La burguesía en todo el mundo viene asegurando que la crisis ha sido eliminada, no obstante los ataques en contra de las condiciones de vida de los trabajadores se recrudecen. Los mismos cantos entusiastas de la burguesía filtran en sus pronósticos la amenaza y la justificación de esos ataques que vienen, por ejemplo, el FMI advierte: "El aumento del desempleo constituirá un serio reto para muchas economías avanzadas y la pobreza seguirá siendo un problema para muchas economías en desarrollo. (...) las tasas de desempleo suelen aumentar significativamente después de los shocks financieros y a mantenerse mas elevadas durante muchos años. Para limitar el alcance de la destrucción de puestos de trabajo se necesitara un crecimiento salarial mas lento o incluso recortes salariales para muchos trabajadores." (Perspectivas de la economía mundial, octubre-2009. El subrayado es nuestro).
Esta política anunciada se pondrá en práctica lo mismo en los países de mayor industrialización que en los de menor, y tanto gobiernos de derecha como de izquierda están siempre prestos a incrementar los niveles de explotación, pues es el principal instrumento con que cuentan para salvaguardar la ganancia capitalista. Los discursos de la burguesía en todo el mundo buscarán presentar a estas medidas como "medicinas amargas", que requieren el sacrificio de los asalariados para el beneficio de la economía nacional. Pero salvar la economía significa para los trabajadores olvidar su condición de explotado y suponer que los trabajadores y explotados pueden tener algún interés en común.
El 2009 ha cerrado con una degradación de las condiciones de vida de los trabajadores de todo el planeta. La economía mexicana ha cerrado el año con la caída de su PIB en uno de los niveles más bajos de todo el planeta: -7.3% (según las cifras estimadas del FMI), de la misma forma su tasa de desempleo, aún cuando su medición tiene una serie de trucos estadísticos que le permite esconder la dimensión real, nos da una señal aproximada del problema cuando vemos que alcanzó un nivel superior al 6% (lo cual es significativo, si consideramos que en 1996 había alcanzado el nivel históricamente más alto, es decir del 5.5%), lo que significa que por lo menos 2.9 millones de trabajadores fueron lanzados al desempleo durante el año pasado. Esa sesgada información puede ampliarse cuando notamos que la población que labora en las peores condiciones y con ingresos muy bajos, ubicadas en el denominado "sector informal", tiene una tasa de crecimiento acelerada, que según las cifras oficiales, hizo que este año condujera a la suma de 12.1 millones de trabajadores, lo que representa el 26.8% de la Población Económicamente Activa[1].
Pero a si estos elementos señalados, le agregamos las violentas agresiones contra los trabajadores de la electricidad y el tratamiento ruin que dan a los hijos de los trabajadores en las guarderías, que condujo a la muerte de decenas de niños, ya es posible evaluar el grado de dificultades que los explotados de la región han vivido en 2009, pero la situación no mejorará en 2010, no hay el menor indicio de que estas dinámicas cambien, por el contrario empeorará.
Iniciando el año los trabajadores encontrarán que hay que pagar más impuestos en cada compra, dado que el IVA ha pasado del 15 al 16%, pero además su salario será reducido con el incremento del ISR, que pasa del 28 al 30%. Unido a estos golpes se agregan enseguida los incrementos de precios, tan sólo los ya anunciados son los referentes a la energía eléctrica, que se incrementará en 6%, el metro en la ciudad de México subirá 50% (es decir su costo será de 3 pesos), y por cada 20 litros de gasolina se pagará 1.20 pesos más y la lista se irá haciendo más larga... en cambio los salarios se han de ajustar a los ilusorios niveles inflacionarios que anuncian, es decir a 4.85%, así mismo, las dificultades por el desempleo serán mayores.
Pero reflexionar sobre las condiciones de miseria y explotación de los trabajadores no es para lamentarnos, sino para comprender que el capitalismo no puede ofrecer otra cosa y por ello es necesario echarlo abajo.
La degradación de la vida de los trabajadores no es una característica única o peculiar de los habitantes de países de bajo desarrollo industrial, es una condición general a la que lleva el capitalismo a todos los explotados en todos los países, por eso ante esa evidencia, la clase dominante no tiene más camino que construir ilusiones y velos para encubrir la realidad.
A principios de 2009 congresistas de México organizaron un foro "México ante la crisis, ¿qué hacer para crecer?", en el que asistieron personeros del capital de diversos países para consolarse e inventar salidas mágicas a la crisis. Por ejemplo el presidente uruguayo Julio María Sanguinetti dijo: "no hay milagros para superar las crisis financieras y económicas" pero un instrumento para lograrlo, nos dice, es "preparar a su gente y formar el capital humano necesario y prescindible para enfrentar los desafíos de un crecimiento profundamente competitivo" (La jornada, 28-01-09). Desde los años 60 la burguesía ha construido el concepto de "capital humano" para explicar a "la educación y la formación como inversión que realizan individuos racionales, con el fin de incrementar su eficiencia productiva y sus ingresos..." (André Destinobles, El capital humano en las teorías del crecimiento)... Pero los discursos de los voceros del capital y las categorías de la "ciencia económica" no son sino expresiones huecas muy alejadas de la realidad.
Mientras aseguran que una prevención a la crisis es la preparación individual de las nuevas generaciones, la realidad muestra que esa joven generación es la que carga lo más pesado de la crisis ya que una masa cada vez mayor de jóvenes son alejados de la posibilidad de contar con estudios universitarios, y otra parte de ellos que se han esforzado en prepararse viven la tragedia de no contar con empleo o aquellos que lo obtienen es de una condición muy precaria. Justamente esa realidad ha llevado a que sociólogos españoles para definir a los jóvenes con alta capacitación pero sin empleo los definan como la "generación cero" y antes le llamaron los JASP (jóvenes, aunque sobradamente preparados). Es evidente que esos conceptos describen un problema pero no pueden explicar que es un fenómeno producto de la decadencia capitalista que expone las profundas y crónicas dificultades que tiene el sistema para dar un relanzamiento creciente y continuo a la acumulación de capital, llegando al grado de impedir que grandes capas de proletarios puedan tener la posibilidad de vender su fuerza de trabajo.
Por eso, el capitalismo es un sistema que no puede ofrecer ningún futuro a la humanidad, mientras este mantenga su dominio los trabajadores sólo pueden esperar más miseria, desempleo, guerras y hambrunas.
Tatlin/diciembre-2009
[1] Se define como PEA a las personas entre 14 y 65 años, que tiene capacidad para laborar. En México la PEA la forman 45.2 millones de Hombres y mujeres, la cual muestra un crecimiento anual de 1.2 millones de personas, que representan jóvenes demandantes de trabajo.
El boom de posguerra llevó a muchos a pensar que el marxismo estaba anticuado, que el capitalismo había descubierto el secreto de la eterna juventud ([1]) y que en adelante la clase obrera ya no era el actor del cambio revolucionario. Pero una pequeña minoría de revolucionarios, trabajando muy a menudo en un aislamiento casi total, mantuvo sus convicciones en los principios fundamentales del marxismo. Uno de los más importantes de entre ellos fue Paul Mattick, en Estados Unidos. Mattick respondió a Marcuse, que pretendía haber descubierto un nuevo sujeto revolucionario, en su libro Los límites de la integración: el hombre unidimensional en la sociedad de clase (1972) ([2]), donde reafirmaba el potencial revolucionario de la clase obrera para derrocar el capitalismo. Pero su contribución más duradera fue probablemente su libro Marx y Keynes, los límites de la economía mixta, publicado en inglés por primera vez en 1969 pero basado en estudios y análisis realizados a partir de los años cincuenta.
Aunque ya a finales de los años sesenta empezaron a aparecer los primeros signos de una nueva fase de crisis económica abierta (con la devaluación de la libra esterlina en 1967 por ejemplo), defender la idea de que el capitalismo seguía siendo un sistema minado por una profunda crisis estructural, era entonces ir, sin lugar a dudas, a contracorriente. Pero Mattick siguió haciéndolo más de 30 años después de haber resumido y desarrollado la teoría de Henryk Grossman sobre el hundimiento del capitalismo en su principal trabajo, La crisis permanente (1934) ([3]), y manteniendo que el capitalismo era ya un sistema social en regresión, y que las contradicciones subyacentes al proceso de acumulación no se habían exorcizado sino que tendían a resurgir. Centrándose en la utilización del Estado por la burguesía con el fin de controlar el proceso de acumulación, ya sea en la forma keynesiana de “economía mixta” en Occidente o en su versión estalinista en el Este, puso de manifiesto que la manipulación de la ley del valor no era el signo de la superación de las contradicciones del sistema (como por ejemplo defendía Paul Cardan/Cornelius Castoriadis, especialmente en El movimiento revolucionario bajo el capitalismo moderno, 1979) sino, precisamente lo contrario, la expresión de su decadencia:
“A pesar de la larga duración coyuntural de la llamada prosperidad que los países industriales avanzados vivieron, nada permite suponer que la producción de capital puede superar, gracias a la intervención del Estado, las contradicciones que le son inherentes. Al contrario, el incremento de dicha intervención lo que indica es la persistencia de la crisis de producción de capital, mientras que el crecimiento del sector controlado por el Estado pone de manifiesto la decadencia cada vez más acentuada del sistema de empresa privada” ([4]).
“Como puede verse las soluciones keynesianas eran artificiales, aptas para diferir pero no para hacer desaparecer definitivamente los efectos contradictorios de la acumulación del capital, tal y como Marx los había predicho” ([5]).
Mattick mantenía pues que “… el capitalismo –al contrario de lo que aparenta - se ha convertido hoy en un sistema regresivo y destructivo” ([6]).
Y al principio del capítulo XIX, “El imperativo imperialista”, Mattick afirma que el capitalismo no puede evitar su tendencia a la guerra ya que es el resultado lógico del bloqueo del proceso de acumulación. Pero escribiendo al mismo tiempo que “… se puede suponer que, por medio de la guerra, [la producción para el derroche] se producirán transformaciones estructurales de la economía mundial y la relación de fuerzas políticas que permitirán a las potencias victoriosas beneficiarse de una nueva fase de expansión” ([7]), y añade que eso no debe tranquilizar a la burguesía porque “Esta clase de optimismo ya no tiene sentido vista la capacidad de destrucción de las armas modernas, especialmente las atómicas” ([8]).
Además, para el capitalismo, “saber que la guerra puede conducir a un suicidio general (...) no debilita de ningún modo la tendencia hacia una nueva guerra mundial” ([9]).
La perspectiva que anuncia en la última frase de su libro sigue siendo válida, y es la misma que los revolucionarios ya habían enunciado en la época de la Primera Guerra mundial: “socialismo o barbarie”.
Sin embargo, hay algunos defectos en el análisis que hace Mattick de la decadencia del capitalismo en su libro Marx y Keynes. Por una parte, ve la tendencia a la distorsión de la ley del valor como una expresión de la decadencia; pero, por otra, afirma que los países del bloque del Este, enteramente estatalizados, no están sujetos a la ley del valor y por tanto tampoco a la tendencia a las crisis. Defiende incluso que, desde el punto de vista del capital privado, estos regímenes pueden “definirse como un socialismo de Estado, por el mero hecho de que el capital allí está centralizado por el Estado” ([10]), aunque desde el punto de vista de la clase obrera, hay que definirlos como capitalismo de Estado. En cualquier caso, “el capitalismo de Estado no está afectado por la contradicción entre producción rentable y producción no rentable, una contradicción que sí sufre el sistema rival (….) el capitalismo de Estado puede producir de manera rentable o no, sin caer en el estancamiento” ([11]).
Desarrolla la idea de que los Estados estalinistas son, en cierto modo, un sistema diferente, profundamente antagónico a las formas occidentales de capitalismo –y es en este antagonismo donde parece situar la fuerza motriz de la Guerra fría, puesto que escribe con respecto al imperialismo contemporáneo que: “contrariamente al imperialismo y al colonialismo de tiempos del liberalismo, se trata esta vez no sólo de una lucha por fuentes de materias primas, mercados privilegiados y campos de exportación del capital, sino también de una lucha contra nuevas formas de producción de capital que escapan a las relaciones de valor y a los mecanismos competitivos del mercado y en consecuencia, en este sentido, de una lucha por la supervivencia del sistema de propiedad privada” ([12]).
Esta interpretación se realiza al mismo tiempo que su argumento según el cual los países del bloque del Este no tienen, estrictamente hablando, una dinámica imperialista propia.
El grupo Internationalism en Estados Unidos –que iba a convertirse más tarde en una sección de la CCI– destacó esta debilidad en el artículo que publicó en el no 2 de su revista a principios de los años setenta, “El Capitalismo de Estado y ley del valor, una respuesta a Marx y Keynes”. El artículo pone de manifiesto que el análisis que hace Mattick de los regímenes estalinistas mina el concepto de decadencia que él, por otra parte, defiende: ya que si el capitalismo de Estado no es propenso a las crisis; sí es en realidad, como lo defiende Mattick, más favorable a la “cibernetización” y al desarrollo de las fuerzas productivas; si el sistema estalinista no estuviera empujado a seguir sus tendencias imperialistas, los fundamentos materiales de la revolución comunista desaparecerían y la alternativa histórica planteada por el periodo de decadencia se hace también incomprensible:
“Cuando Mattick emplea el término capitalismo de Estado lo hace de forma inapropiada. El capitalismo de Estado o “socialismo de Estado”, que Mattick describe como un método de producción explotador pero no capitalista, se asemeja mucho a la descripción hecha por Bruno Rizzi y Max Shachtman del “colectivismo burocrático”, en los años anteriores a la guerra. El hundimiento económico del capitalismo, de un modo de producción basado en la ley del valor que Mattick considera inevitable, no sitúa la alternativa histórica en los términos de socialismo o barbarie, sino en la disyuntiva entre socialismo o barbarie o “socialismo de Estado”.”
La realidad dio la razón al artículo de Internationalism. De manera general, es cierto que la crisis en los países del Este no tomó la misma forma que en el Oeste. Esencialmente se manifestó como subproducción y no como sobreproducción, especialmente en lo que se refiere a los bienes de consumo. Pero el desarrollo de la inflación que devastó esas economías durante décadas, y a menudo fue la chispa que encendió los movimientos más importantes de la lucha de clases, fue la señal de que la burocracia no había conjurado en modo alguno el impacto de la ley del valor. Sobre todo, el hundimiento del bloque del Este ilustró no solo el callejón sin salida en que se había metido en lo social y lo militar. Sobre todo, puso de manifiesto que la ley del valor se “tomó su revancha” con los regímenes que habían pretendido esquivarla. Por eso, al igual que el keynesianismo, el estalinismo se reveló una “solución artificial”, “apta para diferir momentáneamente, pero no para hacer desaparecer definitivamente los efectos contradictorios de la acumulación del capital, tal como Marx los habían predicho” ([13]).
El espíritu de Mattick fue creciendo en arrojo gracias a la experiencia directa de la revolución alemana y la defensa de las posiciones de clase contra la contrarrevolución triunfante en los años 1930 y 1940. Otro “superviviente” de la Izquierda Comunista, Marc Chirik, también siguió militando durante el período de reacción y guerra imperialista. Marc Chirik fue un miembro fundamental en el seno de la Izquierda Comunista de Francia (ICF) cuya contribución ya examinamos en el artículo anterior de esta serie. Durante los años 1950 residió en Venezuela y, temporalmente, estuvo desvinculado de toda actividad política organizada. Pero a principios de los años 1960, consiguió agrupar a un círculo de jóvenes militantes que formaron el grupo Internacionalismo, fundado sobre la base de los mismos principios políticos que desarrolló la Izquierda Comunista en Francia, incluyendo explícitamente el concepto de Decadencia del capitalismo. Pero mientras que la ICF había luchado por mantenerse viva políticamente en un período oscuro y difícil en la historia del movimiento obrero, el grupo surgido en Venezuela fue una expresión organizada que expresaba los cambios que se estaban produciendo en la conciencia de la clase obrera a nivel mundial. Reconoció con una claridad sorprendente que las dificultades financieras que comenzaban a corroer el organismo, aparentemente sano, del capitalismo significaban realmente el principio de una nueva manifestación de su crisis histórica que encontraría ante sí a una generación no derrotada de la clase obrera. Internacionalismo escribió en enero de 1968:
“No somos profetas y no pretendemos tampoco predecir cuándo y cómo se desarrollarán los acontecimientos en el futuro. Pero lo que sí es evidente y cierto es que el proceso en el cual comienza hoy a hundirse el capitalismo no puede detenerse y conduce directamente a la crisis. Igualmente, somos conscientes de que el desarrollo de la combatividad de clase del que empezamos a ser testigos hoy conducirá el proletariado a una lucha sangrienta y directa por la destrucción del Estado burgués”.
Este grupo fue uno del los más lúcidos en la interpretación de los movimientos sociales masivos en Francia en mayo de 1968 y en Italia y otros lugares el año siguiente, al calificarlos como las expresiones del fin del período de la contrarrevolución.
Para Internacionalismo, esos movimientos de clase eran una respuesta del proletariado a los primeros efectos de la crisis económica mundial que ya había producido un incremento del desempleo y las tentativas por controlar los aumentos de salario. Para otros, aquellos acontecimientos históricos sólo eran una manifestación mecánica de un marxismo caduco y anticuado: Mayo de 1968 expresaba sobre todo, la rebelión directa del proletariado contra la alienación en el seno de una sociedad capitalista que funcionaba a pleno rendimiento. Tal era el punto de vista de los llamados Situacionistas que consideraban que toda tentativa de relacionar el desarrollo de la crisis con la lucha de clase era expresión de la visión de sectas de la época de los dinosaurios:
“Por lo que se refiere a las ruinas del viejo ultra-izquierdismo no trotskista, necesitan encontrar al menos una crisis económica abierta para aplicar sus esquemas. Supeditan todo movimiento revolucionario a la vuelta de esa crisis y, no ven nada más allá. Ahora que reconocen una crisis revolucionaria en Mayo, deben probar que esta crisis económica “invisible” ya estaba allí en la primavera de 1968. Sin miedo al ridículo que protagonizan, en eso trabajan hoy, produciendo esquemas sobre la subida del desempleo y la inflación. Para ellos, la crisis económica no es una realidad objetiva terriblemente visible como la que se vivió en 1929, sino la presencia eucarística en que se apoya su religión” ([14]).
Como hemos demostrado anteriormente, la opinión de Internacionalismo sobre las relaciones entre la crisis y la lucha de clases no se modificó retrospectivamente; al contrario, su fidelidad al método marxista le permitió prever, en base a algunos hechos significativos aunque no espectaculares, el estallido de movimientos como Mayo de 1968. La agudización de la crisis a partir de 1973 de una forma mucho más visible, clarificó rápidamente el hecho de que era la Internacional Situacionista (que había adoptado más o menos la teoría de Cardan de que el capitalismo había superado sus contradicciones económicas), la que tenía una visión anclada en una idea de la vida del capitalismo que se había acabado definitivamente.
La hipótesis de que Mayo de 1968 expresaba una reaparición significativa de la clase obrera fue confirmada por la proliferación internacional de grupos y círculos que intentaron desarrollar una crítica auténticamente revolucionaria del capitalismo. Naturalmente, después de un período tan largo de reflujo debido a la contrarrevolución, este nuevo movimiento político proletario era muy heterogéneo e inexperimentado. Reaccionando contra los horrores del estalinismo, estaba muy generalizada la desconfianza en su seno hacia el concepto de organización política y, en general, estaba dominado por una reacción visceral hacia todo lo que se suponía que representaba el “leninismo” y la supuesta rigidez del marxismo. Algunos de aquellos grupos se perdieron en un activismo frenético y, en ausencia de un análisis a largo plazo, no sobrevivieron al final de la primera ola internacional de luchas obreras iniciada en 1968. Otros grupos no negaban la relación entre luchas obreras y crisis, pero la comprendían desde un punto de vista completamente diferente a Internacionalismo. Pensaban que era básicamente la combatividad obrera la que había producido la crisis al defender sus reivindicaciones de aumentos salariales sin restricciones y negándose a someterse a los niveles de reestructuración capitalistas que exigía la profundización de la crisis económica. Este punto de vista fue defendido en Francia, en particular por el Groupe de Liaison pour l’Action des Travailleurs (Grupo de Enlace por la Acción de los Trabajadores, uno de los numerosos herederos de Socialismo o Barbarie) y en Italia por la corriente de la autonomía obrera, que consideraba el marxismo “tradicional” como desesperadamente “objetivista” (volveremos sobre esta visión en un próximo artículo) en su comprensión de las relaciones entre la crisis y la lucha de clases. Sin embargo, esta nueva generación descubriría también los trabajos de la Izquierda Comunista y que la defensa de la teoría de la Decadencia del capitalismo formaba parte de ese patrimonio histórico. Marc Chirik y algunos jóvenes camaradas del grupo Internacionalismo decidieron trasladarse a Francia y, en el fuego de los acontecimientos de 1968, participaron muy activamente en la formación del primer núcleo del grupo llamado Révolution Internationale. Desde sus inicios, Révolution Internationale puso el concepto de decadencia en el centro de su planteamiento político y consiguió convencer a una serie de grupos e individuos de corrientes consejistas y libertarias de que sus posiciones de oposición a los sindicatos, a las liberaciones nacionales y a la democracia capitalista no podían defenderse correctamente sin un marco histórico coherente. En los primeros números de Révolution Internationale, se publicaron una serie de artículos sobre “La decadencia del capitalismo” que posteriormente se publicarían en forma de folleto firmado por la Corriente Comunista Internacional (CCI). Este texto está disponible en nuestra web ([15]) y contiene los principales fundamentos históricos del método político de la CCI, basados en un amplio recorrido histórico que va del comunismo primitivo, los diferentes modos de producción que han precedido al capitalismo y un examen muy exhaustivo del ascenso y la decadencia del propio capitalismo.
Como los artículos de esta serie, dicho folleto se basa en el concepto de Marx de las “épocas de las revoluciones sociales”, poniendo de relieve los elementos clave y las características comunes a todas las sociedades de clases en los períodos en que se convirtieron en obstáculos al desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad: la intensificación de las luchas entre fracciones de la clase dominante, el papel creciente del Estado, la descomposición de las justificaciones ideológicas, las luchas crecientes de las clases oprimidas y explotadas. Aplicando este planteamiento general a las especificidades de la sociedad capitalista, intenta mostrar cómo el capitalismo, desde el principio del siglo xx, pasa de ser una “forma de desarrollo” para transformarse en un “obstáculo” histórico para el desarrollo de las fuerzas productivas. Este hecho, se plasma especial y brutalmente en el advenimiento de las guerras mundiales, los numerosísimos conflictos imperialistas que las han acompañado, las luchas revolucionarias que estallaron a partir de 1917, el enorme aumento del papel del Estado y el increíble derroche de trabajo humano en el desarrollo de la economía de guerra y otras formas de gastos improductivos.
Esta visión general, presentada en una época en la que las primeras manifestaciones de una nueva crisis económica se hacían cada vez más visibles, convenció a una serie de grupos de otros países de que la teoría de la decadencia constituía un punto de partida fundamental para las posiciones comunistas de izquierda. De hecho, no solo estaba en el centro de la Plataforma política de la CCI, también fue adoptada por otras tendencias como Revolutionary Perspectives y, más tarde, por la Communist Workers Organisation (CWO) en Gran Bretaña. Sin embargo, hubo importantes desacuerdos sobre las causas de la decadencia del capitalismo: el folleto de la CCI adoptaba, en líneas generales, el análisis de Rosa Luxemburg, aunque el análisis del boom de posguerra (que veía la reconstrucción de las economías destruidas por la guerra como una especie de nuevo mercado) fue más tarde objeto de debates en seno de la CCI, y hubo siempre, en el interior de la CCI, otras opiniones sobre la cuestión, en particular por parte de camaradas que han defendido la teoría de Grossman-Mattick, compartida también por la CWO y otros grupos. Pero en este período de reemergencia del movimiento revolucionario de nuestra época, “la teoría de la decadencia” alcanzó adquisiciones significativas.
En nuestra contribución al trabajo para recoger y presentar de forma histórica y sistemática los esfuerzos que varias generaciones de revolucionarios dedicaron a comprender el período de decadencia del capitalismo, llegamos ahora a los años 1970 y 1980. Pero antes de examinar la evolución –y las numerosas regresiones– que hubo en lo teórico durante esas décadas hasta hoy, nos parece útil recordar y poner al día el balance que publicamos en el primer artículo de esta serie ([16]), ya que desde principios de 2008 (fecha de su publicación) se han producido acontecimientos espectaculares a nivel económico.
1. En lo económico
En los años 1970 y 1980, la primera oleada de lucha de clases a nivel internacional conoció una serie de avances y retrocesos, pero la crisis económica avanzaba inexorablemente invalidando la tesis de los “autonomistas” que afirmaban que las dificultades económicas se debían al desarrollo de las luchas obreras. La Gran Depresión de los años 1930, que se desarrolló en un contexto histórico marcado por una profunda y brutal derrota de la clase obrera a escala mundial, ya había desmentido ampliamente la citada tesis de los llamados autonomistas. Es más, la aparición y evolución visible de la quiebra económica tanto a mediados de los años 1970, como a principios de los años 1980 y a lo largo de los 1990, años todos ellos que conocieron momentos de retrocesos y desaparición de la lucha de la clase obrera, volvió a poner de manifiesto que la profundización de la crisis económica era un proceso “objetivo”, dinámico y complejo que no estaba determinado en lo esencial por el grado de resistencia que la clase obrera fuera capaz de oponer.
Ese período mostró igualmente que el curso y el ritmo de la crisis económica se escapaba a una voluntad de control eficaz por parte la burguesía. El abandono de las políticas keynesianas que habían acompañado los años de auge de posguerra supuso el retorno de una inflación galopante. Ante esta situación, la burguesía en los años 1980 intentó “equilibrar las cuentas” por medio de políticas económicas que causaron una marea de desempleo masivo y una desindustrialización de gran calado en la mayoría de los países centrales del capitalismo. Durante los años siguientes, hubo nuevas tentativas para estimular el crecimiento económico utilizando como recurso principal, y a una escala desconocida hasta entonces, el endeudamiento masivo. Esta política económica permitió la existencia de “bonanzas económicas” de corta duración pero causó también una acumulación subyacente de profundas tensiones que estallaron y aparecieron a la luz del día con la quiebra de 2007-08.
Una panorámica general e histórica de la evolución de la economía capitalista mundial desde 1914 no muestra, ni mucho menos, el escenario propio de un modo de producción ascendente. Muy al contrario, muestra de forma evidente y dramática la realidad de un sistema incapaz de evitar el callejón sin salida que vive en su declive, cualesquiera que sean las técnicas que haya intentado utilizar:
• 1914-1923: Primera Guerra mundial y primera oleada internacional de revoluciones proletarias. La Internacional Comunista define la situación histórica como la “época de las guerras y las revoluciones”;
• 1924-1929: breve reanudación que no disipa el estancamiento de posguerra de las “viejas” economías y de los “viejos” imperios; el “boom” se limita a los Estados Unidos;
• 1929: la expansión exuberante del capital norteamericano acaba en una quiebra espectacular, precipitando al capitalismo en la depresión más profunda y generalizada de su historia. No hay revitalización espontánea de la producción como era el caso en las crisis cíclicas del siglo xix. Se utilizan medidas de capitalismo de Estado para reactivar la economía, medidas que forman parte de una dinámica que desemboca imparablemente hacia la Segunda Guerra mundial;
• 1945-1967: Desarrollo muy importante de los gastos del Estado (medidas keynesianas) financiados esencialmente por medio del endeudamiento y que se basan en ganancias de productividad inéditas, que crean las condiciones de un período de crecimiento y prosperidad sin precedentes, aunque una gran parte del llamado “Tercer Mundo” se queda casi totalmente excluida;
• 1967-2008: 40 años de crisis abierta, evidenciada en particular por la inflación galopante de los años 1960 y el desempleo masivo de los años 1980. Durante los años 1990 y a principios de los años 2000, esta gravedad histórica de la crisis se manifiesta más “abierta y claramente” en momentos concretos y, de forma más evidente en algunas partes del globo que en otras. La eliminación de las restricciones al movimiento de capitales y la especulación financiera a escala mundial, toda una serie de deslocalizaciones industriales hacia países y zonas del planeta donde la mano de obra es mucho más barata, el desarrollo de nuevas tecnologías, y, sobre todo, el recurso casi ilimitado al crédito por parte de los Estados, las empresas y los hogares: todo esto crea una burbuja de “crecimiento” en la cual pequeñas élites acumulan enormes beneficios, países como China conocen un crecimiento industrial frenético y, el crédito al consumo alcanza cotas sin precedentes en los países capitalistas centrales. Sin embargo, las señales de alarma y de la gravedad de lo que va a llegar años después subyacen claramente a lo largo de este período: recesiones abiertas suceden sistemáticamente a los momentos de crecimiento (por ejemplo las de 1974-75, 1980-82, 1990-93, 2001-2002, la quiebra bursátil de 1987, y un largo etc.). Tras cada recesión, las nuevas opciones de crecimiento para el capital se van estrechando. Contrariamente a los “hundimientos” del período ascendente cuando existía siempre la posibilidad de una extensión exterior hacia regiones geográficas y económicas hasta entonces fuera del circuito capitalista, en el período histórico que analizamos esta opción se ha reducido a su mínima expresión. Al no disponer ya del recurso a esa salida, la clase capitalista está cada vez más obligada a intentar “engañar” a la ley del valor que condena su sistema al hundimiento. Esa voluntad de intentar saltarse, esquivar o manipular la ley del valor, es aplicable tanto a las políticas abiertamente de capitalismo de Estado (en sus versiones keynesianas y/o estalinistas), que apuestan por frenar los efectos de la crisis financiando los déficits y manteniendo sectores económicos no rentables con el fin de apoyar la producción, como a las políticas acuñadas como “neoliberales” que aparentemente se convirtieron en la “solución definitiva por fin encontrada” a la crisis, y que podemos reconocer personificadas en las figuras e ideologías de Thatcher y Reagan. En realidad son todas ellas emanaciones de la política de los Estados capitalistas y de su uso y abuso del recurso al crédito ilimitado y a la especulación para intentar hacer frente a la debacle económica. Lo que queda claro es que esas políticas, no se basan, en absoluto, en un respeto a las leyes clásicas de la producción capitalista de valor.
En ese sentido, uno de los acontecimientos más significativos que precedieron el derrumbe económico actual fue el hundimiento en 1997 de los “Tigres” y de los “Dragones” en Extremo Oriente. Si repasamos la historia podremos comprobar que tras una fase de crecimiento frenético alimentado por deudas se topó repentina y frontalmente contra un muro infranqueable: la obligación de comenzar a reembolsar y devolver todo lo prestado. Era una señal precursora del futuro que se perfilaba en el horizonte, aunque este fiasco brutal no se reveló con toda su crudeza y gravedad de manera inmediata, puesto que China e India tomaron el relevo asignándose el papel de “locomotoras” que se había reservado otrora a otras economías de Extremo Oriente. En el mismo sentido “la revolución tecnológica”, en particular en la esfera de la informática, a la que se dio gran importancia y cobertura en los años 1990 y también a principios del siglo XXI, tampoco salvó al capitalismo de sus contradicciones internas: aumentó la composición orgánica del capital y en consecuencia se redujo la cuota o tasa de ganancia, hecho que no pudo ser compensado con una verdadera expansión del mercado mundial. En realidad, tendió a empeorar el problema de la sobreproducción vertiendo cada vez más mercancías al mismo tiempo que las cifras de desempleo alcanzaban nuevos récords.
• 2008 -…: la crisis del capitalismo mundial alcanza una situación cualitativamente nueva en la cual las “soluciones” aplicadas por los Estados capitalistas durante las cuatro décadas anteriores, especialmente el recurso masivo e ilimitado al crédito, estallan en la cara del mundo político, financiero y burocrático que las había utilizado asiduamente con una confianza obstinada y ciega durante el período anterior. Actualmente la crisis ha vuelto como un boomerang para instalarse en los países centrales del capitalismo mundial –Estados Unidos y la zona Euro– y todos los esfuerzos y políticas utilizados para mantener la confianza en las posibilidades de una extensión económica constante no han tenido efecto alguno. La creación de un mercado artificial utilizando, una vez más, la droga del crédito comienza a mostrar abiertamente sus límites históricos y amenaza con destruir el valor de la moneda y con generar una inflación galopante. Al mismo tiempo, el control del crédito y las tentativas de los Estados de reducir sus gastos con el fin de comenzar a reembolsar sus deudas no hacen más que limitar y reducir aún más el mercado. El resultado neto, es que el capitalismo entra ahora en una depresión que es básicamente más profunda y más insoluble que la de los años treinta del siglo pasado. Y mientras la depresión se extiende por Occidente, la gran esperanza de que un país como China soporte el conjunto de la economía sobre sus hombros es pura quimera: el crecimiento industrial de China se basa en su capacidad para vender mercancías baratas al Oeste, y si este mercado se contrae, China se enfrentará a una quiebra económica sin remedio.
Conclusión: mientras que en su fase ascendente, el capitalismo superó un ciclo de crisis que eran expresión a la vez de sus contradicciones internas y un momento indispensable de su expansión global, en los siglos xx y xxi, la crisis del capitalismo, como Paul Mattick defendió desde los años 1930, es permanente. El capitalismo ha llegado a un momento histórico en el que los paliativos y trampas que ha utilizado para mantenerse en vida se han convertido en un factor suplementario, de enorme importancia, de su enfermedad mortal.
2. En lo militar
La dinámica hacia la guerra imperialista expresa igualmente el callejón sin salida histórico de la economía capitalista mundial:
“Cuanto más se estrecha el mercado, más áspera se vuelve la lucha por la posesión de las fuentes de materias primas y el control del mercado mundial. La lucha económica entre distintos grupos capitalistas se concentra cada vez más, tomando la forma más acabada de las luchas entre Estados. La lucha económica exasperada entre Estados no puede finalmente solucionarse más que por la fuerza militar. La guerra se convierte en el único medio no de solución a la crisis internacional, sino el único medio por el cual cada imperialismo nacional tiende a hacer frente a las dificultades con las que se encuentra, a costa de los Estados imperialistas rivales. Las soluciones momentáneas de cada imperialismo particular, ya sea por victorias militares o económicas, tienen como consecuencia no solo la agravación de las situaciones en los países imperialistas perdedores, además implican necesariamente la agravación de la crisis mundial y la destrucción de enormes cantidades de valor acumuladas por decenas y cientos de años de trabajo social. La sociedad capitalista en la época imperialista se asemeja a un edificio que es construido destruyendo los pilares y pisos inferiores para edificar las plantas superiores. Cuanto más frenética es la construcción en altura, más frágil se vuelve la base que sostiene todo el edificio. Cuanto más imponente es la apariencia de la cumbre más frágil es la base que lo sustenta, puesto que cada día es más endeble y movediza. El capitalismo, obligado a socavar sus propios pilares y fundamentos se convierte en un monstruo que con rabia acelera el hundimiento de la economía mundial, precipitando a la sociedad humana hacia la catástrofe y el abismo” ([17]).
Las guerras imperialistas, ya sean locales, regionales o mundiales, son la expresión más pura de la tendencia del capitalismo a su autodestrucción, ya sea por la destrucción física de capital, la masacre de poblaciones enteras o la inmensa esterilización de valor que representa la producción militar que no se limita únicamente a las fases de guerra abierta. La comprensión por la Izquierda Comunista de Francia (GCF) de la naturaleza esencialmente irracional de la guerra en el período de decadencia fue obscurecida hasta cierto punto por la reorganización y la reconstrucción global de la economía que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Pero el auge económico de posguerra fue un fenómeno excepcional que no podrá repetirse nunca más. Sea cual fuese el método de organización internacional que adoptó el sistema capitalista en esa época, la guerra fue un fenómeno permanente. Después de 1945, cuando el mundo se dividió en dos enormes bloques imperialistas, el conflicto militar tomó, generalmente, la forma de guerras de “liberación nacional” a repetición a través de las cuales las dos superpotencias competían por conquistar la soberanía estratégica a escala mundial. Después de 1989, tras el hundimiento del bloque ruso, el más débil en realidad, lejos de reducirse la tendencia a la guerra, se reforzó abiertamente la implicación directa de la superpotencia restante, los Estados Unidos, en varios episodios bélicos: la Guerra del Golfo de 1991, en las guerras de los Balcanes al final de los años 1990, y en Afganistán e Irak después de 2001. Estas intervenciones de Estados Unidos tenían en gran parte por objeto –y como se ha visto fue un esfuerzo inútil– frenar las tendencias centrífugas en el plano imperialista que habían encontrado un espacio tras la disolución del antiguo sistema de bloques imperialistas. La realidad es que se produjo una agravación y proliferación de las rivalidades locales, concretadas en los conflictos atroces que devastaron África (de Ruanda al Congo, o de Etiopía a Somalia), en las tensiones exacerbadas en torno al problema entre Israel y Palestina, hasta la amenaza de un potencial choque nuclear entre la India y Pakistán.
La Primera y Segunda Guerras Mundiales en el siglo xx supusieron una modificación profunda en la relación de fuerzas entre los principales países capitalistas, esencialmente en beneficio de Estados Unidos. De hecho, la soberanía aplastante de Estados Unidos a partir de 1945 fue un factor clave de la prosperidad económica de posguerra. Pero contrariamente a lo que proclamaba uno de los lemas favoritos en los años 1960 la guerra no era “la salud del Estado”. De la misma forma que la enorme hipertrofia de su sector militar causó el hundimiento del bloque del Este, el compromiso y el esfuerzo desarrollado por los Estados Unidos para mantenerse como gendarme mundial también se han convertido en el factor de su propia decadencia como imperio. Las enormes sumas de dinero invertidas en las guerras de Afganistán e Irak no han sido compensadas ni mucho menos con los beneficios rápidos de Halliburton u cualquier otro de sus acólitos capitalistas. Al contrario, eso contribuyó a transformar a Estados Unidos en uno de los principales deudores del mundo, cuando antes era el principal acreedor mundial.
Algunas organizaciones revolucionarias, como la Tendencia Comunista Internacionalista (TCI), defienden la idea de que la guerra, y sobre todo la Guerra Mundial, son eminentemente racionales desde el punto de vista del capital. Defienden la idea de que, al destruir la masa hipertrofiada de capital constante que es la causa de la reducción de la tasa de ganancia, la guerra en la decadencia del capitalismo tiene como efecto la restauración de dicha tasa y el lanzamiento de un nuevo ciclo de acumulación. No entraremos aquí en este debate pero, aunque tal análisis fuera justo, no podría ser una solución para el capital. En primer lugar, porque nada permite decir que las condiciones de una tercera guerra mundial –que requiere, entre otras cosas, la formación de bloques imperialistas estables– estén reunidas en un mundo donde la norma es cada vez más la de “cada uno a la suya”. Y aunque una tercera guerra mundial estuviera al orden del día, no iniciaría ni mucho menos un nuevo ciclo de acumulación, sino que, con toda certeza, lo que sí conseguiría es la desaparición del capitalismo y, probablemente, de la humanidad ([18]). Sería la demostración final de la irracionalidad del capitalismo, pero no quedaría ya nadie para decir aquello de “ya os había avisado”.
3. En lo ecológico
Desde los años 1970, los revolucionarios se han visto obligados a tener en cuenta una nueva dimensión del diagnóstico según el cual el capitalismo no aporta nada positivo y se ha convertido en un sistema orientado hacia la destrucción: la devastación creciente del medio ambiente natural que amenaza actualmente con convertirse en un desastre a escala planetaria. La contaminación y la destrucción del mundo natural son inherentes a la producción capitalista desde el principio pero, durante el siglo xx y, en particular, desde el final de la Segunda Guerra mundial, se extendieron y se han incrementado porque el capitalismo ha ido ocupando sin cesar todos los recovecos del planeta hasta su último rincón. Al mismo tiempo, y como consecuencia del callejón sin salida histórico en el que está metido el capitalismo, la alteración de la atmósfera, el saqueo y la contaminación de la tierra, mares, ríos y bosques se han incrementado a causa de la mayor violencia en una competencia salvaje entre naciones por dominar los recursos naturales, la mano de obra barata y nuevos mercados. La catástrofe ecológica, en particular, bajo la forma del recalentamiento climático, se ha convertido en un nuevo jinete del Apocalipsis capitalista. Todas y cada una de las cumbres internacionales habidas y por haber han demostrado la incapacidad y la falta de voluntad de la burguesía para tomar las medidas más elementales para evitarlo. Una ilustración reciente: el último informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), organismo que nunca no se había distinguido por realizar predicciones alarmistas, advierte a los gobiernos del mundo que tienen tan solo cinco años para invertir el curso del cambio climático antes de que sea demasiado tarde. Según la AIE y una serie de instituciones científicas, es vital garantizar que la subida de las temperaturas no supere 2 grados.
“Para mantener las emisiones por debajo de este objetivo, la civilización no podría seguir actuando como hasta ahora. No se podrán agotar por adelantado el importe total de las emisiones permitidas. Por ello, si se quieren lograr los objetivos de recalentamiento, todas las nuevas infraestructuras construidas a partir de 2017 no deberían producir ninguna emisión más” ([19]).
Un mes después de la publicación de este informe en noviembre de 2011, la Cumbre Internacional de Durban se presentaba como un paso adelante ya que, por primera vez, los Estados parecían haberse puesto de acuerdo sobre la necesidad de limitar legalmente las emisiones de gas carbónico. Pero sería en 2015 cuando esos niveles deberían fijarse para ser efectivos en 2020, demasiado tarde según las previsiones de la AIE y de muchos organismos medioambientales asociados a la Conferencia. Keith Allot, responsable del seguimiento del “cambio climático” en el WWF-Reino Unido (World Wide Fund: Fondo Mundial para la Naturaleza), declaró:
“Los Gobiernos han dejado una vía abierta para las negociaciones, pero no debemos hacernos ninguna ilusión: los resultados de Durban nos presentan la perspectiva de límites legales de 4° de recalentamiento. Sería una catástrofe para las poblaciones y la naturaleza. Los gobiernos se han pasado el tiempo, en un momento tan crucial, negociando en torno a algunas palabras en un texto, y han prestado poca atención a las advertencias repetidas de la comunidad científica que decía que era imprescindible y urgente una acción más vigorosa para reducir las emisiones” ([20]).
El problema de fondo de las ideas reformistas de los ecologistas, es que son incapaces de ver que el capitalismo vive estrangulado por sus propias contradicciones y por sus luchas cada vez más desesperadas por sobrevivir. En medio de la terrible crisis histórica que sufre, el capitalismo no puede convertirse en menos competitivo, más cooperativo, más racional. A todos los niveles, se lanza más y más a una competencia extrema, sobre todo en la competencia entre Estados nacionales que se asemejan a gladiadores que se pelean la arena por la menor posibilidad de supervivencia inmediata frente a sus contrarios. Por ello, están absolutamente obligados a conseguir beneficios a corto plazo, a sacrificarlo todo por el dios “del crecimiento económico”, es decir, por la acumulación del capital, aunque sea sobre la base de un crecimiento ficticio basado en unas deudas podridas como en las últimas décadas. Ninguna economía nacional puede permitirse el más pequeño impulso de sentimentalismo cuando se trata de explotar su “propiedad” nacional natural hasta el límite más absoluto. No puede existir tampoco, en la economía capitalista mundial, estructura legal ni de gobernanza internacionales capaz de supeditar los estrechos intereses nacionales a los intereses globales del planeta. Cualquiera que sea el verdadero plazo y resultados del recalentamiento climático, la cuestión ecológica en su conjunto es una nueva prueba de que la perpetuación de la soberanía de la burguesía y del modo de producción capitalista, son un peligro cada vez más terrible y real para la supervivencia de la humanidad. Examinemos una ilustración edificante de todo eso, una ilustración que muestra también que el peligro ecológico, al igual que con la crisis económica, no puede separarse de la amenaza de conflicto militar.
“Durante los últimos meses, las compañías petrolíferas comenzaron a hacer cola para obtener derechos de exploración en el mar de Baffin (región de la costa occidental de la Groenlandia rica en hidrocarburos que, hasta ahora, estaba demasiado bloqueada por los hielos para que se pueda perforar). Diplomáticos americanos y canadienses abrieron de nuevo una polémica sobre los derechos de navegación por una ruta marítima que cruza el Canadá ártico y que permitiría reducir el tiempo de transporte y los costes de los petroleros. Incluso la propiedad del Polo Norte se ha vuelto objeto de discordia, Rusia y Dinamarca pretenden ambas poseer la propiedad de los fondos oceánicos con la esperanza de reservarse el acceso a todos sus recursos, desde la pesca a los yacimientos de gas natural. La intensa rivalidad en torno al desarrollo del Ártico se reveló con la publicación de documentos diplomáticos editados la semana pasada por el sitio web “antisecreto” Wikileaks. Unos mensajes entre diplomáticos norteamericanos muestran cómo las naciones del Norte, incluidos Estados Unidos y Rusia, hacen maniobras con el fin de garantizar el acceso a las vías marítimas y a los yacimientos submarinos de petróleo y gas que se evalúan en 25 % de las reservas mundiales por explotar.
“En sus mensajes, los oficiales estadounidenses temen que las reyertas en torno a los recursos acaben llevando a la militarización del Ártico. “Aunque la paz y la estabilidad reinan por el momento en el Ártico, no se puede excluir que se verifique en el futuro una redistribución de poder e incluso una intervención armada”, se dice en un cable del Departamento de Estado en 2009, citando a un embajador ruso” ([21]).
O sea que una de las manifestaciones más graves del recalentamiento climático, el derretimiento de los hielos en los polos (que conlleva la posibilidad de inundaciones de dimensiones cataclísmicas y de un círculo vicioso de recalentamiento cuando los hielos polares, que rechazan el calor del sol fuera de la atmósfera terrestre, hayan desaparecido), se considera inmediatamente como una inmensa ocasión económica para la cual los Estados nacionales hacen cola (con la consecuencia subsiguiente de consumir más energías fósiles, viniendo a añadirse al efecto invernadero). Y al mismo tiempo, la lucha por los recursos naturales que se reducen (ya sean el petróleo o el gas, pero también el agua y las tierras fértiles) puede producir un “miniconflicto” imperialista entre cuatro o cinco naciones (de hecho Gran Bretaña también está implicada en ese tipo de disputas en algunas regiones del mundo). Esta terrible realidad es otra expresión del círculo vicioso de la locura creciente del capitalismo. Un artículo del Washington Post, pretendía dar “la buena noticia” de un modesto Tratado firmado entre algunos de los protagonistas de la cumbre del Consejo Ártico en Nuuk (Groenlandia). Ya sabemos hasta qué punto se puede confiar en los Tratados diplomáticos cuando se trata de prevenir la tendencia inherente del capitalismo hacia el conflicto imperialista. El desastre global que el capitalismo prepara no puede ser evitado más que mediante una revolución global.
4. En lo social
¿Cuál es el balance de la decadencia del capitalismo a un nivel social y, en particular, para la principal clase productora de riquezas en la sociedad actual, la clase obrera? Cuando, en 1919, La Internacional Comunista declaró que el capitalismo había entrado en la época de su desintegración interna, también hizo borrón y cuenta nueva sobre el período de la socialdemocracia durante el cual la lucha por reformas duraderas había sido posible y necesaria. La revolución mundial se había vuelto necesaria porque, en adelante, el capitalismo no podría sino aumentar sus ataques contra el nivel de vida de la clase obrera. Como hemos demostrado ampliamente en los anteriores artículos de esta serie, este análisis ha sido confirmado varias veces durante las dos décadas que siguieron a la hasta ahora mayor depresión de la historia del capitalismo (1930) y los horrores de la Segunda Guerra mundial.
Pero esa terrible realidad se puso en entredicho, incluso entre los revolucionarios, durante el boom de los años 1950 y 1960, cuando la clase obrera de los países capitalistas centrales conoció aumentos de salarios sin precedentes, una reducción importante del desempleo y una serie de ventajas sociales financiadas por el Estado: seguros de enfermedad, vacaciones pagadas, acceso a la educación, servicios de salud, etc.
La pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿estas mejoras de una época muy concreta, invalidan la idea mantenida por los revolucionarios que defendían la tesis según la cual el capitalismo estaba global e históricamente en declive y que las reformas duraderas ya no eran posibles? La cuestión planteada aquí no consiste en saber si esas mejoras fueron “reales” o significativas. Lo fueron y eso debe explicarse. Es una de las razones por las cuales la CCI, por ejemplo, abrió un debate sobre las causas de la prosperidad de posguerra, en su seno y, luego públicamente. Lo que es necesario comprender ante todo, es el contexto histórico en el cual aquellas “conquistas” tuvieron lugar. Solo así podrá comprenderse a nivel histórico que las mejoras de este período concreto del siglo xx, tienen muy poco que ver con la mejora regular del nivel de vida de la clase obrera a lo largo del siglo xix, mejoras que fueron permitidas, en su mayor parte, gracias a la buena salud del capitalismo así como a la organización y a la lucha del movimiento obrero.
• Si bien es cierto que se aplicaron muchas “reformas” en la posguerra para garantizar que la guerra no provocara una ola de luchas proletarias del tipo de las habidas entre 1917-23, en cambio, la iniciativa de medidas como el seguro enfermedad o para conseguir el pleno empleo vino directamente del aparato de Estado capitalista, y de su ala izquierda en particular. El efecto de tales medidas fue aumentar la confianza de la clase obrera en el Estado y disminuir su confianza en sus propias luchas.
• Incluso durante los años del boom, la prosperidad económica tenía límites importantes. Quedaban excluidas de estas ventajas gran parte de la clase obrera, en particular en el Tercer Mundo pero, también, partes importantes de la clase obrera de los países centrales (por ejemplo, los obreros negros y los blancos pobres en Estados Unidos). En todo el “Tercer Mundo”, la incapacidad del capital para integrar a millones de campesinos y personas de otras capas, arruinados, en el trabajo productivo, creó las bases para el desarrollo de los barrios de chabolas hipertrofiados actuales, de la desnutrición y la pobreza mundiales. Y estas masas fueron también las primeras víctimas de las rivalidades entre los bloques imperialistas, intermediarias en batallas sangrientas en una serie de países subdesarrollados (Corea, Vietnam, Oriente Medio, África del Sur y del Oeste, por ejemplo).
• Otra prueba de la verdadera incapacidad del capitalismo para mejorar la calidad de vida de la clase obrera se puede ver en la duración de las jornadas de trabajo. Uno de los signos de “progreso” en el siglo xix fue la disminución continua de la jornada de trabajo, de más de 18 horas al principio del siglo a la de 8 horas que era una de las principales exigencias del movimiento obrero al final del siglo y que formalmente se concedió en los años 1900 y en los años 1930. Pero, desde entonces –y eso incluye también el boom de posguerra– la duración de la jornada de trabajo siguió siendo más o menos la misma mientras que el desarrollo tecnológico, lejos liberar a los obreros del trabajo, los llevó a la pérdida de cualificación, al incremento del desempleo masivo y a una explotación más intensiva de los que trabajan, con tiempos de transporte cada vez más largos para llegar al puesto de trabajo y con el desarrollo del trabajo continuo fuera del lugar de trabajo gracias a los teléfonos móviles, los ordenadores portátiles o el uso continuo de Internet.
• Cualesquiera que hayan sido las mejoras aportadas durante el boom de posguerra, se han ido recortando más o menos continuamente durante los últimos 40 años y, con la depresión inminente, son ahora el objeto de ataques masivos y sin perspectiva de detenerse. Durante las cuatro últimas décadas de crisis, el capitalismo fue relativamente prudente en su manera de bajar los salarios, de imponer un desempleo masivo y de desmontar los subsidios sociales del llamado “Estado del bienestar”. Las violentas medidas de austeridad que se imponen hoy en un país como Grecia son un preludio brutal de lo que espera a los obreros en todas las partes del mundo.
A nivel social más amplio, el hecho de que el capitalismo haya estado en declive durante tan largo período de tiempo es una enorme amenaza para la capacidad de la clase obrera de convertirse y actuar como “clase para sí”. Cuando la clase obrera reanudó sus luchas a finales de los años 1960, su capacidad para desarrollar una conciencia revolucionaria estaba obstaculizada en gran parte por los traumatismos de la contrarrevolución que había vivido, una contrarrevolución que había sido presentada en gran parte con un ropaje “proletario”, el del estalinismo, y que por ello supuso que varias generaciones de obreros desconfiaran enormemente de sus propias tradiciones y sus propias organizaciones políticas. La identificación fraudulenta entre estalinismo y comunismo se promovió y se llevó al extremo cuando los regímenes estalinistas se hundieron a finales de los años 1980, minando aún más la confianza de la clase obrera en sí misma y en su capacidad para aportar una alternativa política al capitalismo. Y así, un producto de la decadencia capitalista –el capitalismo de Estado estalinista– fue utilizado por todas las fracciones de la burguesía para alterar la conciencia de clase del proletariado.
Durante los años 1980 y 1990, la evolución de la crisis económica hizo que las concentraciones industriales y las comunidades de la clase obrera en los países centrales se destruyeran, y se transfirió una gran parte de la industria a regiones del mundo donde las tradiciones políticas de la clase obrera no están prácticamente desarrolladas o acaso muy débilmente. La creación de extensas zonas de marginación donde el desempleo alcanza cotas brutales, en especial entre los jóvenes, en muchos países desarrollados, ha supuesto un debilitamiento de la identidad de clase y, más generalmente, la disolución de los vínculos sociales cuya contrapartida es la búsqueda de falsas comunidades que no son neutras ni mucho menos y que, al contrario, tienen efectos terriblemente destructores. Por ejemplo, sectores de la juventud blanca excluidos de la sociedad sufren la atracción de bandas de extrema derecha como el English Defence League en Gran Bretaña; otro, el de la juventud musulmana, que se encuentra en la misma situación material, con grupos atraídos por las políticas fundamentalistas islamistas y yihadistas.
De manera más general, se pueden ver los efectos corrosivos de la cultura de las bandas en casi todos los centros urbanos de los países industrializados, aunque sus manifestaciones conocen un impacto más espectacular en los países de la periferia, como por ejemplo en México, donde muchas regiones del país están sumidas en una especie de guerra civil casi permanente animada por bandas de narcotraficantes, algunas de las cuales están directamente vinculadas a fracciones del Estado central no menos corrupto.
Estos fenómenos –la pérdida espantosa de toda perspectiva de futuro, el incremento de una violencia nihilista– son un veneno ideológico que penetra lentamente en las venas de los explotados del mundo entero y obstaculiza enormemente su capacidad para considerarse como una única clase, una clase cuya esencia y principal alimento es la solidaridad internacional. Al final de los años 1980, se desarrollo en el seno de la CCI la idea de que las oleadas de luchas obreras de los años 1970 y 1980 avanzarían de forma más o menos lineal hacia una conciencia revolucionaria masiva de la clase obrera. Esa tendencia fue criticada abierta y profundamente por nuestro camarada Marc Chirik quien, basándose en un análisis de los atentados terroristas en Francia y de la implosión súbita del bloque del Este, fue el primero en desarrollar la idea de que estábamos entrando en una nueva fase de la decadencia del capitalismo a la que definimos como fase de descomposición. Esta nueva fase vendría a estar determinada básicamente por la idea de que nos encontramos en una especie de punto muerto, una situación donde ni la clase dominante, ni la clase explotada son capaces de aportar su propia alternativa para el futuro de la sociedad: la guerra mundial para la burguesía, la revolución mundial para la clase obrera. Pero como el capitalismo no es un modo de producción estático no puede permanecer nunca inmóvil y su crisis económica prolongada no va a detenerse en su caída hacia el abismo, en ausencia de toda perspectiva política clara, la sociedad se condena a descomponerse sobre sus propias raíces, aportando a su vez nuevos obstáculos al desarrollo de la conciencia de clase del proletariado.
Que se esté o no de acuerdo con el concepto de descomposición defendido por la CCI, no es en sí mismo lo más importante o esencial; lo fundamental es comprender que estamos en la fase terminal de la decadencia del capitalismo. Las pruebas de esta realidad histórica, el hecho de que estamos asistiendo a las últimas etapas de la decadencia del sistema, a su agonía mortal, se han multiplicado continuamente durante las últimas décadas hasta el punto de que el sentimiento general de “Apocalipsis” –reconocer que estamos al borde del abismo– se extiende cada vez más ([22]). Y con todo, en el movimiento político proletario, la teoría de la decadencia dista mucho de ser unánime. Examinaremos algunos de los argumentos contra este concepto en el próximo artículo.
Gerrard
[1]) Ver en el número 147 de la Revista Internacional el artículo “Decadencia del capitalismo : le boom de postguerra no invierte el declive del capitalismo”,
[2]) En respuesta al ensayo de Marcuse El hombre unidimensional – Ensayo sobre la ideología de la sociedad avanzada, 1964.
[3]) Ver en la Revista Internacional nº 146, "Decadencia del capitalismo (X) – Para los revolucionarios, la Gran Depresión confirma la caducidad del capitalismo [4]".
[4]) Marx y Keynes, los límites de la economía mixta, p. 188, capitulo XIV “La economía mixta”. Trad. de la versión francesa.
[5]) Ídem, p. 200.
[6]) Ídem, p. 315, capitulo XIX, “El imperativo imperialista”.
[7]) Ídem, p. 329.
[8]) Ídem, p. 330.
[9]) Ibidem.
[10]) Ídem, capitulo XXII, p. 383, “Valor y socialismo”.
[11]) Ídem, capitulo XX, p. 350, “Capitalismo de Estado y economía mixta”.
[12]) Ídem, capitulo XIX, p. 318, “El imperativo imperialista”.
[13]) Ídem, p. 200. Otro problema del libro Marx y Keynes es el desprecio que tiene Mattick a Rosa Luxemburg y al problema que ella planteó sobre la realización de la plusvalía. En su libro solo hay una referencia directa a Luxemburg: “Y, a principios del siglo actual, la marxista Rosa Luxemburg veía en ese mismo problema [la realización de la plusvalía] la razón objetiva de las crisis y de las guerras así como la desaparición final del capitalismo. Todo eso tiene poco que ver con Marx, el cual, aún estimando evidentemente que el mundo capitalista real era, al mismo tiempo, proceso de producción y proceso de circulación, defendía, sin embargo que nada puede circular si antes no ha sido producido, y por eso daba la prioridad a los problemas de la producción. Desde el momento en que únicamente la creación de plusvalía permite una expansión acelerada del capital, ¿qué necesidad hay de suponer que el capitalismo se verá sacudido en la esfera de la circulación?” (p. 116, cap. IX, “La crisis del capitalismo”).
A partir de la tautología “nada puede circular si antes no ha sido producido” y de la idea marxista de “que una creación adecuada de plusvalía permite una expansión acelerada del capital”, Mattick hace una deducción abusiva pretendiendo que la plusvalía en cuestión deberá necesariamente realizarse en el mercado. Ese mismo tipo de razonamiento lo encontramos también en un pasaje anterior: “La producción mercantil crea su propio mercado en la medida en que es capaz de convertir la plusvalía en capital adicional. Esa demanda concierne tanto a los bienes de consumo como a los de capital. Pero solo estos últimos son acumulables mientras que los productos de consumo están, por definición, destinados a desaparecer. Y sólo el crecimiento del capital en su forma material permite realizar la plusvalía fuera de las relaciones de intercambio capital-trabajo. En tanto en cuanto existe una demanda adecuada y continua de bienes de capital no hay nada que se oponga a que las mercancías que se ofrecen en el mercado se vendan” (p. 97, capítulo VIII, “La realización de la plusvalía”). Esto es contradictorio con el punto de vista de Marx de que “el capital constante no es producido nunca para sí mismo sino para su empleo creciente en las esferas de producción en las que los objetos entran en el consumo individual” (El Capital, Libro III). O dicho de otro modo, la demanda de medios de consumo es la que tira de la demanda de medios de producción, y no al contrario. El propio Mattick reconoce esta contradicción entre su propia concepción y ciertas formulaciones de Marx, como la precedente, y lo hace en el libro Crisis y Teorías de las crisis.
Peor no vamos a entrar aquí en ese debate. La cuestión principal es que a pesar de que Mattick considera que Rosa Luxemburg es una verdadera marxista y una autentica revolucionaria, tiende a creer que el problema que plantea Rosa respecto al proceso de acumulación es un sinsentido ajeno al marco de base del marxismo. Como hemos mostrado ese no era el caso de todos los críticos a Rosa, como por ejemplo Roman Rosdolsky (como puede verse en nuestro artículo de la Revista Internacional nº 142 “Rosa Luxemburg y los límites de la expansión del capitalismo”.
[14]) L’Internationale situationiste no 12.
[16]) Ver en la Revista Internacional no 132, “Decadencia del capitalismo – La revolución es necesaria y posible desde hace un siglo” (2008), /revista-internacional/200807/2192/decadencia-del-capitalismo-i-la-revolucion-es-necesaria-y-posible- [7]. Para más detalles y estadísticas sobre la evolución global de la crisis histórica, su impacto sobre la actividad productiva, el nivel de vida de los trabajadores, etc., leer el artículo en este misma revista: “¿Es el capitalismo un modo de producción decadente y, si lo es, por qué?”.
[17]) “Informe sobre la situación internacional”, julio de 1945, Izquierda Comunista de Francia (GCF), publicado parcialmente en la Revista Internacional no 59 (1989).
[18]) Eso no quiere decir que la humanidad esté más segura en un sistema imperialista que se vuelve cada vez más caótico. Al contrario, sin la disciplina que imponía el antiguo sistema de bloques, vemos cómo las guerras locales y regionales son aún más devastadoras y destructivas, al tiempo que se multiplican, y cuyo potencial de destrucción crece de manera exponencial con la proliferación de armas nucleares. Al mismo tiempo, habida cuenta que podrían estallar en zonas alejadas de los centros capitalistas, son menos dependientes de otro factor que ha frenado la marcha hacia la guerra mundial desde el inicio de la crisis a finales de los años1960: la dificultad para movilizar a la clase obrera de los países centrales del capitalismo en un enfrentamiento imperialista directo.
[21]) https://www.washingtonpost.com/national/environment/warming-arctic-opens-way-to-competition-for-resources/2011/05/15/AF2W2Q4G_story.html [10]
[22]) Ver por ejemplo The Guardian, "The news is terrible. Is the world really doomed? [11]", A. Beckett, 18/12/2011.
Sin duda alguna, las movilizaciones posteriores al decreto de extinción de la compañía de Luz y Fuerza, demostraron un enorme descontento en la clase trabajadora, sin embargo, tales movilizaciones al desarrollarse sobre la defensa de la empresa y del sindicato, fue esterilizada y llevada a un aislamiento que ha dejado arrinconados a los trabajadores de la electricidad.
Una idea desafortunadamente impuesta a los trabajadores es que la defensa del SME significa la laucha por la defensa de los empleos de los trabajadores despedidos, pero la realidad es otra, el SME está saboteando la lucha de los trabadores que dice defender.
La única manera de obligar al Estado a dar marcha a tras es desarrollar un movimiento que enarbolando sus verdaderas necesidades extiende su fuerza, despertando la solidaridad de otros sectores de explotados, de manera que una vez que un sector de trabajadores entre en lucha, es necesaria su extensión, participando diversos contingentes de trabajadores que formen una gran masa que se mueva por su coraje y combatividad pero además creando una conciencia que le permite tomar el control de su lucha. Esto que planteamos no es una ilusión o un discurso abstracto, hace unos meses lo hicieron los trabajadores de la construcción subcontratados en el sector energético en Gran Bretaña y lograron echar atrás los ataques de la patronal. Cuando otras empresas pararon la producción en solidaridad con los 640 despedidos de Lindsey, lograron generar un movimiento huelguístico salvaje (es decir, desarrollado en contra de los deseos de los sindicatos) que tocó importantes puntos de aquel país, logrando así en 20 días la reinstalación todos los despedidos.
De la misma forma en las Antillas a principios del 2009, en Guadalupe y Martinica, la clase obrera se movilizó masivamente, paralizando toda la economía: empresas, puertos, tiendas... todo fue bloqueado. Esta lucha tan larga e intensa fue posible, por un sentimiento profundo de solidaridad. Los huelguistas hicieron todo para ampliar su lucha lo más rápido posible: del 20 al 29 de enero, los trabajadores en huelga no dejaron de movilizarse convocando a sus hermanos de clase a unirse al movimiento... para el 5 de febrero la huelga de masas era un hecho y se demostraba que la fuerza real de los trabajadores puede ser efectiva cuando rompe las ataduras del sindicato, de manera que la práctica masiva y conciente de los trabajadores logran dejar atrás las maniobras de las organizaciones sindicalistas (LPK) que pretendían controlar la lucha... al final el gobierno dio marcha atrás en sus planes anticrisis y firmo un acuerdo donde se concretaba un aumento salarial significativo.
Es falso que el SME ha impulsado la movilización de los trabajadores, lo que ha hecho en realidad es aislarlos y desmoralizarlos. El SME como todo sindicato en el mundo, llama a la "responsabilidad" y promueve la lucha legaloide, con lo que mantiene atados a los trabajadores a la esperanza de la justicia burguesa, de esa manera arrincona en el aislamiento y el desgaste a los trabajadores, lo mismo manteniéndolos pasivos en las puertas de las plantas cerradas que en desmoralizantes huelgas de hambre, al tiempo que desarrolla una campaña que pinta de combativa, y que consiste en la promoción de amparos y el llamado a diputados y "personajes notables" (como son los senadores de negra tradición y a funcionarios de la UNAM e IPN, otrora represores de estudiantes). Así, lejos de desarrollar una lucha colectiva en el terreno de proletariado, hace todo lo contrario, maniobra para llevar la lucha al terreno burgués.
Es importante para los trabajadores analizar de forma fría las acciones que el SME ha impuesto y poder sacar un balance del accionar del sindicato y sacar las lecciones que permitan preparar los próximos combates. De manera concreta, la marcha del 15 de octubre había mostrado la existencia de una gran solidaridad y un descontento masivo, que el SME paraliza mediante una maniobra sutil, es decir hace parecer que promoviendo la controversia constitucional del decreto del 11 de septiembre del 2009 y los amparos contra los actos del gobierno, daban una continuidad a la lucha, pero en realidad lo que hace es abrir la esperanza, no sólo de los trabajadores de la luz sino de gran masa de asalariados que se hermanaban con estos, en que es posible utilizar las instituciones burguesas para defender los intereses proletarios, y sólo basta la utilización de los argumentos judiciales adecuados para parar los golpes que la misma clase dominante impone.
Existe otra forma de sabotaje de la burguesía, aunque es más difícil de detectar, y consiste en que ante el empuje de los trabajadores más combativos, que dudan de las vías legalistas, el SME simula luchar también fuera de las vías legales, de esta manera cubre todo el espectro político para no permitir que la lucha salga de su control, por ello pretendiendo ser más radical intenta organizar una "huelga general". Para eso han llamado a asambleas huecas, en las que la masa de trabajadores de forma contemplativa observa como los sindicalistas deciden y coordinarían los diferentes actos. Estas reuniones se caracterizan por los discursos estrambóticos que les de un toque radical, por ejemplo afirman que "Calderón le ha jalado la cola al tigre, y ahora que se aguante", otros pretendiendo ser más radicales amenazan que "si no hay solución habrá revolución", todo ello mezclado con aplausos a los representantes de Obrador, de Hernández Juárez...
La propia prensa burguesa ha dado cuenta de la conducta que la estructura sindical ha asumido cuando los trabajadores mediante gritos llamaban a los sindicaleros de la CNTE, STUNAM y demás sindicatos a que la solidaridad se expresara no sólo con discursos y dineros, sino mediante la huelga: "... Esparza y los secretarios del interior y del exterior del SME, Humberto Montes de Oca y Fernando Amezcua, debieron calmar los ánimos y explicar a sus compañeros: para que la huelga funcione, tiene que organizarse, los sindicatos deben consultar a sus bases y cuidar todos los aspectos jurídicos." (La jornada 25-09-2009).
No se duda ni por un momento que en estas reuniones acuden trabajadores honestos que realmente son solidarios con los trabajadores despedidos, pero tal solidaridad, está ya anulada, en primer término porque ese apoyo se desvía hacia la consolidación de la maniobra que encabeza el SME.
El Estado ha sabido desviar adecuadamente el descontento y utiliza ahora las expresiones generales de solidaridad que ha despertado para presentar al sindicato como el único instrumento que tienen los trabajadores para defenderse, de tal suerte que nubla a los trabajadores la posibilidad de luchar fuera de las directrices del aparato sindical. Por años el Estado ha remarcado esta idea que en ocasiones es difícil entenderlo por trabajadores que han sufrido una y otra vez las maniobras sindicales. El papel de representante "natural" que el Estado ha creado para los sindicatos lo fortalece mediante la legislación que define al sindicato como el único interlocutor de los "obreros" con los patrones, negándose a negociar con otras instancias que no sean ellos. Así con esta mistificación busca cegar e incapacitar para que los trabajadores reconozcan el papel anti-obrero de los sindicatos y no ven la necesidad de crear espacios de discusión y organización fuera de ese aparto.
Cada día que pasa sin que los trabajadores puedan tomar el control de la lucha, el SME afirma su maniobra. El presentarse como mártir y estructura golpeada le permite extender su maniobra hacia el conjunto de los trabajadores que ve en el sindicato una forma de organización proletaria, y en esta práctica la izquierda del capital juega un papel importante al extender esta idea. Es notorio que la burguesía vigiló cuidadosamente la puesta en marcha de esta trampa, de manera que incluso de la mesa de diálogo se cumple y se recogen algunas migajas, se logra extender la idea que el sindicato es un instrumento obrero y que la lucha no puede existir sin él, pero además la clase dominante ha de usar adecuadamente el chantaje de lo que significa para un trabajador el despido. La inmovilidad y la desmoralización que el SME ha sabido cumplir tenía como objetivo mostrar a los trabajadores que nada se puede contra las decisiones del capital y sólo queda la sumisión y la esperanza de los recursos legales.
Sin embargo, el futuro pertenece al proletariado, lo que sigue es un periodo de balance de la lucha formando grupos de discusión que extraigan las lecciones del papel de saboteador que jugó el sindicato. Es evidente que la burguesía logró infligir una derrota al conjunto de la clase trabajadora, y en esta agresión ocupó en forma escalada a sus instrumentos, por un lado los decretos del gobierno federal, pero esto no hubiera pasado sin la acción saboteadora del sindicato y del aparato de izquierda de la burguesía (en particular Obrador y los diputados del PT) que se aseguraron que la solidaridad viva de los trabajadores de otros sectores no se pudiera expresar verdaderamente, conteniendo e impidiendo la posibilidad de la extensión pero además ciñendo el descontento a la esperanza en las instancias legales.
No podemos esperar una victoria verdadera de la lucha cuando el sindicato ejerce su control de inicio a fin... no obstante, el proletariado es la única clase que en su lucha avanza de derrota en derrota, su paso por la historia no es en vano, por eso requiere para continuar caminando hacia delante, sacar las lecciones de esos golpes, esa es la tarea actual. La burguesía espera que el conjunto de la clase se suma en una desmoralización y sea incapaz por un buen tiempo de responder a los ataques, por ello ante este golpe, no debe haber amargura sino reflexión, que nos ayuden a preparar las respuestas proletarias ante los nuevos ataques que prepara la burguesía y su Estado.
RM/diciembre de 2009
Los ataques llueven sobre nosotros. Todos tenemos temor ante el anuncio de un cierre de fábrica o de un "plan de reestructuración", sinónimo de oleada de despidos. Los jóvenes en edad de acceder al "mercado laboral" se enfrentan a un muro. Las empresas ya no contratan. Las entrevistas para solicitud de empleo se saturan con, en el mejor de los casos, 100 candidatos sobrecalificados para... un puesto. Y aún se proponen como provisionales los pequeños trabajos precarios, mal pagados y en condiciones de explotación infernales. ¡Y todos sabemos que eso será aún peor mañana!
Con todo esto, desempleados, precarios, trabajadores del sector público y privado, dudamos para volver a entrar en lucha. La crisis económica afecta sin distinción a toda la clase obrera con una brutalidad y una ferocidad desconocida en décadas. Ante esta situación insoportable desde hace varios meses casi no hay ninguna reacción, hay muy pocas huelgas y luchas (1 [15]). ¿Por qué?
Es a esta pregunta crucial que responde en gran parte el correo de AL, lector de nuestra prensa, que publicamos enseguida. (2 [16]).
Carta del lector
Sin entrar en detalles, el capitalismo atraviesa una enésima crisis económica [...]. En todos los países, las empresas y los Estados procedieron a despidos masivos. A nivel mundial, el desempleo estalló simplemente. Los impuestos de todo tipo aumentaron y las ayudas sociales disminuyeron drásticamente. Todas estas acciones generan obviamente una degradación importante pero también muy rápida de las condiciones de vida de los obreros a escala mundial. [...]
En la actualidad, un gran número de obreros se preguntan porqué no hay una respuesta masiva por parte del proletariado mundial ante la importancia y la profundidad de la crisis actual y sus consecuencias sobre su vida social. ¿Qué impide a los trabajadores entrar en lucha? Aparte de la rebelión en Grecia entre diciembre de 2008 y enero de 2009, la clase obrera paradójicamente no respondió a la altura de los golpes recibidos.
Es necesario decir que los Estados, apoyados por periodistas y analistas financieros de toda calaña, se ponen a trabajar para hacernos creer en una recuperación de la economía desde marzo de 2009. En particular, en la última reunión del G20, los representantes de todos los países se felicitaron por el éxito de sus respectivos planes, de la economía mundial y los mercados financieros. Un maquillaje que, a propósito, sólo es temporal y se refiere solamente a los mercados bursátiles y que es dirigida por los grandes bancos americanos como Goldman Sachs, contribuyendo a la formación de una nueva "burbuja" bursátil y a su estallido a muy corto plazo. La economía "real", al contrario sigue deteriorándose más. Esta euforia, aunada al golpeteo de información, mantiene ciertamente la confusión en la cabeza de los obreros y contribuye también a la falta de perspectivas. La segunda razón se remonta a una veintena de años, a saber, la caída del muro de Berlín, del estalinismo, del "bloque del Este" y la llamada "muerte del comunismo". En efecto, hoy, simplemente al discutir con un buen número de personas, se da cuenta que para ellos el sistema que tuvo en lugar en Rusia, en los países del Este y Alemania del Este, era el comunismo, cuando no era el caso. Pienso y me doy cuenta que la desinformación y las mentiras sobre el comunismo pronunciadas por la clase explotadora dejaron huellas y están aún desgraciadamente presentes en el espíritu de los proletarios. En la actualidad, muchos obreros piensan objetivamente que este sistema económico está en su fase final de su vida y en agonía, pero no sabe simplemente con que sustituirlo, ya que les martillaron durante años, a través de los medios de comunicación, la prensa escrita, sus libros y sobre todo por la educación, que el comunismo era un sistema económico que no funcionaba y que conducía a regímenes dictatoriales o, en el mejor de los casos, que era una utopía. Lo cual es falso por supuesto, y se trata de una de las mayores mentiras de la humanidad. La tercera y última razón es que la crisis no afecta a todos los asalariados con la misma intensidad y en el mismo momento. Lo que puede explicar porqué un número limitado de obreros entran en luchas desesperadas, aunque aisladas, y que otros están aún en fase de reflexión y maduración de su conciencia.
Aquí quizá un principio de respuesta, y que espero aportará algunos elementos a la reflexión colectiva.
Nuestra respuesta
Estamos de acuerdo con cada punto de este correo. En realidad, la violencia con la cual afecta hoy la crisis económica tiene, momentáneamente, un efecto espantoso y paralizante.
Como lo destaca el camarada AL, las últimas luchas de amplitud tuvieron lugar en Grecia y las Antillas a finales de 2008 y a principios de 2009. No es una casualidad si la situación social se ha calmado en ese momento, exactamente cuando la crisis ha comenzado a afectarnos más. En general, y eso se comprobó frecuentemente durante los cuarenta últimos años, los momentos de un fuerte aumento del desempleo no son el teatro de las luchas más importantes. La clase obrera en efecto se somete a un chantaje odioso pero eficaz: "si no están contentos, muchos obreros están dispuestos a sustituirlos". Además, los dueños y los Gobiernos se repliegan tras un argumento "decisivo": "Nosotros no tenemos nada que ver si aumenta el desempleo o los despidos: es por culpa de la crisis". Se desarrolla pues un sentimiento de impotencia. Los obreros no tienen frente a ellos simplemente un malévolo patrón sino un capitalismo internacional en complicidad. Toda lucha es un cuestionamiento del conjunto del sistema. Toda lucha plantea, básicamente, la cuestión de otro mundo. Para entrar hoy en lucha, es necesario no solamente tener el valor de hacer frente a las amenazas de despidos y el chantaje patronal, sino es necesario también y sobre todo creer que la clase obrera es una fuerza capaz de proponer otra cosa. No basta que perciba que el capitalismo está en un callejón sin salida para que la clase obrera esté en condiciones de dirigirse hacia una perspectiva revolucionaria. Es necesario que tenga la convicción de que tal perspectiva es posible. Y es precisamente sobre este terreno que la burguesía logró ganar puntos tras el hundimiento de la URSS, supuestamente "patria del socialismo". La clase dominante llegó a insertar en la cabeza de los obreros la idea de que la revolución proletaria es un sueño hueco, que el viejo sueño del comunismo murió con la URSS (3 [17]). Los años noventa se han caracterizado mucho por el impacto de esta propaganda. Durante una década las luchas estuvieron en fuerte repliegue. Aunque el efecto de la "muerte del comunismo" comenzó a esfumarse ligeramente a principios de este siglo y que nuestra clase llegó lentamente a reanudar el camino del combate, aún sigue habiendo hoy numerosas huellas. La asimilación del estalinismo y comunismo, la falta de confianza de la clase obrera que debe construir con sus manos otro mundo, actúan como cerrojos.
¿Estamos entonces en un callejón sin salida? Ciertamente no. La perspectiva es sin duda alguna hacia numerosas luchas cada vez más importantes. Momentáneamente, nuestra clase recibió un golpe en la cabeza que resiente como anestesia. Pero la crisis sigue siendo el terreno más fértil al desarrollo de las luchas. En los próximos meses y años, la clase dominante va a intentar hacer pagar a todos los trabajadores los enormes déficit presupuestarios que se acumulan, los planes de rescate de los bancos y de "reactivación" de la economía. La amenaza de despidos pesará menos sobre sus hombros y tendrán entonces la responsabilidad de llevar la ofensiva y de implicar a su lado a los trabajadores del sector privado, los precarios, los desempleados, los pensionados... se impondrá entonces la idea de que solamente la lucha unida, masiva y solidaria, sin distinción de sectores, puede frenar la brutalidad de los ataques. Es en este combate que la clase obrera forjará su confianza en sus propias fuerzas y en su capacidad de llevar a cabo un día la revolución comunista mundial, condición de la supresión de la explotación.
Pawel, 21 de noviembre.
1 [18]) A nivel internacional, sin embargo, el proletariado conduce algunas huelgas silenciadas por un bloqueo casi total de todos los medios de comunicación. (Ver en nuestra página web luchas recientes en Gran Bretaña, Sidney e India .
2 [19] ) No dudar en escribirnos también a nuestro correo electrónico (mé[email protected] [20]) .
3 [21]) Leer artículo aparecido en RM 113 respecto a la caída del muro de Berlín, trata precisamente de esta propaganda nauseabunda asimilando el estalinismo y comunismo.
El golpe de Estado del 28 de junio dado en Honduras por Roberto Micheletti derrocando a Manuel Zelaya ha dejado al descubierto un conjunto de verdades que las burguesías involucradas tratan de ocultar para mantener su apariencia democrática y progresista (ver RM 112, 113, www.internationalism.org [23]).
El golpe de Estado en Honduras desmintió la propaganda sobre ‘el avance de la democracia'. El mito democrático, que la burguesía utiliza para validar su sistema de explotación y muerte en todo el planeta, fue zarandeado en Honduras por la reacción de una fracción de la burguesía contraria a la alineación que tomó la fracción en el poder. Zelaya abandonó los intereses del Partido Nacional y de la fracción que representaba para alinearse, a su conveniencia, a los intereses imperialistas del llamado ‘Socialismo del siglo XXI' liderado por Chávez.
El golpe de Estado, con todo su peso ‘antidemocrático', no sólo buscaba reestablecer las ventajas de una fracción de la burguesía Hondureña, sino que venía muy bien a los intereses de Los Estados Unidos (EU) que le conviene frenar el avance del grupo de países que le dificulta desarrollar su política en América Latina. De esta manera, EU quedó atrapado en la disyuntiva de condenar el golpe de Estado y ‘defender la democracia' o de apoyar a los ‘gorilas' golpistas que le favorecían. El mismo problema se presentó a los países en la órbita de los Estados Unidos, pues no podían condenar un golpe de Estado que los beneficiaba. Así, las opiniones divididas entre los propios funcionarios de los EU, y entre los representantes de los países del mundo, unos condenando y otros apoyando el golpe de Estado mostraban que la mentada democracia es sólo una careta que usan las burguesías y sus fracciones de la manera que más les conviene.
Las elecciones del 29 de noviembre -promovidas por el golpista Micheletti, con candidatos golpistas- no hicieron más que exacerbar las diferencias entre los dos grupos imperialistas. Venezuela, Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia Ecuador y Cuba y ‘gran parte de la comunidad internacional' condenaron las elecciones como ilegales pues no se ha restituido al presidente depuesto.
EU fue apoyado al avalar las elecciones por: Panamá, Perú, y Costa Rica. Colombia, y México lo siguen pensando. Según EU y su grupo las elecciones fueron legales. EU, el régimen golpista y sus aliados gastaron más de 600 mil dólares en cabilderos[1]. Entre los contratados están Lanny Davis, el ex abogado del presidente Bill Clinton y su esposa Hillary Clinton, actual secretaria de Estado. El Tribunal Electoral de Honduras declaró el 21 de diciembre a Porfirio Lobo presidente electo pero esto no significa que el conflicto ha terminado, por el contrario.
Los propios analistas burgueses miden los costos políticos del actuar de los EU en el que Obama se ve obligado a quitarse momentáneamente la careta de defensor de la democracia. "Para el principal director de análisis político del Consejo de las Américas, con la decisión del gobierno de Obama de abandonar el consenso regional de defensa de la democracia en el caso de Honduras, ‘hemos perdido nuestra capacidad y autoridad moral para denunciar violaciones de legislaturas y tribunales supremos en otros países, como Venezuela o Bolivia, cuando ellos toman acciones antidemocráticas'. Argumentó que dar legitimidad al golpe de Estado a través de las elecciones es un error, y ‘daña el perfil de Obama en la región'... Para Mark Weisbrot, copresidente del Centro de Investigación Económica y Política, el gobierno de Obama apoyó el golpe de Estado desde el inicio. ‘Han logrado apoyar el golpe y a la vez aparentar respaldo a Zelaya'. ".[2] De esta manera, las dificultades que los Estados Unidos tienen en el mundo para mantener su liderazgo, aumentaron con la actuación de Obama en este conflicto.
Estos dos grupos imperialistas que se han mostrado claramente en el conflicto de Honduras tienen intereses que chocan en la región, principalmente el deseo de Lula-Chávez y sus seguidores de plantar una cabeza de playa en Puerto Cortéz para favorecer el comercio exterior a través de un canal terrestre en San Salvador y Nicaragua que una el Atlántico con el Pacífico. Este proyecto se contrapone directamente al Plan Puebla-Panamá de EU en México. Brasil se destapa cada vez más como el principal país que se opone a los designios de EU, por ser un país fuerte política y económicamente. Esto pone en evidencia un paso más en la escalada de desestabilización en América Latina.
Con esto se revela que todos los países, aún los más pequeños o ‘pobres', como el Salvador, desarrollan una política imperialista de alianza con potencias imperialistas en contra de los intereses de otras potencias imperialistas, en pugnas en las que la clase trabajadora es la más afectada. "Las relaciones imperialistas constituyen hoy una maraña de desestabilización, caos y guerras que cubre absolutamente todo el mundo. Ningún país, por grande o pequeño que sea, escapa al siniestro juego de las pugnas imperialistas." (RM 113).
Hay quienes afirman que el apoyo de Obama a las elecciones en Honduras es resultado de la ‘presión de las fuerzas conservadoras de EU'. Lo que hay que poner en claro es que aún cuando el lenguaje del nuevo presidente ha sido mejor cuidado por sus agentes de imagen, éste no ha podido ocultar sus verdaderos intereses que no difieren en lo esencial de los de los presidentes anteriores, y que, por el contrario, con la profundización inexorable de la crisis, los apetitos imperialistas se intensifican, lo que significa aún más explotación y más miseria para el proletariado local y extranjero.
La profundización de la crisis ahonda las pugnas inter-imperialistas, marcadas también por el peso de la descomposición del sistema capitalista, que se pudre entre sus contradicciones, y esto es lo que estamos viendo con los acontecimientos en Honduras. Esta crisis política ha dejado al descubierto que los intereses antagónicos de las burguesías de EU y de Lula-Chávez y sus respectivos aliados están creando otra zona de conflictos que plantea graves amenazas a todos los niveles para las capas explotadas, que son las que pagan las consecuencias de las pugnas imperialistas.
Las fracciones de la burguesía están haciendo llamados a los explotados a tomar partido por uno u otro bando imperialista, por uno u otro representante de la clase. Debemos estar claros que no hay mejora posible en el capitalismo y que cualquier oferta de la burguesía esconde tras de ella más explotación, miseria y muerte.
Para el proletariado no se trata de defender, ni la democracia ni la Nación, ni la legalidad o no de las elecciones, ni elegir entre dictadura o democracia, ni de elegir entre el ‘mal menor' del imperialismo ‘socialista' contra el imperialismo ‘yanki'. La burguesía establece su poder sustentada en la fuerza militar, o en un gobierno democrático o supuestamente socialista, cargados de maquillaje para encubrir su faz sanguinaria y en todos los casos se trata de la MISMA DICTADURA DEL CAPITAL. Suponer que existe un "mal menor" en ese escenario, impide a los trabajadores involucrarse en la lucha verdaderamente proletaria y ayuda a desarmarlos, colocándolos en fila tras banderas y consignas que le son ajenas, en donde son solo simple carne de cañón.
De frente a la política imperialista de todas las burguesías, la clase trabajadora tiene sólo su lucha autónoma por la defensa de sus condiciones de vida y trabajo. Sólo esta lucha pondrá los cimientos para alcanzar la unidad y conciencia entre los trabajadores que permita barrer de una vez por todas a este sistema moribundo que va sembrando la destrucción por todas partes.
Héctor /diciembre-2009.
[1] Según la revista The New Yorker.
[2] https://www.jornada.com.mx/2009/11/27/index.php?section=mundo&article=021n1mun [24]
Aunque frente al ataque brutal contra los trabajadores de la compañía Luz y Fuerza del Centro, éstos experimentaron una enorme indignación y descontento (ver artículo al respecto en esta edición y las dos anteriores), el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) tenía montada toda una trampa para lograr que los planes del Estado capitalista se cumplieran al pie de la letra. ¡Nada de que el sindicato fue golpeado por el gobierno!, ¡Los sindicatos son los policías del Estado dentro de las filas obreras para hacer aceptar los designios del capital, ya sean “charros” o se hagan llamar “independientes” o democráticos”! Este es el accionar típico de los sindicatos que ya desde principios del siglo XX comienzan a mostrar su carácter antiobrero, un historial que el proletariado debe tener en cuenta para preparar sus luchas futuras:
- Con ocasión de las dos matanzas mundiales los sindicatos impulsan la “unión sagrada” con la burguesía, impidiendo las huelgas y llevando al matadero a los trabajadores; luego, después de la reconstrucción capitalista de posguerra, con la aparición de la crisis y el desarrollo de la lucha, el sabotaje sindical se hace patente;
- Durante la oleada revolucionaria que inició en 1917, los sindicatos se oponen activamente a la lucha revolucionaria. Ante la caducidad de los sindicatos y como producto del auge revolucionario surgen en Rusia, Alemania, Hungría y otros países órganos creados por los propios trabajadores: los consejos obreros.
- Desde 1968 con el resurgimiento de la lucha de clases después de medio siglo de contrarrevolución y durante las oleadas sucesivas de lucha que siguieron hasta 1989, los obreros siempre se han enfrentado a las maniobras y trampas sindicales.
- En la última década, cuando el proletariado hace esfuerzos para reanudar sus luchas de resistencia, invariablemente se ha encontrado de frente contra el sindicato en todas sus variantes (oficiales, democráticos, independientes) que se ha encargado de evitar que la lucha obrera genuina se desarrolle.
En cuanto a México, tan sólo enumeremos los casos más recientes para ilustrar lo que decimos:
- Ahí tenemos desde siempre al sindicato “independiente” de Volkswagen que anualmente aparece cínicamente como el “defensor del empleo” y que, tras sus “radicales” llamados a la huelga, termina por “negociar” en cada ocasión peores condiciones de trabajo para sus afiliados,
- A los sindicatos del IMSS, del ISSSTE, el SNTE o la CNTE que se encargaron de sujetar a los trabajadores para evitar que desplegaran una verdadera lucha contra los despojos a sus pensiones y jubilaciones;
- A los sindicatos de las diferentes universidades, los cuales prestigiándose con el cuento de su independencia han logrado mantener también un férreo aislamiento y control sobre sus agremiados;
- O últimamente el sindicato “independiente” de los trabajadores del Colegio de Bachilleres, el cual sostuvo una huelga de 41 días con el pretexto de defender una cláusula de su contrato colectivo relacionada con las condiciones de jubilación, que al final quedó imprecisa y que anticipa nuevos ataques en ese terreno. El sindicato cumplió su función: los trabajadores desgastados y desmoralizados volvieron al trabajo con las manos vacías.
Estos ejemplos ilustran cómo los sindicatos se las arreglan para montar procesiones que les den prestigio, pero cuidando muy bien que las diferentes huelgas o movilizaciones se mantengan aisladas en cada empresa o sector, e impidiendo que los trabajadores se conozcan, discutan y solidaricen –por ejemplo, mientras las cúpulas sindicales se encargaban de las simulaciones de “unidad” y “solidaridad” (de palabra, claro), los trabajadores de Luz y Fuerza demostraban su coraje en sus consignas, pero se les dejaba aislados en los hechos.
Los sindicatos nacieron en el siglo XIX como instrumentos de la lucha reivindicativa de los trabajadores contra el capital, y expresaban un avance en su organización, su unidad y su conciencia. El capitalismo, al ser un sistema en expansión, podía conceder a los trabajadores auténticas mejoras y reformas: la jornada laboral pasó de unas 16-18 horas a principios de siglo a unas 10 horas a finales y a 8 horas en algunos países antes de la guerra de 1914. En ese periodo el proletariado se dotó de organizaciones de masas de tipo sindical que tenían como meta la mejora progresiva de las condiciones de vida de los obreros. En países como México ese periodo de beneficios duró mucho menos por características del movimiento obrero en la región que veremos posteriormente.
La situación anterior se hace imposible en el período histórico de la decadencia del capitalismo que se inicia en el siglo XX: el capitalismo había conquistado el mercado mundial y con ello sus contradicciones se agudizaron mucho más, “el margen de maniobra que poseían los capitales nacionales y que permitía al proletariado llevar una lucha dentro de la sociedad burguesa por la obtención de reformas, queda reducido a la nada. La guerra despiadada que sostienen entre sí los distintos capitales nacionales se traduce en una guerra interna del Capital contra toda mejora de las condiciones de la clase productora” (ver nuestro folleto “Los sindicatos contra la clase obrera”). Pero no sólo eso: la ferocidad con la que los capitales se enfrentan ha llevado al reforzamiento del Estado y a su penetración en todos los ámbitos de la vida del capital, de modo que el capital ha tenido que incorporar a los sindicatos a su estructura. No es que el Estado se entrometa en los sindicatos, los sindicatos son ya parte del aparato de Estado. Por ello decimos que ya no son un instrumento de lucha de la clase obrera. Tampoco se trata de un problema de “lideres charros” a los que habría que desplazar de la dirección sindical para recuperar el carácter de clase de estos organismos, se trata pura y simplemente de que estas estructuras han perdido completamente su esencia obrera y ahora forman parte del Estado y cumplen de lleno funciones de encuadramiento de los trabajadores.
Los sindicatos se empeñan en convencer a los trabajadores de que los intereses de la economía nacional y de la empresa se pueden conciliar con los de los trabajadores, cuando en realidad la economía capitalista funciona, no para satisfacer las necesidades humanas, sino para la acumulación capitalista por medio de la explotación de la fuerza de trabajo. Para asegurar que las ganancias no disminuyan, la empresa y el gobierno toman medidas que los sindicatos se encargan de hacer aceptar y que esencialmente consisten en abaratar los costos de la fuerza de trabajo: ellos eliminan los puestos de trabajo de la empresa privada y de la administración pública que no les son rentables; promueven los empleos precarios, la flexibilidad laboral y los “pactos de productividad” cuyo real objetivo es beneficiar al capital; reducen los salarios mediante diversas estrategias, eliminan las llamadas “prestaciones sociales” en la salud, pensiones, subsidios de desempleo, indemnizaciones, etc.
La lucha reivindicativa en pro de las necesidades humanas: comer, vestir, ofrecer un futuro a los hijos y, en general, procurarse un mínimo de bienestar y de dignidad también, son intereses irrenunciables de la clase obrera independientemente que haya crisis o no, le vaya bien o no a la empresa o a la economía nacional. El bienestar de los trabajadores y sus familias no pueden depender de las vicisitudes del capital y deben desarrollar su lucha reivindicativa precisamente a partir de la ruptura con la visión de defensa de la economía nacional y de salvación de la empresa.
Los sindicatos buscan que los obreros abandonen sus necesidades en pos de las exigencias inhumanas de la reproducción del capital. Por el contrario, la lucha reivindicativa guarda la perspectiva de una sociedad que destruya la lógica capitalista que sacrifica la vida humana en aras de la ganancia. Por eso la lucha reivindicativa contra el aumento de la explotación está vinculada estrechamente a la lucha revolucionaria por la abolición de la explotación. La burguesía lo sabe muy bien, y por ello da a sus sindicatos la tarea de evitar que esas luchas se desarrollen pues llevan contenidas las potencialidades revolucionarias del proletariado.
El espíritu que propagan los sindicatos es la desmoralización, pues saben que la principal debilidad en la clase obrera es la falta de confianza en sí misma. Buscan impedir a cualquier precio que los obreros salgan masivamente a la calle por lo que tratarán siempre de encerrarlos en su lugar de trabajo. Y cuando los obreros se van al paro los sindicatos lo hacen todo para ponerse a la cabeza del movimiento y para asegurarse que siga los cauces que convienen a la burguesía. Dividen a la clase obrera encerrándola en formas de lucha totalmente ineficaces y, sobre todo, limitando toda lucha al taller, a la fábrica o sector, impidiendo su unificación, su extensión y su generalización.
En particular, impiden siempre que los obreros tomen el combate en sus manos ofreciéndoles falsas alternativas de organización y de lucha, adulterando la esencia de las asambleas generales que convierten en meras cajas de resonancia de las directrices sindicalistas. Imponen desde el principio una lucha aislada sin relación con el resto de la clase, y cuando los trabajadores manifiestan inquietudes para buscar la extensión y la unidad con otros sectores, los sindicatos se apresuran a montar el teatro de la “solidaridad” sindical que es la pantomima que ofrecen a cambio de la verdadera solidaridad obrera.
Ante las dudas que resiente la clase obrera sobre la posibilidad de luchar fuera de la convocatoria sindical, hay ejemplos históricos muy claros de que no sólo es posible sino necesario para poder avanzar en el combate del proletariado. Tan sólo mencionemos que a finales de los 70, en varios países del mundo los trabajadores comenzaron a cuestionar el encuadramiento sindical comprendiendo que la fábrica se había convertido en una verdadera fortaleza resguardada por los sindicatos y que hacía falta ganar la calle para estar en contacto con otros trabajadores y hacer avanzar la lucha.
Esta dinámica produjo la formidable huelga masiva de los obreros polacos en 1980, que mostró a los ojos del mundo entero la capacidad del proletariado para tomar la lucha en sus manos, para organizarse por sí mismo a través de sus asambleas generales, para extender la lucha en todo el país y dejar planteada además la necesidad de su extensión en el plano internacional; un ejemplo que en esos años constituyó un impulso para la clase obrera de todos los países.
Más recientemente, se han producido por el mundo ejemplos significativos que nos indican el camino adecuado a seguir (ver artículo sobre Luz y Fuerza en este RM) y que son la viva muestra de que es posible desplegar el potencial de organización y combate propios de la clase obrera frente a la ideología burguesa que nos vende la falsa idea de que los trabajadores no pueden hacer nada sin los sindicatos.
RR/diciembre-2009
De forma similar a la quema de autos llevada a cabo en los suburbios parisinos en 2005, el día 15 de diciembre pasado se han incendiado con bombas molotov a 7 autos que se encontraban estacionados en una colonia del sur de la ciudad de México. Por este hecho la policía ha detenido a tres jóvenes con edades que oscilan entre 16 y 17 años, a los que relacionan inmediatamente con las explosiones que meses atrás se han llevado a cabo en contra de bancos y comercios, e incluso afirman que estos detenidos forman parte del "Frente de Liberación Animal" de filiación anarquista.
Este tipo de actos y grupos bien pueden ser construcción del mismo Estado para crear provocaciones o motivos de represión, o si efectivamente no tienen una liga directa, la utilidad que tienen para el Estado es la misma que si fueran creados.
Por eso, este tipo de acciones, lo mismo que las realizadas en Francia en 2005, aunque tienen diferente contexto y motivación, ambas son expresiones de una violencia ciega sin objetivo, como es el actuar de las capas sociales sin porvenir histórico, como lo son la pequeñaburguesía y el lumpenproletariado.
Es sabido que muchos jóvenes que ven agredida de forma feroz sus condiciones de vida, al negarles la posibilidad de estudios o incluso la venta de su fuerza de trabajo, no ve más salida que las acciones desesperadas. Por eso cuando se dan este tipo de acciones y las detenciones subsecuentes, abre la urgente necesidad de reflexionar sobre las formas de lucha que los explotados requieren utilizar para enfrentar el poder del capital. Y aunque no podemos dejar de sentir dolor y rabia por la detención de esos jóvenes porque sabemos serán objeto de castigos y sañudas torturas por parte de la justicia burguesa, y se reafirma este sentimiento cuando pensamos que es posible que guarden un verdadero coraje contra el capitalismo, no obstante, es imposible evitar de señalar que los medios que han utilizado no ayudan en ninguna forma al combate por la emancipación y en cambio es de mucha ayuda al propio Estado que dicen combatir. Y cuando decimos esto, no pretendemos defender al pacifismo o al legalismo, por el contrario el marxismo al analizar de forma materialista la historia, puede comprender que el proletariado, por el papel que ocupa en el modo de producción, es la única clase revolucionaria capaz de destruir al sistema capitalista, y para lograrlo tendrá que hacer uso de la violencia, pero esta no es ciega y producto de la desesperación, sino es una violencia CONCIENTE y MASIVA. Y la conciencia proletaria, no surge como imitación o efecto de las acciones individualistas que se presumen "heroicas", sino proviene de la reflexión y la comprensión de su condición de explotado, del significado del sistema capitalista y de la comprensión de que su fuerza se encuentra en la organización. Por eso en la defensa de sus condiciones de vida (por ejemplo de su salario) expone una comprensión de lo que son las leyes capitalistas y de la imposibilidad de que éstas le ofrezcan una mejor vida, de manera que los proletarios no reciben del exterior las razones, ni los "ejemplos" para enfrentar al capital.
No hay que perder de vista que la burguesía en México viene desde hace tiempo preparando un ambiente de intimidación, ya lo hace en algunas zonas rurales con la presencia de militares, y no es extraño que busque extender este ambiente en las ciudades, pretextando el tipo de acciones terroristas que llevan a cabo grupos, que como decíamos arriba bien pueden ser construidos para ese propósito o bien manipulados adecuadamente por el mismo Estado. Por eso los proletarios deben tener claro que el terrorismo no es un instrumento de lucha revolucionario, ya que en vez de favorecer el desarrollo de la lucha en contra del capitalismo, se vuelve un medio adecuado para que la policía lleve a cabo sus manipulaciones y artimañas.
Romeo/diciembre de 2009
El 2010 se perfila como un año especial para la burguesía mexicana. Se cumplirán 200 años de la independencia de España y, al mismo tiempo, 100 años de la llamada "revolución mexicana". En medio de la peor crisis económica en la historia del capitalismo mundial y ante un futuro tan opaco es evidente que el capital se refugiará en ensalzar sus glorias pasadas para tratar seguir machacando que su sistema "marcó el progreso" y que, por tanto, deberíamos confiar en que el mundo pasa por un "pequeño bache" y que, en cuestión de meses, volveremos a ver "la luz al final del túnel". Los festejos están siendo empañados por una degradación terrible de nuestras condiciones de vida y por una ausencia angustiante de un futuro mejor. Sin embargo, la burguesía hará una campaña enorme alrededor de estos temas porque hoy, más que nunca, necesita recordarnos que las revoluciones son "cosas del pasado", que lo peor de la historia ha quedado atrás y que el capitalismo es "eterno" y el "mejor de los mundos". Además, los "valores democráticos" y la construcción de un Estado se nos presentarán como una necesidad para avanzar hacia un futuro radiante... ¡la decadencia de este sistema conlleva sus propios excesos!
Pensamos que es necesario atajar y denunciar los mitos, las manipulaciones históricas y las visiones deformadas que analizarán tales acontecimientos y que nos presentarán como la quintaesencia de la verdad histórica. No se trata de una estéril competencia intelectual a la que nos acostumbra la burguesía, se trata de una denuncia militante, de mostrar que la postura del proletariado es diametralmente opuesta a la visión estática, fraccionada y mistificada de la burguesía (independientemente de las intenciones de muchos de sus representantes -de izquierda y derecha, son lo mismo). El marxismo como arma del proletariado revolucionario, contribuye a entender el pasado y su devenir para poder asumir y asimilar las condiciones que harán posible la liberación de la humanidad. La burguesía como clase explotadora tiene necesidad de justificar su sistema, de mistificar la realidad y de proteger sus intereses de minoría. El proletariado, en cambio, no podrá hacer su revolución mundial antes combatir por desmitificar la historia. El proletariado no es una nueva clase explotadora, es la clase revolucionaria que se propone acabar con toda explotación e instaurar una comunidad humana mundial, en ese sentido, no tiene necesidad de justificar o encubrir las intenciones de su revolución. No hay nada que ocultar, por primera vez la conciencia y la búsqueda de la verdad acompañarán una revolución.
Trataremos de abordar todos estos temas a lo largo de una serie que irá apareciendo en las páginas de Revolución Mundial. La historia que todos conocemos o aprendemos en la escuela es la versión de la burguesía, es la historia que se ha transformado en la ideología de la clase dominante. La intención de la serie que hoy anunciamos es tratar de contribuir a una comprensión marxista de la historia del desarrollo del capitalismo en esta región del mundo. Nos limitaremos a las grandes líneas del desarrollo histórico y tocaremos los momentos más significativos que a nuestro juicio ponen al desnudo el proceso a través del cual el capitalismo se consolidó como modo de producción y cómo su estado, el estado capitalista, evolucionó para dominar el trabajo asalariado y llegó incluso hasta absorber a todo el cuerpo social y a volverse el representante perfecto de la explotación capitalista.
Lo que nos han enseñados en todos los niveles educativos es una colección de hechos sin conexión entre ellos, nos han mostrado una lista interminable de héroes que nos han canonizado hasta volverlos religiosamente "inmaculados", todos ellos de "buenos sentimientos" y de no mejores intenciones; todos, desde Hidalgo hasta Cárdenas, estarían siempre del lado del "pueblo" y, en fin, la historia no sería fuente de enseñanzas sino un oscuro terreno donde no hay procesos sino "próceres", donde no hay reflexión sino memorización pura y simple. La visión que nos transmite la burguesía es la de los Mesías salvadores, del "líder genial" cuya preclara cabeza sería la fuente para explicar el devenir de la historia (existe el mito de que los estadounidenses siguen "analizando" el cerebro de pancho Villa).
El método marxista analiza la historia como un proceso práctico en el desarrollo de los hombres "pero no tomados en un aislamiento y rigidez fantástica, sino en su proceso de desarrollo real y empíricamente registrable, bajo la acción de determinadas condiciones. En cuanto se expone este proceso activo de vida, la historia deja de ser una colección de hechos muertos, como lo es para los empíricos, todavía abstractos, o una acción imaginaria de sujetos imaginarios, como lo es para los idealistas" (Marx y Engels, La Ideología Alemana, cap.I).
Las condiciones concretas de la época que analizaremos corresponden justamente al desarrollo de las fuerzas productivas que han engendrado el capitalismo y su implantación a nivel mundial. El proceso de independencia en América Latina a principios del siglo XIX, corresponde a su vez a las veleidades de las nuevas burguesías locales que buscaban sus propios caminos y la construcción de sus propias naciones. Con ellos se instauraban nuevas relaciones de producción y un nuevo sistema de explotación: el capitalismo. Sin este marco, toda historia se vuelve un rancio discurso edificado sobre "el anhelo de los pueblos".
La visión materialista del proletariado relaciona siempre la historia humana con el desarrollo de la industria y el comercio, es decir, con el desarrollo de las fuerzas productivas enmarcada por supuesto en la lucha de clases. Eso intentaremos a lo largo de esta serie.
La ideología de la burguesía asume su historia nacional como algo singular, inédito, propio. A lo más que llegan es a afirmar que algunos hechos internacionales "influyeron" en ciertos acontecimientos (por ejemplo la invasión napoleónica a España que catalizó la independencia de Ibero América...) pero, algunos hechos más escabrosos como la I Guerra Mundial están casi ausente cuando la historia oficial aborda las convulsiones sociales de México entre 1910-1919. Aún más evidente es la total e interesada ausencia de referencias a la lucha de clases[1]. Siempre nos salen con el cuento que los mexicanos tenemos "nuestras raíces", nuestra "propia historia", pero esto no va en el sentido de afirmar la diversidad humana, sino en el sentido de segregarnos del resto, de dividir a la humanidad en naciones.
El Estado capitalista es el principal promotor de mantener la "historia nacional" como algo desconectado del capitalismo mundial. Aún hoy, por ejemplo nos dicen que la crisis "viene de afuera". El autarquismo medieval o los fenómenos sociales locales son parte del pasado[2], el capitalismo se ha encargado de construir el mercado mundial y, con ello, relaciones de explotación del trabajo asalariado se han generalizado también a nivel mundial. Es por eso que las "historias nacionales" se mantienen con objetivos exclusivos de mistificación. Eso no es, evidentemente, una característica exclusiva de la burguesía mexicana; no, cada burguesía hace exactamente lo mismo.
Es por ello que cuanto más se ha ido expandiendo el capitalismo, cuanto más el mundo se hace estrecho, lo local se ha vuelto una consecuencia de los procesos internacionales. "...cuanto más se destruye el primitivo encerramiento de las diferentes nacionalidades por el desarrollo del modo de producción, del intercambio y de la división del trabajo que ello hace surgir por vía espontánea entre las diversas naciones, tanto más la historia se convierte en historia universal" (ídem).
"Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época (...) La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual (...) Las ideas dominantes nos son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas" (ídem). Lo que nos han presentado como "historia nacional" es, en efecto, la visión de la burguesía, su moral y sus ideas. No es casualidad que el héroe nacional por excelencia sea Benito Juárez, hay varias razones pero diremos en el marco de esta presentación que es el mito ideal del individuo marginado que se hace "máximo dirigente" de una nación, el centro de esta ideología es que "tiene éxito el que trabaja" (¡la realidad está ahí para desmentir esto!), que todos, hasta los indígenas, tendríamos la misma oportunidad de pertenecer a una minoría explotadora. Lo que la ideología burguesa no explicará jamás es el por qué esa minoría es cada vez más reducida y la masa de explotados crece sin cesar.
Hoy todos los políticos de derecha o izquierda derraman discursos sobre el "interés nacional", la "defensa del patrimonio" y eternamente "luchan contra la pobreza". Todo esto parece loable o al menos folklóricas "ideas de nuestros políticos". Lo cierto es que "cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que dominó ante de ella se ve obligada, para poder sacar adelante los fines que persigue, a presentar su propio interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad, es decir, expresando todo esto en términos ideales, a imprimir a sus ideas la forma de la universalidad, a presentar estas ideas como las únicas racionales y dotadas de vigencia absoluta" (ídem).
Los festejos del Bicentenario y Centenario vendrán cargados de una enorme campaña de afirmación de las "ideas dominantes", es decir, el eje será machacarnos que el capitalismo es una especie de "interés común" y que la constitución de naciones y la consecuente explotación del asalariado en el marco nacional es la más "racional" de todas las ideas.
A lo largo de esta serie intentaremos contribuir a la reflexión sobre cómo comprender estos acontecimientos en el marco del desarrollo del capitalismo mundial no con fines académicos sino para preparar una verdadera revolución mundial que se plantee la eliminación de siglos de opresión, que la eliminación del trabajo asalariado pueda por fin acabar con la prehistoria humana y podamos empezar la verdadera historia de la humanidad.
Marsan. 4-12-09
[1] "la historia es la historia de la lucha de clases" decían Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.
[2] Por ejemplo, la decadencia del imperio romano, fue, a pesar de su estruendosa caída, un fenómeno limitado a una región del mundo.
El llamado "Bicentenario de la Revolución de
Independencia" en México no es una
celebración solamente de la burguesía "mexicana", sino de la burguesía mundial. No es la
conmemoración del triunfo de las masas revolucionarias que construyen la"
patria", la nación, sino el triunfo de la burguesía nativa en su incorporación
al capitalismo mundial, al mercado mundial, como nuevo Estado-Nación. Una revolución
de independencia que fue producto de la expansión del capital, del carácter
universal de las relaciones de producción capitalista que destruyó los
particularismos de manera acelerada a partir de la segunda mitad del siglo XVIII
con la revolución industrial y, en particular, una expansión que alcanzó a toda
la región latinoamericana. Es pues la consolidación del mercado mundial y cuyo
origen se remonta al siglo XVI. De ahí que Marx y Engels hayan planteado que "La
gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado con el descubrimiento
de América" (Manifiesto del Partido Comunista).
Ideológicamente, el "nacimiento de la patria" es una forma de mantener al proletariado internacional dentro de los estrechos marcos del nacionalismo, común a todos los países del planeta y en México eso se expresa bajo la defensa de la "mexicanidad" burguesa, intentando socavar el carácter internacional de su lucha y de su existencia, encerrándolo en la falsa ideología nacionalista que hoy en día hasta el izquierdismo más radical festeja con tertulias pirotécnicas patrioteras. Seguramente, los representantes gubernamentales de todos los rincones del planeta lanzarán una carretada de felicitaciones al "pueblo mexicano" por su conmemoración: desde los seguidores del "socialismo" del siglo XXI y sus izquierdas oficiales, pasando por las democracias liberales hasta llegar a los salvadores de las democracias que invaden territorios en nombre del Dios de la ganancia: el capital.
Para la burguesía, aunque su dominación es internacional, la Nación es parte de sus mecanismos de dominación; mientras que, para el proletariado internacional, la Patria-Nación no es más que un lastre ideológico, una falsa idea de pertenencia. Ahora bien, históricamente y ubicándonos en el punto de quiebre que ahora nos ocupa y al que nos hemos referido anteriormente, desde el punto de vista económico, el periodo que se abre con la revolución industrial, cuyo nacimiento se registra en Inglaterra, significó ganar para el capital no sólo el mercado interno, sino el mercado internacional (Marx, El capital, Cap. XIII) a partir de la segunda mitad de siglo XVIII, y con ello la universalización de las relaciones sociales de producción capitalista en las diversas regiones del planeta. Desde el punto de vista político, dicen Marx-Engels "la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa" (Manifiesto Comunista). En esa lógica de imposición del Estado moderno se inscriben la revolución de independencia de las Trece Colonias de Norteamérica (1776-1789); la Revolución Francesa jacobina (1789-1794); el proceso de unificación de los Estados alemanes desde 1811 hasta su consolidación en el II Reich en 1871 bajo la conducción de Otto von Bismarck; y las revoluciones de independencia de las colonias hispanoamericanas desde 1808. Es decir, se abre el periodo de las revoluciones burguesas en las principales economías del mundo, con el fin de consolidar su mercado interno y, simultáneamente, entrar en el concierto de la competencia internacional capitalista. Es en este contexto en el que se inscribe la revolución burguesa de independencia de (la Nueva España) México como parte de un proceso histórico mundial en el que surge la clase obrera sin patria dentro de esta entelequia llamada patria creada por la burguesía.
El estallido de la revolución de independencia es parte de ese proceso y no como lo relatan los mitos de la historiografía burguesa sobre el que se monta la escenografía del festejo oficial del Estado mexicano: como la idea repentina de una conspiración descubierta y, ante ello, la vivacidad del futuro "padre de la patria" para empezar a coger gachupines una madrugada del 16 de septiembre de 1910.
En el periodo que va de mediados del siglo XVII a mediados del siglo XVIII, en las colonias hispanoamericanas se registró una crisis sistémica sin precedentes que se manifestó en la disminución del excedente económico que se trasladaba a España desde las colonias. No fue una crisis de la colonia sino la crisis de la dominación colonial lo que aceleró el proceso de independencia, una crisis del sistema colonial de dominación en su conjunto.
En realidad, lo que estaba ocurriendo al interior de la Nueva España era la consolidación del mercado interno en el sentido capitalista (división del trabajo en general, en particular y en específico, como lo plantea Marx en El capital, en el capítulo sobre manufactura). Desarrollo agrícola y manufacturero en el Bajío, centros mineros en Guanajuato, Zacatecas y algunas otros puntos del norte de la Nueva España; ligado al desarrollo de los obrajes, la ganadería y articulados con el centro de comercio de la colonia, es decir, con el Consulado de la ciudad de México que junto a la iglesia desempeñaban el rol principal del sistema crediticio. Es decir, la articulación de las actividades minero-manufacturero-comercial-financiero, protegidos por los presidios pagados por los comerciantes.
Con la llegada de los Borbones al poder en España, en 1700, se plantea entonces retomar los hilos de dominación sobre la Nueva España, y para ello fue necesario emprender en diferentes órdenes las llamadas reformas borbónicas, sobre todo en el último tercio del siglo XVIII (desde 1776, justo cuando las 13 colonias de Norteamérica declaran su independencia respecto de Inglaterra). Es decir, la idea básica de los borbones era romper con el poder de la naciente clase burguesa, sin distinción entre criollos y peninsulares, que es otro de los mitos en torno a la revolución de independencia. Dice Luis Villoro: "Resultaba frecuente la figura del español inmigrante (peninsular) que después de trabajar unos años en el comercio, casaba con la hija de un criollo dueño de una mina, y se convertía, a su vez, en minero. La distinción entre europeo y criollo se resolvía así en una generación. En la industria textil (puebla, Tlaxcala, Querétaro, Celaya, Saltillo, entre las principales) no se podía establecer una distinción clara entre criollos y peninsulares". Es una falacia plantear que la lucha de clases fue inexistente y lo que se estableció fue la lucha de "razas".
De ahí que, la clase hegemónica en la Nueva España a mediados del siglo XVIII no buscara la independencia política formal, debido a que tanto la autonomía política real y la autonomía económica respecto de la metrópoli la habían alcanzado de facto con la conformación del mercado interno. Fue el intento de sujeción de la colonia a la Corona, valga decir las reformas borbónicas, lo que propició las tentativas de independencia política para liberar el proyecto burgués de esa camisa de fuerza.
Surge así la discusión sobre proyectos de "Nación" al interior de la clase dominante, sin distinción entre criollos y peninsulares, hijos de la misma patria, aunque los primeros se hicieran llamar americanos como signo de nacionalidad. Esa discusión se desarrolló con mayor fuerza en medio de un conflicto internacional: la invasión napoleónica a España en 1808 y la consecuente ausencia del monarca (Carlos IV) Fernando VII en el trono Español y que, al mismo tiempo, propiciaría las condiciones para la consolidación del Estado-nación español. Un factor externo que no fue la causa, sino la ocasión para el recrudecimiento de las diferencias al interior del poder si tenemos en cuenta que a principios del siglo XIX, la Nueva España suministraba a la metrópoli el 75 % del total de sus ingresos coloniales. El mercado interno de la Nueva España empezó a ser desestructurado con el despojo del que fue objeto por parte de los borbones.
Los desfavorecidos por las reformas fueron aquellos grupos que estaban interesados en continuar con la consolidación de un mercado interno en la colonia: hacendados, pequeños comerciantes de provincia y el incipiente grupo industrial, incluyendo a la iglesia. Como contraparte, los favorecidos fueron los grupos hegemónicos ligados y conformes con el sistema de dependencia colonial: mineros, comerciantes exportadores, y alta burocracia política.
De dichas diferencias se empezaron a conformar dos "partidos" con propuestas relativamente diferentes a partir de 1808. El primero, hegemónico, tiene su fuerza en la Real Audiencia y recibe el apoyo firme de los funcionarios y grandes comerciantes. Su propuesta: la sociedad debe quedar inamovible ante la falta del monarca español, mientras regresa de nuevo el trono. De esta manera, se prefigura, en líneas generales, una posición política conservadora. El segundo "partido" se manifiesta en una de las instituciones políticas de la Colonia donde los criollos propietarios tienen su principal fuente de poder: el ayuntamiento y, principalmente el ayuntamiento más poderoso, el de la Ciudad de México. En general, aquí se prefigura el partido de los liberales del siglo XIX en México, los reformistas por excelencia. Sin embargo, hasta ese momento, plantean reformas que no atentan contra el derecho del monarca a gobernar. Pretenden, a pesar de las reformas políticas, guardar la corona a Fernando VII. Esta posición reconoce dos poderes legítimos: el del soberano y el segundo el de los ayuntamientos, aprobados por aquél, ya que es en el cabildo donde se encuentra la verdadera representación popular, el órgano primigenio y más representativo en las colonias. Un elemento común que une a estos dos grupos es el temor a la participación de las masas explotadas en el proceso de cambio, es el temor a la radicalización de las masas. En el fondo ambos partidos son conservadores en este sentido. Este proceso conservador y la oposición a las reformas por una fracción de la clase dominante es lo que conduce a la fracción encabezada por Miguel Hidalgo y Costilla (y Morelos) al llamado a las masas para la insurrección aquel mítico 16 de septiembre de 1810.
Hidalgo y Morelos comparten las ideas de su clase y piensan en un Congreso compuesto de representantes de todos los ayuntamientos, y que guarde la soberanía para Fernando VII. Se encuentran en la lógica del partido de las reformas, con la diferencia en que se apoyan en las masas de trabajadoras, principalmente campesinas, y apelan directamente a la llamada soberanía popular burguesa que, a su vez, es delegada en el monarca. Presentan a las masas los intereses particulares de su clase como intereses generales de toda la sociedad porque necesitan el apoyo de los trabajadores. No es que esta ala popular de la revolución encabezada por Hidalgo y Morelos sean herejes desde el punto de vista religioso, sino que son herejes políticos porque van más allá de los cambios impulsados desde arriba por la clase dominante, por los dos partidos que se formaron desde 1808.
Esta postura se expresa de manera clara en el Plan de Paz (marzo 16 de 1812) firmado por José María Cos como portavoz de los insurgentes encabezados por Morelos, en el que se afirma "1º. La soberanía reside en la masa de la nación, 2º. España y América son partes integrantes de la monarquía sujetas al rey, pero iguales entre sí, y sin dependencia y subordinación de la una respecto de la otra" (Alvaro Matute, México en el siglo XIX, fuentes e interpretaciones históricas). Pero es rechazado por los dos partidos y, por lo tanto, no atrae a los grupos hegemónicos. Esa es la gran tragedia de la propuesta de Morelos: el no atraer ni a los representantes de su clase. Y lo que es peor, unifica a las mismas en torno a Félix María Calleja, representante de la monarquía. He ahí la debilidad del ejército insurgente de Morelos y que será, finalmente, lo que explicará su derrota. En este contexto, Morelos presenta al Congreso de Chilpancingo, el documento llamado Sentimientos de la Nación (14 de septiembre de 1813), donde se proclama la independencia de México y propone la República, en lo político, económico y social. Un año más tarde, el 22 de octubre de 1814, fue proclamada la primera Constitución burguesa de la nación mexicana por el ala popular de la revolución.
Mientras tanto, el ala conservadora de la revolución, había negociado en Cádiz (febrero-marzo de 1812) su incorporación al imperio pero como nación independiente: representación igualitaria en las Cortes, libertad de explotación agrícola, minera e industrial, libertad de comercio, supresión de monopolios regios, igualdad de distribución de empleos entre peninsulares y americanos (criollos), entre las principales.
Es esta última fracción de la burguesía la que finalmente triunfa (¡11 años después!) y que negociaría posteriormente la independencia de México bajo la forma de una Monarquía Constitucional con las diferentes grupos de insurgentes, ya diezmados pero de los cuales requería una legitimización de "unidad" (Guerrero, principalmente), y que se expresará con el Plan de Iguala el 24 de agosto de 1821 en la figura de Agustín de Iturbide.
Así, el nuevo Estado nación construido por la burguesía nace bajo la forma de una monarquía constitucional bendecida por la iglesia católica pero efímera al final de cuentas. La "lucha de independencia" es la máscara que esconde la lucha intestina de las fracciones del capital por imponer su poder político como burguesía "autóctona", la "liberación" planteada no era la del hombre sino la de arcaicas estructuras coloniales que impedían un desarrollo potente del capitalismo. Acabar con la encomienda (especie de esclavismo donde el poseedor de la Encomienda podía heredar en propiedad a sus trabajadores) significaba liberar e los trabajadores para que éstos se alquilaran "libremente" a los capitalistas y, con ello, se creaba una clase obrera; condición fundamental para la extracción de la plusvalía, la ganancia, capitalista. La nación tenía que reglamentar, justificar y proteger esa realidad económica.
El establecimiento en México del Estado moderno, del Estado real y político no se resolverá sino hasta 1867 con la república restaurada juarista. Volveremos sobre ello en nuestras siguientes publicaciones.
FDO/diciembre-2009
Enlaces
[1] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/mexico
[2] https://es.internationalism.org/tag/situacion-nacional/lucha-de-clases
[3] https://fr.internationalism.org/rint147/decadence_du_capitalisme_le_boom_d_apres_guerre_n_a_pas_renverse_le_cours_du_declin_du_capitalisme.html
[4] https://es.internationalism.org/revista-internacional/201108/3170/decadencia-del-capitalismo-x-para-los-revolucionarios-la-gran-depr
[5] https://es.internationalism.org/rint142-rosa
[6] https://fr.internationalism.org/brochures/decadence
[7] https://es.internationalism.org/revista-internacional/200807/2192/decadencia-del-capitalismo-i-la-revolucion-es-necesaria-y-posible-
[8] https://www.nationalgeographic.com/
[9] https://www.theguardian.com/environment/2011/dec/11/global-climate-change-treaty-durban
[10] https://www.washingtonpost.com/national/environment/warming-arctic-opens-way-to-competition-for-resources/2011/05/15/AF2W2Q4G_story.html
[11] https://www.theguardian.com/culture/2011/dec/18/news-terrible-world-really-doomed
[12] https://es.internationalism.org/tag/21/534/la-decadencia-del-capitalismo-varios
[13] https://es.internationalism.org/tag/2/25/la-decadencia-del-capitalismo
[14] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/l
[15] https://fr.internationalism.org/ri407/pourquoi_autant_d_attaques_et_si_peu_de_luttes.html#sdfootnote1sym
[16] https://fr.internationalism.org/ri407/pourquoi_autant_d_attaques_et_si_peu_de_luttes.html#sdfootnote2sym
[17] https://fr.internationalism.org/ri407/pourquoi_autant_d_attaques_et_si_peu_de_luttes.html#sdfootnote3sym
[18] https://fr.internationalism.org/ri407/pourquoi_autant_d_attaques_et_si_peu_de_luttes.html#sdfootnote1anc
[19] https://fr.internationalism.org/ri407/pourquoi_autant_d_attaques_et_si_peu_de_luttes.html#sdfootnote2anc
[20] mailto:m%C3%[email protected]
[21] https://fr.internationalism.org/ri407/pourquoi_autant_d_attaques_et_si_peu_de_luttes.html#sdfootnote3anc
[22] https://es.internationalism.org/tag/vida-de-la-cci/cartas-de-los-lectores
[23] https://world.internationalism.org
[24] https://www.jornada.com.mx/2009/11/27/index.php?section=mundo&article=021n1mun
[25] https://es.internationalism.org/tag/noticias-y-actualidad/honduras
[26] https://es.internationalism.org/tag/2/30/la-cuestion-sindical
[27] https://es.internationalism.org/tag/geografia/mexico