mano ya de Bosnia-Herzegovina en 1908 expresando así sus apetitos imperialistas excitados por el desmoronamiento del imperio otomano. Ese asesinato le sirvió de pretexto para atacar a una Serbia acusada de animar las ideas de independencia de las nacionalidades dominadas por Austria. La declaración de guerra se hizo sin esperar negociación alguna. En fin, se conoce bien lo que siguió: Rusia, temerosa de la prepotencia austríaca en los Balcanes corre en auxilio de Serbia; Alemania aporta su apoyo sin fisuras al Imperio austro-húngaro, aliado suyo; Francia otorga el suyo a Rusia e Inglaterra le sigue los pasos; resultado: cerca de diez millones de muertos, seis millones de mutilados y una Europa en ruinas y ello sin contar todas las consecuencias de la guerra como la gripe española de 1918 que mató a más gente que el propio conflicto.
El 11 de septiembre de 2001, los 3000 muertos de las Torres Gemelas fueron el pretexto del gobierno de Estados Unidos para entablar la invasión de Afganistán, instalar bases militares en tres países limítrofes, antiguas repúblicas de la URSS. También han permitido la preparación de la guerra para eliminar a Sadam Husein con una probable ocupación militar de larga duración de Irak por parte de las tropas US. Si bien debido al contexto histórico actual, los efectos del 11 de septiembre son por ahora menos carniceros que la guerra de 1914-18, esa ampliación de la presencia militar directa de EE.UU contiene, sin embargo, sombrías amenazas para el futuro.
A pesar de la similitud entre esos dos acontecimientos (en ambos casos, una gran potencia imperialista utiliza un atentado terrorista para justificar sus propias operaciones bélicas) el fenómeno terrorista de 2001 no tiene ya nada que ver con el lejano de 1914.
El acto de Gavrilo Princip hunde sus raíces en las tradiciones de las organizaciones populistas y terroristas que durante el siglo XIX lucharon contra el absolutismo zarista, expresión de la impaciencia de una pequeña burguesía incapaz de entender que son las clases sociales y no los individuos quienes hacen la historia. Al mismo tiempo, aquel atentado ya prefigura lo que será una característica del terrorismo durante el siglo XX: el uso de este medio por los movimientos nacionalistas y la manipulación de éstos por la burguesía de las grandes potencias. En algunos casos, esos movimientos nacionalistas eran demasiado débiles o habían llegado demasiado tarde al ruedo de la historia para hacerse un sitio en un mundo capitalista ya repartido entre las grandes naciones históricas: la ETA, en España, es un ejemplo típico, puesto que un Estado vasco independiente no tendría la menor viabilidad. En otros casos, esos grupos terroristas formaban parte de un movimiento más amplio que desembocó en la creación de un nuevo Estado nacional: puede citarse el ejemplo del Irgun, movimiento terrorista judío que luchó contra los ingleses en Palestina durante el período de antes y después de la IIª Guerra mundial y entre cuyas acciones no sólo hubo ataques contra objetivos “militares”, como el del cuartel general del ejército británico, sino también matanzas de civiles como la perpetrada contra la población árabe de Deir Yasín. Recordemos que Menahem Beguin, antiguo primer ministro israelí, a quien se le otorgó el premio Nobel de la paz tras la firma de los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel, fue uno de los dirigentes del Irgún.
El ejemplo del IRA y del Sinn Fein en Irlanda(1) resume en cierto modo las características de lo que iba a ser el terrorismo en el siglo XX. Tras el aplastamiento de la revuelta de la Pascua de 1916, uno de los dirigentes irlandeses ejecutados fue James Connolly, figura emblemática del movimiento obrero irlandés. Su muerte fue el símbolo del final de una época, trasnochada ya en realidad por el estallido de la Iª Guerra mundial, una época en la que el movimiento obrero podía todavía apoyar, en ciertos casos, algunas luchas de liberación nacional. En cambio, en la época de decadencia que se había iniciado, tal apoyo se ha vuelto inevitablemente en contra del proletariado(2). De hecho es el destino de Roger Casement el que simbolizará lo que habrán de ser los movimientos nacionalistas y terroristas del período de decadencia: fue detenido por los ingleses (y fusilado después) en cuanto arribó a Irlanda en un submarino alemán con un cargamento de fusiles alemanes para la revuelta independentista de 1916.
El final de las carreras profesionales de Menahem Begin –primer ministro de Israel– y de Gerry Adams, el ex terrorista y dirigente del Sinn Fein, que no ha llegado todavía a primer ministro, pero que ya es un respetable político recibido en Downing Street y en la Casa Blanca, es también significativo de que para la burguesía no hay una frontera impermeable entre terrorismo y respetabilidad. La diferencia entre el jefe terrorista y el hombre de Estado es que el primero todavía está en una situación precaria, pues las únicas armas de las que dispone son los atentados y los golpes a mano armada, mientras que el segundo tiene a su disposición todos los medios militares del moderno Estado burgués. A todo lo largo del siglo XX, sobre todo durante el periodo de la “descolonización” tras la IIª Guerra mundial, numerosos han sido los ejemplos de grupos terroristas (o nacionalistas usuarios de métodos terroristas) que acaban transformándose en las fuerzas armadas del nuevo Estado: los miembros del Irgún integrados en el nuevo ejército israelí, el FLN de Argelia, el Viet-minh en Vietnam, la OLP de Yasir Arafat en Palestina, etc.
Ese tipo de lucha armada es además un terreno predilecto para los manejos del Estado burgués en el marco de los conflictos interimperialistas, El fenómeno empezó a cobrar gran amplitud durante la IIª Guerra mundial, con el uso por parte de las burguesías “democráticas” de movimientos de resistencia contra el invasor alemán, especialmente en Francia, en Grecia y en Yugoslavia o por la burguesía alemana nazi, aunque con menos éxito, en algunos movimientos de independencia nacional en el imperio británico (en India, en particular). Después, allí donde se agudiza duramente el enfrentamiento entre los dos grandes bloques de la posguerra, el americano y el ruso, las formaciones nacionalistas dejan de ser simples grupos terroristas para acabar siendo auténticos ejércitos: así ocurre en Vietnam, en donde hay cientos de miles de combatientes enfrentados, y al cabo millones de muertos, o en Afganistán donde –recuérdese– los talibanes y sus predecesores, que se distinguieron en la lucha contra la ocupación soviética, habían sido formados y armados por Estados Unidos.
El terrorismo, lucha armada minoritaria, se ha convertido pues en campo para la intervención y las maniobras de las grandes potencias. Si eso aparece claramente en los enfrentamientos armados en los países del llamado “Tercer mundo”, también lo es en los manejos más tenebrosos dentro de los grandes Estados mismos. Al ser acciones que se preparan en la sombra, ofrecen “un terreno de predilección para los manejos de los agentes de la policía y del estado y, en general, para toda clase de manipulaciones e intrigas de lo más insólito”(3). Un ejemplo pertinente de ese tipo de manipulaciones, en las que se mezclan individuos en pleno delirio (los hay que hasta incluso se creen que actúan en interés de la clase obrera), gángsters, grandes Estados y servicios secretos, fue el rapto, realizado con una eficacia perfectamente militar, de Aldo Moro por un comando de las Brigadas rojas italianas y su asesinato el 9 de mayo de 1978, después de que el gobierno italiano se negara a negociar su liberación. Esta operación no fue obra de unos cuantos terroristas excitados, menos todavía de militantes obreros. Tras la acción de las Brigadas rojas había en juego cuestiones políticas no solo relacionadas con el Estado italiano, sino también con las grandes potencias. En efecto, Aldo Moro representaba una fracción de la burguesía italiana favorable a la entrada del Partido comunista italiano en la mayoría gubernamental, opción a la que Estados Unidos era firmemente contrario. Las Brigadas rojas compartían esa oposición a la política del “compromiso histórico” entre la Democracia cristiana y el PC que Aldo Moro defendía, de modo que las B.R. hicieron abiertamente el juego del Estado norteamericano. El hecho mismo de que las BR estuvieran directamente infiltradas a la vez por los servicios secretos italianos y por la red Gladio (creación de la OTAN cuya misión era formar redes de resistencia en caso de que la URSS hubiera invadido Europa occidental) pone de manifiesto que ya desde finales de los años 70 el terrorismo es un instrumento de maniobra en los conflictos imperialistas(4).
Durante los años 80, la multiplicación de atentados terroristas (como los de 1986 en París), ejecutados por gropúsculos fanáticos pero teledirigidos por Irán, hicieron aparecer un fenómeno nuevo en la historia. Ya no son, como al iniciarse el siglo XX; acciones armadas perpetradas por grupos minoritarios con el fin de constituir y llevar a la independencia nacional de un Estado, sino que son los Estados mismos los que toman a su cargo y usan el terrorismo como arma de la guerra entre Estados.
El que el terrorismo se haya convertido directamente en instrumento del Estado para hacer la guerra fue un cambio cualitativo en la evolución del imperialismo. El que fuera Irán el Estado que encargó esos ataques (en otros casos como en el del atentado contra el vuelo de la Panam por encima de Lockerbie, serían Siria o Libia las acusadas) es también significativo de un fenómeno que va a acentuarse tras el desmoronamiento de los bloques después de 1989 y la desaparición de la disciplina impuesta por sus jefes respectivos: hay potencias regionales de tercer orden tales como Irán que van a intentar librarse de la tutela de los bloques, ruso o americano. El terrorismo se convierte entonces en la bomba atómica de los pobres.
En el último período ha podido comprobarse que son las dos potencias militares principales, Estados Unidos y Rusia las que han usado el terrorismo como medio de manipulación para justificar sus intervenciones militares. Incluso los propios medios han revelado que los atentados en Moscú del verano de 1999 habían sido perpetrados con explosivos utilizados exclusivamente por los militares y cuyo comanditario fue probablemente Putin, jefe del FSB (ex KGB) en aquel entonces. Aquellos atentados fueron un pretexto para justificar la invasión de Chechenia por las tropas rusas. Para el último atentado en Moscú, la toma de rehenes de los 700 espectadores de un teatro, el tinglado ha sido tan grosero que la propia prensa, tanto la rusa como la internacional, ha empezado a interrogarse abiertamente si no ha habido manipulación, cómo cincuenta personas pudieron acudir juntas a un lugar público en plena capital acarreando un arsenal impresionante, en una ciudad en la que cualquier checheno puede ser controlado y detenido varias veces por día en la calle.
Entre las hipótesis propuestas por el diario francés Le Monde del 16 de noviembre, se plantea ya sea la infiltración del comando por los servicios secretos rusos, ya que éstos estaban al tanto de la operación y dejaron hacer para así poder recalentar la guerra en Chechenia. Por lo visto, según algunas filtraciones, hubo agentes secretos que informaron a sus mandos unos meses antes de la preparación de acciones en Moscú por el grupo de Movsar Baraev, pero la información “se habría perdido como siempre en los meandros superiores del escalafón”. Difícilmente puede uno imaginarse que una información de tal importancia pasara desapercibida. El 29 de octubre, el diario Moskovski Konsomolets citaba a un informador anónimo del FSB (ex KGB) según el cual el comando de marras estaba “infiltrado” desde hacía tiempo por los servicios rusos, los cuales controlaban directamente a cuatro de los secuestradores.
El comando estaba dirigido por el clan Baraev, cuyos hombres de mano ya desempeñaron un papel notorio en la guerra de Chechenia. Aún cuando se presentaba como defensor de un islamismo radical, su antiguo jefe (asesinado hace dos años) y tío del comandante de los secuestradores, mantenía vínculos directos con el Kremlin. Sus tropas han sido de hecho las únicas que se salvaron de los bombardeos y de las matanzas ejecutados por el ejército ruso. Fue él quien, además, favoreció la matanza de los principales jefes nacionalistas chechenos asediados en Grozny, metiéndolos en una ratonera tras haberles dado la posibilidad de huir por un paso donde los estaban esperando las tropas rusas.
En cuanto a lo del 11 de septiembre de 2001, por mucho que el Estado norteamericano no hubiera comanditado directamente los atentados, es inconcebible imaginar que los servicios secretos de la primera potencia mundial habrían sido cogidos por sorpresa como en una república bananera cualquiera del Tercer Mundo. Es evidente que el Estado US dejó hacer, aún a riesgo de lo que pasó: el sacrificio de cerca de 3000 vidas y la destrucción de las Torres Gemelas. Ese fue el precio que el imperialismo US estaba dispuesto a pagar para poder reafirmar su liderazgo mundial desencadenando la operación “Justicia ilimitada” en Afganistán. Esta política deliberada de la burguesía estadounidense que consiste en dejar hacer para justificar su intervención no es nueva, ni mucho menos.
Ya fue utilizada en diciembre de 1941 cuando el ataque japonés de Pearl Harbor(5) para justificar la entrada de Estados Unidos en la IIª Guerra mundial y más recientemente cuando la invasión de Kuwait por las tropas de Sadam Husein en agosto de 1990, que sirvió para que se desencadenara la guerra del Golfo bajo la batuta del Tío Sam(6).
El método que consiste en utilizar los atentados terroristas ya previstos para así justificar la ampliación de la influencia imperialista mediante la intervención militar (o policiaca) parece que empieza a crear emulación. Las informaciones disponibles parecen demostrar que el gobierno australiano estaba al corriente de las amenazas de atentado en Indonesia y que dejó correr, animando incluso a sus ciudadanos a seguir yendo a Bali. Lo que en todo caso es cierto, es que Australia ha aprovechado la ocasión proporcionada por el atentado del 12 de octubre para reforzar su influencia en Indonesia, tanto por cuenta propia como por cuenta de su aliado norteamericano(7).
Esa política de “dejar hacer” ya no consiste, como en 1941 ó en 1990, en dejar que el enemigo ataque primero según las leyes clásicas de la guerra entre Estados.
Ya no es la guerra entre Estados rivales, con sus propias reglas, sus banderas, sus preparativos, sus tropas uniformadas y sus armamentos, lo que sirve de pretexto a la intervención masiva de las grandes potencias. Son los ataques terroristas a ciegas, con sus comandos kamikazes fanatizados, que golpean directamente a la población civil, los que ahora son utilizados por las grandes potencias para justificar el desencadenamiento de la barbarie imperialista.
El uso y la manipulación del terrorismo ya no sólo es cosa de los pequeños Estados como Libia, Irán u otros de Oriente Medio. Se han convertido en una especialidad de las grandes potencias del planeta.
Es significativo de la descomposición cada vez más avanzada del entramado ideológico de la sociedad capitalista que los ejecutantes de los atentados de Nueva York, de Moscú o de Bali (sea cual sea la motivación de sus comanditarios) ya no están motivados por ideologías que tengan una apariencia racional o con pretensiones progresivas, tales como la lucha por la creación de nuevos Estados nacionales. Al contrario, evocan ideologías ya caducas e irremediablemente reaccionarias en el siglo XIX: las del oscurantismo religioso y místico. La descomposición del capitalismo parece estar bien resumida en ese hecho de que, para muchos sectores de la juventud de hoy, la mejor perspectiva que la vida pueda ofrecerles hoy ya no es la vida misma, ni siquiera la lucha por una gran causa, sino la muerte en las tinieblas del oscurantismo feudal y al servicio de cínicos comanditarios de quienes ni sospechan la existencia.
En los países desarrollados, el terrorismo del que son los primeros responsables sirve a los Estados burgueses de medio de propaganda ante su propia población civil para convencerla de que en un mundo que se desmorona, en el que se cometen atrocidades como el atentado del 11 de septiembre, la única solución sería someterse a la protección del Estado mismo. La situación en Venezuela nos muestra la perspectiva que nos espera si la clase obrera, con el apoyo a una u otra facción de la burguesía, se deja arrastrar a un terreno de clase que no es el suyo. El gobierno de Chávez llegó al poder con un amplio apoyo en la población pobre y los obreros, llegando a conseguir hacer creer que su programa nacional-populista y anti-EE.UU. podría protegerlos contra los efectos de una crisis cada vez más insoportable. Hoy las masas pobres y obreras se encuentran divididas y encuadradas por las fuerzas de la burguesía, ya sea detrás de Chávez y su camarilla, ya sea alistadas en los sindicatos que participan en una “huelga general” en la que incluso están los jueces y que tiene el apoyo de… ¡la patronal! Y ese peligro no se limita a los países periféricos del capitalismo, como lo demostró la gigantesca manifestación del 1º de mayo de 2002 en París a la que los “ciudadanos” fueron invitados a tomar partido por una camarilla burguesa contra otra (“la otra” era la de ese espantajo de opereta llamado Le Pen).
Si la clase obrera mundial no lograra afirmar su propia independencia de clase en la lucha por la defensa de sus propios intereses primero y por el derrocamiento revolucionario de esta sociedad putrefacta después, lo único que ante nosotros habría sería la multiplicación de enfrentamientos entre pandillas burguesas y entre los Estados burgueses en los que se emplearían todos los medios, incluidos los más bestiales, y entre ellos el uso cotidiano del arma terrorista.
Arthur, 23/12/02
1) IRA: Irish Republican Army. El Sinn Fein (“Nosotros mismos” en gaélico) fue fundado en 1907 por Arthur Griffith, principal dirigente irlandés de la época de la independencia de la república irlandesa (Eire) a principios de los años 20. Sigue hoy siendo el ala política del IRA con la que mantiene unos vínculos parecidos a los de Batasuna con ETA. Podría, en cierto modo, decirse que la “revolución” nacionalista irlandesa tuvo las características del período de decadencia del capitalismo, al no haber logrado ir más allá de la creación de un Estado amputado (sin los seis condados de Ulster) y esencialmente sometido a Gran Bretaña.
2) Toda la ambigüedad de la actitud de Connolly puede verse en el artículo publicado en su periódico Irish Worker a principios de la guerra de 1914, en el que declara por un lado que todo obrero irlandés estaría en pleno derecho de alistarse en el ejército alemán si ello pudiera acelerar la liberación irlandesa del yugo del imperialismo británico, a la vez que esperaba que “Irlanda puede mientras tanto llevar su fuego a un incendio europeo que no se apagará mientras que el último trono o las últimas acciones u obligaciones capitalistas no se hayan consumido en la hoguera funeraria del último señor de la guerra” (citado en FLS Lyons, Ireland since famine).
3) Ver Revista internacional nº 15 “Resolución sobre terrorismo, terror y violencia de clase”, punto 5.
4) Otros Estados han usado el terrorismo incluso directamente: recordemos, por ejemplo, que los servicios secretos del Estado francés demostraron estar dispuestos a usar esos métodos con el atentado en Nueva Zelanda contra el Rainbow Warrior, navío de la organización Greenpeace.
5) Ver al respecto nuestros artículos “La guerra ‘antiterrorista’ siembra el terror y la barbarie” y “Pearl Harbor 1941, Torres Gemelas 2001, el maquiavelismo de la burguesía”, en la Revista internacional nº 108.
6) Ver nuestros artículos “Golfo Pérsico: el capitalismo es la guerra”, “Frente a la espiral de la barbarie guerrera, una única solución: desarrollo de la lucha de clases”, “Guerra del Golfo: matanzas y caos capitalistas”, “El caos”, publicados respectivamente en Revista internacional números 63 a 66.
7) Para un análisis más detallado, léase: “Cómo se aprovecha el imperialismo australiano de la matanza de Bali”, publicado en Révolution internationale (publicación territorial de la CCI en Francia) nº 330.
Publicamos aquí la segunda parte de un texto de orientación que se discutió en la CCI durante el verano de 2001 y fue adoptado por la Conferencia extraordinaria de nuestra organización de marzo de 2002
La primera parte de este texto se publicó en el número anterior de esta Revista internacional
En la primera parte se abordaban los puntos siguientes:
Al ser el proletariado la primera clase de la sociedad poseedora de una visión histórica consciente, es comprensible que las bases de su confianza en su misión sean igualmente históricas incorporando en ellas la totalidad del proceso que lo hizo sugir. Por esa razón particularmente, esta confianza se basa, de manera decisiva, en el futuro y por lo tanto en una comprensión teórica. Y es también por eso por lo que el reforzamiento de la teoría es un arma privilegiada para la superación de las debilidades congénitas de la CCI en lo que a esa confianza se refiere. Ésta significa, por definición, confianza en el porvenir. El pasado no puede ser cambiado luego la cuestión de la confianza no puede estar orientada hacia este último.
Toda clase revolucionaria ascendente basa su confianza en su misión histórica, no solamente en su fuerza actual, sino también en sus experiencias, sus realizaciones pasadas y sus objetivos futuros. Sin embargo, la confianza de las clases revolucionarias del pasado, y de la burguesía en particular, estaba arraigada principalmente en el presente -en el poder económico y político que ya habían conquistado en el seno de la sociedad existente. Puesto que el proletariado no podrá nunca poseer un poder así en el seno del capitalismo, tampoco podrá jamás tener tal preponderencia del presente. Sin la capacidad de aprender de su experiencia pasada y sin una claridad y una convicción real respecto a su objetivo como clase, no podrá alcanzar la confianza en sí mismo que necesita para superar la sociedad de clases. Por eso es por lo que el proletariado es, más que cualquiera otra clase antes de ella, una clase histórica en el pleno sentido de la palabra. El pasado, el presente y el futuro son componentes indispensables de la confianza en sí mismo. Por eso no es difícil responder a la pregunta de porque al marxismo, arma científica de la revolución proletaria, sus fundadores le llamaron materialismo histórico o dialéctico.
a) Esa preeminencia del futuro no elimina en absoluto el papel del presente en la dialéctica de la lucha de clases. Precisamente por ser el proletariado una clase explotada necesita desarrollar su lucha colectiva para que la clase en su conjunto tome conciencia de su fuerza real y de su futuro potencial. Esta necesidad, que la clase en su conjunto tome confianza en sí misma, constituye un problema completamente nuevo en la historia de la sociedad de clases. La confianza en sí de las clases revolucionarias del pasado, que eran clases explotadoras, se basaba siempre en una clara jerarquía en el seno de cada una de esas clase y en el seno de la sociedad en su conjunto. También, en la capacidad de mandar y someter a otras partes de la sociedad a su propia voluntad y, por tanto, en el control del aparato productivo y del aparato del Estado. De hecho, es una característica de la burguesía, la cual, incluso en su fase revolucionaria, buscó a otras categorías sociales para que se batieran por ella y una vez en el poder ha ido "delegando" cada vez más sus tareas a servidores a sueldo.
El proletariado no puede delegar su tarea histórica en nadie. Por eso, le incumbe a la clase desarrollar su confianza en sí misma. Por eso también, la confianza en el proletariado es siempre necesariamente una confianza en la clase en su conjunto, jamás en una parte de ella.
Es, para el proletariado, el hecho de ser una clase explotada lo que da un carácter fluctuante a su confianza en sí, incluso inestable, con altibajos en el movimiento general de la lucha de clases. Es más, las organizaciones políticas revolucionarias se ven también afectadas por esos altibajos, al depender en gran parte de ese movimiento la manera con la que se organizan, se agrupan e intervienen en la clase. Y como sabemos, en periodos de profunda derrota, sólo pequeñísimas minorías han sido capaces de conservar su confianza en la clase.
Pero esas fluctuaciones en la confianza no están únicamente relacionadas con los altibajos de la lucha de clases. Como clase explotada que es, el proletariado puede ser víctima de una crisis de confianza en cualquier momento, incluso en el ardor de las luchas revolucionarias. La revolución proletaria "interrumpe constantemente su propio curso, volviendo sobre lo que aparentemente había ya logrado para volver nuevamente a comenzar", etc. En particular, "retrocede sin cesar ante lo inmenso de sus propios objetivos" como lo escribió Marx en El 18 Brumario ....
La revolución rusa de 1917 muestra claramente que no sólo la clase en su conjunto sino igualmente el partido revolucionario pueden verse afectado por tales dudas. De hecho, entre febrero y octubre de 1917, los bolcheviques atravesaron varias crisis de confianza en la capacidad de la clase para cumplir las tareas del momento. Crisis que culminaron en el pánico que se apoderó del comité central del partido bolchevique ante la insurrección.
La revolución rusa es pues la mejor ilustración del hecho que las raíces más profundas de la confianza en el proletariado, contrariamente a las de la burguesía, no pueden jamás arraigar en el presente. Durante esos dramáticos meses fue sobre todo Lenin, quien personificó la confianza inquebrantable en la clase sin la cual ninguna victoria es posible. Y él fue capaz de hacerlo porque no abandonó ni un solo momento el método teórico e histórico propio del marxismo.
La lucha masiva del proletariado es un momento indispensable para el desarrollo de la confianza revolucionaria. Hoy es la piedra angular de toda la situación histórica. Al permitir una reconquista de su identidad de clase, se convierte en una condición previa para que la clase en su conjunto vuelva a asumir las lecciones del pasado y vuelva a desarrollar una perspectiva revolucionaria.
Como con la cuestión sobre la conciencia de clase, a la que está íntimamente ligada, debemos distinguir dos dimensiones de esta confianza: por un lado, la acumulación histórica, teórica, programática y organizativa de la confianza, representada por las organizaciones revolucionarias, y más ampliamente, por el proceso histórico de maduración subterránea en el seno de la clase, y, por otro lado, el grado y la extensión de la confianza en sí misma de la clase en su conjunto, en un momento dado.
b) La contribución del pasado a esta confianza no es menos indispensable. Primero porque la historia contiene pruebas irrefutables del potencial revolucionario de la clase. La burguesía misma, entendiendo la importancia de estas experiencias vividas por su enemigo de clase, ataca constantemente esta herencia; sobre todo la revolución de Octubre de 1917.
Segundo, uno de los factores que dan más seguridad al proletariado tras una derrota, es su capacidad para corregir los errores pasados y extraer las lecciones de la historia. Contrariamente a la revolución burguesa que va de victoria en victoria, la victoria final del proletariado se prepara a través de una serie de derrotas. El proletariado es pues capaz de trasformar sus derrotas pasadas en elementos de confianza en el futuro. Es esta una de las bases principales de la confianza que Bilan mantuvo en lo más hondo de la contrarrevolución. De hecho, cuanto más profunda sea la confianza en la clase con tanta mayor valor podrán los revolucionarios criticar sin piedad las debilidades propias y las de la clase, y cuanta menor sea la necesidad de consolarse más sobria será su lucidez y sin euforias insensatas. Como Rosa lo repitió tantas veces, la tarea de los revolucionarios es decir lo que de verdad es.
Tercero, la continuidad, en particular la capacidad de trasmitir las lecciones de una generación a otra, ha sido siempre fundamental para el desarrollo de la confianza en sí de la humanidad. Los efectos devastadores de la contrarrevolución del siglo XX en el proletariado son la prueba en negativo. Por eso es tanto más importante para nosotros hoy estudiar las lecciones de la historia a fin de trasmitir nuestra propia experiencia y la de toda la clase obrera a las generaciones de revolucionarios que nos sucederán.
c) Pero es la perspectiva futura la que ofrece el fundamento más profundo para nuestra confianza en el proletariado. Eso puede parecer paradójico. ¿Cómo es posible fundamentar la confianza sobre algo que no existe aun? Lo que sí es seguro es que esa perspectiva existe. Existe como objetivo consciente, como construcción teórica, de la misma forma que el edificio que se va a construir existe ya en la mente del arquitecto. Antes incluso de realizarlo en la práctica, el proletariado es el arquitecto del comunismo.
Ya hemos visto que al mismo tiempo que apareció el proletariado como fuerza política independiente en la historia también apareció la perspectiva del comunismo: la propiedad colectiva no de los medios de consumo sino de los medios de producción. Esta idea era el resultado de la separación entre productores y medios de producción a causa del trabajo asalariado y de la socialización del trabajo. En otros términos, fue el producto del proletariado, de su posición en la sociedad capitalista. O, como Engels escribe en el "AntiDühring", la principal contradicción, en el núcleo mismo del capitalismo, está entre dos principios sociales: un principio colectivo, base de la sociedad moderna, representado por el proletariado, y un principio individual, anárquico, anclado en la propiedad privada de los medios de producción, representado por la burguesía.
La perspectiva comunista había surgido antes que la lucha proletaria hubiese revelado su potencial revolucionario. Lo que aquellos acontecimientos clarificaron es que son únicamente las luchas obreras las que pueden llevar al comunismo. Pero la perspectiva ya existía anteriormente. Se basaba sobre todo en las lecciones anteriores y coetáneas del combate proletario. Incluso en los años 1840, cuando Marx y Engels comenzaron a trasformar el socialismo utópico en ciencia, la clase no había dado aun muchas pruebas de su potencia revolucionaria.
Eso quiere decir que desde el principio la teoría por sí misma fue un arma de la lucha de la clase. Y hasta la derrota de la oleada revolucionaria, ya lo hemos dicho, esa visión de su papel histórico fue crucial para darle confianza en su enfrentamiento contra el capital.
Así, al igual que la lucha inmediata y las lecciones del pasado, la teoría revolucionaria es para el proletariado un factor indispensable de confianza, especialmente de su desarrollo en profundidad y, a largo plazo, también de su extensión. Puesto que la revolución no puede ser sino un acto conciente, no será victoriosa hasta que la teoría revolucionaria haya conquistado a las masas.
En la revolución burguesa, la perspectiva fue poco más que una proyección del espíritu de la evolución presente y pasada: la conquista gradual del poder en el seno de la antigua sociedad. Cuando a la burguesía se le ocurrió desarrollar teorías sobre el futuro, estas acabaron apareciendo como falsificaciones groseras cuya tarea principal era inflamar las pasiones revolucionarias. Por muy irrealistas que fueran esas ideas no pusieron en entredicho la causa que servían. Para el proletariado, al contrario, el punto de partida es el futuro. Puesto que no puede construir gradualmente su poder de clase en el seno del capitalismo, la claridad teórica es un arma imprescindible:
"La filosofía idealista clásica ha postulado siempre que la humanidad vive en dos mundos diferentes, el mundo material en el cual domina la necesidad y el del espíritu o de la imaginación en el que reina la libertad. A pesar de la necesidad de rechazar los dos mundos a los que, según Platón o Kant, pertenece la humanidad, es sin embargo correcto que los seres humanos viven simultáneamente en dos mundos diferentes (...) Los dos mundos en los cuales vive la humanidad son el pasado y el futuro. El presente es la frontera entre los dos. Toda su experiencia reside en el pasado (...). Ella no puede cambiar nada de él, todo lo que puede hacer es aceptar su necesidad. Igualmente el mundo de la experiencia, el mundo del conocimiento es también el de la necesidad. La cosa es diferente respecto al futuro. De él no tengo la menor experiencia. Se presenta aparentemente libre ante mí, como un mundo que yo no puedo explorar basándome en el conocimiento sino en el que debo afirmarme por la acción. (...) Actuar quiere decir siempre elegir entre diferentes posibilidades, incluso si es solamente entre elegir o no elegir, lo que significa aceptar y rechazar, defender y atacar. (...) Pero no solamente el sentimiento de libertad es una precondición de la acción, es también un objetivo dado. Si el mundo del pasado está gobernado por las relaciones entre la causa y el efecto (causalidad), el de la acción, el del futuro lo es por la determinación (teleología)". (Karl Kautsky, La concepción materialista de la historia)
Ya antes de Marx, fue Hegel quien resolvió, teóricamente, el problema de la relación entre la necesidad y la libertad, entre el pasado y el futuro. La libertad consiste en hacer lo que es necesario, dice Hegel. En otros términos, no es rebelándose contra las leyes de la evolución del mundo, sino comprendiéndolas y empleándolas para sus propios fines como el hombre incrementará su espacio de libertad. "La necesidad es ciega solamente en la medida en que no es comprendida". (Hegel, Enciclopedia de las ciencias naturales). Es necesario, pues, que el proletariado comprenda las leyes de la evolución de la historia si quiere ser capaz de comprender y de llevar a cabo su misión histórica. Por ello, si la ciencia y con ella la confianza de la burguesía están en gran medida basadas en una comprensión progresiva de las leyes de la naturaleza, la ciencia y la confianza de la clase obrera están basadas, en cambio, en la comprensión dialéctica de la sociedad y de la historia. Como lo mostró MC[1] en una defensa de los clásicos del marxismo sobre este tema (MC, Pasado, presente, futuro), es el futuro el que predomina sobre el pasado y el presente en un movimiento revolucionario al ser aquél, en última instancia, el que determina su dirección. El predominio del presente trae consigo, invariablemente, dudas y vacilaciones que crean una vulnerabilidad enorme a la influencia de la pequeña burguesía, personificación de la indecisión. El predominio del pasado lleva al oportunismo y por tanto a la influencia de la burguesía, bastión de la reacción moderna. En ambos casos es la pérdida de la visión del largo plazo lo que conduce a la pérdida de la dirección revolucionaria. Como dice Marx, "la revolución social del siglo XIX no puede sacar sus versos del pasado, solamente del futuro" (K. Marx, ibid.)
De eso nosotros debemos concluir que el inmediatismo es el principal enemigo de la confianza en sí del proletariado, no solamente porque la ruta hacia el comunismo es larga y tortuosa sino porque además esta confianza radica en la teoría y en el futuro, mientras que el inmediatismo es una capitulación ante al presente, la adoración de los hechos inmediatos. A través de la historia, el inmediatismo ha sido el factor dominante de la desorientación en el movimiento obrero. Ha estado en la raíz de todas las tendencias a colocar "el movimiento por delante del objetivo" como decía Bernstein, y por lo tanto a abandonar los principios de clase. Que tome la forma del oportunismo como fue el caso entre los revisionistas a finales del XIX o entre los trotskistas en los años 1930, o la del aventurerismo como ocurrió con los Independientes en 1919 y con el KPD en 1921 en Alemania; esa impaciencia pequeño burguesa acaba arrastrando siempre a la traición de un futuro por un plato de lentejas, como en la imagen de la Biblia. En la raíz de esa actitud aberrante hay siempre una pérdida de confianza en la clase obrera.
En el ascenso histórico del proletariado, pasado, presente y futuro forman una unidad. Al mismo tiempo cada uno de estos "mundos" nos advierte de un peligro específico. El que concierne al pasado es el de olvidar sus lecciones. El peligro del presente es ser víctima de las apariencias inmediatas, de la imagen superficial de las cosas. El peligro que concierne al futuro es el de descuidar y debilitar los esfuerzos teóricos.
Eso nos recuerda que la defensa y el perfeccionamiento de las armas teóricas de la clase obrera son la tarea específica de las organizaciones revolucionarias, y que estas últimas tienen una responsabilidad particular en la salvaguardia de la confianza histórica en la clase.
Según lo dicho, la claridad y la unidad son los principales cimientos de una acción social basada en la confianza. En el caso de la lucha de clases proletaria internacional, esta unidad no es, evidentemente, más que una tendencia que podrá algún día realizarse en un consejo obrero a escala mundial. Pero políticamente, las organizaciones unitarias que surgen en la lucha son ya expresión de esa tendencia. Incluso fuera de esas expresiones organizadas, la solidaridad obrera -incluso expresándose en un nivel individual- manifiesta también esa unidad. El proletariado es la primera clase en el seno de la cual no hay intereses económicos divergentes; en ese sentido la solidaridad anuncia la naturaleza de la sociedad por la que lucha.
Pero la expresión más importante y permanente de la unidad de clase es la organización revolucionaria y el programa que ella defiende. Como tal, ella es la personificación más desarrollada de la confianza en el proletariado y también la más compleja.
La confianza está en el centro mismo de la construcción y el desarrollo de tal organización. En ésta, la confianza en la misión del proletariado se expresa directamente en el programa político de la clase, en el método marxista, en la capacidad histórica de la clase, en el papel de la organización hacia la clase, en los principios de funcionamiento, en la confianza de los militantes y de las diferentes partes de la organización en sí mismos y en los demás. La unidad de los diferentes principios políticos y organizativos que defiende y la unidad entre las diferentes partes de la organización son, en definitiva, las expresiones más directas de la confianza en la clase: unidad de objetivo y de acción, del objetivo de la clase y de los medios para alcanzarlo.
Los dos aspectos principales de esta confianza son la vida política y la vida organizativa. El primer aspecto se expresa en la lealtad a los principios políticos, pero también en la capacidad para desarrollar la teoría marxista como respuesta a la evolución de la realidad. El segundo aspecto es la lealtad a los principios de funcionamiento proletario y a la capacidad de desarrollar una confianza y una solidaridad reales en el seno de la organización. El resultado de un debilitamiento de la confianza en uno u otro de esos dos niveles será siempre poner en entredicho la unidad, y por lo tanto la existencia misma, de la organización.
A nivel organizativo, la expresión más desarrollada de esa confianza, solidaridad y unidad es lo que Lenin llamó espíritu de partido. En la historia del movimiento obrero hay tres ejemplos célebres de la puesta en marcha de tal espíritu de partido: el partido alemán en los años 1870 y 1880, los bolcheviques a partir de 1903 hasta la revolución y el partido italiano y la fracción que de él surgió tras la oleada revolucionaria. Estos ejemplos nos ayudarán a explicar la naturaleza y la dinámica de ese espíritu de partido y los peligros que lo amenazan.
a) Lo que caracterizó al partido alemán en ese plano es que basó su modo de funcionamiento en los principios organizativos establecidos en la Primera Internacional durante su lucha contra el bakuninismo (y el lassallismo), que esos principios se integraron en todo el partido a través de una serie de luchas organizativas y que durante el combate por la defensa de la organización contra la represión estatal se fue forjando una tradición de solidaridad entre los militantes y entre las diferentes partes de la organización. De hecho, fue durante el periodo "heroico" de clandestinidad cuando el partido alemán desarrolló las tradiciones de defensa sin concesiones de los principios, de estudio teórico y de unidad organizativa que hicieron de él el dirigente natural del movimiento obrero internacional. La solidaridad cotidiana en sus filas fue un potente catalizador de todas esas cualidades. Al cambiar el siglo, sin embargo, el espíritu de partido estaba casi completamente muerto, hasta tal punto de que Rosa Luxemburgo pudo declarar que había más humanidad en una aldea siberiana que en todo el partido alemán (Rosa Luxemburgo, Correspondencia con Klara Zetkin). De hecho, mucho antes de su traición programática, la desaparición de la solidaridad anunciaba la futura traición.
b) Pero el relevo del espíritu de partido fue recogido por los bolcheviques. Ahí nos volvemos a encontrar con las mismas características. Los bolcheviques heredaron sus principios organizativos del partido alemán, los arraigaron en cada sección, en cada miembro a través de una serie de luchas organizativos, forjando una solidaridad viva a través de años de trabajo ilegal. Sin esas cualidades el partido no habría podido pasar la prueba de la revolución. Pese a que entre agosto de 1914 y Octubre de 1917 el partido sufrió una serie de crisis políticas y tuvo que responder repetidamente a la penetración de posiciones abiertamente burguesas en sus filas y en su dirección (el apoyo a la guerra en 1914, por ejemplo, y después de febrero en 1917), la unidad de la organización, su capacidad para clarificar sus divergencias, para corregir sus errores y para intervenir en la clase no se vieron jamás disminuidas.
c) Como sabemos, mucho antes del triunfo final de estalinismo, el espíritu de partido había retrocedido completamente en el partido de Lenin. Pero una vez más la bandera fue recogida, esta vez, por el partido italiano y después por la Fracción, frente a la contrarrevolución estalinista. El partido se convirtió en el heredero de los principios organizativos y de las tradiciones del bolchevismo. Desarrolló su visión de lo que debe ser la vida del partido en la lucha contra el estalinismo y la enriqueció más tarde con la visión y el método de la Fracción. Todo eso ocurrió en las condiciones objetivas más terribles, frente a las que, una vez más, era necesario forjar una solidaridad viva.
Al final de la segunda guerra mundial, la Izquierda italiana, a su vez, abandona los principios organizativos que la habían caracterizado. De hecho, ni el remedo semirreligioso de vida colectiva de partido desarrollado por el bordiguismo de la posguerra, ni el informalismo federalista de Battaglia no tienen nada que ver con la vida organizativa de la Izquierda italiana de los años 20 y 30. En particular, toda la concepción de la Fracción fue abandonada.
Fue la Izquierda comunista de Francia la que acaba recogiendo la herencia de esos principios organizativos y de la lucha por el espíritu de partido. Y a la CCI le incumbe hoy perpetuar y hacer vivir esa herencia.
d) El espíritu de partido no es jamás una adquisición definitiva. Las organizaciones y las corrientes del pasado que lo encarnaron mejor, acabaron todas perdiéndolo completa y definitivamente (...).
En cada uno de los ejemplos dados, las circunstancias en las que desapareció el espíritu de partido fueron muy diferentes. La experiencia de la lenta degeneración de un partido de masas o de la integración de un partido en el aparato de Estado de un bastión obrero aislado no se repetirán probablemente jamás. Sin embargo hay lecciones generales que sacar en cada caso:
Durante los últimos meses ha sido sobre todo la simultaneidad de varios factores, tales como el debilitamiento de nuestros esfuerzos teóricos, de la vigilancia, la presencia de cierta euforia por la progresión de la organización y de una ceguera ante nuestros fallos; junto al resurgir del clanismo lo que revela el peligro de la pérdida del espíritu de partido, de degeneración organizativa y de esclerosis teórica. El hecho de que la confianza en nuestras filas haya sido socavada y la incapacidad de dar pasos adelante decisivos para el desarrollo de la solidaridad han sido los factores dominantes en esa tendencia que puede, potencialmente, llevar a la traición programática o a la desaparición de la organización.
Tras la lucha de 1993-96 contra el clanismo, comienzan a emerger actitudes de desconfianza hacia aquellas relaciones políticas y sociales de los camaradas que tenían lugar fuera del marco formal de las reuniones y de las actividades planificadas. La amistad, las relaciones amorosas, los lazos y las actividades sociales, los gestos de solidaridad personal, y las discusiones políticas o de otro tipo entre camaradas, se consideraban frecuentemente como un mal necesario; de hecho, como el terreno privilegiado para el desarrollo del clanismo. En oposición a ello, las estructuras formales de nuestras actividades comenzaron a ser consideradas una garantía contra el retorno del clanismo.
Tales reacciones contra el clanismo revelan por sí mismas una asimilación insuficiente de nuestro análisis y nos desarman ante ese peligro. Como lo habíamos dicho, el clanismo surgió, en parte, como respuesta a un problema real de falta de confianza y de solidaridad en nuestras filas. Más aun, la destrucción de relaciones de confianza y solidaridad mutua entre camaradas que existían realmente se debía principalmente al trabajo del clanismo que dinamitó el espíritu de amistad: la amistad real no va dirigida jamás contra una tercera persona y no excluye nunca la crítica mutua. El clanismo destruyó la tradición indispensable de las discusiones políticas y de los lazos sociales entre camaradas convirtiéndolas en "discusiones informales" a espaldas de la organización. Al crecer la atomización y al aniquilar la confianza, al intervenir de forma abusiva e irresponsable en la vida personal de los camaradas, aislándolos incluso de la organización, el clanismo estaba socavando la solidaridad natural que debe expresar el "derecho de vigilancia" de la organización sobre las dificultades personales que los militantes puedan encontrar.
Es imposible combatir el clanismo utilizando sus propias armas. No es la desconfianza en el pleno desarrollo de la vida política y social fuera del simple marco formal de las reuniones de sección sino la verdadera confianza en esta tradición del movimiento obrero lo que nos hace más resistentes al clanismo.
Tras esa desconfianza injustificada hacia la vida "informal" de una organización obrera, reside la utopía pequeño burguesa de una garantía contra el espíritu de círculo que nos puede llevar al dogma ilusorio del catecismo contra el clanismo. Esa manera de hacer acaba transformando los estatutos en leyes rígidas, el "derecho de injerencia" en fiscalización y la solidaridad en vacuo ritual.
Una de las formas con que la pequeña burguesía expresa su miedo del futuro es ese dogmatismo mórbido que ofrece protección contra el peligro de lo imprevisible. Eso es lo que llevó a la "vieja guardia" del partido ruso a acusar constantemente a Lenin de abandonar los principios y las tradiciones del bolchevismo. Es una especie de conservadurismo que corroe el espíritu revolucionario. Nadie está exento de ese peligro, como lo muestra el debate que hubo en la Internacional socialista sobre la cuestión polaca en el que no solamente Wilhelm Liebknecht sino, parcialmente, Engels adoptaron esa actitud cuando Rosa Luxemburgo planteó la necesidad de cuestionar la antigua posición de apoyo a la independencia de Polonia.
En realidad, el clanismo, precisamente porque emana de las capas intermedias, inestables, sin futuro, es no sólo capaz sino que, en realidad, está condenado a adoptar formas y características siempre cambiantes. La historia muestra que el clanismo no toma solamente la forma del informalismo de la bohemia y de las estructuras paralelas tan apreciadas por los desclasados, sino que es igualmente capaz de utilizar las estructuras oficiales de la organización y de darse la apariencia de formalismo y de rutinismo pequeño burgués que necesita para promover su política paralela. Mientras que en una organización en la que el espíritu de partido es débil y el espíritu de contestación fuerte, un clan informal tiene más oportunidad de éxito, en una atmósfera más rigurosa en la que existe una gran confianza en los órganos centrales, la apariencia formal y la adopción de estructuras oficiales puede responder perfectamente a las necesidades del clanismo.
En realidad el clanismo contiene las dos caras de la moneda. Históricamente, está condenado a oscilar entre esos dos polos que en apariencia se excluyen mutuamente. En el caso de la política de Bakunin, nos encontramos los dos aspectos contenidos en una "síntesis superior": la libertad individual anarquista absoluta, proclamada por la Alianza oficial y la confianza y la obediencia ciega exigidas por la Alianza secreta:
«Como los jesuitas pero no en la vía de la servidumbre sino en la de la emancipación del pueblo, cada uno de ellos ha renunciado a su propia voluntad. En el Comité, como en toda la organización, no es el individuo quien piensa, quiere y actúa, sino el todo» escribe Bakunin. Lo que caracteriza esta organización, continúa él, es «la confianza ciega que le brindan las personalidades conocidas y respetadas». (Mijail A. Bakunin, Llamamiento a los oficiales del Ejército ruso)
Las relaciones sociales, que están llamadas a desempeñar un papel en tal tipo de organización están claras: «Todos los sentimientos afectivos, los sentimientos blandengues de parentesco, de amistad, de amor, de gratitud deben ser reprimidos en él por la sola pasión fría por la tarea revolucionaria». (M.A. Bakunin, El catecismo revolucionario.)
Aquí se puede ver claramente que el monolitismo no es una invención del estalinismo sino que está contenido ya en la falta de confianza típica de los clanes en la tarea histórica, la vida colectiva y la solidaridad proletaria. Para nosotros no hay nada nuevo ni sorprendente en eso. Es el miedo pequeño burgués bien conocido a la responsabilidad individual que en nuestros días lleva a muchos seres profundamente individualistas a echarse en los brazos de sectas de lo más variado donde pueden dejar de pensar y de actuar por sí mismos.
Es una ilusión creer que se puede combatir el clanismo sin que los miembros de la organización acepten su responsabilidad individual en el combate. Sería paranoico pensar que la vigilancia "colectiva" podría sustituir la convicción y la vigilancia individuales en este combate. En realidad el clanismo incorpora la falta de confianza en la vida colectiva real y en la posibilidad de la responsabilidad individual real.
¿Cuál es la diferencia entre las discusiones entre camaradas fuera de las reuniones y las "discusiones informales" del clanismo? ¿Es el hecho que las primeras, al contrario que las segundas, serían comunicadas a la organización? Sí, aunque no sea posible dar cuenta formalmente de cada discusión. Fundamentalmente, lo decisivo es la actitud con la que tal discusión se lleva a cabo. Es el espíritu de partido lo que todos nosotros debemos desarrollar porque nadie lo hará por nosotros. Este espíritu de partido será siempre letra muerta si los militantes no pueden aprender a tener confianza unos en los otros. Igualmente no podrá haber solidaridad viva sin una implicación personal de cada militante en ese plano.
Si la lucha contra el espíritu de círculo dependiese exclusivamente de la salud de las estructuras colectivas formales no habría jamás problemas de clanismo en las organizaciones proletarias. Los clanes se desarrollan por el debilitamiento de la vigilancia y del sentido de las responsabilidades a nivel individual. Por eso una parte del Texto de orientación de 1993[2] está dedicado a identificar las actitudes contra las cuales cada camarada debe armarse a sí mismo. Esta responsabilidad individual es indispensable no sólo en la lucha contra el clanismo sino en la lucha para desarrollar positivamente una vida proletaria sana. En una organización proletaria, con militantes así, los militantes han aprendido a pensar por sí mismos y su confianza está arraigada en una comprensión teórica, política y organizativa de la naturaleza de la causa proletaria, no en la lealtad o el miedo a tal o cual camarada del comité central.
«el 'nuevo curso' debe tener el primer resultado de que todos sientan que nadie podrá en adelante aterrorizar al partido. Nuestra juventud no se limitará a repetir nuestras consignas. Debe conquistarlas, asimilarlas. Debe conquistar su propia opinión y su propia imagen y ser capaz de luchar por su opinión con un valor que surge de la convicción profunda y del carácter independiente. ¡Fuera del partido la obediencia pasiva, la orientación mecánica de aquellos ante quienes se es responsable, la despersonalización, los que aplauden, y el arribismo! Un bolchevique no es solamente un ser disciplinado, no, es una persona que va a las raíces de las cosas y forma su propia opinión y la defiende no sólo contra el enemigo sino también en el seno de su propio partido». (.L. Trotski, Nuevo curso.)
Y Trotski añade: «El mayor heroísmo en los asuntos militares y en la revolución es el heroísmo de la veracidad y de la responsabilidad». (L. Trotski, Sobre el rutinismo en el ejército.)
La responsabilidad colectiva y la responsabilidad individual, lejos de excluirse mutuamente, dependen una de la otra y se condicionan mutuamente. Como lo ha explicado Plejánov, la eliminación del papel del individuo en la historia está ligada a un fatalismo incompatible con el marxismo. «Aunque ciertos subjetivistas, en sus esfuerzos por atribuir "al individuo" la mayor importancia en la historia se niegan a reconocer el desarrollo histórico del género humano como un proceso determinado por leyes, algunos de sus adversarios más recientes, en sus intentos por subrayar al máximo las leyes que rigen ese desarrollo, han acabado casi olvidando que la historia la hacen los hombres y que, por lo tanto, la acción de los individuos tiene su importancia». (G.V. Plejanov, El papel del individuo en la historia)
Tal rechazo de la responsabilidad de los individuos está igualmente relacionado con el democratismo pequeño burgués, al deseo de sustituir nuestro principio de "de cada cual según sus medios" por la utopía reaccionaria de la igualación de los miembros de un colectivo. Ese proyecto, ya condenado en el texto de orientación de 1993 no es ningún objetivo de la organización hoy ni de la sociedad comunista futura.
Una de las tareas que tenemos todos, es aprender del ejemplo de todos los grandes revolucionarios (los conocidos y todos los militantes anónimos de nuestra clase) que no han traicionado nuestros principios programáticos y organizativos. Esto no tiene nada que ver con ningún culto de la personalidad. Como Plejánov concluyó en su célebre ensayo sobre el papel del individuo: «No es sólo para "quienes comenzaron", ni para los "grandes" hombres para quienes se abre un amplio campo de actividades. Se abre a todos aquellos que tienen ojos para ver, oídos para escuchar y un corazón para amar a sus semejantes. El concepto de grandeza es relativo. En el sentido moral, todo hombre es grande cuando, por citar el Nuevo Testamento, da su vida por sus amigos».
De esto resulta que, la asimilación y la profundización de las cuestiones que hemos empezado a discutir desde hace más de un año, es hoy nuestra prioridad fundamental.
La tarea de la conciencia es crear el marco político y organizativo que mejor favorezca el desarrollo de la confianza y de la solidaridad. Esta tarea es central en la construcción de la organización, que es un arte o una ciencia entre las más difíciles. En la base de ese trabajo se halla el reforzamiento de la unidad de la organización, el principio más "sagrado" del proletariado. Y, como para toda comunidad colectiva, su condición es la existencia de reglas de comportamiento comunes. Concretamente, los estatutos, los textos de 1981 sobre la función y el funcionamiento, y el de 1993 sobre el tejido organizativo aportan ya los elementos de tal marco. Es necesario volver, repetidamente, a esos textos pero sobre todo cuando la unidad de la organización está en peligro. Ellos deben ser el punto de partida de una vigilancia permanente.
En ese aspecto, la incomprensión principal en nuestras filas es la idea que estas cuestiones son fáciles y simples. Según esa manera de ver bastaría con declarar la confianza para que existiese. Y ya puestos en que la solidaridad es una actividad práctica, bastaría, entonces, con "just go and do it" (hacerla funcionar). ¡Nada más lejos de la verdad! La construcción de la organización es una empresa muy complicada y delicada. Y no hay ningún producto de la cultura humana que sea tan difícil y frágil como la confianza. Ninguna otra es tan difícil de construir ni tan fácil de destruir. Por eso frente a tal o cual falta de confianza hacia tal o cual parte de la organización, la primera cuestión que debemos plantearnos es ¿Qué puede hacerse colectivamente para reducir la desconfianza o, incluso el miedo en nuestras filas? Lo mismo podemos decir de la solidaridad, aunque sea "práctica" y "natural" en la clase obrera, esta clase vive en la sociedad burguesa, rodeada de factores que actúan contra tal solidaridad. Además, la penetración de una ideología extraña arrastra hacia concepciones aberrantes sobre esta cuestión, como fue el caso con la reciente actitud de considerar la negativa a publicar los textos de camaradas como una expresión de solidaridad, o de dar como base válida para un debate sobre la confianza la explicación del origen de ciertas divergencias políticas en la vida personal de camaradas[3].
En particular en la lucha por la confianza, nuestro lema debe ser prudencia y más prudencia.
La teoría marxista es nuestra principal arma en la lucha contra la pérdida de confianza. En general es el medio privilegiado para resistir al inmediatismo y defender una visión a largo plazo. Es la única base posible para una confianza real, científica, en el proletariado y es a la vez la base de la confianza de todas las diferentes partes de la clase en sí mismas y en las demás. Específicamente, sólo una concepción teórica nos permite ir a las raíces más hondas de los problemas organizativos que deben ser tratados como cuestiones teóricas e históricas de pleno derecho. Incluso en ausencia de una tradición viva sobre esta cuestión y en ausencia hasta el presente de la prueba de fuego de la represión, la CCI debe basarse en el estudio del movimiento obrero del pasado, y en el desarrollo voluntario y consciente de una tradición de solidaridad activa y de vida social en sus filas.
Si la historia nos ha hecho particularmente vulnerables a los peligros del clanismo, también nos ha dotado de los medios para superarlos. En particular no debemos olvidar jamás que el carácter internacional de la organización y la creación de comisiones de información son los medios indispensables para restaurar la confianza mutua en los momentos de crisis, cuando esta confianza está maltrecha o perdida.
Liebknecht, el viejo, dijo de Marx que éste trataba la política como un tema de estudio (Wilhelm Liebknecht, Karl Marx). Como hemos dicho, es la prolongación del área de la conciencia a la vida social lo que libera a la humanidad de la anarquía de fuerzas ciegas haciendo posibles la confianza, la solidaridad y la victoria del proletariado. Con el fin de superar las dificultades actuales y resolver las cuestiones planteadas, la CCI debe estudiarlas, ya que, como dice el filósofo "Ignorantia non est argumentum" (la ignorancia no es un argumento) (Spinoza, Ética)
[1] MC es nuestro camparada Marc Chirik, fallecido en 1990. Marc conoció la Revolución de 1917 en Kichinev, Moldavia, su ciudad natal. A los 13 años era ya miembro del partido comunista de Palestina, del ue fue excluido por su desacuerdo con las posiciones de la Internacional comunista sobre la cuestión nacional. Emigrado a Francia, entró en el PCF y acabó siendo excluido junto con todos los oponentes de Izquierda. Fue miembro de la Liga comunista (trotskista) y después dela Unión comunista que abandonó para unierse a la Fracción italiana de la Izquierda comunista internacional (ICI) cuyas posiciones sobre la guerra de España compartía en contra de las de la UC. Durante la IIª guerra mundial y la ocupación alemana en Francia, fue impulsor de la reconstitución de la Fracción italiana de la Izquierda comunista en torno al núcleo de Marsella después de que el Buró internacional de la ICI, animado por Vercesi, hubiera considerado que las fracciones ya no tenían porqué proseguir su labor durante la guerra. En mayo de 1945, Marc se opuso a la autodisolución de la Fracción italiana cuya conferencia decidió la integración individual de sus militantes en el Partito comunista internazionalista (PCInt) que habia sido fundado poco antes. Se unió a la Fracción francesa de la Izquierda comunista que se fundó en 1944, llamada más tarde Izquierda comunista de Francia (GCF). A partir de 1964, en Venezuela, y de 1968 en Francia, MC desepeñó un papel decisivo en la formación de los primeros grupos que iban a engendrar la CCI, a la cual aportó su inestimable experiencia política y organizativa adquirida en las diferentes organizaciones comunistas a las que había pertenecido. Pueden encontrarse otros aspectos de la biografía política de nuestro compañero en el folleto: "La Izquierda comunista de Francia" y en el artículo a él dedicado en la Revista internacional nº 65 y 66.
El texto de MC aquí citado fue una aportación al debate interno de la CCI titulado "Marxismo revolucionario y centrismo en la realidad de hoy y en el debate actual en la CCI", publicado en marzo de 1984.
[2] Se trata del texto "La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI" publicado en la Revista internacional nº 109
[3] Ese pasaje se refiere especialmente a los hechos ya evocados en nuestro artículo "El combate por la defensa de los principios organizativos" (Revista Internacional nº 110) que habla de nuestra Conferencia extraordinaria de marzo de 2002 y las dificultades organizativas que justificaron su celebración: «Nunca ha sido un problema para un órgano central de la CCI que partes de la organización criticasen un texto adoptado por éste. Muy al contrario, la CCI y su órgano central ha insistido siempre en que cualquier divergencia o duda se exprese abiertamente dentro de la organización con objeto de llegar a la mayor clarificación posible. Ante la aparición de desacuerdos la actitud del órgano central ha sido siempre responder a ellos con seriedad. A partir de la primavera del 2000 la mayoría del SI [Secretariado internacional, comisión permanente del órgano central de la CCI] adopta una actitud completamente opuesta. En vez de desarrollar una argumentación seria, adopta una actitud totalmente contraria a la que había mantenido en el pasado. Para esa mayoría, el que una pequeña minoría de camaradas criticara un texto del SI solo podía ser fruto del espíritu contestatario de este camarada, o de los problemas familiares de aquél, o de que aquel otro tendría una enfermedad psíquica. (...). La respuesta a los argumentos que daban los compañeros en desacuerdo no se basaba en oponer otros argumentos sino en denigraciones, justificando no publicar algunas de sus contribuciones diciendo que "iban a alborotar la organización" e incluso que una de los camaradas, afectada por la presión que se ejercía sobre ella, "no soportaría" las críticas que otros militantes de la CCI harían a sus textos. En suma, la mayoría del SI estaba desplegando una política de ahogar el debate de forma totalmente hipócrita en nombre de la "solidaridad"."
Publicamos aquí un carta recibida del grupo Unión comunista internacionalista (UCI, Rusia) (1). Esta carta es una respuesta a otra carta que habíamos enviado nosotros a ese grupo; contiene numerosas citas de esta carta nuestra que aparecen en letra cursiva.
Queridos camaradas,
Nos disculpamos por no haber contestado antes. Somos un grupo pequeño con un enorme trabajo a cuestas, especialmente en correspondencia y tanto más porque quienes nos escriben del extranjero no lo hacen en ruso.
“En cuanto a la plataforma, parece que hay bastantes puntos de acuerdo sobre posiciones clave: la perspectiva, socialismo o barbarie, la naturaleza capitalista de los regímenes estalinistas, el reconocimiento del carácter proletario de la Revolución rusa de 1917.”
No todo es tan sencillo. En Rusia, en 1917, dos crisis estaban imbricadas: una interna que podía conducir a la revolución burguesa y una crisis a escala internacional que había puesto al orden del día el intento de revolución socialista mundial. Según Lenin, la tarea del proletariado era tomar la iniciativa en ambas revoluciones: ponerse en cabeza de la revolución burguesa en Rusia, y, simultáneamente, apoyándose en esa revolución, extender la revolución socialista a Europa y al resto de países. Por eso consideramos incorrecto plantear la cuestión de la naturaleza de la Revolución rusa sin especificar de cuál de las dos se habla: la interna o la internacional. Pero es cierto que en Rusia, el proletariado estaba en cabeza de ambas.
“De lo que estamos menos seguros es si están ustedes de acuerdo con la CCI sobre el marco histórico que da substancia y coherencia a muchas de esas posiciones: el concepto de decadencia y de declive del capitalismo como sistema social desde 1914”.
Es cierto que no estamos de acuerdo en ese punto. La transicíon de un sistema económico hacia un sistema de más alto nivel es el resultado de un desarrollo del primero y no de su destrucción. Si el viejo ha agotado sus recursos, acarrea una crisis permanente a causa de las fuerza sociales que aspiran a un nuevo sistema. Y eso no es lo que está ocurriendo. Además, desde hace décadas, el capitalismo está desarrollándose de un modo relativamente estable, lo cual no ha traído consigo un desarrollo de la fuerzas revolucionarias, sino todo lo contrario, ha sido su desmoronamiento. El capitalismo se está desarrollando hasta tal grado que no sólo se limita a crear cualitativamente nuevas formas productivas, sino incluso nuevas formas de capitalismo. El estudio de ese desarrollo y de esas nuevas formas permite determinar cuándo sucederá una nueva crisis, como la de 1914-1945, y bajo qué forma se efectuará la transición hacia el socialismo. La teoría de la decadencia niega el desarrollo del capitalismo haciendo así imposible su estudio, dejándonos cual soñadores obnubilados por el radiante porvenir de la humanidad.
Las destrucciones, la guerra y la violencia, por su parte, no son sino parte íntegra del capitalismo, una necesidad de su existencia, tanto en la época de Marx como en el siglo XX.
“Para dar una ilustración precisa del problema que planteamos: en su declaración, ustedes toman posición contra los “frentes comunes” con la burguesía, en base a que todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias. En esto estamos de acuerdo. Pero esta posición no siempre fue válida para los marxistas. Hoy el capitalismo es un sistema decadente, o sea un sistema en el que las relaciones sociales se han convertido en obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y por lo tanto para el progreso de la humanidad, pero conoció, como los demás sistemas de explotación de clase, una fase ascendente, durante la que representó un progreso con relación al modo de producción anterior. Por eso Marx apoyó a algunas fracciones de la burguesía, los capitalistas del Norte contra los esclavistas del Sur durante la guerra de Secesión norteamericana, el movimiento del Risorgimento en Italia por la unidad nacional contra las viejas clases feudales, etc. Ese apoyo se debía a la comprensión de que el capitalismo no había rematado todavía su misión histórica y las condiciones para la revolución comunista mundial no estaban todavía lo suficientemente maduras”.
Históricamente hablando, en su combate contra la burguesía, el partido proletario siempre consideró a todas las fracciones de la burguesía como reaccionarias. Pero no sólo cuando el capitalismo tenía todavía posibilidades de desarrollo se podía decir que tal o cual fracción de la burguesía era progresista, también tenía que ser capaz e cumplir con su tarea histórica. Por eso, precisamente, la burguesía rusa, incapaz de llevar a cabo la revolución burguesa, pudo ser considerada reaccionaria en 1917, aún cuando las transformaciones democráticas y burguesas que podía realizar la Revolución rusa podían ser consideradas progresistas. Nosotros afirmamos que hoy ninguna fracción burguesa es capaz de realizar esas transformaciones sin una guerra mundial que arrastre a la humanidad entera. Por esto es por lo que apoyar a tal o cual fracción no tiene ningún sentido. pero esto no significa que la burguesía ya no tenga tareas que cumplir. La supresión de fronteras y la creación del mercado mundial son tareas burguesas, pero no se puede otorgar la menor confianza a la burguesía para llevarlas a cabo. Le incumbirá al proletariado realizarlas, utilizando la crisis futura y sirviéndose de ellas para construir el socialismo. En resumen: saber si el capitalismo es capaz todavía de realizar tareas históricas y si las fracciones de la burguesía son reaccionarias son dos cuestiones distintas. Por eso deberá el proletariado tomar siempre la iniciativa revolucionaria. Y aunque se trate de tareas burguesas, podrá, mediante la extensión del movimiento (revolucionario), transformarlas en tareas socialistas. Consideramos que este enfoque es marxista.
“Según ustedes, las luchas nacionales han sido una fuente considerable de progreso y la exigencia de autodeterminación sigue siendo válida, aunque sólo sea para los obreros de los países capitalistas más poderosos con relación a los países oprimidos por su propio imperialismo: parece pues que, según ustedes, las luchas nacionales habrían perdido su carácter progresista desde el inicio de la ‘globalización’. Esas afirmaciones requieren por parte nuestra una serie de comentarios.
“La noción de decadencia, que es nuestra posición, no la hemos inventado nosotros. Basada en los cimientos del método materialista histórico (especialmente cuando Marx habla de ‘las épocas de revolución social’ en su Prefacio a la Crítica de la economía política) se concretó, para la mayoría de los revolucionarios marxistas, en el estallido de la Iª Guerra mundial, la cual demostró que el capitalismo ya estaba ‘globalizado’, hasta el punto de ser incapaz de superar sus contradicciones internas si no era mediante la guerra imperialista y el autocanibalismo. Esa fue la posición de la Internacional comunista en su congreso fundador, aunque la IC no fue capaz de sacar todas las consecuencias de esa posición, en lo que a cuestión nacional se refiere: las Tesis del Segundo congreso seguían otorgando un papel revolucionario a algunas burguesías sometidas a un régimen colonial. Pero las Fracciones de izquierda de la IC fueron después capacez de sacar las conclusiones de ese análisis, especialmente tras los resultados desastrosos de la política de la IC durante la oleada revolucionaria de 1917-1927. Para la Izquierda italiana en los años 1930, por ejemplo, la experiencia de China en 1927 fue decisiva, pues demostró que todas las fracciones de la burguesía, por muy antiimperialistas que se proclamaran, acabaron aplastando al proletariado cuando éste combatía por sus propios intereses, como había ocurrido cuando el levantamiento de Shanghai en 1927. Para la Izquierda italiana, esta experiencia probó que las tesis del Segundo congreso debían ser rechazadas. Además, ello también fue una confirmación de la pertinencia de las ideas de Rosa Luxemburg sobre la cuestión nacional, contrariamente a las de Lenin: para Luxemburg se había hecho evidente que durante la Iª Guerra mundial, todos los Estados formaban ya inevitablemente parte del sistema imperialista mundial”.
Hay ahí mezcladas toda una serie de cuestiones diferentes. Primero, la política de la Comintern de Stalin y de Bujarin durante la Revolución china de 1925-27 es totalmente diferente a la de Lenin y los bolcheviques que había sido determinante en los primeros años de la Comintern. Para ustedes, si hay tareas burguesas que realizar, se está obligado a apoyar tal o cual fracción. Así hablaban Stalin y los mencheviques. El método de Marx y de Lenin no consistía en negar esas tareas del momento cuando todas las fracciones de la burguesía son reaccionarias, sino cumplirlas mediante la revolución proletaria, intentando efectuar al máximo esas tareas burguesas y siguiendo con las tareas socialistas.
La revolución china dio pruebas de que ese enfoque era correcto, y no el de la Izquierda comunista.
La revolución burguesa triunfó en China, provocando innumerables víctimas. Esta revolución permitió crear el proletariado más numeroso del mundo y desarrollar rápidamente poderosas fuerzas productivas. Ese mismo resultado fue alcanzado por decenas de otras revoluciones en los países de Oriente. No tiene sentido negar su papel históricamente progresista: gracias a ello, nuestra revolución dispone de bases sólidas en muchos países del mundo que, en 1914, eran esencialmente agrícolas.
¿Qué ha cambiado desde que se inició la “globalización”? Las revoluciones nacionales no están al orden del día. Según ustedes, ya hace mucho tiempo que el capitalismo tiene un carácter global. Sí, podemos decir que posee ese carácter desde sus orígenes, desde la época de los grandes descubrimientos. Pero el nivel de “globalización” era cualitativamente diferente. Hasto los años 1980, las revoluciones nacionales podían asegurar un crecimiento de las fuerzas productivas, por eso había que apoyarlas e intentar, en lo posible, transferir su dirección a manos del proletariado revolucionario. Y era así porque existía una posibilidad objetiva de desarrollo bajo el impulso del Estado nacional. Ahora esa fase de desarrollo nacional ha quedado finalmente superada… Y esto es válido para cualquier Estado, incluso los más avanzados. Por eso es por lo que las reformas emprendidas por Reagan o Thatcher, que en años como 1950-60 hubieran desembocado en crisis terribles, dieron, relativa y temporalmente, resultados positivos, pues esas reformas llevaron la economía de esos países hacia una mayor “globalización” (en el sentido moderno de la palabra).
Ahora, el combate nacional ha perdido su carácter progresista pues ha agotado su tarea histórica: el Estado nacional, incluso con una revolución triunfante bajo la dirección del proletariado, ya no ofrece un marco para un desarrollo futuro. Esto no significa, sin embargo, que por todas partes las tareas burguesas hayan desaparecido. Quedan paises con regímenes feudales, todavía quedan naciones oprimidas. Pero no es una revolución nacional la que pueda acabar con esa situación. Ha quedado cerrado el capítulo de las revoluciones nacionales para el proletariado de los países atrasados, ya no pueden producir ningún resultado si no desembocan directa o indirectamente en la revolución internacional proletaria. Por eso es por lo que decimos que con el inicio de la globalización, las revoluciones nacionales han perdido todo significado progresista.
De igual modo, el apoyo a un movimiento de liberación nacional no tiene sentido, tanto hoy como ayer, si no es arrancando el combate contra la opresión nacional de las manos de la burguesía transfiriéndolo a las del proletariado. O sea, transformando un movimiento de independencia nacional en un momento de la revolución social mundial. Esto no se puede hacer si no se reconoce el derecho de las naciones a la autodeterminación, o sea si no se reconoce la necesidad de llevar a su término las tareas históricas de la burguesía. Si no, abandonaremos al proletariado sometido a su burguesía nacional.
El enfoque leninista de este problema produjo un amplio interés por el marxismo entre gran número de habitantes de los países atrasados, por la manera correcta con la que planteó la cuestión nacional. Y no fue culpa de los bolcheviques si la burocracia estalinista se apoderó de la Comintern. Únicamente la revolución en los países occidentales hubiera podido impedirlo, pero no pudo realizarse porque el capitalismo no había agotado todas sus posibilidades históricas. Las dos guerras mundiales le permitieron acallar sus contradicciones.
Ahora que esas contradicciones se han incrementado, para entender por qué van a desembocar en nuevas crisis, es necesario estudiar el desarrollo del capitalismo en lugar de contentarse con ir repitiendo que está en declive y en descomposición. En Rusia, esa tesis provoca las peores burlas, tras años y años durante los cuales la burocracia estalinista no cesó de rompernos los tímpanos con lo del capitalismo en “putrefacción”.
“Apoyar a una nación contra otra significa apoyar a un bloque imperialista contra otro, y eso lo prueban todas las guerras de liberación nacional del siglo XX. Lo que la Izquierda italiana expresó claramente, es que eso se aplica tanto a las burguesías coloniales, a las fracciones capitalistas que intentan crear un nuevo Estado ‘independiente’: no podían esperar alcanzar esa meta más que sometiéndose a unos poderes imperialistas que ya se habían repartido el planeta. Como ustedes lo dicen en su plataforma, el siglo XX no ha sido sino una cadena incesante de guerras imperialistas para la dominación del planeta: para nosotros es a la vez la confirmación más patente de que el capitalismo es un sistema mundial senil y reaccionario y, también, que todas las luchas ‘nacionales’ están enteramente integradas en el juego imperialista global”.
Aquí también: 1) “las guerras continuas” han acompañado al capitalismo en todas y cada una de las fases de su desarrollo y no son una prueba ni de su progreso ni de su declive; 2) el incremento de fuerzas productivas y de la cantidad de proletarios en los países del Tercer mundo han demostrado inequívocamente el carácter progresista de las revoluciones nacionales burguesas hasta mediados de los años 70; 3) el objetivo del apoyo a esos movimientos no era “apoyar a una nación contra otra”, sino atraer hacia el partido de la revolución a los obreros y, en primer término, favorecer el desarrollo del proletariado en esos países.
“Rosa Luxemburg criticó sin concesiones la consigna de ‘autodeterminación nacional’ incluso antes de la 1ª Guerra mundial, avanzando el argumento de que era una ilusión de la democracia burguesa: en todo Estado capitalista, no es ni el ‘pueblo’ quien se ‘autodetermina’, ni la ‘nación’, sino únicamente la clase capitalista. Para Marx y Engels no era ningún secreto que cuando llamaban a la independencia nacional, sólo era para apoyar el desarrollo del modo de producción capitalista, en un tiempo en el que el capitalismo tenía todavía un papel progresista que desempeñar”.
Ni más ni menos que Marx, nosotros tampoco ocultamos el hecho de que las revoluciones nacionales sólo desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo tienen un carácter progresista (…)
Saludos fraternos
ICU
1) Para la presentación de este grupo, véase la Revista internacional nº 111, “Presentación de la edición rusa del folleto sobre la decadencia. La decadencia, un concepto fundamental del marxismo”.
En una serie de artículos, escritos a principio de los años 90, para defender la idea de que el capitalismo es un sistema social en declive, destacábamos la idea siguiente:
“... a medida que el capitalismo se va hundiendo más y más en su decadencia, a medida que va apareciendo de forma cada vez más evidente su avanzada descomposición, la burguesía tiene más necesidad de negar la realidad y prometer un futuro radiante para su sistema social. Tal es la esencia de las campañas ideológicas que actualmente acompañan al hundimiento irreversible del estalinismo: la única esperanza, el único futuro, es el del capitalismo...” (“La dominación real del capital y las confusiones reales del medio proletario”, Revista internacional nº 60, 1990).
En modo alguno puede sorprendernos que la burguesía niegue el hundimiento irreversible de sus sistema social; cuanto más próxima está su muerte, más niega la evidencia para refugiarse en los fantasmas de su pasado. Como todas las clases explotadoras de la historia, la burguesía no puede reconocer la verdad de su sistema social y menos aún cuando sus días, históricamente hablando, están contados. Y, si alguno de sus representantes llegara a admitir alguna vez que existe una sociedad más allá del capitalismo, sería para rememorar un pasado mítico, o por el contrario, para imaginar un futuro mesiánico, muy lejos ambos de la realidad.
Algo bien distinto debíamos esperar de aquellos que dicen hablar en nombre del proletariado explotado y que esperan y defienden la perspectiva de la revolución comunista. Sin embargo, jamás debemos subestimar el poder ideológico del sistema dominante y, su capacidad para dificultar y entorpecer todo esfuerzo dirigido a conseguir una comprensión lúcida y clara de la situación histórica real y de las perspectivas para el orden mundial actual. Hay infinidad de ejemplos de todos aquellos que han perdido de vista las premisas teóricas fundamentales del movimiento comunista, tal y como Marx y Engels las formularon por primera vez de un modo científico, de todos aquellos que han perdido confianza en la afirmación de que el capitalismo, al igual que todos los demás sistemas sociales que lo han precedido, no es más que una fase transitoria en la evolución de la historia de la humanidad, llamada a desaparecer como resultado de sus propias e intrínsecas contradicciones internas. Este fenómeno lo hemos observado a lo largo de los años 80 y de una forma mucho más explícita lo estamos viendo hoy, como subrayábamos en la primera parte de este artículo publicado en la Revista internacional nº 111. Cuanto más se hunde el capitalismo, cuanto más se hunde en una fase de desintegración completa, vemos a aquellos que desde el medio revolucionario o en su entorno, se pierden en todas direcciones, en busca de un “nuevo” descubrimiento “teórico” cualquiera para esconder esa horrible realidad. ¿Se descompone el capitalismo?, No, qué va, ¡se está reestructurando!; ¿el capitalismo en un atolladero?, ¿e Internet entonces, la globalización, los dragones asiáticos..., qué son?.
En el contexto de este ambiente general de confusión, están surgiendo las nuevas corrientes proletarias en Rusia y en lo que antes fue la Unión de Repúblicas socialistas soviéticas (URSS). Como demostramos en la primera parte de este artículo, a pesar de sus diferencias, todas estas corrientes tienen en común la dificultad para aceptar las premisas sobre las que se fundó la Internacional comunista y que son los cimientos, la base, para el trabajo de la Izquierda comunista, es decir, la idea de que el capitalismo mundial está en una etapa de declive histórico o decadencia, desde después de la Primera Guerra mundial.
Como igualmente señalamos en el citado artículo, nos centraremos en los argumentos de los camaradas de la Unión comunista internacional (UCI) en esta discusión. Y para empezar, he aquí los argumentos que avanzan para negar la noción de decadencia:
“... La transición hacia una forma económica superior es el resultado del desarrollo de la forma anterior, y no de su destrucción. Si la antigua forma se hubiera agotado, se sucederían constantes crisis sociales y las fuerzas sociales que las protagonizaran aspirarían a conseguir imponer la nueva forma. Esta no ocurre. Es más, durante varias décadas, el capitalismo ha conocido una estabilidad relativa en su desarrollo, etapa en la que las fuerzas revolucionarias no sólo no han crecido, sino que por el contrario se han reducido... Y (el capitalismo) se ha desarrollado realmente, no sólo creando nuevas formas productivas cualitativas, además ha creado nuevas formas de capitalismo. El estudio de este desarrollo nos puede dar la respuesta sobre cuándo se producirá una nueva crisis, similar a la crisis de 1914-45, y a partir de ello, cuáles pueden ser las formas de transición al socialismo. La teoría de la decadencia niega el desarrollo del capitalismo y hace imposible su estudio, relegándonos al papel de simples charlatanes que tienen fe en un brillante futuro para la humanidad...” (Carta a la CCI, 20 de febrero de 2002).
Sin duda alguna, los camaradas tienen muy presente en estos argumentos el espíritu de Marx en su famoso Prefacio a la Crítica de la economía política en el que trata de las condiciones materiales de la transición de un modo de producción a otro, cuando afirma que:
“... jamás una sociedad expira antes de que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que contiene en su seno; jamás pueden llegar relaciones de producción superior, antes de que se hayan reunido las condiciones materiales para su existencia en el seno mismo de la vieja sociedad...”.
Naturalmente que nosotros estamos de acuerdo en este tema con los argumentos que planteó Marx, pero entendemos que su análisis no puede llevarnos a decir que no puede surgir una nueva sociedad en tanto que no se hayan desarrollado todas las últimas innovaciones técnicas o económicas de la vieja sociedad. Tal visión podría ser quizás compatible con el análisis de modos de producción anteriores al capitalismo, sociedades en las que el desarrollo de los descubrimientos técnicos se producía de un modo extremadamente lento; sin embargo, esto es difícilmente aplicable al capitalismo, en la medida en que este no puede vivir sin un desarrollo constante, casi cotidiano, de su infraestructura tecnológica. El problema en este punto es que la UCI se refiere a este pasaje sin haber asimilado la parte que lo precede, en la que Marx subraya las precondiciones de la apertura de un periodo de revolución social, que es la clave de nuestra comprensión de la decadencia del capitalismo, de la época de la guerra o la revolución, como señaló explícitamente la Internacional Comunista. Nos referimos al pasaje en el que Marx dice:
“...Al llegar a una determinada fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social...” (Contribución a la Crítica de la economía política, Carlos Marx, Ediciones Estudio, pag. 9).
Las formas de desarrollo se convierten en trabas; en la visión dinámica que le es propia al marxismo, esto no significa que la sociedad llegue a un estancamiento completo sino que la posibilidad de su desarrollo se convierte cada vez más en algo caótico, irracional y catastrófico para la humanidad. De hecho, nosotros hemos rechazado en múltiples ocasiones la visión según la cual la decadencia representaría un freno total al desarrollo de las fuerzas productivas. En nuestro folleto La Decadencia del capitalismo, escrito en su primera versión a principios de los años 70, dedicamos un capítulo entero a esta cuestión. Refutando las afirmaciones de Trotski en los años 30, según las cuales “las fuerzas productivas habrían dejado de crecer”, nosotros afirmamos que:
“... Según Marx, el período de decadencia de una sociedad no puede caracterizarse por el cese total y permanente del crecimiento de las fuerzas productivas, sino por el aminoramiento definitivo de ese crecimiento. Es cierto que se producen bloqueos absolutos del crecimiento de las fuerzas productivas durante las fases de decadencia. Pero sólo surgen momentáneamente, pues en el sistema capitalista no puede haber vida económica sin acumulación creciente y permanente del capital. Esos bloqueos son las convulsiones violentas que marcan con regularidad el proceso de decadencia... Por lo tanto, lo que caracteriza la decadencia de una forma social determinada desde un punto de vista económico es:
– un aminoramiento de hecho del crecimiento de las fuerzas productivas si se tiene en cuenta el ritmo que habría sido técnica y objetivamente posible si no hubiera sido por el freno impuesto por las antiguas relaciones de producción mantenidas. Ese freno debe tener un carácter inevitable, irreversible. Ese freno no está provocado más que por ese mantenimiento de las relaciones de producción que son la base de la sociedad. La diferencia de velocidad resultante en el desarrollo de las fuerzas productivas no hace sino aumentar, apareciendo por lo tanto cada vez más claramente a las clases sociales.
– La aparición de crisis cada vez más importantes en profundidad y amplitud. Esas crisis y bloqueos momentáneos alimentan, además, las condiciones subjetivas necesarias para llevar a cabo un cambio social. Es durante esas crisis, cuando, primero, el poder de la clase dominante se debilita y, segundo, por la necesidad objetiva cada día mayor de intervenir, la clase revolucionaria encuentra las bases de su unidad y de su fuerza...”
Además, en el artículo “El estudio de El Capital y los fundamentos del comunismo” de la Revista internacional nº 75, demostramos que nuestra concepción no era diferente de la que Marx desarrolló en las Grundrisse cuando escribía :
“... Desde un punto de vista ideal, la disolución de una forma de conciencia determinada sería suficiente para acabar con una época entera. Desde un punto de vista real, ese límite de la conciencia corresponde a un determinado grado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales y por tanto de determinada riqueza. A decir verdad, el desarrollo no se produce sobre la antigua base, sino con el desarrollo de esa misma base. El desarrollo de esta base en sí misma (el florecimiento que en ella se produce; es siempre esta misma base, es la misma planta la que florece; por ello se marchita tras la floración y a continuación de la floración) es el punto en el que ella por sí misma ha sido desarrollada hasta tomar la forma en la que es compatible con el desarrollo máximo de las fuerzas productivas y por tanto, también, con el desarrollo más rico de los individuos. Cuando se alcanza este punto, la continuación de este desarrollo aparece como un declive y el nuevo desarrollo comienza sobre una nueva base...”.
Más que ningún otro sistema social anterior, el capitalismo es sinónimo de “crecimiento económico”, pero contrariamente a lo que nos cuentan los charlatanes de la burguesía, crecimiento y progreso no son lo mismo: el crecimiento del capitalismo en su período de descomposición se asemeja al desarrollo de un tumor maligno más que al desarrollo de un cuerpo sano que pasa progresivamente de la infancia a la edad adulta.
Las condiciones materiales de un desarrollo “sano” del capitalismo desaparecieron a principios del siglo XX cuando el capitalismo estableció, efectivamente, una economía mundial y puso así los fundamentos para la transición al comunismo. Esto no significa que el capitalismo se haya deshecho de todos los restos de los modos de producción y de las clases precapitalistas, que haya agotado definitivamente hasta el último mercado precapitalista, ni que haya efectuado la transición final de la dominación formal a la dominación real de la fuerza de trabajo en todos y cada uno de los rincones del planeta. Lo que significa es que, a partir de ese momento histórico, el capitalismo, globalmente, puede cada vez menos invadir lo que Marx llamaba “los dominios periféricos” de expansión y, está obligado a crecer a través de un autocanibalismo creciente y haciendo trampas con sus propias leyes económicas. Ya hemos dedicado, en muchas ocasiones, numerosas páginas a esas formas de “desarrollo de la decadencia” y nos limitamos ahora a resumirlas brevemente:
• La organización de “monopolios capitalistas de Estado” gigantescos a nivel nacional, e incluso a nivel internacional a través de la formación de bloques imperialistas, que tienen por función regular y controlar el mercado y, por tanto, impedir que las operaciones “normales” de la competencia capitalista no alcancen su nivel máximo y que no exploten en gigantescas crisis abiertas de sobreproducción similares al “modelo” de 1929.
• El recurso (en gran parte determinado por la intervención del capitalismo de Estado) al crédito y a los grandes déficits presupuestarios, que ya no actúan como estímulos para el desarrollo de nuevos mercados sino como sustitutivos del mercado real. Sobre esta base sólo es posible un crecimiento basado en la especulación y en la artificialidad que abre la vía a “ajustes” cada vez más devastadores tales como el hundimiento de los tigres y los dragones asiáticos, o lo que está sucediendo actualmente en Estados Unidos tras el crecimiento “delirante”, y drogado de los años 90.
El militarismo y la guerra como modo de vida para el sistema- no solo en tanto que nuevo mercado artificial que se convierte cada vez más en un pesado fardo para la economía mundial –sino como el único medio que tienen los Estados para defender su economía nacional ante las embestidas de sus rivales. Los camaradas de la UCI podrían respondernos que el capitalismo ha sido siempre un sistema guerrero, pero como también hemos explicado en un artículo de nuestra serie “Comprender la decadencia del capitalismo” (ver en particular la parte Vª en el artículo de la Revista internacional nº 54) , hay una diferencia cualitativa entre las guerras en el período de ascendencia del capitalismo –que eran generalmente de corta duración, se desarrollaban a escala local, implicaban sobre todo a ejércitos profesionales y abrían nuevas posibilidades de expansión– y las guerras en su período de declive, que han tomado un carácter casi permanente, se orientan cada vez más a la matanza sin discriminación de millones de personas de la llamada “población civil”, y que han precipitado la riqueza producida por la humanidad durante siglos a un abismo sin fondo. Las guerras del capitalismo pusieron, antaño, la base para el establecimiento de una economía mundial y por tanto para la transición al comunismo; pero desde entonces, lejos de poner las bases del futuro progreso social, están amenazando con cada día mayor brutalidad la supervivencia de la humanidad.
El despilfarro gigantesco de fuerza de trabajo humano que representa la guerra y la producción de guerra ilustra también otro aspecto del capitalismo en su fase de senilidad: el enorme peso de los gastos y las actividades no productivas, no únicamente en la esfera militar, sino también por la necesidad de desarrollar y mantener un enorme aparato de burocracia, de marketing, etc. En el libro oficial de plusmarcas del capitalismo, todas las esferas de actividad son definidas como expresiones de “crecimiento”, pero en realidad, no hacen más que testimoniar el grado que ha alcanzado el capitalismo como obstáculo al desarrollo de las fuerzas de producción humanas, desarrollo necesario y posible en nuestros días.
Otra expresión del “desarrollo pero en el declive”, que no podía siquiera vislumbrarse en la época de Marx lo constituye la amenaza ecológica que el ciego curso de la acumulación capitalista hace pesar a la base misma de la vida en el planeta. Si bien es cierto que esta cuestión se ha hecho evidente sólo a lo largo de estas últimas décadas, está íntimamente relacionada con la cuestión de la decadencia. El estrechamiento histórico del mercado mundial ha obligado a todos los Estados al saqueo y a poner en peligro los recursos naturales. Este proceso se fue acumulando a lo largo de todo el siglo XX, aunque no llegara a alcanzar abiertamente la violencia que observamos hoy en día. En su tiempo, una revolución triunfante como la de 1917-23 no hubiera tenido que enfrentarse al inmenso problema planteado hoy por los destrozos del entorno natural que provoca el crecimiento enfermizo del capitalismo. A este nivel, es más que evidente de forma inmediata que el capitalismo es el cáncer del planeta.
De acuerdo con los escritos de Marx sobre la Comuna de París, Lenin consideraba que 1871 marcaba el fin del período de las revoluciones burguesas en los principales centros del capitalismo mundial. Igualmente esas mismas fechas marcaban, según él, los inicios de la fase de expansión imperialista a partir de tales centros.
Durante el último tercio del siglo XIX, el movimiento marxista consideraba que las revoluciones burguesas estaban a la orden del día en las regiones dominadas por las potencias coloniales. Esta era una visión perfectamente válida en aquella época; sin embargo, a finales del citado siglo, era cada vez más evidente que la misma dinámica de la expansión imperialista, que quería que las colonias no se desarrollaran más que para servir de mercados pasivos proveedores de materias primas, inhibía el desarrollo de nuevos estados nacionales independientes, y por tanto de una burguesía revolucionaria. Esta cuestión fue objeto de debates particularmente arduos en el seno del movimiento revolucionario en Rusia. En sus escritos sobre las comunas de campesinos rusos, Marx expresó su esperanza de que una revolución mundial triunfante pudiera evitar a Rusia la necesidad de pasar por el purgatorio del desarrollo capitalista. Más tarde, como resultaba evidente que el capital imperialista no iba a abandonar a Rusia a su propio destino, el centro del problema se desplazó hacia los problemas inherentes de la burguesía rusa. Los mencheviques interpretaron el método marxista de forma muy rígida y mecánica, afirmando que el proletariado debía prepararse a apoyar a la burguesía en el inevitable revolución burguesa que se anunciaba. Los bolcheviques, por otra parte, reconocían que la burguesía rusa adolecía de capacidad para desarrollar su revolución y concluían que esta tarea debía ser tomada a cargo por el proletariado y el campesinado (de ahí la formula de “dictadura democrática”). De hecho, era la posición de Trotski la que más se aproximaba a la realidad, ya que no planteaba las cosas en términos nacionales e inmediatos sino en un marco más global e histórico, que tenía como punto de partida el reconocimiento de que el capitalismo, como un todo, estaba entrando en la época de la revolución socialista mundial. La clase obrera en el poder no se podía limitar a las tareas de la burguesía sino que estaría obligada a desarrollar una “revolución permanente”, y a extender la revolución a escala mundial, marco en el que debía tomar su carácter socialista.
En las Tesis de Abril de 1917, Lenin se adhirió prácticamente a esa posición, superando las objeciones de los bolcheviques conservadores (que habían flirteado con el menchevismo y con la burguesía) según los cuales Lenin abandonaba así, erróneamente, la perspectiva de la “dictadura democrática”. En 1919 la Internacional comunista se forma sobre la idea de que el capitalismo había entrado en su fase de declive histórico, y que era la época de la revolución comunista mundial. Si bien es cierto que la IC afirmaba que la emancipación de las masas colonizadas dependía del éxito de la revolución mundial, la IC no fue capaz de llevar esta afirmación hasta su conclusión lógica: la época de las luchas de liberación nacional se había terminado –hecho que sí afirmó, entre otros, Rosa Luxemburgo. Posteriormente fueron todos los intentos desastrosos de los bolcheviques de forjar alianzas con la burguesía supuestamente “antiimperialista” de regiones tales como Turquía, del antiguo imperio zarista, y sobre todo China, lo que llevó a la Izquierda comunista (a la Fracción italiana en particular) a poner en entredicho las Tesis de la IC sobre la cuestión nacional, tesis que contenían la idea de la posibilidad de alianzas temporales entre la clase obrera y la burguesía colonial. Las Izquierdas comunistas habían visto que cada una de estas “alianzas” terminaban en una masacre para la clase obrera y para los comunistas perpetradas por la burguesía colonial, que a tal fin, no dudaba en ponerse a las ordenes de tal o cual bandido imperialista.
La UCI, en su Plataforma, dice que existe políticamente gracias al trabajo de las fracciones de la Izquierda Comunista que rompieron con la IC en degeneración (ver para más detalle el artículo sobre este tema en Word Revolution nº 254, publicación en Gran Bretaña de la CCI). Sin embargo, en nuestra opinión, la UCI defiende la visión “oficial” de la IC contra las de la Izquierda:
“...la política del Comiterm de Stalin y de Bujarin durante la revolución china de 1925-27 difiere completamente de la de Lenin y los Bolcheviques que prevaleció durante los primeros años del Cominterm. Vosotros argumentáis que si existen todavía tareas burguesas que realizar, deberíamos sostener a tal o cual fracción de la burguesía. Los mencheviques y los estalinistas decían lo mismo... El método de Marx y de Lenin no consiste en rechazar las tareas del momento cuando todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias, y en cumplir estas tareas con el método de la revolución proletaria, intentando realizar las tareas de la burguesía con la mayor profundidad y cumpliendo las tareas socialistas. La revolución china demostró que esa tesis era correcta y no la de las Izquierdas. La revolución de todos modos triunfó en China, aunque es cierto que al precio de un enorme número de víctimas. Esta revolución hizo posible la creación del proletariado más numeroso del mundo, un proletariado potente, que desarrolló las fuerzas productivas rápidamente. El mismo resultado se alcanzó por muchas otras revoluciones en los países del Este. No vemos por tanto ninguna razón para negar su papel históricamente progresivo: gracias a ellas, nuestra revolución tiene una sólida base de clase en muchos países del mundo que en 1914 eran completamente agrícolas...”.
Estamos totalmente de acuerdo en que la posición de Lenin, posición recogida en las “Tesis sobre la cuestión nacional y colonial” del 2º Congreso de la Internacional comunista celebrado en 1920, no es en modo alguno la posición de Stalin en 1927. En particular, las Tesis de 1920 insisten en la necesidad para el proletariado de ser estrictamente independiente incluso frente las fuerzas “nacionalistas revolucionarias”; Stalin, en cambio, llamó a los obreros insurrectos de Shangai a entregar sus armas a los carniceros del Kuomintang. Pero como hemos desarrollado en nuestra serie de artículos sobre los orígenes del maoismo (ver Revista internacional nos 81, 84, 94), esa experiencia no sólo confirma que la camarilla de Stalin había abandonado la defensa de la revolución proletaria por los intereses del Estado nacional ruso, además demuestra la futilidad de andar buscando un sector de la burguesía colonial que no se vendería inmediatamente a un bandido imperialista con tal de aplastar a la clase obrera. Los sectores “nacionalistas revolucionarios” o “anti-imperialistas” de la burguesía colonial, sencillamente, no existen. No podía ser de otra forma en una época histórica –la decadencia del modo de producción capitalista– en la que no hay la menor posible coincidencia entre los intereses de las dos principales clases de la sociedad.
La posición de la UCI sobre China contiene, en nuestra opinión, una profunda ambigüedad. De un lado, la UCI dice que en Rusia en 1917, la burguesía era ya reaccionaria, razón por la cual el proletariado debía tomar a cargo las tareas de la revolución burguesa; por otra parte, según su visión, en China y en la “decena de otros” países del Este no especificados, parece que la revolución burguesa podría desarrollarse. ¿Significa esto que la burguesía de esos países era aún progresista después de 1917?, ¿Acaso esto quiere decir –en el caso de China en particular–, que la fracción que cumplió la “revolución burguesa” –el maoismo– tenía algo de proletario, como afirman los trotskistas?. La UCI tiene que clarificar de forma nítida esta cuestión.
En cualquier caso debemos analizar si lo que ocurrió en China, corresponde a la comprensión marxista de lo que es una revolución burguesa. Desde el punto de vista del marxismo, las revoluciones burguesas fueron un factor de progreso histórico porque eliminaban los restos del viejo modo de producción feudal y ponían las bases de la futura revolución del proletariado. Este proceso tenía dos dimensiones fundamentales:
• A nivel más material, la revolución burguesa derrumbó las barreras feudales que bloqueaban el desarrollo de las fuerzas productivas y la expansión del mercado mundial. La formación de nuevos Estados era una expresión de progreso en ese sentido: es decir que hizo saltar los límites feudales, creando las bases de la construcción de una economía mundial.
• El desarrollo de las fuerzas productivas supone, ciertamente, el desarrollo material del proletariado. Pero lo que también supone una clave para la revolución burguesa es que creó el marco político para el desarrollo “ideológico” de la clase obrera, su capacidad para identificarse y organizarse en tanto que clase distinta en el seno de la sociedad capitalista y, al fin y al cabo, contra ella.
La supuesta revolución china de 1949 no tiene nada que ver con todo eso. Para empezar, no fue el producto de una economía mundial en expansión sino de una economía que había llegado a un atolladero histórico. Esto puede comprobarse directamente cuando se comprende que nació no de una lucha contra el feudalismo o el despotismo asiático, sino de una lucha a muerte entre diferentes bandas de la burguesía, todas ellas ligadas de uno u otro modo a las grandes potencias imperialistas que dominaban el mundo. La “revolución china” fue el fruto de los conflictos imperialistas que arruinaron a China durante los años 30 y sobre todo de su punto culminante, la Segunda Guerra mundial imperialista. El hecho de que en diferentes momentos las fracciones chinas en lucha tuvieran diferentes apoyos imperialistas (el maoismo, por ejemplo, fue apoyado por Estados Unidos durante la Segunda Guerra mundial y por la URSS durante la “Guerra Fria”), no cambia para nada el fondo de la cuestión. De igual modo que el hecho de que durante un breve período en los años 60 la burguesía china adoptara una posición imperialista “independiente” no significa que habría “jóvenes burguesías” que podrían escapar de la lógica del imperialismo en la época histórica actual. Es más bien lo contrario: el hecho de que China, con sus inmensos territorios y sus recursos enormes, no fuera capaz de crear un mercado “independiente” más que por un breve período confirma ampliamente los análisis de Rosa Luxemburg en su Folleto de Junius: en la época abierta tras la Primera Guerra mundial, ninguna nación puede “quedarse al margen” del imperialismo ya que vivimos una época en la que la dominación del imperialismo sobre el planeta en su conjunto no puede ser superada más que por la revolución comunista mundial.
El desarrollo económico de China recoge todas las características del “desarrollo en decadencia” : no se produce como parte de un mercado mundial en expansión, sino como la tentativa de desarrollo autárquico en una economía mundial que había alcanzado los limites fundamentales de su capacidad para extenderse. Por eso, como en la Rusia estalinista, el peso y la preponderancia del sector militar, de la industria pesada en detrimento de la producción de bienes de consumo, y de una burocracia de Estado enorme, se han desarrollado como un cáncer. A partir de ahí, también podemos comprender las convulsiones periódicas que “el gran paso adelante” y la “revolución cultural” con los que la clase dominante intentó movilizar tras ella a la población con sus campañas ideológicas para intensificar la explotación y la sumisión ideológica al Estado. Esas campañas fueron una respuesta desesperada al estancamiento y al retraso crónico de la economía: prueba de ello, la exigencia del Estado durante “el gran paso adelante” de poner en funcionamiento un alto horno en cada pueblo, que sólo podía funcionar recogiendo los restos de metal que pudieran encontrarse.
Naturalmente que la clase obrera china es más numerosa hoy que lo que lo era en 1914. Pero para juzgar si esto es un factor de progreso para la humanidad, debemos considerar la situación del proletariado a nivel mundial y no sólo a escala nacional. Y lo que vemos a nivel mundial, es que el capitalismo se ha mostrado incapaz de integrar a la mayor parte de la población del mundo en el seno de la clase obrera. En términos de porcentaje de la población mundial, la clase obrera sigue siendo una minoría.
El progreso para el proletariado chino en el siglo pasado lo hubiera representado el triunfo de la revolución mundial de 1917-27, que le hubiera permitido un desarrollo equilibrado y armonioso de la industria y la agricultura a escala mundial, y no las luchas frenéticas e innecesarias históricamente de cada economía nacional para sobrevivir en un mercado mundial sobresaturado. En lugar de ello, la clase obrera china ha pasado la mayor parte del siglo sojuzgada por la bota odiosa del estalinismo. Lejos de ser el producto de una revolución burguesa tardía, el estalinismo es la expresión clásica de la contrarrevolución burguesa, la horrible revancha tomada por el capital después de que el proletariado hubiera intentado, fracasando, derribar su dominación. El hecho de que se haya levantado sobre una mentira brutal – su pretensión de representar a la revolución comunista – es en sí mismo una expresión típica de un modo de producción decadente: en su fase de ascenso, en su fase de confianza en si mismo, el capitalismo no tenía ninguna necesidad de vestirse con el ropaje de su enemigo mortal. Es más, esta mentira ha tenido un efecto terriblemente negativo en la capacidad de la clase obrera –a escala mundial y en particular en los países dominados por el estalinismo– para comprender la verdadera perspectiva comunista. Cuando consideramos el terrible tributo de represión y de masacres que el estalinismo ha hecho pagar a la clase obrera –la cantidad de todos los que han fallecido o han sido asesinados en las prisiones maoistas y en los campos de concentración es aún hoy desconocido, pero se pueden contar por millones– es evidente que la supuesta “revolución burguesa” en China fracasó completamente en el cumplimiento de los objetivos que las auténticas revoluciones burguesas consiguieron cumplir en los siglos XVIII y XIX: un marco político que permitiera desarrollar al proletariado su confianza en sí y su conciencia de ser una clase opuesta a la burguesía. El estalinismo fue un desastre completo para el proletariado mundial; incluso tras su muerte, sigue hoy envenenado su conciencia gracias a las campañas de la burguesía que identifican la muerte del estalinismo con el fin del comunismo. Como todas las supuestas “revoluciones nacionales” del siglo XX, la de China fue una expresión más de que el capitalismo no está poniendo las bases para la construcción del comunismo, sino que, por el contrario, las está destruyendo cada día más.
Según la UCI, los comunistas podían, en cierto sentido, apoyar las revoluciones nacionales en los años 80; ahora con la llegada de la globalización eso ya no sería posible:
“... ¿que ha cambiado a partir de la globalización?. La posibilidad de la revolución nacional ha desaparecido. Hasta los años 80, las revoluciones nacionales aún podían garantizar el crecimiento de las fuerzas productivas, y por tanto aún debían ser apoyadas, intentando si ello fuera posible transferir su gestión en manos del proletariado revolucionario... Actualmente, esta etapa histórica para el desarrollo nacional ha llegado a su fin...”.
El primer punto que queremos comentar sobre esta posición es que, si la Izquierda comunista hubiera defendido esta posición hasta 1989, hoy no existiría la Izquierda comunista. Hasta la muerte de la Internacional comunista a finales de los años 20, la Izquierda comunista fue la única corriente política que se opuso de manera consecuente contra la movilización del proletariado en la guerra imperialista, sobre todo cuando estas guerras se desarrollaban en nombre de una revolución burguesa cualquiera tardía o de la lucha “contra el imperialismo”. A partir de los casos de España y de China en los años 30, pasando por la Segunda Guerra mundial, y en todos los conflictos locales que marcaron con su sello la “Guerra Fría” (Corea, Vietnam, Oriente Medio, etc.) la Izquierda comunista, sola, mantuvo el internacionalismo proletario, rechazando el apoyo a todos los Estados o fracciones en conflicto, llamando a la clase obrera a defender sus intereses de clase contra los llamamientos a disolverse en el frente militar del capital. La consecuencia terrible por haber abandonado esas posiciones quedó perfectamente ilustrada en carne viva por la implosión de la corriente bordiguista al inicio de los años 80: sus ambiguedades sobre la cuestión nacional abrieron la puerta a la penetración de fracciones nacionalistas que intentaron arrastrar a la principal organización bordiguista hacia el apoyo de la OLP (Organización de liberación de Palestina) y a Estados como Siria en la guerra de Oriente Medio. Hubo resistencia por parte de los elementos proletarios de la organización, pero ésta pagó un alto precio en pérdida de energías militantes y la consecuente explosión de la corriente entera. Los nacionalistas consiguieron ganar, anexionar esa corriente histórica de la izquierda italiana al ala izquierda del capital, es decir al lado de los trotskistas y los estalinistas. Si los antepasados políticos de otros grupos, tales como la CCI o el BIPR, hubieran seguido por ese camino de apoyo a las supuestas “revoluciones nacionales”, hubieran sufrido la misma suerte y ya no habría organizaciones de la corriente de la izquierda comunista con las que podrían ponerse en contacto los nuevos grupos que surgen en Rusia.
En segundo lugar, nos parece que, si bien los camaradas de la UCI concluyen que finalmente ha llegado el momento de defender una verdadera posición proletaria independiente sobre los movimientos nacionales, los camaradas siguen siendo prisioneros de fórmulas que en el mejor de los casos son ambiguas y, en el peor, pueden desembocar en traición abierta de los principios de clase. Por ejemplo, plantean todavía la posibilidad de transferir la lucha nacional de la burguesía al proletariado, apegándose todavía al lema de la “autodeterminación” nacional:
“... por lo que respecta al apoyo a los movimientos de independencia nacional, la única orientación aquí, a la vez de ayer y para hoy, es la de arrancar la lucha contra la opresión nacional de manos de la burguesía y ponerla en manos de la clase obrera. Esto no puede realizarse si no se reconocen los derechos a la autodeterminación, es decir, si no se reconoce la necesidad de llevar hasta sus últimas consecuencias las tareas históricas de la burguesía. De otro modo, dejaríamos al proletariado nacional bajo la dirección de la burguesía nacional...”.
La clase obrera no puede tomar a su cargo la lucha por la liberación nacional, ni siquiera para defender sus intereses de clase, pues se se encuentra en oposición frontal a la burguesía nacional y a todas sus ambiciones. Por lo que respecta a la autodeterminación, los camaradas reconocen que es imposible en las condiciones actuales, aunque consideren que esto solo es así desde finales de los años 80. Argumentan a favor de un llamamiento planteado en términos muy similares a los que utilizó Lenin –como medio de evitar “crear antagonismos” o de ofender a los proletarios de los países más atrasados– para sustraerlos a las influencias de la burguesía. Camaradas, el comunismo no puede evitar ser ofensivo hacia los sentimientos nacionalistas que aún quedan en el seno de la clase obrera. Si razonaramos así, los comunistas deberían evitar criticar la religión porque muchos obreros están aún bajo la influencia de la ideología religiosa. Evidentemente, nosotros no provocamos o insultamos a los obreros porque tengan ideas confusas. Pero como se decía en el Manifiesto comunista, los comunistas se niegan a esconder sus ideas. Si la liberación nacional y el derecho a la autodeterminación nacional son imposibles, debemos decirlo entonces con las palabras y de la forma más clara posible.
La aparición de grupos como la UCI es una aportación importante para el proletariado mundial. Pero sus ambigüedades sobre la cuestión nacional son muy graves y hacen peligrar su capacidad de supervivencia como expresión política de la clase obrera. La historia ha demostrado que hay un profundo antagonismo entre el proletariado y la guerra imperialista, y que por ello cualquier ambigüedad sobre la cuestión nacional puede llevar a traicionar los intereses internacionalistas de la clase obrera. Por tanto, les invitamos a reflexionar en profundidad sobre los textos y todas las contribuciones que la Izquierda comunista ha producido sobre esta cuestión vital.
CDW
1) Los camaradas de otro grupo ruso, el Grupo de los colectivistas proletarios revolucionarios, parecen defender la misma posición cuando afirman que la revolución comunista solo será posible cuando el capitalismo haya desarrollado los microchips electrónicos. Volveremos en otra ocasión sobre este argumento.
2) Hemos desarrollado este punto en la serie de artículos de la serie “Comprender la decadencia del capitalismo”; ver en particular la Revista internacional nos 55 y 56.
En cada número de todas y cada una de las publicaciones de la CCI, pubicamos nuestras “posiciones de base” en las que puede leerse lo siguiente:
“La CCI se reivindica de los aportes sucesivos de la Liga de los Comunistas de Marx y Engels (…) de las Fracciones de izquierda que se fueron separando en los años 1920-30 de la Tercera internacional en el proceso de degeneración de ésta y más particularmente de las Izquierdas alemana, holandesa e italiana”.
Nuestra organización es el fruto de la labor incansable de las Fracciones de izquierda. En el plano de los principios organizativos, es sobre todo el fruto de la labor de la Izquierda italiana durante los años 20 y 30, agrupada en torno a Bilan. Así, se entenderá que nosotros nos tomemos muy en serio la cuestión de las fracciones, tanto más porque nuestros antecesores de la Izquierda italiana realizaron un trabajo de fondo sobre las condiciones en que surjen fracciones en el movimiento obrero y sobre la función que están llamadas a desempeñar. La cuestión de la fracción está en el meollo mismo de nuestra idea de lo que es una organización revolucionaria.
Cuando un grupo de militantes se declaró “Fracción interna de la CCI” en octubre de 2001, era deber nuestro volver a tratar este problema de la fracción en el movimiento obrero y de lo que ha representado históricamente para así tratar la cuestión de la manera más idónea.
Por ello decidimos publicar en el no 108 de la Revista internacional un artículo que reafirma nuestro concepto sobre lo que significa una fracción en el movimiento obrero (“Las fracciones de izquierda, en defensa de la perspectiva proletaria”). Nosotros barruntábamos evidentemente que los miembros de la pretendida “fracción interna” no iban a estar de acuerdo con la visión defendida en ese texto. Se propuso entonces a esos militantes que expusieran públicamente su desacuerdo cobre la cuestión de la fracción en las columnas de esta Revista internacional. Para esquivar una confrontación abierta de las divergencias, se apresuraron en aceptar la propuesta sacándose de la manga unas exigencias que la CCI no podía aceptar (1), pues nos pedían nada menos que renunciáramos a nuestros análisis sobre los móviles que los habían llevado a formar la pretendida “fracción” (2).
Desde entonces los fraccionistas han publicado una respuesta a nuestro artículo (3). El objetivo de su respuesta es mostrar: “cómo está obligada la CCI a deformar o ignorar partes enteras de la experiencia de la historia obrera, especialmente de la historia de sus fracciones, de modo que cae inevitablemente en el olvido y la traición a sus propios principios organizativos y los principios del movimiento obrero”.
¿De qué se trata realmente?
Inevitablemente, la creación de una fracción plantea cuatro preguntas básicas para una organización comunista:
a) ¿De qué natutaleza son las divergencias políticas que separan a la fracción de la organización en su conjunto? Y, en primer lugar, ¿afectan esas divergencias a los principios programáticos de tal modo que justifiquen la creación de una organización dentro de la organización, según la concepción que la CCI ha desarrollado basándose en el legado de la Izquierda Italiana?
b) ¿Cómo debe reaccionar la organización ante la creación de una fracción? ¿Cómo deberá asumir la responsabilidad de favorecer en su seno el debate y a la vez mantener su cohesión y su capacidad de acción?
c) ¿Qué responsabilidades tiene la propia fracción ante la organización? ¿Cuáles son sus tareas, cómo lleva a cabo su lucha para defender sus posiciones y, especialmente, cuál es su deber en el respeto de las reglas de funcionamiento y de la disciplina organizativa?
d) ¿Cuál es la opinión política de la mayoría de la organización sobre si hay o no razones para que se forme una fracción? Más concretamente, la negativa por parte de la CCI a reconocer el fundamento de la fracción actual, ¿no sería una tentativa para eludir el debate de fondo por parte de sus órganos centrales actuales?
Ya hemos contestado a la tercera pregunta en el artículo de la Revista internacional nº 108 y en un artículo sobre “Las fracciones frente a la cuestión de la disciplina organizativa” publicado en la Revista internacional nº 110. Nuestra respuesta a la cuarta pregunta –o sea nuestro análisis sobre la verdadera naturaleza de la “fracción interna” que se formó en la CCI– quedó confirmada por unanimidad (4) por nuestra Conferencia extraordinaria de abril de 2002, cuya reseña también publicamos en la Revista internacional nº 110. De modo que nuestro objetivo en este artículo es sobre todo contestar a las dos primeras preguntas. Para ello, debemos empezar por recordar los conceptos básicos de la CCI sobre cómo debe llevarse un debate en una organización comunista y sobre cómo y por qué pueden aparecer en su seno tendencias o fracciones.
Los estatutos de la CCI dan una importancia y ponen esepcial cuidado a la explicación de nuestros principios organizativos sobre la actitud que debe adoptarse ante el surgimiento de divergencias en su seno:
“Si las divergencias se ahondan hasta originar una forma organizada, la situación debe comprenderse como expresión:
– ya sea de una inmadurez de la organización,
– ya como una tendencia a su degeneración.
“Ante esa situación, únicamente la discusión podrá:
– ya sea absorber las divergencias,
– ya permitir que aparezacan claramente divergencias de principio que pudieran desembocar en separación organizativa.
“Esa discusión para resolver los desacuerdos nunca podría ser sustituida por medidas disciplinarias de ningún tipo, pero, mientras no se haya llegado a una de esas salidas, la posición mayoritaria es la de la organización.
“Es, de igual modo, conveniente que ese proceso de surgimiento de una forma organizada de desacuerdos se desarrolle de manera responsable, lo cual supone en particular:
– que, aunque no tiene por qué juzgar cuándo debe constituirse y disolverse una forma organizada así, ésta sí debe basarse, para que sea de verdad una auténtica contribución en la vida de la organización, en posiciones positivas y coherentes claramente expresadas y no en una colección de puntos de oposición y de recriminación;
– que esa forma organizada sea, por consiguiente, el resultado de un proceso previo de decantación de las posiciones en la discusión general en el seno de la organización, o sea que no sea concebida como la precondición de esa decantación”.
Es evidente que para que esos requisitos estatutarios sean operativos, la organización debe darse los medios para que se desarrollen unos debates en los que participarán todos los militantes a nivel internacional. Esos medios están explícitamente redactados en un texto fundamental que adoptó toda la CCI tras su crisis organizativa de 1981 (5) :
“La existencia de divergencias en el seno de la organización es un signo de su vitalidad, pero únicamente el respeto de una serie de reglas en la discusión de esas divergencias permitirá que éstas sean una contribución en el reforzamiento de la organización y en la mejora de las tareas para las que la clase la ha hecho surgir.
Pueden enumerarse unas cuantas de esas reglas:
– reuniones regulares de las secciones locales, poniendo a su orden del día las principales cuestiones en debate en el conjunto de la organización: el debate no podrá ser ahogado de ninguna manera;
– circulación lo más amplia posible de las diferentes contribuciones en el seno de la organización mediante los instrumentos previstos para ello (los boletines internos);
– rechazo, por consiguiente, de correspondencias secretas y bilaterales, que lejos de favorecer la claridad del debate, lo único que hacen es oscurecerlo alimentando malentendidos, la desconfianza y la tendencia a la constitución de una organización en la organización;
– respeto por la minoría de la indispensable disciplina organizativa;
– rechazo de toda medida disciplinaria o administrativa por parte de la organización contra miembros de ella que planteen desacuerdos (…)”.
Los individuos que iban a formar la “fracción interna” no respetaron ni la forma ni el fondo de los estatutos y de nuestros principios de funcionamiento. No asumieron la responsabilidad que les incumbía de confrontar abiertamente, en el seno de la organización, las divergencias que tenían o pretendían tener con el resto de la organización, aun cuando las reuniones internas de la organización y las contribuciones en sus boletines internos se lo permitían sin la menor restricción (6).
En lugar de hacer eso, se dedicaron a verse entre ellos para complotar contra la organización en reuniones secretas. En cambio, cuando se descubrieron esas reuniones secretas, la CCI reaccionó con la preocupación de:“rechazar toda medida disciplinaria o administrativa”: “El comportamiento de los miembros del ‘colectivo’ constituye una falta organizativa muy grave merecedora de la sanción más severa. Sin embargo, al haber decidido los participantes en esa reunión [o sea la reunión secreta del 20 de agosto de 2001, cuya actas llegaron, “accidentalmente”, a conocimiento de la organización] poner fin al ‘colectivo’, el BI decide abandonar esa sanción” (7).
El texto sobre el funcionamiento que citábamos antes deja igualmente explícito cómo comprendemos nosotros lo que es una fracción en el seno de una organización proletaria:
“La fracción expresa el hecho de que la organización está en crisis por haber surgido en el seno de ésta un proceso de degeneración, por haber capitulado frente al peso de la ideología burguesa. “Contrariamente a la tendencia, que sólo se justifica por divergencias de orientación frente a cuestiones circunstanciales, la fracción se justifica por divergencias programáticas que sólo pueden desembocar ya sea en la exclusión de la posición burguesa, ya sea en la salida de la organización por parte de la fracción comunista y al ser la fracción portadora de la separación de dos posiciones que se han hecho incompatibles en el seno de un mismo organismo, tendiendo, por eso mismo, a tomar una forma organizada con sus propios órganos de propaganda.
“Al no poseer la organización de la clase ningún tipo de garantías contra una degeneración, el papel de los revolucionarios es luchar permanentemente para eliminar posiciones burguesas que podrían desarrollarse en su seno. Y es cuando están en minoría en esa lucha cuando su tarea consiste en organizarse en fracción, ya sea para ganarse al conjunto de la organización para las posiciones comunistas y excluir la posición burguesa, ya sea, cuando la lucha se ha vuelto estéril a causa del abandono del terreno proletario por parte de la organización (generalmente en épocas de retroceso de la clase), formar el puente hacia la reconstrucción del partido de clase, el cual sólo podría entonces surgir en una fase de auge de las luchas.
“En cualquier caso, la preocupación que debe guiar a los revolucionarios es la que existe en el seno de la clase en general. O sea, la de de no despilfarrar las débiles energías revolucionarias de las que dispone la clase. O sea, la de velar sin cesar porque se mantenga y desarrolle un instrumento tan indispensable pero también tan frágil como lo es la organización de los revolucionarios” (8).
Esa definición de lo que debe ser una Fracción es un legado directo de la Izquierda italiana y, especialmente, de Bilan.
En el movimiento obrero, el término “fracción” se empleó indistintamente para caracterizar corrientes como los bolcheviques, los mencheviques, los espartaquistas y diversas minorías sobre tal o cual orientación del partido, especialmente en el partido ruso durante la revolución, en torno al tratado de Brest-Litovsk, etc. Las citas de Lenin y de Trotski que usa la “fracción interna” en su artículo lo muestran ampliamente. Sin embargo, la concepción de la CCI, condensada en la cita anterior, es más precisa : establece una diferencia entre todo lo que puede ser una minoría e incluso una tendencia sobre tal o cual punto de la orientación del partido, incluida una orientación tan crucial como la posición que debía tomar la revolución en un caso como el de Brest-Litovsk, y la minoría a la que se denomina fracción. Esta definición no es ni invento ni retórica, sino que nos viene de Bilan, de todo el trabajo de profundización que llevó a cabo durante los años 30.
En aquel período, el grupo que iba a crearse en torno a Bilan, como todas las oposiciones y las minorías dentro o alrededor de la Internacional y de los partidos comunistas, se encontraba ante una situación dramática de que esos partidos, compuestos por millones de obreros, que se habían formado durante la oleada revolucionaria de 1917-23, estaban en proceso degenerativo hacia la traición, uno tras otro, de los principios fundamentales del proletariado con el reflujo de la revolución. En esas condiciones, definir las tareas y el sentido de la actividad que debían llevar a cabo los opositores y los excluidos era una cuestión vital, al igual que lo era definir el marco de esa actividad:
“Cuando el partido pierde su capacidad de guiar al proletariado hacia la revolución – y eso ha ocurrido por el triunfo del oportunismo– las reacciones de clase producidas por los antagonismos sociales, ya no evolucionan en la dirección que permite al partido cumplir su misión. Las oposiciones se ven obligadas a encontrar nuevas bases en las que cimentar a partir de entonces los órganos de reflexión y de vida de la clase obrera, o sea, la fracción” (Bilan, nº 1, “Vers l’Internationale deux et trois-quarts” – ¿Hacia la Internacional dos y tres cuartos?)
Bilan estaba en desacuerdo con la orientación preconizada por Trotski de fundar un nuevo partido, una nueva Internacional y de hacer un llamamiento a las izquierdas socialistas. Para Bilan había primero que examinar y sacar las lecciones de la experiencia histórica reciente, del fracaso de la revolución rusa, de la traición de la Internacional, de la degeneración de los partidos:
“Quienes contra esa labor indispensable de análisis histórico oponen el cliché de la movilización inmediata de los obreros, lo único que están haciendo es añadir más confusión e impedir la reanudación verdadera de las luchas proletarias” (Bilan, nº 1, “Introduction”).
Algo esencial en la perspectiva para la actividad de la fracción era la evolución de la situación y del partido. Como lo evidencia la cita del Boletín de información que precedió Bilan (publicado en el artículo de la “fracción interna” (9)):
“La fracción así comprendida, es el instrumento necesario para el esclarecimiento político que debe definir la solución de la crisis comunista. Y debe juzgarse como arbitraria toda discusión que hoy oponga entre sí como excluyentes dos posibles salidas a la fracción : el enderezamiento del partido o la transformación en un segundo partido. Tanto una como la otra dependerán del grado de esclarecimiento político alcanzado y ninguna de las dos puede caracterizar ya la fracción. Es posible y deseable que el esclarecimeinto se concrete en triunfo de la fracción en el partido, el cual volverá a encontrar entonces su unidad. Pero tampoco ha de excluirse que ese esclarecimiento acabe precisando diferencias básicas que autoricen a la fracción a declarse a sí misma, y contra el viejo partido, partido del proletariado; y éste, tras todo un proceso ideológico y organizativo de la fracción, en relación con el desarrollo de la situación, encontrará las bases para su actividad. Tanto en un caso como en el otro, la existencia de la fracción y su reforzamiento son premisas indispensables para que se solucione la crisis comunista” (Bulletin d’information nº 3, noviembre de 1931)
La tarea que se propone la fracción es, en primer lugar, la de hacer una labor de esclarecimiento político, de profundización.
La definición de la actividad de la fracción está intimamente relacionada con el análisis de la relación de fuerzas entre las clases. La degeneración del partido es la expresión del debilitamiento de la clase. La fracción se opone a la idea de que se pueda crear en todo instante un nuevo partido:
“La comprensión de los acontecimientos ya no viene acompañada de la acción directa sobre ellos, como así ocurría anteriormente en el partido, y la fracción sólo librando al partido del oportunismo podrá reconstuir esa unidad” (Bilan nº 1, “Vers l’Internationale deux trois-quarts”).
Bilan iba a desarrollar su comprensión de lo que es la fracción durante toda su existencia, plasmándose en la resolución de 1935, propuesta por Jacobs y publicada en Bilan nº 17. Esta resolución fue sin duda la expresión más acabada de la idea que Bilan tenía sobre lo que era una fracción y su relación con el partido de clase. Las dos nociones están, de hecho, íntimamente ligadas, al representar la fracción la continuidad de los intereses históricos de la clase obrera, mientras que la existencia del partido viene también determinada por las condiciones de la lucha de clases misma y por la capacidad del proletariado para afirmarse como clase revolucionaria.
“Es evidente que la necesidad de la fracción es también la expresión de la debilidad de un proletariado que ha sido o desarticulado o gangrenado por el oportunismo, mientras que, al contrario, la creación del partido es la plasmación de un curso con etapas ascendentes, en las que el proletariado, una y otra vez, se vuelve a encontrar a sí mismo, se va concentrando, y mediante las luchas parciales y globales va abriendo brechas para acabar derribando la estructura del capitalismo” (Bilan nº 17, “Projet de résolution sur les problèmes de la fraction de gauche”)
¿Qué representa la fracción?: “La fracción es una etapa necesaria tanto para la construcción de la clase como para su reconstrucción en las diferentes fases de la evolución; es el vínculo mediante el cual se expresa la continuidad en la vida de la clase, a la vez que expresa la tendencia de ésta a dotarse de una estructura con principios y un método para intervenir en lo concreto de las situaciones. El proletariado no será nunca una fuerza económica que pudiera construirse en torno a sus riquezas materiales, pues es una clase que sólo dispone de los medios que el capitalismo le otorga a cambio de su fuerza de trabajo, los estrictamente necesarios para su propia reproducción. Por eso su afirmación como clase independiente destinada a crear un nuevo tipo de organización social, sólo puede manifestarse en realidad durante esos períodos específicos durante los cuales se trastornan las relaciones entre las clases en un plano mundial” (idem).
Según esa definición elaborada por Bilan, está claro que la fracción no significa minoría, ni tendencia u oposición sobre algún punto de la orientación o incluso un punto del programa de clase, sino que expresa la continuidad del ser histórico del proletariado, de su porvenir revolucionario. Por consiguiente, la noción de fracción ya no es usada por Bilan como pudo serlo hasta entonces por el movimiento obrero para definir a las diferentes corrientes. La fracción tampoco es una forma específica del período histórico en el que vive Bilan ante la degeneración del partido. Toda la historia del movimiento obrero no sólo está marcada por la existencia de partidos, en las fases ascendentes de la lucha, sino que también se expresa en la historia de sus fracciones:
“Los ‘centros de corresponsales’, creados por Marx antes de la fundación de la Liga de los Comunistas, su labor teórica des pués de 1848 hasta la fundación de la Iª Internacional, la labor de la fracción bolchevique en el seno de la IIª Internacional, fueron los momentos esenciales de constitución del proletariado que permitieron que aparecieran partidos animados por una doctrina y un método de acción. Ver el término de cada proceso negando la fracción bajo todas sus formas históricas particulares, es como ver el árbol y no el bosque, es santificar una palabra tirando por los suelos lo que significa” (idem).
La tarea de la fracción no sólo es mantener o restaurar el programa frente a las traiciones oportunistas o los fracasos de la lucha de clase, es también elaborar sin cesar la teoría del proletariado:
“Para dar una sustancia histórica a la labor de las fracciones, hay que demostrar que hoy son la filiación legítima de las organizaciones en las que el proletariado se encontró como clase en las fases anteriores y también que son la expresión siempre más consciente de las experiencias de la posguerra. Eso debe servir para probar que la fracción no puede vivir, formar responsables, representar realmente los intereses finales del proletariado sino es con la única condición de aparecer como una fase superior del análisis marxista de las situaciones, de la percepción de las fuerzas sociales que actúan en el capitalismo, de las posiciones proletarias sobre los problemas de la revolución” (Bilan, nº 17, “Proyecto de resolución sobre los problemas de la Fracción de izquierda”, subrayado en el original).
No tenemos mucho sitio en este artículo para seguir analizando la noción de fracción elaborada por Bilan. Pero sí que es el de Bilan el concepto de fracción del que se reivindica la CCI desde que nació. En esto como en otras tantas cosas, la CCI se considera continuadora de la fracción, cuya tarea es participar en la creación de las condiciones de surgimiento del partido del mañana; algo así como servir de puente, como decía Bilan, entre el antiguo partido que fue la IC, muerta bajo el estalinismo, y la futura Internacional de la revolución venidera.
Tras haber formulado nuestro marco de análisis, heredado de lo que elaboró la Izquierda italiana, que permite comprender la naturaleza y las tareas de una verdadera fracción, examinemos ahora lo que dice nuestra supuesta fracción que pretende representar fielmente la continuidad de los principios de la CCI. Cuando afirma que sería la CCI la que los abandona, lo mínimo que cabe esperar es que lo demuestren.
Antes de comentar el texto sobre las fracciones publicado en su Boletín nº 9, veamos en qué “posiciones positivas y coherentes claramente expresadas y no en una colección de puntos de oposición y de recriminación” se basa la declaración de formación primero del “colectivo” y después de la “fracción interna”.
La declaración de formación del “colectivo” ya no tenía nada de prometedora. En respuesta a la pregunta “¿cómo y por qué nos hemos reunido?”, el texto nos explica:
“Tras la reunión de la sección Norte [de RI] dedicada a la discusión del texto de orientación sobre la confianza, cada uno de nosotros pudo darse cuenta de una convergencia de enfoques entre la mayoría de los miembros de la sección presentes en esa reunión, en torno a un rechazo común tanto del método como de las conclusiones del texto de orientación. Esta covergencia se añadía a una constatación anterior de un descuerdo común con la manera con la que se ha considerado, se ha explicado y presentado al resto de la CCI la degradación reciente de las relaciones en el seno de la sección Norte”.
¿Qué es todo eso sino una “colección de puntos de oposición?”. Los propios miembros del “colectivo” lo reconocen, puesto que su perspectiva es “¡Trabajar! Ir al fondo de los problemas. Ir a buscar las respuestas, las experiencias y las lecciones sobre los problemas actuales de la CCI en la historia de nuestra clase y del movimiento obrero”.
Es un objetivo meritorio y no podemos sino lamentar que los miembros del “colectivo” que formaron la “fracción” apenas dos meses más tarde no lo hayan continuado. Los miembros del “colectivo” no están contentos con ciertos análisis defendidos por la mayoría, sin por ello, como ellos mismos lo confiesan, poseer una orientación alternativa que oponerles:
“Nuestra oposición, si sigue siendo minoritaria, deberá tomar la forma de una fracción que lucha en el seno de la organización por su enderezamiento. Creemos, por ahora, que es demasiado pronto para declararla como tal, primero porque la política actual no ha sido todavía confirmada ni por el BI ni por un congreso de la CCI y, además, porque necesitamos todavia elaborar y reunir los textos más desarrollados para una orientación alternativa a la política actual” (subrayado nuestro).¡Pues vaya continuidad auténtica con la CCI que les permite ver la posibilidad de organizarse en fracción sin haber producido textos fundamentales que discutir en el seno de la organización!
Cuando se forma la “fracción”, los “textos más desarrollados” no han aparecido ni por asomo. Sin pararse en barras, la “fracción” propone la orientación de:
“– combatir la deriva ‘revisionista’ actual que no sólo se expresa en el funcionamiento, sino también en el plano teórico-político;
– desarrollar la reflexión teórica sobre todo mediante una labor profunda sobre la historia del movimiento obrero, parra llevar a la organización a reapropiarse de sus propios fundamentos, los del marxismo revolucionario, de los que se está apartando cada día más la política llevada a cabo actualmente;
– colocar el análisis sobre la situación internacional en el primer plano de las discusiones (10), luchando, en particular, contra una tendencia “desmoralizadora” que está siendo la marca de nuestra comprensión de la situación y de la relación de fuerzas entre las clases, para reforzar con ello nuestra intervención en la clase obrera;
– llevar a la organización a comprenderse como parte del MPP (11) y por consiguiente desarrollar una política unitaria, más valiente y más determinada hacia ese Medio (12).
Se le plantea pues a la supuesta fracción justificar su existencia al no ser su aparición el resultado de ningún “proceso previo de decantación de las posiciones en la discusión general en el seno de la organización”. Al contrario, sí que se ha “concebido, y no pretenderá negarlo, como condición de esa decantación” ¿Es serio eso de que “una tendencia ‘desmoralizadora’ que tiende a ser la marca de nuestra comprensión de la situación y de la relación de fuerzas entre las clases” sería la expresión del abandono programático de los principios proletarios por parte de la CCI? En esas condiciones, no es de extrañar que la mayoría de la organización se haya negado a reconocer la legitimidad de la “fracción”. Al fin y al cabo, si un loco se toma por Napoleón, estaremos obligados a constatar que se toma por Napoleón, sí, pero no estamos obligados a seguirle los pasos en su locura, creyéndonos nosotros también que es el emperador.
El artículo de su Boletín nº 9 (13) de la “fracción” está, pues, ante un reto imposible, al ser su objetivo encontrar una garantía histórica y programática que justifique su creación. Vamos a procurar ahora sacar la lógica, si puede llamarse así a esa especie de aguachirle con ínfulas históricas, parar hacer su crítica.
La primera parte del artículo intenta tratar sobre las fracciones en los momentos de lucha de clase ascendente y descendente con ejemplos sacados de las tres Internacionales. Nos enteramos así que :
“Fue mediante la fusión de todo tipo de organismos e incluso de sociedades obreras cómo nació la Iª Internacional (…) En cambio, el período de contrarrevolución que siguió a la represión de la Comuna de París, vio que la aparición de agrupamientos, tendencias o fracciones en la Internacional tomaron otro camino hasta llevarla a su desaparición”.
Esto no nos lleva muy lejos, al no distinguir para nada entre “organismos”, “agrupamientos”, “tendencias” o “fracciones”. Sobre todo, no establece diferencia alguna entre las tendencias que representaron las primeras corrientes originarias del movimiento obrero (proudhonianos y blanquistas, por ejemplo), que estaban destinadas a desaperecr con el desarrollo de la clase misma, y la “forma histórica particular” de las fracciones de izquierda (retomando las palabras de Bilan) que tomó la tendencia marxista.
En lo que a la IIª Internacional se refiere, nos enteramos de que hubo toda clase de “fracciones” imaginables: en Alemania estaban los eseinachianos y los lassalianos, mientras que en Francia,
“el partido constituido en el congreso de Marsella de 1879, conoció dos fracciones: la “colectivista” de Guesde y Lafargue y la “posibilista” de Brousse, que agrupaba a los reformistas. “Si tomamos el ejemplo del POSDR, sigue el autor, lo que hemos desarrollado antes se verifica de manera fulgurante: “Después de 1905, las dos fracciones, menchevique y bolchevique, se reagruparon una primera vez en 1906 y una segunda vez en 1910 (…) Luego, con el curso hacia la guerra, encontramos el fenómeno de dispersión no sólo en los dos fracciones principales, sino incluso en su seno. Fue así como en el POSDR en 1910, había tres fracciones bolcheviques: la de Lenin, los ozovistas y los conciliadores, y tres mencheviques: la unitaria, la de Plejánov contra la unidad y los conciliadores, entre los cuales Trotski.”
Una vez más, no se hace ninguna distinción entre las corrientes reformistas (incluso “estatalistas” como los lassallianos), las corrientes de izquierda (eisenachianos, guesdistas, por ejemplo) y la fracción bolchevique que con la Izquierda alemana “representaban [sólo ellas] los intereses del proletariado mientras que la derecha y centro expresaban cada día más la corrupción del capitalismo” (14).
Después, el autor pasa al período de la revolución rusa, recurre a Trotski, “el más digno de los revolucionarios” (sic, como diciendo que Lenin, Luxemburgo, Liebknecht lo serían menos…), para contar la historia de las diferentes “fracciones” aparecidas en el partido durante el período revolucionario y la guerra civil: la oposición de Kamenev-Zinoviev a la toma del poder en octubre, la oposición del grupo de Bujarin a la firma del Tratado de Brest-Litovsk, así como las oposiciones acerca del ejército rojo, etc. En la época de Brest-Litovsk,
“Los partidarios de la guerra revolucionaria constituyeron entonces una auténtica fracción con su órgano central”. Trotski subraya, y nuestra “fracción” aprovecha la ocasión para recordárnoslo, que “la fracción, el peligro de escisión no fueron entonces vencidos mediante decisiones formales basadas en los estatutos, sino mediante la acción revolucionaria”.
Lo que hay que recordar también es que si Bujarin y el grupo Kommunist no hicieron escisión en la época de Brest-Litovsk, no solo fue gracias al propio desarrollo de los hechos y a los argumentos de Lenin, también lo fue gracias al propio sentido de la responsabilidad de aquéllos, a su comprensión de que el partido bolchevique tenía un papel crucial que desempeñar en la eclosión de la revolución a nivel mundial. Pero, sobre todo, las fracciones mencionadas por Trostski ahí, eran verdaderas minorías, formadas en torno a problemas cruciales de los que dependía la supervivencia de la revolución. Es pura indecencia ponerse a comparar las minorías en el seno del partido bolchevique con una “fracción” cuyo objetivo –o más bien el objetivo proclamado– es “poner el análisis de la situación internacional en el primer plano de las discusiones”. El objetivo confesado de todas esas “demostraciones” es convencernos de que:
“La historia del movimiento obrero que hemos trazado a grandes rasgos nos enseña:
– que han existido y existirán muchos tipos de fracciones y agrupamientos;
– que no todas han tenido programas acabados para constituirse en fracción, por eso es por lo que existe probablemente un proceso de esclarecimiento con el desarrollo de la discusión;
– que toda fracción o agrupamiento no desemboca necesariamente en una escisión;
– y que por lo tanto “la CCI está obligada a deformar e ignorar piezas enteras de la historia obrera, especialmente de la historia de sus fracciones”.
Todas esas corrientes, oposiciones, etc. han existido sin la menor duda, pero ¿qué tiene que ver todo eso con la fracción, tal como la CCI la ha definido desde siempre y basándose en los trabajos de la Izquierda italiana?. En realidad, el objetivo del artículo de la “fracción” es, sencillamente, hacer diversión ocultándose detrás de un alarde de conocimientos mal digeridos, hacer olvidar que para la CCI la noción de fracción tiene un sentido muy preciso según el cual la existencia de nuestra supuesta “fracción interna” no tiene la menor justificación teórica ni de principios.
Está pues claro que la “fracción interna”, que pretende mantener las posiciones básicas de la CCI, ha preferido olvidarse del concepto de fracción como lo ha usado siempre la CCI, para echar mano del de Trotski y del movimiento obrero anterior a Bilan, o sea un nombre aplicado a diferentes corrientes, minorías, tendencias y fracciones que existen inevitablemente en toda la historia del movimiento obrero. Recordemos de paso que Bilan elaboró su noción de fracción, entre otras cosas, contra la idea que tenía Trotski de la labor que debía llevarse a cabo en años 30. Pero, según parece, para nuestra “fracción interna” Trotski parece haberse convertido en fuente de referencia sobre la cuestión.
Vale la pena pararse sobre lo que nos dice el autor de las fracciones salidas de la IIIª Internacional, en período de “dificultades del movimiento obrero”, pues es especialmente de éstas de las que se reivindica la CCI y que, según nuestro concepto –y el de Bilan– es precisamente en esos períodos en los que la clase es incapaz de hacer surgir el partido, cuando se justifica la labor de las fracciones. En realidad, el texto poco dice, si no es que “en la IC la discusión teórica se torció rápidamente, se impidió, se cercenó siendo sustituida por la disciplina, lo que desembocó rápidamente en la exclusión de las Oposiciones”. Entre los inmensos problemas que encaraba el movimiento obrero, la Internacional, los partidos, las premisas de futuras fracciones, la “fracción interna” solo se queda con uno, por algo será, y es el de la disciplina.
Y así es: el problema de la “fracción interna” es que no solo debe librarse de las obligaciones demasiado rigurosas de los análisis y de los principios de la CCI sobre la cuestión organizativa, sino que además debe justificar las violaciones más flagrantes de la disciplina mínima que permita que la organización funcione, e incluso que exista, quebrantamientos que han marcado a esa “fracción interna” desde antes de nacer oficialmente y que le han valido, en la CCI, el apodo de “infracción”. Y empieza justificándose del modo más original:
“A causa de la creación [en la Tercera internacional] del nuevo régimen interior de las organizaciones comunistas con la mayor unidad y centralización internacional, la cuestión de la disciplina interna toma otro carácter. Es la razón por la cual en la fase de degeneración de la IC y de los PC, la vida de las fracciones es muy diferente: todo lo que empuja a la unidad en la fase de ascenso de las luchas empuja más fuertemente todavía a la desunión en su fase de declive” (14).
Esta frase “genial” está precisada así en un artículo sobre la “disciplina” precisamente, publicado en el Boletín nº 13:
“Si en el siglo XIX era la socialdemocracia la que defendía con firmeza la disciplina en el partido contra los oportunistas que reivindicaban la “libertad de acción”, o sea, tener las manos libres para…chanchullear con la burguesía , en cambio, en el siglo XX, en el capitalismo decadente, fue la derecha del PC la campeona de la disciplina interna, como lo son hoy nuestros liquidacionistas, para poder así acallar todas las divergencias, lo cual significa acallar e incluso eliminar a la izquierda, o sea, a la posición marxista”.
No hay aquí lugar para denunciar en detalle lo ridículo de semejante postura, cuyo objetivo evidente es identificar a toda costa a la CCI con los PC estalinizados, con la necesaria dosis de hipocresía para no decirlo abiertamente. Vale sin embargo la pena recordar, y es algo que la CCI siempre ha considerado como positivo, que la IC es, en efecto, la primera de las internacionales basada en un programa explícitamente comunista, dedicado al derrocamiento inmediato del capitalismo. Como tal, exige de los partidos miembros, considerados como secciones nacionales del partido mundial, una disciplina ante las decisiones del centro, en particular la adopción d’un programa unificado, y la exclusión de los partidos socialpatriotas y de los centristas. Es el objetivo mismo de las 21 condiciones, la última de las cuales propuesta nada menos que por Bordiga, dirigente de la Izquierda italiana…para luchar en especial contra la indisciplina de corrientes oportunistas como el partido francés. Mientras la IC defendió el programa del proletariado, esa mayor unidad y centralización internacional era una necesidad para la revolución comunista y expresa un desarrollo del programa que corresponde a las necesidades de la lucha internacional y revolucionaria de la clase obrera (16). La “novedad” aportada por la “fracción interna” con la idea de que “en el siglo XX, en el capitalismo decadente, fue la derecha del PC la campeona del la disciplina interna” no es más que malabarismo para ocultar su propia indisciplina.
Hasta aquí poco hemos aprendido, si no es que hubo muchas fracciones en la historia del movimiento obrero, y que éstas pueden ser tendencias, agrupaciones, oposiciones, que pueden contribuir ya sea a la unidad de la organización, ya a su estallido. En la segunda parte, sin embargo, se nos dice que “lo que fundamenta la existencia de una verdadera fracción es la existencia de una crisis comunista” (subrayado nuestro) ¡Vaya!, o sea que todos esas “agrupaciones, tendencias, fracciones” de las acaban de hablar ¿no eran “verdaderas fracciones”? Nuestro autor cita los textos de Bilan, en los que la CCI siempre se ha basado, efectivamente, para demostrar la necesidad y la justificación de una fracción en lucha contra la degenración de una organización comunista (Notemos, de paso, que el autor pone el mayor cuidado en no citar los propios textos de la CCI sobre el tema). Pero si la “verdadera” fracción, según su terminología, es la definida por la Izquierda italiana, o sea un organismo que surge contra la degeneración del partido, cuyo papel es o regenerar el partido o preparar a los futuros dirigentes tras la traición definitiva de éste, ¿qué pasa con todos los demás ejemplos de “fracción” que llenan el texto entero? La “fracción “ parace haber inventado algo nuevo: una fracción de geometría variable, una fracción que se tuerce y se retuerce en todos los sentidos según las necesidades. No, no ha inventado nada, pues no es nada nuevo en el movimiento obrero ese método típico del oportunismo que consiste en usar los principios en función de las circunstancias y según el interés que en ellos se encuentre. Si los “infraccionistas” de marras citan ahora a la Izquierda italiana es porque la izquierda de la IC se vio a menudo obligada a romper la disciplina de la Internacional para mantener su fidelidad al programa del proletariado y que la referencia de la lucha de la izquierda contra la degeneración de la Internacional comunista hacia el estalinismo, les sirve para justificar su desprecio flagrante por nuestros principios, por nuestras reglas comunes y por sus antiguos camaradas. Si la situación de la “fracción” puede compararse a la de la Izquierda italiana, entonces, es de cajón, la CCI va a hacer el papel de la IC estalinizada (17). Y así queda escrito el guión de la película, con sus buenos y sus malos.
A pesar de todo, a la “fracción” le encantaría encontrar una expresión patente de la degeneración de la CCI para así justificarse de una manera un poco más consistente. El problema es que podrán darle vueltas y más vueltas, nadie puede negar el lugar que ocupa hoy la CCI entre las escasas organizaciones que defienden contra viento y marea el internacionalismo proletario: podremos “ser idealistas” (como dice el BIPR) “consejisto-anarquistas” (según el PCInt) o “leninistas” (como dicen los anarco-consejistas), pero nadie ha negado nunca hasta ahora que la CCI sea, sin ambigüedades ni concesiones, internacionalista. Y como le es imposible encontrar en nosotros semejante traición al principio que es la línea divisoria entre proletariado y burguesía, la “fracción” se ve obligada a andar buscando indicios anunciadores de ese perspectiva. Así puede leerse lo siguiente en la conclusión de su artículo sobre India y Pakistán:”
¿Cuál es la conclusión natural, lógica que se despeja de toda la argumentación de la Revista internacional? (…) Que únicamente las grandes potencias, empezando por Estados Unidos, hacen esfuerzos, aunque insuficientes “para hacer bajar la tensión” y evitar la guerra (…) Todo eso, pues, de manera natural, lógica, abre la puerta a que, cuando se presente la ocasión, se empiece a llamar o a “exigir” de las burguesías de las grandes potencias que, en lugar de “permitir” o “atizar” los odios y las matanzas, actúen más resueltamente para “hacer caer la tensión” y que paren el caos...”
Este procedimiento es lamentable, pues, ¿podrá alguien de buena fe interpretar de ese modo tanto la forma como el fondo de nuestro análisis? La “fracción” termina así su idea: “No hay ningún llamamiento concreto, ni a la clase, ni a los revolucionarios…Lo que nos recuerda las bellas resoluciones de la IIª Internacional en vísperas de la guerra”, olvidándose aparentemente que esas “bellas resoluciones” fueron propuestas por… Lenin y Luxemburg y que pusieron las bases para Zimmerwald. Es evidente que el ridículo no mata, pues si así fuera la “fracción” tendría los días contados.
Es verdad que cualquier experto en etimología vendría a explicarnos que el sentido de las palabras cambia con el tiempo. Pero como marxistas que somos, lo que nos interesa no es tanto la evolución de una palabra como la evolución de las condiciones históricas que la hacen existir. Con esto queremos decir a la vez la evolución de las condiciones históricas generales (ascendencia y decadencia del capitalismo) y la de la experiencia y comprensión del movimiento obrero. Hacer como hace la “fracción”, andar entresacando todos los casos donde aparece la palabra fracción, ignorando por completo la evolución de su sentido histórico y sobre todo el sentido que adquirió para la Izquierda comunista de hoy y crear la confusión con un revoltijo entre “fracciones, agrupamientos, tendencias”, es “consagrar la palabra negando la sustancia” como decía Bilan (ver lo escrito antes). Es, ni más ni menos que entrar a saco en el movimiento obrero en busca de justificaciones para una política y un comportamiento injustificables. Por un lado citan una cantidad interminable de minorías diversas para demostrar que para formar una “fracción” no se necesita programa, ni siquiera unas posiciones coherentes, ni luchar contra la degenración de una organización, ni buscar una nueva coherencia y, por otro lado, invocan a la Izquierda italiana (la verdadera fracción, recordémoslo) para justificar todas las infracciones cometidas contra nuestros principios organizativos en nombre de no se sabe qué lucha contra la degeneración de la CCI. En resumen, se reivindican del derecho a decir y a hacer cualquier cosa desde el momento en que se otorgan el nombre de “fracción”, basándose en citas tomadas de cualquier manera en nuestros predecesores. Si transformar las figuras del movimiento obrero en iconos inofensivos para justificar la política del oportunismo era ya una práctica que denunciaron Marx y Lenin (18), la “fracción” de marras ha dado un paso suplementario: para ocultar su práctica oportunista tras un batiburrillo pseudo teórico, se han lanzado a un auténtico intento de fraude hacia el medio proletario con la noción misma de fracción.
“El congreso de la CCI marcó la entrada definitiva de la CCI en su fase de degeneración (…) Esta degeneración se ha manifestado, en el plano de las posiciones políticas, en el rechazo de ciertos principios sobre los que se había construido (…), pero también, y de manera todavía más caricaturesca, en el plano de su funcionamiento interno con la prohibición de reuniones entre camaradas minoritarios (…) la censura de los textos públicos de la tendencia, la propuesta de modificar su plataforma y sus estatutos sin texto explicativo ni debate, así como una multitud de resoluciones y de tomas de postura contra camaradas minoritarios. La degeneración de la vida interna de la CCI ha estado sellada de modo irrevocable con la exclusión de la tendencia de la instancia suprema de la organización –su congreso internacional- tras la negativa de principio de la tendencia a prestar juramento de fidelidad a la organización para después del congreso (…)
“Con su constitución, la Fracción entiende:
“e) representar la continuidad programática y orgánica con el polo de agrupamiento que fue la CCI, con su plataforma y sus estatutos que ha dejado de defender (…)
“g) establecer un puente entre el antiguo polo de agrupamiento que fue la CCI y el nuevo polo que podría desarrollarse sobre las bases de la Fracción en el curso futuro de la lucha de clases”.
El texto que acabamos de citar es la declaración de formación de una “fracción”, no en 2001, sino en…1985, cuando se formó la supuesta “Fracción Externa de la CCI”, la cual, hoy, ha llegado no ya a defender la continuidad de la CCI, sino a poner en entredicho sus posiciones fundamentales, como la de la decadencia del capitalismo. Se entenderá que no palidezcamos de miedo ante las acusaciones actuales de la Infracción…
Nos queda sin embargo por señalar una diferencia de actitud entre la “fracción” de entonces y la de hoy. Aquella, la de 1985, aunque se apresuró a sembrar toda clase de patrañas sin fin sobre la “degeneración” de la CCI, al menos terminaba así su declaración:
“[La Fracción] pide que se organicen inmediatamente encuentros con las secciones de Bélgica, de Inglaterra y de Estados Unidos para proceder a la entrega de material y de las finanzas, todo lo cual pertenece a la organización”.
En cambio, la “fracción” actual se marchó robando no solo dinero, sino también los documentos más sensibles de la organización: las señas de los camaradas y de los suscriptores (19).
No es la primera vez en la historia de la CCI que un agrupamiento de descontentos plasma sus frustraciones, sus rencores, en resumen, todo lo que tienen en contra de la organización y sus militantes, constituyéndose en “fracción” para defender “la auténtica CCI” (Cf. “La cuestión del funcionamiento de la organización en la CCI”, en la Revista internacional nº 109). Se puede constatar, sin embargo, una evolución en los modos de actuar de ese tipo de agrupamientos, portadores de la marca de su época. La última “fracción”, con sus comportamientos de pandilleros, expresa plenamente el peso de la ideología del capitalismo en descomposición que se infiltra incluso en las organizaciones revolucionarias.
Jens, 6/12/2002
1) No hay sitio aquí para citar toda la carta de rechazo de los “fraccionistas”, pero subrayemos que exigen en particular “el reconocimiento formal y escrito de la fracción” (…) “la anulación de las sanciones en curso a todos los miembros de la fracción [o sea que debíamos darles el derecho de transgredir a su gusto las reglas organizativas, puesto que eran una “fracción] y el cese inmediato de la política de desprestigio, de las medidas disciplinarias para con ellos; lo cual implica obligatoriamente el rechazo del ‘clanismo’ como explicación de la política de nuestra fracción (…) [los miembros de la “fracción” nunca han sido sancionados por “clanismo” como ellos dan a entender] y una crítica de la explicación del clanismo como causa de la crisis actual…”.
2) Ver en la Revista internacional nº 110 el artículo sobre la Conferencia extraordinaria y nuestro análisis de la fracción.
3) En el nº 9 de su Boletín. El lector encontrará los textos citados en https://membres.lycos.fr/bulletincommuniste [6].
4) Lo cual desmuestra que el análisis de la naturaleza de la fracción no es únicamente el de una pretendida “dirección liquidadora”, según la terminología de la fracción, sino del conjunto de la CCI.
5) Ver Revista internacional nº 33.
6) Según las acusaciones de la “fracción” repetidas hasta la náusea en su Boletín, se les habría prohibido escribir en los Boletines internos de la organización. La verdad es que la organización exigió en una resolución votada incluso por los futuros miembros de la “Fracción” que esos militantes “hagan una crítica radical de sus actuaciones” y “se compromentan en una reflexión de fondo sobre las razones que los llevaron a comportarse como enemigos de la organización” [en las reuniones secretas] y que ante todo se explicaran en los boletines internos. Tras la creación de la fracción –la cual se reiivindica, al contrario, de las reuniones secretas– les exigimos sencillamente que tomaran posición por escrito sobre el contenido de esas reuniones. ¡Vaya censura, una censura que exige que la minoría escriba textos, mientras que ésta se reivindica del derecho a callarse!. Invitamos al lector a leer el artículo de la Revista internacional nº 110, “El combate por la defensa de los principios organizativos”, en donde encontrará la presentación detallada del combate que ha tenido que llevar la organización contra el comportamiento de los miembros de la “fracción”.
7) Ver Revista internacional nº 110 (nota anterior) para una presentación detallada de todo lo que hubo en torno a la constitución de ese ‘colectivo’.
8) Art. cit. Revista internacional nº 33.
9) En su artículo, la “fracción interna” hace toda una exposión según la cual para la CCI, una fracción “desemboca obligatoriamente en escisión”; se ve que el autor de ese artículo habrá leído con unos lentes especiales nuestro artículo de la Revista internacional nº 108 para poder así leer cualquier cosa.
10) El fariseismo de los miembros de esa “fracción” quedó patente en que, después de expresar esa reivindicación, no se les ocurrió mejor cosa que negarse a acudir a una reunión del órgano central con el pretexto de que antes de discutir sobre la situación creada por la “fracción” se iba a discutir sobre…¡la situación internacional!
11) Nuestra organización ha sido siempre y sigue siendo la única, lamentablemente, en defender de manera consecuente y sin la menor ambigüedad que el medio proletario existe. ¡Hay que tener cara para dar esa razón para formar una fracción destinada a combatir no se sabe qué el proceso de degeneración de la CCI!
12) Dejamos aquí de lado las acusaciones varias de “derivas organizativas” que contine esa declaración, en particular, la que acusa a la CCI de haber sancionado a un camarada que “defendía valientemente sus posiciones”. La realidad es que ese militante se hizo a hurtadillas el mensajero de la campaña “pasillera” montada por Jonás contra uno de nuestros militantes al que acusaba de ser agente del estado.
13) Vease https://membres.lycos.fr/bulletincommuniste/francais/b9/groupemindex.html [7].
14) Bilan nº 17, “Proyecto de resolución sobre los problemas de las Fracciones de izquierda”.
15) Esta conclusión, sin duda, pretende denunciar la degeneración teórica de la CCI: “todo lo que empuja a la unidad en la fase de ascenso de las luchas…” (o sea el desarrollo de la lucha de clases y, sobre todo, de la conciencia del proletariado sobre lo que está en juego en la situación revolucionaria) ese mismo “todo” empuja más fuertemente todavía a la desunión en su fase de declive”.
Lo que la “fracción” nos ofrece con eso, con palabras de Rosa Luxemburg, “no son más que frases huecas y encaje hinchado y brillante de palabras. Hay un signo que no engaña: cualquiera que piense con la cabeza y domine a fondo el tema del que se habla, se expresa clara y comprensiblemente. El que se expresa de manera oscura y pretenciosa (…) lo que muestra es que él mismo no lo tiene muy claro o que tiene sobradas razones para evitar la claridad” (Introducción a la economía política).
16) Para ampliar el tema, puede leerse el artículo de la Revista internacional nº 110 sobre la disciplina. Digamos de paso que esta “Infracción” tiene una idea que le es muy propia de la disciplina y que podría resumirse así: cuando somos mayoría y “tenemos las riendas” de la organización, la disciplina es entonces algo bueno; cuando estamos en minoría y debemos aceptar las mismas reglas que los demás, entonces la disciplina es mala.
17) Hasta ahora sólo faltaba alguien en el reparto: un Stalin en la CCI. Con “Último [y nauseabunda]aviso” publicado en el Bulletin nº 14, lo han completado.
18) “En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para “consolar” y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta, envileciéndola. En semejante “arreglo” del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero” Lenin, El Estado y la revolución).
19) Debe señalarse que la última publicación de la Infracción por Internet ha hecho pública, para que se entere la policía del mundo entero, la fecha de la conferencia general de nuestra sección en México…Cf. el artículo “Los métodos policiacos de la FICCI” aparecido en Révolution internationale nº 330.
Estas notas sobre la historia del movimiento obrero revolucionario en Japón ilustran, con elementos concretos, la naturaleza misma del desarrollo de la clase obrera y de su vanguardia política caracterizada fundamentalmente por la unidad de sus intereses y de su lucha, en todo el mundo, encaminada a acabar con el capitalismo mundial.
Ese proceso, que se verifica globalmente a nivel internacional, no se expresa ni de idéntica manera ni al mismo ritmo en los distintos países, pero sí ocurre con una influencia mutua entre el proletariado de un país y el de los demás. Por diferentes razones históricas, en Europa occidental se encuentra el centro de gravedad de la revolución comunista mundial (1). La historia del movimiento revolucionario en Japón ha puesto en evidencia en muchas ocasiones su retraso respecto a los avances que se produjeron en el mundo occidental.
Esta apreciación no es ni un juicio moral ni el resultado de no se sabe qué visión “eurocentrista”. Tampoco expresa algo así como “dar mejor nota ” al proletariado de los países donde éste está más avanzado. Al contrario, en estos elementos de historia del movimiento obrero en Japón aparece claramente el lazo indisoluble que existe entre el movimiento revolucionario en Europa occidental y en el resto del mundo. Este marco dinámico de análisis es el único que permite igualmente comprender la dinámica de la futura revolución mundial, la función vital, irreemplazable que deberá cumplir esa fracción mundial del proletariado que es la clase obrera de Japón.
Cuando estudiamos la historia del movimiento obrero en Japón nos sorprendemos de las similitudes profundas que existen entre los problemas planteados y las respuestas dadas por el proletariado en ese país y el de todas las demás partes del mundo industrializado. Esas similitudes son particularmente sorprendentes conociendo el aislamiento relativo del Japón en relación con los demás países industrializados y, sobre todo, cuando se considera la extraordinaria rapidez de su desarrollo industrial. Este no comenzó hasta los años 1860 en que la apertura del Japón al comercio y a la influencia exterior, por la fuerza militar de los “navíos estraperlistas” del comodoro norteamericano Perry, fue rápidamente aprovechada por las potencias europeas. En treinta años –a penas una generación– llegó a ser la última gran potencia industrial que se abría paso en el ruedo imperialista mundial. Hasta entonces Japón había quedado como congelado en un feudalismo hermético, enteramente fuera del mundo capitalista. Su entrada se hizo de la manera más estruendosa que se puede imaginar: destruyendo a cañonazos la flota rusa en Port Arthur en 1905.
Eso significa que la experiencia y las ideas adquiridas por los obreros europeos en más de un siglo, tuvieron que ser recorridas en un cuarto de siglo por los de Japón. El proletariado japonés nació, pues, en una época en la que el marxismo había desarrollado ya una profunda influencia en el proletariado europeo (particularmente mediante la Primera Internacional -AIT-). A esto hay que añadir que los escritos de Marx no estuvieron disponibles en japonés hasta 1904. Como veremos esto hizo posible que ideas que pertenecían a los orígenes del movimiento obrero cohabitasen con las más modernas de este movimiento.
Hasta los últimos decenios del siglo XIX, el movimiento obrero en el Japón estuvo ampliamente influido por el confucianismo tradicional, según el cual la armonía social y la participación del individuo (jin) no son posibles más que en interés de la comunidad.
En mayo de 1882 fue fundado el Partido socialista de Oriente (Toyo Shakaito). Apoyado en el socialismo utópico y el anarquismo; fue disuelto poco tiempo después.
Los años 1880 estuvieron marcados por la aparición de círculos que se dieron como tarea apropiarse de los clásicos del marxismo y familiarizarse con las luchas y debates del movimiento obrero en Europa. Fue el caso concretamente de “Los Amigos del pueblo” (Kokunin-no tomo) o de “La Sociedad de exploración de los problemas sociales” (Shakay mondai kenkyukai). La actividad de estos círculos no se asentó en una organización permanente y no llegaron a establecer lazos con la Segunda Internacional fundada en 1889.
En 1890, por primera vez, obreros emigrantes de origen japonés se agruparon en EE.UU. en la “Sociedad valerosa de obreros” (Shoko gijukai). Este grupo fue sobre todo un círculo de estudios que tuvo como objetivo estudiar la cuestión obrera de diferentes países de Europa occidental y de Estados Unidos. Los sindicatos norteamericanos tuvieron una fuerte influencia en él.
En 1897 fue creada la “Sociedad para la creación de sindicatos” (Rodo kumiai kiseikai) que reivindicó entonces hasta 5700 miembros. Ésta, por primera vez en la historia del movimiento obrero en Japón, contaba con su propio periódico: Rodo sekai difundido bimestralmente y editado por S. Katayama. El objetivo de este movimiento fue crear sindicatos y cooperativas. Contaba, dos años más tarde, con 42 secciones y 54 000 miembros. Los estatutos y las posiciones de estos sindicatos se basaban en los modelos europeos. El sindicato de conductores de tren desarrolló una campaña por el derecho al sufragio universal y declaró, en marzo de 1901 que: “El socialismo es la única respuesta definitiva para la condición obrera”.
El 18 de octubre de 1898, un pequeño grupo de intelectuales se encontró en una Iglesia Unitarista de Tokio para fundar la Shakaishugui Kenkyukai (Asociación para el estudio del socialismo). Empezaron reuniéndose una vez al mes. Cinco de sus seis fundadores se consideraron siempre, a sí mismos, como Socialistas cristianos.
Tras su viaje a Inglaterra y a Estados Unidos, Katayama contribuirá a la fundación en 1900 de la Asociación socialista (Shakaishugi kyokai) que contó con unos 40 miembros. Decidieron enviar, por primera vez, un delegado al Congreso de París de la Segunda Internacional pero problemas financieros impidieron la realización del proyecto.
La primera fase del movimiento obrero, la de la “destrucción de máquinas” (que corresponde en cierto modo al “luddismo” del movimiento inglés en el periodo entre el siglo XVIII al XIX) solo sería superada a finales de los años 1880, mediante una oleada de huelgas que ocurrió entre 1897 y 1899 y en la que, los obreros metalúrgicos, los chóferes y los ferroviarios fueron especialmente combativos. La guerra chino-japonesa (1894-1895) supuso un nuevo camino abierto a la producción industrial de tal suerte que a mediados de los años 1890 Japón contaba con 420 000 obreros. Unos 20 000 –el 5 % de los obreros industriales modernos– estaban organizados en sindicatos, la mayoría de los cuales no tenía más de 500 miembros. Pero la burguesía japonesa reaccionó desde el comienzo con una violencia terrible contra una mano de obra cada día más combativa, adoptando en 1900 una “ley de protección del orden público” basada en el modelo de las leyes antisocialistas de Bismarck que prohibieron el PSD alemán en 1878.
El 20 de mayo de 1901 se fundó el primer Partido Social Demócrata (Shakay Minshuto) que plantea las siguientes reivindicaciones:
Estas reivindicaciones, características de la situación en la que se encontraba el movimiento obrero en Japón en esa época, combinaban a la vez:
El Shakay Minshuto (Partido social demócrata) proclamaba querer respetar la ley; rechazaba explícitamente el anarquismo y la violencia y apoyaba la participación en las elecciones parlamentarias. Defendiendo los intereses de la población por encima de los de las clases, liquidando la desigualdad económica, combatiendo por el derecho de voto para todos los obreros, el partido esperaba aportar su contribución al establecimiento de la paz mundial.
A pesar de que consideraba sus actividades parlamentarias como una prioridad, el partido fue inmediatamente prohibido. La tentativa de construir un partido político fracasa. El nivel de organización no podía superar todavía el de los círculos de discusión. Además, la represión fue un revés importantísimo. La publicación de sus periódicos siguió aun sin tener tras ella el apoyo y la seguridad de una organización. Por eso, las conferencias, los mítines y la publicación de textos fueron lo esencial de sus actividades.
Los días 1 y 6 de abril de 1903, en la Conferencia Socialista del Japón en Osaka los participantes reclamaron la transformación socialista de la sociedad. Mientras que las exigencias de “libertad”, de “igualdad” y de “fraternidad” seguían siempre presentes, la reivindicación de la abolición de las clases y de todas las opresiones así como la prohibición de las guerras de opresión aparecieron igualmente. A finales de 1903 la Commoners Society (Heiminsha) se convierte en centro del movimiento antiguerra, cuando Japón proseguía su expansión en Manchuria y en Corea y estaba a punto de entrar en guerra contra Rusia. Se publicaban 2.000 ejemplares del periódico de esta asociación. Aun así fue un periódico sin una estructura organizativa fuerte detrás. D. Kotoku fue uno de los oradores más conocidos de este grupo.
Katayama (2) que abandona Japón desde 1902 hasta 1907, asistirá al Congreso de Amsterdam de la Segunda Internacional en 1904. El apretón de manos con Plejánov se consideró un símbolo importante en plena guerra ruso-japonesa, la cual duró desde febrero de 1904 hasta agosto de 1905.
Al comienzo de la guerra, Heiminsha tomó claramente posición contra ella, una toma de posición en nombre del pacifismo humanitario. La carrera por las ganancias en el sector armamentístico fue denunciada.
El 13 de marzo de 1904, Heimin Shinbun publica una carta abierta al Partido obrero social demócrata ruso, llamando a la unidad con los socialistas de Japón contra la guerra. Iskra nº 37 publicará su respuesta. Al mismo tiempo los socialistas japoneses difunden la literatura socialista entre los prisioneros de guerra rusos.
En 1904, 39 000 hojas contra la guerra fueron difundidas y unos 20 000 ejemplares de Heimin vendidos.
Fue así como las actividades imperialistas intensivas de Japón (guerras contra China en los años 1890, guerra con Rusia en 1904-05) obligaron al proletariado a tomar posición sobre la cuestión de la guerra. Incluso si su rechazo de la guerra imperialista no estaba aún arraigado sólidamente en el marxismo y seguía estando muy marcado por una orientación pacifista, la clase obrera demostraba estar desarrollando la tradición del internacionalismo.
La primera traducción de El Manifiesto comunista fue igualmente publicada por el Heimin en 1904. Hasta ese momento, los clásicos del marxismo no estaban disponibles en japonés.
Cuando el gobierno reprime a los revolucionarios, juzgando a muchos de ellos, Heimin deja de publicar y el periódico Chokugen (Palabra libre), que apareció poco después, estaba todavía impregnado de un fuerte pacifismo.
El capital tenía que cargar sobre la clase obrera el costo de la guerra. Los precios se duplicaron primero, para triplicarse después. El Estado, que inauguró una política de endeudamiento para financiar la guerra, agobió de impuestos a la clase obrera.
De igual manera que en Rusia en 1905, la agravación dramática de las condiciones de vida de los obreros en Japón lleva a la explosión de manifestaciones violentas en 1905 y a una serie de huelgas en los astilleros navales y en las minas durante 1906 y 1907. La burguesía, que nunca había dudado ni un solo instante en mandar a la tropa contra los obreros, en ese momento tampoco hizo una excepción; declarando, una vez más, ilegal toda organización obrera.
Aunque no existía todavía la organización de revolucionarios sino únicamente una tribuna revolucionaria contra la guerra, la guerra ruso-japonesa suscitó enseguida una fuerte polarización política. Una primera decantación se produjo entre los Cristianos Socialistas en torno a Kinoshita, Abe y el ala en torno a Kotoko (quien desde 1904-1905 adoptó un claro posicionamiento antiparlamentario) y la que se agrupaba alrededor de Katayama Sen y Tetsuji.
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1) Véase el texto “El proletariado de Europa occidental se encuentra en el centro de la generalización internacional de la lucha de clases : crítica de la teoría del eslabón más débil”, en la Revista internacional nº 31, 1982. Regiones como Japón o Norteamerica, aunque cumplen la mayoría de las condiciones necesarias para la revolución, no son, sin embargo, las áreas más favorables para el desarrollo del proceso revolucionario, a causa de la falta de experiencia y del retraso en el desarrollo de la conciencia del proletariado en esos países.
2) Durante el primer período de exilio de 1903 a 1907, participó en Texas (EE.UU.) con granjeros japoneses en experimentos agrícolas sigiendo las ideas socialistas utopistas de Cabet y Robert Owen. Tras la represión salió de Japón una vez más después de que estallara la Primera Guerra mundial, yéndose a Estados Unidos. Una vez allí, volvió a participar activamente en el medio emigrante japonés. En 1916, se vio con Trotski , Bujarin, Kollontai…en Nueva York. Una vez establecido el contacto, empezó a abandonar sus ideas cristianas. En 1919, se adhirió al Partido comunista independiente de EE.UU. y fundó una Asociación de socialistas japoneses en EE.UU. En 1921 se fue para Moscú, en donde vivió hasta su muerte en 1933. No parace haber hecho nunca la menor crítica contra el estalinismo. Se le hicieron funerales de Estado.
La guerra siempre ha sido una prueba para la clase obrera y las minorías revolucionarias. Los obreros son los primeros en sufrir las consecuencias de la guerra, pagándola con su misma vida o una explotación feroz. Pero el proletariado sigue siendo en la sociedad la única fuerza capaz de acabar con la barbarie echando abajo al capitalismo que la engendra.
Esta nueva guerra del Golfo y la importante agravación de las tensiones imperialistas que expresa, vienen precisamente a recordar al mundo la amenaza que para la humanidad es, un sistema condenado por la historia y cuya huida ciega en la guerra y el militarismo es la única respuesta a la crisis de su economía.
A pesar de que actualmente la clase obrera no posea la capacidad, mediante la lucha revolucionaria, de dar una respuesta al reto que la historia le plantea, es, sin embargo, de la mayor importancia que esta nueva irrupción de la barbarie pueda ser un factor de maduración de su conciencia. Ahora bien, la burguesía lo hace todo para que este conflicto, cuyo carácter imperialista no puede ocultar con pretextos humanitarios o del derecho internacional, no pueda ser aprovechado por el proletariado para desarrollar su conciencia Debe para eso apoyarse, en todos los paises, en su arsenal mediático e ideológico especializado en el lavado de cerebros.
Cualesquiera que sean los intereses imperialistas que oponen a las diversas fracciones nacionales de la burguesía, su propaganda tiene siempre dos temas en común: por un lado, que no es el capitalismo como un todo el responsable de la barbarie guerrera, sino tal o cual Estado en particular, o tal co cual régimen que lo dirige; por otro, que la guerra no es la expresión ineluctable del capitalismo, sino que existen posibilidades de pacificar las relaciones entre naciones.
Como la revolución, la guerra es un momento de la verdad para las organizaciones del proletariado que las obliga a tomar claramente posición en uno u otro campo.
Ante esta guerra, su preparación y su acompañamiento por parte de la burguesía de un verdadero diluvio de propaganda pacifista, les incumbe a las organizaciones revolucionarias, las únicas en poder defender un verdadero punto de vista clasista, movilizarse para una intervención decidida en su clase. Era su obligación denunciar en voz alta y clara el carácter imperialista de esta guerra –como el de todas las guerras que han devastado a la planeta a lo largo del siglo XX–, defender el internacionalismo proletario, oponer los intereses generales del proletariado a los de cualquier fracción de la burguesía, sea cual sea, rechazar todo apoyo a cualquier unión nacional, subrayar la única perspectiva posible para el proletariado, el desarrollo de la lucha de clases en todos los paises, hasta la revolución.
En lo que a la CCI se refiere, hemos movilizado todas nuestras fuerzas para asumir lo mejor posible la responsabilidad que nos incumbía.
La CCI ha intervenido vendiendo su prensa en las manifestaciones pacifistas que se han multiplicado en todos los países desde el mes de enero, y la importancia de las ventas realizadas en ellas demuestra su determinación en convencer de sus posiciones. En ciertos paises, se han publicado suplementos a la prensa territorial, y se han hecho llamamientos a reuniones públicas extraordinarias. En ciertas ciudades, éstas han permitido que contactos o discusiones se desarrollen con nuevos elementos que hasta entonces no conocían a la CCI.
Al día siguiente de los primeros bombardeos de Irak, la CCI difundió masivamente (en la medida de sus escasas fuerzas) una hoja (que aquí publicamos a continuación) dirigida hacia la clase obrera en los catorce paises en los que tiene una presencia organizada, o sea en cincuenta ciudades de todos los continentes excepto África. En ciertos paises, como India, hubo que traducirlo al hindú y al bengalí. Muchos simpatizantes se han unido a nuestra labor de reparto, permitiendo así su ampliación. De forma más selectiva, la hoja también fue repartida en las manifestaciones pacifistas. Se tradujo al ruso para permitir la intervención en un país en que la CCI no tiene presencia. El mismo día en que empezaron los bombardeos, se difundió en inglés y francés en el sitio internet de la CCI. También podrá ser consultado en dicho sitio en todos los idiomas en que ha sido traducido, incluidas otras lenguas, como el coreano, el persa y el portugués, que se utilizan en paises en donde no está presente la CCI.
Otras organizaciones revolucionarias de la Izquierda comunista también han intervenido en las manifestaciones pacifistas, especialmente repartiendo hojas. Por su defensa de un internacionalismo intransigente contra la guerra, que no permite la menor concesión a uno u otro campo burgués, se distinguen radicalmente del fárrago izquierdista.
En conformidad con la concepción que tiene de un medio revolucionario precisamente constituido por estas organizaciones, y en conformidad también con la práctica que le es propia desde que existe, la CCI se dirigió a esas organizaciones para una intervención común ante la guerra, precisando, en una carta dirigida a estos grupos, lo que hubiese podido contener esta intervención : “redactar y difundir un documento común de denuncia de la guerra imperialista y de las campañas burguesas que la acompañan” o “realizar reuniones públicas comunes en las que cada grupo podrá defender tanto las posiciones comunes que nos unen como los análisis específicos que nos diferencian”.
Publicamos aquí el contenido de nuestro llamamiento, así como un primer análisis de las respuestas que se nos han hecho, todas negativas. Esta situación ilustra que el medio revolucionario como un todo no está a la altura de las responsabilidades que le incumben, ante la actual situación bélica pero también, y esto es lo más grave, frente a la perspectiva del necesario reagrupamiento de los revolucionarios con vistas a la constitución del futuro partido de clase del proletariado internacional.
CCI
Propuestas de la CCI a los grupos revolucionarios para una intervención común frente a la guerra y respuestas a nuestro llamamiento
A continuación publicamos dos cartas que enviamosa las organizaciones de la Izquierda comunista, proponiéndoles unas modalidades para una intervención común frente a la guerra. Al no haber recibido la menor respuesta por parte de estas organizaciones a nuestra primera carta, acordamos mandar una segunda con nuevas propuestas, más modestas y a nuestro parecer más fácilmente aceptables por ellas. Entre todas las organizaciones a quienes mandamos nuestro llamamiento (Buró internacional para el Partido revolucionario –BIPR–, Partito comunista internazionale –Il Comunista, le Prolétaire–, Partito comunista internazionale –Il Partito comunista–, Partito comunista internazionale –Il Programa comunista), sólo se dignaron contestarnos el BIPR y el PCI-le Prolétaire. Esto dice mucho sobre la autosuficiencia de las demás organizaciones.
Camaradas,
El mundo está encaminándose hacia una nueva guerra con consecuencias trágicas: matanzas de poblaciones civiles y de proletarios en uniforme iraquí, intensificación de la explotación de los proletarios de los paises “democráticos” que van a ser los primeros en pagar el enorme incremento de los gastos militares de sus gobiernos... De hecho, esta nueva guerra del Golfo, cuyos objetivos son mucho más ambiciosos que los de la guerra del 91, amenaza con dejar a ésta muy por detrás tanto desde el punto de vista de las matanzas y sufrimientos que va provocar como del crecimiento de la inestabilidad que va acarrear en toda esta área de Oriente Medio, ya tan afectada por los conflictos imperialistas.
Como cada vez que se preparan las guerras, asistimos hoy a un brutal desencadenamiento de campañas de mentiras, cuyo objetivo es hacer aceptar a los explotados los nuevos crímenes que se disponde a cometer el capitalismo. Por un lado, se justifica la guerra en preparación, presentándola como una “necesidad para impedir a un dictador sanguinario que amenace la seguridad del mundo con sus armas de destrucción masiva”. Por el otro, se pretende que “la guerra no es inevitable y que hay que apoyarse en la acción de Naciones Unidas”. Saben perfectamente los comunistas lo que valen semejantes discursos: los principales poseedores de armas de destrucción masiva son precisamente aquellos paises que pretenden hoy garantizar la seguridad del planeta, cuyos dirigentes jamás han vacilado en utilizarlas cuando lo consideraban necesario para la defensa de sus intereses imperialistas. En cuanto a los Estados que hoy llaman a “la paz”, también sabemos perfectamente que no lo hacen sino para defender sus propios intereses imperialistas amenazados por las ambiciones de Estados Unidos, y que tampoco vacilarán mañana en desencadenar matanzas si lo exigen sus intereses. Los comunistas también saben que no hay nada que esperar de esa “ guarida de bandoleros” (como llamaba Lenin a la Sociedad de Naciones) llamada Organización de las Naciones Unidas sucesora de aquella.
Junto a estas campañas organizadas por los gobiernos y los media a sus órdenes, también vemos desarrollase unas campañas pacifistas sin precedente, sobre todo bajo la batuta de los movimientos antimundialización, mucho más masivas y ruidosas que las del 90-91 cuando la primera guerra del Golfo o que las del 99 cuando los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia.
La guerra siempre ha sido una cuestión central para el proletariado y las organizaciones que defienden los intereses de clase y la perspectiva histórica del derrocamiento del capitalismo. Las corrientes que tomaron una posición clara al respecto cuando las conferencias de Zimmerwald y Kienthal, rotundamente internacionalista, fueron las mismas que se pusieron en la vanguardia de la Revolución de Octubre en 1917, de la oleada revolucionaria internacional y de la fundación de la Internacional comunista. La historia también demostró claramente durante aquel período que el proletariado es la única fuerza que puede realmente oponerse a la guerra imperialista, no alineándose tras las ilusiones pacifistas y democráticas pequeñoburguesas, sino entablando el combate en su propio terreno de clase contra el capitalismo como un todo y contra las mentiras pacifistas. En este sentido, la historia también nos ha enseñado que la denuncia por parte de las organizaciones comunistas de la matanza imperialista y de cualquier manifestación de chovinismo también ha de estar acompañada por la denuncia del pacifismo.
Fueron las Izquierdas de la IIª Internacional (y en particular los bolcheviques) quienes defendieron con la mayor claridad la verdadera posición internacionalista cuando la primera carnicería imperialista. Y le incumbió a la Izquierda comunista de la IC (en particular la Izquierda italiana) el papel de defender la posición internacionalista contra las traiciones de los partidos de la IC, frente a la Segunda Guerra mundial.
Cara a la guerra que se está preparando y a todas las campañas de mentiras que se están hoy desencadenando, está claro que solo las organizaciones vinculadas a la corriente histórica de la Izquierda comunista son realmente capaces de defender una verdadera posición internacionalista.
1) La guerra imperialista no es el resultado de una política “mala” o “criminal” de tal o cual gobierno en particular, o de tal o cual sector de la clase dominante; el capitalismo como un todo es el responsable de la guerra imperialista.
2) En este sentido, frente a la guerra imperialista, la posición del proletariado y de los comunistas no puede en ningún momento ser la de alinearse, aunque sea de forma “crítica”, a una u otra de las fuerzas en conflicto; concretamente, denunciar la ofensiva norteamericana en Irak no significa de ningún modo apoyar a éste o a su burguesía.
3) La única posición conforme a los intereses del proletariado es la lucha contra el capitalismo como un todo y, por lo tanto, contra todos los sectores de la burguesía mundial, con la perspectiva, no de un “capitalismo pacífico”, sino del derrocamiento del sistema y la instauración de la dictadura del proletariado.
4) En el mejor de los casos, el pacifismo no es sino una ilusión pequeñoburguesa que tiende a desviar al proletariado de su estricto terreno de clase; lo más a menudo, no es sino un instrumento cínicamente utilizado por la burguesía para arrastrar a los proletarios hacia la guerra imperialista en defensa de los sectores “pacifistas” y “democráticos” de la clase dominante. En este sentido, la defensa de la posición internacionalista proletaria es inseparable de la denuncia sin concesión alguna del pacifismo.
Más allá de las divergencias existentes entre ellos, los actuales grupos de la Izquierda comunista comparten todas estas posiciones fundamentales. La CCI es consciente de esas divergencias y no intenta callarlas. Al contrario, siempre se ha esforzado en su prensa en señalar los desacuerdos que tiene con los demás grupos y luchar contra los análisis que considera falsos. Dicho esto, y conforme con la actitud de los bolcheviques en 1915 en Zimmerwald como con la de la Izquierda italiana en los años 30, la CCI considera que incumbe a los verdaderos comunistas la responsabilidad de presentar al conjunto de la clase las posiciones fundamentales del internacionalismo de la forma más amplia posible. Según nosotros, esto supone que los grupos de la Izquierda comunista no se conformen con su intervención propia aislada de los demás, sino que se asocien para expresar en común sus posiciones comunes. La CCI considera que una intervención común de los diferentes grupos de la Izquierda comunista tendría un impacto político en la clase obrera mucho más allá que la simple suma de sus fuerzas respectivas, que ya sabemos todos, son muy débiles actualmente. Por estas razones, la CCI propone a los grupos citados reunirse para discutir juntos de los medios posibles que permitirían a la Izquierda comunista hablar con una sola voz en favor de la defensa del internacionalismo proletario, sin prejuzgar o cuestionar la intervención específica de cada uno de los grupos. Concretamente, la CCI propone a los grupos citados:
– redactar y difundir un documento común de denuncia de la guerra imperialista y de las campañas burguesas que la acompañan;
– organizar reuniones públicas comunes en las que cada grupo podrá defender tanto las posiciones comunes que nos unen como los análisis específicos que nos distinguen.
Claro está, la CCI está dispuesta a cualquier otra iniciativa que permita difundir las posiciones internacionalistas.
En marzo de 1999, la CCI ya mandó un llamamiento de este tipo a estas organizaciones. Desgraciadamente, ninguna contestó favorablemente y ésta es la razón por la que consideramos inútil repetir el llamamiento cuando la guerra en Afganistán en 2001. Si hoy lanzamos de nuevo este llamamiento, es porque pensamos que todos los grupos de la Izquierda comunista, conscientes de la terrible gravedad de la situación actual y de la excepcional amplitud de las engañosas campañas pacifistas, tendrán empeño en hacerlo todo para que se haga oir lo mejor posible la posición internacionalista.
Os pedimos que nos mandéis cuanto antes vuestra respuesta a esta carta, mandándola a las señas precisadas en el membrete. Para ganar tiempo, también os proponemos que mandéis una copia a las señas de nuestras secciones territoriales más cercanas de vuestra organización o a militantes de la CCI que conozcáis.
Con nuestros saludos comunistas.
Camaradas,
(...) Con toda evidencia, se puede suponer que consideráis que la adopción por parte de diversos grupos de la Izquierda comunista de un documento común que denuncie la guerra imperialista y las campañas pacifistas puede sembrar confusión y ocultar las divergencias existentes entre nuestras organizaciones. Ya sabéis que no es ésa nuestra opinión pero no vamos a intentar aquí convenceros. El objetivo esencial de esta carta es haceros la siguiente propuesta: organizar reuniones públicas en las que cada una de las organizaciones de la Izquierda comunista representadas, bajo su responsabilidad exclusiva, haría su propia presentación y aportaría sus propios argumentos a la discusión. Esta propuesta responde a vuestra preocupación de que no se confundan nuestra posiciones respectivas, y que sea imposible cualquier amalgama entre nuestras organizaciones. Esta fórmula permitiría a su vez hacer público con el máximo impacto (a pesar de que sea muy modesto) el hecho de que, contra las diversas posiciones burguesas (sean éstas favorables a un apoyo a tal o cual campo militar en nombre de la “democracia” o del “anti-imperialismo”, o se presenten como “pacifistas” en nombre de los “derechos de la ley internacional” u otras zarandajas) existe una posición internacionalista, proletaria y revolucionaria, que solo son capaces de defender los grupos vinculados a la Izquierda internacional. Y esta fórmula permitiría que un máximo de elementos que se van interesando por las posiciones de la Izquierda comunista puedan encontrarse y discutir entre ellos, así como con las organizaciones que defienden estas posiciones, y también podrían entonces profundizar lo más claramente posible los desacuerdos que las distinguen.
Para que las cosas queden claras: esta propuesta no tiene, ni mucho menos, el objetivo de que la CCI pueda ampliar sus auditorio al darse la oportunidad de tomar la palabra ante elementos que habitualmente frecuentan las reuniones públicas o permanencias de vuestras organizaciones. Como prueba de lo que decimos, hacemos la siguiente propuesta: las reuniones públicas que ha previsto hacer la CCI durante este período y que se dedicarán evidentemente a la cuestión de la guerra y de la actitud del proletariado al respecto, podrán ser transformadas, si estáis de acuerdo, en reuniones públicas del tipo de las que proponemos. Este tipo de fórmula es particularmente realizable en ciudades o paises en que hay militantes de organizaciones diferentes. Pero nuestra propuesta también se aplica a otras ciudades y otros paises: concretamente, sería con la mayor satisfacción si pudiéramos organizar, por ejemplo, una reunión pública común en Colonia o en Zurich con la presencia de militantes de la Izquierda comunista que viven en Inglaterra, Francia o Italia. Estamos naturalmente dispuestos a alojar a militantes de vuestra organización que participaran en estas reuniónes públicas así como a traducir, si es necesario, las presentaciones y sus intervenciones.
Si esta propuesta os conviene, rogamos que contestéis cuanto antes (eventualmente por Internet a las señas indicadas abajo) para que podamos tomar las disposiciones necesarias. En cualquier caso, hasta si rechazáis nuestra propuesta (lo que naturalmente lamentaríamos), vuestra organización y sus militantes están cordialmente invitados a participar a nuestras reuniones públicas, para defender sus posiciones.
Esperando vuestra respuesta, os mandamos nuestros saludos comunistas e internacionalistas (...).
Estimados camaradas,
Hemos recibido vuestro “llamamiento” para la unidad de acción contra la guerra. Estamos en la obligación de rechazarlo por razones que ya deberéis conocer y que vamos a resumir.
Si casi treinta años después de la primera Conferencia de la Izquierda comunista, no solo no se han reducido las divergencias entre nosotros y la CCI sino que han aumentado, y que al mismo tiempo la CCI ha sufrido las escisiones que conocemos, esto significa - y está claro para cualquiera que observe el fenómeno en su esencia - que la CCI no puede ser considerada por nuestra parte como un interlocutor aceptable para definir una forma de unidad de acción.
No es posible “unir” a quienes consideran que un peligro gravísimo amenaza a una clase obrera que ha sufrido sin casi reaccionar ataques brutales contra su nivel de vida, el empleo y las condiciones laborales y que corre ahora el riesgo de ser encadenada al carro de la guerra con quienes –como la CCI– consideran que la guerra no se ha declarado todavía porque... la clase obrera no está derrotada y, por lo tanto, impide la guerra. ¿Qué podríamos decir juntos? Resulta evidente que los principios generales enunciados en el llamamiento no bastan para resolver la enormidad del problema.
Por otro lado, la unidad de acción –contra la guerra como sobre cualquier otro problema– puede realizarse sin confusiones entre interlocutores políticos definidos e identificables y que comparten posiciones políticas que consideran esenciales en común. Ya hemos visto que sobre un punto que consideramos esencial existen posiciones antitéticas, pero independientemente de las posibilidades o no de convergencias políticas futuras, es esencial que la hipotética unidad de acción organizada entre tendencias políticas diferentes vea la tendencia de todas los componentes en las que tales tendencias se entienden o se dividen. Esto significa que no tiene sentido la unidad de acción entre partes de diferentes corrientes políticas cuando las demás... partes quedan fuera, claro está con una actitud crítica y antagónica.
Bueno, pues vosotros (la CCI) formáis parte de una tendencia política que se reparte ahora en varios grupos que se reivindican todos de la ortodoxia de la CCI, como lo hacen todos los grupos bordiguistas a los que os dirigís, aparte de nosotros.
Todo lo que decís en vuestro “Llamamiento” en cuanto a cerrar las filas revolucionarias frente a la guerra tendría que aplicarse ante todo en vuestra propia tendencia, como así podría serlo en las tendencias bordiguistas.
Francamente, sería más serio que tal llamamiento se hiciera justamente a la FICCI o a la ex-FECCI, como sería igualmente responsable que Programa comunista o Il Comunista-Le Prolétaire hagan juntos un llamamiento similar a los numerosos demás grupos bodiguistas del mundo. ¿Por qué sería más responsable? Porque sería un intento de invertir la ridícula - cuando no dramática - tendencia a dividirse siempre más, a medida que van creciendo las contradicciones del capitalismo y los problemas que ello plantea a la clase obrera.
Pero es ahora evidente que en ambos casos, esta tendencia dramática ridícula caracteriza a ambas corrientes.
No es por casualidad, y volvemos a la otra cuestión esencial. La posición teórica y el método, las posiciones políticas, la concepción de la organización de la CCI (como la de Programa comunista en sus orígenes) tienen de toda evidencia... defectos, si sobre esa base se producen quiebras y escisiones cada vez que se exacerban los problemas del capitalismo y las relaciones entre las clases.
Si 60 años tras la creación del PC Internacionalista en Italia y 58 años después del final de la Segunda Guerra mundial se siguen dividiendo dos de las tres tendencias presentes en la Izquierda comunista, es que habrá una razón.
Insistimos: no se trata de una ausencia de crecimiento o de una carencia de arraigo en la clase obrera; ambas dependen de la enorme dificultad que tiene la clase para salir de la derrota histórica de la contrarrevolución estalinista. Aquí planteamos, por lo contrario, el problema de la fragmentación de estas tendencias políticas en una constelación de grupos que se reivindican todos de la ortodoxia. Las causas están –como hemos tenido ocasión de defenderlo en varias ocasiones– en la debilidad... de la ortodoxia, y, por lo tanto, en su incapacidad en entender y explicar la dinámica del capitalismo y elaborar las orientaciones políticas que corresponden. En conclusión, nos parece que el objetivo de recomponer la Izquierda comunista en un marco político unitario se ha vuelto inalcanzable, debido a que dos de sus componentes expresan una impotencia evidente para explicar los acontecimientos en términos coherentes con la realidad y, debido a esta impotencia, no logran más que dividirse siempre más.
Esto no significa evidentemente, por nuestra parte, un encierro en nosotros mismos y –de la misma forma como ya hemos sabido tomar las iniciativas adecuadas para romper el aislamiento durante los lejanos años 76 y lanzar una dinámica de debate en el campo político proletario– intentaremos hoy tomar iniciativas adecuadas para romper el viejo marco político, bloqueado ahora, y renovar la tradición revolucionaria e internacionalista en un nuevo proceso de arraigo en la clase.
Camaradas,
Hemos recibido vuestra carta del 24 de marzo, que también contenía vuestra carta precedente del 11 de febrero. Ya hemos tenido oralmente ocasión de contestar a la propuesta contenida en ellas durante una reunión de lectores y también lo haremos en las páginas de Le Prolétaire. Aunque parezca que abandonéis la idea de un texto común, vuestra nueva propuesta sigue el mismo frentismo político y no puede recibir más que una respuesta negativa por nuestra parte.
Con nuestros saludos comunistas,
No es la primera vez que la CCI hace un llamamiento a los gruposdel medio Político Proletario para una intervención común antela aceleración de la situación mundial. Como nuestra carta lo recuerda, ya hicimos un llamamiento así en marzo de 1999 anteel desencadenamiento de la barbarie bélica en Kosovo. Lo esencialde la argumentación que defendimos entonces en los artículos publicados sobre las respuestas negativas que ese llamamiento había suscitado (1) sigue estando perfectamente adaptado a la situación actual. Sin embargo, si nos parece necesario tomar brevemente postura sobre las respuestas negativas que hemos recibido es para dejar constancia de una actitud política que es, a nuestro entender, perjudicial paralos intereses históricos del proletariado. Es evidente que habremos de volver de modo más exhaustivo sobre este tema en próximos artículos. El PCInt (le Prolétaire), por su parte, ha anunciado también en su carta que iba a hacer lo mismo en su prensa.
Nos limitaremos, pues, aquí a considerar los argumentos dados por ambos grupos en su rechazo a nuestras dos propuestas: la difusión de un documento contra la guerra basado en nuestras posiciones internacionalistas comunes, y la organización de reuniones que permitieran a la vez realizar una denuncia común de la guerra y confrontar nuestras divergencias.
La breve carta del PCInt (Le Prolétaire) considera que nuestro llamamiento es “frentismo”. Esta respuesta es la misma que se nos dio oralmente en una permanencia del PCInt en Aix-en-Provence (Sur de Francia) el 1º de marzo, en donde también se nos dijo que el método de la CCI era buscar el “mínimo común denominador” entre las organizaciones. Por lo demás, esos argumentos de lo más somero son coherentes con otros, más desarrollados sin por ello ser más convincentes, propuestos por el PCInt en una polémica contra nosotros en le Prolétaire nº 465. Ésta nos permite abordar brevemente las ideas organizativas del PCInt.
Hay que decir de entrada que este artículo es un paso adelante comparado con la actitud del PCInt en los años 70 y 80. Entonces solíamos confrontarnos a una organización que se consideraba ya como “el partido compacto y potente” y única guía de la revolución proletaria cuyo único programa debía ser el “invariable” de… 1848, ahora el PCInt nos dice:
“Lejos de nosotros creernos ‘los únicos en el mundo’, defendemos, al contrario, la necesidad de la crítica programática intransigente y de la lucha política contra las posiciones que consideramos falsas y las organizaciones que las defienden”
Le Prolétaire parece creer que nosotros queremos atraer a gente para ir hacia la formación del partido basándonos en el mínimo común denominador. A esto le opone él un método que considera que todas las demás organizaciones y sus posiciones deben combatirse por igual, o sea sin hacer la menor distinción entre las que mantienen posiciones internacionalistas y las trotskistas y estalinistas que abandonaron hace ya mucho tiempo el terreno de la clase obrera con su apoyo más o menos explícito a uno u otro campo en la guerra imperialista. Un método así sólo puede llevar a pensar que la de uno es la única organización que defiende el programa de la clase obrera y que, por lo tanto, es la única base para construir el partido y, al fin y al cabo del análisis, actuar como si uno fuera el único en el mundo en la defensa de las posiciones de clase.
El PCInt constata igualmente que la situación de hoy no tienen nada que ver con la de Zimmerwald y de Kienthal, considerando que nuestra referencia a los principios de Zimmerwald no es válida pues se basaría en una comparación abusiva. Lo cual significa que no ha entendido nada –o no quiere entender- de nuestra propuesta.
No es necesario ser marxista para comprobar que la situación actual no es idéntica a la de 1917, ni siquiera a la de 1915, año de Zimmerwald. Sin embargo, sí existen rasgos significativos comunes entre esos dos períodos: la guerra imperialista está presente en el proscenio de la historia, lo cual implica para los elementos más avanzados de la clase obrera que una cuestión es prioritaria sobre las demás: la del internacionalismo contra esa guerra. Es responsabilidad de esos elementos el hacer oír su voz contra el cenagal de la propaganda y de la ideología burguesas. Hablar de “frentismo” y de “mínimo común denominador”, no sólo impide que salgan a la luz las divergencias entre internacionalistas sino que es además un factor de confusión en la medida en que la verdadera divergencia, la frontera de clase que separa a los internacionalistas de toda la burguesía, desde la derecha a la extrema izquierda, se pone en el mismo plano que las divergencias entre internacionalistas.
La acusación de “frentismo” se basa de hecho en un error profundo de cuál es la naturaleza real del frentismo, tal como lo entendieron y denunciaron nuestros predecesores de la Izquierda comunista. Este término hace referencia a las tácticas adoptadas por una IIIª Internacional que intentaba –aunque de un modo erróneo y oportunista– romper el aislamiento de la Revolución rusa. Después, y en el proceso de su degeneración, la Internacional comunista se fue convirtiendo cada vez más en instrumento de la política exterior del Estado ruso, el cual usó esa táctica del frentismo como instrumento de esa política. El frentismo –como “el frente único obrero en la base” defendido por la IC– fue, pues, un intento de crear una unidad de acción entre los partidos de la Internacional que habían permanecido fieles al internacionalismo proletario, y los partidos socialdemócratas, especialmente, que habían apoyado el esfuerzo de guerra del Estado burgués en 1914. O sea, el frentismo pretendía crear un frente único entre dos clases enemigas, entre las organizaciones del proletariado y las que irremediablemente se habían pasado al campo de la burguesía.
Refugiándose tras las diferencias del período histórico y el rechazo del frentismo, el PCInt esquiva los verdaderos problemas y las responsabilidades que a los internacionalistas incumben hoy. Cuando hacemos un llamamiento recordando al Lenin de Zimmerwald, es en el plano de los principios. Piense lo que piense el PCInt, estamos de acuerdo con él en la necesidad de la crítica programática y de la lucha política. También nosotros combatimos las ideas que consideramos erróneas, pero con una salvedad: una vez que se ha tenido en cuenta la diferencia de naturaleza que existe entre las organizaciones de la burguesía y las del proletariado, de éstas son las posiciones políticas lo que combatimos y no las organizaciones.
“El partido único que guiará mañana al proletariado en al revolución y la dictadura no podrá nacer de la fusión de organizaciones y por lo tanto, de programas heterogéneos, sino de la victoria muy precisa de un programa sobre los demás (…) deberá tener un programa también único, no equívoco, el programa comunista auténtico que es la síntesis de todas las enseñanzas de las batallas pasadas…”
Nosotros también estimamos que el proletariado no podrá hacer la revolución sin haber sido capaz de hacer surgir un partido comunista mundial basado en un solo programa (2) , síntesis de las enseñanzas del pasado. Pero la cuestión es saber cómo podrá surgir ese partido. Nosotros no creemos que vaya a surgir todo ya bien preparadito en el momento revolucionario, como Atenea de la cabeza de Zeus, sino que debe irse preparando ya. Fue precisamente esa preparación lo que le faltó a la Tercera internacional. Dos cosas son necesarias en esa preparación: primera, delimitar claramente las posiciones internacionalistas de toda la ganga izquierdista que acaba siempre defendiendo tal o cual fracción burguesa en la guerra imperialista; y, segundo, permitir que las divergencias existentes dentro del campo internacionalista puedan confrontarse en un debate contradictorio. Poner hoy la formación del partido mundial en el mismo plano que la defensa del internacionalismo contra la guerra imperialista, es dar prueba de idealismo, dando la espalda a una necesidad urgente de la situación actual en nombre de una perspectiva histórica que sólo podrá florecer gracias a un desarrollo masivo de la lucha de clases y de la labor previa de clarificación y de decantación en las minorías revolucionarias.
En cuanto al rechazo de “la fusión de organizaciones” por parte de Le Proletaire, lo único que éste hace es olvidarse de la historia: ¿habrá que recordar que el llamamiento a la IIIª Internacional no se dirigió únicamente a los bolcheviques, como tampoco únicamente a socialdemócratas que se habían mantenido fieles al internacionalismo como el grupo Spartakus de Rosa Luxemburg y de Liebnecht? Fue dirigido también a anarcosindicalistas, la CNT española por ejemplo, a sindicalistas revolucionarios como Rosmer y Monate en Francia y las IWW norteamericanas, a los “industrial unionist” del movimiento de los shop-stewards en Gran Bretaña, e incluso a “De Leonistas” como el SLP escocés de John Maclean. El Partido bolchevique mismo, solo unos meses antes de la revolución de Octubre, integraba en su seno a la organización de Trotski, que contaba con antiguos mencheviques internacionalistas. Es evidente que no se trataba de una especia de fusión “ecuménica”, sino de un agrupamiento de organizaciones proletarias fieles al internacionalismo durante la guerra en torno a las ideas de los bolcheviques cuya validez había quedado demostrada por evolución de los hechos y sobre todo la acción obrera. Esta experiencia histórica ilustra perfectamente la inexactitud de la idea del PCInt de que una fusión de organizaciones equivaldría a una fusión de programas.
Izar hoy bien alto el estandarte del internacionalismo y crear áreas de debate en el seno del campo internacionalista permitiría a los elementos en búsqueda de claridad revolucionaria aprender a desvelar todas las mentiras propagandísticas de la burguesía democrática, pacifista e izquierdista, aprender a forjarse en la lucha política. El PCint afirma querer combatir a la CCI, su programa, sus análisis, su política, y “llevar a cabo una política sin compromisos contra todos los confusionistas” (y entre ellos la CCI). Muy bien, aceptamos el reto. El problema es que para que exista ese combate (o sea, combate político dentro del campo proletario), las fuerzas opuestas deben encontrarse en un marco; no podemos sino lamentar que el PCInt prefiera “combatir” desde su sede pontifical y dogmática antes que encarar las asperezas y las realidades de un debate contradictorio, so pretexto de que éste sería una “unión democrática y ecuménica”(3). Rechazar nuestra propuesta, eso no es “combatir”; al contrario, eso es rehusar el combate real y necesario en favor de un combate ideal e irreal.
El BIPR da cuatro razones para justificar su rechazo, resumidas aquí:
1. La CCI cree que es la clase obrera la que impide el estallido de la guerra imperialista mundial, no puede, pues, ser considerada como “un interlocutor válido”.
2. La Izquierda comunista está fraccionada en tres tendencias (o sea, los bordiguistas, el BIPR y la CCI), dos de los cuales (los bordiguistas y la CCI) se han roto en varios grupos que se reivindican todos ellos de la “ortodoxia” de origen. Para el BIPR no es posible considerar una acción común entre esas “tendencias” antes de que éstas se hayan reunido ellas mismas (la antigua “fracción externa” y la actual “fracción interna” de la CCI forman parte, según el BIPR, de “nuestra tendencia”)”es esencial que la hipotética unidad de acción organizada entre tendencias políticas diferentes vea la tendencia de todas los componentes en las que tales tendencias se entienden o se dividen” Por ello, “sería más serio que tal llamamiento se hiciera justamente a la FICCI y a la ex-FECCI” (ésta, según el BIPR, formarían parte de lo que el BIPR llama “nuestra tendencia”).
3. El que la CCI tenga escisiones sería el resultado de sus debilidades teóricas, y de ahí su “incapacidad, pues, para comprender y explicar la dinámica del capitalismo y elaborar las orientaciones políticas necesarias”. De ahí que (ya que el BIPR nos pone en el mismo cesto que los grupos bordiguistas) el BIPR se considere hoy como único superviviente válido y capaz de la Izquierda Italiana.
4. Como consecuencia de todo eso, sólo quedaría el BIPR para ser capaz de “tomar las iniciativas adecuadas” y “superar el viejo marco político, hoy bloqueado, y renovar la tradición revolucionaria e internacionalista en un nuevo proceso de arraigo en la clase”.
Antes de tratar los problemas de fondo, hay que despejar el terreno sobre la cuestión de esas “fracciones” que, según el BIPR, deberían ser el primer objeto de nuestras preocupaciones. En lo referente a la antigua “Fracción externa” de la CCI, creemos que lo “serio” por parte del BIPR sería que prestara atención a las posiciones de ese grupo (conocido hoy con el nombre de Perspective internationaliste). Se daría así cuenta de que, tras haber abandonado por completo la base misma de las posiciones de la CCI, o sea la decadencia del capitalismo, PI ya no se reivindica de nuestra plataforma y ha dejado de llamarse “fracción” de la CCI. Pero no es eso lo esencial. Que ese grupo pertenezca o no políticamente a lo que el BIPR llama nuestra “tendencia”, si la CCI no le ha transmitido su llamamiento es por razones muy diferentes de los análisis políticos que defiende. Y el BIPR lo sabe muy bien. Ese grupo se fundó basándose en métodos de parásito, denigrando y calumniando a la CCI; y fue en base a ese juicio político(4) si la CCI no lo considera como parte de la Izquierda comunista. En cuanto al grupo que hoy se pretende “fracción interna” de la CCI, es todavía peor. Si el BIPR ha leído el boletín nº 14 de esa FICCI y nuestra prensa territorial (ver el artículo “los métodos policiacos de la FICCI” en Révolution internationale nº 330) sabrá perfectamente que las organizaciones revolucionarias no pueden realizar la menor labor conjunta con sujetos que se comportan como soplones en beneficio de las fuerzas de represión del Estado burgués. ¿O es que el BIPR no tiene opinión al respecto?
Veamos ahora un argumento que merece amplios comentario por nuestra parte: nuestras posiciones políticas serían muy distantes para poder actuar juntos. Ya hemos señalado que esa actitud está a mil leguas de la de Lenin y los bolcheviques en la conferencia de Zimmerwald, en la que éstos firmaron un Manifiesto común con las demás fuerzas internacionalistas, a pesar de que las divisiones entre los participantes en Zimmerwald eran sin lugar a dudas más mucho más profundas que las divisiones entre los grupos internacionalistas de hoy. Para dar un solo ejemplo, los socialistas-revolucionarios, que ni siquiera eran marxistas y que acabaron en su mayoría adoptando una postura contrarrevolucionaria en 1917, participaron en la conferencia de Zimmerwald.
No se entiende muy bien por qué nuestro análisis de la relación de fuerzas entre las clases a nivel global sería un criterio discriminatorio que impide una intervención común frente a la guerra y, en ese marco, un debate contradictorio sobre esa cuestión u otras. Ya hemos explicado amplia y frecuentemente las bases de nuestra posición sobre el curso histórico en las páginas de esta Revista. El método en que se basa nuestro análisis es el mismo que cuando las Conferencias internacionales de la Izquierda comunista iniciadas por Battaglia Comunista y apoyadas por la CCI a finales de los años 70. Nuestra posición no es, pues, un descubrimiento para el BIPR. Sobre esas Conferencias, el propio BIPR hacía explícitamente referencia a Zimmerwald y Kienthal:
“... no se alcanza una política de clase, ni la creación del partido mundial de la revolución, menos todavía una estrategia revolucionaria, si no se decide a hacer funcionar, desde ahora, un centro internacional de enlace y de información que sea una anticipación y una síntesis de lo que será la futura Internacional, como Zimmerwald y más todavía Kienthal fueron un esbozo de la IIIª Internacional” (Carta del “Llamamiento” de BC a la Primera Conferencia, 1976)
¿Qué ha cambiado desde entonces que justifique una menor unidad entre internacionalistas y el rechazo de nuestra propuesta, la cual no pretendía ni siquiera construir un “centro de enlace”?
En realidad, el BIPR debería ver la situación actual con un poco de perspectiva y relativizar la importancia que da a lo que a él le parece ser nuestro “análisis erróneo de la relación de fuerzas entre las clases”. En efecto, hay al menos algo que sí ha cambiado en varias ocasiones desde la época de las Conferencias, y es el análisis del BIPR sobre la relación de fuerzas entre las clases y sobre los factores que impidieron una nueva guerra mundial antes de 1989. En verdad, hemos leído toda clase de explicaciones al respecto por parte del BIPR: una vez era que la guerra no había estallado porque los bloques imperialistas no estaban lo suficientemente consolidados, y eso que nunca antes en la historia se habían visto dos bloques tan cimentados como lo estaban el bloque americano y el bloque ruso. Otra vez era el terror que inspiraba a la burguesía la idea de una guerra nuclear lo que la retenía. Y, en fin, el último hallazgo que el BIPR mantuvo hasta el desmoronamiento del bloque ruso ante los golpes de ariete de la crisis económica, fue que la tercera guerra mundial no podía estallar a causa… ¡del nivel insuficientemente profundo de la crisis económica!
Recordemos que dos meses antes de la caída del muro de Berlín, la CCI afirmó que el nuevo período que se abría estaría marcado por la disgregación de los bloques. Dos meses después, la CCI escribía que esta situación acabaría desembocando en un caos creciente, alimentado sobre todo por la oposición entre las potencias imperialistas de segundo y tercer orden a los intentos por parte de Estados Unidos para mantener y reforzar su papel de gendarme del mundo (ver sobre esto los nº 60 y 61 de esta Revista). El BIPR, en cambio, tras haber evocado durante cierto tiempo la hipótesis de una nueva expansión económica gracias a la “reconstrucción” de los países del Este(5), se puso a defender la noción de un nuevo bloque basado en la Unión Europea que entraría en competencia con Estados Unidos. Es hoy evidente que la “reconstrucción” de los países del antiguo bloque del Este es pólvora mojada, y, por otra parte, con la nueva guerra de Irak, la UE no ha estado nunca tan dividida, nunca había sido tan incapaz de actuar de un modo unitario en política exterior común, ni ha estado tan lejos de formar aunque solo sea una apariencia de bloque imperialista. La divergencia entre el plano económico (ampliación y unificación de Europa en lo económico: introducción del Euro, ingreso de nuevos países miembros) y el plano imperialista (impotencia total y evidente de Europa en ese ámbito) no hace sino subrayar el aspecto fundamental de la dinámica del capitalismo en su período de decadencia, lo cual el BIPR sigue negándose a reconocer: los conflictos interimperialistas no son el resultado directo de la competencia económica, sino la consecuencia del bloqueo económico en un plano más general de la sociedad capitalista. Sean cuales sean los desacuerdos entre nuestras organizaciones, debemos preguntarnos en qué basa el BIPR su apreciación de que él, contrariamente a la CCI, sí sería capaz de explicar “la dinámica del capitalismo”.
Las cosas tampoco están muy claras sobre el análisis de la lucha de clases. El BIPR reprocha a la CCI que sobrevaloramos la fuerza del proletariado y nuestro análisis sobre el curso histórico. Y es, sin embargo, el BIPR el que tiene una deplorable tendencia a dejarse arrastrar por el entusiasmo del momento cada vez que percibe algo que se parece a una especie de movimiento “anticapitalista”. Sin entrar en detalles, recordemos sólo el saludo de Battaglia comunista a los movimientos en Rumanía en una artículo titulado “Ceaucescu ha muerto, pero el capitalismo sigue vivo”:
“Rumanía es el primer país en las regiones industrializadas en el que la crisis económica mundial ha hecho surgir una real y auténtica insurrección popular cuyo resultado ha sido el derrocamiento del gobierno (…) En Rumanía, todas las condiciones subjetivas estaban reunidas para transformar la insurrección en una verdadera revolución social”.
Cuando los acontecimientos de Argentina de 2002, el BIPR ha seguido tomando unas revueltas interclasistas contra gobiernos corruptos por insurrecciones de clase y proletarias:
“[El proletariado] se ha echado espontáneamente a la calle llevando tras sí a la juventud, a los estudiantes, a partes importantes de la pequeña burguesía proletarizada y pauperizada como él. Todos juntos han lanzado su rabia contra los santuarios del capitalismo, los bancos, las oficinas y sobre todo los supermercados y otros almacenes asaltados como los hornos de pan en la Edad Media (…) La revuelta no ha cesado, extendiéndose a todo el país, adquiriendo características cada día más clasistas. Fue asaltada incluso la sede del Gobierno, monumento simbólico de la explotación y de la rapiña financiera.”(6)
En cambio, la CCI, a pesar de su “sobreestimación idealista” de las fuerzas del proletariado, no ha cesado de poner en guardia contra los peligros que la situación histórica global hace correr al proletariado en su capacidad para proponer sus perspectivas, sobre todo desde 1989, y contra las calenturas inmediatistas sin porvenir, provocadas por todo lo que se agita. Mientras el BIPR se entusiasmaba por las luchas en Rumanía, nosotros escribíamos:
“Frente a tales ataques, este proletariado [el de Europa del Este] va a luchar, va a intentar resistir, (…) Pero la cuestión es: ¿en qué contexto, en qué condiciones se van a desarrollar estas huelgas? La respuesta no debe contener la menor ambigüedad: una confusión extrema debida a la debilidad y la falta de experiencia política de la clase obrera en el Este, inexperiencia que la hace particularmente vulnerable ante todas las mistificaciones democráticas, sindicales y al veneno nacionalista. (…) No se puede excluir la posibilidad, para fracciones importantes de la clase obrera, de dejarse encuadrar y masacrar por intereses que le son totalmente opuestos, en las luchas entre las diferentes cuadrillas nacionalistas, o entre bandas «democráticas» y estalinistas” (Recuérdese Grozny en Chechenia o la guerra entre Armenia y Azerbaiyán…).
En cuanto a la situación en Occidente, nosotros escribíamos:
“En un primer tiempo, la caída del “telón de acero” que separaba en dos al proletariado mundial no va a permitir a los obreros del Oeste compartir con sus hermanos de clase del Este las experiencias adquiridas (…) Al contrario, serán las fuertes ilusiones democráticas de los obreros de Este (…) lo que va a caer en tromba en el Oeste…”(7).
Difícilmente podrá decirse que esas perspectivas hayan sido desmentidas desde entonces.
No se trata de entrar en debates sobre la cuestión, pues ello exigiría un desarrollo más importante(8), menos todavía pretendemos decir que el BIPR se equivoque siempre o que la CCI poseería el monopolio en capacidad de análisis de la situación. Lo único que queremos mostrar es que la caricatura que hace el BIPR cuando presenta a una CCI irremediablemente “idealista” a causa de sus análisis erróneos porque no se basarían en un materialismo estrictamente económico, único capaz de “comprender y explicar la dinámica del capitalismo”, no tiene nada que ver con la realidad. Los camaradas del BIPR piensan que la CCI es idealista. Nosotros, por nuestra parte, pensamos que el BIPR está muy a menudo metido en un materialismo de lo más vulgar y romo. Lo que de verdad importa es que frente a lo que une a los internacionalistas frente a la guerra imperialista, frente a la responsabilidad que podrían asumir y el impacto que una intervención común podría tener, todo eso es algo verdaderamente secundario, algo que no debería impedir el debate, profundizar y esclarecer las divergencias teóricas que los separan, sino al contrario. Estamos convencidos de que hacer “la síntesis de todas las batallas del pasado” será una labor indispensable para la victoria del proletariado que permitirá que quede zanjada, y no sólo en la teoría, la validez de las tesis de sus organizaciones políticas. También estamos convencidos que para realizarlo, es necesario delimitar el campo internacionalista que permita la confrontación teórica dentro de dicho campo. Le Prolétaire rechaza esa confrontación por razones de principios, razones que hoy son secundarias. El BIPR la rechaza por razones coyunturales y de análisis. ¿Es serio todo eso?
La tercera razón que da el BIPR para rehusar toda colaboración con nosotros es el hecho de que hemos tenido escisiones: “dos de las tres tendencias presentes en la Izquierda comunista se han roto en varios grupos [y] lo único que consiguen es fragmentarse todavía más”. El BIPR no da una visión objetiva de los que él llama la fragmentación de la “tendencia CCI”, no sólo sobre el método político responsable al que los agrupamientos parásitos que gravitan en torno a la CCI dan totalmente la espalda, sino igualmente sobre la importancia que éstos no tienen como presencia política organizada a escala internacional. En cambio, lo que sí es una realidad es la fragmentación de las organizaciones que pueden legítimamente reivindicarse de la herencia de la izquierda italiana. Y sobre la actitud que debe adoptarse ante tal situación, Battaglia comunista ha dado un giro de 180 grados en comparación con el llamamiento que lanzó esa organización para la primera Conferencia de los grupos de la Izquierda comunista:
“La Conferencia deberá indicar también cuándo y cómo abrir un debate sobre los problemas (…) que actualmente dividen a la Izquierda comunista internacional, si queremos que se concluya positivamente y sea un primer paso hacia objetivos más amplios y hacia la formación de un frente internacional de grupos de la Izquierda comunista que sea lo más homogéneo posible, si queremos salir de una vez de la torre de Babel ideológica y política y de una posterior fragmentación de los grupos existentes”(9).
También, en aquel tiempo, Battaglia consideraba que “la gravedad de la situación general (…) impone tomas de posición precisas, responsables, y, sobre todo, un acuerdo con una visión unitaria de las diferentes corrientes en cuyo seno se manifiesta internacionalmente la Izquierda comunista”. El giro de 180º se produjo ya durante las Conferencias mismas: Battaglia se negó a tomar posición incluso sobre las divergencias existentes entre nuestras organizaciones(10). El BIPR lo rechaza hoy también. Y eso que la situación es, como mínimo, tan grave.
Por otro lado, el BIPR debe explicar en qué el hecho de haber tenido escisiones implicaría una descalificación para una labor común entre grupos de la Izquierda comunista. Para dejar las cosas claras, y sin por ello pretender hacer comparaciones abusivas, puede recordarse que en la época de la IIª Internacional, entre todos los partidos miembros, había uno en particular que era muy conocido por sus “luchas internas”, sus “conflictos de ideas”, a menudo poco evidentes para los militantes externos, por sus escisiones, por una gran vehemencia en los debates por parte de algunas de sus fracciones, y por los debates llevados a cabo en su seno en torno a los estatutos. Había una opinión muy extendida de que “los rusos son incorregibles”, y que Lenin, por ser demasiado “autoritario” y favorable a la disciplina, era el primer responsable de la “fragmentación” del POSDR en 1903. Muy diferente era lo que ocurría en el partido alemán, el cual aparentemente iba de éxito en éxito gracias a la sabia cordura de sus dirigentes y del primero entre ellos, nada menos que “el papa del marxismo”, Karl Kautsky. Bien sabemos todos que sería después de aquéllos y de éstos…
El BIPR piensa que es él la única organización de la Izquierda comunista capaz de “tomar iniciativas” y “superar el viejo marco político, ahora bloqueado”.
No podemos aquí y ahora desarrollar con detenimiento nuestro desacuerdo que al respecto tenemos con el BIPR. En todo caso, al haber sido BC la que tomó la responsabilidad de excluir a la CCI de las Conferencias internacionales, para después acabar con ellas, al ser ahora el BIPR el que se niega en redondo a todo esfuerzo común del medio político proletario internacionalista, nos parece un poco descarado venir ahora diciendo que “el viejo marco está bloqueado”.
Por parte nuestra, a pesar de haber desaparecido el marco formal y organizado internacionalmente de las Conferencias, nuestra actitud siempre ha sido la misma:
– Intentar, sobre la base de posiciones internacionalistas, hacer un trabajo común entre los grupos de la Izquierda comunista (llamamiento a la acción común durante las guerras del Golfo de 1991, de Kosovo en 1999, reunión pública común con la CWO para el aniversario de Octubre, en 1997, etc.);
– Defensa del medio proletario (en la medida de nuestros modestos medios) contra los ataques externos y contra la infiltración de la ideología burguesa. Citemos por ejemplo nuestra defensa del folleto del PCInt Auschwitz o la gran excusa contra los ataques de la prensa burguesa, nuestra denuncia contra los nacionalistas árabes del desaparecido El Umami, que reventaron el PCInt y se largaron con la caja, el anuncio que hicimos de la exclusión de nuestras filas de individuos que consideramos peligrosos para el movimiento obrero, nuestro rechazo a los intentos del LAWV(11) de darse una imagen “respetable” mediante unos cuantos arreglos de nuestra plataforma.
En cambio, la historia del BIPR desde 1980 está sembrada de una serie de intentos por encontrar “un nuevo proceso de arraigo en la clase”. Intentos que, en su gran mayoría han acabado en fracaso:
– las fuerzas “seriamente seleccionadas” por el BIPR e invitadas a la IVª “Conferencia” de la Izquierda comunista se limitaron en los hechos a los cripto-estalinistas iraníes del UCM;
– El BIPR se entusiasmó por las grandiosas posibilidades de creación de partidos de masas en los países de la periferia del capitalismo; lo único que ese entusiasmo produjo fue el efímero y escasamente “arraigado” Lal Pataka indio;
– Tras la caída del muro de Berlín, el BIPR se fue de pesca a los antiguos partidos estalinistas de los países del Este. Eso tampoco ha dado nada(12).
No tiene por qué enfadarse el BIPR por este recuerdo de ilusiones acabadas en decepción. Hubiéramos preferido no tener que hacerlo, porque creemos que la extrema debilidad de las fuerzas comunistas en el mundo de hoy es una razón suplementaria para cerrar filas en la acción y en la confrontación fraterna de nuestras divergencias en lugar de autoproclamarse únicos herederos de la Izquierda comunista.
Una vez más, estamos obligados a constatar la lamentable incapacidad de los grupos de la Izquierda comunista para crear juntos el polo de referencia internacionalista que necesita urgentemente el proletariado y sus componentes avanzados o en búsqueda, en una época en la que el planeta se hunde en el caos bélico de un capitalismo en descomposición.
No por eso vamos a abandonar nuestras convicciones, pero el día que otras organizaciones de la Izquierda comunista hayan entendido la necesidad de la acción común, nosotros estaremos presentes.
Jens 7/04/03
1) Ver al respecto en la Revista internacional nº 98: “A propósito del llamamiento lanzado por la CCI sobre la guerra en Serbia; la ofensiva bélica de la burguesía exige une respuesta unida de los revolucionarios” y en la nº 99: “El método marxista y el llamamiento de la CCI sobre la guerra en la antigua Yugoslavia”.
2) No entramos aquí en la discusión de la visión bordiguista del partido “único”; si la tendencia a la homogeneización del proletariado deberá, como lo ha demostrado la historia, desembocar en la creación de un solo partido, “decretarlo” como principio intangible, previo a toda actividad entre corrientes internacionalistas como lo hacen los bordiguistas es dar la espalda a la historia y hacer malabarismos con las palabras.
3) No vamos aquí a tratar sobre nuestros pretendidos “métodos administrativos” que el PCInt recrimina en ese mismo artículo de una manera totalmente irresponsable además, tragándose sin más trámite lo que dicen nuestros detractores. El problema central es el siguiente: ¿hay comportamientos inaceptables en el seno de las organizaciones comunistas que las obliga a excluir a militantes que han quebrantado gravemente las reglas de funcionamiento, sí o no? Los camaradas del PCInt deberían recuperar los métodos de nuestros predecesores sobre esa cuestión.
4) Ver las “Tesis sobre el parasitismo”, en la Revista internacional nº 94.
5) En diciembre de 1989, Battaglia comunista publicaba un artículo “Desmoronamiento de las ilusiones sobre el socialismo real” en el que podía leerse entre otras cosas: “La URSS debe abrirse a las tecnologías occidentales y el COMECON deberá hacer lo mismo, no, como algunos piensan [¿será la CCI?], en un proceso de desintegración del bloque del Este y de retirada total de la URSS de los países de Europa, sino para facilitar, revitalizando las economías del COMECON, la reanudación de la economía soviética”.
6) Artículo “¡ O partido revolucionario y socialismo, o miseria general y guerra !”, publicado en www.ibrp.org [14].
7) Revista internacional nº 60, 1990 “Hundimiento del bloque del Este: quiebra definitiva del estalinismo”, “Tesis sobre la crisis en los países del Este”, “Dificultades en aumento para el proletariado”.
8) Ver, entre otros, nuestros artículos “El curso histórico”, Revista internacional nº18, “El concepto de curso histórico en el movimiento revolucionario”, nº 107.
9) Junio de 1976 (subrayado nuestro). Esa determinación inicial de BC duró poco tiempo durante las Conferencias. Ya denunciamos ampliamente su incoherencia en la Revista internacional nº 76 entre otras. Las citas son de la carta-llamamiento de Battaglia comunista a la primera conferencia, publicada en el folleto que contiene los textos y las actas de la misma.
10) Durante la IIª Conferencia, Battaglia Comunista se negó sistemáticamente a tomar cualquier posición común: “Estamos por principio en contra de hacer declaraciones comunes, pues no existe acuerdo político” (BC, intervención en la IIª Conferencia)
11) Los Angeles Workers’ Voice, grupo que hasta hace poco representaba al BIPR en los Estados Unidos.
12) Ver, para un análisis más detallado la Revista internacional nº 76
Ha cambiado mucho el mundo desde que desapareció la división en dos polos que caracterizó la Guerra Fría durante 45 años. No ha aparecido nunca, claro está, la pretendida era de paz, de prosperidady de democracia que nos prometió la burguesía tras el hundimientodel bloque del Este, en 1989. Muy al contrario, la descomposiciónde la sociedad capitalista, consecuencia del bloqueo de la relaciónde fuerzas entre burguesía y proletariado, tras dos decenios de crisis económica abierta que acabó provocando el hundimiento del estalinismo, se ha agravado implacablemente, arrastrando a la humanidada una espiral infernal de hundimiento en el caos, la violenciay la destrucción, hacia un porvenir de barbarie cada vez más inminente. En el momento de escribir este artículo, el presidente George W. Bush acaba de anunciar que Estados Unidos estaba dispuesto a invadir Irak, aun cuando no estén apoyados internacionalmente, esté o node acuerdo el Consejo de Seguridad. Es palpable la brecha abiertaentre Washington y las capitales de los principales paises europeos, como también con China, sobre la cuestión de la guerra en Irak.En ese contexto, resulta necesario examinar las raices de la política imperialista norteamericana desde finales de la Segunda Guerra mundial para entender la situación actual.
Cuando en 1945 se acaba la Segunda Guerra mundial, la configuración imperialista está profundamente transformada.
“Antes de la Segunda Guerra mundial existían seis grandes potencias: Gran Bretaña, Francia, Alemania, Unión Soviética, Japón y Estados Unidos. A finales de la guerra, EE.UU acabó siendo, con mucho, la nación más poderosa del mundo; su potencia creció enormemente gracias a su movilización en el esfuerzo de guerra, a la derrota de sus rivales y al agotamiento de sus aliados” (DS Painter, Encyclopedia of US Foreign Policy).
La guerra imperialista “había destruido el antiguo equilibrio entre potencias, dejando destrozados a Alemania y Japón, reduciendo a Gran Bretaña y Francia al papel de potencias de segundo o tercer orden” (GC Herring, Idem).
Durante la guerra, con más de 12 millones de hombres sirviendo en el ejército, EE.UU duplicó su producto nacional bruto (PNB), y a finales de la guerra poseía “la mitad de la capacidad manufacturera mundial, la mayor parte de sus excedentes en abastecimiento y la casi totalidad de sus reservas financieras. Estados Unidos era líder de una serie de tecnologías esenciales para la guerra moderna y la prosperidad económica. La posesión de grandes reservas petrolíferas interiores y el control de las de América Latina y de Oriente Medio contribuyeron a su posición dominante global” (DS Painter, op. cit.). EE.UU poseía la mayor potencia militar del mundo. Su armada dominaba los mares, sus fuerzas aéreas los cielos, su ejército ocupaba Japón y parte de Alemania, y para terminar no solo poseía el monopolio del armamento atómico sino que también había demostrado en Hiroshima y Nagasaki que no vacilaba en utilizarlo para defender sus intereses imperialistas. El poderío americano se vio favorecido por las ventajas debidas a su relativo aislamiento geográfico. Distante de los escenarios centrales de ambas guerras mundiales, la nación norteamericana no sufrió ninguna destrucción masiva de sus principales centros de producción como le ocurrió a Europa, y su población civil estuvo al margen del terror de las incursiones aéreas, los bombardeos, las deportaciones y los campos de concentración que provocaron la muerte de millones de civiles en Europa (se estima que sólo en Rusia perecieron más de 20 millones de civiles).
Destrozada por la guerra, Rusia sufrió unos 27 millones de muertos –civiles y militares–, la destrucción masiva de sus capacidades industriales, de su agricultura, de sus recursos mineros y de la infraestructura de su red de transportes. Su nivel de desarrollo económico apenas si alcanzaba la cuarta parte del de Estados Unidos. Pero sacó provecho de la destrucción total de Alemania y Japón, dos países que históricamente habían frenado su expansión hacia el Oeste y el Este. Gran Bretaña estaba esquilmada por los seis años de movilización bélica. Había perdido una cuarta parte de sus riquezas del período anterior a la guerra, estaba profundamente endeudada y “amenazada de perder su posición de gran potencia” (Idem). Francia, facilmente vencida apenas empezada la guerra, debilitada por la ocupación alemana y dividida por la colaboración con las fuerzas alemanas de ocupación, “ya no formaba parte de las grandes potencias” (Idem).
Aún antes del fin de la guerra, la burguesía americana se preparó para la formación de un bloque militar, anticipándose así a un futuro enfrentamiento con la Rusia estalinista. Algunos comentaristas burgueses (Painter, Herring), por ejemplo, han considerado que, en 1944, la guerra civil en Grecia ya anunciaba el futuro enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia. Esta preocupación de un futuro enfrentamiento con el imperialismo ruso se puede comprobar en las rencillas entre los aliados y los restrasos habidos sobre la cuestión de Europa, que debía servir para aliviar le presión sobre Rusia mediante la apertura de un segundo frente en el Oeste. Roosevelt había prometido el desembarco en 1942 o a principios del 43, pero no se realizó sino en 1944. Los rusos se quejaron de que los Aliados “han detenido a propósito sus auxilios para debilitar a la Unión Soviética, con vistas a poder así dictar los términos de la paz” (Herring, op. cit.). Esta preocupación también explica el uso de las armas nucleares contra Japón en agosto de 1945, aún cuando éste había dado muestras de firmar una capitulación negociada; el objetivo fue, primero, ganar la guerra antes de que el imperialismo ruso pudiera entrar en guerra en Oriente y exigiera territorios e influencia en la región y, segundo, advertir al imperialismo ruso, en vísperas de la posguerra, de cuál era la verdadera fuerza del potencial militar norteamericano.
Sin embargo, si Estados Unidos preveía un enfrentamiento con Moscú en la posguerra, sería un error pensar que tenía una comprensión completa y precisa de los contornos exactos del conflicto, como tampoco de las intenciones imperialistas de Moscú. Roosevelt, en particular, parecía tener las ideas ya trasnochadas del siglo XIX en lo referente a las esferas de influencia imperialista, contando con una cooperación de Rusia para construir un nuevo orden mundial en el período de posguerra, en el que Moscú hubiese tenido un papel de subordinado (Painter, op. cit.). En este sentido, Roosevelt pensaba, por lo visto, que otorgar a Stalin una zona amortiguadora en Europa del Este que sirviera de protección contra el adversario histórico de Rusia, Alemania, daría satisfacción a los apetitos imperialistas rusos. Sin embargo, incluso en Yalta, en donde quedó fijada la mayor parte de ese marco, hubo conflictos sobre la participación de británicos y norteamericanos en el futuro de las naciones de Europa del Este, en particular de Polonia.
Durante los 18 meses que siguieron la guerra, el presidente norteamericano Truman tuvo que enfrentarse a una imagen mucho más alarmante del expansionismo ruso. Estonia, Letonia y Lituania habían sido tragadas por Rusia en cuanto acabó la guerra, se instalaron gobiernos títere en Polonia, Rumanía, Bulgaria y en la parte de Alemania controlada por las fuerzas rusas. En 1946, Rusia retrasó su retirada de Irán, apoyando las fuerzas disidentes e intentando obtener concesiones petroleras. Presionó a Turquía para conseguir un mayor acceso al Mar Negro y, tras su fracaso en las elecciones, el partido estalinista griego, bajo influencia directa del Kremlin, adoptó la estrategia de reanudar la guerra civil en Grecia. En Naciones Unidas, Moscú rechazó el plan norteamericano de control de las armas atómicas, que hubiese permitido a Estados Unidos mantener su monopolio nuclear, poniéndose así en evidencia su propio proyecto de entrar en la carrera de armamentos nucleares.
Georges Keenan, joven experto del departamento de Estado US destinado en Moscú, redactó en febrero del 46 su famoso “largo telegrama” que presentaba a Rusia como un enemigo “irreductible”, propenso a una política expansionista para extender su influencia y potencia, todo lo cual iba a ser la base de la política norteamericana durante la Guerra Fría. La alarma que hizo sonar Keenan se confirmaba en la influencia creciente de Moscú por el mundo. Los partidos estalinistas en Francia, Italia, Grecia y Vietnam parecían tener pretensiones de alcanzar el poder. Las naciones europeas sufrían una presión enorme para descolonizar sus imperios de antes de la guerra, en particular en Oriente Próximo y Asia. La administración Truman adoptó una estrategia de contención destinada a bloquear cualquier intento de avance de la potencia rusa.
En el periodo posterior a la guerra, la primera meta estratégica global del imperialismo americano fue la defensa de Europa, para prevenir que ninguna nación, excepto las que ya se habían cedido al imperialismo ruso en Yalta, cayera en manos del estalinismo. La doctrina fue llamada “containment” (contención) y fue diseñada para resistir el despliegue de los tentáculos del imperialismo ruso en Europa y en Oriente Próximo. La doctrina emergió como una medida para contrarrestar la ofensiva del imperialismo ruso de la posguerra. En 1945-46, el imperialismo ruso se puso a reivindicar agresivamente dos escenarios que él consideraba de interés tradicional en el este de Europa y en Oriente Próximo, lo cual alarmó a Washington. En Polonia, Moscú hizo caso omiso de lo que garantizaba Yalta sobre las elecciones “libres” e impuso un régimen títere; la guerra civil en Grecia fue reavivada; ejerció presión sobre Turquía y por fin se negó a retirar sus tropas del norte de Irán. Al mismo tiempo, Alemania y Europa occidental seguían inmersas en una confusión económica total, esforzándose por iniciar la reconstrucción y negociar una liquidación formal de la guerra que quedó en punto muerto debido a las rencillas entre potencias, mientras los partidos estalinistas disponían de una enorme influencia en los países devastados de Europa occidental, especialmente Francia e Italia. La Alemania derrotada fue otro punto primordial en la confrontación. El imperialismo ruso demandó reparaciones y garantías para que una Alemania reconstruida no significará nunca más una amenaza.
Para contener la influencia del “comunismo” ruso, la administración Truman respondió en 1946 con el apoyo al régimen iraní en contra de Rusia, asumiendo las responsabilidades hasta entonces asumidas por Gran Bretaña en el Mediterráneo oriental, proporcionando una ayuda militar masiva a Grecia y Turquía a principios del 47 e iniciando con el Plan Marshall, en junio de 1947, la reconstrucción de Europa occidental. No se trata en este artículo de entrar en detalles sobre la naturaleza y los mecanismos de la reconstrucción de Europa occidental; pero es, sin embargo, importante entender que la ayuda económica fue un factor esencial para combatir el imperialismo ruso y construir un baluarte contra él.
La asistencia económica fue completada por una política de ayuda en la reconstrucción de organizaciones e instituciones prooccidentales (proWashington), de sindicatos y organizaciones políticas “anticomunistas”, con ejecutivos de la AFL (gran central sindical de EE.UU) trabajando mano a mano con la CIA para que Europa occidental siguiera siendo un lugar seguro para el capitalismo norteamericano. El sindicato “Force ouvrière” en Francia y la revista de izquiedas New Statesman en Gran Bretaña son dos ejemplos famosos de la forma con la que Norteamérica financiaba a los “anticomunistas” en la Europa de la posguerra.
“La ayuda norteamericana permitió a gobiernos moderados dedicar enormes recursos a la reconstrucción y a la expansión de las exportaciones, sin tener que imponer programas de austeridad políticamente inaceptables y socialmente peligrosos que hubiesen sido necesarios sin la ayuda norteamericana. Esta ayuda también contribuyó a contrarrestar lo que los dirigentes norteamericanos consideraban como un alejamiento peligroso de la libre empresa hacia el colectivismo. Al favorecer ciertas políticas y oponerse a otras, no solo Estados Unidos influenciaba la forma con la que las élites europeas y japonesas definían sus intereses propios, sino que también modificaba la relación de fuerzas en los grupos de decisión. La política norteamericana facilitó el auge de partidos centristas tales como los democristianos en Italia y Alemania occidental, así como el Partido liberal democrático conservador en Japón” (Painter, op. cit.).
La revitalización económica del Oeste europeo fue seguida rápidamente por la creación de la OTAN que a su vez llevó al imperialismo ruso a cristalizar la dependencia de sus vasallos europeos en una alianza militar rival: el Pacto de Varsovia. Fue así y entonces cuando quedó establecido el enfrentamiento estratégico que dominará Europa hasta el hundimiento del estalinismo a finales de los 80. A pesar de que ambos pactos militares fuesen supuestamente alianzas de seguridad mutuas, cada uno de ellos estaba en realidad totalmente dominado por el líder del bloque.
A pesar de los enfrentamientos descritos más arriba, la creación de un mundo imperialista bipolar como se manifestó en la Guerra Fría, no emergió instantáneamente al finalizar la Segunda Guerra mundial. A pesar de que Estados Unidos fuese claramente el líder dominante, Francia, Gran Bretaña y demás potencias europeas aún tenían ilusiones de independencia y de potencia. Mientras hablaban en privado de la creación de un imperio bajo su control, los dirigentes políticos norteamericanos mantenían en público la ficción de una colaboración y cooperación mutuas con Europa occidental. Por ejemplo, hubo cuatro cumbres entre los jefes de Estado de Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y Francia durante los años 50, para finalmente caer en la nada a medida que el imperialismo norteamericano consolidaba su dominación. Desde finales de los 60 hasta el fin de la Guerra Fría, esas cumbres se limitaron a Estados Unidos y Rusia, siendo a menudo excluidos los “socios” europeos incluso de las consultas previas a esas reuniones.
Tras la guerra, Gran Bretaña era la tercera potencia mundial –aunque bastante lejos de las primeras– pero había cierta tendencia a sobreestimar las capacidades británicas en los primeros días de la Guerra Fría. Seguían existiendo restos de rivalidad entre Estados Unidos y Gran Bretaña, quizás una tendencia por parte de EE.UU a utilizar a Rusia para contrarrestar a los británicos, pero al mismo tiempo la creencia de que se podía confiar en Gran Bretaña para defender la linea del frente europeo contra el expansionismo ruso. Al ser la potencia europea dominante en el Mediterraneo oriental, le tocó entonces a Gran Bretaña la responsabilidad de bloquear a los rusos en Grecia. Fue un difícil despertar cuando los británicos tuvieron que pedir auxilio a Estados Unidos. Se necesitó, pues, algún tiempo para que EE.UU viera claramente el papel preciso que iba a desempeñar en Europa y apareciera la división bipolar del mundo.
A pesar de su enorme poder militar y económico, los paises europeos fueron arrastrados a regañadientes hasta que su voluntad quedó sometida a su amo imperialista. Se puso en marcha todo tipo de presiones para que las reacias potencias europeas abandonaran sus colonias en África y Asia, en parte para borrarles todo vestigio de sus antiguas glorias imperialistas, en parte para cerrar el paso a Rusia en África y Asia, y en parte para dar al imperialismo americano más oportunidad para ejercer su influencia en esas antiguas colonias. Esto, naturalmente, no impidió para nada a los europeos intentar convencer a los norteamericanos de seguir unas orientaciones políticas mutuamente aceptables, como fue el caso por ejemplo en 1956, cuando los británicos intentaron aliarse a Estados Unidos en su política contra Naser en Egipto.
Los imperialismos francés y británico, actuando concertadamente con el israelí, intentaron la última baza abierta de imperialismo independiente cuando la crisis del Canal de Suez en 1956, pero Estados Unidos mostró que no se iba a dejar intimidar. Gran Bretaña entendió que no podía permitirse negociar ante una posición de fuerza norteamericana, exponiéndose a una acción disciplinaria rápida por parte de Estados Unidos. Francia, en cambio, trató obstinadamente de mantener la ilusión de su independencia con respecto a la dominación norteamericana, retirando sus fuerzas del mando de la OTAN en 1966 e insistiendo en que debía ser retirada del territorio francés cualquier representación de la OTAN a partir de 1967.
Como corriente política seria en el seno de la clase dominante norteamericana, el aislacionismo quedó completamente neutralizado con los acontecimientos de Pearl Harbor en 1941, utilizados, cuando no provocados, por Rooselvelt para forzar a los aislacionistas, así como a los elementos favorables a Alemania de la burguesía norteamericana, a abandonar sus posiciones. Desde la Segunda Guerra mundial, las ideas aislacionistas quedaron esencialmente reservadas para la extrema derecha de la burguesía, y ya no son una fuerza seria en la definición de la política exterior. Resulta claro que la Guerra Fría contra el imperialismo ruso fue una política unificada de la burguesía. Las divergencias que aparecían formaban parte, en su mayoría, del espectáculo democrático, con excepción de las divergencias sobre la guerra de Vietnam después de l968, de lo cual hablaremos en la segunda parte de este artículo. La Guerra Fría comenzó bajo Truman, el demócrata que llegó al poder después de la muerte de Rooselvet en 1945. Fue Truman quien emprendió la fabricación de la bomba atómica, los esfuerzos para bloquear el imperialismo ruso en Europa y Oriente Medio, quien decidió el puente aéreo de Berlín, quien creó la Organización del Atlántico Norte (OTAN) e hizo entrar en acción a las tropas norteamericanas en la guerra de Corea.
En la campaña electoral de 1952, es cierto que los conservadores republicanos criticaron la política de “contención” de Truman como una concesión al “comunismo”, una forma de apaciguamiento que implícita o explícitamente, aceptaba la continuación de la dominación rusa en los países bajo su influencia o control y oponíéndose unicamente a la expansión de Rusia por más paises. Y a cambio, los conservadores propusieron el “rollback”, o sea, una política activa para hacer retroceder al imperialismo ruso hasta sus propias fronteras. Sin embargo, a pesar de que el republicano Eisenhower llegó al poder en 1952 y siguió en él hasta lo más álgido de la Guerra Fría en Europa, jamás hubo, en realidad, el menor intento de rollback por parte del imperialismo americano. Siempre siguió con la política de “contención”. Así que, en 1956, durante la sublevación en Hungría, el imperialismo americano no intervino, reconociendo de hecho la prerrogativa rusa de suprimir la rebelión en su propia esfera de influencia. Bajo Eisenhower, el imperialismo americano continuó claramente la estrategia de la contención, insinuándose en la brecha abierta en Indochina después de la derrota del imperialismo francés en la región, socavando así los Acuerdos de Ginebra para prevenir una posible unificación de Vietnam, apoyando el régimen del Sur; manteniendo la división de Corea y transformando a Corea del Sur en escaparate del capitalismo occidental en Extremo Oriente; y oponiéndose, en fin, al régimen de Fidel Castro y su inclinación hacia Moscú. La continuidad de esa política puede verse en el hecho de que fue la Administración conservadora republicana de Eisenhower la que preparó la invasión de Bahía de los Cochinos, pero fue la administración demócrata del liberal Kennedy la que la realizó...
Fue el demócrata liberal Johnson el primero en desarrollar la noción de distensión en 1966 –él lo llamaba “echar puentes” y “compromisos de pacificación”–, pero fue el conservador Nixon, un republicano, con Henry Kissinger a su lado, quien dirigió la política de distensión a principios de los 70. Y fue el demócrata Carter, y no Reagan, quien inició el desmantelamiento de la distensión y reavivó la Guerra Fría. Carter hizo de “los derechos humanos” la piedra angular de su política exterior, al imponer algunos cambios en unas dictaduras militares, inservibles entonces, que dominaban América Latina, también enfrió las relaciones con Moscú y reavivó la propaganda antirrusa. En 1977, la OTAN adoptó tres propuestas de Carter:
1) La distensión con Moscú debía apoyarse en una posición de fuerza (basada en el Informe Harmel adoptado en 1967);
2) Un compromiso para la normalización del equipamiento militar de la OTAN y una mayor participación de las fuerzas de la OTAN a nivel operativo;
3) Reactivar la carrera armamentística, llegando a lo que sería conocido como el Programa de defensa de largo plazo (LTDP), el cual comenzaba por una llamada al reforzamiento de las armas convencionales en los países de la OTAN.
En respuesta a la invasión rusa de Afganistán en 1979, Carter adoptó una nueva orientación en la Guerra Fría, esencialmente terminando con la distensión, negándose a someterse al tratado SALT II y su ratificación en el senado y organizando el boicot americano de los juegos olímpicos de Moscú en 1980. En diciembre de 1979, bajo el liderazgo de Cárter, la OTAN adoptó la “doble vía” para el rearme estratégico (negociación con Moscú para reducir o eliminar los misiles de medio alcance, los SS 20, que apuntaban a Europa occidental en 1983), pero al mismo tiempo preparar el despliegue de los misiles de EE.UU (464 misiles de crucero en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica e Italia y 108 cohetes en Alemania Occidental) en caso de que el acuerdo con Moscú no fuera alcanzado.
En este sentido, el apoyo de Reagan a los muyaidines en Afganistán, a los cuales llamó “luchadores por la libertad”, aceleró la carrera armamentística, desplegando misiles de medio alcance en Europa entre 1983-84, lo cual provocó muchas protestas en el viejo contienente, todo en completa continuidad con la política americana asumida desde Carter. La meta estratégica de prevenir el aumento del poder rival en Asia o Europa capaz de desafiar a Estados Unidos, fue desarrollada al final de la administración del primer Bush, continuada por la administración Clinton y es ahora el centro de la política de Bush junior. La guerra de Bush contra Osama Bin Laden y Al Qaeda es una continuación de la política iniciada bajo la administración Clinton, pero ahora a unos niveles de guerra abierta cuya prioridad es establecer y dar solidez a la presencia norteamericana en Asia central. La necesidad para el imperialismo americano de estar preparado para emprender acciones militares unilaterales fue desarrollada bajo la administración Clinton y continuada por el actual gobierno de Bush. La continuidad en la política imperialista es un reflejo de la característica central de la política que hace el Estado capitalista en la decadencia, en el cual es la burocracia permanente, y no el poder legislativo, el ámbito del poder político. Por supuesto, no se trata de negar que algunas veces hay divergencias significativas políticas en el seno de la burguesía americana, en claro contraste con su unidad global. Los dos ejemplos más evidentes fueron la guerra de Vietnam y la política respecto a China de finales de los 90, política que desembocó en el intento de impeachment de Clinton. Esos dos ejemplos serán tratados en la continuación de este artículo.
Mientras que las tensiones Este-Oeste en Europa occidental, especialmente en Alemania y Berlín, y en Oriente Medio preocuparon a los estrategas de la política imperialista americana en el periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra mundial, los acontecimientos de Extremo Oriente hicieron sonar inmediatamente la alarma. Con un gobierno militar americano en funciones en Japón y un régimen nacionalista chino amigo, y que era miembro permanente del Consejo de Seguridad, EE.UU había previsto desempeñar un papel dominante en Extremo Oriente. La caída del régimen nacionalista en China, en 1949, hizo aparecer el espectro de un expansionismo ruso en Extremo Oriente. Aunque Moscú lo había hecho todo por contrarrestar el liderazgo de Mao Zedong durante los años de guerra, manteniendo unas relaciones activas con los nacionalistas, Washington temía un acercamiento entre Pekín y Moscú, verdadero reto para los intereses de EE.UU en la región. El bloqueo del intento ruso de imponer un reconocimiento de la China roja por la ONU, llevó a Moscú a abandonar el Consejo de Seguridad, boicoteando ese organismo durante siete meses, hasta agosto de 1950.
El boicot al Consejo de Seguridad por Moscú tuvo un profundo impacto en junio de 1950, cuando las fuerzas de Corea del Norte invadieron Corea del Sur. Truman ordenó inmeditamente a las fuerzas americanas que lucharan para defender el régimen prooccidental de Corea del Sur, una semana antes de que el Consejo votara la autorización para la acción militar bajo el mando de Estados Unidos, lo cual muestra la predisposición del imperialismo americano para emprender acciones unilaterales (o sea que esto no es un invento reciente). No solamente las tropas americanas entraron en batalla en Corea antes de la autorización de la ONU, sino que, incluso después de que la ONU la otorgara y eviara tropas de otras 16 naciones para participar en la “acción de policía”, el mando norteamericano rendía cuentas directamente a Washington, y no a la ONU. Si Moscú hubiera estado presente en el Consejo de seguridad, podría haber vetado la intervención militar de la ONU bloqueándola, o sea que hubiera sido un lejano ensayo de la obra a la que hemos asistido en estos últimos meses, lo cual demuestra hasta dónde está dispuesta a ir la burguesía norteamericana cuando se trata de defender sus intereses imperialistas.
Algunos analistas burgueses sugieren que el boicot ruso estaba en realidad motivado por el deseo de evitar que el régimen de Mao fuera prematuramente aceptado por Naciones Unidas mediante una nueva votación, ganando así tiempo para cimentar las relaciones entre Moscú y Pekín. Zbigniew Brzezinski ha afirmado incluso que fue “un cálculo deliberado para estimular la hostilidad entre Estados Unidos y China…la orientación americana predominante antes de la guerra de Corea era buscar un acuerdo con el nuevo gobierno del territorio chino. De todas maneras, Stalin aprovechaba cualquier ocasión para estimular un conflicto entre EE.UU y China, y con razón. Los veinte años siguientes de hostilidad entre Estados Unidos y China fueron totalmente beneficiosos para la Unión Soviética” (“How the Cold War was Played”, Foreing Affairs, 1972).
El derrocamiento por Fidel Castro, en 1959, del dictador apoyado por Estados Unidos plateó un serio dilema en el enfrentamiento bipolar de la Guerra Fría, llevando a las superpotencias al borde de la guerra nuclear durante la crisis de los misiles cubanos, en octubre de 1962. Al principio, el carácter de la revolución castrista no era muy claro. Con una ideología de populismo democrático adobada con la salsa romántica de la guerrilla, Castro no era miembro del partido estalinista y sus lazos con éste eran muy tenues. Sin embargo, su política de nacionalización de los bienes estadounidenses desde su toma del poder chocó rápidamente con Washington. La hostilidad de Washington acabó echando a Castro, en su búsqueda de ayuda extranjera y de asistencia militar, en brazos de Moscú. La invasión de la Bahía de los Cochinos en abril de 1961, apoyada por la CIA (había sido prevista por Eisenhower y realizada por Kennedy) mostró a las claras que Washington estaba dispuesto a echar abajo un régimen apoyado por los rusos. Para EE.UU, la existencia de un régimen ligado a Moscú en su propio patio trasero era algo intolerable. Desde que se formuló la Doctrina Monroe en 1823, Estados Unidos siempre mantuvo la postura de que los países de América debían quedar fuera del alcance de los imperialismos europeos. Comprobar que el imperialismo adverso de la Guerra Fría había establecido una cabeza de puente a 150 km. de las costas norteamericanas de Florida, era, para Washington algo sencillamente inaceptable.
A finales de 1962, Castro y el imperialismo ruso consideraban inminente una invasión de EE.UU, y, de hecho, organizada por Robert Kennedy, Washington emprendió en noviembre de 1961 la operación Mongoose, que preveía acciones militares contra Cuba a mediados de octubre de 1962, inspiradas por Estados Unidos y llevadas a cabo en nombre de la Organización de Estados Americanos para excluir de ésta a Cuba y prohibir toda venta de armas a Castro. “El 1º de octubre, el secretario de Defensa, Robert McNamara, ordena los preparativos militares para un bloqueo, ataques aéreos, una ‘invasión con el máximo de preparación’, de modo que estas dos acciones estén terminadas el 20 de octubre” (B.J. Berstein, Encyclopedia of US Foreing relations). En el mismo momento, EE.UU instala 15 misiles Júpiter en Turquía, cerca de la frontera sur de Rusia, apuntando a objetivos de este país, algo inaceptable para Moscú.
Moscú intenta contrarrestar esas dos amenazas con el despliegue de misiles nucleares en Cuba apuntando a Estados Unidos. La administración Kennedy hizo una estimación errónea de las intenciones de Moscú, considerando el despliegue de misiles como una acción ofensiva y no defensiva. Exigió el desmantelamiento inmediato y la retirada de los misiles ya desplegados y la vuelta a Rusia de los navíos que se dirigían con más misiles hacia Cuba. Como el bloqueo de las aguas cubanas hubiera sido un acto de guerra según la ley internacional, la administración Kennedy anunció la “cuarentena” de las aguas cubanas y se preparó para interceptar en alta mar y en aguas internacionales a los barcos rusos sospechosos de transportar misiles. Toda la crisis se desarrolló en plenas elecciones al Congreso de noviembre de 1962, en las que Kennedy tenía miedo de que la derecha republicana triunfara si él aparecía débil en su enfrentamiento con Jruschov. Pero es difícil creerse, por mucho que lo afirmen algunos historiadores, que Kennedy estuviera más motivado por consideraciones de política interior que por la estrategia de defensa y la política exterior. La proximidad de Estados Unidos hacía que la presencia de los misiles rusos en Cuba incrementara en 50 % la capacidad de Moscú de golpear el conteninente norteamericano con cabezas nucleares, lo cual era un cambio de la mayor importancia en el equilibrio del terror de la Guerra Fría. En ese contexto, la Administración fue muy lejos llevando al mundo al borde de un enfrentamiento nuclear directo, sobre todo cuando los rusos derribaron un avión espía U2, en plena crisis, lo cual hizo que los jefes de Estado Mayor exigieran un inmediato ataque a Cuba. En ese momento, Robert Kennedy “sugirió que había que buscar un pretexto, ‘Hundir un Maine o algo así’ y entrar en guerra contra los soviéticos (1). Más vale ahora que más tarde, concluyó” (Berstein). Finalmente, los americanos llegaron a un acuerdo secreto con Jruschov, ofreciéndole la retirada de los misiles Júpiter de Turquía contra la retirada de los misiles rusos de Cuba. Al mantenerse secreta la concesión norteamericana, Kennedy pudo reivindicar una victoria total por haber hecho retroceder a Jruschov. Es posible que el enorme golpe propagandístico de EE.UU acabara socavando la autoridad de Jruschov en los medios dirigentes rusos, siendo un factor importante de su retiro algún tiempo después. Los miembros del círculo más próximo a Kennedy mantuvieron esa ficción durante casi dos décadas como puede leerse en sus diferentes libros de “Memorias”. No será sino en los años 80 cuando los hechos de la crisis de los misiles cubanos y el acuerdo con el que se le puso fin, aparecerán a la luz (Berstein, op. cit.). Tras haber llegado tan cerca de una guerra nuclear, Moscú y Washington se pusieron de acuerdo para tender una “línea roja” de comunicación entre la Casa Blanca y el Kremlin y firmar un tratado de prohibición de los ensayos nucleares, concentrando sus fuerzas más en los enfrentamientos por intermediarios durante la etapa siguiente de la Guerra Fría.
Durante toda la Guerra Fría, las burguesías americana y rusa no se enfrentaron nunca directamente en conflictos armados, sino a través de una serie de guerras “por delegación”, concentradas en los países periféricos, unos conflictos que nunca involucraron a las metrópolis del mundo capitalista, sin llegar a ser nunca un peligro de espiral incontrolada en una guerra nuclear mundial, excepto, como hemos dicho, durante la crisis de los misiles de Cuba, en 1962. La mayoría de las veces, esos conflictos “por delegación de poder” involucraban a dos potencias, de un lado un gobierno con el respaldo de Washington contra un movimiento de liberación nacional apoyado por Moscú. Era menos frecuente que esos conflictos involucraran directamente a Rusia o a Estados Unidos contra un país tercero apoyado por uno de los dos, como así fue en Corea o en Vietnam para Estados Unidos, o Rusia contra los muyaidines apoyados y armados por EE.UU en Afganistán. En general, los insurgentes estaban apoyados por el bloque más débil como, por ejemplo, todas las guerras de pretendida liberación nacional apoyadas por los estalinistas durante toda la Guerra Fría. Angola o Afganistán, donde los rebeldes estuvieron apoyados por EE.UU fueron excepciones. En general, los avances realizados en ese ajedrez macabro del imperialismo por quienes estaban apoyados por Moscú provocaban una respuesta mucho mayor y devastadora de quienes tenían el apoyo de EEUU. Un ejemplo es la guerra en Oriente Próximo, en donde Israel repelió las ofensivas árabes, apoyadas por Moscú, repetida y masivamente. A pesar de las numerosas luchas de liberación que apoyó durante cuatro décadas, la burguesía estalinista rusa logró muy escasas veces establecer una cabeza de puente estable para salir de su baluarte europeo. Varios Estados del Tercer mundo quisieron utilizar a un bloque contra el otro, coquetearon con Moscú aceptando su apoyo militar, pero nunca integraron por completo o definitivamente su órbita. En ningún otro sitio como en Latinoamérica, en donde no pudieron nunca ir más allá de Cuba, la incapacidad de Rusia para ampliar de manera permanente su influencia apareció de manera tan flagrante. Incapaz de extender el estalinismo hacia Latinoamérica, la burguesía castrista se vio obligada a devolver la ayuda prestada por Rusia enviando tropas de choque a Angola al servicio de Moscú.
(continuará)
JG, febrero de 2003.
1) El Maine era el navío US que estalló en 1898 en el puerto de La Habana y provocó la declaración de guerra de Estados Unidos a España, potencia colonial en Cuba. Se sabe perfectamente que fue una provocación por parte de EE.UU para justificar esa declaración. Una provocación que se cobró 400 muertos entre los marinos US. Buen ejemplo del maquiavelismo de la burguesía, que siempre anda buscando pretextos que ella misma se fabrica para justificar sus maniobras imperialistas. Ver el artículo “Las Torres Gemelas y el maquivelismo de la burguesía” en la Revista internacional nº 108.
Hace 60 años tuvo lugar la revuelta del ghetto de Varsovia; e, ironía de la historia, hace exactamente 100 años, en 1843, Karl Marx publicaba La cuestión judía, texto que marcaba significativamente la evolución de Marx, de la democracia radical al comunismo. Volveremos sobre este texto en otro artículo; aquí baste decir que Marx, aún apoyando la abolición de todas las trabas feudales impuestas a los judíos en su participación en la sociedad civil, señalaba los límites inherentes a una emancipación únicamente “política” fundada en el ciudadano atomizado, y mostraba que la verdadera libertad no podía cumplirse más que a nivel social, por la creación de una comunidad unificada que supere las relaciones mercantiles, origen subyacente de la división de los hombres en diferentes unidades en competencia.
En aquella época, en 1843, el capitalismo ascendente planteaba de manera inmediata la cuestión de acabar con todas las formas de discriminación feudal contra los judíos, incluyendo su encierro en el ghetto. En 1943, los pocos judíos de Varsovia que quedaban, se sublevaron, no sólo contra la restauración del ghetto, sino también contra su exterminación física –trágica expresión del paso del capitalismo de su fase ascendente a la de su decadencia.
En 2003, cuando el declive capitalista llega a su fase más avanzada, parece que el capitalismo no ha resuelto aún la cuestión judía; los conflictos imperialistas Oriente Medio y el resurgir de un islam radical han resucitado viejos mitos antisemitas, y el sionismo, que se presentaba como el libertador de los judíos, además de encerrar a millones de ellos en una nueva trampa mortal, se ha convertido él mismo en una fuerza de opresión racial, dirigida esta vez contra la población árabe de Israel y Palestina.
Pero aquí queremos examinar una forma de tratar el holocausto en el plano artístico, en la película de Polansky, El pianista, que ha recibido recientemente muchas alabanzas, además de la Palma de Oro en el festival de Cannes del 2002, el premio a la mejor película durante las ceremonias artísticas (BAFTA) de Londres, y varios óscars en Hollywood.
Polanski es él mismo un refugiado del ghetto de Cracovia, y está claro que esta película constituye una toma de posición que tiene una dimensión personal. El pianista es un retrato notablemente fidedigno de las Memorias de un superviviente del ghetto de Varsovia, el pianista Vladislav Szpilman, que las escribió inmediatamente tras la guerra, y que acaban de ser reeditadas recientemente por Victor Gollanz en 1999, y han aparecido después en formato “libro de bolsillo” en el 2002. A pesar de ciertos adornos, el escenario se mantiene muy parecido a la presentación simple y no sentimental que hizo Szpilman de los horrible hechos que vivió; a veces hasta en los más pequeños detalles.
Nos cuenta la historia de una familia judía cultivada que decidió vivir en Varsovia al principio de la guerra, y por eso se vio sometida a la marcha forzada, gradual pero inexorable, hacia las cámaras de gas. Empezando por pequeñas humillaciones, como el decreto sobre la obligatoriedad de llevar la Estrella de David, se nos muestran todas las etapas, desde el momento en que toda la población judía de la ciudad se concentra en un ghetto reconstituido, donde la mayoría vive en condiciones sanitarias y laborales atroces, hasta la muerte lenta por hambre. Sin embargo, la aparición de una clase de aprovechados y la formación de una fuerza de policía judía y de un Consejo judío completamente sometidos a la ocupación, muestran que, incluso en el ghetto, las divisiones de clases continuaban existiendo entre los mismos judíos. La película, igual que el libro, muestra cómo, durante ese periodo, los actos aparentemente aleatorios y de una crueldad inimaginable de las SS(1) y de otros órganos de la dominación nazi, tenían una “racionalidad”: la de inculcar el terror y destruir toda voluntad de resistencia. Al mismo tiempo, el lado más “suave” de la propaganda nazi, alienta todo tipo de falsas esperanzas y sirve igualmente para impedir cualquier idea de resistencia. Esto se ve muy claramente cuando comienza el proceso final de las deportaciones, y se embarca a miles de personas en vagones de ganado que tienen que llevarlos a los campos de la muerte: mientras esperan que lleguen los trenes, aún discuten para saber si serán exterminados o utilizados para trabajar; se dice que esas discusiones se produjeron en las mismas puertas de las cámaras de gas.
Es cierto que el Holocausto fue uno de los acontecimientos más terribles de toda la historia de la humanidad. De hecho, se ha desarrollado toda una ideología con el fin de defender la segunda guerra imperialista mundial como una guerra “justa” a partir del carácter pretendidamente único de la “Shoah”, ideología según la cual, frente a una monstruosidad sin igual, era ciertamente necesario apoyar el mal menor que constituía la democracia. Los apologistas de izquierda de la guerra pretenden incluso que el nazismo, al haber introducido el esclavismo y volver a las ideologías paganas precapitalistas, constituía una especie de regresión respecto al capitalismo, el cual, en comparación, sería pues progresista. Pero lo que resalta claramente de todo este periodo, es que el holocausto nazi contra los judíos no fue en absoluto único. No solamente los nazis asesinaron a millones de personas de “razas inferiores” como los eslavos o los gitanos, etc, así como oponentes políticos de toda clase, burgueses o proletarios; sino que su Holocausto se produjo al mismo tiempo que el holocausto estalinista, que no fue menos devastador, y que el holocausto democrático en forma de bombardeos de las ciudades alemanas, de ataques nucleares en Hiroshima y Nagasaki, y del hambre deliberadamente impuesta a la población alemana tras la guerra. El trabajo esclavista tampoco ha sido característico del nazismo; el estalinismo en particular lo empleó enormemente en la construcción de su maquinaria de guerra. Todo esto era expresión de una degeneración extrema del capitalismo, en particular en una fase en que había vencido a la clase obrera y tenía las manos libres para dejarse llevar por sus pulsiones más profundas a la autodestrucción. Pero siempre había una lógica capitalista tras eso, como lo demuestra el folleto Auschwitz ou le grand alibi (Auschwitz la gran coartada), publicado por el Partido comunista internacional.
Este folleto desenmascara la razón material más elemental de la “elección” de los judíos por los nazis –la necesidad de sacrificar una parte de la pequeña burguesía arruinada para movilizar su otra parte “aria” tras el capital y la guerra– y la descripción que hace de la economía del Holocausto, refleja fielmente los acontecimientos del ghetto de Varsovia:
«En tiempos “normales”, y cuando se trata de poca cantidad, el capitalismo puede dejar que revienten sólos los hombres que rechaza del proceso de producción. Pero le era imposible hacerlo en plena guerra y tratándose de millones de personas: un “desorden” semejante lo habría paralizado todo. Era necesario que el capitalismo organizara su muerte.
Además, no los mató enseguida. Para empezar, los retiró de la circulación, los agrupó, los concentró. Y les hizo trabajar subalimentándolos, es decir, sobreexplotándolos a muerte. Matar a las personas con el trabajo es un viejo método del capital. Marx escribía en 1844: «Para que tenga éxito, la lucha indistrial exige numerosos ejércitos, que podemos concentrar en un momento dado, o diezmar copiosamente». Era preciso que toda esa gente pagara por los gastos de su vida, mientras vivían, y después por los de su muerte. Y que produjeran plusvalía tanto tiempo como pudieran. Puesto que el capitalismo no puede ejecutar a los hombres que ha condenado, si no saca beneficios incluso de matarlos».
Al principio de la película –estamos en septiembre de 1939– vemos a la familia Szpilman escuchando la radio, que anuncia que Francia y Gran Bretaña han declarado la guerra a Alemania. La familia festeja el acontecimiento, porque piensan que su liberación está al alcance de la mano. A lo largo de la película, el abandono total y completo de los judíos de Varsovia y de hecho, de Polonia misma, queda cada vez más claro, y las esperanzas puestas en las potencias democráticas se revelan totalmente sin fundamento.
En Abril de 1943, la población del ghetto ha pasado, de prácticamente medio millón, a 30000; muchos de los que quedan son jóvenes seleccionados para cumplir trabajos pesados. En ese momento, ya no queda ninguna duda desde hace tiempo, de la “solución” nazi al problema judío. La película muestra los contactos de Szpilman con ciertos personajes en la clandestinidad; uno de ellos, Jehuda Zyskind, se describe en el libro como un “socialista idealista” que, muchas veces, casi convence a Szpilman de la posibilidad de un mundo mejor (el libro revela que Zyskind y toda su familia fueron asesinados en su casa, después de haber sido descubiertos mientras seleccionaban literatura clandestina en torno a una mesa). Szpilman era un artista, y no un personaje profundamente político; nos lo muestran transportando armas clandestinamente en sacos de patatas, pero él escapó del ghetto antes de la sublevación. Ni él ni la película abordan con mucho detalle las corrientes políticas que operaban en el ghetto. Parece que principalmente estaban compuestas de antiguas organizaciones proletarias que ahora se situaban esencialmente en un terreno nacionalista radical, de una u otra forma –el ala extrema izquierda del sionismo y de la socialdemocracia, los bundistas, y el Partido comunista oficial. Estos grupos son los que organizaron los lazos con la resistencia “nacional” polaca y consiguieron proporcionar clandestinamente armas al ghetto, preparando la sublevación de finales de abril de 1943 bajo los auspicios de la organización judía de combate. A pesar del número irrisorio de armas y municiones a su disposición, los insurgentes consiguieron tener en jaque al ejército alemán durante un mes. Esto no hubiera sido posible sin el apoyo de una gran proporción de la población hambrienta que se sumó de una u otra forma a la revuelta. En este sentido, la sublevación tuvo un carácter popular, y no puede reducirse a las fuerzas burguesas que lo organizaron; pero tampoco fue una acción con un carácter proletario, y no podía de ninguna manera poner en cuestión la sociedad que genera ese tipo de opresión y de horrores. De hecho era, muy conscientemente, una revuelta sin perspectivas, en la que la motivación preponderante de los rebeldes, era morir al principio, antes que ser llevados como ganado a los campos de la muerte. Sublevaciones similares ocurrieron en otras ciudades como Vilno, e incluso en los campos de concentración hubo sabotajes y motines armados. Esas revueltas sin esperanza son el producto clásico de una evolución en la que el proletariado ha perdido la capacidad de actuar en su terreno de clase. Toda la tragedia se repitió el año siguiente a gran escala, durante la revuelta general de Varsovia, que se terminó con la destrucción de la ciudad, igual que el ghetto había sido completamente arrasado tras la revuelta de los judíos.
En ambos casos, se puede demostrar la hipocresía y la doblez de las fuerzas de la democracia y de la “patria del socialismo”, que proclamaban que su único objetivo al implicarse en la guerra, era liberar a los oprimidos por la dominación nazi.
En su libro While Six million Died (Secker and Warburg, Londres 1968) Arthur Morse cita una de las últimas proclamaciones de los protagonistas de la revuelta del ghetto:
«Sólo la fuerza de las naciones aliadas puede aportar una ayuda inmediata y activa ahora. En nombre de millones de judíos quemados, asesinados y quemados vivos. En nombre de los que luchan y de los que están condenados a morir, llamamos al mundo entero... Nuestros aliados más próximos, deben comprender al menos el grado de responsabilidad producto de semejante apatía frente al crimen sin precedente cometido por los nazis contra toda una nación, cuyo epílogo trágico está ahora a punto de jugarse. La sublevación heroica, sin precedente en la historia, de los hijos condenados del ghetto, tiene al menos que despertar al mundo para actuar conforme a la gravedad del momento».
Este pasaje ilustra muy claramente, al mismo tiempo, la comprensión que tenían los protagonistas de la revuelta de que estaban condenados y sus ilusiones sobre las buenas intenciones de las potencias aliadas.
¿Qué hacían en realidad los Aliados contra los crímenes nazis cuando ardía el ghetto de Varsovia? En el mismo momento –el 19 de Abril de 1943– Gran Bretaña y América habían organizado en las Bermudas una conferencia sobre el problema de los refugiados. Como Morse muestra en su libro, las potencias democráticas habían sido directamente informadas del memorándum de Hitler de Agosto 1942, que formalizaba el plan de exterminio de toda la población judía europea. Sin embargo sus representantes fueron a la Conferencia de las Bermudas con un mandato que debía asegurar que no se haría nada sobre ese tema.
«El departamento de Estado ha establecido un memorandum para la orientación de los delegados a la Conferencia de las Bermudas. Los americanos fueron instruidos para no limitar la cuestión a la de los refugiados judíos, para no suscitar cuestiones de fe religiosa o de raza llamando a un apoyo público, ni prometiendo fondos americanos; para no comprometerse en lo que concierne al transporte por barco de refugiados; para no retrasar el programa marítimo militar proponiendo que los transportes de vuelta vacíos carguen refugiados en ruta; para no transportar refugiados del otro lado del océano si se les encontraba emplazamiento en los campos de refugiados de Europa; para no esperar un solo cambio en las leyes americanas de inmigración; para no ignorar las necesidades del esfuerzo de guerra y las necesidades de la población americana en dinero y alimentación; para no establecer nuevas agencias de apoyo a los refugiados, puesto que el Comité intergubernamental estaba ya para eso.
El delegado británico, Richard Kidston Law, añadió algunas negativas a la larga lista aportada por sus amigos americanos. Los británicos no considerarían hacer ningún llamamiento directo a los alemanes, no cambiarían prisioneros por refugiados, y no levantarían el bloqueo de Europa para enviar aprovisionamiento de socorro. Mr Law añadió el peligro que supondría para los aliados el “desembarco” de un gran número de refugiados, algunos de los cuales podrían ser simpatizantes del Eje, ocultos bajo la máscara de personas oprimidas».
Al final de la Conferencia, la “continuación” de sus actividades se puso en manos de un Comité Intergubernamental –el precursor de la ONU– que ya era bien conocido por... no hacer nada.
Esto no fue una expresión aislada de inercia burocrática. Morse cuenta otros espisodios, como la oferta que hizo Suecia de recoger a 20000 niños judíos de Europa, oferta que pasó de oficina en oficina en Gran Bretaña y América y fue finalmente enterrada. Y el folleto Auschwitz… cuenta la historia, aún más impactante, de Joel Brandt, el líder de la organización judía húngara, que negoció con Adolf Eichman la liberación de un millón de judíos, a cambio de 10 000 camiones. Pero como dice el folleto: «¡No sólo los judíos, sino también las SS, se habían tragado la propaganda humanitaria de los Aliados! ¡Los aliados no querían ese millón de judíos! Ni por 10 000 camiones, ni por 5 000, ni por nada». El mismo género de ofertas de parte de Rumanía y de Bulgaria fue rechazado igualmente. Según palabras de Roosvelt, «transportar tanta gente desorganizaría el esfuerzo de guerra».
Este breve repaso del cinismo total de los aliados, sería incompleto si no mencionáramos cómo el Ejército Rojo, que había llamado a los polacos a sublevarse contra los nazis, mantuvo sus tropas en los accesos a Varsovia durante la sublevación de 1944, dejando a los nazis la tarea de aplastar a los insurgentes. Ya hemos explicado las razones en nuestro artículo, “Las masacres y los crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional nº 66:
«De hecho Stalin decidió, ante la amplitud de la insurrección (...) “dejar Varsovia cocerse en su propia salsa”, con el objetivo evidente de tragarse Polonia sin encontrar obstáculos serios por parte de la polblación polaca. En caso de éxito de la insurrección de Varsovia, el nacionalismo se habría reforzado considerablemente y habría podido poner serios obstáculos contra los designios del imperialismo ruso. Al mismo tiempo inauguraba su papel de gendarme antiproletario, frente a la amenaza potencial obrera en Varsovia».
Y si se piensa que semejante crueldad sería específica del odioso dictador Stalin, el artículo señala que esa táctica de “dejar cocerse en su propia salsa” había sido antes adoptada por Churchill, en respuesta a las huelgas obreras masivas que se produjeron el mismo año en el norte de Italia; una vez más, los Aliados dejaron que los carniceros nazis hicieran el trabajo sucio en su lugar. El artículo, que se escribió en 1991, muestra después que “los países occidentales” emplearon una táctica completamente idéntica después de la guerra del Golfo frente a las sublevaciones Kurdas y chiitas contra Sadam.
El hecho de que Szpilman haya sobrevivido a esta pesadilla, es desde luego, notable; en gran parte se debe a la combinación de una suerte extraordinaria, y al respeto que la gente tenía por su arte musical. Fue alejado involuntariamente de los vagones de ganado por un policía judío compasivo, mientras sus padres, su hermano y sus dos hermanas fueron embarcados y llevados a su destino. Después de ser sacado clandestinamente del ghetto, fue acogido por músicos polacos relacionados con la resistencia. Sin embargo, al final quedó totalmente solo, debiéndole la vida a un oficial alemán, Wilm Hosenfeld, que lo alimentó y lo escondió en un granero en el mismo cuartel general de las fuerzas de ocupación alemanas, que estaban a punto de desintegrarse. El libro contiene un apéndice con extractos del diario de Hosen-
feld. Nos cuenta que era un católico idealista asqueado por el régimen nazi y que salvó algunos otros judíos y víctimas del terror.
Hubo muchos pequeños actos de valentía y de humanidad de este tipo durante la guerra. Los polacos, por ejemplo, tienen una espantosa reputación de antisemitas, particularmente porque los combatientes judíos que se escapaban del ghetto, también fueron asesinados por los milicianos de la resistencia nacional polaca. Pero el libro señala que los polacos salvaron más judíos que cualquier otra nación.
Fueron actos individuales, no expresiones de un movimiento proletario colectivo como lo fue la huelga contra las medidas antijudías y las deportaciones, que comenzó en los astilleros de Amsterdam en Febrero de 1941 (cf. nuestro libro sobre la Izquierda Holandesa –sólo en francés e inglés). Sin embargo dan una pequeña muestra de que, incluso en medio de las más horribles orgías de odio nacionalista, existe una solidaridad humana que puede elevarse por encima de eso. Al final de la película, tras la derrota del ejército alemán, vemos a uno de los amigos músicos de Szpilman pasar ante un grupo de prisioneros de guerra alemanes. Va a la barrera para insultarlos; pero queda desconcertado cuando uno de ellos corre hacia él y le pregunta si conoce a Szpilman y le pide ayuda. Es Hosenfeld. Pero el músico es apartado por los guardias antes de que pueda saber el nombre y los detalles respecto a Hosenfeld. Avergonzado de su actitud inicial, el músico cuenta a Szpilman –que ha recuperado su trabajo de pianista en la radio de Varsovia– lo que ha pasado. Szpilman pasó años buscando el rastro de su salvador, sin éxito, aunque proporcionó ayuda a los miembros de su familia. Y nos enteramos de que Hosenfeld murió en un campo de trabajo ruso a principios de los años 50 –un último recuerdo de que la barbarie no se limitaba al imperialismo perdedor.
No cabe duda de que la burguesía continuará explotando el Holocausto para reforzar el mito de la democracia y justificar la guerra. Y en la situación actual, si las mejores expresiones artísticas pueden dar una apreciación profunda de las verdades sociales e históricas, muy raramente están armadas de un punto de vista proletario que les permita resistir las tentativas de recuperación. El resultado es que la burguesía tratará de utilizar las tentativas honradas de describir los hechos, para servir a sus fines deshonrosos. Hoy asistimos a las tentativas asqueantes de presentar la nueva ofensiva imperialista en el Golfo, como una batalla para salvarnos de las atrocidades que prepara el “nuevo Hitler”, Sadam Husein. Pero los preparativos de guerra actuales revelan con una claridad creciente que es el capital como un todo el que prepara un nuevo holocausto para la humanidad y que son las grandes potencias democráticas las que empujan hacia el abismo. Un nuevo holocausto superaría con mucho todo lo que ocurrió en la década de 1940, puesto que implicaría la destrucción de la humanidad. Pero contrariamente a 1940, hoy el proletariado mundial no ha sido pulverizado ni es incapaz de actuar en su propio terreno de clase; por eso no es tarde para impedir que el capitalismo imponga su “solución final” y para reemplazar su sistema putrefacto por una sociedad auténticamente humana.
Amos (Febrero 2003)
1) El libro, y la película, muestran cómo Szpilman y su familia son testigos de una redada en el apartamento de enfrente del suyo. Otra familia acaba de sentarse a cenar, cuando aparecen las SS y piden que se levante todo el mundo. Un anciano paralítico no puede, y dos soldados de las SS lo cogen de la silla de ruedas y lo tiran por la ventana. A los niños no se les trataba mejor, como señala friamente este pasaje del libro: «Salimos, escoltados por dos policías, en dirección a la puerta del ghetto. Habitualmente estaba guardada por oficiales de policía judíos, pero hoy toda una unidad de la policía alemana verificaba al detalle los papeles de todos los que salían del ghetto para ir al trabajo. Un niño de 10 años llegó corriendo por el callejón. Estaba muy pálido, y tan asustado que olvidó quitarse la gorra ante un policía alemán que venía en su dirección. El alemán se paró, sacó su revolver sin decir una palabra, apuntó a la sien del niño y disparó. El niño cayó a tierra, agitó los brazos, quedó rígido y murió. El policía enfundó tranquilamente su pistola en la cartuchera, y siguió su camino. Yo lo miraba: no presentaba siquiera características particulares de brutalidad y no parecía enfadado. Era un hombre normal, plácido, que venía de cumplir una de sus numerosas pequeñas obligaciones cotidianas y después la había apartado de su cabeza para atender otros asuntos más importantes que le esperaban».
Frente al ataque frontal sobre las pensiones en Francia y en Austria, se han puesto en lucha sectores enteros de la clase obrera con una determinación que no se había visto desde finales de los años 80. En Francia durante varias semanas, hubo repetidas manifestaciones que reunieron cientos de miles de obreros del sector público pero también del privado: un millón y medio de proletarios estaban en las calles de las principales ciudades francesas el 13 de mayo, cerca de un millón en la manifestación parisina del 25 de mayo. El 3 de junio había todavía 750 000 personas movilizadas. El sector de la Educación nacional estuvo en la punta de lanza del movimiento social del país, entre otras cosas porque ha sido el atacado con más violencia. En Austria, ante ataques parecidos sobre las pensiones, ha habido las manifestaciones más masivas desde finales de la Segunda Guerra mundial, más de 100 000 personas el 13 de mayo, cerca de un millón (en un país con menos de 10 millones de habitantes) el 3 de junio. En Brasilia, capital administrativa de Brasil, una manifestación juntó a 30 000 empleados del servicio público el 11 de junio, movilizados contra una reforma de los impuestos, de la seguridad social, pero, sobre todo, allí también, de las pensiones, una “reforma” impuesta por el nuevo “gobierno de izquierda” de Lula. En Suecia, 9 000 empleados municipales y de servicios públicos se pusieron en huelga contra los recortes en los presupuestos sociales.
Hasta ahora, la burguesía ha logrado escalonar en el tiempo sus ataques antiobreros, por grupos, por sectores, regiones o países. Lo importante de la situación actual es que desde finales de los años 90, los ha emprendido de manera más brutal, violenta y masiva. Es un índice de la aceleración de la crisis mundial que se plasma en dos fenómenos fundamentales y concomitantes a escala internacional: el retorno de la recesión abierta y una nueva cota alcanzada por el endeudamiento.
La caída en una nueva recesión afecta hoy de lleno a los países centrales, a los países del centro del capitalismo: Japón desde hace ya años y ahora Alemania. Oficialmente, Alemania ha entrado en un nuevo período de recesión (por segunda vez en dos años). Otros Estados europeos, Holanda en particular, están en la misma situación. Esta recesión amenaza seriamente a Estados Unidos desde hace dos años. Vuelve a subir la tasa de desempleo y se incrementan los déficits de la balanza comercial y los presupuestos del Estado federal. El diario francés Le Monde del 16 de mayo de 2003 daba la alarma sobre el riesgo de deflación, que vuelve a hacer aparecer los espectros de los años 30:
“No sólo disminuye día tras día la esperanza de un relanzamiento tras la guerra contra Irak, además está creciendo el temor de ver la economía americana hundirse en una espiral de baja de tarifas (…) Un guión de film-catástrofe en el que los precios de los activos y de los bienes de consumo no paran de bajar, las ganancias se desmoronan, las empresas bajan los salarios y despiden, acarreando así nuevas bajas del consumo y de los precios. Las familias y las empresas, demasiado endeudadas, no pueden ya hacer frente a sus compromisos, los bancos anémicos restringen los créditos bajo la mirada impotente de la Reserva Federal. No se trata de hipótesis de especialistas con ganas de emociones fuertes. Eso es lo que está viviendo Japón desde hace diez años con algún que otro período de remisión de vez en cuando”.
Lo que la burguesía llama deflación no es ni más ni menos que un hundimiento duradero en la recesión en la que un “guión” como el descrito arriba se vuelve realidad, en el que la burguesía ya no logra usar el crédito como factor de relanzamiento. Eso es una denegación a quienes creían que la guerra en Irak iba a permitir una reanudación de la economía mundial, cuando en realidad es una sima para ella. La guerra y la ocupación que va a durar son ante todo una sangría importante en la economía de EE.UU (mil millones de $ semanales para el ejército de ocupación) y de Gran Bretaña. Además se están acelerando por todas partes en el mundo las carreras de armamentos, en especial con los nuevos programas militares europeos, lo cual implica una suplemento de explotación de los proletarios.
La segunda característica de la situación económica, es la huida ciega en una deuda colosal que es una auténtica bomba de relojería para el futuro, que afecta a todas las economías, desde las empresas hasta los gobiernos nacionales, pasando por las familias, cuya tasa de endeudamiento nunca había sido tan elevada (cf. artículo sobre la crisis en esta Revista).
Como ocurre cada vez que está enfrentado a la crisis y a sus contradicciones, el capitalismo intenta superarla con los dos únicos medios de que dispone:
– por un lado, intensifica la productividad del trabajo, sometiendo cada vez más a los obreros, o sea los productores de plusvalía, a cadencias infernales;
– por otro lado, arremete directamente contra el coste del capital variable, o sea la parte correspondiente al pago de la fuerza de trabajo, reduciéndola cada vez más. Para ello dispone de varios medios: multiplicación de planes de despidos; baja de salarios, cuya variante más utilizada es la de hacer frente a la competencia mediante la “deslocalización” o los trabajadores inmigrados con los que disfrutar de una mano de obra lo más barata posible; reducción del costo del salario social cercenando todos los subsidios sociales (pensiones, salud, subsidios de desempleo)
El capitalismo está cada día más obligado a incidir simultáneamente en todos esos planos, o sea que, por todas partes, los Estados están abocados a arremeter al mismo tiempo contra TODOS los aspectos de las condiciones de vida de la clase obrera. A la burguesía no le queda otra opción, en su lógica de la ganancia, sino la de llevar a cabo ataques masivos y de frente. Y, evidentemente, toma sus precauciones para planificar y coordinar el ritmo de esos ataques según los países para evitar una simultaneidad de conflictos sobre la misma cuestión.
Desde los años 70, con la generalización del desempleo masivo y el sacrificio de miles de empresas y sectores menos rentables de la economía, han desaparecido millones de empleos y la burguesía ha desvelado su incapacidad para integrar a las nuevas generaciones de obreros en la producción. Pero hoy se ha dado un nuevo salto: a la vez que se sigue despidiendo a mansalva, la nueva diana de la burguesía son todos los subsidios sociales. En algunos países centrales como Estados Unidos, la “protección social” ha sido prácticamente inexistente. Pero en este país, en particular, las empresas financiaban la mayoría de las veces las pensiones de sus asalariados. La base de los “escándalos financieros” de estos últimos años, cuyo ejemplo más espectacular ha sido el de Enron, es que las empresas se aprovechaban de esos fondos para colocarlos en acciones de la Bolsa; ese dinero acabó en el humo de la especulación, sin que las empresas puedan pagar la más mínima pensión, sin los medios para reembolsar a los asalariados expoliados, ahora reducidos a la más sombría de las miserias. En otros países como Gran Bretaña, ya fue ampliamente desmantelada la protección social. El ejemplo de Gran Bretaña es de lo más edificante sobre lo que le espera a la clase obrera entera: desde los “años Thatcher”, hace veinte, las jubilaciones se pagan con fondos de pensión. Pero la situación no ha cesado de degradarse desde entonces. Al transformar las jubilaciones en fondos de pensión, se hizo creer que esos fondos iban a producir muchos ingresos. Y fue lo contrario. En estos últimos años, la caída vertiginosa de la cotización de esos fondos a llevado a la miseria a cientos de miles de obreros (la pensión garantizada por el Estado es de unos 120 Euros por semana) y más del 20% viven ya por debajo del umbral de pobreza, condenando a muchos de ellos… a no jubilarse y a trabajar para poder “sobrevivir” hasta los 70 años o hasta la muerte, generalmente haciendo chapuzas muy mal pagadas. Muchos obreros se encuentran en situaciones de angustia al ser incapaces de pagarse un alojamiento o unos mínimos gastos médicos. Ya nadie toma a su cargo la hospitalización de las personas mayores que deben recurrir a tratamientos onerosos. Los hospitales o las clínicas inglesas no aceptan las diálisis para pacientes mayores que no disponen de medios para pagar, o sea que los condenan directamente a morir. Quienes no poseen ingresos suficientes para ser curados pueden reventar en una esquina. En otro plano, las reventas de casas o pisos cuyos plazos ya no pueden pagar los obreros se han multiplicado por 4 en los dos últimos años mientras que 5 millones de personas viven por debajo del umbral de pobreza (esta cifra se ha duplicado desde los años 70) y el desempleo tiene hoy el mayor incremento desde 1992. El primer país capitalista en haber instaurado el Welfare State (Estado del bienestar) tras la Segunda Guerra mundial se convirtió en el primer laboratorio para su desmantelamiento.
Hoy esos ataques se generalizan, se “mundializan”, haciendo saltar por los aires el mito de las “conquistas sociales”. El carácter de estos nuevos ataques es significativo. Van contra las pensiones de jubilación, los subsidios a los desempleados y los gastos de salud. Lo que hacen aparecer por todas partes cada vez más claramente es la incapacidad creciente de la burguesía para financiar los presupuestos sociales. La plaga del desempleo y el final del llamado Estado del Bienestar son dos expresiones muy significativas de la quiebra global del capitalismo. Eso es lo que acaban de ilustrar los ataques recientes en una serie de países:
• en Francia, sobre las pensiones, no solo se ha tratado de alinear el sector público con el privado pasando de 37,5 a 40 años en la duración de cuotas para tener derecho a cobrar una pensión “plena”. El gobierno ha anunciado el aumento progresivo de esta duración a 42 años, que será más tarde incrementada en función de la tasa de empleo. Se aumentarán las cuotas para todos los asalariados para así reflotar las cajas de pensiones, sin olvidar la obligación de cotizar a fondos de pensión o pensiones complementarias. Según el discurso oficial, se trata de un factor puramente demográfico, el “envejecimiento” de la población, responsable del déficit de las cajas de pensiones, que sería un “fardo” insoportable para la economía. No habría bastantes “jóvenes” para pagar las jubilaciones de una cantidad creciente de “viejos”. En realidad, los jóvenes ingresan cada vez más tarde en la vida activa, no sólo a causa de una escolaridad alargada que los progresos técnicos de la producción han hecho necesaria, sino, sobre todo, porque con cada día más dificultades logran encontrar un empleo (la prolongación de la escolaridad es también, por cierto, una manera de enmascarar el desempleo juvenil). Es, en realidad, el incremento imparable del desempleo (que es como mínimo el 10% de la población en edad de trabajar) y de la precariedad, la causa principal del descenso de cuotas y de los déficits en los sistemas de jubilación. De hecho, muchos patronos no tienen interés en guardar en sus plantillas a trabajadores mayores, mejor pagados en general que los jóvenes aunque tengan menos fuerzas y además son menos “maleables”. Tras los discursos sobre la necesidad de trabajar menos tiempo, está la realidad de una caída masiva del nivel de las pensiones de jubilación. En cuanto se impongan las medidas previstas van a concretarse en una baja del poder adquisitivo de las pensiones entre 15 y 50%, incluidos los asalariados peor pagados. Otra “reforma”, la de la Seguridad social, con unas medidas que serán decididas en otoño, ha empezado ya con una lista de 600 medicamentos que dejarán ser reembolsables y una nueva lista de 650 más que va a publicarse e inmediatamente aplicable por decreto en julio.
• En Austria, un ataque parecido al de Francia dirigido sobre todo contra las pensiones. Aquí la duración de las cuotas iba ya hasta los 40 años y ahora va a pasar a 42 y para una mayoría de asalariados será de 45 años con una amputación de los ingresos que podrá alcanzar el 40% para algunas categorías. El canciller conservador Schüssel ha aprovechado las elecciones anticipadas de febrero para formar un nuevo gobierno homogéneo de derecha “clásica” tras la “crisis” de septiembre de 2002 que acabó con la embarazosa coalición con el partido populista de Heider, lo cual permitió a la burguesía tener las manos más libres para asestar esos nuevos ataques.
• En Alemania, el gobierno rojiverde ha impuesto un programa de austeridad llamado “agenda 2010” que arremete simultáneamente contra varias cuestiones sociales. Primero: reducción drástica de subsidios por desempleo. El plazo de la indemnización que era de 36 meses se reducirá a 18 para los mayores de 55 años y de 12 para los demás. Después, a los obreros despedidos no les quedará otro recurso que el “auxilio social” (unos 600 euros por mes). Esto equivaldrá a una división por dos del monto de las pensiones de jubilación para 1 millón y medio de trabajadores reducidos al desempleo y eso cuando Alemania está saltándose la barrera de los 5 millones de parados. En cuanto a los gastos de salud, se prevé une baja de las prestaciones del seguro de enfermedad (reducción del reembolso de las visitas médicas, restricciones en las bajas por enfermedad). Un ejemplo de muestra: a partir de la sexta semana de baja por enfermedad en un año, la Seguridad Social dejará de pagar y los asegurados deberán pagarse un seguro privado si quieren ser reembolsados. Esas restricciones en los gastos de salud vienen a añadirse a un alza en las cuotas del seguro de enfermedad instaurada a principios de 2003 para todos los asalariados. Paralelamente, el régimen de jubilaciones va a ser, al cabo, atacado también en Alemania: más edad para jubilarse (ya es de 65 años de media), aumento de las cuotas de los asalariados, supresión de la subida automática anual de las pensiones. Desde principios de año se han aplicado subidas de impuestos (retención en la hoja de paga para los salarios), medidas para favorecer el trabajo interino, incremento de la precariedad en el trabajo, contratos de tiempo parcial o de duración limitada.
• en Holanda, tras haberse quitado de encima a su ala populista, el nuevo gobierno de coalición (democristianos, liberales, reformadores) se ha apresurado a anunciar un plan de austeridad basado en restricciones presupuestarias en lo social (un plan que prevé unos ahorros de 15 mil millones de euros) con, entre otras cosas, una reforma radical de los subsidios de desempleo y de los criterios de incapacidad laboral así como una revisión general de la política salarial.
• en Polonia también se arremete contra los gastos de salud. Excepto las enfermedades muy graves reembolsadas en su totalidad, la mayoría de las enfermedades solo lo son 60 o 30%. Enfermedades “benignas”, como la gripe o unas anginas: nada. El estatuto de funcionario no protege de los despidos.
• En Brasil, ya dijimos antes que el Partido de los Trabajadores de “Lula” está en la vanguardia de…los recortes en los presupuestos sociales en Latinoamérica.
• En el marco de la ampliación de la Unión Europea, las directivas del Buró Internacional del Trabajo para los años venideros es que la financiación de las cajas de pensiones para 5 de los 10 países interesados (Polonia, Hungría, Bulgaria, Lituania y Estonia) corra únicamente a cargo de los obreros, mientras que hasta ahora corría a cargo de los empresarios, del Estado y de los asalariados.
Se puede pues comprobar que sea cual sea el gobierno, de derecha o de izquierda, son por todas partes los mismos ataques.
Mientras tanto, los planes de despidos masivos se acumulan a mansalva: 30 000 en Deutsche Telekom, 13 000 en France Télécom, 40 000 en la Deutsche Bahn (ferrocarriles alemanes), 2000 más en la SNCF (ferrocarriles franceses). FIAT acaba de anunciar la supresión de 10 000 empleos en el continente europeo, tras los despidos de 8 100 obreros a finales de 2002 en Italia, Alsthom 5000. La compañía aérea Swissair ha previsto eliminar 3000 empleos suplementarios en un sector ya muy afectado por la crisis desde hace dos años. El banco de negocios estadounidense Merrill Lynch ha despedido 8000 asalariados desde el año pasado. 42 000 empleos se han perdido en Gran Bretaña durante el primer trimestre de 2003. No se libra ningún país, ni sector alguno. Por ejemplo, desde hoy a 2006, se calcula que cerrarán en ese país empresas a un ritmo de 400 por semana. Por todas partes lo que se está haciendo la regla es la interinidad de los empleos.
Ha sido pues ante semejante agravación cualitativa de la crisis y de los ataques contra las condiciones de vida consecuencia de ella, si la clase obrera se ha movilizado en las luchas recientes.
Lo primero que hay que subrayar respecto a esas luchas es que son una refutación total de todas las campañas ideológicas con las nos han abrumado tras el desmoronamiento del bloque del Este y de los regímenes estalinistas. No, la clase obrera no ha desaparecido. No, sus luchas no pertenecen al pasado. Demuestran que la perspectiva sigue estando orientada hacia los enfrentamientos de clase, a pesar de la desorientación y del gran retroceso de la conciencia de clase provocados por los grandes cambios habidos después de 1989. Un retroceso acentuado además por todos los otros estragos de una descomposición social avanzada, que tiende a hacer perder a los proletarios sus referencias y su identidad de clase, y por las campañas de la burguesía, antifascistas, pacifistas y demás movilizaciones “ciudadanas”. Ante una situación así, los ataques de la burguesía y del Estado empuja a los proletarios a afirmarse de nuevo en su terreno de clase y a reanudar, al cabo, con las experiencias pasadas y la necesidad vital de luchar. Y ha sido así como los obreros se han visto obligados a vivir otra vez la experiencia del sabotaje de la lucha por esos órganos de encuadramiento de la burguesía que los sindicatos y los izquierdistas son. De modo más significativo, empiezan a plantearse en el seno de la clase obrera, a pesar de la amargura de la derrota inmediata, cuestiones más profundas sobre cómo funciona esta sociedad que, al cabo, acabarán poniendo en entredicho las ilusiones sembradas por la burguesía.
Para entender cuál es el alcance de esos ataques y lo que significan esos acontecimientos en la evolución de la relación de fuerzas en la lucha de clases, el método marxista nunca ha sido quedarse con la nariz pegada a las luchas mismas, sino definir cuál es el objetivo principal de la clase enemiga, qué estrategia desarrolla ésta, ante qué problemas se encuentra en un momento dado. Pues para luchar contra la clase dominante, la clase obrera debe siempre no sólo identificar a sus enemigos, sino comprender lo que están haciendo y qué maniobras preparan contra ella. En efecto, estudiar la política de la burguesía es generalmente la clave más importante para comprender la relación de fuerzas global entre las clases. Marx dedicó mucho más tiempo, páginas y energía, a examinar, disecar sus costumbres y desmontar la ideología de la burguesía para dejar en evidencia la lógica, los fallos y las contradicciones del capitalismo, que a describir y examinar, por sí solas, las luchas obreras. Por eso, ante un acontecimiento de un alcance mucho mayor, en su folleto sobre La lucha de clases en Francia en 1848, analizó sobre todo los resortes de la política burguesa. Lenin, por su parte, afirmaba en ¿Qué hacer? (1902):
“La conciencia de las masas obreras no puede ser una conciencia de clase auténtica si los obreros no aprenden, a partir de los hechos concretos y sobre todo políticos, de actualidad, a observar a la otra clase en toda su vida intelectual, moral y política. (…) Quienes concentran su atención, su observación y la conciencia de la clase obrera exclusiva e incluso principalmente en sí misma, no son socialdemócratas”,
o sea no son verdaderos revolucionarios.
Recientemente, en la Resolución sobre la situación internacional adoptada en nuestro XVº Congreso, la CCI volvía a afirmar una vez más:
“El marxismo ha insistido siempre en el hecho de que no basta con observar la lucha de clases desde el único ángulo de lo que hace el proletariado, puesto que la burguesía también lleva una lucha de clase contra el proletariado y su toma de conciencia. Un elemento clave de la actividad marxista ha sido siempre examinar la estrategia y la táctica de la clase dominante para tomarle la delantera a su enemigo mortal” (Revista internacional, nº 113).
Desdeñar el estudio del enemigo de clase siempre ha sido algo típico de las tendencias obreristas, economicistas y consejistas en el movimiento obrero. Esta visión se olvida de un dato elemental que debe servir de brújula en el análisis de una situación determinada, y es que, en una situación ya claramente prerrevolucionaria, no es nunca el proletariado el que está a la ofensiva. En los demás casos es siempre la burguesía, como clase dominante que es, la que ataca y obliga al proletariado a responder, la que, de modo permanente y organizado, se adapta no sólo a lo que hacen los obreros, sino que procura anticipar las reacciones de éstos, pues la clase explotadora nunca cesa de vigilar a su adversario irreductible. Para ello dispone además de instrumentos específicos que le sirven permanentemente de espías para medir la temperatura social, o sea, los sindicatos.
Así ante la situación actual, lo primero que hay que preguntarse es por qué la burguesía lleva a cabo sus ataques de esta u otra manera.
Los medios de comunicación han comparado ampliamente el movimiento habido en Francia con las huelgas de noviembre-diciembre de 1995 en el sector público contra el gobierno de Juppé, que entonces también produjeron concentraciones comparables con las de ahora. En 1995, el objetivo esencial del gobierno fue sacar provecho de la campaña ideológica que montó toda la burguesía sobre la pretendida “quiebra del marxismo y el comunismo” tras el desmoronamiento de los regímenes estalinistas, explotando el retroceso en la conciencia de clase para reforzar y prestigiar el aparato de encuadramiento sindical, borrando toda la experiencia acumulada por las luchas obreras entre 1968 y los años 80, especialmente sobre la cuestión sindical. Incluso si una parte económica del plan Juppé (para la “reforma” de la financiación de la seguridad social y la instauración de un nuevo impuesto aplicado a todos los ingresos) acabó pasando bajo el gobierno de Jospin, la parte dedicada a las pensiones de jubilación (supresión de los regímenes especiales más “favorables” del sector público) no pudo realizarse e incluso fue deliberadamente sacrificada por la burguesía para con ello hacer creer que todo fue una “victoria de los sindicatos”. La burguesía quiso así mostrar aquella huelga como una “victoria obrera” gracias a los sindicatos que “hicieron echarse atrás al gobierno”, como una lucha ejemplar asegurándole una publicidad mediática fenomenal a escala internacional. Se invitaba así a la clase obrera de los demás países a hacer su “diciembre 95 francés”, referencia inevitable de todos los combates futuros, y sobre todo, a ver en los sindicatos, tan “combativos”, tan “unitarios”, tan “determinados” durante los acontecimientos, sus mejores aliados para defenderse contra los ataques del capital. Ese movimiento fue por cierto, la referencia de las luchas sindicales en Bélgica justo después y en Alemania seis meses más tarde, todo para volver a darle brillo a una combatividad sindical tan empañada en el pasado. Hoy el grado alcanzado por la crisis económica no es el mismo. La gravedad de la crisis capitalista obliga a la burguesía nacional a acometer el problema de frente. Atacar el régimen de pensiones no es más que una de las primeras medidas de una larga serie de nuevos ataques masivos y frontales en preparación.
La burguesía nunca se enfrenta a la clase obrera de manera improvisada. Procura siempre debilitarla al máximo. Para ello ha adoptado a menudo la táctica de tomar la delantera, haciendo que salten movimientos sociales antes de que las amplias masas obreras estén en condiciones de asumirlos, provocando a ciertos sectores más dispuestos a ponerse ya en movimiento. El ejemplo histórico más significativo fue el aplastamiento, en enero de 1919, de los obreros berlineses que se habían revelado tras una provocación del gobierno socialdemócrata, pero que se quedaron aislados del resto de su clase, que todavía no estaba lista para lanzarse a un enfrentamiento general con la burguesía. El ataque actual contra las pensiones en Francia también ha estado acompañado de toda una estrategia para limitar las reacciones obreras que, iba a provocar tarde o temprano dicho ataque. Al no poder evitar la lucha, la burguesía tenía que hacer las cosas de tal manera que la lucha desembocara en una derrota obrera punzante, para que el proletariado vuelva a dudar de su capacidad para reaccionar como clase ante los ataques. Y así aquélla optó por hacer estallar la cólera antes de tiempo, provocando a un sector, el de la Educación nacional mediante unos ataques añadidos y particularmente fuertes, para que entrara en lucha el primero, que se agotara al máximo y sufriera la derrota más punzante. No es la primera vez que la burguesía francesa, como sus colegas europeas, provocan a un sector en una maniobra contra la clase obrera. Antes de la Educación nacional hoy, ya lo hizo, por ejemplo en 1995, con los ferroviarios de la SNCF.
Ya durante el gobierno Jospin, por medio del ministro Allègre, la burguesía había anunciado su intención de “quitarle grasa al mamut” de la Educación nacional, que representaba, y con mucho, el mayor contingente de funcionarios. Como la mayoría de éstos (excepto Defensa, Interior y Justicia, o sea los de los cuerpos encargados de la represión estatal), el de Educación ha sido sometido a recortes presupuestarios en los que no se sustituirán 3 puestos de cada 4, exceptuando al personal docente. Además, a finales de 2002 se anunció, iniciándose el proceso, la supresión de miles de “auxiliares educativos”, empleos ocupados por jóvenes en las enseñanzas primaria y secundaria. Esas supresiones de plazas, además de dejar sin trabajo a muchos jóvenes, hace más insoportable la labor de los docentes, más aislados todavía en primera línea, ante unos alumnos cada vez más problemáticos a causa del peso creciente de la descomposición social (drogas, violencia, delincuencia, problemas sociales y familiares de todo tipo...).
Ese sector, afectado ya, no sólo iba a soportar el ataque general a las pensiones, sino que además le asestaron otro suplementario, específico, el del proyecto de descentralización del personal no docente. Para este personal, eso significa verse colocado bajo otra autoridad administrativa, ya no nacional sino regional, con un contrato de trabajo menos ventajoso y, a la larga, más precario. Fue una verdadera provocación para que el conflicto se focalizase en ese sector. La burguesía también escogió el momento del ataque que le permitiera aprovecharse de dos límites: el período de exámenes para los profesores y el de vacaciones de verano para la clase obrera en su conjunto. De igual modo, para “romper” la combatividad, dividir y desmoralizar el movimiento, especialmente en la Educación, el gobierno ya tenía previsto de antemano aflojar un poco la cuerda, sin que ello le costara mucho, sobre el proyecto de “descentralización”. Retiró, para dejar lo esencial, un trocito de ese ataque específico, la descentralización para el personal más cercano al profesorado (psicólogos, consejeros de orientación, asistentes sociales). Favoreciendo a una minoría del personal afectado (unos 10 000 asalariados), en detrimento de técnicos y obreros de servicios (100 000 asalariados), sabía que así podía dividir la unidad del movimiento y desactiva la cólera del personal docente. Para rematar la derrota, el gobierno echó el resto, negándose a negociar la paga de los días de huelga tras las “consignas de rigor” (retención íntegra y distribución de ésta limitada a dos meses) impuestas por el primer ministro Raffarin: “La ley prevé retenciones de salario para los huelguistas. El gobierno aplica la ley”. La burguesía sabía que podía contar con una colaboración sin fisuras de los sindicatos y los izquierdistas para repartirse la labor, dividir y desorientar el movimiento, frenando aquí convenciendo a unos de no entrar en la lucha, animando al contrario a otros a entrar con decisión en ella, exhortando después a aquellos a ser “responsables”, “razonables” y a éstos a “aguantar” y a “extender” la lucha en una actitud suicida de “hasta el final” con llamamientos a la “huelga general” en pleno reflujo para extender… la derrota, sobre todo entre los maestros.
Se ha vuelto hoy a un esquema mucho más clásico en la historia de la lucha de clases: el gobierno aporrea, los sindicatos se oponen llamando en un primer tiempo a la unidad sindical para embarcar masivamente a los obreros tras ellos y bajo su control. Luego el gobierno abre negociaciones y los sindicatos se desunen para así introducir mejor la división y la desorientación en las filas obreras. Este método, que juega con la división sindical frente al alza de la lucha de la clase es el que mejor garantiza a la burguesía el mantenimiento del encuadramiento sindical, concentrando en lo posible el desprestigio en uno u otro aparato ya designado de antemano. Eso significa que los sindicatos están nuevamente sometidos a la prueba de fuego: el desarrollo inevitable de las luchas en el futuro va a volver a plantearle a la clase obrera el problema de enfrentarse a sus enemigos para poder afirmar sus intereses de clase y las necesidades del combate.
Cada burguesía nacional se adapta al nivel de combatividad obrera para imponer sus medidas. Por mucho que por todas partes presenten las 35 horas como una conquista social, fueron, en realidad, un ataque en regla contra el proletariado en Alemania y Francia cuyas leyes sobre las 35 horas han servido de modelo en otros Estados, pues han permitido a la burguesía generalizar la “flexibilidad” de los asalariados, adaptada en función de las necesidades de la empresa (intensificación de la productividad, disminución de los descansos, trabajo en el fin de semana, horas extras no pagadas, etc.). Los obreros que trabajan en los Länder de la ex Alemania del Este acaban de “obtener” la promesa de pasar a 35 horas en 2009 como los del Oeste, cuando esto les era negado hasta ahora so pretexto de nivel inferior de su productividad. El sindicato metalúrgico IG-Metall no ha parado de alejar a los obreros de sus reivindicaciones (por subidas de sueldos, en especial), organizando toda una serie de huelgas y de manifestaciones por las 35 horas. Esa perspectiva, considerada como demasiado lejana por los sindicatos, sigue hoy sirviendo a IG-Metall para animar a los obreros del Este a exigir las 35 horas ya, o, dicho de otra manera, a animarlos a que se les explote más y lo antes posible…En cambio, contra las medidas de austeridad de la “agenda 2010”, excepto alguna manifestación como la de Stuttgart del 21 de mayo, ese sindicato se ha limitado a hacer circular peticiones. Mientras tanto, el sindicato de Servicios organizaba una manifestación nacional en Berlín, el 17 de mayo, reservada a los obreros de ese sector.
Durante años, frente a la agravación de la crisis cuyas primeras consecuencias para la clase obrera fueron la subida inexorable del desempleo, las carretadas de despidos, que han acarreado un empobrecimiento considerable en la clase obrera, la burguesía está llevando a cabo ahora una política para ocultar prioritariamente la amplitud del fenómeno del desempleo. Para ello, manipula constantemente las estadísticas oficiales, suprime a desempleados de las oficinas de empleo, recurre al tiempo parcial, a los contratos basura, anima a las mujeres a “volver al hogar”, monta cursillos y empleos juveniles mal o nada remunerados. Además, no ha cesado de animar, favorecer, multiplicar las prejubilaciones para los asalariados mayores, los ceses progresivos de actividad, con el señuelo de la reducción del tiempo de trabajo a la vez que insistía en el aumento de la esperanza de vida de la población (“mejora” en la que los obreros se llevan, por cierto, la peor parte). Paralelamente, para los obreros en actividad, esa propaganda servía para que aceptaran una violenta deterioración de sus condiciones de vida y de trabajo causada por la supresión de empleos en nombre de la necesaria modernización de la gestión para enfrentar la competencia. Se les ha impuesto que se sometan a la jerarquía, a los imperativos de la productividad para salvar los empleos. Para contener un descontento social en alza causado por esa deterioración acelerada de sus condiciones de existencia, la baja de la edad de jubilación le sirvió a la burguesía de válvula de escape hasta legalizar esa baja en algunos países. En Francia, en particular, la promulgación de la jubilación a los 60 años, adoptada por la izquierda en los años 80, pudo aparecer como algo muy social cuando, en realidad, no servía sino para hacer oficial que ya era un hecho.
Hoy, la agravación de la crisis ya no permite a la burguesía seguir pagando a los obreros jubilados ni reembolsar los gastos médicos como antes. Con el incremento paralelo del desempleo, para una cantidad cada vez mayor de obreros será difícil justificar el número de años exigido para “disfrutar” de una pensión decente. En cuanto los proletarios dejan de producir plusvalía se convierten en un fardo para el capitalismo. En fin de cuentas, para este sistema, la mejor solución hacia la que cínicamente se está orientando es que, en cuanto dejan de ser productivos, se mueran lo antes posible.
Por eso es por lo que la arremetida brutal y directa contra las pensiones se ha traducido en una viva inquietud que ha desembocado en un despertar de la combatividad y también en el inicio de una reflexión en profundidad sobre el porvenir que el capitalismo ofrece a la sociedad.
En 1968, uno de los factores principales del resurgir de la clase obrera y de sus luchas en el ruedo histórico a escala internacional fue que se acabaron brutalmente las ilusiones del período de reconstrucción que había creado, durante una generación, una situación de euforia de pleno empleo, época durante la cual las condiciones de vida de la clase obrera mejoraron sustancialmente, tras el desempleo masivo de los años 30, el racionamiento y las penurias de la guerra y de la posguerra. La burguesía misma se creyó que aquel período de prosperidad no acabaría nunca, que había resuelto las crisis económicas, que el espectro de los años 30 había desaparecido para siempre. En cuanto aparecieron las primeras expresiones de la crisis abierta, la clase obrera empezó a sentir no sólo que se atacaba a sus condiciones de vida, sino que el porvenir se ensombrecía, un nuevo período de estancamiento económico y social se instalaba a causa de la crisis mundial. La amplitud de las luchas obreras a partir de mayo de 1968, el resurgir de la perspectiva revolucionaria dejaron malparadas las patrañas pequeñoburguesas de aquel entonces, como aquello de “la sociedad de consumo” o “el aburguesamiento del proletariado”. Guardando la necesaria distancia, los ataques actuales tienen mucho parecido con los de aquella época. No se trata de hacer comparaciones abusivas de ambos períodos. 1968 fue un acontecimiento histórico de primera importancia, fue el hito que marcó la salida de más de cuatro décadas de contrarrevolución. Para el proletariado internacional, aquellos hechos tuvieron un alcance y un significado con los que difícilmente podría compararse la situación actual.
Pero hoy estamos asistiendo al desmoronamiento de lo que aparecía en cierto modo como un consuelo tras años y años de presidio asalariado, algo que ha sido uno de los pilares que han permitido que el sistema haya aguantado durante 20 años: la jubilación a los 60 años, con la posibilidad, a partir de esta edad, de disfrutar de una vida tranquila, desembarazada de apuros materiales. Hoy, los proletarios se ven obligados a abandonar esa ilusión de poder librarse durante los últimos años de su vida de lo que se vive cada día más como un calvario: la degradación constante de las condiciones de trabajo, en un entorno en el que hay que soportar la falta de efectivos, el aumento constante de la presión laboral, la aceleración de los ritmos. O tendrán que trabajar durante más años, lo cual significa amputar ese tiempo en el que podían por fin librarse de la esclavitud asalariada, o, al no haber contribuido el tiempo suficiente, quedarán reducidos a una miseria en la que las privaciones serán digno sustituto de los ritmos infernales. Esta nueva situación plantea a todos los obreros el problema del futuro.
Además, el ataque contra las pensiones afecta a todos los obreros, echa puentes sobre el barranco que se había ido abriendo entre las generaciones obreras, pues el peso del desempleo caía sobre todo sobre los hombros de las jóvenes generaciones con la tendencia a aislarlas en un “pasotismo” sin futuro. Por eso se han sentido implicadas todas las generaciones obreras incluidas las más jóvenes, alertadas por esa arremetida contra las pensiones, cuya naturaleza puede crear un sentimiento de unidad en la clase, de tal modo que en ella pueda germinar una reflexión profunda sobre el porvenir que nos prepara la sociedad capitalista.
Con esta nueva etapa en la agravación de la crisis, están apareciendo y madurando las ideas que pondrán en entredicho algunas de las barreras edificadas por la burguesía a lo largo de los años anteriores, como: la clase obrera ya no existe, es posible mejorar las condiciones de vida y mejorar el sistema aunque solo sea para disfrutar de una apacible vejez…, en fin, todo lo que empujaba a los obreros a resignarse a su sino. Todo lleva a una maduración de las condiciones para que la clase obrera vuelva a encontrar la conciencia de su perspectiva revolucionaria. Los ataques unifican las condiciones para la réplica obrera a escala más y más amplia, más allá de las fronteras nacionales. Están tejiendo el mismo telón de fondo para luchas más masivas, más unitarias, más radicales.
Esos ataques son el abono de un lento madurar de las condiciones para que surjan luchas masivas necesarias para reconquistar la identidad de clase proletaria y hacer que vayan cayendo las ilusiones, y en especial, la de creer que puede reformarse este sistema. Serán las acciones de masas mismas las que habrán de permitir que vuelva a emerger la conciencia de ser una clase explotada portadora de una perspectiva histórica para la sociedad. Por todo ello, la crisis es la aliada del proletariado. El camino que deberá abrirse la clase obrera para consolidar su propia perspectiva no es, sin embargo, una autovía, sino un camino largo, retorcido, difícil, lleno de baches y trampas que el enemigo de clase va a tender contra ella.
Ha sido una derrota lo que acaban de sufrir los proletarios en sus luchas contra los ataques del Estado contra sus pensiones de jubilación, en Francia y en Austria particularmente. Esta lucha ha sido, no obstante, una experiencia positiva para la clase obrera, porque, en primer lugar, ha podido volver a afirmar su existencia y movilizarse en su terreno de clase.
Frente a otros ataques que la burguesía está preparando contra ella, a la clase obrera no le queda otro remedio que desarrollar su combate. Vivirá inevitablemente otros fracasos antes de lograr afirmar su perspectiva revolucionaria. Como lo subrayó con tanta fuerza Rosa Luxemburg en “El orden reina en Berlín”, su último artículo redactado la víspera de asesinato por la soldadesca a las órdenes del gobierno socialdemócrata:
“Las luchas parciales de la revolución acaban todas ellas en “derrota”. La revolución es la única forma de “guerra” –es incluso una de las leyes de su desarrollo– en la que la victoria final sólo podrá prepararse con una serie de ‘derrotas’” (Die Röte Fahne, 14 de enero de 1919).
Y así es, y para que sus “derrotas” sirvan a la victoria final, el proletariado tiene que sacar de ellas todas las enseñanzas. Deberá comprender, en particular, que los sindicatos son, por todas partes, órganos de defensa de los intereses del Estado contra los suyos propios. Y, más generalmente, deberá tomar conciencia que debe enfrentarse a su adversario, la burguesía, la cual sabe maniobrar para defender sus intereses de clase y cuenta con una colección de instrumentos para conservar su dominación, desde sus policías y sus cárceles hasta sus partidos de izquierda e incluso sus “revolucionarios” con precinto (los grupos izquierdistas, en particular los trotskistas) y que dispone, sobre todo, de todos los medios (incluidos sus “catedráticos”) para sacar sus propias lecciones de los enfrentamientos pasados. Como también Rosa Luxemburg lo decía:
“La revolución no actúa a su aire, no opera en campo abierto según un plan puesto a punto por hábiles “estrategas”. También sus adversarios saben dar pruebas de iniciativa, incluso en general, mejor que la revolución” (Ibid.).
En su combate titánico contra su enemigo capitalista, el proletariado sólo podrá contar con sus propias fuerzas, con su autoorganización y, sobre todo, con su conciencia.
Wim22 de junio 2003
En el número anterior de la Revista Internacional publicamos un artículo sobre la película "El pianista", del director Roman Polansky, que trata sobre la rebelión del ghetto de Varsovia en 1944 y el genocidio que los nazis perpetraron sobre los judíos de Europa. Sesenta años después del horror indescriptible de esta campaña de exterminio cabría esperar que el antisemitismo se hubiera convertido en una pieza de museo, pues las consecuencias del racismo antisemita eran tan claras que deberían haber servido para desacreditarlo de una vez por todas. Sin embargo no es esto lo que ocurre. De hecho las viejas ideologías antisemitas, tanto o más tóxicas y extendidas que en el pasado, tienen ahora como objetivo el mundo "musulmán", en especial el "radicalismo islámico" personificado en Osama Bin Laden quien, por su parte, no deja pasar una para arremeter contra "cruzados y judíos" como enemigos del Islam y víctimas propiciatorias de sus ataques terroristas. Un típico ejemplo de esta versión del antisemitismo "islámico" la encontramos en Internet en la página "Radio Islam", cuyo eslogan es "¿Raza?, Una sola raza, la humana". Está página dice oponerse a todo tipo de racismo, pero si miramos con atención queda claro que su principal preocupación es "el racismo judío hacia los no judíos"; es más, se trata de un archivo que contiene textos antisemitas clásicos: desde los Protocolos de los sabios de Sión (que es una falsificación zarista de finales del siglo XIX presentada como acta de una reunión de la conspiración judía internacional, y que se convirtió en una de las biblias del partido nazi) hasta el Mein Kampf de Hitler, pasando por invectivas más recientes de Louis Farrakhan líder de "Nation of Islam" en los Estados Unidos.
Publicaciones de este tipo -que hoy en día tienen gran difusión- muestran que la religión es hoy en día uno de los principales vehículos del racismo y la xenofobia al alentar las actitudes de pogromo y, en general, las actitudes de división de la clase obrera y de las capas oprimidas. No se trata de "ideas" inocentes, son la justificación ideológica de masacres bien reales como las de serbios ortodoxos, católicos croatas y musulmanes bosnios en la antigua Yugoslavia, católicos y protestantes en Irlanda del Norte, musulmanes y cristianos en África o Indonesia, hindúes y musulmanes en India, judíos y musulmanes en Israel y Palestina.
En nuestros artículos "El resurgimiento del Islam síntoma de la descomposición de las relaciones sociales capitalistas" de la Revista Internacional 109 y "El combate del marxismo contra la religión: la esclavitud económica fuente principal de la mistificación religiosa" de la nº 110, mostramos como ese fenómeno expresa la descomposición de la sociedad capitalista.
En este artículo queremos centrarnos en la cuestión judía, no solo porque Karl Marx publicó hace 160 años (en 1843) su famoso artículo "Sobre la cuestión judía", sino también porque él, que dedicó toda su vida a la causa del internacionalismo proletario, está hoy en boca de un teórico del antisemitismo (en general de forma despectiva, pero no siempre).
Sobre esto la página de Radio Islam es instructiva: El artículo de Marx aparece junto a Los protocolos de los sabios de Sión y caricaturas del estilo de la revista nazi Der Stürmer con las que insultan a Marx por ser judío.
Por cierto, no es nueva esta acusación contra Marx. En 1960, Dagobert Rumes publicó un artículo de Marx pero cambiándole el título por "Un mundo sin judíos" dando a entender, con ello, que Marx era el primer representante de la "solución final" al problema judío. En una historia de los judíos más reciente, Paul Johnson, intelectual inglés de extrema derecha lanza el mismo tipo de acusaciones y afirma que la idea de abolir el intercambio como base de la vida social es una idea antisemita. Marx sería, como mínimo, un judío que se odia a sí mismo (calificativo que hoy día espeta el orden social sionista establecido a cualquier judío que se atreva a criticar al Estado de Israel).
El objetivo de este artículo no solo es hacer frente a todas estas distorsiones grotescas y defender a Marx contra los que tratan de utilizarlo en contra de sus propios principios, sino mostrar que el trabajo de Marx es el punto de partida para superar el problema de antisemitismo.
Es inútil citar o presentar el artículo de Marx al margen de su contexto histórico. El artículo "Sobre la cuestión Judía" forma parte de la lucha general por el cambio político en una Alemania semi feudal. Dentro de esta lucha está, como cuestión específica, el debate sobre si se debe conceder a los judíos los mismos derechos cívicos que al resto de habitantes de Alemania. Marx, como redactor de la Rheinische Zeitung pensó inicialmente en responder a los escritos antisemitas y abiertamente reaccionarios de un tal Hermes quien quería preservar la base cristiana del Estado y meter a los judíos en un ghetto, pero una vez que Bruno Bauer, hegeliano de izquierdas, entró en liza con sus artículos "La cuestión judía" y "La capacidad actual de judíos y cristianos para liberarse", decidió que era más importante polemizar con Bauer al que consideraba un falso radical.
Hay que recordar, además, que Marx en ese momento de su vida estaba sufriendo una transformación política que le llevaría a superar el punto de vista democrático radical para abrazar el comunismo. Entonces era un exiliado en París influenciado por los artesanos comunistas franceses (Ver en la Revista Internacional nº 69 el artículo: "Cómo ganó el proletariado a Marx para la causa del comunismo") que a finales de 1843 reconoce en su Critica a la filosofía del derecho de Hegel que el proletariado es la clase portadora de una nueva sociedad. En 1844 encuentra a Engels quien le ayudará a comprender la importancia de los fundamentos económicos de la vida social. Los Manuscritos económicos y filosóficos que escribe ese mismo año son su primera tentativa de comprender en su verdadera profundidad toda esa evolución. En 1845, las Tesis sobre Feuerbach suponen la ruptura definitiva con el materialismo unilateral de este último.
Indudablemente, un momento de esta evolución lo constituye la polémica con Bauer sobre los derechos civiles y la democracia publicada en los Anales Franco-alemanes.
Bruno Bauer era el portavoz, en aquel entonces, de la "izquierda" en Alemania auque los gérmenes de su evolución posterior hacia la derecha se perciben ya en su actitud sobre la cuestión judía, frente a la cual adopta una actitud aparentemente radical pero que, en definitiva, conduce a preconizar no hacer nada para cambiar las cosas. Para Bauer era inútil reivindicar la emancipación política de los judíos en un Estado cristiano, para poder emanciparse tanto los judíos como los cristianos debían abandonar sus creencias e identidad religiosa; en un Estado democrático no había lugar para la ideología religiosa. Y si había algo que hacer incumbía más a los judíos que a los cristianos: desde el punto de vista de los hegelianos de izquierdas los cristianos eran el ultimo envoltorio religioso en el seno del cual se expresaba históricamente la lucha por la emancipación de la humanidad. A los judíos, por haber rechazado el mensaje universal de los cristianos, aun les quedaba por franquear dos rubicones mientras que a los cristianos solo uno.
No resulta difícil advertir, en Bauer, la transición desde este punto de vista hacia una posición abiertamente antisemita. Incluso es posible que Marx lo presintiese, pero en su polémica empieza defendiendo la idea de que conceder derechos cívicos "normales" a los judíos - que llama "la emancipación política"- sería un "gran paso adelante"; de hecho esa había sido una de las características de las revoluciones burguesas precedentes (Cronwell permitió que los judíos volvieran a Inglaterra, y el código de Napoleón les otorgaba derechos cívicos). Todo ello formaría parte de una lucha más general por desembarazarse de las trabas feudales y crear un Estado democrático moderno, cosa que debía hacerse sin más tardanza especialmente en Alemania.
Marx ya era, sin embargo, consciente de que la lucha por la democracia política no era el objetivo final. Su artículo sobre el problema judío supone un avance significativo respecto a un texto que había escrito poco antes: La crítica de la filosofía política de Hegel. En este último, Marx lleva hasta el extremo sus ideas sobre la democracia radical, defendiendo que la democracia real - el sufragio universal- significa la disolución del Estado y de la sociedad civil. En cambio en La cuestión judía, Marx, afirma que una emancipación puramente política -incluso emplea la expresión "democracia consumada"- esta lejos de corresponder a una autentica emancipación humana.
Marx, en este texto, formula claramente que la sociedad civil es la sociedad burguesa, una sociedad de individuos aislados que compiten en el mercado. Es una sociedad de separación y alienación (aquí, Marx, emplea por primera vez ese término) en la que las fuerzas empleadas por los propios hombres -no solo el poder del dinero sino también el del propio Estado- se convierten inevitablemente en fuerzas que les son ajenas y que imponen su dominio sobre la vida humana. Y este conflicto no lo resuelve la democracia política ni los derechos humanos, porque se basan en la noción de ciudadano atomizado y no en la de auténtica comunidad: "Así, ninguno de los supuestos derechos del hombre va más allá del hombre egoísta, del hombre como miembro de la sociedad civil, es decir, de un individuo encerrado en sí mismo, en su interés privado y en su capacidad privada, un individuo separado de la comunidad. Lejos de considerar al hombre, en sus derechos, como un ser genérico; al contrario, es la propia vida genérica en si misma, la sociedad, la que aparece como algo exterior a los individuos, una traba a su independencia original. El único vinculo que le une es la necesidad natural y el interés privado, el mantenimiento de su propiedad y de su persona egoísta".
Como prueba suplementaria de que la alienación no desaparece con la democracia política, Marx pone el ejemplo América del Norte: mientras que, formalmente, religión y Estado estaban separados, es el país por excelencia de las sectas y la observancia religiosa.
Mientras Bauer defiende la idea de que la lucha por la emancipación política de los judíos, como tales, es una pérdida de tiempo, Marx defiende y apoya esa reivindicación: "Nosotros no les decimos a lo judíos lo que Bauer: no podéis emanciparos políticamente sin emanciparos, radicalmente, del judaísmo. En cambio, les decimos: podéis emanciparos políticamente, sin desligaros completa y definitivamente del judaísmo, porque la emancipación política en sí misma no significa la emancipación humana. Si queréis emanciparos políticamente sin emanciparos humanamente, es porque la imperfección y la contradicción no está solo en vosotros, judíos, sino que es inherente a la esencia y a la categoría de la emancipación política".
Esto quiere decir, concretamente, que Marx aceptaba la petición de la comunidad judía local de redactar una petición a favor de las libertades cívicas para los judíos. Esta actitud hacia las reformas es una característica del movimiento obrero durante el periodo ascendente del capitalismo. Pero ya entonces la mirada de Marx apuntaba más lejos en el camino de la historia - hacia la futura sociedad comunista- aunque aún no lo menciona abiertamente en "La cuestión judía", como puede verse en la conclusión a la primera parte de su respuesta a Bauer: "Solo cuando el hombre individual, real, se haya recobrado a sí mismo como ciudadano abstracto, será un hombre individual, un ser genérico en su vida empírica, en su trabajo individual, en sus relaciones individuales; porque así el hombre habrá reconocido y organizado sus propias fuerzas como fuerzas sociales, y ya no buscará su fuerza social bajo el aspecto de la fuerza política; entonces y únicamente entonces se logrará la emancipación humana".
La nueva ola de antisemitismo islámico dirige sus rayos contra Marx utilizando abusivamente la segunda parte de su texto, que responde al segundo artículo de Bauer, al servicio de su obscurantista visión del mundo. "¿Cuál es el culto profano de los judíos? El trapicheo. ¿Su dios? El dinero (...) El dinero es el celoso dios de Israel ante el cual no cabe otro dios. El dinero habilita todos los dioses de los hombres: los convierte en una mercancía. El dinero es el valor universal de todas las cosas, constituidas por él mismo. Por eso despoja al mundo entero, tanto al mundo de los hombres como el de la naturaleza, de su valor original. El dinero es la esencia alienada del trabajo y de la vida de los hombres que idolatran esa esencia ajena que los domina. El dios de los judíos se ha mundanizado convirtiéndose en dios del mundo. La letra de cambio es él autentico dios de los judíos..."
Utilizan este pasaje, y otros, de "La cuestión judía" para probar que Marx es uno de los fundadores del antisemitismo moderno y dar una respetabilidad al mito del parásito judío sediento de sangre.
Es cierto que algunas de las formulaciones empleadas por Marx en esa parte del texto hoy no las escribiríamos igual, también lo es que ni Marx ni Engels estaban totalmente libres de algún prejuicio burgués, en especial respecto a las nacionalidades, como se refleja en alguna de sus tomas de posición. Pero de ahí concluir que Marx y el marxismo están marcados indefectiblemente por el racismo es falsificar su pensamiento.
Hay que situar esas formulaciones en su contexto histórico. Como explica Hal Draper en un apéndice de su libro La teoría revolucionaria de Carlos Marx (Volumen I, Monthly Review Press, 1977) identificar judaísmo y comercio en el capitalismo formaba parte del lenguaje de la época que empleaban gran número de pensadores radicales y socialistas, incluidos judíos radicales como Moses Hess que en ese momento influyeron en Marx (y que debieron tener su influencia en ese mismo artículo en aquel momento).
Trevor Ling, un historiador de las religiones, critica desde otro ángulo el artículo de Marx: "Marx tenía un estilo periodístico mordaz y amenizaba sus páginas con giros y frases mordaces y satíricas. Este tipo de escritos, en lugar de dar ejemplos, resulta panfletario, exalta las pasiones y no tiene gran cosa que ofrecer en términos de un análisis sociológico útil. Cuando es ese contexto se utilizan grandes términos superficiales como "el judaísmo" o "el cristianismo" no tienen nada que ver con sus realidades históricas; solo son etiquetas que coloca Marx a sus propias construcciones, mal concebidas y artificiales" (Ling, "Carlos Marx y la religión", Macmillan press, 1980). Resulta que esas frases mordaces de Marx contienen los instrumentos más afilados para examinan las cuestiones en su profundidad que los sesudos folletones de los académicos. Además, Marx en ese artículo no trata de hacer una historia de la religión judía, que no se puede reducir a una simple justificación del mercantilismo pues sus orígenes están en una sociedad en la que las relaciones mercantiles tenían un papel secundario y que, en sustancia, eran un reflejo de la existencia de divisiones de clase entre los propios judíos (por ejemplo, en las diatribas de los profetas contra la corrupción de la clase dominante en el antiguo Israel).
Como ya hemos dicho antes, Marx, para defender que la población judía tuviera los mismos "derechos civiles" que los demás ciudadanos, solo utiliza la analogía verbal entre judaísmo y relaciones mercantiles para aspirar a una sociedad liberada de las relaciones mercantiles. Ese es él autentico significado de la frase de sus conclusiones: "La emancipación social de judío es la emancipación de la sociedad liberada del judaísmo". Y eso no tiene nada que ver con ningún plan de eliminación de los judíos a pesar de las repugnantes insinuaciones de Dagobert Rune; lo que significa esa frase es que en tanto la sociedad esté dominada por relaciones mercantiles, los hombres no podrán controlar su propio potencial social y seguirán siendo ajenos los unos a los otros.
Marx, al mismo tiempo, establece una base para analizar la cuestión judía desde un punto de vista materialista que sería culminada posteriormente por otros marxistas como Kautsky y, especialmente, Abraham Leon[1]. Lejos de la interpretación religiosa que explica el tesón de los judíos como resultado de sus convicciones religiosas, Marx muestra que la supervivencia de su identidad y sus convicciones religiosas se debe al papel que ellos desempeñaron en la historia: "El judaísmo se ha conservado gracias a la historia y no a pesar de ella". Ello está profundamente ligado a las relaciones que los judíos han mantenido con el comercio: "No hay que buscar el secreto del judío en su religión sino el secreto de la religión en el judío real". Aquí Marx hace un juego de palabras entre judaísmo como religión y judaísmo como sinónimo de chalaneo y poder financiero, lo cual se basa, al fin y al cabo, en una realidad: el papel económico y social particular que desempeñaron los judíos en el antiguo sistema feudal.
En su libro "Una interpretación marxista de la cuestión judía" Leon, que se basa tanto en algunas frases muy claras de "La cuestión judía" como en otras de "El Capital", habla de los "judíos [viviendo] en los 'pores' de la sociedad polaca"[2] comparándolos con otros "pueblos comerciantes" en la historia. Desarrolla la idea, a partir de algunos elementos, de que los judíos en la antigüedad y durante el feudalismo funcionaban como un "pueblo-clase" ligados, en gran medida, a relaciones comerciales y de dinero en sociedades en las que predominaba la economía natural. Esta situación estaba codificada, por ejemplo en el feudalismo, mediante leyes religiosas que prohibían a los cristianos practicar la usura. Pero Leon también muestra que la relación de los judíos con el dinero no se reduce a la usura. En la sociedad antigua y feudal los judíos constituían un pueblo comerciante, personificaban las relaciones comerciales que aún no dominaban la economía pero que permitían establecer vínculos entre comunidades dispersas en los que la producción se dirigía fundamentalmente hacia el uso, mientras que la clase dominante se apropiaba y consumía directamente la mayor parte del excedente. Esta función socio-económica particular (que evidentemente constituía una tendencia general y no una ley absoluta para los judíos) suministró lo base material de la supervivencia de la "corporación" judía dentro de la sociedad feudal; por el contrario, allí donde los judíos se dedicaron a otras actividades como la agricultura se integraron socialmente con suma rapidez.
Esto no quiere decir que los judíos hubieran sido los primeros capitalistas (esto no queda claro en el texto de Marx por la sencilla razón de que aún no ha comprendido totalmente la naturaleza del capital). Al contrario, el florecimiento del capitalismo coincidió con uno de los momentos de mayor persecución de los judíos. Leon muestra, frente al mito sionista de que la persecución de los judíos ha sido una constante a lo largo de la historia -y que seguirán perseguidos mientras no se reúnan todos en un mismo país-[3], que mientras desempeñaron un papel "útil" en las sociedades precapitalistas la mayor parte del tiempo se les toleraba e incluso, con frecuencia, los monarcas los protegían pues necesitaban de sus cualificados servicios. Le emergencia de una clase "autóctona" de comerciantes que invierte sus beneficios en la producción (como el comercio de la lana inglesa, clave para comprender los orígenes de la burguesía inglesa) lleva el desastre a los judíos que encarnan una forma de economía mercantil superada que se convierte en un obstáculo para el desarrollo de esas nuevas formas. Eso llevó a un gran número de comerciantes judíos a dedicarse a la única forma de comercio que les quedaba: la usura. Y esta práctica llevó a los judíos a entrar en conflicto directo con los principales deudores de la sociedad: por un lado los nobles, y por otro los campesinos. Es significativo que, por ejemplo, los pogromos contra los judíos se dieran en Europa Occidental cuando el feudalismo ya declinaba y el capitalismo comenzaba a tomar auge. En la Inglaterra de 1189-90, los judíos de York fueron masacrados así como en otras ciudades, y la totalidad de la población judía fue expulsada. Con frecuencia los pogromos partían de nobles que tenían contraídas enormes deudas con los judíos, a los que se aliaban pequeños productores sobre endeudados, a su vez, con los judíos; tanto unos como otros esperaban beneficiarse de ello obteniendo la anulación de sus deudas ya fuera gracias a la muerte o la expulsión de los usureros, y además arramblar con sus propiedades. La emigración judía de Europa Occidental hacia Europa Oriental en los albores del desarrollo capitalista permitió su retorno hacia regiones más tradicionales y todavía feudales en las que los judíos pudieron emprender su actividad más tradicional; en cambio los que se quedaron se integraron en la sociedad burguesa del entorno. Una fracción judía de la clase capitalista (personificada en la familia Rothschild) es el producto de esa época; paralelamente se desarrolla un proletariado judío, aunque los obreros judíos tanto en el Oeste como en el Este se concentraban esencialmente en la esfera del artesanado y no en la industria pesada, y la mayoría de judíos -de forma desproporcionada- pertenecía a la pequeña burguesía, con frecuencia eran pequeños comerciantes.
Estas capas -pequeños comerciantes, artesanos, proletarios- son arrojadas a la mísera más abyecta con el declive de feudalismo en el Este y la emergencia de una infraestructura capitalista que ya contenía los signos de su declive. A finales del siglo XIX, se producen más oleadas de persecución en el Imperio zarista, que provocan un nuevo éxodo de judíos hacia el oeste, "exportando" con ello el problema al resto del mundo, especialmente a Alemania y Austria. En este periodo se desarrolla un movimiento sionista que, desde la izquierda a la derecha, desarrolla la idea de que el pueblo judío solo podrá normalizarse cuando logre una patria. Argumento cuya futilidad confirmó según Leon el propio holocausto, ya que la aparición de una pequeña "patria judía" en Palestina no pudo impedirlo en absoluto.[4]
En pleno holocausto nazi, Leon escribía que el paroxismo antisemita que recorría la Europa nazi era la expresión de la decadencia del capitalismo. Las masas de judíos inmigrados que huyeron de la persecución zarista en Europa del Este y Rusia no encentraron en Europa Occidental un remanso de paz y tranquilidad sino una sociedad capitalista desgarrada por contradicciones insolubles, desolada por la guerra y la crisis económica mundiales. La derrota de la revolución proletaria tras la primera guerra mundial no solo abrió el curso a la segunda carnicería imperialista, también permitió una forma de contrarrevolución que explota a fondo los viejos prejuicios antisemitas, utilizando el racismo anti judío tanto ideológica como prácticamente como base para liquidar la amenaza proletaria y adaptar la sociedad para una nueva guerra. Leon, al igual que el Partido Comunista Internacional en su folleto Auschwitz, la gran excusa, se concentra particularmente en cómo los nazis utilizaron las convulsiones de la pequeña burguesía arruinada por la crisis capitalista, y presa fácil de una ideología que le permite no solo liberarse de sus competidores judíos sino también, oficialmente, arramblar con sus propiedades (aunque en la práctica el Estado nazi se llevó la parte del león para mantener y desarrollar su economía de guerra, y prácticamente no dejó nada a la pequeña burguesía).
Leon también muestra, una vez más, la utilización del antisemitismo como un socialismo de imbéciles, una falsa crítica al capitalismo que permite a la clase dominante arrastrar a ciertos sectores de la clase obrera, en especial las capas más marginales y más golpeadas por el paro. De hecho la noción de "nacional"-socialismo era en parte una respuesta directa de la clase dominante a la estrecha relación que se había establecido entre el verdadero movimiento revolucionario y una capa de intelectuales y obreros judíos que, como ya señaló Lenin, eran atraídos de forma natural hacia el socialismo internacional en tanto que única solución a su situación de gente perseguida y sin cobijo alguno en la sociedad capitalista. Se tachaba al socialismo internacional de maquinación de la conspiración judía mundial, y se animaba a los proletarios a aderezar de patriotismo su socialismo. El reflejo de esta ideología se ve en la URSS estalinista con la campaña de insinuaciones contra los "cosmopolitas sin raíces" que sirvió de tapadera a sobreentendidos antisemitas contra la oposición internacionalista que se oponía a la ideología y a la práctica del "socialismo en un solo país".
Eso muestra que la persecución de los judíos funciona, también, a nivel ideológico y necesita una ideología que la justifique. En la Edad Media se trataba del mito cristiano de que asesinaron a Cristo, envenenaban las aguas y mataban en sus rituales a los niños cristianos. Es Shylock y su libra de carne[5]. En la decadencia del capitalismo es el mito de una conspiración judía mundial que habría hecho surgir el capitalismo, y también el comunismo, para imponer su dominación sobre los pueblos arios.
Trotski, en los años 30 señala que el declive del capitalismo engendra una regresión terrible en el plano ideológico:
"El fascismo llevó la política a los bajos fondos de la sociedad. El siglo XX convive con el siglo X y el XII, no solo en las casas de los campesinos sino también en los rascacielos de las grandes ciudades. Cientos de personas se sirven de la electricidad creyendo que es producto de magias y encantamientos. El Papa de Roma diserta en la radio sobre la transmutación del agua en vino. Las estrellas de cine van a que les echen la buenaventura. Los aviadores que manejan esas maravillas mecánicas, producto del ingenio humano, van cargados de amuletos. ¡Vaya arsenal de impotencia y oscurantismo, de ignorancia y barbarie!. La desesperación los hace despertar, el fascismo les da una bandera. Todo aquello que, en un desarrollo sin obstáculos de la sociedad, debería rechazar el organismo nacional en forma de excrementos de la cultura, hoy es vomitado: la civilización capitalista vomita una barbarie que no ha digerido. Esa es la psicología del nacional- socialismo". ("¿Qué es el nacional-socialismo?", 10 de Mayo de 1933).
Todos esos elementos los encontramos en los fantasmas nazis sobre los judíos. El nazismo no oculta su regresión ideológica. Se retrotrae abiertamente a los dioses pre-cristianos. En realidad el nazismo fue un movimiento ocultista que se hizo con el control directo de los medios de gobierno y, como todo ocultismo creía que libraba una batalla contra otro poder satánico secreto -en este caso los judíos-. Y todas estas mitologías, si las examinásemos en sí mismas, contienen todos los elementos psicológicos que pueden desarrollar su propia lógica que alimenta el monstruo que llevó a los campos de la muerte.
Sin embargo no se puede separar jamás esa irracionalidad ideológica de las contradicciones del sistema capitalista (no son en modo alguno expresión de una especie de principio metafísico del mal, un misterio insondable, como han tratado de demostrar numerosos pensadores burgueses). En nuestro artículo sobre la película El pianista de Polansky, en la Revista Internacional 113 citábamos el folleto del PCI ("Auschwitz o la gran excusa" sobre el frío cálculo "razonado" que había detrás del Holocausto -empleo de la muerte y utilización de los cadáveres para obtener el máximo provecho-. Pero hay otra dimensión que no aborda el folleto: la propia irracionalidad de la guerra capitalista. Así, la "solución final" bajo la forma de guerra mundial es producto de las contradicciones económicas, que sin ceder en la carrera por la ganancia, se convierte a su vez en un factor suplementario de exacerbación de la ruina económica. La economía de guerra requiere utilizar los trabajos forzados y la maquinaria de los campos de concentración se convierte en una inmensa carga para el esfuerzo de guerra alemán.
Hoy, 160 años después, sigue siendo válido lo esencial de lo que propuso Marx respecto a la cuestión judía: la abolición de las relaciones capitalistas y la creación de una autentica comunidad humana. Evidentemente esa es la única solución posible a cualquier problema nacional que subsiste: el capitalismo se ha mostrado incapaz de resolverlos. La mejor prueba está en las manifestaciones actuales del problema judío que están íntimamente ligadas al conflicto imperialista de Oriente Medio.
Lo que el "movimiento de liberación nacional judío", el sionismo, plantea como "solución" se convierte en el centro del problema. La principal fuente del rebrote actual del antisemitismo no está directamente ligada a la función particular de los judíos en los Estados capitalistas avanzados, ni a la emigración judía hacia ellos. En esos países, la diana del racismo, desde el final de la segunda guerra mundial, son los inmigrantes que vienen de sus antiguas colonias; y más recientemente el racismo se dirige contra los que llegan "buscando asilo", víctimas de catástrofes económicas, ecológicas o guerreras que el capitalismo expande por todo el planeta.
El "moderno" antisemitismo está, ante todo y sobre todo, ligado al conflicto de Oriente Medio. La agresiva política imperialista de Israel en la región y el apoyo sin fisuras que le ha prestado Estados Unidos han revitalizado el viejo mito del compló judío internacional. Millones de musulmanes se han tragado el bulo de que "40000 judíos se habrían alejado de las Torres Gemelas el 11 de Septiembre porque les habían alertado sobre la inminencia de un ataque", "los judíos habrían sido los autores". Todo ello sin olvidar que quienes proclaman semejantes bulos son gentes que ¡defienden a Bin Laden y aplauden los ataques terroristas![6]. Que muchos de los miembros de la camarilla dirigente en torno a Bush, los "neoconservadores", ardientes defensores del "nuevo siglo americano" (Wolfowitz, Perle, etc.) sean judíos lleva más agua a ese molino, dándole un tonillo de izquierdas. Recientemente, en Gran Bretaña, ha surgido una polémica a propósito de una declaraciones de Tam Dalyell -figura "antiguerra" del Partido Laborista, quién habló abiertamente de la influencia del "lobby judío" en la política exterior americana, y sobre el propio Blair. Paul Foot del Partido Socialista de los Trabajadores inglés le ha defendido contra las acusaciones de antisemita, lo único que ha lamentado es que en sus declaraciones mencionara a las judíos y no a los sionistas. En la práctica, en los discursos de los nacionalistas y de la Yihad que dirige la lucha armada contra Israel, es cada vez más confusa la distinción entre judíos y sionistas. En los años 60 y 70 la OLP y los izquierdistas que los apoyaban decían que querían vivir en paz con los judíos en una Palestina laica y democrática; hoy la ideología de la Intifada -sumergida en el radicalismo islámico- no oculta su intención de expulsar a los judíos de la región o exterminarlos completamente. El trotskismo, por su parte, hace mucho tiempo que se sumó a las filas de los pogromos nacionalistas.
Más arriba mencionábamos que Abraham Leon dijo que el sionismo no podía hacer nada por salvar a los judíos de Europa, devastada por la guerra; hoy podríamos añadir que los judíos que corren mayor peligro de destrucción física son precisamente los que están en la tierra prometida del sionismo. El sionismo no solo ha encerrado en una inmensa prisión a los árabes palestinos que viven bajo un régimen humillante de ocupación militar y de brutal violencia, también ha encadenado a los judíos de Israel a una horrible espiral de terrorismo y antiterrorismo que no parece capaz de detener ningún "proceso de paz" imperialista.
El capitalismo, en su decadencia, ha juntado todos los demonios del odio y la destrucción que la humanidad ha ido concibiendo, y los ha armado con las armas más devastadoras conocidas hasta ahora. Ha permitido genocidios a una escala sin precedentes en la historia y la cosa no va a menos. Pese al Holocausto de los judíos y los gritos de "que no vuelva a suceder", hoy asistimos a un reverdecimiento violento del antisemitismo pero también a carnicerías étnicas de dimensiones comparables a las del Holocausto como la masacre de cientos de miles de tutsis en Ruanda en unas pocas semanas, o la serie de limpiezas étnicas a repetición que ha sacudido los Balcanes durante los años 90. Esta vuelta al genocidio es una característica del capitalismo decadente en su fase final, la descomposición. Esos terribles acontecimientos nos dan la medida de lo que nos reserva la descomposición si llega a su "plenitud": la autodestrucción de la humanidad. Las masacres actuales, como el nazismo en los años 30, van acompañadas por las ideologías más reaccionarias y apocalípticas. El fundamentalismo islámico, basado en el odio racial y la mística del suicidio es su expresión más evidente, pero no la única: igualmente podemos hablar del fundamentalismo cristiano que empieza a cobrar cada vez más influencia en esferas más altas de poder en las naciones más poderosas del mundo; del peso creciente de la ortodoxia judía en el Estado de Israel; del fundamentalismo hindú en India que, como su gemelo Pakistán, cuenta con el arma atómica; o del nuevo "fascismo" europeo. No deberíamos saltarnos la democracia en la lista de las religiones. La democracia hoy en día, como hizo durante el Holocausto, es el estandarte que despliegan los tanques americanos e ingleses en Afganistán e Irak, es la otra cara de la moneda de las religiones abiertamente irracionales; es la hoja de parra que tapa la represión total y la guerra imperialista. Todas ellas son expresión de un sistema social que está sumido en un callejón sin salida total, y que solo puede ofrecer la destrucción de la humanidad.
El capitalismo, en su declive, ha creado una cantidad ingente de antagonismos nacionales que es incapaz de resolver; solo es capaz de utilizarlos para seguir su loca carrera en la guerra imperialista. El sionismo que no pudo lograr sus objetivos respecto a Palestina más que subordinándose primero a las necesidades del imperialismo inglés y, más tarde, a las del imperialismo americano, es un buen ejemplo de ello. Pero, contra lo que proclama la ideología antisemita, no es un caso particular. Todos los movimientos nacionales actúan exactamente de la misma manera, incluido al nacionalismo palestino que ha sido sucesivamente agente de diferencias potencias imperialistas, pequeñas y grandes, desde la Alemania nazi hasta la URSS pasando por el Irak de Sadam, sin olvidar ciertas potencias de la moderna Europa. El racismo y la opresión nacional son dos realidades de la sociedad capitalista, pero ninguna forma de autodeterminación nacional ni de agrupamiento de oprimidos en una multitud de movimientos "parcelarios" (negros, homosexuales, mujeres, judíos, musulmanes, etc.) es una respuesta al racismo y a la "opresión". Todos estos movimientos se dotan de medios suplementarios para dividir a la clase obrera e impedirle comprender su verdadera identidad. Solo desarrollando esa identidad, a través de sus luchas prácticas y teóricas, la clase obrera podrá superar todas las divisiones que hay en sus fila y constituirse en una potencia capaz de quitarle el poder al capitalismo.
Eso no quiere decir que todas las cuestiones nacionales, religiosas, culturales, desaparezcan automáticamente cuando la lucha de clases entra en escena. La clase obrera hará la revolución mucho antes de desembarazarse de los fardos del pasado, se deshará de ellos en el proceso mismo. En el periodo de transición al comunismo tendrá que ir haciendo frente a una multitud de problemas ligados a las creencias religiosas, a la identidad étnica y cultural con los que se encontrará a medida que trate de unir a la humanidad en una comunidad global. Es cierto que el proletariado victorioso no suprimirá jamás por la fuerza las expresiones culturales particulares, así como no pondrá fuera de la ley la religión. La experiencia rusa demuestra que tales tentativas solo refuerzan el peso de ideologías atrasadas. La misión de la revolución proletaria, como argumenta Trotski, es rechazar sus fundamentos materiales para hacer una síntesis de lo que hay en todas las tradiciones culturales de la historia de la humanidad, para así crear la primera cultura verdaderamente humana. Volviendo a Marx en 1843: la solución al problema judío es la verdadera emancipación humana que permitirá al hombre, por fin, abandonar la religión extirpando las raíces sociales de la alienación religiosa.
Amos.
[1] Abraham Leon fue un judío nacido en Polonia y criado en Bélgica en los años 1920-30. Empezó su vida política como miembro del grupo precursor "Socialista sionista" Hashomair Hatzair, pero rompió con el sionismo tras los procesos de Moscú que lo llevaron hacia la Oposición trotskista. La profundidad y la claridad de su libro muestran que en aquella época, el trotskismo era todavía una corriente del movimiento obrero; e incluso si el libro fue escrito en el momento en que esa estaba dejando de serlo (a principios de los años 40, durante la ocupación alemana de Bélgica), las bases marxistas siguen presentes en él. Leon fue detenido en 1944 y murió en Auschwitz.
[2] Libro III, cap. XIII de El Capital.
[3] Como lo evidencia Leon, la idea de que los problemas de los judíos remontarían todos a la destrucción del templo por los romanos y de que la consecuencia de ello habría sido la diáspora, es también un mito: en realidad, ya existía una importante diáspora judía en la antigüedad antes de los acontecimientos que causaron la desaparición de la antigua "patria" judía.
[4] En realidad, el sionismo era una de las numerosas fuerzas burguesas que se oponían al "salvamento" de los judíos de Europa gracias a la huida hacia las Américas o a otro lugar para que, en cambio, se fueran a Palestina. El héroe sionista David Ben Gourion la dijo muy claramente en una carta al Ejecutivo sionista fechada el 17 de diciembre de 1938: "El destino de los judíos de Alemania no es el final sino el principio, pues otros Estados antisemitas aprenderán de Hitler. Millones de judíos están enfrentados al exterminio, el problema de los refugiados ha cobrado proporciones planetarias y urgentes. Gran Bretaña intenta separar la cuestión de los refugiados con la de Palestina...Si los judíos tienen que escoger entre los refugiados (salvar a los judíos de los campos de concentración) y ayudar el hogar nacional en Palestina, la piedad saldrá ganando y toda la energía del pueblo será canalizada para salvar a los judíos de los diferentes países. El sionismo será barrido, no sólo en la opinión pública mundial, en Gran Bretaña y Estados Unidos, sino también en la opinión pública judía. Si permitimos que se haga una separación entre rl problema de los refugiados y el de Palestina, estremos poniendo en entredicho la existencia del sionismo". En 1943, en pleno Holocausto, Itzhak Greenbaum, director de la Agencia judía del Comité de Auxilios, escribía al Ejecutivo sionista que "Si me piden que dé dinero del Llamamiento judío unificado (United Jewish Appeal) para socorrer a los judíos...Contestaré que "no, mil veces no". A mi parecer, debemos resistir a esta marea que deja en segundo plano las actividades sionistas". Esas actitudes -que llegaron incluso a la colaboración abierta entre el nazismo y el sionismo- muestran la "convergencia" teórica entre sionismo y antisemitismo, pues ambos se basan en la idea de que el odio a los judíos sería una verdad eterna.
[5] Shylock es un personaje de la obra de Shakespeare El mercader de Venecia. Representa el arquetipo del judío usurero, que presta dinero al protagonista de la obra exigiendo a su cliente "una libra de su carne" como garantía.
[6] Eso no significa que no haya habido conspiración en torno al 11 de septiembre. Pero echarle la culpa a la categoría ficticia de "los judíos" sólo sirve para ocultar la culpabilidad de una categoría real, la burguesía y, especialmente, el aparato de Estado de la burguesía estadounidense. Ver nuestro artículo sobre este tema en Revista internacional nº 108: "Torres Gemelas, Pearl Harbour y el maquiavelismo de la burguesía".
A finales de marzo, la CCI ha celebrado su XVº Congreso. La vida de las organizaciones revolucionarias forma plenamente parte del combate del proletariado. Es su obligación dar a conocer a su clase, en particular a sus simpatizantes y a los demás grupos del campo proletario, el contenido de sus trabajos de ese momento de la mayor importancia que es su congreso. Es el objeto de este artículo.
Por una parte, desde el congreso anterior, en la primavera del 2001, hemos asistido a una agravación muy importante de la situación internacional, en el plano de la crisis económica, y sobre todo en el plano de los conflictos imperialistas. Precisamente este congreso se ha desarrollado mientras ocurría la guerra de Irak, y era responsabilidad de nuestra organización precisar sus análisis, para poder intervenir de la forma más apropiada posible frente a esta situación.
Por otra parte, este congreso se desarrolló tras haber atravesado la CCI la crisis más peligrosa de su historia. A pesar de que esta crisis se había superado, nuestra organización tenía que sacar el máximo de enseñanzas de las dificultades que había encontrado, sobre sus orígenes y los medios para enfrentarlas.
El conjunto de discusiones y trabajos del Congreso ha estado atravesado por la conciencia de la importancia de estas dos cuestiones, que se inscribían en las dos grandes responsabilidades de todo congreso: el análisis de la situación histórica y el examen de las actividades que de ella se desprenden para la organización. Todos esos trabajos se han basado en informes discutidos previamente en el conjunto de la CCI, y han desembocado en la adopción de resoluciones que dan el marco de referencia para la continuación del trabajo a nivel internacional.
En el número anterior de la Revista internacional, publicamos la “Resolución sobre la situación internacional” que adoptó el Congreso. Como pueden comprobar los lectores, la CCI analiza el período histórico actual como la última fase de la decadencia del capitalismo, la fase de descomposición de la sociedad burguesa, del pudrimiento de sus propias bases. Estas condiciones históricas, como veremos, determinan las características esenciales de la vida de la burguesía hoy; pero también pesan gravemente sobre el proletariado, así como sobre sus organizaciones revolucionarias.
En este marco se examinaron, no sólo la agravación de las tensiones imperialistas que vemos hoy, sino también los obstáculos del proletariado en su camino hacia los enfrentamientos decisivos contra el capitalismo; así como las dificultades que ha debido encarar nuestra organización.
Para ciertas organizaciones del campo proletario, particularmente el BIPR, las recientes dificultades organizativas de la CCI, así como las que tuvo en 1981 y a comienzos de los años 90, provienen de su incapacidad para hacer un análisis apropiado del período histórico actual. Nuestro análisis de la descomposición, en particular, se considera como una manifestación de nuestro “idealismo”.
Es cierto que la claridad teórica y política es un arma esencial para una organización que pretende ser revolucionaria. Si no es capaz de estar a la altura de comprender los verdaderos retos del período histórico durante el que lleva a cabo su combate, corre el riesgo de ser zarandeada por los acontecimientos, de hundirse en el desconcierto y ser barrida finalmente por la historia. También es verdad que la claridad no se decreta. Es el fruto de una voluntad y un combate por forjar esas armas. Exige afrontar las cuestiones nuevas que plantea la evolución de las condiciones históricas con un método, el método marxista.
Esa es una tarea y una responsabilidad permanente en las organizaciones del movimiento obrero, aunque en ciertos períodos, como al final del siglo XIX y principios del XX, revistiera una importancia particular. El desarrollo del imperialismo anunciaba la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. Mediante ese análisis, Engels fue capaz de anunciar, desde 1880, la alternativa histórica que se planteaba: socialismo o barbarie. Rosa Luxemburg, en el Congreso de 1900 de la Internacional socialista en París, previendo la entrada del capitalismo en decadencia, anunciaba la posibilidad de que ese nuevo período se inaugurara con la guerra: “Es posible que la primera manifestación significativa del hundimiento del capitalismo que se perfila ante nosotros no sea la crisis, sino la explosión de la guerra”. Franz Mehring, uno de los portavoces de la izquierda en el seno de la Socialdemocracia, valoraba desde 1899 en Neue Zeit toda la responsabilidad histórica que a partir de entonces iba a incumbir a la clase obrera: “La época del imperialismo es la época del hundimiento del capitalismo. Si la clase obrera no está a la altura, se verá amenazada toda la humanidad”. Pero no todos en la Socialdemocracia mostraban esta determinación para analizar y comprender el período, y así forjar las armas de la lucha. Por no hablar del revisionismo de Bernstein, ni de los discursos de los adoradores de “la vieja táctica confirmada por la experiencia”, tomemos a Kautsky, la referencia teórica de toda la Internacional socialista, que defendió la ortodoxia de las posiciones marxistas, pero se negó a usarlas para analizar el nuevo período que se abría. El renegado Kautsky (como después lo calificó Lenin) ya dejaba ver al Kautsky que se negaba a mirar de frente el nuevo período, y que sobre todo, se negaba a considerar ineluctable la guerra entre las grandes potencias imperialistas.
En plena contrarrevolución, en los años 30 y 40, la Fracción italiana de la Izquierda comunista, y después la Izquierda comunista de Francia, siguieron ese esfuerzo por analizar “sin ostracismo” (como decía Bilan, la revista de la Izquierda italiana), tanto la experiencia pasada, como las nuevas condiciones históricas que se presentaban. Esa actitud es la del combate que ha llevado siempre el ala marxista en el movimiento obrero para encarar la evolución histórica. Y está en las antípodas de la visión religiosa de la “invariancia”, tan querida de la corriente bordiguista, que ve el programa, no como el producto de una lucha teórica permanente por analizar la realidad, y sacar lecciones, sino como un dogma revelado desde 1848, al cual “no hay que cambiar ni una coma”. La tarea de actualizar y enriquecer permanentemente los análisis y el programa en el marco del marxismo, es una responsabilidad esencial para el combate.
Esta preocupación fue la base de los informes preparados para el congreso y atravesó sus debates. El congreso inscribió esa actitud en el marco de la visión marxista de la decadencia del capitalismo y de su fase actual de descomposición. Ha recordado que la visión de la decadencia, no solamente era la de la Tercera Internacional, sino que es una base misma de la visión marxista. Ese marco y esa claridad histórica han permitido a la CCI medir la gravedad de una situación en la que la guerra se ha convertido en un factor cada vez más permanente.
Más precisamente el congreso tenía que evaluar en qué medida el marco de análisis que se ha dado la CCI ha sido capaz de explicar la situación actual. Tras la discusión, el congreso concluyó que no había que cambiar nuestro marco de análisis, sino al contrario. La situación actual y su evolución son de hecho una confirmación plena de los análisis que la CCI se dio desde finales de 1989, en el mismo momento del hundimiento del bloque del Este. Los acontecimientos actuales, como el creciente antagonismo entre Estados Unidos y sus antiguos aliados, que se ha manifestado abiertamente en la reciente crisis, la multiplicación de conflictos bélicos en los que interviene directamente la primera potencia mundial desplegando cada vez más toda su potencia militar, ya estaban previstos en las tesis que la CCI elaboró en 1989-90 (1).
La CCI también ha reafirmado en su congreso que la actual guerra de Irak no se reduce, como quieren hacer creer ciertos sectores de la burguesía para minimizar su gravedad, a una “guerra por el petróleo”. En esta guerra, el control del petróleo representa un interés fundamentalmente estratégico para la burguesía americana, no económico en primera instancia. Es uno de los medios de chantaje y presión que quiere poseer Estados Unidos para oponerse a las tentativas de otras potencias, como los grandes Estados europeos o Japón, de jugar sus propias bazas en el tablero imperialista mundial. De hecho, detrás de la idea de que las guerras actuales tendrían cierta “racionalidad económica”, hay una voluntad de no tomar en cuenta la extrema gravedad de la situación en que se encuentra hoy el capitalismo. Al subrayar esta gravedad, la CCI se sitúa deliberadamente en la continuidad del marxismo, que no encarga a los revolucionarios la tarea de consolar a la clase obrera, sino al contrario, de hacerle medir la importancia de los peligros que amenazan a la humanidad y de señalar así la amplitud de su propia responsabilidad.
Y en la visión de la CCI, la necesidad de que los revolucionarios pongan de relieve ante el proletariado toda la gravedad de los retos actuales es aún más importante, puesto que éste tiene en el momento actual graves dificultades para encontrar el camino de las luchas masivas y conscientes contra el capitalismo.
Este era otro punto esencial de la discusión sobre la situación internacional: en qué se basa hoy la confianza que el marxismo siempre ha afirmado en la capacidad de la clase explotada para destruir el capitalismo y liberar a la humanidad de las calamidades que le asaltan crecientemente.
La CCI ya ha puesto en evidencia, muchas veces, que la descomposición de la sociedad capitalista ejerce un peso negativo en la conciencia del proletariado (2). Igualmente, desde el otoño de 1989, la CCI subrayó que el hundimiento de los regímenes estalinistas iba a provocar “dificultades crecientes para el proletariado” (título de un artículo de la Revista internacional nº 60). Desde entonces, la lucha de clases ha confirmado con creces esa previsión.
Frente a esta situación, el congreso ha reafirmado que la clase conserva todas sus potencialidades para llegar a asumir sus responsabilidades históricas. Es verdad que aún está hoy en una situación de retroceso importante de su conciencia, tras las campañas burguesas que asimilan marxismo y comunismo a estalinismo, y establecen una continuidad entre Lenin y Stalin. También, la situación actual se caracteriza por la notable pérdida de confianza del proletariado en sus propias fuerzas, y en su capacidad para entablar incluso luchas defensivas contra los ataques de sus explotadores, que puede conducirle a perder de vista su identidad de clase. Y hay que destacar que esa tendencia a la pérdida de confianza en la clase se expresa incluso en las organizaciones revolucionarias, particularmente en forma de arrebatos súbitos de euforia frente a movimientos como el de finales de 2001 en Argentina (presentado como un formidable empuje del proletariado, cuando estaba empapado de interclasismo). Pero una visión materialista, histórica, a largo plazo, nos enseña, parafraseando a Marx, “que no se trata de considerar lo que tal o cual proletario, o incluso el conjunto del proletariado, toma hoy por la verdad, sino de considerar lo que es el proletariado, y lo que históricamente se verá conducido a hacer conforme a su ser” (La Sagrada familia). Esa visión nos muestra particularmente que, frente a los golpes más y más fuertes de la crisis del capitalismo, que se traducen por ataques cada vez más feroces, la clase reacciona, y reaccionará necesariamente desarrollando su combate.
Ese combate, al principio, consistirá en una serie de escaramuzas, anuncio de un esfuerzo para ir hacia luchas cada vez más masivas. En ese proceso, la clase se comprenderá de nuevo como la clase explotada y tenderá a encontrar su identidad, aspecto esencial que a su vez estimulará su lucha. Igualmente la guerra favorecerá una reflexión en profundidad de la clase, porque tiende a convertirse en fenómeno permanente, que desvela cada vez más las tensiones muy fuertes que existen entre las grandes potencias, y sobre todo pone de manifiesto que el capitalismo es incapaz de erradicar esa plaga, que al contrario, sólo puede hundir a la humanidad: la situación actual contiene todas esas potencialidades, que imponen a las organizaciones revolucionarias la necesidad de ser conscientes y desarrollar una intervención para hacerlas fructificar. Intervención esencial, particularmente hacia las “minorías en búsqueda” a nivel internacional.
Pero para estar a la altura de sus responsabilidades, es preciso también que las organizaciones revolucionarias den la talla para enfrentarse, no sólo a los ataques directos que trata de asestarles la clase dominante, sino también a la penetración en su seno del veneno ideológico que ésta difunde en el conjunto de la sociedad. En particular es su deber combatir los efectos más deletéreos de la descomposición que, de la misma forma que afectan la conciencia del conjunto del proletariado, pesan igualmente en el cerebro de sus militantes, destruyendo su convicción y su voluntad de obrar por la causa revolucionaria. La CCI ha tenido que enfrentarse en el último período precisamente a ese ataque de la ideología burguesa favorecido por la descomposición. La voluntad de defender la capacidad de la organización para asumir sus responsabilidades ha estado en el centro de las discusiones del congreso sobre las actividades de la CCI.
El Congreso ha sacado un balance positivo de las actividades de nuestra organización desde el congreso precedente en 2001. En el curso de los dos últimos años, la CCI ha mostrado que era capaz de defenderse frente a los efectos más peligrosos de la descomposición, particularmente las tendencias nihilistas que han seducido a algunos camaradas que se han constituido como “Fracción interna”. La organización ha sabido combatir los ataques de estos elementos, cuyo objetivo era, claramente, destruirla. Desde el comienzo de sus trabajos, con total unanimidad, el congreso, como antes la Conferencia extraordinaria de abril de 2002 (3), ratificó una vez más todo el combate llevado a cabo contra esa camarilla, y estigmatizó sus comportamientos de provocadores. Con plena convicción, ha denunciado la naturaleza antiproletaria de ese agrupamiento. Y por unanimidad, decidió la exclusión de los elementos de la “fracción”, que pusieron la puntilla a sus actos contra la CCI publicando (reivindicándolo además a posteriori) en su página web informaciones a disposición de los servicios de policía del Estado burgués (4). Estos elementos, aunque se negaron a venir al Congreso, y después a presentar su defensa ante una comisión especial nombrada por éste, no tienen otra cosa mejor que hacer en su Boletín nº 18 que proseguir su campaña de calumnias contra nuestra organización, probando así, que su intención no era en absoluto convencer al conjunto de militantes de los peligros que corre la organización bajo la amenaza de una pretendida “fracción liquidacionista”, sino desprestigiarla al máximo, ya que no han podido destruirla (5).
¿Cómo es que estos elementos hayan podido desarrollar en el seno de la organización una acción que la amenazara hasta el extremo de la destrucción?
Respecto a esta cuestión, el congreso ha puesto en evidencia una serie de debilidades en el funcionamiento de la organización, que están en relación con la vuelta de un espíritu de círculo favorecido por el peso negativo de la descomposición capitalista. Un aspecto de ese peso negativo es la duda y la pérdida de confianza en la clase, viendo únicamente su debilidad inmediata. Lejos de favorecer el espíritu de partido, esto favorece la tendencia a que los lazos por afinidad, y por tanto la confianza en los individuos, substituyan a la confianza en los principios de funcionamiento. Los elementos que formaron la “fracción interna”, eran una expresión caricaturesca de esas desviaciones y de esa pérdida de confianza en la clase. Su dinámica degenerativa utilizó esas debilidades, que hay que decir que pesan hoy en todas las organizaciones proletarias y tanto más porque la mayoría de ellas no tiene conciencia de ello. Esos individuos desarrollaron sus maniobras destructivas con una violencia hasta ahora desconocida en toda la historia de la CCI. La pérdida de confianza en la clase, el debilitamiento de la convicción militante, se acompañaron de una pérdida de confianza en la organización, en sus principios, y de un desprecio total por sus estatutos. Esa gangrena podía contaminar toda la organización y minar la confianza y la solidaridad en sus filas, y por tanto, incluso sus fundamentos.
El congreso puso en evidencia, sin miedo, las debilidades de tipo oportunista que habían permitido que el clan autoproclamado “fracción interna” llegara a amenazar a tal extremo la vida de la organización. Y ha podido hacerlo porque la CCI sale reforzada del combate que acaba de llevar.
Además, si parece que la CCI tiene una vida agitada, con repetidas crisis, es porque lucha contra la penetración del oportunismo. Y como ha defendido sin concesiones sus estatutos y el espíritu proletario que expresan, ha suscitado la rabia de una minoría ganada por un oportunismo desenfrenado, es decir, dispuesta a un abandono total de los principios en materia de organización. En esto la CCI continúa el combate del movimiento obrero, de Lenin y el partido bolchevique en particular, cuyos detractores estigmatizaban las crisis repetidas del partido y los múltiples combates en el plano organizativo. En esa misma época, la vida del partido socialdemócrata alemán era mucho menos agitada, pero la calma oportunista que la caracterizaba (alterada únicamente por los “aguafiestas” de izquierda, como Rosa Luxemburg) anunciaba su traición de 1914. Las crisis del partido bolchevique construían la fuerza que permitió la revolución de 1917.
Pero la discusión sobre las actividades no se limitó a tratar la defensa directa de la organización contra los ataques que padece; insistió particularmente en la necesidad de proseguir el esfuerzo para desarrollar la capacidad teórica de la CCI, comprobándose que el combate contra esos ataques ha estimulado profundamente ese esfuerzo. El balance de estos dos últimos años permite mostrar un enriquecimiento teórico: sobre una visión más histórica de la confianza y la solidaridad en el proletariado, elementos esenciales de la lucha de la clase; sobre el peligro de oportunismo que acecha a las organizaciones incapaces de analizar un cambio de período; sobre el peligro del democraticismo. Y esta preocupación de la lucha en el plano teórico es parte íntegra, como nos enseñaron Marx, Rosa Luxemburg, Lenin, o los militantes de la Fracción italiana y tantos otros militantes revolucionarios, de la lucha contra el oportunismo, que es una amenaza mortal para las organizaciones comunistas.
Finalmente, el congreso ha hecho un primer balance de nuestra intervención en la clase obrera a propósito de la guerra en Irak. Y comprobó una excelente capacidad de movilización de la CCI, puesto que, desde antes del comienzo de las operaciones militares, nuestras secciones realizaron una difusión muy significativa de nuestra prensa en numerosas manifestaciones, elaborando, cuando ha sido necesario, suplementos a la prensa regular, y suscitando discusiones políticas con muchos elementos que no conocían antes nuestra organización. En cuanto estalló la guerra, la CCI publicó inmediatamente una hoja internacional traducida a 13 lenguas (6), que se ha distribuido en 14 países y más de 50 ciudades, particularmente en las fábricas, y que está editada en nuestro web.
Así pues, este congreso ha sido un momento que expresa el fortalecimiento de nuestra organización. La CCI se reivindica ampliamente del combate que ha llevado y sigue llevando, por su defensa, por la construcción de las bases del futuro partido, y por desarrollar su capacidad para intervenir en el combate histórico de la clase. La CCI está convencida de que, en este combate, es un eslabón en la cadena de las organizaciones del movimiento obrero.
CCI, abril de 2003
1) Ver particularmente sobre este tema las “Tesis sobre la crisis económica y política en URSS y en los países del Este” (Revista internacional nº 60), escritas dos meses antes de la caída del muro de Berlín, y “Militarismo y descomposición” (fechado en 4 de octubre de 1990 y publicado en la Revista internacional nº 64).
2) Ver “La descomposición, última fase de la decadencia del capitalismo”, puntos 13 y 14 (Revista internacional nº 62).
3) Ver nuestro artículo “Conferencia extraordinaria de la CCI: el combate por la defensa de los principios organizativos”, en la Revista internacional nº 110.
4) Ver sobre este tema nuestro artículo: “Los métodos policiales de la ‘FICCI’”, en Révolution internationale nº 330.
5) Una de las calumnias permanentes de la “FICCI” es que la “Fracción liquidacionista” que dirigía la CCI, emplearía frente a las minorías métodos “estalinistas” para imponer el terror e impedir cualquier posibilidad de expresar divergencias en el seno de la organización. En particular, la “FICCI” ha afirmado sin cesar que numerosos miembros de la CCI desaprueban en realidad la política contra las maniobras de los miembros de esa pretendida “fracción”. La resolución adoptada por el XVº Congreso a propósito de las maniobras de los miembros de la “FICCI” fijaba así el mandato de la Comisión especial encargada de escuchar la defensa de los elementos implicados: “Las modalidades de constitución y funcionamiento de esta comisión son las siguientes:
– está compuesta de 5 miembros de la CCI que pertenecen a 5 secciones diferentes, 3 del continente europeo y 2 del continente americano;
– está compuesta mayoritariamente de militantes no miembros del órgano central de la CCI;
– tendrá que examinar con la mayor atención las explicaciones y los argumentos planteados por cada uno de los elementos implicados.
Además, estos últimos pueden presentarse individual o conjuntamente ante la comisión, y también hacerse representar por uno o varios de entre ellos. Cada uno de ellos tendrá igualmente la posibilidad de pedir la substitución de 1 a 3 miembros de los 5 de la comisión designados por el Congreso, por otros militantes de la CCI que quieran elegir, teniendo en cuenta evidentemente, que la Comisión definitiva no podrá ser de geometría variable. Tendrá 5 miembros y estará compuesta al menos por dos miembros designados por el Congreso y como máximo por 3 militantes de la CCI que correspondan a la elección expresada mayoritariamente por los elementos implicados.
La decisión de hacer ejecutiva la exclusión de cada uno de estos elementos no podrá tomarse
más que por mayoría de 4/5 de los miembros de la Comisión”.
Con esta modalidad, bastaría con que los miembros de la FICCI encontraran en toda la CCI dos militantes que hubieran podido oponerse a su exclusión, para que la decisión sobre eso no fuera ejecutiva. Han preferido ironizar sobre las modalidades de recurso que les proponíamos, y continuar vociferando contra nuestros métodos “estalinistas” e “inicuos”. Sabían perfectamente que no encontrarían a nadie en la CCI que tomara a cargo su defensa, debido a la gran indignación y repulsa que sus comportamientos han provocado en TODOS los militantes de nuestra organización.
6) Las lenguas de nuestras publicaciones territoriales más el portugués, el ruso, el hindi, el bengalí, el persa y el coreano.
La implicación americana en Vietnam comenzó después de la derrota del imperialismo francés en Indochina, en el intento de recuperar las regiones perdidas por Occidente. Nueva expresión de la teoría de la “contención” (1), esa estrategia consistía en impedir que cayeran países uno tras otro bajo la influencia del bloque ruso, lo que Dulles, secretario de Estado de Eisenhower, llamaba la “teoría del dominó” (2). El objetivo era transformar la división momentánea de Vietnam en región Norte y Sur, creadas por los acuerdos de Ginebra, en permanente, como en la península de Corea. En este sentido, la política americana de manipular los acuerdos de Ginebra, iniciada bajo el régimen republicano de Eisenhower, siguió con Kennedy, quien comenzó a mandar asesores militares a Vietnam a principios de los 60. La administración de Kennedy tuvo un papel capital en la gestión de ese país, permitiendo incluso un golpe militar y el asesinato del presidente Diem en 1963. Se aireó mucho en la prensa la impaciencia de la Casa Blanca hacia el general que retrasó el asesinato de Diem. Después del asesinato de Kennedy en 1963, Johnson continuó la intervención americana en Vietnam, que será la guerra más larga de Estados Unidos.
La burguesía americana siguió unida en esta acción, aún cuando se amplificaría un ruidoso movimiento antiguerra, bajo los auspicios de izquierdistas y pacifistas. El movimiento antiguerra, muy marginal en la política americana, sirve entonces de válvula de escape para estudiantes radicalizados y activistas negros. La Ofensiva del Têt lanzada en enero de 1968 por Vietnam del Norte y el FLN en el Sur, que incluía ataques suicidas contra las embajada americana y palacios presidenciales en Saigón, terminó en una sangrienta derrota para los estalinistas. Sin embargo, su existencia desmintió la propaganda militar americana según la cual la guerra iba bien y la victoria sería cuestión de meses. Elementos importantes de la burguesía empiezan entonces a poner en entredicho la guerra, pues se está evidenciando que será una guerra larga, contrariamente a las advertencias de Eisenhower cuando dejó el cargo, de evitar empantanarse en una guerra prolongada en Asia.
Simultáneamente se empezó a perfilar otra orientación estratégica para el imperialismo norteamericano, obligado a preocuparse también por Oriente Medio, pues esta región es:
– estratégicamente importante y rica en petroleo;
– en ella el imperialismo ruso estaba haciendo avances en el mundo árabe.
Una comisión de antiguos miembros eminentes del partido demócrata intentó entonces influir en Johnson para que éste renunciara a sus planes de reelección y se concentrara en cómo acabar con la guerra; fue, en fin de cuentas, una especie de golpe de Estado interno en la burguesía norteamericana. En marzo, Johnson declaró en la televisión que renunciaba a presentarse a su reelección, de modo que dedicaría sus energías a acabar la guerra. Al mismo tiempo, reflejo de las divergencias crecientes en la política imperialista dentro de la burguesía, los medios de comunicación norteamericanos se subieron al tren en marcha del movimiento antiguerra, y éste pasó de ser algo marginal al centro de la política norteamericana. Por ejemplo, Walter Cronkite, director de una de las redes más importantes de TV, fue a Vietnam y regresó anunciando que era necesario acabar con la guerra. La NBC empezó una transmisión en la tarde de los domingos, llamada “Esta semana Vietnam”, que al final de cada emisión mostraba las fotografías de los jóvenes norteamericanos de 18 y 19 años que habían fallecido durante la semana en Vietnam – una maniobra de propaganda antiguerra para dar una carácter fuertemente “humano” a las consecuencias de la guerra.
Las dificultades que conoce entonces Johnson son exacerbadas por la emergencia de la crisis económica abierta y porque el proletariado no está ideológicamente vencido; había intentado una política de “guns and butter” (fusiles y mantequilla), o sea hacer la guerra sin que fuera necesario hacer pasar privaciones a la retaguardia, pero la guerra era demasiado costosa para seguir con esa política. Para responder al retorno de la crisis abierta en EE.UU surgió entonces una oleada de huelgas salvajes entre 1968 y 1971, en la que se movilizan a menudo veteranos de Vietnam descontentos y furiosos. Estas huelgas provocan serias dificultades a la clase dominante norteamericana. De hecho, 1968 marca el inicio de fuertes alteraciones en EE.UU, al surgir simultáneamente desacuerdos internos en la burguesía y un creciente descontento en el país. Dos semanas después de que Johnson hubiera anunciado su retirada de la pugna por la presidencia, fue asesinado Martín Luther King, el líder de los derechos cívicos que se había unido al movimiento antiguerra en 1967 y del que se decía que estaba dispuesto a renunciar a la protesta sin violencia. Ese asesinato provocó violentos disturbios en 132 ciudades norteamericanas. A primeros de junio, Robert Kennedy, el hermano más joven de John F. Kennedy, que había participado en el gabinete de su hermano como fiscal del Tribunal supremo y que estaba presente cuando la administración Kennedy esperaba con impaciencia los resultados del asesinato de Diem, y que ahora se había convertido en candidato antiguerra en las elecciones primarias demócratas para la presidencia, es asesinado a su vez tras haber triunfado en la primaria de California. Se producen violentos enfrentamientos en las calles durante la Convención del partido demócrata en julio, cuya ala izquierda se enfrenta con violencia a los partidarios de Humphrey obligados a continuar la guerra. Nixon, el republicano conservador, gana las elecciones asegurando que existe un plan secreto para acabar con la guerra.
Mientras tanto, a partir de octubre del 69, el New York Times publica, en su segunda página, el programa de manifestaciones por una moratoria en Vietnam, para favorecer una participación masiva en ellas. Personalidades de todas las grandes corrientes políticas y famosos empiezan a expresarse en aquellas manifestaciones. La administración Nixon negocia con los estalinistas vietnamitas, pero no logra acabar con la guerra. A pesar de ello, se ejercen presiones sobre Nixon para que haga progresos rápidos para que se concrete la distensión prevista por Nixon, incluso con visitas diplomáticas a Moscú y la negociación de los tratados de control de armamento. Hasta hubo analistas burgueses que observaron, a pesar de no tener evidentemente una comprensión marxista de la globalidad de la crisis del capitalismo, que el interés que tenían los americanos hacia la distensión con Moscú y al apaciguamiento temporal de la Guerra Fría estaba dictado por las dificultades económicas debidas al comienzo de la crisis abierta y a la emergencia del proletariado en la lucha de clases. David Painter, por ejemplo, observa que en Estados Unidos “la guerra había agudizado las dificultades económicas desde hacía mucho tiempo [...], lo cual alimentaba la inflación socavando siempre más el equilibrio de la balanza de pagos americana” (Encyclopedia of US Foreign policy). Brzezinski habla de las “dificultades económicas norteamericanas”, op. cit.) y George C. Herring observa :
“En 1969 [la guerra] había acrecentado los problemas políticos y económicos de forma crítica y obligado a revisar las políticas que no habían sido cuestionadas desde hacía más de 20 años. Los gastos militares masivos habían provocado una inflación galopante que zanjaba con la prosperidad de la posguerra y provocaba un descontento creciente”, todo esto “impulsaba a la administración de Richard M. Nixon a buscar la distensión con la Unión Soviética” (Encyclopedia of American Foreign Policy).
En 1971, Nixon abandona el sistema económico de Bretton Woods (3) instaurado en 1944, anulando la convertibilidad del dólar en oro, lo que provoca inmediatamente la libre cotización de las divisas internacionales y, de hecho, la devaluación del dólar. Al mismo tiempo, Nixon crea un impuesto proteccionista de 10 % sobre las importaciones y un control de los precios y de los sueldos. Ciertos analistas y periodistas burgueses hasta empiezan a hablar de un declive permanente del imperialismo americano y del fin del “siglo americano”.
Las divisiones internas de la burguesía, centradas en la retirada de Vietnam y la reorientación hacia Oriente Medio, son incrementadas por los continuos disturbios y las dificultades en Oriente Medio, en particular el boicot del petroleo árabe. Kisinger entabla simultáneamente y sin éxito negociaciones con los vietnamitas y desempeña personalmente un papel de “mensajero diplomático” en Oriente Medio. En cuanto a la distensión, Nixon toma la iniciativa de una apertura hacia China, país que ha roto ideológicamente con Moscú, abriendo así posibilidades al imperialismo norteamericano. La actitud que prevaleció durante la Guerra Fría, que consistía en negarse a reconocer el régimen de Mao y considerar a Taiwan como el gobierno legítimo de toda China, había sido mantenida gracias a una retórica ideológica anticomunista y “defensora de la libertad” durante los años 50 y 60 ; la abandonan para seducir a China para que ésta integre el campo norteamericano en la Guerra fría, lo que hubiese permitido el cerco a Rusia no solo por el Oeste (Europa), el Sur (Turquía), el Norte (con las bases de misiles americanos y canadienses alrededor del Polo), sino también por el Este (4). Esta nueva opción imperialista no hace sino reforzar la exigencia de la clase dominante de acabar con la guerra en Vietnam, puesto que ésta es una condición previa a la alianza de China con Estados Unidos. China tiene importantes intereses en el conflicto en Asia del sureste, en tanto que potencia regional, y por eso apoyaba entonces a Vietnam del Norte. Fue la incapacidad para realizar ese cambio de orientación de la política exterior respecto a Oriente Medio y acabar con la guerra para atraer a China al bloque del Oeste lo que provocó la increíble alteración política del período del Watergate y la salida de Nixon (Agnew, el belicoso vicepresidente, secuaz de Nixon para los labores sucias, ya se había visto obligado a dimitir bajo acusaciones de corrupción) para preparar una ordenada transición hacia un presidente interino aceptable, Gerald R. Ford.
Ocho meses después de la dimisión de Nixon, con Ford en la Casa Blanca, Saigón cae en manos de los estalinistas y el imperialismo norteamericano se retira del enredo vietnamita. La guerra había costado la vida a 55 000 americanos y a más de 3 millones de vietnamitas. Carter entra en la Casa Blanca en 1977 y en 1979, EE.UU reconoce oficialmente a la China continental que ocupará desde entonces el escaño de China en el Consejo de Seguridad de la ONU.
El período 1968-76 pone en evidencia la gran inestabilidad política paralela a serias divergencias en el seno de la propia burguesía norteamericana sobre qué política imperialista seguir. En solo ocho años hubo cuatro presidentes (Johnson, Nixon, Ford, Carter), de los que dos se vieron obligados a no volverse a presentar o a dimitir (Johnson y Nixon), los asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy, el intento de asesinar a George Wallace (el candidato del partido populista de derechas en 1972), la implicación del FBI y de la CIA en el espionaje de adversarios políticos dentro del país, lo que desprestigió a ambas instituciones y desembocó en una serie de “reformas” legislativas para disminuir formalmente sus poderes. El hecho de que bajo Nixon, la camarilla dirigente utilizara agencias del Estado (FBI y CIA) para darse una ventaja decisiva con respecto a las demás fracciones de la clase dominante fue, para estas, algo intolerable, al sentirse directamente amenazadas. Lo que se ha llamado crisis de la seguridad nacional tras el 11 de setiembre de 2001 ha permitido a esas agencias volver a funcionar sin trabas.
El hundimiento del bloque ruso a finales de los 80 hace surgir una situación sin precedentes. Desaparece un bloque imperialista no tras su derrota en la guerra imperialista, sino por implosión bajo la presión de una situación histórica indecisa en lo que a lucha de clases se refiere, de las presiones económicas y de su incapacidad para seguir en la competencia armamentística con el bloque adverso. Aunque la propaganda norteamericana celebra su victoria sobre el imperialismo ruso y canta la gloria del capitalismo democrático, 1989 es, en realidad, una victoria pírrica para el imperialismo americano que ve rapidamente su hegemonía cuestionada por su propia coalición, resultado de la desaparición de la disciplina que permitía la cohesión de ambos bloques. La desaparición brutal del enfrentamiento entre ambos polos, que había caracterizado el imperialismo durante 45 años, libera de la obligación de alinearse tras una disciplina de bloque a la que estaban hasta entonces sometidas todas las potencias de segundo y tercer orden : la tendencia a tirar “cada uno por su cuenta” en medio de la descomposición del capitalismo, se impone rápidamente a nivel internacional. Los imperialismos más débiles, envalentonados, empiezan a jugar sus propias bazas negándose a someter sus intereses a los de EE.UU. La primera expresión de la descomposición ya había ocurrido en la década anterior en Irán con la revolución de Jomeni, primer ejemplo de un país que lograba romper con el bloque americano sin que EE.UU consiguiera hacerlo volver a su seno y sin tampoco caer en el bloque ruso. Hasta entonces, los paises de la periferia del capitalismo mundial habían podido jugar un bloque contra el otro y hasta cambiar de campo, pero ninguno había logrado mantenerse fuera del sistema bipolar. En 1989, esta tendencia se hace dominante en el ruedo interimperialista.
Los responsables políticos norteamericanos han de adaptarse repentinamente a una disposición nueva de fuerzas a nivel internacional. Las actividades expansionistas de Alemania son particularmente alarmantes para EE.UU. La guerra del Golfo contra Irak, so pretexto de la invasión por éste de Koweit suscitada por los propios Estados Unidos (la embajadora norteamericana había asegurado a los iraquíes que su país no intervendría en un conflicto entre Irak y Koweit) es el medio utilizado por EE.UU para reafirmar su dominación y recordar a las demás naciones que quisieran ir “por su cuenta” que EE.UU sigue siendo la única superpotencia, dispuesta a utilizar su potencial militar como gendarme del mundo. Las potencias europeas, incluidas las que habían tenido relaciones económicas con Irak, no solo estuvieron obligadas de apoyar formalmente los proyectos bélicos estadounisenses, sino que también tuvieron que unirse a la “coalición” internacional, en contra de su voluntad y sin el menor entusiasmo. La guerra fue un formidable éxito para el imperialismo norteamericano que dio la prueba de su superioridad militar, de la modernidad de sus armamentos y de su voluntad de ejercer su poder. En Estados Unidos, Bush, el padre, goza de una popularidad política impresionante, hasta ganarse 90 % de opiniones favorables en los sondeos de posguerra.
Bush se reveló incapaz de consolidar el éxito norteamericano en el Golfo. La presión sobre las potencias que querían jugar sus propias bazas en el plano internacional tiene una eficacia muy limitada en el tiempo. Se reanudan los avances de Alemania en los Balcanes y hasta se aceleran con el estallido de Yugoslavia y la “purificación étnica”. La incapacidad de la administración Bush para consolidar lo realizado en la guerra del Golfo y formular una respuesta estratégica en los Balcanes será un factor esencial de su fracaso en las elecciones de 1992. Durante su campaña presidencial, Clinton se entrevistó con los dirigentes del Pentágono y les confirmó que autorizaría las incursiones aéreas en los Balcanes y mantendría une política decidida para establecer una presencia norteamericana en la región, que había sido uno de las aspectos cada vez más importante de la política imperialista norteamericana durante la década precedente. A pesar de las críticas de los republicanos durante la campaña electoral de 2000 con respecto a la política de Clinton, que consistía en mandar tropas para intervenir militarmente sin haberlo planificado realmente, la invasión de Afganistán realizada por la administración G.W. Bush –los proyectos de invasión de Irak (5) y el despliegue de tropas en varios paises por el mundo (las tropas US están actualmente presentes en 33 paises) – están en total continuidad con la política de Clinton.
Durante el mandato de Clinton la burguesía norteamericana se dividió sobre la política asiática, al oponerse la extrema derecha a la estrategia en Extremo Oriente de colaborar con China en vez de Japón. Las derechas consideraban a China como un régimen comunista anacrónico amenazado de implosión, un aliado poco fiable, cuando no un enemigo potencial. Este desacuerdo es la telón de fondo de los escándalos de finales de los 90 y de la campaña de impeachment contra Clinton. Sin embargo, todos los antiguos presidentes todavía vivos de ambos partidos (excepto Reagan aquejado de la enfermedad de Alzheimer) se pronunciaron de acuerdo con la estrategia política hacia China y se opusieron al impeachment. La derecha pagará muy caro el fracaso de su ataque contra Clinton: Newt Gringrich (6) se ve apartado de la vida política y otros líderes que habían apoyado el impeachment deben abandonar sus puestos. En ese contexto, es importante señalar que cuando existen divergencias importantes en la burguesía sobre política imperialista y es importante lo que está en juego, las fuerzas políticas enfrentadas no vacilan en desestabilizar el orden político.
En 1992, Washington adoptó conscientemente una orientación muy clara para su política imperialista durante el período posterior a la guerra fría., basada en “el compromiso fundamental de mantener un mundo unipolar en el que EE.UU no tenga contrincante. No se permitirá a ninguna coalición de grandes potencias alcanzar una hegemonía sin Estados Unidos” (prof. GJ. Ikenberry, Foreign Affairs, sept-oct. 2002). Esta política tiene como objetivo impedir la emergencia de cualquier potencia en Europa o Asia que pueda cuestionar la supremacia norteamericana y acabar siendo un polo unificador en la formación de un nuevo bloque imperialista. Esta orientación, inicialmente formulada en un documento de 1992 redactado por Rumsfeld (Defense Planning Guidance Policy Statement) durante el último año del primer mandato de Bush padre, establece claramente esta nueva estrategia:
“Impedir que surja un nuevo rival, en el territorio de la antigua Unión Soviética o en cualquier otra parte, que sea una amenaza como la que representaba la Unión Soviética... Estas regiones incluyen a Europa occidental, el territorio de la ex Unión Soviética y Asia del Sureste... Estados Unidos ha de mostrar la dirección general necesaria para establecer y proteger un nuevo orden que mantenga la promesa de convencer a sus rivales potenciales que no han de aspirar a tener un papel más importante ni adoptar una actitud agresiva para proteger sus intereses legítimos... sobre otras cuestiones fuera de la militar, hemos de tener un mínimo en cuenta los intereses de las naciones industriales avanzadas para desanimarlas a cuestionar nuestro liderazgo o de intentar derribar el orden político y económico establecido... Debemos mantener los mecanismos de disuasión hacia los rivales potenciales para que ni se atrevan a aspirar a un papel regional o global de mayor importancia”.
Esa misma política continuó bajo la administración de Clinton, la cual emprendió un programa colosal de desarrollo de armamento para así desanimar las ambiciones de cualquier rival potencial; es el anuncio de la política de estrategia militar nacional de 1997 (National Military Strategy):
“Los Estados Unidos seguirán siendo, a corto plazo, la única potencia global del mundo, pero actuarán en un entorno estratégico caracterizado por la ascensión de potencias regionales, de retos asimétricos que incluyen armas de destrucción masiva, peligros transnacionales y probablemente acontecimientos incontrolados que no se pueden prever con exactitud ”.
Esta política, continuada por la actual administración Bush y afirmada en el Quadrennial Defense Review Report publicado el 30 de septiembre del 2001, menos de tres semanas después del ataque al World Trade Center, considera de “interés nacional a largo plazo” la meta “de impedir toda dominación hostil de regiones críticas, particularmente en Europa, en el Noreste asiático, el litoral asiático oriental (7), Oriente Medio y Suroeste asiático”. En el National Security Strategy 2002, la administración Bush afirma que “seremos lo suficientemente fuertes para disuadir a cualquier adversario potencial de proseguir un esfuerzo militar que intente sobrepasar o igualar la potencia norteamericana”. En junio del 2002, en su discurso de la ceremonia de entrega de diplomas de West Point, el presidente Bush afirmó una vez más que “EE.UU va a procurar seguir teniendo una potencia militar imposible de desafiar – haciendo vana cualquier carrera de armamentos desestabilizadora de otras áreas y limitando las rivalidades al comercio y demás actividades pacíficas”. Todos estos elementos combinados muestran la continuidad esencial de la política imperialista norteamericana, más allá de las divergencias entre los partidos, desde finales de la Guerra Fría. Al decir “continuidad”, no queremos decir, claro está, que la puesta en práctica de esas orientaciones haya sido idéntica en todos sus aspectos. Claro está que ha habido reajustes de estas orientaciones, en particular a nivel práctico, a causa de la evolución del mundo durante el pasado decenio. El imperialismo norteamericano para organizar una “coalición” internacional en apoyo de sus aventuras militares, por ejemplo, ha tenido que resolver dificultades crecientes a lo largo de los años, y la tendencia de EE.UU a intervenir cada vez más solos, a actuar unilateralmente, en sus esfuerzos estratégicos para prevenir el riesgo de aparición de un rival europeo o asiático, ha alcanzado niveles que provocan serias discusiones en la propia clase dominante.
Estas discusiones son la expresión del reconocimiento de las dificultades que debe encarar el imperialismo norteamericano. A pesar de ser evidentemente incapaz de tener una conciencia “total” en el sentido marxista del desarrollo de las fuerzas económicas y sociales en el mundo, está claro, sin embargo, que la burguesía norteamericana es perfectamente capaz de distinguir ciertos elementos clave en la evolución de la situación internacional. En un artículo titulado “El imperialismo vacilante: terrorismo, Estados en quiebra y el caso del imperio norteamericano”, por ejemplo, Sebastian Mallaby considera que los hombres políticos norteamericanos reconocen la existencia de un “caos” creciente en la área internacional, el fenómeno de Estados “en quiebra” incapaces de mantener un mínimo de estabilidad en su sociedad y los peligros que resultan de una emigración masiva e incontrolada, del flujo de refugiados de los paises de la periferia hacia los paises centrales del capitalismo mundial. En este contexto, Mallaby escribe : “La lógica del neoimperialismo obliga a la administración de Bush a resistir. El caos mundial es demasiado amenazante para ignorarlo y los métodos para tratar ese caos que han sido aplicados se han revelado insuficientes” (Foreign Affairs, marzo-abril 2002). Mallaby y otros burgueses norteamericanos, teóricos de política exterior, ponen en evidencia la necesidad para EE.UU, en tanto que superpotencia mundial, de actuar para bloquear el avance del caos, aunque tengan que hacerlo solos. Hasta hablan abiertamente de un “nuevo imperialismo” que Estados Unidos debe instaurar para bloquear las fuerzas centrífugas que tienden a desgarrar la sociedad en su conjunto. En la situación internacional actual, también reconocen que la posibilidad de presionar a los antiguos aliados de EE.UU como en la guerra del Golfo de 1990-91, es prácticamente inexistente. De ahí que se haya incrementado brutalmente la presión, ya identificada en la prensa de la CCI, que empuja a EE.UU a actuar unilateralmente en el plano militar. La toma de conciencia de la necesidad de prepararse para actuar unilateralmente se produjo ya durante el gobierno de Clinton, cuando miembros de éste empezaron a discutir abiertamente sobre esa opción y prepararon entonces el terreno a acciones unilaterales del imperialismo norteamericano (véase por ejemplo el documento de Madeline Albright, “The testing of American Foreign Policy”, en Foreign Affairs, nov.-dic. del 98). El gobierno de Bush actúa pues en continuidad con la política iniciada por Clinton: EE.UU obtiene en Afganistán la “bendición” de la comunidad internacional para sus operaciones militares, gracias a las maniobras ideológicas y políticas favorecidas por el 11 de septiembre, EE.UU se ocupa solo de las operaciones en tierra, impidiendo incluso a su aliado más cercano, Gran Bretaña, sacar tajada. Aún cuando la burguesía es consciente de la necesidad para EE.UU de actuar unilateralmente, la cuestión de saber en definitiva cuándo y hasta dónde se puede ir, es un problema táctico muy serio para el imperialismo americano. La respuesta no puede encontrarse en precedentes de la Guerra Fría, cuando EE.UU intervenían a menudo sin consultar a la OTAN o a sus demás aliados, pero en aquel entonces podían contar con su potencial y su influencia en tanto que cabeza de bloque para obtener el acuerdo de los demás (como así fue en Corea, cuando la crisis de los misiles en Cuba, en Vietnam, con los cohetes Pershing y Cruise a principios de los 80, etc.). La respuesta a esa pregunta también tendrá un impacto importante en la evolución futura de la situación internacional.
Se ha de señalar que el debate del verano 2002 empezó primero entre los dirigentes del partido republicano, y más particularmente entre los especialistas tradicionales de asuntos exteriores del partido republicano. Kissinger, Baker, Eagleburger y hasta Colin Powell consideraban que era necesario ser prudentes y no actuar unilateralmente con prisa, argumentando que todavía era posible y preferible obtener la aprobación de la ONU antes de iniciar las hostilidades contra Irak. Incluso comentaristas burgueses en Estados Unidos emitieron la posibilidad de que los antiguos especialistas republicanos de política exterior habrían hablado en nombre de George Bush (padre) cuando tomaron posición a favor de llevar a cabo la misma política que para la primera guerra del Golfo. Los demócratas, incluso los de la izquierda del partido, se quedaron muy callados ante esa controversia en el partido en el poder, excepto la breve incursión de Gore, el cual intentó ganar puntos ante la izquierda demócrata, emitiendo la idea de que la guerra en Irak sería un error por desviar la atención de la preocupación central, o sea la guerra contra el terrorismo.
Lo que nos importa a nosotros es entender el significado de esas divergencias en la burguesía de la única superpotencia mundial.
Para empezar, es importante no exagerar la importancia del debate reciente. Los precedentes históricos demuestran ampliamente que cuando hay divergencias importantes sobre política imperialista en la burguesía norteamericana y cuando los protagonistas del debate toman la medida de lo que está en juego, no temen proseguir su orientación política, incluso a riesgo de provocar trastornos políticos. Está claro que el debate reciente no ha llegado a un resultado político parecido al que se pudo observar, por ejemplo, cuando el conflicto del Vietnam. Nunca amenazó la unidad fundamental de la burguesía norteamericana en su política imperialista. El desacuerdo, además, no era sobre la guerra en Irak, pues sobre esto el acuerdo era casi total en la clase dominante norteamericana. Todos estaban de acuerdo con este objetivo político, no por lo que hubiese hecho o amenazado hacer Sadam Husein, ni por el deseo de vengarse de la derrota del Bush padre como tampoco para estimular las ganancias petroleras de Exxon como lo entiende el materialismo vulgar, sino por la necesidad de lanzar una nueva advertencia a las potencias europeas que quisieran jugar su propia baza en Oriente Medio, y en particular Alemania, advertencia de que los Estados Unidos no vacilarían en servirse de su fuerza militar para mantener su hegemonía. En consecuencia, no es sorprendente, como tampoco es accidental, si Alemania fue la más vehemente en oponerse a los preparativos guerreros norteamericanos, puesto que son precisamente sus intereses imperialistas la diana de la ofensiva norteamericana.
El debate de los círculos dirigentes norteamericanos se centró en cuándo y con qué bases desencadenar la guerra y también, quizas de forma más crítica, hasta qué grado podía EE.UU actuar solo en la situación actual. La burguesía norteamericana sabe perfectamente que ha de estar lista para actuar unilateralmente, y que actuar así tendrá consecuencias significativas en el escenario internacional. Contribuirá indudablemente a aislar todavía más al imperialismo americano, a provocar mayores resistencias y antagonismos a nivel internacional y provocará que las demás potencias busquen las alianzas posibles para plantar cara a la agresividad americana, aumentando las dificultades que tendrá en el porvenir. El momento preciso en que EE.UU decide abandonar toda búsqueda de apoyo internacional a sus acciones militares y actuar unilateralmente es, por lo tanto, una decisión táctica con implicaciones estratégicas de la mayor importancia. En marzo del 2002, Kenneth M. Pollack, actual director adjunto del Consejo de relaciones exteriores, que fue director de Asuntos del Golfo en el Consejo nacional de seguridad de la administración de Clinton, hablaba abiertamente de la necesidad para el gobierno de desencadenar rapidamente la guerra contra Irak antes de que desapareciera tanto la fiebre guerrera iniciada triunfalmente en EE.UU tras el 11 de septiembre como la simpatía internacional creada por los ataques terroristas y que facilitaron el acuerdo de las demás naciones con las acciones militares norteamericanas. Como lo dice Pollack :
“Tardar demasiado plantearía tantos problemas como ir rápidamente, porque el estímulo ganado gracias a la victoria en Afganistán podría desaparecer. Hoy, el choque provocado por los ataques del 11 de septiembre sigue vivo y tanto el gobierno norteamericano como el público siguen dispuestos a hacer sacrificios y, a nivel internacional, el resto del mundo comprende la cólera americana y dudaría en ponerse del mal lado. Cuanto más esperemos para invadir, más difícil será obtener un apoyo tanto internacional como interno, aunque las razones de la invasión poco tengan que ver, si no es nada, con las relaciones de Irak con el terrorismo... Los Estados Unidos pueden, en otros términos, permitirse esperar un poco antes de meterse con Sadam, pero no indefinidamente” (Foreign Affairs, marzo-abril del 2002).
La oposición a la intervención norteamericana en Irak, tanto en la clase obrera americana (que no se ha alineado totalmente tras esta guerra), como en el resto del mundo en las potencias de segundo y tercer orden, permite de hecho suponer que EE.UU esperó demasiado antes de atacar a Irak.
Está claro que los más prudentes del equipo dirigente, y en particular Colin Powell, que defendió una política de presiones diplomáticas para obtener la aprobación del Consejo de seguridad sobre la acción militar en Irak, eran mayoritarios en la administración el otoño pasado y, como lo han demostrado los acontecimientos, su táctica ha sido eficaz para conseguir un voto unánime que dio el pretexto a EE.UU para entrar en guerra contra Irak cuando lo desearan. Pero también está claro que en febrero, el resultado logrado en otoño se redujo de forma importante, al oponerse abiertamente a los planes de guerra norteamericanos, Francia, Alemania, Rusia y China, tres de estos paises con derecho de veto en el Consejo de seguridad. Las críticas en la burguesía norteamericana expresaban preocupación sobre la poca habilidad de la administración de Bush para maniobrar y ganarse el apoyo internacional para la guerra (véanse, por ejemplo, los recientes comentarios del senador Joseph Biden, alto responsable demócrata en el Comité de relaciones exteriores del Senado).
Las contradicciones inherentes a la situación actual plantean problemas muy serios a Estados Unidos. La descomposición y el caos a nivel mundial imposibilitan la creación de nuevas “coaliciones” a nivel internacional. De ahí que Rumsfeld y Cheney insistan con razón en que ya no será posible nunca más formar una coalición internacional como la del 90-91. Sin embargo, no puede uno imaginarse que el imperialismo norteamericano permita que tal situación ponga trabas a sus acciones militares para defender sus propios intereses imperialistas. Por otro lado, si EE.UU lleva efectivamente a cabo una intervención militar de forma unilateral, sea cual sea el resultado a corto plazo, se aislará todavía más a nivel internacional, perderá el apoyo de los pequeños paises, transformándolos en contestatarios y proclives a resistir cada día más a la tiranía de la superpotencia. Pero por otro lado, si EE.UU echa marcha atrás y no se lanza solo a la guerra en el contexto actual, sería une prueba de debilidad por parte de la superpotencia cuya única consecuencia será incitar a las potencias de segundo orden a jugar sus propias bazas y cuestionar directamente la dominación norteamericana.
La cuestión para los revolucionarios no es la de caer en la trampa de hacer predicciones sobre el momento exacto en que la burguesía norteamericana emprenderá una guerra unilateral, sea en Irak a corto plazo o en otra zona más tarde, sino entender claramente cuáles son las fuerzas en presencia, el carácter del debate en los círculos dirigentes norteamericanos y las implicaciones graves de esta situación en el incremento del caos y de la inestabilidad en el plano internacional en el período venidero.
JG,febrero del 2003
1) En inglés “containment”. Fue la política adoptada por el imperialismo norteamericano después de la Segunda Guerra mundial para frenar toda expansión de la zona de influencia rusa.
2) Significaba que la caida bajo influencia rusa de un país en una región en la que se disputaban los dos imperialismos (en este caso, el Sureste asiático) vendría seguida inevitablemente por la caida de paises vecinos.
3) La conferencia de Bretton Woods estableció un nuevo orden monetario y económico en la posguerra, dominado por Estados Unidos. Instauró, entre otras cosas, el Fondo Monetario Internacional y el sistema de cambio basado en el dólar en lugar del patrón-oro.
4) Esta política de cerco a la URSS es muy parecida a la actual política de EE.UU hacia Europa.
5) Este informe se redactó para el congreso de la CCI a principios de 2003.
6) Dirigente entonces del partido republicano en la Cámara de representantes del Congreso de EE.UU, hoy totalmente desprestigiado.
7) Según el Pentágono: “El litoral asiático oriental es la región que se extiende desde el sur de Japón, pasa por Australia e incluye en golfo de Bengala”.
Los sucesos revolucionarios de 1905 en Rusia provocaron como un terremoto en el conjunto del movimiento obrero. En cuanto se formaron los consejos obreros, en cuanto los obreros emprendieron huelgas de masas, el ala izquierda de la socialdemocracia (con Rosa Luxemburg en su texto Huelga de masas, partido y sindicatos, Trotski con su obra 1905 y Pannekoek en varios textos, particularmente sobre el parlamentarismo) empezó a sacar lecciones de esas luchas. La insistencia sobre la autoorganización de la clase obrera en los consejos, la crítica al parlamentarismo sobre todo por parte de Rosa Luxemburg y Pannekoek, no se debieron a no se sabe qué antojos anarquizantes, sino un intento de entender las lecciones de la nueva situación en el inicio de la decadencia del modo de producción capitalista y las nuevas formas de lucha.
La efervescencia internacional en la clase obrera y en sus minorías revolucionarias también se expresó en Japón, a pesar del relativo aislamiento internacional de los revolucionarios, y también allí se desarrollo el debate sobre las condiciones y los medios de la lucha. Se enfrentaron dos tendencias de forma mucho más clara que anteriormente. La tendencia encabezada por Kotoku, que expresaba fuertes inclinaciones anarquistas al insistir principalmente en la “acción directa”: la huelga general y el sindicalismo revolucionario. Kotoku viajó a Estados Unidos en 1905-06, se enteró de las posiciones de las IWW sindicalistas y tomó contacto con los anarquistas rusos. La corriente anarcosindicalista publicó el periódico Hikari (la Luz) a partir de 1905. Por otro lado, Katayama defendía incondicionalmente la vía parlamentaria al socialismo en Shikigen (los Tiempos nuevos). A pesar de las divergencias entre ambos campos, se fusionaron en 1906 para formar el Partido socialista de Japón (Nippon Shakaito) que, como lo propuso Katayama, debía luchar por el socialismo “dentro de los límites de la Constitución”. El Partido socialista de Japón existió de 24 de junio de 1906 hasta el 22 de julio de 1907, publicando Hikari hasta diciembre de 1906 (1).
En febrero de 1907 se celebró el Primer Congreso, y en él se enfrentaron varias posiciones. La discusión empezó tras haber elegido el delegado al Congreso de Stuttgart de la Segunda Internacional. Kotoku no anduvo con rodeos con respecto al trabajo parlamentario y reivindicó los métodos de acción directa (chokusetsu kodo): “No es por el sufragio universal y la política parlamentaria, en absoluto, el modo con el que podrá realizarse la verdadera revolución; para alcanzar los objetivos del socialismo, no existe más camino que el de la acción directa de los trabajadores unidos... Tres millones de hombres preparándose para elecciones no sirven para nada a la revolución, pues no son tres millones de hombres conscientes y organizados...”.
Tazoe justificó la lucha estricta en el plano parlamentario, y la mayoría se pronunció a favor de una resolución intermedia propuesta por T. Sakai. Se contentaba con retirar de los estatutos los términos “dentro de los límites de la Constitución”. Los miembros guardaban toda libertad de participar en movimientos por el sufragio universal o en movimientos antimilitaristas o antireligiosos. Las posiciones de Kotoku degeneraron hacia el anarquismo, sin haber logrado apropiarse la crítica que empezaba a desarrollarse en el ala izquierda de la Segunda Internacional sobre el oportunismo de la socialdemocracia, contra el parlamentarismo y el sindicalismo.
Tras ese debate, Kotoku –que se reivindicó del anarquismo a partir de 1905– actuó siempre más como un obstáculo a la construcción de una organización; sus planteamientos impidieron sobre todo a elementos en búsqueda profundizar sus conocimientos y comprender el marxismo. Él quería dar como perspectiva la “acción directa”. En vez de alentar la profundización teórica de las posiciones políticas, contribuyendo de esta forma a la construcción de la organización, evolucionaba hacia un activismo desenfrenado. En cuanto se acabó el Congreso, el Partido socialista fue prohibido por la policía.
Tras un rebrote de huelgas en 1907, hubo un retroceso de la lucha de clases entre 1909 y 1910. La policía se aprovechó de esta situación para perseguir a los revolucionarios. El simple hecho de tener una bandera roja se consideraba ya como un delito. Kotoku fue detenido en 1910, como lo fueron muchos socialistas de izquierdas. En enero de 1911, él y once socialistas fueron condenados a muerte, so pretexto de haber querido asesinar al emperador. Fueron prohibidos tanto los mítines como la prensa socialistas, y los libros socialistas en las librerías y bibliotecas fueron quemados. Perseguidos por esta represión se exiliaron muchos revolucionarios, cuando no se retiraron de la actividad política. Empezó entonces el largo período del “invierno japonés” (fuyu). Los revolucionarios que no se exiliaron y los intelectuales utilizaron entonces una editorial (Baishunsha) para publicar sus textos, en condiciones de ilegalidad. Para no ser censurados, los artículos debían adoptar una forma ambigua.
En Europa, la represión y las leyes antisocialistas no pudieron impedir el crecimiento de la socialdemocracia (vease el caso del SPD alemán y también, en condiciones aun más difíciles, el del POSDR en Rusia y del SdKPIL en Polonia y Lituania). El movimiento obrero en Japón conoció en cambio grandes dificultades tanto para desarrollarse y reforzarse en esas condiciones de represión, como también para constituir organizaciones revolucionarias que funcionaran con espíritu de partido, o sea superando las prácticas de los círculos y el papel preponderante del individuo que siempre habían tenido un peso dominante en el movimiento de Japón. El anarquismo, el pacifismo y el humanitarismo siempre habían tenido mucha influencia. Ni en el plano programático como tampoco en el organizativo fue capaz el movimiento de alzarse a un nivel que le permitiera hacer surgir un ala marxista significativa. A pesar de unos primeros contactos con la Segunda Internacional, todavía quedaban por establecer relaciones estrechas con ésta.
A pesar de estas especificidades, hay que reconocer que la clase obrera en Japón se había integrado en la clase obrera internacional y a pesar de no disponer de una larga historia de luchas de clase como tampoco de bases programáticas y organizativas a imagen del movimiento revolucionario en Europa, se enfrentaba a las mismas cuestiones y mostraba tendencias similares. En este sentido, la historia de la clase obrera en Japón se parece más a la de la clase en Estados Unidos u otros paises más o menos periféricos, en los que el ala marxista no logró imponerse y en donde el anarcosindicalismo siempre tuvo un papel importante.
A pesar de que Japón declarara la guerra a Alemania en 1914 para apoderarse de sus posiciones coloniales (en pocos meses, Japón conquistó los puestos avanzados coloniales alemanes en el Océano Pacífico o en Tsningtao (China), el territorio japonés nunca sufrió combates. Al ser Europa el centro de la guerra, Japón no participó directamente en ésta más que en su primera fase. Tras sus primeros éxitos militares contra Alemania, se abstuvo de toda actividad militar, y adoptó en cierta forma una actitud neutral. Mientras la clase obrera en Europa se estaba enfrentando con más dramatismo cada día a la cuestión de la guerra, la de Japón vivía un “boom” económico, como resultado de esa guerra. En efecto, Japón se había convertido en gran proveedor de armas, y había mucho trabajo. El número de obreros se duplicó entre 1914 y 1919. En 1914 trabajaban unos 850 000 obreros en unas 17 000 empresas, cuando en 1919, 1 820 000 asalariados trabajaban en unas 44 000. Mientras que los trabajadores nunca habían sido hasta entonces más que una pequeña parte de la mano de obra, en 1919 llegaron al 50 %. A finales de la guerra había 450 000 mineros. La burguesía japonesa sacó enormes beneficios de la guerra. Gracias al gigantesco mercado del sector armamentístico durante la guerra, Japón pudo evolucionar de sociedad dominada por el sector agrícola hacia una sociedad industrial. El crecimiento de la producción entre 1914 y 1919 fue del 78 %.
Debido a la implicación limitada de Japón en la guerra, la clase obrera en este país no tuvo que encarar la misma situación que la de Europa. La burguesía japonesa no necesitó movilizar en masa como tampoco tuvo que militarizar la sociedad como ocurrió en las potencias europeas. Esto permitió a los sindicatos japoneses evitar comprometerse en una “unión sagrada” con el capital, como así ocurrió en Europa, lo que hubiese permitido que se les cayera la careta y mostraran su verdadero rostro de pilares del orden capitalista. Mientras los obreros en Europa estaban confrontados tanto a la subalimentación como a matanzas imperialistas gigantescas, que costaron 20 millones de muertos en la guerra de trincheras, provocando un hecatombe en las filas obreras, los obreros en Japón no conocieron semejante situación. Esto favoreció que Japón no conociera el impulso provocado por la lucha contra la guerra que radicalizó el movimiento obrero, como así fue en Europa, en Alemania y en Rusia particularmente. No hubo confraternizaciones como ocurrió entre soldados rusos y alemanes.
Semejante contraste en la situación de diferentes sectores del proletariado internacional durante la Primera Guerra mundial es una de las expresiones de que, contrariamente a lo que consideraban los revolucionarios en aquel entonces, las condiciones de la guerra imperialista no son las mejores para el desarrollo y la generalización de la revolución mundial.
Los revolucionarios en Europa que defendieron una posición internacionalista y unas perspectivas mundiales poco después del empezar la guerra, reunidos en Zimmerwald durante el verano de 1915 y más tarde en Kienthal, podían referirse a la tradición revolucionaria del período que precedió la Primera Guerra mundial (más precisamente a la posición que tomaron los marxistas durante el siglo XIX, las resoluciones de la Segunda Internacional en los congresos de Stuttgart y Basilea). En cambio, los socialistas en Japón pagaban el precio del aislamiento y su resistencia internacionalista no podía apoyarse en una tradición profunda, fuertemente anclada en el marxismo. Igual que en 1904-05, se oyeron principalmente voces pacifistas y humanitarias contra la guerra. Los revolucionarios en Japón, efectivamente, no tenían los medios de apropiarse de la perspectiva popularizada por la vanguardia revolucionaria en Zimmerwald, basada en el análisis de que había fallecido la Segunda Internacional, que debía nacer otra nueva, y que la guerra imperialista no podía ser detenida más que transformándola en guerra civil.
Sin embargo, los revolucionarios en Japón, a pesar de ser pocos, supieron tomar conciencia de la responsabilidad que les incumbía. Hicieron oir la voz internacionalista en la prensa ilegal (2), se reunieron clandestinamente y hicieron lo que pudieron para difundir las posiciones internacionalistas a pesar de sus pocas fuerzas. Aunque casi no conocían a Lenin y la actividad de los bolcheviques, sí estuvieron muy atentos a la posición internacionalista de los espartaquistas alemanes y la valiente lucha de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg (3).
Aunque Japón conoció un “boom” económico durante y gracias a la guerra, la entrada en 1914 en el período de su decadencia era un fenómeno a escala mundial del capitalismo con repercusiónes en todos los paises, hasta los que habían evitado los estragos de la Primera Guerra mundial. El capital japonés no podía evitar la crisis de sobreproducción debida a la saturación relativa del mercado mundial. También la clase obrera en Japón iba a deber encarar ese cambio de las condiciones y perspectivas que se imponían al proletariado a nivel internacional.
A pesar de que los sueldos aumentaran en todos los sectores industriales 20 a 30 %, debido a la penuria de mano de obra, los precios aumentaron 100 % entre 1914 y 1919. Los sueldos reales se derrumbaron globalmente de una base 100 en 1914 a 61 en el 1918. Estas subidas brutales de los precios empujaron la clase obrera a realizar una serie de luchas defensivas.
El precio del arroz se duplicó entre 1917 y 1918. Los obreros empezaron a manifestarse contra los aumentos durante el verano del 18. No tenemos informaciones sobre esas huelgas en las fábricas como tampoco sobre la extensión de las reivindicaciones a otros sectores. Parece ser que salieron a la calle miles de obreros. Sin embargo, estas manifestaciones no desembocaron en ninguna forma organizada más precisa, como tampoco en reivindicaciones u objetivos específicos. Parece que se saquearon almacenes. En particular, los obreros agrícolas y la mano de obra recientemente proletarizada, así como los “burakumin” (excluidos sociales), desempeñaron por lo visto un papel muy activo en los saqueos. Cantidad de casas y de empresas fueron saqueadas. No parece que existiera la menor unificación entre las reivindicaciones económicas y las políticas. Contrariamente al desarrollo de las luchas en Europa, no hubo asambleas generales ni consejos obreros. Tras la represión del movimiento, unos 8000 obreros fueron detenidos, y más de 100 personas fueron asesinadas. El gobierno dimitió por razones tácticas. La clase obrera se había sublevado espontáneamente pero su falta de madurez política era una evidencia dramática.
A pesar de que las luchas obreras puedan surgir espontáneamente, un movimiento no puede desarrollarse plenamente si no se asienta en una madurez política y organizativa. Sin ésta, cualquier movimiento se hunde rápidamente. Así fue en Japón: los movimientos desaparecieron tan pronto como habían estallado. Tampoco parece que hubiese la menor intervención organizada por parte de una organización política. En Rusia como en Alemania, los movimientos habrían desaparecido también muy rápidamente si la clase no hubiese sido capaz de segregar la empecinada actividad de bolcheviques y espartaquistas. Esta actividad organizada faltó irremediablemente en Japón. Pero a pesar de las diferencias en las condiciones de Europa y de Japón, la clase obrera en este país iba a dar un gran paso hacia adelante.
Cuando en febrero del 17 la clase obrera en Rusia lanzó el proceso revolucionario y tomó el poder en octubre, aquel primer levantamiento proletario realizado con éxito también encontró un eco en Japón. La burguesía japonesa entendió rápidamente los peligros que entrañaba la revolución en Rusia. Fue una de las primeras, en abril de 1918, en participar de forma determinante en la movilización de un ejército contrarrevolucionario. También fue el último país en sacar sus tropas de Siberia en noviembre de 1922.
Pero mientras que la noticia de la Revolución rusa se propagaba rápidamente de Rusia hacia el Oeste, provocando un fuerte impacto en particular en Alemania y una desestabilización de los ejércitos en Europa central, ese eco quedó muy confidencial en Japón. Esto no sólo se debe a factores geográficos (miles de kilómetros separan Japón del centro de la revolución, Petrogrado y Moscú) sino, sobre todo, al hecho de que la clase obrera de Japón se había radicalizado mucho menos durante la guerra. Gracias a la actividad de sus elementos más avanzados, formó, sin embargo, parte de la oleada revolucionaria de luchas internacionales que se desarrolló entre 1917 y 1923.
En un primer tiempo, la noticia de la Revolución rusa no se propagó por Japón sino muy lentamente y de modo muy fragmentado. Los primeros artículos sobre ella no fueron publicados en la prensa socialista más que en mayo y junio del 17. Sakai mandó un mensaje de enhorabuena, en condiciones de ilegalidad, que fue publicado por Katayama en Estados Unidos en el periódico de los trabajadores emigrados Heimin, en el de las IWW Internationalist Socialist Review y en publicaciones rusas. En Japón, Takabatake fue el primero en publicar un informe sobre el papel de los soviets en Baibunsha, subrayando el papel decisivo de los revolucionarios. Sin embargo, el papel que desempeñaron los diversos partidos en la revolución todavía no se conocía.
El gran desconocimiento de los acontecimientos en Rusia y del papel de los bolcheviques puede imaginarse al leer las primeras declaraciones de los revolucionarios más conocidos. Arahata escribía, en 1917: “Entre nosotros, nadie conocía los nombres de Kerenski, Lenin o Trotski”. En verano del 17, Sakai hablaba de Lenin como de un anarquista, y en abril del 20 seguía afirmando que “el bolchevismo es, en cierto modo, similar al sindicalismo”. Hasta el anarquista Osogui Sakae pensaba en 1918 que “la táctica bolchevique es la del anarquismo”.
Entusiasmados por los acontecimientos en Rusia, Takabatake y Yakamawa escribieron un Manifiesto (ketsugibun) en mayo del 17 en Tokio que mandaron al POSDR, pero nunca llegó a los revolucionarios rusos debido al caos en los transportes. Como no existía prácticamente ningún contacto directo entre el medio de revolucionarios exilados (la mayoría de los revolucionarios exilados vivía, como Katayama, en Estados Unidos) y el centro de la revolución, ese Manifiesto no fue publicado sino dos años más tarde, cuando el Congreso de fundación de la Internacional comunista, en marzo del 19. Este era el contenido del mensaje de los socialistas japoneses:
“Desde principios de la Revolución rusa, hemos seguido con entusiasmo y profunda admiración vuestras valientes acciones. Vuestro trabajo tiene una gran influencia en la conciencia de nuestro pueblo. Estamos hoy indignados de que nuestro gobierno haya mandado tropas a Siberia, sean cuáles sean los pretextos. Este hecho es sin la menor duda un obstáculo al libre desarrollo de vuestra revolución. Sentimos profundamente nuestra debilidad, que no nos permite oponernos al peligro que os amenaza a causa de nuestro gobierno imperialista. Estamos en la incapacidad de hacer nada debido a la represión del gobierno que nos agobia. Sin embargo, podéis contar con que la bandera roja ondeará en un porvenir cercano sobre Japón.
“Junto a esta carta, añadimos una copia de la resolución aprobada por nuestra reunión del primero de mayo de 1917.
“Saludos revolucionarios,
“El Comité ejecutivo de los grupos socialistas de Tokio y Yokohama”.
Resolución de los socialistas japoneses:
“Nosotros, socialistas del Japón, reunidos en Tokio el primero de mayo de 1917, expresamos nuestra profunda simpatía por la Revolución rusa que seguimos con admiración. Reconocemos que la Revolución rusa es tanto una revolución política de la burguesía contra el absolutismo medieval como también una revolución del proletariado contra el capitalismo contemporáneo. Transformar la Revolución rusa en revolución mundial no concierne solo a los socialistas rusos, es la responsabilidad de los socialistas del mundo entero.
“El sistema capitalista ya ha alcanzado su nivel de desarrollo más elevado en todos los paises y hemos entrado en la época del imperialismo capitalista plenamente desarrollado. Para que no nos equivoquen los ideólogos del imperialismo, los socialistas de todos los paises han de defender inquebrantablemente las posiciones de la Internacional y todas las fuerzas del proletariado internacional han de estar dirigidas contra nuestro enemigo común, el capitalismo mundial. Sólo así podrá el proletariado ser capaz de cumplir con su misión histórica.
“Los socialistas de Rusia y de todos los demás paises han de hacer todo lo que pueden para acabar con la guerra y apoyar al proletariado de los paises en guerra para que apunte sus armas hoy dirigidas contra sus hermanos de clase del otro lado de las trincheras hacia las clases dominantes en su propio país.
“Tenemos una total confianza en la valentía de los socialistas rusos y de nuestros compañeros del mundo entero. Estamos firmemente convencidos de que el espíritu revolucionario se propagará e impregnará a todos los paises.
“El Comité ejecutivo del grupo socialista de Tokio” (publicado en “Primer congreso de la Internacional comunista”, marzo de l919).
Resolución del 5 de mayo de 1917 de los socialistas de Tokio-Yokohama:
“La Revolución rusa es tanto una revolución política de la clase comercial e industrial ascendente contra la política del despotismo medieval como también una revolución social realizada por la clase de la gente del pueblo (heimin) contra el capitalismo.
“Por esto, en este caso, es responsabilidad de la Revolución rusa y de los socialistas del mundo entero exigir enérgicamente el fin inmediato de la guerra. La clase de la gente del pueblo (zheimin) de todos los paises en guerra ha de reunirse y su potencia ha de dirigirse contra la clase dominante de su propio país. Tenemos confianza en la lucha heroica del Partido socialista ruso y en los compañeros de todos los paises, y esperamos con impaciencia el éxito de la revolución socialista”.
Estos socialistas de Tokio mandaron un telegrama a Lenin y una copia al USPD y al SPD de Alemania:
“El momento de la reorganización social del mundo, cuando hayamos reconstituido nuestro movimiento y cuando trabajemos juntos con los compañeros de todos los paises de la mejor manera posible, ese momento está probablemente muy cerca. Esperemos que en esta fase crítica de tregua y en estos momentos importantes podamos tomar contacto con vosotros. Sobre la prevista creación de una Internacional de los socialistas, mandaremos si podemos una delegación que ya estamos preparando. Esperando el reconocimiento de nuestra organización (Baibunsha), vuestro apoyo y muchos consejos... los representantes de los socialistas de Tokio os saludan”.
Este mensaje demuestra las orientaciones internacionalistas, los esfuerzos hacia el reagrupamiento y el apoyo a la fundación de una nueva Internacional. Sin embargo, resulta difícil saber cuál fue precisamente la preparación de la que habla Baibunsha en aquel entonces. Este mensaje fue interceptado por la policía paralela y probablemente los bolcheviques no lo recibieron nunca , mientras que el SPD y el USPD lo guardaron secreto y jamás lo publicaron.
Como lo verifican esas declaraciones, la revolución arde como una poderosa chispa entre los revolucionarios. Esto no impide que el impacto de la revolución fuera probablemente débil en el conjunto de la clase obrera de Japón. Contrariamente a muchos paises al oeste de Rusia (Finlandia, Austria, Hungría, Alemania, etc.) en donde la noticia de la caída del zar y de la toma del poder por los consejos obreros provocó un entusiasmo enorme y una irresistible oleada de solidaridad, ocasionando una intensificación de luchas obreras “en su propio país”, no hubo reacción directa entre las masas obreras de Japón. A finales de la Primera Guerra mundial aumentó la combatividad de la clase, pero no era porque había estallado la revolución en Rusia. Las razones están más ligadas al contexto económico: el “boom” de las exportaciones durante la guerra se agotó rápidamente con la paz. La rabia de los obreros estaba dirigida contra el aumento de los precios y la oleada de despidos. En 1919 se contaron unos 2400 conflictos laborales que implicaron a unos 350 000 obreros, y en 1920 empezó un suave declive del movimiento, con unos 1000 conflictos que implicaron a 130 000 obreros. El movimiento sufrió un retroceso después de 1920. Las luchas obreras se limitaron más o menos al terreno económico y casi no hubo reivindicaciones políticas. Esta es la razón por la que no hubo consejos obreros como en Europa, e incluso en Estados Unidos y Argentina, en donde la Revolución rusa inspiró a los obreros de la costa oeste de EE.UU y de Buenos Aires, radicalizando su movimiento.
Entre 1919 y 1920 nacieron unos 150 sindicatos, que actuaron todos como obstáculos a la radicalización de los obreros. Fueron la parte más avanzada y perniciosa de la clase dominante para oponerse a la combatividad creciente. En 1920 nació la Rodo Kumiai Domei, Federación nacional de sindicatos. Hasta entonces, el movimiento sindical estaba dividido en más de 100 sindicatos.
Un amplio “movimiento por la democracia” fue lanzado en el mismo momento, en 1919, a favor de la reivindicación por el sufragio universal y una reforma electoral. Como en muchos paises europeos, el parlamentarismo sirvió de escudo contra las luchas revolucionarias. Fueron principalmente los estudiantes japoneses los protagonistas de esta reivindicación.
Impulsado por la Revolución rusa y la oleada de luchas internacional también se desarrolló un proceso de reflexión entre los revolucionarios en Japón. Por un lado, los anarcosindicalistas (o los que así se denominaban) apoyaron las posiciones de los bolcheviques por haber sido éstos los únicos que realizaron con éxito una revolución con el objetivo de destruir el Estado. Esta corriente mantenía que la política de los bolcheviques demostraba la legitimidad de su rechazo a una orientación puramente parlamentaria (Gikau-sei-saku contra Chokusetsu-kodo).
Durante este debate en febrero de 1918, Takabatake defendió la idea de qua la cuestión de las luchas económicas y políticas era muy compleja. La lucha podía incluir ambas dimensiones, acción directa y lucha parlamentaria. Parlamentarismo y sindicalismo no eran los únicos componientes del movimiento social. Takabatake se oponía tanto al rechazo anarcosindicalista de la “lucha económica” como a la actitud individualista de Osugi. A pesar de que Takabatake ponía muy confusamente la acción directa en un mismo plano que el movimiento de masas, su texto formaba parte en aquel entonces de un proceso general de clarificación sobre los medios de lucha. Yamakawa subrayaba que no era válido identificar movimiento político y parlamentarismo. Declaró además: “creo que el sindicalismo ha degenerado, pero no entiendo suficientemente las razones”.
A pesar de la experiencia limitada y el nivel de clarificación teórico-programático también muy limitado sobre esas cuestiones, es importante reconocer que aquellas voces de Japón estaban poniendo en entredicho los viejos métodos sindicales y la lucha parlamentaria, y que estaban en busca de respuestas a la nueva situación. Esto demuestra que la clase obrera se encontraba ante los mismos problemas que en los demás paises y que los revolucionarios en Japón también estaban involucrados en el mismo proceso, intentando encarar la nueva situación.
En el Congreso de fundación del KPD alemán se empezaron a sacar –todavía de forma embrionaria– las lecciones del nuevo período sobre las cuestiones sindical y parlamentaria. La discusión sobre las condiciones de la lucha en el nuevo período tenía una importancia histórica mundial. Tales cuestiones no se habrían podido esclarecer si no hubiese existido una organización y un marco de discusión. Aislados internacionalmente, sin organización, el medio revolucionario japonés iba a tener las mayores dificultades para ir más allá en la clarificación. Por esta razón es tanto más importante ser conscientes de los esfuerzos que realizaron durante aquella fase de cuestionamiento de los viejos métodos sindicales y parlamentarios sin por ello caer en la trampa del anarquismo.
La revolución en Rusia, las nuevas condiciones históricas de decadencia del capitalismo, el despliegue de la oleada de luchas internacionales fueron un reto para los revolucionarios en Japón. Es evidente que la clarificación y la búsqueda de respuestas a esas cuestiones no podían avanzar al no existir un polo de referencia marxista. Su formación tropezaba con enormes obstáculos, pues su condición previa era una decantación clara respecto al ala anarquista, hostil a todo tipo de organización revolucionaria y a un ala que afirmaba la necesidad de una organización revolucionaria, pero que seguía siendo incapaz de emprender con determinación su construcción.
El medio político en Japón puso mucho tiempo para ponerse a la altura de las tareas del momento porque estaba trabado en sus avances por una tendencia a focalizarse en el propio país. También estaba marcado por el predominio del espíritu de círculo y de personalidades muy a la vista que sólo muy recientemente se habían acercado al marxismo y que estaban muy poco decididos a construir una organización de combate del proletariado.
Así, entre las personalidades más destacadas (Yamakawa, Arahata y Sakai), Yamakawa estaba todavía convencido en 1918 de que debía escribir una “crítica del marxismo”. Sin embargo, en la edición de mayo de la New Society, aquellos tres afirmaron su apoyo a los bolcheviques. En febrero de 1920 hicieron una reseña de la fundación de la Internacional Comunista en su periódico, la Nueva Revista Social (Shin Shakai Hyoron), la cual, en septiembre de 1920 cambió su nombre por el de Socialismo (Shakaishugi). Al mismo tiempo, esos revolucionarios eran muy activos en los círculos de estudio como el “Shakai shugi kenkyu” (Estudios socialistas) o el “Shakai mondai kenkyu” (Estudios de problemas sociales). Sus actividades estaban menos orientadas hacia la construcción de una organización que hacia la publicación de periódicos, en su mayoría efímeros y poco vinculados estructuralmente a una organización. Con este telón de fondo de confusión y vacilaciones sobre el problema de la organización en los revolucionarios de Japón, la propia Internacional comunista iba a desempeñar un papel importante en los intentos de construcción de una organización.
(continuará)
DA
1) En total se declararon 194 miembros; entre ellos, 18 comerciantes, 11 artesanos, 8 campesinos, 7 periodistas, 5 oficinistas, 5 doctores, 1 oficial del Ejército de salvación. Había pocos obreros. No se admitió a mujeres, pues todavía estaba en vigor la ley que les prohibía organizarse. Se creó el diario Nikkam Heimin Shibun. Se vendió incluso fuera de la región, publicado primero en 30 000 ejemplares. Contrariamente a Hikari, que servía de publiación central, no se le consideraba como publicación del Partido. En 1907 dejó de salir. Aunque hubo una serie de intentos por publicar la historia de la IIª Internacional en el períodico teórico del que se difundían unos 2000 ejemplares, el periódico mismo acabó siendo pronto el portavoz del anarquismo. A diferencia de los grandes países industriales europeos, donde el peso del anarcosindicalismo iba decayendo a medida que se desarrollaba la industrialización y la organización de los obreros en la socialdemocracia, la influencia del anarquismo tuvo una dinámica ascendente tanto en Japón como en Estados Unidos.
2) Arahata y Ogusi publicaron, entre octubre de 1914 hasta marzo de 1915, el mensual Heimin Shuibun; de octubre de 1915 a enero de 1916, Kindai shiso, auténticas voces internacionalistas.
3) En el periódico Shinshakai, una página especial titulada “Bankoku jiji” (Notas internacionalistas) se dedicó a la situación internacional. El número de ejemplares siempre fue bajo. En él se dieron muchas noticias sobre la traición del SPD y las actividades de los internacionalistas. La publicación se imprimía con fotos de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, representantes de mayor prestigio del internacionalismo en Alemania. Hubo, por ejemplo, artículos titulados: “Detenida Clara Zetkin/La situación en el Partido socialista francés tras el asesinato de Jaurès/ La actitud de Kautsky y de Liebknecht en el Reichtag el 4 de agosto sobre los créditos de guerra/La división del SPD/ La actitud del belicoso Scheideman y el neutral Kaustky/Huelgas y levantamientos en Italia durante la guerra/Sale de cárcel Rosa Luxemburg/ La situación de los presos en Rusia/ Explicaciones sobre el Manifiesto de Zimmerwald/ Detenido Liebknecht/La IIª conferencia internacional de Partidos socialistas en Kienthal y la oportunidad para la izquierda de fundar una nueva internacional/La minoría socialdemócrata antiguerra detenida a causa de su propaganda por el “Manifiesto de Zimmerwald”/ La situación en la Conferencia de partido del SPD/Amenaza de huelgas de los ferroviarios americanos”.
Hasta el momento ya se encontraron 170,000 cuerpos. La radio haitiana Scoop FM afirma que cerca de 220,000 personas aún están desaparecidas y potencialmente bajo los escombros[1]. De entre los 200,000 heridos, más de mil han sido amputados; 1,5 millones de personas se encuentran sin refugio y 1 millón de niños quedaron huérfanos. Sobre estas ruinas y cuerpos humeantes, una treintena de países libran una competencia innoble y vergonzante. A cada catástrofe, el humanitarismo se convierte en un pretexto que permite a los estados enfrentar una guerra de influencia sin piedad. Habíamos anunciado que esto sucedería nuevamente. Pero esta vez, la rebatinga ha sido tan frenética que rasgó violentamente el velo del humanitarismo. He aquí algunos hechos edificantes. Un miembro de una ONG francesa comunicaba su descontento a la radio Francia Info, a mediados de enero, cuando, en la emergencia en el aeropuerto de Puerto Príncipe, vio aterrizar prioritariamente una veintena de aviones gubernamentales precediendo las ayudas. ¡Daba cuenta, molesto, del recorrido de diplomáticos chinos para establecer como "vencedores" su bandera nacional! La prensa china presumió incluso este primer lugar. También se pudo leer "China más rápida en la ayuda a Haití" en el título de un sitio web francés[2]. Francia no descansa precisamente, se encuentra también entre los primeros actores de esta danza macabra. ¡El "país de los derechos humanos" luchó y jugó con todo para ser el que reconstruirá... el palacio presidencial! Los 1,5 millones de persona sin hogar pueden estallar con la boca abierta, la prioridad está en la conquista del poder. Obviamente, en este pequeño juego, los que logran imponerse mejor son los Estados Unidos, la primera potencia mundial, el ogro vecino de Haití. Tomaron oficialmente el control del aeropuerto y el principal puerto del país. Su ejército desembarcó y se instaló para garantizar el mantenimiento del orden. Esta presencia de 3500 "muchachos" sobre el terreno y 9000 en el mar no ayuda de ningún modo a salvar vidas; los fusiles, las granadas, los chalecos antibalas son de muy poca utilidad para sacar a una persona de las ruinas o para alimentar a quien se muere de hambre. Salvar vidas humanas no constituye de ninguna manera la parte fundamental de la misión de intervención masiva americana (y lo mismo ocurre con todas las demás naciones). Es necesario salir de las ruinas y mostrar ante las cámaras a algunas mujeres y niños para justificar la presencia de las asociaciones humanitarias y, sobre todo, del ejército que las acompañan. Como prueba de esta repugnante hipocresía, Estados Unidos desplegó cinco buques de la Guardia costera para rechazar a todos los haitianos que intentaban huir del horror y sobrevivir en Florida. La dominación de América hace rechinar los dientes a más de una burguesía nacional que denuncia este "golpe de mano". "Estados Unidos en Haití, una cuestión de liderazgo", se podía leer en el diario Le Monde del 19 de enero. Pero detrás de estas protestas y jeremiadas, no hay una onza de humanidad, solamente la rivalidad imperialista, hay que decir que para lograr sus fines el Estado americano no ha retrocedido ante nada. ¡Hasta este día, cinco aviones de ONG francesas y un avión-hospital no han podido aterrizar sobre la pista de Puerto Príncipe![3]. Las ayudas humanitarias provenientes de países de Centroamérica o América Latina han conocido también las peores dificultades para llegar. Estados Unidos sabe muy bien que esta "ayuda humanitaria" no es más que otro caballo de Troya de sus adversarios imperialistas. El capitalismo es una sociedad de explotación inhumana donde las palabras paz, ayuda y solidaridad no son más que para justificar la guerra y la competencia.
Pawell / 25-01-2010
[1] www.scoopfmhaiti.com/actualites/760 [28] (nota en francés, tomada de La Tribune del Lunes 25 enero 2010, en la que se pronostica que los decesos podrían llegar hasta 350 mil, cifra que supera 220 mil del tsunami que asoló Asia a finales de 2004.)
[2] http://french.peopledaily.com.cn/Horizon/6876299.html [29], (en esta nota también en francés el titulo es bastante elocuente, "En la ayuda al siniestro de Haití: China es la más rápida, EUA la más fuerte, y Francia la más numerosa")
[3] La nota en francés [30] reseña la protesta -sic- de Francia por que EUA ha impedido aterrizar un avión- hospital enviado por Francia.
Ya va a hacer dos años y medio que la burguesía anuncia la recu- peración. Cada trimestre lo deja para más tarde. Hace también dos años y medio que los resultados económicos están por debajo de lo previsto, lo cual obliga a la clase dominante a revisarlos constantemente. La recesión actual, iniciada en el segundo semestre de 2000, es ya una de las más largas desde finales de los años 60. Aunque hay signos de recuperación en Estados Unidos, dista mucho de ser el caso en Europa y Japón. Cabe además recordar que si EE.UU. sube, ello se debe sobre todo a un intervencionismo estatal de los más intensos de estos últimos 40 años y de una huida ciega hacia un endeudamiento sin precedentes que provoca el temor a una nueva burbuja especulativa, inmobiliaria esta vez.
Sobre el intervencionismo estatal con el que sostener la actividad económica, hay que decir que el gobierno de EE.UU. ha dejado resbalar sin freno el déficit presupuestario. Fue positivo en 2001 (unos 130 mil millones de $), ahora el saldo es negativo, con una estimación de unos 300 mil millones de $ en 2003, el 3,6 del PIB. La amplitud del déficit con unas previsiones de aumento debido al conflicto iraquí y a la baja de ingresos fiscales por causa de reducción de impuestos, inquietan cada día más a la “clase” política y de los negocios de EE.UU.
En el tema de la deuda, la baja drástica de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal no sólo tenía el objetivo de sostener la actividad sino, y sobre todo, su objetivo era mantener la demanda de las familias gracias a la renegociación de sus préstamos hipotecarios. El haber aligerado el peso de los reembolsos de préstamos inmobiliarios ha permitido un incremento del endeudamiento permitido por los bancos. La deuda hipotecaria de las familias de EE.UU. se ha incrementado así en 700 mil millones de $ (¡más del doble del déficit público!). El crecimiento de la triple deuda norteamericana, o sea, la del Estado, la de las familias y la exterior explica por qué EEUU ha podido rebotar antes que los demás países. Sin embargo, ese rebote sólo podrá mantenerse si su actividad económica se sostiene a medio plazo, si no EE.UU. va a acabar como Japón, hace unos diez años, frente al estallido de una burbuja especulativa inmobiliaria y en situación de supresión de pagos frente a montones de deudas incobrables.
Europa no puede darse ese lujo pues sus déficits eran ya enormes cuando estalló la recesión. Ésta los ha aumentado. Por ejemplo, Alemania y Francia, corazón económico de Europa, son ahora señaladas con el dedo como los peores “alumnos” de la clase, con déficits públicos de 3,8 % para aquélla y 4 % para ésta. Estos niveles superan ya el techo fijado por el tratado de Maastricht (3 %), con el riesgo de que la Comisión Europea les ponga la multa prevista para estos casos. Todo eso limita las capacidades de Europa para hacer una política consecuente de recuperación que la situación exigiría. Además, al haber organizado la baja del dólar frente al euro para reducir su déficit comercial, EE.UU. entorpecerá el relanzamiento en una Europa que lo tiene cada vez más difícil para despejar excedentes de la importación. No es de extrañar que los países del eje central de Europa, Alemania, Francia, Holanda e Italia estén en recesión y que los demás no anden lejos.
Algunos, cuando la caída del muro de Berlín, se creyeron aquellos discursos de la burguesía sobre el advenimiento de una nueva era de prosperidad y la apertura del “mercado de los países del Este”. En realidad, la reunificación de Alemania, lejos de ser un trampolín para la “dominación alemana” fue y sigue siendo un pesado fardo para ese país. Alemania, antaño locomotora de Europa, después de la reunificación ha ido para atrás hasta convertirse en farolillo rojo de un tren que va tirando a trancas y barrancas. La inflación es baja, rozando casi la deflación, los tipos de interés reales altos deprimen más todavía la actividad y la existencia del euro prohíbe ahora hacer políticas de devaluación competitiva con una moneda que ya no es nacional. El desempleo, la moderación salarial y la recesión han desembocado en un estancamiento del mercado interior que nunca había sido tan profundo en anteriores retrocesos. Y la futura integración de los países del Este en la Unión Europea va a ser un fardo suplementario en la coyuntura económica.
Todo eso tiene la consecuencia inevitable del aumento sin contemplaciones de los ataques contra las condiciones de trabajo y de vida de la clase obrera. Medidas de austeridad, despidos masivos, agravación sin precedentes de la explotación en el trabajo están inscritos en todas las agendas de la burguesía de todas partes. Según las estadísticas oficiales, muy subestimadas, el desempleo va disparado hacia los 5 millones en Alemania, ha alcanzado el 6,1 % en Estado Unidos y será el 10 % en Francia a finales de año. En Europa, el eje franco-alemán con el plan de Raffarin y la Agenda 2010 de Schröder, da el tono de la política que se está llevando a cabo más o menos por doquier: incremento del déficit presupuestario, rebaja de impuestos para las rentas más altas, facilidades del derecho al despido, reducción de subsidios de desempleo y demás, disminución de reembolsos por gastos en salud y aumento de los años para la jubilación. Los pensionistas, en particular, están ya pagando cara una austeridad que destruye definitivamente la idea de un posible “descanso bien merecido” después de toda una vida de trabajo. En Estados Unidos, tras la quiebra o las ingentes pérdidas de muchos fondos de pensiones cuando el krach bursátil, asistimos a una vuelta masiva de jubilados al mercado del trabajo, obligados a volver al tajo para sobrevivir. La clase obrera tiene que enfrentarse a una ofensiva de austeridad con golpes que le caen de todas partes, cuya única consecuencia en el plano económico es más recesión todavía y nuevos ataques.
El declive constante de las tasas de crecimiento desde finales de los años 60 (1) deja a las claras el gran embuste sistemáticamente propagado por la burguesía durante los años 90 sobre la pretendida prosperidad económica con la que el capitalismo habría reanudado gracias a la “nueva” economía, a la globalización y demás recetas neoliberales. La crisis no se debe en absoluto a esta o aquella política económica. Si las recetas keynesianas de los años 50 y 60 y las neokeynesianas de los 70 acabaron agotándose, si las neoliberales de los 80 y los 90 no resolvieron nada, es porque la crisis mundial no se debe básicamente a una “mala gestión de la economía”, sino que se debe a las contradicciones de fondo que atraviesan los mecanismos del capitalismo. Si la crisis no se debe a la política económica aplicada, menos todavía se debe a los equipos gobernantes. Ya sean de derechas ya sean de izquierdas, todos los gobiernos han usado una tras otra todas las recetas disponibles. Los gobiernos actuales de EE.UU. y de Gran Bretaña, identificados como los más neoliberales y pro globalización en lo económico tienen distinto color político y además, hoy, están practicando las recetas neokeynesianas más poderosas, al dar rienda suelta a los déficits públicos. Igualmente, si se observan detenidamente los programas del gobierno de Schröder (socialdemócrata-ecologista) y el de Raffarin (derecha liberal) lo único que se ve es que se parecen como dos gotas de agua al aplicar las mismas medidas.
Ante esa espiral de crisis y de austeridad constante desde hace más 35 años, una de las responsabilidades primordiales de los revolucionarios es demostrar que tiene sus raíces en el callejón sin salida en que está históricamente metido el capitalismo, en la agotamiento del motor central de la relación de producción que lo define, el salariado (2). En efecto, el salariado concentra en sí a la vez todos los límites sociales, económicos y políticos a la producción de la ganancia capitalista y, por su mecanismo mismo, plantea igualmente los obstáculos para la realización plena y completa de dicha ganancia (3). La generalización del salariado fue la base de la expansión capitalista del siglo XIX y, a partir de la Primera Guerra mundial, de la insuficiencia relativa de mercados solventes respecto a las necesidades de la acumulación.
Contra todas las falsas explicaciones embusteras de la crisis, es responsabilidad de los revolucionarios evidenciar ese atolladero, mostrar por qué el capitalismo, tras haber sido un modo de producción necesario y progresivo, está ahora históricamente superado y arrastra a la humanidad a su pérdida. Como para todas las fases de decadencia de los modos precedentes de producción (feudal, antiguo, etc.) ese atolladero se debe al hecho de que la relación básica social de producción se ha vuelto demasiado estrecha y ya no permite como antes el impulso de las fuerzas productivas (4). Para la sociedad actual, el salariado es hoy ese freno al desarrollo de las necesidades de la humanidad. Únicamente la abolición de esa relación social y la instauración del comunismo permitirán a la humanidad liberarse de las contradicciones que la asedian.
Desde la caída del muro de Berlín, la burguesía no ha cesado de montar campañas sobre la “insignificancia del comunismo”, “la utopía de la revolución” y “la disolución de la clase obrera” en una masa de ciudadanos cuya única forma de acción legítima sería la “reforma democrática” de un capitalismo presentado como único horizonte ante la humanidad. En esta grandiosa farsa ideológica, el monopolio de la contestación le ha tocado a los altermundialistas. La burguesía lo hace todo para que tengan un papel de primer plano como interlocutores privilegiados de su propia crítica: se les deja un buen sitio en los medios a los análisis y acciones de esa corriente, se invita ocasionalmente a cumbres y demás encuentros oficiales a sus representantes más significativos, etc. Y es normal, pues el almacén de los altermundialistas posee el complemento perfecto a la campaña ideológica de la burguesía sobre la “utopía del comunismo”, puesto que se basan en los mismos postulados: el capitalismo sería el único sistema posible y su reforma la única alternativa. Para ese movimiento, con la organización ATTAC a su cabeza y su consejo de “peritos en economía”, el capitalismo podría humanizarse si el “buen capitalismo” desalojara al “mal capitalismo financiero”. La crisis sería la consecuencia de la desregulación neoliberal y del acaparamiento del capitalismo financiero, el cual impone su dictadura del 15 % de rendimiento obligatorio al capitalismo industrial…todo lo cual habría sido decidido en una sombría reunión realizada en 1979, denominada “consenso de Washington”. La austeridad, la inestabilidad financiera, las recesiones, etc. no serían sino las consecuencias de esa nueva relación de fuerzas instaurada en el seno de la burguesía en beneficio del capital prestamista. De ahí las geniales ideas de “reglamentar las finanzas”, “hacerla retroceder” y “reorientar las inversiones hacia la esfera productiva”, etc.
En este ambiente de confusión general sobre los orígenes y las causas de la crisis, se trata para los revolucionarios de restablecer una comprensión clara de sus bases y, sobre todo, que es producto de la quiebra histórica del capitalismo. En otras palabras, se trata de que reafirmen la validez del marxismo. Y es una lástima, al respecto, que cuando se observan los análisis de la crisis que proponen grupos del medio político proletario (MPP) como el PCInt-Programa comunista o el BIPR, no hay más remedio que comprobar que andan lejos de esa voluntad y, especialmente, de la capacidad de desmarcarse de la ideología ambiente que disemina el altermundialismo. Bien es verdad que esos dos grupos pertenecen sin la menor duda al campo proletario y se distinguen radicalmente del área de influencia altermundialista por sus denuncias de las ilusiones reformistas y la defensa de la perspectiva de la revolución comunista. Sin embargo, su propio análisis de la crisis está muy impregnado de ese izquierdismo enmascarado propio del ámbito altermundialista.
He aquí una antología: “Las ganancias procedentes de la especulación son tan importantes que no sólo son atractivas para las empresas “clásicas’’, sino para muchos otros también, citemos, entre ellos, las compañías de seguros o los fondos de pensión de los que Enron es un buen ejemplo (…) La especulación es el medio complementario, por no decir principal, para la burguesía de apropiarse de la plusvalía (…) Se ha impuesto una regla que fija en 15 % el objetivo mínimo de rendimiento para los capitales invertidos en las empresas. Para alcanzar o superar esas tasas de crecimiento de las acciones, la burguesía ha tenido que incrementar la explotación de la clase obrera: los ritmos de trabajo se han intensificado, los salarios reales han bajado. Los despidos colectivos han afectado a cientos de miles de trabajadores” (BIPR, Bilan et perspectives nº 4, p.6). Podemos ya subrayar la curiosa manera de plantear el problema por parte de un grupo que se proclama “materialista” y que incluso afirma que la CCI es “idealista”. “Se ha impuesto una regla” dice el BIPR. ¿Se ha impuesto sola? No vamos a hacer agravio al BIPR atribuyéndole semejante idea. Es una clase, un gobierno o una organización humana la que ha impuesto esa nueva regla; ¿Y por qué? ¿Porque unos cuantos poderosos de este mundo se habrían vuelto de repente más avariciosos y malvados que de costumbre? ¿Porque los “malos” habrían ganado a los “buenos” (o a los “menos malos”). O, más sencillamente como dice el marxismo, porque las condiciones objetivas de la economía mundial han obligado a la clase dominante a intensificar la explotación de los proletarios. Pero no es así, por desgracia, como plantea el problema el texto citado.
Además, y eso es más grave, es ése un discurso que puede leerse en cualquier folleto altermundialista: la especulación financiera se habría convertido en la fuente principal de la ganancia capitalista, sería la responsable del incremento de la explotación, de los despidos masivos y de la baja de salarios e incluso sería el origen de un proceso desindustrializante y de la miseria en el planeta entero (ídem, p. 7).
El PCInt-Programme communiste, por su parte, no va mucho más lejos aunque use generalidades que recubre con la autoridad de Lenin: “El capital financiero, los bancos se están convirtiendo, merced al desarrollo capitalista, en verdaderos actores de la centralización del capital, incrementando el poder de monopolios gigantescos. En la fase imperialista del capitalismo, es el capital financiero el que domina los mercados, las empresas, toda la sociedad hasta el punto en que “El capital financiero, concentrado en muy pocas manos y que goza del monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, con la constitución de sociedades, la emisión de valores, los empréstitos del Estado, etc., consolidando la dominación de la oligarquía financiera e imponiendo a toda la sociedad un tributo en provecho de los monopolistas” (Lenin, en El imperialismo, fase superior del capitalismo). El capitalismo, que nació como minúsculo capital usurero está terminando su evolución con la forma d’un gigantesco capital usurero” (Programme communiste nº 98, p.1) Uan vez más, una denuncia si contemplaciones del capital financiero parásito que podría agradar al altermundialista más radical (5).
En vano busca uno en esos extractos el menor atisbo de demostración de que lo caduco es el capitalismo como modo de producción, que es el capitalismo como un todo el responsable de las crisis, de las guerras y de la miseria en el mundo. En vano busca uno en esas citas la denuncia de la idea central de los altermundialistas de que sería el capital financiero el causante de las crisis cuando es el capitalismo como sistema el centro del problema. Al retomar segmentos enteros de la argumentación altermundialista, esos dos grupos de la Izquierda comunista abren de par en par las puertas al oportunismo teórico hacia los análisis izquierdistas. Estos presentan la crisis como consecuencia de la instauración de una nueva relación de fuerzas en el seno de la burguesía entre la oligarquía financiera y el capital industrial. Los oligopolios financieros habrían triunfado sobre el capital de las empresas en el momento de la decisión en Washington de subir bruscamente los tipos de interés.
En realidad, no ha habido ningún “triunfo de los banqueros sobre los industriales”, sino que ha sido la burguesía como un todo la que ha subido la velocidad en su ofensiva contra la clase obrera.
La denuncia de la financiarización es hoy un tema común en todos los economistas dizque críticos. La explicación de moda actualmente entre esos “críticos del capitalismo” es pretender que la tasa o cuota de ganancia ha aumentado efectivamente, pero que ha sido confiscada por la oligarquía financiera, de tal modo que la tasa de ganancia industrial no se ha recuperado significativamente, lo cual explicaría la no reanudación del crecimiento (ver gráfico adjunto). Es verdad que desde los años 80, tras la decisión tomada en 1979 de hacer subir los tipos de interés, una parte importante de la plusvalía extraída ya es acumulada mediante la autofinanciación de las empresas, sino que es redistribuida en forma de rentas financieras. La respuesta dominante ante esa constatación es presentar ese aumento de la financiarización como una punción en la ganancia global con lo que se impediría la inversión productiva. La debilidad del crecimiento económico se explicaría por lo tanto por el parasitismo de la esfera financiera, por la hipertrofia del “capital usurario”. Y de ahí, las explicaciones pseudo marxistas que se apoyan en desaciertos de Lenin (“El capital financiero, concentrado en muy pocas manos y que goza del monopolio efectivo, obtiene un beneficio enorme, que se acrece sin cesar, con la constitución de sociedades, la emisión de valores, los empréstitos del Estado, etc., consolidando la dominación de la oligarquía financiera e imponiendo a toda la sociedad un tributo en provecho de los monopolistas”), según los cuales las ganancias financieras ejercerían una auténtica “punción” en las empresas (el famoso 15 %).
Ese análisis es volver a la economía vulgar según la cual el capital podría escoger entre la inversión productiva y las inversiones financieras en función de la altura relativa de la tasa de ganancia de la empresa y los tipos de interés. En un plano más teórico, esos análisis de las finanzas como elemento parásito se entroncan con dos teorías del valor y de la ganancia.
Una, marxista, dice que el valor existe previamente a su reparto y es exclusivamente producido en el proceso de producción mediante la explotación de la fuerza de trabajo. En el libro III de El Capital, Marx precisa que el tipo de interés es: “…una parte de la ganancia que el capitalista industrial debe pagar al capitalista dueño del dinero, en lugar de guardárselo en su bolsillo”. En eso, Marx se distingue radicalmente de la economía burguesa, la cual presenta la ganancia como la suma de las rentas de los factores (rentas del factor trabajo, rentas del factor capital, rentas del factor de bienes, etc.) La explotación desaparece, pues así cada uno de los factores es remunerado según su propia contribución en la producción: “para los economistas vulgares que intentan presentar el capital como fuente independiente del valor y de la creación de valor, esta forma es, evidentemente, muy interesante pues hace irreconocible el origen de la ganancia” (Marx). El fetichismo de la fianza consiste en la ilusión de que la posesión de una parte de capital (una acción, un bono del Tesoro, una obligación, etc.) va a “producir” intereses. Poseer un título es comprar un derecho a recibir una parte del valor creado, pero eso, en sí, no crea ningún valor. Es únicamente el trabajo y sólo él lo que otorga valor a lo producido. El capital, la propiedad, una acción, una cartilla de ahorros o un depósito de máquinas nada producen por sí mismos. Son los hombres quienes producen (6). El capital “cobra” como se dice que el perro “cobra” la caza. No crea nada, pero da a su propietario el derecho a obtener una parte de lo que ha creado quien ha usado ese capital. En ese sentido, el capital designa menos un objeto que una relación social: una parte del fruto del trabajo de unos acaba entre las manos de quien posee el capital. La ideología altermundialista invierte el orden de las cosas confundiendo extracción de plusvalía con su reparto. La ganancia capitalista tiene su fuente exclusiva en la explotación del trabajo, no existen ganancias especulativas para el conjunto de la burguesía (por mucho que tal o cual sector pueda ganar especulando); la Bolsa no crea valor.
La otra teoría, que anda muy cerca de la economía vulgar, concibe la ganancia global como la suma de una ganancia industrial de un lado y la ganancia financiera de otro. La tasa de acumulación sería débil porque la ganancia financiera sería superior a la industrial. Es una teoría heredada en línea recta de los difuntos partidos estalinistas que han extendido una crítica “popular” al capitalismo visto como la confiscación de una ganancia “legítima” por parte de una oligarquía parásita (las 200 familias, en Francia, por ejemplo). La idea es aquí la misma; se basa en un verdadero fetichismo de las finanzas, según el cual la Bolsa sería un medio de crear valor del mismo modo que la explotación del trabajo. En eso se basa toda la patraña sobre la tasa Tobin, la regulación y la humanización del capitalismo que los altermundialistas difunden. Todo lo que transforma una contradicción resultante (la financiarización) en contradicción principal contiene el peligro, típicamente izquierdista, que consiste en querer separar no se sabe qué buen grano de la cizaña: de un lado, el capitalista que invierte, del otro el que especula. Eso lleva a considerar la financiarización como una especie de parásito sobre un cuerpo capitalista sano. Si embargo, la crisis no desaparecerá por mucho que se quiera abolir el “gigantesco capital usurario” tan del gusto de Programme communiste. En cierto modo, insistir en la financiarización del capitalismo lleva a infravalorar la profundidad de la crisis dando a entender que se debería a la función parásita de las finanzas la cual exigiría cuotas de ganancia demasiado altas para las empresas impidiéndoles así realizar sus inversiones productivas. Si fuera esa la raíz de la crisis, bastaría con una “eutanasia de rentistas” (Keynes) para resolverlo.
Esos deslices izquierdistas en el análisis llevan a presentar cierta cantidad de datos económicos con los que demostrar, citando cifras que producen vértigo, esa dominación absoluta de las finanzas, y la enormidad de las punciones que realiza: “…las grandes empresas vieron sus inversiones orientarse hacia los mercados financieros, supuestamente más “provechosos” (…) Ese mercado fenomenal se desarrolla a una velocidad muy superior al de la producción (…) En lo que se refiere a la especulación monetaria, del billón y 300 millones de dólares que cada día de 1996 se desplazaban de una moneda a otra, 5 a 8 % como máximo correspondían al pago de mercancías o de servicios vendidos de un país a otro (hay que añadir las operaciones de cambio no especulativas). ¡El 80 % de ese billón 300 millones correspondían pues a operaciones cotidianas puramente especulativas! Las cifras deben ser actualizadas, pero apostamos que el 85 % ha sido hoy superado” (BIPR, Bilan et perspectives nº 4, p.6). Sí, ha sido superado y las cantidades han alcanzado 1 billón 500 millones (1 500 000 000 000) de $, o sea casi la totalidad de la deuda del Tercer mundo… pero esas cifras sólo dan miedo a los ignorantes, pues ¡no tienen ningún sentido! En realidad, ese dinero no hace sino dar vueltas y las sumas anunciadas son tanto más importantes cuantas más vueltas da el tiovivo. Basta con imaginarse a una persona cambiando 100 unidades monetarias cada media hora para especular entre las monedas; al cabo de 24 horas, las transacciones totales habrán alcanzado 4800 unidades, y si especulara cada cuarto de hora las transacciones totales se habrán duplicado…pero esa cantidad es puramente virtual pues la persona sólo seguirá poseyendo 100 más 5 o menos 10 según su talento para especular. Pero esa presentación mediática de los hechos, que recoge el BIPR, da crédito a las interpretaciones de la crisis como si fueran el resultado de la acción parásita de las finanzas.
En realidad, es la cantidad de plusvalía no acumulada lo que provoca el hinchamiento de la esfera financiera. Es la crisis de sobreproducción y, por lo tanto, la escasez de espacios de acumulación rentable lo que hace que se remunere la plusvalía en forma de rentas financieras y no las finanzas las que se opondrían o se sustituirían a la inversión productiva. La financiarización corresponde al incremento de una parte de la plusvalía que no encuentra dónde reinvertirse con ganancias (7). La distribución de rentas financieras no es automáticamente incompatible con la acumulación basada en la autofinanciación de las empresas. Cuando las ganancias sacadas de la actividad económica son atractivas, las rentas financieras son reinvertidas, participando de manera externa en la acumulación de las empresas. Lo que hay que explicar no es que las ganancias salgan por la puerta repartidas en rentas financieras, sino por qué éstas no vuelvan a entrar por la ventana para reinvertirse productivamente en el circuito económico. Si una parte significativa de estas cantidades fuera reinvertida, ello se concretaría en un alza de la tasa de acumulación. Y si esto no es así, es porque hay crisis de sobreproducción y, por lo tanto, escasez de espacios de acumulación rentables.
El parasitismo financiero es un síntoma, es una consecuencia de las dificultades del capitalismo. No es la causa, no es la raíz de esas dificultades. La esfera financiera es el escaparate de la crisis, porque es en ella donde aparecen las burbujas bursátiles, los desmoronamientos monetarios y las turbulencias bancarias. Pero esos trastornos son la consecuencia de contradicciones cuyo origen está en la esfera productiva.
¿Qué ha ocurrido desde hace 20 años? La austeridad y la baja de salarios (8) han permitido que se haya restablecido la cuota de ganancia de las empresas, pero esas ganancias acumuladas no han desembocado en una subida de la cuota de acumulación (la inversión) y, por lo tanto, de la productividad del trabajo. El crecimiento se ha mantenido depresivo (gráfico). En resumen, el freno de los gastos en salario ha restringido los mercados, ha alimentado las rentas financieras, pero no las reinversiones de las ganancias. ¿Y por qué hoy es tan débil la reinversión aun cuando las ganancias de las empresas se han restablecido? ¿Por qué no vuelve a arrancar la acumulación tras la subida de los tipos de interés desde hace más de 20 años? Marx, y Rosa Luxemburg tras él, nos enseñaron que las condiciones de la producción (la extracción de la plusvalía) son una cosa y otra cosa son las condiciones de realización de ese trabajo excedente que se cristaliza en las mercancías producidas. El trabajo excedente cristalizado en la producción no se convierte en plusvalía contante y sonante, en plusvalía acumulable más que si las mercancías producidas se venden en el mercado. Es esa diferencia fundamental entre las condiciones de producción y las de su realización los que nos permite comprender por qué no hay un vínculo automático entre la cuota de ganancia y el crecimiento.
El gráfico página 9 resume bien la evolución del capitalismo desde la Segunda Guerra mundial. En la fase excepcional de prosperidad tras la reconstrucción se observa que todas las variables fundamentales (ganancia, acumulación, crecimiento y productividad del trabajo) aumentan o fluctúan en cotas altas hasta la reaparición de la crisis abierta entre los años 60 y 70. El agotamiento de los incrementos de productividad que se inicia desde los años 60 arrastra a las demás variables en su caída común hasta principios de los años 80. Luego, el capitalismo entra en una situación totalmente inédita en el plano económico: es una configuración que asocia una cuota de ganancia alta junto con una productividad del trabajo, una tasa de acumulación y, por lo tanto, una tasa de crecimiento mediocres. Esa divergencia entre la evolución de la cuota de ganancia y las demás variables desde hace más de 20 años sólo puede comprenderse desde el enfoque de la decadencia del capitalismo. No parece ser ése el enfoque del BIPR, el cual estima que hoy el concepto de decadencia del capitalismo debe tirarse a la basura de la historia. “¿Qué papel desempeña pues el concepto de decadencia en el terreno de la crítica de la economía política militante, o sea, en el del análisis profundo de los fenómenos y de las dinámicas del capitalismo en el período en que vivimos? Ninguno (…) No es con el concepto de decadencia con el que pueden explicarse los mecanismos de la crisis, ni denunciar la relación entre la crisis y la financiarización, la relación entre ésta y las políticas de las superpotencias por el control de la renta financiera y de las fuentes de ésta” (BIPR “Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI”). El BIPR prefiere pues abandonar el concepto de decadencia en que sus propias posiciones se basaban (9), sustituyéndolo por conceptos de moda en el medio altermundialista como el de “financiarización” y “renta financiera” “para comprender la crisis y las políticas de las superpotencias”. Llega incluso a afirmar que “…esos conceptos [el de decadencia, especialmente] son ajenos al método y al arsenal de la crítica de la economía política” (ídem)
¿Por qué es indispensable la decadencia para comprender la crisis de hoy? Porque el declive constante de las tasas de crecimiento desde finales de los años 60 en los países de la OCDE con 5,2 % (años 60), 3,5 % (70), 2,8 (80), 2,6 (90) y 2,2 para 2000-02 confirma el retorno progresivo del capitalismo a su tendencia histórica abierta por la Primera Guerra mundial. El paréntesis de la fase excepcional de crecimiento (1950-1975) se cerró definitivamente (10). Igual que un muelle roto, tras un último sobresalto, vuelve a su forma de origen, el capitalismo vuelve inexorablemente a los ritmos de crecimiento que prevalecieron entre 1914 y 1950. Contrariamente a lo que cacarean nuestros censores, la teoría de la decadencia del capitalismo no sirve únicamente para explicar el estancamiento de los años 30 (11). Es la esencia misma del materialismo histórico, el “secreto” por fin encontrado de la sucesión de los diferentes modos de producción en la historia, y, por ello mismo, proporciona el marco para analizar la evolución del capitalismo y, especialmente, del período que se abrió con la Iª Guerra mundial. Tiene un alcance general: es válida para toda una era histórica, no depende ni mucho menos de un período particular o de una coyuntura económica momentánea. Además, incluso con la fase de crecimiento excepcional entre 1950 y 1975, dos guerras mundiales, la depresión de los años 30 y más de 35 años de crisis y de austeridad son un balance patente de lo que es la decadencia del capitalismo: apenas 30 a 35 años (contando holgadamente) de “prosperidad” junto a 55 a 60 años de guerra o de crisis económica, cuando no juntas ambas. ¡Y lo peor está por llegar!. La tendencia histórica de freno del crecimiento de las fuerzas productivas por unas relaciones capitalistas de producción ya caducas, es la regla, el marco que permite entender la evolución del capitalismo, incluida la fase la excepción o sea, la fase de prosperidad tras la Segunda Guerra mundial. Lo que sí es un producto de los años de prosperidad es, precisamente, el haber abandonado la teorafaía de la decadencia. Es lo mismo que le ocurrió a la corriente reformista, la cual que se dejó deslumbrar por los resultados del capitalismo de la Belle époque.
El gráfico adjunto, por otra parte, nos muestra claramente que el mecanismo al que se debe la subida de la cuota de ganancia no es ni un incremento de la productividad del trabajo, ni una reducción del capital. Esto nos da la ocasión para acabar de una vez con las charlatanerías cobre la pretendida “nueva revolución tecnológica”. Algunos universitarios, maravillados por la informática atrapados con la boca abierta en el anzuelo de las campañas burguesas sobre la “nueva economía”…confunden la velocidad de su ordenador con la productividad del trabajo: no es porque el Pentium 4 va doscientas veces más rápido que los procesadores de la primera generación que el oficinista va a escribir doscientas veces más deprisa y podrá incrementar su productividad otro tanto. El gráfico muestra que la productividad del trabajo sigue decreciendo desde los años 60. Por razones evidentes, pues, a pesar de las ganancias restablecidas, la tasa de acumulación (las inversiones para posibles incrementos de productividad) no se ha restablecido. La “revolución tecnológica” sólo existe en los discursos de las campañas burguesas y en la imaginación de quienes se las tragan. Esa constatación empírica de la reducción de la productividad (del progreso técnico y de la organización del trabajo), sin interrupción desde los años 60, contradice la imagen mediática, aunque bien incrustada en las mentes, de un cambio tecnológico creciente, de una nueva revolución industrial de la que hoy estarían preñadas la informática, las telecomunicaciones, Internet y los multimedia. ¿Cómo explicar la fuerza de esa patraña que pone la realidad patas arriba en nuestras mentes?
Primero, hay que recordar que los progresos de productividad tras la Segunda Guerra mundial fueron mucho más espectaculares que los que nos presentan como “nueva economía”. La difusión de la organización del trabajo en tres equipos de 8 horas, la generalización de la cadena móvil en la industria, los rápidos progresos en el desarrollo y generalización de los transportes de todo tipo (camión, tren, avión, coche, barco), la sustitución del carbón por el petróleo, más barato, el invento del plástico que se puso en lugar de otros materiales muy costosos, la industrialización en la agricultura, la generalización de la conexión eléctrica, del gas natural, del agua corriente, de la radio y del teléfono, la mecanización de la vida casera mediante los electrodomésticos, etc. fueron mucho más espectaculares en cuanto al progreso de la productividad que todo lo que aporta el desarrollo de la informática y las telecomunicaciones. La productividad no ha hecho sino disminuir desde los dorados sesenta.
Además, se cultiva insistentemente una confusión entre la aparición de nuevos bienes de consumo y los progresos de productividad. El flujo de innovaciones, la multiplicación de novedades por extraordinarias que sean (DVD, GSM, Internet, etc) como bienes de consumo no recubre el fenómeno de progreso de la productividad. Este significa capacidad para ahorrar en los recursos que la producción requiere para la producción de un bien o de un servicio. La expresión progreso técnico debe siempre entenderse en el sentido de progreso de las técnicas de producción y/o de organización, desde el estricto enfoque de la capacidad para ahorrar en los recursos usados en la fabricación de un bien o la prestación de un servicio. Por impresionantes que sean, los progresos de lo digital (o numérico) no se plasman en progresos significativos de productividad en el proceso productivo. Ahí radica todo el bluff de la “nueva economía”.
En fin, contrariamente a las afirmaciones de nuestros censores que niegan la realidad de la decadencia y la validez de los aportes teóricos de Rosa Luxemburg (y que hacen de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia el alfa y omega de la evolución del capitalismo), el recorrido de la economía desde principios de los años 80 nos muestra claramente que no es porque suba esa cuota de ganancia por lo que el crecimiento vuelve a despegar. Es verdad que hay un vínculo fuerte entre la cuota de ganancia y la tasa de acumulación, pero no es ni mecánico ni unívoco: son dos variables parcialmente independientes. Esto contradice formalmente las afirmaciones de quienes hacen depender obligatoriamente la crisis de sobreproducción de la caída de la cuota de ganancia y el retorno de su subida:
“esta contradicción, la producción de la plusvalía y su realización, aparece como una producción de mercancías y por lo tanto como causa de la saturación de los mercados, que, a su vez, se opone al proceso de acumulación, lo cual imposibilita que el sistema en su conjunto compense la caída de la cuota de ganancia. En realidad, el proceso es inverso. (…) Es el ciclo económico y el proceso de valoración lo que hacen “solvente” o “insolvente” el mercado. Es partiendo de las leyes contradictorias que regulan el proceso de acumulación cómo se puede explicar la “crisis” del mercado” (Texto de presentación de Battaglia comunista para la Primera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, mayo de 1977).
Hoy podemos observar claramente que la cuota de ganancia sube desde hace casi 20 años, mientras que el crecimiento sigue deprimido y la burguesía no ha hablado tanto de deflación como ahora. No es porque el capitalismo consigue producir con suficiente ganancia por lo que crea automáticamente, por ese mismo mecanismo, el mercado solvente en el que será capaz de transformar el trabajo excedente cristalizado en sus productos en plusvalía contante y sonante que le permita reinvertir sus ganancias. La importancia del mercado no depende automáticamente de la evolución de la cuota de ganancia; al igual que otros parámetros que condicionan la evolución del capitalismo, es ésa una variable parcialmente independiente. Es la comprensión de la diferencia fundamental entre las condiciones de la producción y las de la realización, puesta ya de relieve por Marx y profundizada con maestría por Rosa Luxemburg, lo que nos permite comprender por qué no hay automatismo entre la cuota de ganancia y el crecimiento.
Al negar la decadencia como marco de comprensión del período actual y de la crisis, al señalar la especulación financiera como causa de todas las desgracias del mundo, al subestimar el desarrollo del capitalismo de Estado, los dos grupos más importantes de la Izquierda comunista fuera de la CCI (Programme communiste y el BIPR) no pueden dar una orientación clara y coherente a las luchas de resistencia de la clase obrera. Basta con leer los análisis que hacen sobre la política de la burguesía en austeridad y las conclusiones que sacan de su análisis de la crisis para darse cuenta de ello:
“Durante los años 50, las economías capitalistas volvieron a arrancar y la burguesía vio por fin el nuevo florecer de sus ganancias por largo tiempo. Esta expansión que continuó en la década siguiente se basó pues en un auge del crédito y se hizo con el apoyo de los Estados. Se tradujo incuestionablemente en una mejora de las condiciones de vida de los trabajadores (seguridad social, convenios colectivos, alza de salarios…) Esas concesiones hechas por la burguesía bajo la presión de la clase obrera, se plasmaron en una baja de la cuota de ganancia, fenómeno en sí mismo inevitable, vinculado a la dinámica interna del capital (…) Si al principio de la fase del imperialismo, las ganancias acumuladas gracias a la explotación de las colonias y de sus pueblos permitieron a las burguesías dominantes garantizar cierta paz social haciendo beneficiar a la clase obrera de una parte de la extorsión de la plusvalía, ya no es lo mismo hoy, pues la lógica especulativa implica poner en entredicho todas las adquisiciones sociales arrancadas durante las décadas precedentes por los trabajadores de los “países centrales”a sus burguesías” (BIPR, en Bilan et perspectives nº 4, p. 5 a 7).
También ahí vemos cómo el abandono del marco de la decadencia abre de par en par las puertas a concesiones a los análisis izquierdistas. El BIPR prefiere copiar las fábulas izquierdistas sobre las “adquisiciones sociales (seguridad social, convenios colectivos, alza de salarios…)” que habrían sido “concesiones hechas por la burguesía bajo la presión de la clase obrera” y que “la lógica especulativa actual” pondría en entredicho, a apoyarse en las contribuciones teóricas legadas por la Izquierda comunista internacional (Bilan, Communisme, etc.), la cual analizaba esas medidas como medios instaurados por la burguesía para hacer depender y uncir la clase obrera al Estado.
En efecto, en la fase ascendente del capitalismo, el desarrollo de las fuerzas productivas y del proletariado era insuficiente para poner el peligro la dominación burguesa y permitir una revolución victoriosa a escala internacional. Por eso es por lo que, aunque la burguesía lo hizo todo por sabotear la organización del proletariado, éste pudo, a través de sus combates sin tregua, constituirse como “clase para sí” en el capitalismo con sus propias organizaciones, los partidos obreros y los sindicatos. La unificación del proletariado se realizó gracias a las luchas para arrancar al capitalismo unas reformas que se concretaban en mejoras de las condiciones de vida de la clase: reformas en lo económico y reformas en lo político. El proletariado adquirió, como clase, el derecho de ciudadanía en la vida política de la sociedad, o, con las palabras de Marx en Miseria de la filosofía: la clase obrera ha conquistado el derecho a existir y afirmarse de manera permanente en la vida social como “clase para sí”, o sea como clase organizada con sus propios lugares de encuentro cotidianos, sus ideas y su programa social, sus tradiciones y hasta sus canciones.
Cuando el capitalismo entró en sus fase de decadencia en 1914, la clase obrera demostró su capacidad para echar abajo la dominación de la burguesía, forzándola a cesar la guerra y desplegando una oleada internacional de luchas revolucionarias. Desde entonces el proletariado es un peligro potencial permanente para la burguesía. Por eso ésta no puede seguir tolerando que su clase enemiga pueda organizarse de manera permanente en su propio terreno de clase, pueda vivir y crecer en el seno de sus propias organizaciones. El Estado extendió su dominio totalitario sobre todos los aspectos de la vida de la sociedad. Todo quedó encerrado entre sus tentáculos omnipresentes. Todo lo que vive en la sociedad ha tenido que someterse incondicionalmente al Estado o enfrentarse a él en un combate a muerte. Ha caducado el tiempo en que el Estado podía tolerar la existencia de órganos proletarios permanentes. El Estado expulsó de la vida social al proletariado organizado como fuerza permanente. De igual modo: “Desde la Primera Guerra mundial, paralelamente al desarrollo del papel del Estado en la economía, se han ido multiplicando las leyes que rigen las relaciones entre capital y trabajo, creando un marco estricto de “legalidad” entre cuyos límites la lucha proletaria queda circunscrita y reducida a la impotencia” (de nuestro folleto Los sindicatos contra la clase obrera) Ese capitalismo de Estado en el plano social implicó una transformación de toda la vida de la clase en un remedo de ella, en el terreno burgués. El Estado se apoderó de ella, mediante los sindicatos en algunos países, directamente en otros, de sus cajas de resistencia u organizaciones de socorro mutuo, de sus mutuas en caso de enfermedad o despido, todo lo que la clase obrera había ido construyendo a lo largo de la segunda mitad del siglo xix. La burguesía retiró la solidaridad política de manos del proletariado para transferirla como solidaridad económica en manos del Estado. Al dividir el salario en una retribución directa por parte del patrón y una indirecta por parte del Estado, ha burguesía ha consolidado la mistificación que consiste en presentar al Estado como órgano por encima de las clases, garante del interés común y de la seguridad social de la clase obrera. La burguesía había logrado vincular material e ideológicamente la clase obrera al Estado. Ése era el análisis de la Izquierda italiana y de la Fracción belga de la Izquierda comunista internacional respecto a las primeras cajas de seguros de desempleo y de socorro mutuo instauradas por el Estado durante los años 30 (12).
¿Qué dice el BIPR a la clase obrera? Primero que la “lógica especulativa” sería responsable de la “puesta en entredicho de todas las adquisiciones sociales”…y ¡otra vez de vuelta el mal absoluto de la “financiarización”! El BIPR se olvida de paso que la crisis y los ataques contra la clase obrera no han estado esperando la aparición de la “lógica especulativa” para abatirse sobre el proletariado. ¿Se cree de verdad el BIPR, como parece indicarlo su prosa, que la clase obrera verá horizontes radiantes el día en que la “lógica especulativa” sea erradicada? Son esas patrañas izquierdistas, con las que se pretende hacer creer que la lucha contra la austeridad dependería de la lucha especulativa, las que deben ser erradicadas con el mayor vigor.
Hay, sin embargo, cosas peores todavía. Es un embuste grosero hacer creer al proletariado que la seguridad social, los convenios colectivos y hasta el mecanismo de subida de salarios con los mecanismos de ajuste o de escala móvil serían “adquisiciones sociales arrancadas tras reñida lucha”. Sí, la reducción horaria de la jornada laboral, la prohibición del trabajo infantil, del trabajo nocturno de las mujeres, etc. fueron auténticas concesiones arrancadas tras reñida lucha por la clase obrera en la fase ascendente del capitalismo. En cambio, las supuestas “ventajas sociales” como la seguridad social o los convenios colectivos firmados en los Pactos sociales para la Reconstrucción no tuvieron nada que ver con la lucha de la clase obrera. Clase derrotada, agotada por la guerra, emborrachada y estafada por el nacionalismo, ebria de euforia con la Liberación, no fue ella quien, gracias a sus luchas, habría arrancado esas “ventajas”. Fue a iniciativa de la burguesía misma, en el seno de los gobiernos en el exilio donde se elaboraron los Pactos sociales para la Reconstrucción, instaurándose así todos los mecanismos del capitalismo de Estado. Fue la burguesía la que tomó la iniciativa, entre 1943 y 1945, en plena guerra, de reunir todas las “fuerzas vivas de la nación”, todos “los agentes sociales” mediante reuniones tripartitas entre representantes de la patronal, de los gobiernos y de los diferentes partidos y sindicatos, es decir en la más perfecta de las concordias nacionales de los movimientos de Resistencia, para planificar la reconstrucción de las economías destruidas y negociar socialmente la difícil etapa de reconstrucción. No hubo “concesiones de la burguesía bajo la presión de la clase obrera” en el sentido de una burguesía obligada a aceptar un compromiso frente a una clase obrera movilizada en su terreno y con una estrategia de ruptura con el capitalismo, sino de instaurar medios en concertación entre todos los componentes de la burguesía (patronal, sindicato, gobierno) para controlar socialmente a la clase obrera y así realizar la reconstrucción nacional (13). Recordemos que en la inmediata posguerra, la burguesía llegó incluso a montar de abajo arriba nuevos sindicatos como la CFTC en Francia o la CSC en Bélgica.
Es evidente que los revolucionarios denuncian toda recorte al salario, tanto el directo como el indirecto, es evidente que deben denunciar todo ataque al nivel de vida cuando la burguesía va reduciendo cada día más la seguridad social, pero nunca defenderán el principio mismo del mecanismo instaurado por la burguesía para uncir la clase obrera al Estado (14). Los revolucionarios deben, al contrario, denunciar la lógica ideológica y material en que se basan esos mecanismos como la supuesta “neutralidad del Estado”, la “solidaridad social organizada por el Estado”, etc.
Ante lo que plantea la agravación general de las contradicciones del modo capitalista de producción, ante las dificultades con que se encuentra la clase obrera para hacerles frente, les incumbe a los revolucionarios desplegar la mayor capacidad para contestar a los problemas que la historia plantea. Esa capacidad no podría basarse en los análisis fraudulentos que difunden los sectores de extrema izquierda del aparato político de la burguesía. Sólo apoyándose en el marxismo y en las adquisiciones de la Izquierda comunista, en particular el análisis de la decadencia del capitalismo, podrán los revolucionarios estar a la altura de sus responsabilidades.
C. Mlc
1) Ver nuestro artículo “Los disfraces de la prosperidad económica arrancados a la crisis” en la Revista internacional nº 114 y el gráfico adjunto.
2) Como lo escribe Marx: “Capital supone trabajo asalariado, trabajo asalariado supone capital. Son el uno condición del otro, creándose mutuamente” (Trabajo asalariado y capital).
3) No podemos, en este artículo, tratar lo que Marx y los teóricos marxistas escribieron sobre las contradicciones que engendra la generalización del trabajo asalariado, o sea la transformación de la fuerza de trabajo en mercancía. Para una mayor precisión sobre esos trabajos marxistas, invitamos a leer, en particular, nuestro folleto La decadencia del capitalismo, y muchos otros artículos de esta Revista internacional.
4) “En cierta fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, y sólo es entonces su expresión jurídica, con las relaciones de producción en cuyo seno se habían movido hasta entonces. Tras haber sido formas de desarrollo de las fuerzas productivas, esas relaciones se convierten en barreras para ellas” (K. Marx “Prefacio” a la Introducción a la crítica de la economía política).
5) Por desgracia, Lenin no es en esto un recurso, pues su estudio sobre el imperialismo, por decisivo que fuera en algunos aspectos de la evolución del capitalismo y de la situación del imperialismo entre los siglos xix y xx, da una importancia desmesurada al papel del capital financiero, olvidándose de otros cambios más importantes entonces tales como el desarrollo del capitalismo de Estado (cf. Revista internacional nº 19 “Sobre el imperialismo” y Révolution internationale nº 3 y nº 4 “Capitalisme d’État et loi de la valeur”). Capitalismo de Estado que, contrariamente al análisis de Hilferding-Lenin, restringirá drásticamente el poder de las finanzas a partir de la experiencia de la crisis del 29 para, después, a partir d elos años 80, abrir de nuevo las puertas progresivamente a cierta libertad. Lo que importa aquí es saber que han sido los Estados nación quienes han dirigido este último proceso y no una especie de internacional fantasmagórica de la oligarquía financiera que habría impuesto sus instrucciones una noche de 1975 en Washington.
6) Basta, para convencerse, con imaginarse dos situaciones límite: en una han sido destruidas todas las máquinas y sólo perviven los humanos y en la otra toda la humanidad es destruida y sólo quedaban máquinas...
7) Por otra parte, el que las tasas de autofinanciación de las empresas sean superiores a 100 % desde hace ya bastante tiempo desmiente esa tesis, pues eso quiere decir que las empresas no necesitan las finanzas para financiar sus inversiones.
8) La parte de los salarios en el valor añadido en Europa pasó de 76 % a 68 % entre 1980 y 1998 y, como las desigualdades de salario se han incrementado notablemente durante el mismo período, eso significa que la baja del salario medio de los trabajadores es mayor de lo que expresa esa estadística.
9) Citemos, entre otros, el texto del BIPR presentado ante la Primera conferencia de los grupos de la Izquierda comunista, extraído del párrafo titulado “Crisis y decadencia”: “Cuando empezó a manifestarse, el sistema capitalista dejó de ser un sistema progresivo, es decir, necesario para el desarrollo de las fuerzas productivas, para entrar en una fase de decadencia caracterizada por los intentos por resolver sus propias contradicciones insolubles, dándose nuevas formas organizativas desde un punto de vista productivo. (…) En efecto, la intervención progresiva del Estado en la economía debe ser considerada como la señal de la imposibilidad para resolver las contradicciones que se acumulan en el interior de las relaciones de producción y es, por lo tanto, la señal de su decadencia”.
10) Invitamos a leer nuestro Informe para nuestro XVº congreso internacional sobre la crisis económica que publicamos en el número anterior de esta Revista, en donde, sin por ello negar el carácter excepcional del período 1950-1975, se desmitifica, primero, el cálculo de las tasas de crecimiento en el período de decadencia y desmitifica también los que se refieren al período de posguerra de la IIª Guerra mundial, ampliamente sobreestimados.
11) 1. “… la teoría de la decadencia, tal como procede de los conceptos de Trotski, de Bilan, de la ICF y de la CCI, ya no sirve hoy para comprender el desarrollo real del capitalismo a lo largo de todo el siglo XX, y, en particular, desde 1945 (…) En lo que a los comunistas de la primera mitad de siglo del siglo XX se refiere, eso puede explicarse fácilmente: los acontecimientos sucedidos durante tres décadas, entre 1914 y 1945, fueron tales (…) que parecían acreditar la tesis del declive histórico del capitalismo y confirmar las previsiones: era lógico no ver en el capitalismo más que un sistema en putrefacción, en las últimas y decadente” (Cercle de Paris, en Que ne pas faire ?, p.31)
2.“El concepto de decadencia del capitalismo surgió en la IIIª Internacional, desarrollado por Trotski en particular (…) Éste precisó su concepto asimilando la decadencia del capitalismo a un cese puro y simple del crecimiento de las fuerzas productivas de la sociedad (…) Esta visión parecía corresponderse con la realidad de la primera mitad del siglo XX (…) La visión de Trotski fue retoma en lo esencial por la Izquierda italiana agrupada en Bilan antes de la Segunda Guerra mundial y después por la Izquierda comunista de Francia (GCF) tras aquélla” (Perspective internationaliste, «Vers une nouvelle théorie de la décadence du capitalisme»).
3 “La hipótesis de un “cese irreversible” de las fuerzas productivas no es sino la deducción, en el plano teórico, de una impresión general dejada por el período de entre ambas guerras durante el cual la acumulación capitalista tuvo, coyunturalmente, dificultades para volver a arrancar” (Communisme ou Civilisation: “Dialectique des forces productives et des rapports de production en la théorie communiste”).
4 “Tras la IIª Guerra mundial, tanto los trotskistas como los comunistas de izquierda volvieron con la convicción reafirmada de que el capitalismo era decadente y estaba a punto de desmoronarse. Considerando el período que acababa de terminar, la teoría no parecía tan irrealista, pues al crac de 1929 le siguió una depresión de los años 30, para terminar en otra guerra catastrófica (…) Ahora, de igual modo que podemos decir que los comunistas de izquierda defendieron verdades importantes de la experiencia de 1917-21 contra las versión leninista de los trotskistas, su objetivismo económico y la teoría mecánica de las crisis y del desmoronamiento, que comparten con los leninistas, los hizo incapaces de responder a la nueva situación caracterizada por un “boom” de larga duración (…) Tras la IIª Guerra mundial, el capitalismo entró en uno de sus períodos de expansión más sostenidos, con tasas de crecimiento no sólo más altas que las de entre ambas guerras sino incluso que las del” boom” del capitalismo clásico” (Aufheben: “Sobre la decadencia, teoría del declive o declive de la teoría”).
12 Leer: “Otra victoria del capitalismo: el seguro de desempleo obligatorio”, en Communisme nº 15, junio de 1938 y “Los sindicatos obreros y el Estado”, en el nº 5 de la misma revista.
13) Hubo luchas sociales durante la guerra, pero también y sobre todo en la inmediata posguerra, a causa de las condiciones de vida insoportables. En general, sin embargo, salvo excepciones notables como en el norte de Italia o en el Rhur, no fueron una amenaza real para el capitalismo. Esas luchas estaban bien encuadradas, controladas y a menudo desbaratadas por los partidos de izquierda y los sindicatos en nombre de la “necesaria concordia nacional” para la reconstrucción.
14) Lo increíble es que el BIPR integra incluso en la categoría de “conquistas sociales” a los “convenios colectivos”, que significan, claramente, paz social codificada e impuesta por la burguesía en las empresas.
En números anteriores de la Revista Internacional (1), hemos publicado una considerable cantidad de correspondencia con el Partido marxista laborista de Rusia. Este intercambio se ha centrado principalmenteen el problema de la decadencia el capitalismo y sus implicaciones para ciertas cuestiones clave, como la naturaleza de clase de la revoluciónde Octubre y el problema de la “liberación nacional”.
Hemos recibido noticias de una escisión en el grupo. Ahora habría dos MLP, uno que se refiere a sí mismo como el MLP (Bolchevique), y otro –con el que hemos mantenido debate hasta ahora-, el MLP (Buró sur). Para tratar de clarificar una situación bastante confusa, y comprender mejor las verdaderas posiciones del MLP sobre cuestiones fundamentales del internacionalismo proletario, planteamos por escritoal MLP (Buró sur, BS) una serie de preguntas (en el resto del artículo, cuando mencionamos al MLP, nos referimos al MLP (BS), a menos que se indique lo contrario). Estas cuestiones se reproducen en la respuesta del MLP, que publicamos a continuación, después sigue nuestra respuesta a la carta del MLP, en la que nos concentramos de nuevo en nuestras diferencias sobre la cuestión nacional.
Hay una respuesta posterior del MLP, sobre la que volveremos en el próximo número de la Revista Internacional; también desarrollaremos nuestra respuesta a otras cuestiones suscitadas por la carta que publicamos aquí, en particular el antifascismo y la naturaleza de la Segunda Guerra mundial.
Camaradas
Aunque vuestra carta estaba dirigida al “Buró sur del MLP”, hemos dado a conocer sus contenidos a nuestros camaradas de la organización, aunque no vivan en el sur de Rusia.
Esta es nuestra respuesta colectiva.
¿Consideráis posible el apoyo a las luchas de liberación nacional en el siglo XX?
Sostenemos que, antes de hablar a favor o en contra de apoyar las luchas de liberación nacional en el siglo XX, habría que comprender lo que significan globalmente las luchas de liberación nacional. Pero a su vez, esto sería difícil si previamente no se ha dado una determinación más o menos clara de “nación”.
Además, en nuestra opinión, habría que clarificar cual fue la actitud de Marx y Engels ante esta cuestión en su época, así como cuál fue la posición de los bolcheviques-leninistas, tanto antes como después de la revolución de Octubre 1917. Finalmente, habría que considerar la evolución de las posiciones de la Comintern sobre estos problemas...
¿Reconocéis un “derecho de autodeterminación de las naciones”, o rechazáis esa fórmula?
El movimiento de liberación nacional es una cosa objetiva. Al alcanzar un alto nivel de desarrollo, indica que uno u otro pueblo se ha embarcado en la vía de su propio desarrollo capitalista, y que el correspondiente grupo étnico, o bien está en el umbral de convertirse en una nación BURGUESA, o ya lo ha traspasado.
En contraste con lo que manda la tradición bolchevique-Comintern, ofreciendo no sólo apoyo a los movimientos de liberación nacional como progresistas-burgueses, sino orientándose incluso a crear partidos comunistas (¡!) en los países atrasados, partidos que consisten en el campesinado bajo el liderazgo de la intelligentsia nacional progresista-revolucionaria; y a luchar por el establecimiento del poder de los soviets en ausencia o mínima presencia del proletariado industrial (la notable teoría del “desarrollo no capitalista”, o la “orientación socialista en los países en desarrollo”), el MLP (¡ no confundir con el MLP (B) !) considera que el apoyo a los movimientos de liberación nacional sólo crea la ilusión de solucionar los problemas sociales en el interior de las fronteras nacionales. En particular, esta ilusión se expresa en la consigna “marxista-leninista”: “De la liberación nacional a la liberación social”.
Sólo la revolución social podrá solucionar, entre otros, los problemas nacionales.
La participación en cualquier movimiento de liberación nacional, es decir, la lucha por la separación del Estado de una nación burguesa más, no es una tarea específica de los marxistas.
Al mismo tiempo, no nos oponemos a los movimientos de liberación nacional, por ejemplo, al movimiento político a favor de la separación de Chechenia de Rusia, en el que participan activamente algunos miembros del MLP (B).
Si la mayoría de la población de una nacionalidad en un determinado territorio histórico ha decidido usar el “derecho de las naciones a la autodeterminación” contra la “expansión imperialista”, nosotros no nos declararemos en contra de esa posición con dos condiciones:
– que la separación territorial frene la sangrienta carnicería con múltiples víctimas entre la población trabajadora de ambos bandos;
– que la independencia estatal de una nueva nación burguesa, lleve más rápidamente a la situación en que, dentro de esa nación, emerja su propio proletariado industrial y se haga más fuerte; y entonces, desencadene su lucha de clase contra la burguesía nacional local, sin dejarse arrastrar por la ilusión de ninguna “liberación” que no sea social ¡Antes de que el proletariado de todos los países pueda unirse, el proletariado de esos países tiene simplemente que existir!
¿Consideráis que todas las fracciones de la burguesía son igualmente reaccionarias en el siglo XX –esto es, desde el principio de la Iª Guerra mundial-?, y si no es así ¿Cuál es vuestrocriterio?
Aquí también es preciso definir primero lo que se entiende por “reaccionario”. La palabra “reaccionario” en su sentido original significa “contrarrestar el progreso” o, más exactamente, “contrarrestar el avance hacia delante”. Está claro, sin embargo, que esta definición es muy general.
Como marxistas, podemos y tenemos que hablar de ese tipo de reacción que se opone al anhelo de acabar con el modo de producción capitalista-burgués, y globalmente con la sociedad de clase (propiedad privada y explotación), que impide al género humano avanzar hacia el comunismo.
Al mismo tiempo, los clásicos del marxismo nos enseñaron a comprender por qué el modo de producción capitalista fue progresista respecto a los modos de producción que le precedieron, y respecto a las estructuras socioeconómicas más atrasadas que coexisten con él en el marco de la sociedad de clases. También nos enseñaron a distinguir las etapas progresivas de desarrollo de este modo de producción. ¡En nuestra opinión, cualquier otro planteamiento sería escolástico y dogmático, pero no dialéctico-histórico!
En el siglo xx, la producción pequeño burguesa y campesina fue dando lugar a la producción capitalista a gran escala. Desde el punto de vista del marxismo, las fuerzas productivas cambian la estructura social de la sociedad en el curso de su desarrollo. Esto es objetivamente progresista.
De aquí en adelante, en nuestra opinión, respecto al siglo xx, no se debería hablar de decadencia del capitalismo como tal, sino sólo del proceso por el que la forma Estado-nación del capitalismo sobrevive más allá de su necesidad histórica, y por tanto la posibilidad de desarrollo de una fase siguiente se ha agotado.
Y no podemos decir que con el comienzo de la Iª Guerra mundial, el capitalismo haya agotado inequívocamente su capacidad de desarrollo. En nuestra opinión, ese agotamiento solo se constata a partir de la segunda mitad del siglo xx. Evidencias claras de esto son la actual globalización y unificación económica de Europa, por ejemplo.
Ahora en nuestra época es cuando el capitalismo ha empezado a agotar su capacidad progresista.
Esto hace que se aproxime la hora de acabar con él a escala internacional por medio de la revolución social mundial.
(…)
Entre las diferentes cuestiones que se plantean en esta carta, hemos escogido responder primero a una cuestión que pensamos que es particularmente importante clarificar. También es una cuestión que se plantean los nuevos elementos y grupos que aparecen en Rusia. Se trata de la cuestión nacional, y particularmente la posición comunista sobre las luchas de liberación nacional y la famosa consigna de Lenin del “derecho de las naciones a su autodeterminación”. Aunque el MLP, en su respuesta a nuestra carta, sostiene que no apoya los movimientos de liberación nacional, porque “sólo crean una ilusión de solucionar los problemas sociales en el interior de las fronteras nacionales”, al mismo tiempo considera que hay ciertas ocasiones en las que no se opondría a ellos. Como cuando “la mayoría de la población de una nacionalidad en un determinado territorio histórico ha decidido usar el “derecho de las naciones a la autodeterminación” contra la “expansión imperialista”...”
Esas ocasiones son las siguientes: cuando la separación detendría una matanza sangrienta, o si el surgimiento de un nuevo Estado independiente llevara al crecimiento del proletariado en ese Estado, y más tarde al desarrollo de la lucha de clases contra la burguesía nacional local.
Esto significa concretamente para el MLP en sus propias palabras: “no nos oponemos a los movimientos de liberación nacional, por ejemplo, al movimiento político a favor de la separación de Chechenia de Rusia, en el que participan activamente algunos miembros del MLP (B)”.
Antes que nada, nos parece muy extraño que el MLP diga que no están en contra del movimiento de liberación nacional, pero al mismo tiempo no están a favor. ¿Acaso el MLP es indiferente, o simplemente se abstiene de combatir la ideología de la liberación nacional, aunque según sus propias posiciones, “sólo crea una ilusión de solucionar los problemas sociales en el interior de las fronteras nacionales”? ¿Qué quiere decir el MLP cuando escribe que participar en los movimientos de liberación nacional “no es una tarea específica de los marxistas”? Además, el MLP tampoco se opone a las actividades de un miembro del MLP(B), que “participa activamente” en un movimiento separatista de Chechenia. ¿Qué tenemos que pensar de esto?
Para nosotros expresa una posición ampliamente oportunista sobre los movimientos de liberación nacional. Tenemos la impresión de que esta vaguedad en la toma de posición es sólo una apertura a la participación en esos movimientos de ciertos miembros del MLP. De hecho, la posición del MLP deja la puerta abierta al apoyo a cualquier movimiento de liberación nacional, porque siempre será posible encontrar algún criterio que aplicar.
Para el MLP sería posible argumentar que la separación nacional detendría una sangrienta matanza en muchas ocasiones. Por ejemplo, esta posición hubiera llevado lógicamente en 1947 a apoyar la separación de Pakistán de la India, para detener las masacres entre musulmanes e hindúes. La disputa posterior sobre Jammu y Cachemira entre Pakistán e India, es quizás también un buen ejemplo de cómo el “derecho de las naciones a la autodeterminación” (ahora en nombre del Acta de independencia británica) sólo lleva a más matanzas sangrientas. Hoy vemos cómo los peligrosos conflictos y las tensiones constantes entre Pakistán e India amenazan la densa población de la zona con millones de muertes si se desencadenara una guerra nuclear entre Pakistán e India –y esto sería un horror añadido a todas las muertes que ya ha causado el conflicto de Cachemira (2). Este ejemplo sólo es para mostrar lo absurdo y completamente a-marxista que es el criterio que plantea el MLP como una razón para “no oponerse” a la separación de un nuevo Estado.
El otro criterio que emplea el MLP es la hipótesis de que una separación llevaría al desarrollo de la industria, y consecuentemente al desarrollo del proletariado, y finalmente al incremento de la lucha de clases contra la “burguesía nacional local”.
Como el MLP no comparte el concepto de “decadencia del capitalismo” (la entrada del capitalismo en una fase de decadencia tras una fase progresiva), al menos hasta finales del siglo xx, cuando según ellos, se habría manifestado en la globalización del capitalismo y en la unificación económica de Europa; este otro criterio se aplicaría a diferentes casos de “liberación nacional” en el siglo xx. Por ejemplo en los años 70 hubo diferentes grupos en Europa que en muchos aspectos estaban próximos a las posiciones proletarias, pero que en lo que concierne a la cuestión de la liberación nacional, apoyaron “críticamente” al FLN (Frente de liberación nacional) en Vietnam, porque, según argumentaban, establecería un nuevo Estado burgués, que estimularía la industrialización y el desarrollo del proletariado. Tan pronto como resultara victoriosa la burguesía nacional, el proletariado debería volverse inmediatamente contra su propia burguesía. Esta falsa aplicación del marxismo era, y aún es hoy (en el mejor de los casos), una tapadera para ocultar las concesiones oportunistas a la ideología burguesa. Esta posición está muy cercana al trotskismo, que siempre encuentra una excusa para apoyar las denominadas luchas de liberación nacional, cuando actualmente en nuestra época sólo son el envoltorio de los conflictos imperialistas mundiales.
Estas precisiones iniciales, ponen de relieve la necesidad de recurrir a un marco marxista (al cual el MLP también recurre al principio de su respuesta a nuestras preguntas): ¿Cuál fue la actitud de Marx y Engels en relación a las luchas de liberación nacional, y cuál fue la posición de los comunistas sobre esta cuestión desde la Izquierda de Zimmerwald hasta la Comintern? Finalmente ¿Cuál tiene que ser la posición de los comunistas sobre esto hoy?
El Estado nación
El MLP sostiene correctamente que, antes de tomar posición a favor o en contra de las luchas de liberación nacional, es preciso comprender la naturaleza de esas luchas, y también tener una clara comprensión de lo que significa el concepto de nación para los marxistas.
El concepto de nación no es un concepto abstracto y absoluto, sino que solo puede comprenderse en el contexto histórico. Rosa Luxemburg da una definición de este concepto en su Folleto de Junius:
“El Estado nacional, la unidad y la independencia nacionales: estas eran las banderas ideológicas bajo las cuales se constituyeron los grandes Estados burgueses en el corazón de Europa en el último siglo. El capitalismo es incompatible con el particularismo de los pequeños Estados, con la dispersión política y económica. Para desarrollarse, al capitalismo le es necesario un territorio coherente, tan grande como sea posible y a un mismo nivel de civilización, sin lo cual no se podrían elevar las necesidades de la sociedad a un nivel requerido para la producción mercantil capitalista ni hacer funcionar el mecanismo de la dominación burguesa moderna. Antes de extender su red sobre todo el globo, la economía capitalista buscó crear un territorio unido dentro de los límites nacionales de un Estado” (Rosa Luxemburg, La Crisis de la socialdemocracia).
Marx y Engels, que comprendían bien esto, en diferentes ocasiones dieron argumentos para apoyar ciertas luchas de liberación nacional. Pero nunca como principio; sólo en los casos en que pensaban que la creación de nuevos Estados-nación podría conducir a un verdadero desarrollo del capitalismo contra las fuerzas feudales. La creación de nuevos Estados-nación sólo podía llevarse a cabo en Europa en esa época por medidas revolucionarias, y desempeñar un papel históricamente progresivo en la lucha de la burguesía contra el poder feudal:
“El programa nacional no jugó un papel histórico, en tanto que expresión ideológica de la burguesía en ascenso aspirante al poder en el Estado, hasta el momento en que la sociedad burguesa quedó, mal que bien, instalada en los grandes Estados del centro de Europa y creó los instrumentos y las condiciones indispensables de su política” (Ídem).
El método de Marx y Engels no estaba basado en ninguna consigna abstracta, sino siempre en el análisis de cada caso, en el análisis del desarrollo político y económico de la sociedad. «Marx no prestó ninguna atención a la fórmula abstracta del “derecho de las naciones a su autodeterminación”, y echó pestes sobre los checos y sus aspiraciones de libertad, aspiraciones que veía como una complicación nociva de la situación revolucionaria, que todo lo más merecía una severa condena, puesto que para Marx, los checos eran una nacionalidad agonizante, condenada a desaparecer pronto» (Rosa Luxemburg: “La cuestión nacional y la autonomía”, traducido por nosotros).
La definición de una nación no se basa en algunos criterios generales abstractos, como un lenguaje y cultura común, sino en un contexto histórico preciso. En la sociedad de clases, una nación no es algo homogéneo, sino que está dividida en clases, con diferentes y antagónicas opiniones, cultura, moral, etc. La noción abstracta de “derecho” de las naciones sólo significa los de la burguesía.
De ahí que no pueda existir algo semejante a una voluntad uniforme de una nación, una voluntad de autodeterminación. Detrás de esa consigna está la concesión a la idea de que, para alcanzar el socialismo, es preciso pasar por la fase democrática. Tras eso hay también la idea de que debería haber una forma de determinar la “voluntad” del pueblo. El MLP usa la expresión, “la mayoría de la población de una determinada nacionalidad”. En esta expresión hay dos conceptos abstractos. Primero, la “voluntad de la población”, presupone que habría una forma pacífica, por encima de los verdaderos antagonismos de clase, de decidir (puede que a través de un referéndum –como propusieron los bolcheviques) el destino de las naciones. Segundo, el uso del término “nacionalidad” es muy vago. Si denota un grupo específico étnico o cultural, la relación con la autodeterminación nacional está muy poco clara.
La nación es una categoría histórica, y la creación del Estado-nación juega un cierto papel para la burguesía históricamente. El Estado-nación no es sólo un marco para que la burguesía desarrolle y defienda su economía y su sistema de explotación, al mismo tiempo es también una ofensiva contra otros Estados-nación, para su conquista y dominación, para la supresión de otras naciones. Por eso el “derecho de autodeterminación de las naciones” es en la vida real un “derecho” por el que cualquier burguesía tiene el derecho a suprimir los “derechos” de otras naciones, otros grupos étnicos, lenguajes y culturas. El “derecho de las naciones a la autodeterminación” no es mas que una utopía abstracta que deja entrar por la puerta trasera el nacionalismo de la burguesía.
En la Izquierda de Zimmerwald –la corriente internacionalista que se opuso más resueltamente a la Iª Guerra mundial- surgió una discusión sobre la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación”.
Esta consigna emanaba de la 2ª Internacional:
“En la segunda Internacional, esa consigna tenía un doble papel: por un lado, se suponía que expresaba una protesta contra toda opresión nacional, por otro, mostraba la disposición de la Socialdemocracia a “defender la patria”. La consigna se aplicó a cuestiones nacionales específicas sólo para evitar la necesidad de investigar su contenido concreto y las tendencias de su desarrollo” (3).
Los militantes alemanes y polacos de la Izquierda de Zimmerwald rechazaron la consigna de los bolcheviques. Era una posición que los bolcheviques habían heredado de la socialdemocracia. Rosa Luxemburg, desde ya hacía tiempo –en 1896 en relación con el congreso de Londres de la 2ª Internacional, y luego junto con Radek y otros en el SDKPiL– criticó esa consigna, de la que pensaban que era una concesión oportunista. También en el Partido bolchevique hubo críticas, representadas por Piatakov, Bosh y Bujarin, a la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación”. Estaban basadas en el hecho de que, en la época imperialista:
“La respuesta a la política imperialista de la burguesía tiene que ser la revolución socialista del proletariado; la socialdemocracia no tiene que plantear reivindicaciones mínimas en el terreno de la política exterior actual.
Es imposible por tanto, luchar contra la esclavitud de naciones si no es a través de la lucha contra el imperialismo; Ergo una lucha contra el imperialismo; ergo una lucha contra el capital financiero; ergo una lucha contra el capitalismo en general. Dejar de lado esa vía de cualquier forma, y plantear tareas “parciales” de “liberación nacional” en los límites de la sociedad capitalista, desvía las fuerzas proletarias de la verdadera solución del problema y las une, codo con codo, con las fuerzas de la burguesía de los grupos nacionales correspondientes” (“Tesis sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”, Piatakov, Bosh, Bujarin, del libro La lucha de Lenin por una internacional revolucionaria).
Lenin tenía otra respuesta a esa cuestión que realmente apuntalaba todo el problema de plantear reivindicaciones mínimas y el lazo entre la cuestión nacional y la cuestión de la democracia.
“Sería un error radical pensar que la lucha por la democracia fue capaz de desviar al proletariado de la revolución socialista, o de esconderla o ensombrecerla, etc. Al contrario, de la misma forma que no puede haber socialismo victorioso que no practique la democracia plena, el proletariado tampoco puede preparar su victoria sobre la burguesía sin una lucha consistente y revolucionaria, en todas partes, por la democracia” (4).
En este pasaje hay cierta tendencia a combinar “democracia” con dictadura del proletariado, y más particularmente a ver las formas de la democracia burguesa en la futura dictadura del proletariado. Esto es falso a muchos niveles – y no sólo porque mientras que la dominación proletaria sólo puede mantenerse a escala mundial, la democracia capitalista es inevitablemente nacional en cuanto a la forma, y está inseparablemente ligada al Estado nacional. Mucha más importancia inmediata tuvo incluso la confusión entre la lucha por reivindicaciones democráticas –incluyendo los “derechos de las naciones”– y la lucha por el poder proletario y la destrucción del Estado burgués. Fue un error de Lenin retomar la vieja consigna socialdemócrata del “derecho de las naciones a la autodeterminación” –que realmente expresaba la vieja consigna oportunista de que el socialismo sólo podría alcanzarse por medio de la democracia, por la conquista pacífica del poder por la vía parlamentaria– y tratar de injertarla en un programa revolucionario. Esto también apoyaba indirectamente los argumentos de los mencheviques de que la revolución en Rusia tenía que pasar por un periodo de democracia burguesa antes de estar lista para el socialismo. Aunque Lenin y los bolcheviques sacaron conclusiones completamente diferentes de esta idea, puesto que apoyaron e impulsaron una lucha revolucionaria, mientras que los mencheviques se opusieron a cualquier lucha que, según su teoría, sobrepasara la “realidad objetiva” del capitalismo. Esta idea reformista tuvo aún gran influencia entre los bolcheviques, como revelaron las primeras reacciones de la mayoría de “viejos bolcheviques” en Rusia ante la revolución de Febrero. Esta posición –que las capas más radicales del partido no apoyaban- fue la posición dominante en los órganos dirigentes antes de que Lenin llegara a la estación de Finlandia en Petrogrado, e inmediatamente atacara esa expresión de oportunismo, que implicaba apoyar el gobierno de Kerenski y su esfuerzo de guerra. Lenin planteó este combate en sus famosas Tesis de Abril.
A partir de entonces, Lenin desarrolló una comprensión de que la revolución en Rusia no era meramente una revolución burguesa, sino la primera etapa de la revolución proletaria. Fue la práctica real revolucionaria de Lenin y los bolcheviques la que refutaría el dogma menchevique de la necesidad de una fase democrática antes de que fuera posible la revolución socialista. De hecho, la historia muestra (bien al contrario de lo que creía Lenin en 1916, cuando defendía el “derecho de autodeterminación”), que las ilusiones en la democracia fueron el veneno más peligroso contra la revolución, no sólo en Rusia, sino en casi todos los países afectados por la revolución rusa; la cuestión de la democracia fue el arma principal que empleó la burguesía para contrarrestar el movimiento revolucionario.
Rosa Luxemburg escribió lo siguiente contra la idea de que todos los países tienen que pasar por una determinada fase de su modo de producción para llegar a un nuevo modo de producción:
“Por tanto, históricamente hablando, la idea de que el proletariado moderno no podría hacer nada en tanto que clase autónoma y consciente sin crear primero un nuevo Estado-nación, es lo mismo que decir que, en algunos países, la burguesía antes que nada debería establecer un sistema feudal si por alguna casualidad no se hubiera implantado per se, o hubiera tomado una forma particular, como por ejemplo en Rusia. La misión histórica de la burguesía es la creación del Estado moderno “nacional”; pero la tarea histórica del proletariado es la abolición de este Estado como forma política del capitalismo, y en esa tarea, el proletariado se revela como clase consciente para establecer el sistema socialista” (La autonomía y la cuestión nacional, Rosa Luxemburg, subrayados nuestros).
Cuando el congreso de Londres, en 1896 adoptó la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación”, Rosa Luxemburg afirmó que: “la posición nacionalista pasa de contrabando bajo la bandera internacional” (5). Aunque no hay que mezclar la posición de Lenin con la del social-chovinismo de los viejos partidos socialdemócratas que llamaron a la “defensa de la patria”, el esfuerzo de Lenin por hacer del “derecho a la autodeterminación” una parte del programa revolucionario, es un error.
Hay que considerar la revolución en Rusia en un marco histórico y mundial, al mismo tiempo parte y señal de la revolución mundial. La Revolución de Febrero no fue la revolución burguesa necesaria antes de que pudiera producirse la revolución socialista, sino la primera fase de la revolución proletaria en Rusia, que estableció una situación de doble poder que preparó el siguiente paso de la toma del poder en Octubre. Esta es también más o menos la opinión de Lenin en las Tesis de Abril, y de hecho es una ataque contra la concepción mecánica, nacional y oportunista de la revolución proletaria. En el prefacio de Lenin a la primera edición (agosto 1917) de El Estado y la Revolución, plantea claramente su visión de la revolución rusa, cuando escribe:
“Por último, haremos el balance fundamental de la experiencia de la revolución rusa de 1905, y sobre todo de la de 1917. Esta última está terminando, al parecer, en los momentos actuales (comienzos de agosto de 1917) la primera fase de su desarrollo; pero toda esta revolución, en términos generales, puede ser comprendida únicamente como un eslabón de la cadena de revoluciones proletarias socialistas suscitadas por la guerra imperialista.”
También partiendo de esta visión, que considera que la revolución rusa expresa la dinámica de una revolución proletaria mundial, Rosa Luxemburg reiteró con más intransigencia aún, su crítica a la consigna del “derecho de las naciones a la autodeterminación” y a su utilización por el partido bolchevique en el poder:
“En lugar de tender, según el espíritu de la política internacional de clase, que por lo demás ellos representaban, a reunir en una masa compacta las fuerzas revolucionarias sobre todo el territorio del imperio, en lugar de defender con uñas y dientes la integridad del imperio ruso en cuanto territorio revolucionario, de contraponer a todas las aspiraciones separatistas nacionales, como ley suprema de su política, la cohesión y la unión inseparable de los proletarios de todos los países en el seno de la revolución rusa, los bolcheviques, a través de la rimbombante fraseología nacionalista del “derecho a la autodeterminación hasta la separación estatal” no hicieron otra cosa que prestar a la burguesía de todos los países limítrofes el mejor de los pretextos, y hasta la bandera para sus aspiraciones contrarrevolucionarias. En lugar de poner en guardia a los proletarios de los países limítrofes contra todo separatismo por ser éste una mera trampa burguesa, ellos han desconcertado a las masas de aquellos países con su consigna librándolas así a la demagogia de las clases burguesas. Con esta reivindicación nacionalista causaron, prepararon, el desmembramiento de la misma Rusia y pusieron en manos de sus propios enemigos el puñal que ellos clavarían en el corazón de la revolución rusa” (La Revolución rusa, Rosa Luxemburg).
En todos los casos en que se aplicó la consigna de los bolcheviques del “derecho a la autodeterminación”, sembró ilusiones en la democracia y el nacionalismo –mitos sagrados que la misma burguesía ha pisoteado siempre cuando tuvo que luchar por su propia supervivencia contra la revolución proletaria. Ante este peligro, las burguesías nacionales siempre se han alejado de la idea de la independencia nacional y rápidamente han renegado de sus sueños nacionalistas para gritar pidiendo socorro a las potencias burguesas antagónicas para que las ayudaran a masacrar a “su propia” clase proletaria.
Al mismo tiempo, y precisamente por la misma razón, la historia entera de “la época de guerras y revoluciones” (el término de la Internacional comunista para la época de la decadencia del capitalismo) muestra que, allí donde el proletariado ha tenido ilusiones de llevar una lucha común con la burguesía, eso sólo ha llevado a masacres del proletariado. Finlandia y Georgia son ejemplos sangrantes de cómo la burguesía, tan pronto como consiguió su independencia, pidió inmediatamente apoyo para aplastar al bastión proletario en Rusia –todo ello bajo la bandera de la independencia nacional. En Finlandia se enviaron tropas alemanas para aplastar a la guardia roja finlandesa, y la revolución finlandesa se convirtió en una terrible derrota para el proletariado. El Ejército Rojo estaba obligado a ser “neutral”, según el tratado de Brest-Litovsk, y no intervino oficialmente (aunque muchos bolcheviques en el Ejército Rojo ayudaron a los guardias rojos finlandeses). La burguesía finlandesa movilizó a los campesinos pobres para combatir contra “el enemigo ruso” –muchos de los reclutados en la “Guardia Blanca” finlandesa, pensaban que estaban luchando contra las tropas rusas. En Georgia, los mencheviques (que ahora eran parte de la burguesía nacional que defendía el “derecho a la autodeterminación nacional”) también buscaron el apoyo del imperialismo alemán.
Los bolcheviques hicieron ciertos cambios sobre la cuestión nacional al principio de la revolución rusa, percibiendo la consigna como una mera necesidad táctica mas que un principio político. Esto se expresaba en que la consigna de la “autodeterminación”, no sólo se iba diluyendo más y más en el partido bolchevique mismo, sino que se abordó mucho más claramente en el primer congreso de la Tercera Internacional, que se focalizó mucho más en la lucha internacional del proletariado, en su independencia de todos los movimientos nacionales, no permitiendo que se subordinara a la burguesía nacional.
Pero con el desarrollo del oportunismo en la Internacional comunista, que estaba ligado a la creciente confusión entre la política de la IC y la política exterior del Estado soviético degenerado, hubo un verdadero retroceso sobre la cuestión nacional, una tendencia a perder de vista la relativa claridad del primer Congreso. Una expresión de esto fue la política de apoyar alianzas entre los partidos comunistas en Turquía y China y la burguesía nacionalista en estos países, lo que en ambos casos, llevó a la masacre del proletariado y a diezmar a los comunistas a manos de sus antiguos aliados “nacional revolucionarios”. Al final, los errores de los bolcheviques y Lenin sobre estas cuestiones, se convirtieron en una ideología en defensa de la guerra imperialista, particularmente por el trotskismo. Lo que en su día fue un error oportunista de los bolcheviques, ha permitido hoy a la izquierda del capital usar el nombre de Lenin para defender la guerra imperialista. En vez de volver a caer en esos errores, los comunistas tienen que basar sus posiciones en la crítica internacionalista más consistente que desarrolló la izquierda marxista, desde Luxemburg a Piatakov, y del KAPD a la Fracción de la Izquierda italiana.
Olof,15.06.03
1) Ver también otros artículos sobre el MLP en la Revista internacional nos 101, 104 y 111. Los camaradas del MLP nos han dicho que la traducción correcta del nombre ruso de su grupo es Partido obrero marxista (Marxist Workers Party en inglés) y no Partido marxista laborista (Marxist Labour Party en inglés). Sin embargo, hemos conservado aquí las siglas MLP para mantener la continuidad con los artículos anteriores.
2) Pakistán pide un referéndum para decidir a qué país pertenece esta región, mientras que India piensa que esa cuestión ya está resuelta.
3) Imperialismo y opresión nacional, tesis presentadas en 1916 por Radek, Stein Krajewski y M. Bronski, que pertenecían a la fracción del SDKPiL y tenían posiciones similares a las de Rosa Luxemburg.
4) Balance de la discusión Sobre la autodeterminación, Lenin, Obras completas, Progreso 1985, T. 30.
5) La cuestión polaca en el Congreso internacional de Londres, Rosa Luxemburg, 1896
El 11 de septiembre de 1973, un golpe de Estado dirigido por el general Pinochet derribaba en un baño de sangre el gobierno de Unidad popular de Salvador Allende en Chile. La represión que se abatió sobre la clase obrera fue terrible: miles de personas (1), en su mayoría obreros, fueron asesinadas sistemáticamente, miles fueron encarceladas y torturadas. A esa barbarie espantosa hay que añadir varias centenas de miles de despedidos del trabajo (un obrero de cada diez durante el primer año de dictadura militar).
El orden reinante en Santiago (que se instauró gracias a la CIA (2)) no fue sino el del terror capitalista en su forma más caricaturesca. Con ocasión del derrocamiento del gobierno “socialista” de Allende, toda la burguesía “democrática” ha aprovechado la ocasión para intentar una vez más desviar a la clase obrera de su propio terreno de lucha. Una vez más,la clase dominante intenta hacer creer a los obreros que el único combate en el que deben comprometerse es el de la defensa del Estado democrático contra los regímenes dictatoriales dirigidos por bestias sanguinarias. Ese es el sentido de algunas campañas montadas por los medios que ponen en paralelo el golpe de Estado de Pinochet del 11 de septiembre de 1973 y el atentado contra las Torres gemelas en Nueva York (cf. el título del diario francés le Monde del 12/09/03: “Chile 1973: el otro 11 de septiembre”).
En ese coro unánime de todas las fuerzas democráticas burguesas, están en primera línealos partidos de izquierda y los tenderetes izquierdistas que participaron plenamente, junto al MIR (3) chileno en el alistamiento de la clase obrera tras la camarilla de Allende, entregándola así atada de pies y manos a las matanzas (4). Ante semejante mistificación, presentar a Allende como pionero del socialismo en Latinoamérica, les incumbe a los revolucionarios restablecer la verdad recordando las “gestas” de la democracia chilena. Pues los proletarios no deben olvidar que fue el “socialista” Allende quien mandó al ejército, “popular” sin duda, a reprimir las luchas obreras, permitiendo así después a la junta militar de Pinochet rematar la labor.
Publicamos aquí un artículo adaptado de una hoja repartida a principios de noviembre de 1973 por World Revolution y la hoja repartida, tras el golpe de Estado, por Révolution internationale, o sea los grupos que iban a formar las secciones de la CCI en Gran Bretaña y en Francia.
(publicación de la CCI en Gran Bretaña)
En Chile como en Oriente Medio, el capitalismo ha mostrado una vez más que sus crisis se pagan con sangre de la clase obrera. Mientras la Junta asesinaba a trabajadores y a todos aquellos que se oponen a la ley del capital, la “izquierda” del mundo entero se unía en un mismo coro histérico y mentiroso. Resoluciones parlamentarias, lloriqueos de Casandra de los partidos de izquierda, furor de trotskistas gritando “Ya os lo habíamos dicho”, grandes manifestaciones, todo eso no ha sido sino lo mismo repetido machaconamente y muy bien preparado por la izquierda oficial y los izquierdistas. Su asociado chileno, el difunto gobierno de Unidad Popular de Allende fue el preparador de la matanza tras haber desarmado, material e ideológicamente, a los trabajadores chilenos durante tres años.
Considerando la coalición de Allende como la de la clase obrera, llamándola “socialista”, toda la “izquierda” lo ha hecho todo por ocultar o minimizar el papel verdadero de Allende, ayudando a perpetuar los mitos creados por el capitalismo de Estado en Chile.
Toda la política de la Unión popular fue reforzar el capitalismo en Chile. Esa amplia fracción del capitalismo de Estado, apoyada en los sindicatos (que hoy son por todas partes órganos del capitalismo) y en sectores de la pequeña burguesía y de la tecnocracia estuvo repartida durante quince años en los partidos comunista y socialista. Con el nombre de Frente de trabajadores, FRAP o Unidad popular, esta fracción quería hacer competitivo el atrasado capital chileno en el mercado mundial. Esta política, apoyada en un fuerte sector estatal, era pura y simplemente capitalista. Pintar las relaciones capitalistas de producción con un barniz de nacionalizaciones bajo “control” obrero no cambia nada: las relaciones de producción capitalistas quedaron intactas bajo Allende, e incluso fueron reforzadas al máximo. En los lugares de producción de los sectores público y privado, los obreros tenían que seguir sudando para un patrón, seguir vendiendo siempre su fuerza de trabajo. Había que satisfacer el apetito insaciable de la acumulación de capital, agudizado por el subdesarrollo crónico de la economía chilena y una inmensa deuda externa, sobre todo en el sector minero (cobre) de donde el Estado chileno saca el 83 % de sus ingresos por importación.
Una vez nacionalizadas, las minas de cobre tenían que ser rentables. Sin embargo, desde el principio, la resistencia de los mineros vino a poner trabas a ese plan capitalista. En lugar de dar crédito a las consignas reaccionarias de la Unidad popular como “El trabajo voluntario es un deber revolucionario”, la clase obrera industrial de Chile, los mineros en particular, siguió luchando por el aumento de sueldos, rompiendo los ritmos con ausencias e interrupciones. Era la única manera de compensar la caída del poder adquisitivo de los años anteriores y la inflación galopante bajo el nuevo régimen que había alcanzado 300 % por año antes del golpe de Estado.
La resistencia de la clase obrera a Allende se inició en 1970. En diciembre de ese año, 4000 mineros de Chuquicamata se pusieron en huelga exigiendo aumentos de sueldo. En julio de 1971, 10 000 mineros de carbón se pusieron en huelga en la mina de Lota Schwager. Las huelgas se extendieron en la misma época por las minas de El Salvador, El Teniente, Cuchicamata, La Exótica y Río Blanco, exigiendo aumentos de sueldo.
La respuesta de Allende fue típicamente capitalista, una de cal y otra de arena: alternativamente calumniaba y halagaba a los trabajadores. En noviembre de 1970 vino Castro a Chile para reforzar las medidas antiobreras de Allende. Castro recriminó a los mineros, tratándolos de agitadores y “demagogos”; en la mina de Chuquicamata, declaró que “cien toneladas de menos por día significa una pérdida de 36 millones de $ por año”.
El cobre es la principal fuente de divisas de Chile, pero las minas solo son el 11% del producto nacional bruto y sólo emplean al 4% de la fuerza de trabajo, o sea unos 60 000 mineros. En todo caso, la importancia numérica de ese sector de la clase obrera no tiene nada que ver con el peso que los mineros representan en la economía nacional. Poco numerosos, pero muy poderosos y conscientes de serlo, los mineros obtuvieron del Estado la escala móvil de salarios y dieron la señal de la ofensiva sobre los salarios que surgió en toda las la clase obrera chilena en 1971. Toda la prensa burguesa estaba de acuerdo en decir que “la vía chilena al socialismo” era una forma de “socialismo” que ha fracasado. Los estalinistas y los trotskistas, con sus diferencias, han estado de acuerdo con ese “socialismo”. Los trotskistas otorgaron un “apoyo crítico” al capitalismo de Allende. Los anarquistas no se han quedado atrás: “La única salida de Allende hubiera sido llamar a la clase obrera a tomar el poder para sí misma y adelantarse así al golpe de Estado inevitable” escribía Libertarian Struggle en octubre [de 1973]. Así, Allende no sólo era “marxista”, sino también una especie de Bakunin malogrado. Pero lo tragicómico del caso es imaginarse que un gobierno capitalista pueda un día ¡llamar a los obreros a destruir el capitalismo!
En mayo-junio de 1972, los mineros volvieron a movilizarse: 20 000 se pusieron en huelga en las minas de El Teniente y Chuquicamata. Los mineros de El Teniente reivindicaron una subida de salarios de 40 %. Allende puso las provincias de O’Higgins y de Santiago bajo control militar, pues la parálisis de El Teniente “estaba amenazando seriamente la economía”. Los ejecutivos “marxistas” de la Unión popular expulsaron a los trabajadores y en su lugar pusieron a esquiroles. Quinientos carabineros atacaron a los obreros con gases lacrimógenos e hidrocañones. Cuatro mil mineros hicieron una marcha a Santiago para manifestarse el 11 de junio, la policía se les echó encima sin contemplaciones. El gobierno trató a los mineros de “agentes del fascismo”. El PC organizó desfiles en Santiago contra los mineros, llamando al gobierno a dar prueba de firmeza. El MIR, “oposición leal” extraparlamentaria a Allende, criticó el uso de la fuerza y tomó partido por la “persuasión”. Allende nombró un nuevo ministro de Minas en agosto de 1973: al general Ronaldo González, director de munición del Ejército.
El mismo mes, Allende alertó a las unidades armadas en las 25 provincias del país. Era una medida contra la huelga de los camioneros, pero también contra algunos sectores obreros que estaban en huelga, en obras públicas y en transportes urbanos. Durante los últimos meses del régimen de Allende, la política cotidiana fueron los ataques generalizados y los asesinatos contra los trabajadores y los habitantes de las chabolas por parte de la policía, el ejército y los fascistas.
A partir de ese momento, el caballo de Troya del capitalismo, o sea la Unidad popular, intentó reforzar su electorado en toda clase de “comités populares” jerarquizados, como los 20 000 que existían en 1970, en esas “juntas de abastecimiento y de precios” (JAP) y finalmente en los cordones industriales tan ensalzados que los anarquistas y trotskistas presentaban como “soviets” o comités de fábrica. Es cierto que los cordones eran en su gran mayoría la obra espontánea de los trabajadores, al igual que muchas ocupaciones de fábricas, pero acabaron siendo recuperados por el aparato político de la Unidad popular. Como un periódico trotskista debía admitirlo: “en septiembre de 1973 surgieron esos cordones en todas las barriadas industriales de Santiago y los partidos políticos de izquierda animaban a su instauración por todo el país” (Red Weekly, 5 de octubre de 1973).
Los cordones no estaban armados y no tenían ninguna independencia respecto a las redes sindicales de la Unidad Popular, de los comités locales de la policía secreta, etc. Su independencia sólo habría podido afirmarse si los trabajadores hubieran empezado a organizarse separadamente y contra el aparato de Allende. Eso habría significado abrir una lucha de clases contra la Unidad popular, contra el ejército y el resto de la burguesía.
En diciembre de 1971, Allende ya había dejado hacer a Pinochet, uno de los nuevos dictadores de Chile. En octubre de 1972, el ejército (el querido “ejército popular” de Allende) fue llamado a participar en el gobierno. Allende reconocía así la incapacidad de la coalición gubernamental para dominar a la clase obrera. Lo había intentado y había fracasado. El ejército debía seguir con la labor sin adornos parlamentarios. Peor todavía, la Unidad popular había permitido el desarme de los trabajadores ideológicamente: esto facilitó la tarea de los asesinos del 11 de septiembre [de 1973].
En realidad, Allende alcanzó el poder en 1970 para salvar la democracia burguesa en un Chile en crisis. Tras haber reforzado el sector estatal para rentabilizar la economía chilena en crisis, tras haber embaucado a una gran parte de la clase obrera con una fraseología “socialista” (lo cual era imposible a los demás partidos burgueses) su función había terminado. La conclusión lógica de esta evolución, o sea un capitalismo totalmente controlado por el Estado, no era posible en Chile, pues seguía perteneciendo a la esfera de influencia del imperialismo estadounidense y debía comerciar en un mercado mundial hostil dominado por ese imperialismo. La “izquierda” y todos los liberales, humanistas, charlatanes y tecnócratas prorrumpieron en lamentos por la caída de Allende. Aplaudieron la mentira del “socialismo” de Allende para embaucar a la clase obrera. Ya en septiembre de 1973, en Helsinki, los socialdemócratas de todo color, representantes de 50 naciones, se reunieron para “derrocar” a la junta chilena. Volvieron a sacar a relucir las carcomidas consignas del antifascismo para desviar de la lucha de clases, para ocultar a los proletarios que no tienen nada que ganar luchando y muriendo por una causa burguesa o “democrática”.
En Francia, Mitterrand y el “Programa común de la izquierda”, todos los curas progresistas y demás ralea burguesa se han puesto a entonar la copla antifascista. Con el pretexto del “antifascismo” y de apoyo a la Unidad Popular, los diferentes sectores de la clase dirigente intentarán movilizar a los trabajadores para sus remiendos parlamentarios.
Frente a esta nueva “brigada internacional” de la burguesía, la clase obrera no puede sino mostrar desprecio y hostilidad.
Las fracciones de la “extrema izquierda” del capitalismo de Estado han tocado en este concierto la misma flauta que el MIR en el de Allende. Pero, sutiles como ellos son, su apoyo era “crítico”. Sin embargo, la cuestión no es “parlamento contra lucha armada”, sino capitalismo contra comunismo, antagonismo entre la burguesía del mundo entero y trabajadores del mundo entero.
Los proletarios sólo tienen un programa: abolición de fronteras, abolición del Estado y del parlamento, eliminación del trabajo asalariado y de la producción mercantil por los productores mismos, liberación de la humanidad entera mediante la victoria de los consejos obreros revolucionarios. Otro programa solo será el de la barbarie y la engañifa de la “vía chilena al socialismo”.
(publicación de la CCI en Francia)
La chusma militar está asesinando a los obreros de Chile a cientos. Casa por casa, fábrica por fábrica, persiguen a los proletarios, los detienen, los torturan, los humillan, los matan. Reina el orden. El orden del capital, o sea, la BARBARIE.
Lo más horrible, lo más desesperante todavía, es que los trabajadores están acorralados, quieran o no quieran entrar en un combate en el que ya están derrotados de antemano, sin ninguna perspectiva, sin que en ningún momento puedan tener la convicción de arriesgar su vida por sus propios intereses.
La “izquierda” toca a rebato ante la matanza. ¡Pero si ha sido el gobierno de Unidad Popular el que ha llamado al poder a esa horda armada! Lo que la “izquierda” se calla cuidadosamente es que hace diez días, todavía gobernaba con esos mismos asesinos a los que ella calificaba de “Ejército Popular”. A esos criminales, a esos torturadores los saludaba abrazándolos en el mismo momento en que YA habían empezado a detener a obreros, a entrar en las fábricas.
Algo debe quedar claro. Desde hace tres años de gobierno de izquierdas, NUNCA han cesado los obreros de ser engañados, explotados, reprimidos. Ha sido la “izquierda” la que ha organizado la explotación. Ha sido ella la que ha reprimido a los mineros en huelga, a los obreros agrícolas, a los hambrientos de los barrios pobres. Fue ella la que denunció a los trabajadores en lucha tildándolos de “provocadores”, fue ella la que llamó a los militares al gobierno.
La Unidad Popular no ha sido nunca otra cosa que una manera particular de mantener el orden engañando a los trabajadores. Frente a la crisis que se profundiza a escala mundial, el capital chileno, en gran dificultad, antes de superarla, tenía primero, que someter al proletariado, reducir su capacidad de resistencia. Para ello, tenía que actuar en dos tiempos. Primero embaucarlo. Una vez cumplido el engaño, han alistado a los trabajadores tras las banderas burguesas de la “democracia”, o sea con los pies y las manos atadas ante el paredón.
La izquierda y la derecha de Chile, como en otras partes, no son sino las dos vertientes de la misma política del capital: aplastar a la clase obrera.
La izquierda y los izquierdistas no se contentan con llevar a los obreros a la escabechina. Además, aquí en Francia, tienen la desvergüenza de usar los cadáveres de los proletarios chilenos para organizar una engañifa a gran escala: ni esperan a que seque la sangre para llamar a los obreros a manifestarse, a cesar el trabajo para defender la “democracia” contra los militares. Así, Marchais, Mitterrand, Krivine y compañía se preparan a hacer el mismo papel que Allende, el PC y el MIR izquierdista en Chile. Pues en Francia, como en todas partes, con la profundización de la crisis, se les planteará el problema de doblegar al proletariado.
Al organizar la engañifa “democrática” sobre Chile, la izquierda se está preparando ya a llevar a cabo la operación de alistar a los obreros tras los estandartes de las “nacionalizaciones”, “la república” y otras zarandajas, para dejarlos clavados en un terreno que no es el suyo y dejarlos listos para el aplastamiento. Y al negarse a denunciar a la izquierda por lo que ésta es, los izquierdistas se ponen, también ellos, en el campo del capital.
La lección
En Chile, la crisis ha golpeado antes y más rápidamente que en otros sitios. Y antes de que el proletariado haya entablado su propio combate, las fuerza de izquierda, ese caballo de Troya de la burguesía en medio de los trabajadores, se las han arreglado para amordazarlo e impedirle aparecer como fuerza independiente en su propio terreno, con su programa, que no es el de ninguna reforma “democrática” o estatal del capital, sino la revolución social.
Todos aquellos que, como los trotskistas, han aportado el menor apoyo a esa esterilización de la clase obrera, apoyando, aunque fuera haciendo ascos y de manera “crítica”, a esas fuerzas, también tienen su responsabilidad en la masacre. Esos mismos trotskistas en Francia dan la prueba de que están del mismo lado de la barricada que la fracción de izquierdas del capital, pues se dedican a polemizar con ésta sobre los medios “tácticos” y militares para llegar al poder y reprochan a Allende el no haber alistado mejor a los obreros.
Desde Francia en 1936 hasta Chile hoy, pasando por la guerra de España, por Bolivia o Argentina, es la misma lección de siempre la que hay que sacar.
El proletariado no puede establecer ninguna alianza, formar ningún frente con las fuerzas del capital, por mucho que se pongan los adornos de la “libertad” o del socialismo. Cualquier fuerza que contribuya, por muy débilmente que sea, a vincular a los obreros a una cualquiera de las fracciones de la clase capitalista, está del lado de ésta. Cualquier fuerza que mantenga la menor ilusión sobre la izquierda del capital es un eslabón de una única cadena que lleva inevitablemente a la matanza de obreros.
Una sola unidad: la de todos los proletarios del mundo. Una sola línea de conducta: la autonomía total de las fuerzas obreras. Una sola bandera: la destrucción del Estado burgués y la extensión internacional de la revolución. Un solo programa: la abolición de la esclavitud asalariada.
Aquellos que tengan tendencia a dejarse embaucar por las bellas palabras, por los discursos vacuos sobre la “república”, las coplas empalagosas sobre la “Unidad Popular” lo mejor que pueden hacer es mirar bien el cuadro de horrores que es hoy Chile.
Con la profundización de la crisis sólo hay una alternativa: o reanudación revolucionaria o aplastamiento del proletariado.
1) Las cifras oficiales son de 3000 muertos pero las asociaciones de ayuda a las víctimas hablan de más de 10 000 muertos y desparecidos.
2) Debe decirse que Estados Unidos no fue el único país en dar apoyo a las bestias uniformadas de Sudamérica. Así, la junta que tomó el poder en Argentina algún tiempo después y que mató a 30 000 personas, cooperó activamente con la de Chile en el marco de la “operación Cóndor” para asesinar a oponentes, operación que tuvo el apoyo “técnico” de expertos militares franceses que les enseñaron una maestría adquirida durante la Guerra de Argelia en las artes y ciencias de la tortura y otros conocimientos para la lucha contra la “subversión”.
3) MIR: Movimiento de la izquierda revolucionaria.
4) Ver Révolution internationale nouvelle-série nº 5, 1973,
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/terrorismo
[2] https://es.internationalism.org/tag/21/478/confianza-y-solidaridad
[3] https://es.internationalism.org/tag/3/43/cultura
[4] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/correspondencia-con-otros-grupos
[5] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[6] https://membres.lycos.fr/bulletincommuniste
[7] https://membres.lycos.fr/bulletincommuniste/francais/b9/groupemindex.html
[8] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/parasitismo
[9] https://es.internationalism.org/tag/geografia/japon
[10] https://es.internationalism.org/tag/21/526/el-movimiento-obrero-en-japon
[11] https://es.internationalism.org/tag/20/569/katayama
[12] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/intervenciones
[13] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/irak
[14] http://www.ibrp.org
[15] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/bordiguismo
[16] https://es.internationalism.org/tag/corrientes-politicas-y-referencias/tendencia-comunista-internacionalista-antes-bipr
[17] https://es.internationalism.org/tag/geografia/estados-unidos
[18] https://es.internationalism.org/tag/21/527/la-politica-extranjera-de-los-estados-unidos-tras-la-2-guerra-mundial
[19] https://es.internationalism.org/tag/3/48/imperialismo
[20] https://es.internationalism.org/tag/21/564/fascismo-y-antifascismo
[21] https://es.internationalism.org/tag/acontecimientos-historicos/iia-guerra-mundial
[22] https://es.internationalism.org/tag/cuestiones-teoricas/fascismo
[23] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/lucha-de-clases
[24] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/crisis-economica
[25] https://es.internationalism.org/tag/21/561/la-religion
[26] https://es.internationalism.org/tag/3/52/religion
[27] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/resoluciones-de-congresos
[28] http://www.scoopfmhaiti.com/actualites/760
[29] http://french.peopledaily.com.cn/Horizon/6876299.html
[30] https://www.20min.ch/fr/story/les-usa-chassent-un-avion-hopital-francais-284399743174
[31] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/terremoto-en-haiti
[32] https://es.internationalism.org/tag/2/33/la-cuestion-nacional
[33] https://es.internationalism.org/tag/geografia/america-central-y-sudamerica
[34] https://es.internationalism.org/tag/20/565/allende
[35] https://es.internationalism.org/tag/20/566/pinochet