1. Para hacer el balance de sus análisis de la situación internacional durante los últimos cuarenta años, la CCI se ha inspirado en el ejemplo de El Manifiesto Comunista de 1848, primera declaración pública de la corriente marxista en el movimiento obrero. Las adquisiciones de El Manifiesto son bien conocidas: aplicar el método materialista al proceso histórico, mostrando el carácter transitorio de todas las formaciones sociales existentes hasta entonces; reconocer que aunque el capitalismo desempeñaba todavía un papel revolucionario al unificar el mercado mundial y desarrollar las fuerzas productivas, las contradicciones inherentes a esa relación social, expresadas en repetitivas crisis de sobreproducción, indicaban que este sistema, como los demás, no era sino una etapa transitoria en la historia de la humanidad; identificar a la clase obrera como la enterradora del modo de producción burgués; la necesidad para la clase obrera de desarrollar las luchas que emprendiese hasta llegar a la toma del poder político y poder establecer los fundamentos de una sociedad comunista; el necesario papel de una minoría comunista, producto y factor activo de la lucha de clase del proletariado.
2. Aquel paso adelante sigue siendo hoy parte fundamental del programa comunista. Pero Marx y Engels, fieles a un método que es a la vez histórico y autocrítico, fueron después capaces de reconocer que algunas partes de El Manifiesto habían sido superadas o desmentidas por la experiencia histórica. Así, después de los acontecimientos de la Comuna de París de 1871, llegaron a la conclusión de que la toma del poder por la clase obrera implicaba la destrucción y no la conquista del Estado burgués existente y, mucho antes, en los debates de la Liga de los Comunistas que siguieron a la derrota de las revoluciones de 1848, se dieron cuenta de que El Manifiesto se había equivocado al estimar que el capitalismo había entrado ya en un estancamiento fundamental y que podría realizarse ya una transición rápida desde la revolución burguesa a la revolución proletaria; y tomaron posición contra la tendencia hiperactivista en torno a Willich y Schapper insistiendo en la necesidad para los revolucionarios de desarrollar una reflexión mucho más profunda sobre las perspectivas de una sociedad capitalista aún en ascenso. No obstante, no por reconocer esos errores, cuestionaron el método subyacente a las posiciones que dieron lugar al Manifiesto e insistieron en dar a las adquisiciones programáticas del movimiento obrero bases más sólidas.
3. La pasión comunista, el ardiente deseo de poder contemplar el final de la explotación capitalista, condujeron frecuentemente a los comunistas a caer en errores semejantes a los de Marx y Engels en 1848. El estallido de la Primera Guerra Mundial y la inmensa sublevación revolucionaria que provocó, entre 1917 y 1920, fueron correctamente entendidos por los comunistas como una prueba definitiva de que el capitalismo había entrado en una nueva época, la época de su declive y por tanto la de la revolución proletaria. La revolución mundial se puso a la orden del día con la toma del poder por el proletariado ruso en 1917. Pero la vanguardia comunista de aquel periodo tendió a subestimar las enormes dificultades a las que se enfrentaba un proletariado cuya confianza en sí mismo y en su brújula moral habían sufrido un severo golpe por la traición de sus viejas organizaciones; un proletariado extenuado por sucesivos años de masacre imperialista y sobre el que pesaba fuertemente el reformismo y las influencias oportunistas que se habían incrementado en el movimiento obrero a lo largo de los tres decenios anteriores. La respuesta de la dirección de la Internacional Comunista a esas dificultades fue la de caer en nuevas versiones de oportunismo que intentaban ganar influencia en las masas; como fue la “táctica” del frente único con agentes notorios de la burguesía, muy activos en el seno de la clase obrera. Esa vuelta al oportunismo hizo surgir reacciones sanas de las corrientes de izquierda en la Internacional, en particular las Izquierdas Italiana y Alemana; pero ellas mismas se enfrentaron a obstáculos considerables para entender las nuevas condiciones históricas. En la Izquierda Alemana, las tendencias que habían adoptado la teoría de la “crisis mortal” desdeñaron ver en ello lo que en realidad era: el comienzo de la decadencia del capitalismo. Si bien esta decadencia debía comprenderse como un periodo de crisis y guerras, para esas corrientes significaba que el sistema estaba enfrentado a un muro que haría imposible su recuperación. El resultado de ese análisis fue, por una parte, el desencadenamiento de actitudes aventuristas que intentaban provocar al proletariado para que asestara el golpe mortal al capitalismo; y por otra, la instauración de una efímera “Internacional Comunista Obrera”, seguida de una fase “consejista”, que acarreó un abandono creciente de la noción misma de partido de clase.
4. La incapacidad de la mayoría de la Izquierda Alemana para responder al reflujo de la oleada revolucionaria fue un elemento crucial de desintegración de gran parte de sus expresiones organizadas. Por el contrario, a diferencia de la Izquierda Alemana, la Izquierda Italiana fue capaz de reconocer la profunda derrota sufrida por el proletariado mundial a finales de los años 1920 y de desarrollar las respuestas teóricas y organizativas que exigía la nueva fase de la lucha de clases, unas respuestas contenidas en la idea de un cambio en el curso de la historia, en la de la formación de la Fracción y en la de hacer un “balance” de la oleada revolucionaria y de las posiciones programáticas de la Internacional Comunista. Esta claridad permitió a la Fracción Italiana llevar a cabo avances teóricos inestimables y, al mismo tiempo, defender posiciones internacionalistas cuando en su entorno se sucumbía al antifascismo y al camino hacia la guerra. Aunque la propia Fracción no estaba inmunizada contra las crisis ni contra las retrocesos teóricos, en 1938 la revista Bilan (Balance) cambió su nombre por el de Octobre, anticipando una nueva oleada revolucionaria resultante de lo que era inminente: la guerra y la “crisis de la economía de guerra”, que la seguiría a aquélla. En el periodo de posguerra, la Izquierda Comunista de Francia nació como reacción a la crisis de la Fracción durante la guerra y a la precipitación inmediatista que condujo a formar el Partito Comunista Internazionalista en 1943. La Fracción fue capaz, en el fructífero periodo de 1946 a 1952, de hacer las síntesis de las mejores contribuciones de las Izquierdas Italiana y Alemana y de desarrollar la mejor comprensión de por qué el capitalismo adoptó las formas totalitarias y estatistas. Y, sin embargo, también ella acabó disgregándose debido a una comprensión errónea del periodo de postguerra, al haber previsto el estallido inminente de una tercera guerra mundial.
5. A pesar de esos serios errores el enfoque fundamental de Bilan y de la GCF (Izquierda Comunista de Francia) eran válidos y resultaron indispensables en la formación de la CCI, a comienzos de los años 1970. La CCI se formó con el conjunto de adquisiciones de la Izquierda Comunista: No sólo se constituyó basándose en posiciones de clase (como la oposición a las luchas de liberación nacional y a todas las guerras capitalistas, la crítica a los sindicatos y al parlamentarismo, el reconocimiento de la naturaleza capitalista de los partidos “obreros” y de los países “socialistas”), sino, además, en:
La comprensión del periodo histórico
6. La capacidad de la CCI de responder y desarrollar la herencia organizativa de la Izquierda Comunista se ha tratado en otros informes para el XXI Congreso. Esta Resolución se concentra en los elementos que guían nuestro análisis de la situación internacional desde nuestros orígenes. Está claro que la CCI no es simplemente heredera de las adquisiciones del pasado, sino que ha sido capaz de desarrollarlas de muchas maneras:
7. Junto a esa capacidad de apropiarse y desarrollar las adquisiciones del movimiento obrero en el pasado, la CCI, como todas las organizaciones revolucionarias precedentes, ha padecido las múltiples presiones ejercidas por el orden social dominante y de las formas ideológicas que estas presiones engendran –sobre todo el oportunismo, el centrismo y el materialismo vulgar. Concretamente en sus análisis de la situación mundial, ha sido también presa de la impaciencia y del inmediatismo que habíamos identificado en las organizaciones del pasado y que son, en parte, expresión de una forma mecanicista de materialismo. Estas debilidades se han agravado durante la historia de la CCI por las condiciones en las que surgió, pues sufrió los efectos de la ruptura orgánica con las organizaciones del pasado; el impacto de la contrarrevolución estalinista, que introdujo una visión falsa de la lucha y de la moral proletarias; así como de la fuerte influencia de la revuelta pequeño burguesa de los años 1960 –la pequeña burguesía, en tanto que clase sin futuro histórico, es casi por definición la encarnación del inmediatismo. Además, esas tendencias se han exacerbado en el periodo de descomposición que actúa, a la vez que como producto, como factor activo de la pérdida de perspectiva para el futuro.
8. El peligro del inmediatismo se expresó ya en la CCI, desde su inicio, en su evaluación de la relación de fuerzas entre las clases sociales. Aunque identificó correctamente el periodo posterior a 1968 como el final de la contrarrevolución, su caracterización del nuevo curso histórico como “curso a la revolución” implicaba un ascenso lineal y rápido de las luchas inmediatas hasta el derrocamiento del capitalismo; y aunque esa formulación fue corregida más tarde, la CCI siguió manteniendo la idea de que las luchas que se sucedieron entre 1978 y 1989, a pesar de los retrocesos temporales, representaban una ofensiva semipermanente del proletariado. Es más, las inmensas dificultades de la clase obrera para pasar del movimiento defensivo a la politización de sus luchas y al desarrollo de una perspectiva revolucionaria, nunca fueron ni suficientemente esclarecidas ni analizadas. Aunque la CCI fue capaz de identificar el inicio de la descomposición y el hecho de que la caída de los bloques implicaba un profundo retroceso de la lucha de clases, seguimos albergando la esperanza de que la profundización de la crisis económica volvería a traer las “oleadas” de luchas de los años 1970-1980; aunque en aquel momento consideramos con razón que hubo un retroceso, después de 2003 continuamos subestimando las enormes dificultades ante las que se encontraba la nueva generación de la clase obrera para dar una perspectiva clara a sus luchas, un factor que afecta a la vez a toda clase obrera y a sus minorías politizadas. Los errores de análisis han alimentado algunos planteamientos falsos, incluso oportunistas, en la intervención en las luchas y en la construcción de la organización.
9. La teoría de la descomposición (que fue el último legado del camarada MC a la CCI) ha sido un guía indispensable y fundamental para comprender el periodo actual, pero la CCI ha tenido que seguir pugnando por comprender todas sus implicaciones. Esto se concretó particularmente cuando fue necesario explicar y reconocer las dificultades de la clase obrera desde los años 1990. A pesar de que fuimos capaces de ver cómo la burguesía utiliza los efectos de la descomposición para montar enormes campañas ideológicas contra la clase obrera –la más ruidosa de todas fue el aluvión de mentiras sobre la “muerte del comunismo”, tras el hundimiento del bloque del Este– no examinamos con suficiente profundidad hasta qué punto el proceso mismo de la descomposición tendía a ahogar la confianza en sí y la solidaridad en el proletariado. Además, hemos tenido muchas dificultades para comprender el impacto que sobre la identidad de clase ha tenido la destrucción de las viejas concentraciones obreras en algunos de los países centrales del capitalismo y su deslocalización a las naciones anteriormente “subdesarrolladas”. Aun cuando teníamos al menos una comprensión parcial de la necesidad para el proletariado de politizar sus luchas para resistir a la descomposición, fue bastante más tarde cuando empezamos a comprender que, para el proletariado, encontrar su identidad de clase y adoptar una perspectiva política conlleva una dimensión moral y cultural que es vital.
10. Es probablemente en el seguimiento de la crisis económica donde se han expresado de manera más evidente las dificultades de la CCI, especialmente:
11. En lo que se refiere al ámbito de las tensiones imperialistas, la CCI tiene un marco de análisis que, en general, es muy sólido y que muestra las diferentes fases de enfrentamiento entre los bloques en los años 1970 y 80; y, aunque sorprendida de alguna manera por el brutal hundimiento del bloque del Este y de la URSS tras 1989, había desarrollado ya las herramientas teóricas para analizar las debilidades inherentes a los regímenes estalinistas; ligando esto a su comprensión de la cuestión del militarismo y al concepto de descomposición que había comenzado a elaborar en la segunda mitad de los años 1980, la CCI fue la primera organización en el medio proletario en prever el final del sistema de bloques, el declive de la hegemonía estadounidense y el desarrollo muy rápido de la tendencia de “cada uno a la suya” a nivel imperialista. Conscientes de que la tendencia a la formación de bloques imperialistas no iba a desaparecer después de 1989, fuimos capaces de mostrar las dificultades a las que habría de enfrentarse el candidato más verosímil para desempeñar al papel de cabeza de bloque contra EEUU, Alemania, que pese a haberse reunificado, también tenía muchas dificultades para ser un día capaz de asumir su ambición imperialista; pero fuimos, no obstante, menos capaces de prever la capacidad de Rusia de volver a emerger como fuerza que se hace notar en la escena mundial; y, lo que es aún más importante, tardamos mucho en ver el ascenso de China como nuevo actor significativo en las rivalidades entre las grandes potencias, unas rivalidades que se han ido agudizando en las dos o tres últimas décadas –un fracaso estrechamente conectado a nuestro problema para reconocer la realidad del avance económico de China.
12. La existencia de todas estas debilidades, consideradas en conjunto, no debe ser un factor de desmoralización sino un estímulo para emprender un programa de desarrollo teórico que capacite a la CCI para profundizar su visión de todos los aspectos de la situación mundial. El comienzo de un balance crítico de los 40 últimos años emprendido en los Informes del Congreso y las tentativas de llegar a las raíces de nuestro análisis de la lucha de clase y de la crisis económica y la redefinición de nuestro papel como organización en el periodo de descomposición capitalista –son elementos que anuncian un auténtico renacimiento cultural en la CCI. En el periodo venidero, la CCI también deberá volver sobre en cuestiones teóricas tan fundamentales como la naturaleza del imperialismo y de la decadencia, para cimentar un marco más sólido para nuestros análisis de la situación internacional.
13. El primer paso en el balance crítico de 40 años de análisis de la situación mundial es, tras el reconocimiento de nuestros errores, comenzar a profundizar hasta llegar a averiguar la causa de sus orígenes. Sería pues prematuro intentar tener en cuenta todas sus implicaciones en el análisis de la situación actual del mundo y de sus perspectivas. Sí que podemos decir, en descargo de nuestras debilidades, que los elementos fundamentales de nuestras perspectivas siguen siendo válidos:
Las premisas de esta espiral son ya discernibles y tienen consecuencias muy negativas para un proletariado cuyas fracciones “periféricas” están directamente movilizadas o masacradas en los conflictos actuales y las “centrales” se hallan incapacitadas para reaccionar a la creciente barbarie, lo que refuerza la tendencia a caer en la atomización y la desesperanza. A pesar de todos los peligros, bien reales, a los que nos empuja la marea creciente de la descomposición, el potencial de la clase obrera para responder a esta crisis sin precedentes de la humanidad no se ha agotado, como lo indicaron los mejores momentos del movimiento estudiantil en Francia durante 2006 o las revueltas sociales de 2011, en las que el proletariado, incluso sin reconocerse a sí mismo como clase, mostró signos evidentes de su capacidad para unificarse, a pesar de todas sus divisiones, en las calles y en las asambleas generales. Sobre todo los jóvenes proletarios que, comprometidos en esos movimientos en la medida en que han comenzado a desafiar la brutalidad de las relaciones sociales capitalistas y a pensar en una nueva sociedad, han dado los primeros tímidos pasos hacia la convicción de que la lucha de clases no es únicamente una lucha económica sino una lucha política y cuyo fin último sigue siendo el que audazmente señalaba El Manifiesto de 1848: el establecimiento de la dictadura del proletariado y la inauguración de una nueva cultura humana.