Tesis sobre el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006 en Francia

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Estas tesis fueron adoptadas por la CCI cuando todavía se estaba desarrollando el movimiento de los estudiantes. Antes, en particular, de la gran manifestación del 4 de abril, que el gobierno esperaba que fuera menos potente que la anterior (del 28 de marzo), y a la que superó con creces. Incluso participaron en ella todavía más trabajadores del sector privado. En su discurso del 31 de marzo, el presidente Chirac intentó hacer una maniobra ridícula: anunció la promulgación de la ley de “Igualdad de oportunidades”, y a la vez pedía que el artículo 8º de dicha ley (el que instituía el Contrato de primer empleo, CPE, motivo principal de la cólera estudiantil) no se aplicara. Lo que provocó esa lamentable pirueta fue reforzar la movilización en lugar de debilitarla.

Además, el peligro de que se desencadenaran huelgas espontáneas en el sector directamente productivo, como había ocurrido en mayo de 1968, era cada vez más amenazador. El gobierno tuvo que rendirse a la evidencia de que sus maniobras de tres al cuarto no conseguían acabar con el movimiento, lo que acabó llevándolo, no sin antes hacer algunas contorsiones suplementarias, a retirar el CPE el 10 de abril. Estas Tesis contemplaron incluso la posibilidad de que el gobierno no retrocediera. El epílogo de la crisis con ese retroceso del gobierno, ha confirmado y reforzado, de todas maneras, la idea central de las Tesis: la importancia y la profundidad de la movilización de las jóvenes generaciones de la clase obrera en estas semanas de la primavera de 2006.

Ahora que el gobierno ha retrocedido sobre el CPE, que era la reivindicación principal de la movilización, ésta ha perdido toda su dinámica. ¿Significa esto que las cosas van a “volver a ser como antes” como lo desearía, claro está, la burguesía sea cual sea su tendencia?. Ni mucho menos. Como se dice en las Tesis: “esta clase [la burguesía] no podrá suprimir toda la experiencia acumulada durante semanas por miles de futuros trabajadores, su iniciación a la política y su toma de conciencia. Es ése un verdadero tesoro para las luchas futuras del proletariado, un elemento de la mayor importancia en la capacidad de esas luchas para continuar su camino hacia la revolución comunista”.

Es de lo más importante que los actores de ese gran combate hagan fructificar ese tesoro sacando todas las lecciones de su experiencia, que identifiquen claramente cuáles han sido las verdaderas fuerzas, pero también las debilidades de su lucha. Y sobre todo que despejen la perspectiva que se presenta a la sociedad, una perspectiva inscrita ya en la lucha que han llevado a cabo: contra los ataques cada vez más violentos que un capitalismo en crisis mortal va a aplicar inevitablemente contra la clase explotada, la única réplica posible que a ésta le queda es intensificar su combate de resistencia, preparándose así para el derrocamiento del sistema. Esta reflexión, como la lucha que se termina, debe ser llevada a cabo de manera colectiva, en debates, nuevas asambleas, círculos de discusión abiertos, como lo han sido las asambleas generales, a todos aquellos que quieran asociarse a esa reflexión, especialmente las organizaciones políticas que apoyan el combate de la clase obrera .

Esa reflexión colectiva solo podrá realizarse si se mantiene entre los actores de la lucha, la fraternidad, la unidad y la solidaridad que se han manifestado durante ella. Por eso, ahora que la gran mayoría de quienes han participado en la lucha se han dado cuenta de se ha terminado con la forma precedente, el momento ya no es para llevar a cabo combates de retaguardia, bloqueos ultraminoritarios y desesperados que están, de todas todas, condenados a la derrota y que podrían provocar divisiones y tensiones entre quienes, durante semanas, han llevado a cabo un combate de clase ejemplar.

18 de abril de 2006

El carácter proletario del movimiento

1. La movilización actual de los estudiantes en Francia aparece ya ahora como uno de los episodios más importantes de la lucha de clases en ese país desde hace 15 años, un acontecimiento como mínimo comparable a las luchas del otoño de 1995 sobre la cuestión de la reforma de la Seguridad social y en la función pública de la primavera de 2003 sobre la cuestión de las pensiones de jubilación. Este afirmación podrá parecer paradójica si se considera que no son hoy asalariados los que están movilizados en primera fila (si se exceptúa su participación en algunas jornadas de acción y manifestaciones: 7 de febrero, 18 y 28 de marzo), sino de un sector de la sociedad que todavía no ha entrado en el mundo del trabajo, la juventud escolar. Y sin embargo, eso no pone para nada en entredicho el carácter profundamente proletario del movimiento.

Por las razones siguientes:

• Durante las últimas décadas, la evolución de la economía capitalista ha ido requiriendo de manera creciente una mano de obra más formada y cualificada. Así, una buena proporción de estudiantes universitarios (incluidas las Escuelas universitarias de tecnología encargadas de dar una formación relativamente corta a futuros “técnicos”, en realidad obreros cualificados) va a engrosar, al final de sus estudios, las filas de la clase obrera (una clase obrera que no se limita ni mucho menos a los obreros industriales con mono de trabajo, según la estampa tradicional, sino que también incluye a los empleados, a los puestos intermedios de las empresas o de la función pública, a las enfermeras, a la gran mayoría del personal docente-maestros, profesores de secundaria,  etc.) ;

• Paralelamente a ese fenómeno, el origen social de los estudiantes ha conocido una evolución significativa, con un importante incremento de estudiantes de origen obrero (según los criterios antes mencionados) lo que implica que haya una proporción muy alta (más o menos la mitad) de estudiantes obligados a trabajar para seguir sus estudios o adquirir un mínimo de autonomía;

• La reivindicación principal sobre la que se ha construido la movilización es la anulación de un ataque económico (la instauración del Contrato de primer empleo, CPE) que concierne a toda la clase obrera, incluidos los jóvenes asalariados, y no sólo a los futuros trabajadores hoy estudiantes, pues la existencia en la empresa de una mano de obra con la espada de Damocles de un despido sin motivo encima de la cabeza, es algo que también está obligatoriamente sobre la cabeza de los demás trabajadores.

La naturaleza proletaria del movimiento se ha confirmado desde su inicio porque la mayoría de las Asambleas generales retiraron de su lista de reivindicaciones aquellas que tenían un carácter exclusivamente “estudiantil” (como la exigencia de retirada del LMD – sistema europeo de diplomas impuesto en Francia recientemente que pone en desventaja a una parte de los estudiantes). Esta decisión responde a la voluntad afirmada desde el principio por la gran mayoría de los estudiantes, no solo de buscar la solidaridad de la clase obrera (el término que suele emplearse en las AG es el de “asalariados”), sino también de impulsarla a la lucha.

Las Asambleas generales (AG), pulmón del movimiento

2. El carácter profundamente proletario del movimiento ha quedado también ilustrado en las formas que se ha dado, especialmente las asambleas generales soberanas en las que se expresa una vida real que no tiene nada que ver con las caricaturas de “asambleas generales” que suelen convocar los sindicatos en las empresas. En ese aspecto, hay, evidentemente, gran heterogeneidad entre unas y otras universidades. Algunas AG eran muy parecidas a las asambleas sindicales, mientras que otras son el foco de una vida y reflexión intensas, expresando un alto nivel de implicación y de madurez de los participantes. Más allá, sin embargo, de esa heterogeneidad, es de lo más notable que muchas asambleas han logrado superar los escollos de los primeros días durante los cuales no paraban de dar vueltas y vueltas sobre cuestiones como “hay que votar sobre si hay que votar sobre tal o cual cuestión” (por ejemplo, la presencia o no presencia en la AG de personas ajenas a la Universidad, o que éstas puedan tomar la palabra), lo que acarreaba la partida de bastantes estudiantes y que las decisiones últimas las tomaran miembros de los sindicatos estudiantiles o de organizaciones políticas. Durante las dos primeras semanas del movimiento, la tendencia dominante en las asambleas fue la presencia cada vez mayor de estudiantes, la participación cada vez más amplia en las intervenciones, y una reducción proporcional de las intervenciones de miembros de sindicatos o de organizaciones políticas. La apropiación creciente por las asambleas de su propia vida se plasmó concretamente en el hecho de que la presencia de sindicatos y organizaciones en la tribuna encargada de organizar los debates ha ido reduciéndose en beneficio de quienes no tenían afiliación o ni siquiera experiencia particular antes del movimiento. Y en las asambleas mejor organizadas, hemos visto la renovación cotidiana de los equipos (de 3 miembros en general) encargados de organizar y animar la vida de la asamblea, mientras que las asambleas menos dinámicas y menos organizadas estaban más bien “dirigidas” todos los días por el mismo equipo, a menudo más pletórico que en aquéllas. Es importante volver a afirmar que la tendencia de las asambleas ha sido la de sustituir esta manera de funcionar por aquélla. Uno de los aspectos importantes en esa evolución es la participación de delegaciones estudiantiles de una universidad en las AG de otras, lo que, además de acrecentar el sentimiento de fuerza y de solidaridad entre las diferentes AG, ha permitido a las retrasadas inspirarse de los avances de las más punteras [1]. Esa es también una de las características importantes de la dinámica de las asambleas obreras en los movimientos de clase cuando alcanzan un nivel importante de conciencia y organización.

3. Una de las expresiones más importantes del carácter proletario de las asambleas habidas durante estos días en las universidades es que, muy rápidamente, su apertura hacia el exterior no se ha limitado a los estudiantes de otras universidades, sino que se ha ampliado igualmente a la participación de personas que no son estudiantes. De entrada, las AG llamaron al personal de las universidades (docente, técnico o administrativo) a que vinieran a participar en ellas, a unirse a la lucha también. Pero fueron más lejos. Trabajadores o jubilados, padres o abuelos de alumnos universitarios o de secundaria en lucha, han recibido en general una calurosa y atenta acogida por las asambleas al ir sus intervenciones en el sentido del reforzamiento y de la extensión del movimiento, sobre todo hacia los asalariados.

La apertura de las asambleas a personas no pertenecientes a la empresa o al sector implicado directamente no solo como observadores, sino como participantes activos, es un componente de la mayor importancia en el movimiento de la clase obrera. Es evidente que cuando una decisión tomada necesita una votación, puede ser necesario instaurar modalidades que permitan que sean únicamente las personas pertenecientes a la unidad productiva o geográfica en la que se basa la asamblea, las que participen en la decisión, y eso para evitar el mangoneo de la asamblea por parte de los profesionales de la política burguesa o mercenarios a su servicio. Uno de los medios usados en ese sentido por muchas asambleas estudiantiles es contar no las manos sino las tarjetas de estudiante alzadas (diferentes en cada universidad).

Esa cuestión de las asambleas abiertas es crucial para la lucha de la clase obrera. En la medida en que, en tiempo “normal”, o sea fuera de los períodos de lucha intensa, quienes tienen mayor audiencia en las filas obreras son aquellos que pertenecen a organizaciones de la clase capitalista (sindicatos o partidos políticos de “izquierda”) el cierre de las asambleas es un medio excelente para que estas organizaciones conserven el control sobre los trabajadores, al servicio, claro está, de los intereses de la burguesía. Las asambleas abiertas, que permiten a los elementos más avanzados de la clase, y especialmente a las organizaciones revolucionarias, contribuir en la toma de conciencia de los trabajadores en lucha, siempre ha sido, en la historia de los combates de la clase obrera, una línea fronteriza entre las corrientes que defienden una orientación proletaria y quienes defienden el orden capitalista. Los ejemplos son muchos. Entre los más significativos se puede mencionar el del Congreso de los Consejos obreros celebrado en diciembre de 1918 en Berlín. El levantamiento de los soldados y de los obreros contra la guerra a principios de noviembre llevó a la burguesía alemana no solo a poner fin a la guerra, sino también a deponer al Káiser y dejar el poder en manos del Partido socialdemócrata. A causa de la inmadurez de la conciencia en la clase obrera y de las modalidades de designación de los delegados, ese Congreso estuvo dominado por los socialdemócratas que prohibieron la participación tanto a los representantes de los soviets revolucionarios de Rusia como a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, las dos figuras más preclaras del movimiento revolucionario con el pretexto de que no eran obreros. Aquel Congreso decidió en fin de cuentas, entregar todo su poder en manos del gobierno dirigido por la socialdemocracia, un gobierno que iba a asesinar a Rosa Luxemburg et Karl Liebknecht un mes más tarde. Otro ejemplo significativo fue lo ocurrido en la Asociación internacional de trabajadores (AIT – Primera Internacional), en su Congreso de 1866, cuando algunos dirigentes franceses, como un tal Tolain, obrero cincelador en bronce, intentaron imponer que “solo los obreros pudieran votar en el congreso”, disposición dirigida sobre todo contra Karl Marx y sus camaradas más cercanos. Cuando la Comuna de París de 1871, Marx fue uno de los defensores más ardientes de ella, mientras que Tolain estaba en Versalles en las filas de quienes organizaron el aplastamiento de la Comuna que ocasionó 30 000 muertos en las filas obreras.

En el movimiento actual, es significativo que las mayores resistencias a la apertura de las asambleas sean las de los miembros notorios del sindicato estudiantil UNEF (dirigido por el Partido socialista) y que las asambleas sean tanto más abiertas cuanto menor va siendo la influencia de la UNEF en su seno.

Contrariamente a 1995 y 2003, el movimiento ha sorprendido a la burguesía

4. Una de las características más importantes del episodio actual de la lucha de clases en Francia, es que ha sorprendido a casi todos los sectores de la burguesía y de su aparato político (partidos de derechas, de izquierdas y organizaciones sindicales). Ese es uno de los factores que permite comprender tanto la vitalidad y la profundidad del movimiento como la situación muy delicada en la que está inmersa la clase dominante en Francia hoy por hoy. Tenemos, pues, que hacer una distinción muy clara entre el movimiento actual y las luchas masivas del otoño de 1995 y de la primavera de 2003.

La movilización de los trabajadores en 1995 contra el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social había sido orquestado en realidad gracias a un reparto de tareas muy hábil entre el gobierno y los sindicatos. El gobierno, con toda la arrogancia del Primer ministro de entonces, Alain Juppé, asoció los ataques contra la Seguridad social (que concernían a todos los asalariados del sector público y del privado) con ataques específicos contra el régimen de pensiones de los trabajadores de los ferrocarriles franceses (SNCF) y de otras empresas públicas de transportes. Los trabajadores de esas empresas se convirtieron así en punta de lanza de la movilización. Pocos días antes de Navidad, cuando ya las huelgas llevaban semanas, el gobierno retrocedió en el tema de los regímenes especiales de pensiones lo que condujo, tras la llamada de los sindicatos, a la reanudación del trabajo en esos sectores. Esta vuelta al trabajo de los sectores más punteros acarreó evidentemente el fin del movimiento en los demás sectores. La mayoría de los sindicatos (excepto la CFDT), se mostró muy “combativa” llamando a extender el movimiento y a realizar asambleas generales frecuentes. A pesar de su amplitud, la movilización de los trabajadores no terminó en victoria, sino más que nada en un fracaso, pues la reivindicación principal, la retirada del “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social no se realizó. Sin embargo, gracias al retroceso del gobierno en lo de las pensiones especiales, los sindicatos pudieron disfrazar esa derrota en “victoria”, lo que les permitió dar lustre a una imagen bastante deslucida tras sus sabotajes de las luchas obreras durante los años 80.

La movilización de 2003 en la función pública se produjo tras la decisión de prolongar el tiempo mínimo de trabajo antes de disfrutar de una pensión íntegra. Esta medida golpeaba a todos los funcionarios, pero los más combativos fueron los maestros, profesores y personal no docente de los establecimientos escolares, los cuales, además del ataque contra la jubilación, sufrían un ataque suplementario so pretexto de “descentralización”. El personal docente no era el destinatario de esta medida, pero se sintió concernido por un ataque que iba contra colegas de trabajo y por la movilización de éstos. Además, la decisión de subir a 40 años, e incluso más, la cantidad mínima de años de trabajo en unos sectores de la clase obrera que, debido a los años de formación, no empiezan a trabajar hasta la edad de 23-25 años, significaba que iban a tener que seguir trabajando en condiciones cada vez más penosas y agotadoras hasta bien pasada la edad legal de la jubilación, los 60 años. El Primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, aunque de talante diferente al de Juppé en 1995, transmitió un mensaje del mismo estilo al declarar que “No es la calle la que gobierna”. Al final, a pesar de la combatividad de los trabajadores de la enseñanza y su perseverancia (algunos hicieron 6 semanas de huelga), pese a unas manifestaciones entre las más masivas desde mayo del 68, el movimiento no logró hacer retroceder a un gobierno que decidió, cuando la movilización empezaba a decaer, anular algunas medidas específicas que afectaban al personal no docente de los centros de enseñanza para así destruir la unidad que se había ido construyendo entre las diferentes categorías profesionales y, por lo tanto, la dinámica de movilización. La inevitable vuelta al trabajo del personal de los centros escolares significó el fin de un movimiento que, como en 1995 no había logrado impedir el ataque principal del gobierno: el ataque contra la jubilación. Pero mientras que el episodio de 1995 pudo ser presentado como una “victoria” por los sindicatos, lo que les permitió reforzar su dominio sobre los trabajadores, el de 2003 se vivió sobre todo como un fracaso (especialmente entre el personal docente donde algunos perdieron hasta 6 semanas de sueldo), lo cual socavó sensiblemente la confianza de los trabajadores en esas organizaciones.

La debilidad política de la derecha francesa

5. Los ataques de la burguesía contra la clase obrera en 1995 y 2003 pueden resumirse así:

  los dos resultan de la necesidad ine­ludible para el capitalismo, ante la crisis mundial de su economía y el insondable aumento de los déficits públicos, de proseguir el desmontaje de los mecanismos del llamado Estado del bienestar instaurado tras la Segunda Guerra mundial y, en particular, la Seguridad social y el sistema de jubilaciones;

  los dos ataques fueron cuidadosamente planificados por los diferentes organismos al servicio del capitalismo, en primer término por el gobierno de la derecha y las organizaciones sindicales, para asestar una derrota a la clase obrera; una derrota en lo económico, pero también en el plano político e ideológico;

  para ambos ataques se echó mano del método que consiste en acumular las agresiones en un sector particular, propulsándolo así a la vanguardia de la movilización, para “echarse atrás” después en algunos ataques específicos a un sector y desarmar así al movimiento entero;

  la dimensión política del ataque de la burguesía, aunque con métodos similares, no fue, sin embargo, la misma en los dos casos, pues en 1995, había que presentar el resultado de la movilización como una “victoria” de la que debían beneficiarse los sindicatos, mientras que en 2003, la evidencia de la derrota fue un factor de desmoralización y también de desprestigio de los sindicatos.

En la movilización actual hay una serie de evidencias:

  el CPE no era en absoluto una medida indispensable para la economía francesa. Esto lo demuestra el hecho de que buena parte de la patronal y de los diputados de derecha no eran favorables, incluso la mayoría de los miembros del gobierno, en particular los dos ministros directamente concernidos, el del Empleo y el de la “Cohesión social”;

  al hecho de que la medida no era indispensable desde un enfoque capitalista se le ha añadido la ausencia casi completa de preparación para imponerla; mientras que los ataques de 1995 y de 2003 se habían preparado de antemano en “discusiones” con los sindicatos (en ambos, incluso uno de los grandes sindicatos, la CFDT, de tonalidad socialdemócrata, apoyó los planes gubernamentales), el CPE forma parte de una serie de medidas agrupadas en una ley bautizada “Igualdad de oportunidades” propuesta ante el Parlamento precipitadamente y sin la menor discusión previa con los sindicatos. Uno de los aspectos más insoportables de la ley es que pretende nada menos que luchar contra la precariedad, cuando en realidad la institucionaliza para los jóvenes de menos de 26 años. Además es presentada como algo “muy benéfico” para los jóvenes de las barriadas “difíciles” que se amotinaron en el otoño de 2005, cuando, en realidad, contiene una serie de ataques contra esos jóvenes como el de hacer trabajar a los adolescentes a partir de los 14 años, con la excusa del aprendizaje, y el trabajo nocturno para los mayores de 15.

6. El carácter provocador del método gubernamental se ha revelado también en el intento de hacer pasar la ley “al estilo húsar” (por la vía rápida y sin miramientos), usando dispositivos constitucionales que permiten su adopción sin votación en el Parlamento, durante las vacaciones escolares de universitarios y alumnos de secundaria. Pero el “burdo refinamiento” del gobierno y de su jefe, Villepin, se volvió contra ellos. Esa grosera maniobra no sólo no sirvió para tomarle la delantera a una posible movilización. Lo que en realidad logró fue aumentar más todavía la ira estudiantil y radicalizar su movilización.

En 1995, el carácter provocador de las declaraciones del Primer ministro Juppé fue también un factor de radicalización del movimiento de huelga. Pero en aquel entonces, esa actitud se correspondía plenamente con los objetivos de la burguesía que había anticipado la reacción de los trabajadores. En un contexto en el que la clase obrera estaba sufriendo el peso de las campañas ideológicas resultantes del hundimiento del los regímenes pretendidamente “socialistas” (lo cual limitaba las potencialidades de su lucha), la burguesía había urdido una maniobra para dar nuevo lustre a los sindicatos. Hoy, en cambio, el Primer ministro ha conseguido polarizar contra su política la cólera de la juventud escolarizada y de la mayor parte de la clase obrera, de manera involuntaria. Durante el verano de 2005, Villepin logró que pasara sin más dificultades el CNE (Contrato de nuevo empleo) que permite a las empresas de menos de 20 asalariados despedir al trabajador durante dos años (tras su contrato), sea cual sea su edad y sin dar motivo alguno. A principios del invierno, Villepin estimó que sería lo mismo con el CPE, que extiende a todas las empresas, públicas o privadas, las mismas normas que el CNE, pero para los menores de 26 años. Lo ocurrido después le ha demostrado el error grosero de apreciación que hizo, pues todos los medios y todas las fuerzas de la burguesía lo reconocen, el gobierno se ha metido en una situación de gran fragilidad. En realidad no es ya solo el gobierno el que está en situación engorrosa; son todos los partidos burgueses (de derechas como de izquierdas) al igual que todos los sindicatos, que recriminan a Villepin su “método”. Incluso éste ha reconocido en parte sus errores diciendo que “lamentaba” el método empleado.

Es indiscutible que ha habido torpezas políticas por parte del gobierno, especialmente de su jefe. A éste la mayoría de las organizaciones de izquierda o sindicales lo presenta como un “autista” [2], un personaje “altanero” incapaz de comprender las verdaderas aspiraciones del “pueblo”. Sus “amigos” de derechas (sobre todo, claro está, los partidarios de Nicolas Sarkozy, su gran rival para las próximas elecciones presidenciales) insisten en que como no ha sido nunca elegido (contrariamente a Sarkozy que ha sido diputado y alcalde de una ciudad importante [3] durante años), le cuesta trabar lazos con la base “popular”. De paso dejan caer que su gusto por la poesía y las letras revela que se trata de una especie de “diletante”, de aficionadillo a la política. Sin embargo, el reproche más unánime que le hacen (incluida la patronal) es no haber precedido su proposición de ley por una consulta de los “agentes sociales” o “cuerpos intermedios”, según la terminología de los sociólogos televisivos, o sea los sindicatos. La mayor virulencia en ese reproche es la del sindicato más “moderado”, la CFDT, la cual, en 1995 y 2003, había apoyado los ataques gubernamentales.

Puede pues afirmarse que, en las circunstancias actuales, la derecha francesa se ha empeñado en revalidar su título de “derecha más tonta del mundo”. Y sin llegar a tanto, lo que sí puede afirmarse es que, en cierto modo, la burguesía francesa, en general, ha manifestado una vez más sus carencias en el control del juego político. Y lo ha vuelto a pagar como ya ocurrió en varios “accidentes” electorales como el de 1981 o 2002. En 1981, a causa de las divisiones de la derecha, la izquierda llegó al poder a contrapelo de la orientación que se había marcado al burguesía de otros grandes países avanzados frente a la situación social (en especial en Gran Bretaña, Alemania, Italia o Estados Unidos). En 2002, la izquierda (también a causa de sus divisiones) estuvo ausente en la segunda vuelta de la elección presidencial que se dirimió entre Le Pen, jefe de la extrema derecha, y Chirac, cuya reelección quedó lastrada por todos los votos de izquierda que votaron por él por aquello del “mal menor”. En efecto, al haber salido elegido con los votos de la izquierda, Chirac tenía las manos más atadas que si hubiera ganado frente al jefe de la izquierda, Lionel Jospin. Esa falta de legitimidad de Chirac es uno de los ingredientes que explican la debilidad del gobierno derechista frente a la clase obrera y sus dificultades para atacarla.

También es verdad que esa debilidad política de la derecha (y del aparato político de la burguesía francesa en general) no le impidió llevar a cabo con éxito, en 2003, un ataque masivo contra la clase obrera sobre el tema de las pensiones. Como tampoco permite explicar la amplitud de la lucha actual, sobre todo esa enorme movilización de cientos de miles de jóvenes futuros trabajadores, esa dinámica del movimiento, esas formas de lucha realmente proletarias.

Una expresión de la reanudación de las luchas y del desarrollo de la conciencia de la clase obrera

7. En 1968 también, la movilización de los estudiantes, y, después, la portentosa huelga obrera (9 millones de huelguistas durante varias semanas: más de 150 millones de jornadas de huelga) fue en parte resultado de los errores cometidos por el régimen de De Gaulle en pleno ocaso. La actitud provocadora de las autoridades para con los estudiantes (entrada de la policía en la Sorbona el 3 de mayo por primera vez desde hacía siglos, detención y encarcelamiento de estudiantes que intentaron oponerse a la evacuación forzada) fue un factor de movilización masiva de los estudiantes durante la semana del 3 al 10 de mayo. Tras la represión feroz de la noche del 10 al 11 de mayo y la emoción provocada en toda la opinión, el gobierno decidió echarse atrás en dos reivindicaciones estudiantiles: reapertura de la Sorbona y liberación de los estudiantes detenidos la semana anterior. Ese retroceso del gobierno y el enorme éxito de la manifestación convocada por los sindicatos el 13 de mayo [4] llevaron a una serie de paros espontáneos en grandes factorías como la de Renault en Cléon y Sud-Aviation en Nantes. Uno de los estímulos de esas huelgas, sobre todo entre los obreros jóvenes, era que si la determinación de los estudiantes (que, sin embargo, no tienen ningún peso en la economía) habían conseguido hacer retroceder al gobierno, también se vería obligado a echarse atrás ante la determinación de los obreros, los cuales sí que disponen de un medio de presión mucho más poderoso, la huelga. El ejemplo de los obreros de Nantes y de Cléon se extendió como un reguero de pólvora sorprendiendo a los sindicatos. Temiendo éstos ser desbordados por completo, se vieron forzados a “coger el tren en marcha” algunos días después, llamando a una huelga que llegaría a contar 9 millones de obreros, paralizándose la economía del país durante varias semanas. Ya entonces había que ser miope para no ver que un movimiento de tal envergadura no podía deberse únicamente a causas coyunturales o “nacionales”. Correspondía necesariamente a un cambio importante a escala internacional en la relación de fuerzas entre burguesía y proletariado en beneficio de éste [5]. Y esto se iba a confirmar un año más tarde con el «Cordobazo» del 29 de mayo de 1969 en Argentina [6], el otoño caliente italiano de 1969 (también nombrado “Mayo rampante”), más tarde con las grandes huelgas del Báltico del “invierno polaco” de 1970-71 y muchos otros movimientos menos espectaculares pero que todos confirmaban que Mayo de 1968 no había sido una nube de verano, sino que plasmaba la reanudación histórica del proletariado mundial tras cuatro décadas de contrarrevolución.

8. El movimiento actual en Francia tampoco puede explicarse por los “errores” del gobierno de Villepin o los particularismos nacionales. Es, en realidad, una confirmación patente de lo que la CCI ha afirmado desde 2003: la tendencia a la reanudación de las luchas de la clase obrera internacional y al desarrollo de su conciencia:

 Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de la clase desde 1989. Han sido un primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el más largo período de reflujo desde 1968(Revista internacional n° 117, “Informe sobre la lucha de clases”, 2º trimestre de 2004).

“Pero a pesar de todas estas dificultades, este período de retroceso no ha significado, ni mucho menos, el “fin de la lucha de clases”. Incluso en los años 1990 hemos visto algunos movimientos (como los de 1992 y de 1997) que ponían de manifiesto que la clase obrera conservaba aún intactas reservas de combatividad. Ninguno de esos movimientos supuso, no obstante, un verdadero cambio en cuanto a la conciencia en la clase. De ahí la importancia de los movimientos que han aparecido más recientemente, que aún careciendo de la espectacularidad y notoriedad de los ocurridos por ejemplo en Francia en Mayo de 1968, sí representan, en cambio, un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Las luchas de 2003-2005 se han caracterizado por que:

   implican a sectores muy significativos de la clase obrera de los países del centro del capitalismo (por ejemplo en Francia en 2003);

   manifiestan una mayor preocupación por problemas más explícitamente políticos. En particular los ataques a las pensiones de jubilación plantean la cuestión del futuro que la sociedad capitalista puede depararnos a todos;

   Alemania reaparece como foco central de las luchas obreras, lo que no sucedía desde la oleada revolucionaria de 1917-23;

   la cuestión de la solidaridad de clase se plantea de una forma mucho más amplia y más explícita de lo que se planteó en los años 1980, como hemos visto, sobre todo, en los movimientos más recientes en Alemania;

   se ven acompañadas del surgimiento de una nueva generación de elementos que tratan de encontrar claridad política. Esta nueva generación se expresa tanto en una nueva afluencia de elementos netamente politizados, como en nuevas capas de trabajadores que, por vez primera, se incorporan a las luchas. Como se ha podido comprobar en algunas de las manifestaciones más importantes, se están forjando las bases de una unidad entre esta nueva generación y la llamada “generación de 1968” en la que se incluyen tanto la minoría política que reconstruyó el movimiento comunista en los años 1960 y 1970, como sectores más amplios de trabajadores que vivieron la rica experiencia de luchas de la clase obrera entre 1968 y 1989” (Revista internacional no 122 “Resolución sobre la situación internacional del XVIo Congreso de la CCI”, 2005).

Esas características que poníamos de relieve en nuestro XVIo Congreso se han concretado plenamente en el movimiento actual de los estudiantes de Francia.

El vínculo entre generaciones de combatientes se estableció espontáneamente en las asambleas de estudiantes: no sólo se autorizaba a tomar la palabra en las AG a los trabajadores mayores (incluidos jubilados) sino que además se les animaba a hacerlo, y sus intervenciones sobre sus experiencias de lucha eran recibidas por las jóvenes generaciones con atención y entusiasmo [7].

En cuanto a la preocupación por el porvenir (y no solo por la situación inmediata) es la médula misma de una movilización que involucra a jóvenes que no antes de varios años (más de cinco para muchos de secundaria) podrían vérselas con un CPE. Esta preocupación por el porvenir ya apareció en 2003 sobre el la cuestión de las pensiones: en las manifestaciones de 2003 había muchos jóvenes lo cual es ya una indicación de la solidaridad entre generaciones de la clase obrera. En el movimiento actual, la movilización contra la precariedad, y por lo tanto contra el desempleo, plantea implícitamente y para una cantidad creciente de estudiantes y jóvenes trabajadores, la cuestión del porvenir que el capitalismo reserva a la sociedad; preocupación también compartida por muchos trabajadores mayores que se preguntan: “¿Qué sociedad dejamos a nuestros hijos?”

La cuestión de la solidaridad (entre generaciones pero también entre los diferentes sectores de la clase obrera) ha sido una de las cuestiones clave del movimiento:

  solidaridad de los estudiantes entre ellos, voluntad de los más en vanguardia, de los más organizados, de ir a apoyar a sus camaradas en situación difícil (sensibilización y movilización de los estudiantes más reticentes, organización y gestión de las AG, etc.);

  llamadas a los trabajadores asalariados insistiendo en que el ataque gubernamental va dirigido contra todos los sectores de la clase obrera;

  sentimiento de solidaridad entre los trabajadores, aunque esa conciencia no haya podido desembocar en una extensión de la lucha si se exceptúa la participación en las jornadas de acción y las manifestaciones;

  conciencia en muchos estudiantes que no son ellos los más amenazados por la precariedad (que afecta más masivamente a los jóvenes no diplomados), pero que su lucha interesa más todavía más a los jóvenes más desfavorecidos sobre todo aquellos que viven en las “barriadas” que “ardieron” en el pasado otoño.

Las generaciones jóvenes recogen la antorcha de la lucha

9. Una de las características primordiales del movimiento actual es que lo conducen las jóvenes generaciones. Y eso no es, ni mucho menos, por casualidad. Desde hace algunos años, nosotros hemos puesto de relieve el proceso de reflexión existente en las nuevas generaciones, una reflexión quizás no espectacular, pero profunda, que se expresa principalmente en el despertar a una política comunista de muchos más jóvenes que antes (unos cuantos forman ya parte de nuestra organización). Era para nosotros “la parte visible del iceberg” de un proceso de toma de conciencia que está atañiendo a amplios sectores de nuevas generaciones proletarias que, tarde o temprano, emprenderían combates de envergadura:

“La nueva generación de “elementos en búsqueda”, la minoría que se acerca a las posiciones de clase, tendrá un papel de una importancia sin precedentes en los futuros combates de clase, unos combates que estarán ante sus implicaciones políticas can más rapidez y profundidad que las luchas de 1968-1989. Esos elementos, que expresan ya un desarrollo lento pero significativo de la conciencia en profundidad, ayudarán a la extensión masiva de la conciencia en toda la clase” (Revista internacional no 113, “Resolución sobre la situación internacional del XVo Congreso de la CCI”).

El movimiento actual de los estudiantes en Francia es la emergencia de ese proceso subterráneo iniciado ya hace algunos años. Es el signo de que el impacto de las campañas ideológicas fomentadas desde 1989 sobre “el fin del comunismo”, “la desaparición de la lucha de clases” (y hasta de la clase obrera) ha perdido casi toda su eficacia.

Tras la reanudación histórica del proletariado mundial a partir de 1968, nosotros hacíamos constar que:

“El proletariado actual es diferente al de entreguerras. Por un lado, de la misma manera que los pilares de la ideología burguesa, las mistificaciones que en el pasado aplastaron la conciencia proletaria han ido agotándose progresivamente; el nacionalismo, las ilusiones democráticas, el antifascismo que fueron utilizados hasta la saciedad durante medio siglo, ya no tienen el impacto del pasado. Por otro lado, las nuevas generaciones obreras no han soportado unas derrotas como las de las precedentes. Los proletarios que hoy enfrentan la crisis no tienen la experiencia de sus mayores, pero tampoco están hundidos en la desmoralización.

La formidable reacción, que desde 1968-69 ha opuesto la clase obrera a las primeras manifestaciones de la crisis significa que la burguesía no está en condiciones para imponer la única salida que es capaz de dar a la crisis, es decir, un nuevo holocausto mundial. Previamente tendría que poder vencer a la clase obrera; la perspectiva actual no es pues la de guerra imperialista sino la de la guerra de clases generalizada” (Manifiesto de la CCI, adoptado en su Primer congreso en enero de 1976).

En nuestro VIIIº Congreso, trece años después, el “Informe sobre la situación internacional” completó ese análisis de esta manera:

“Se necesitaba que las generaciones marcadas por la contrarrevolución de los años 30 a los 60 dejaran el sitio a las que no la vivieron, para que el proletariado mundial recobrara las fuerzas para superarla. De igual modo, la generación que hará la revolución no podrá ser la que ha cumplido la tarea histórica esencial de haber abierto al proletariado mundial una nueva perspectiva tras la contrarrevolución más profunda de su historia, aunque hay moderar esa comparación, pues entre la generación del 68 y las anteriores hubo ruptura histórica, mientras que entre las generaciones siguientes ha habido continuidad”.

Unos meses más tarde, el desmoronamiento de los regímenes pretendidamente “socialistas” y el importante retroceso que ese acontecimiento provocó en la clase obrera iban a ser la concreción de nuestra previsión. En realidad, salvando las distancias, ocurre con la reanudación actual de los combates de clase como con la reanudación histórica de 1968 tras 40 años de contrarrevolución: las generaciones que sufrieron la derrota y sobre todo la terrible presión de las mistificaciones burguesas no podían ser las inspiradoras de un nuevo lance en el enfrentamiento entre las clases. Hoy es una generación que estaba todavía en la escuela primaria cuando se montaron las campañas tras el desmoronamiento del bloque del Este, una generación que no fue directamente afectada por ellas y es la primera que recoge la antorcha de la lucha.

La conciencia, mucho más profunda que en 1968, de pertenecer a la clase obrera

10. La comparación entre la movilización estudiantil de hoy en Francia y los acontecimientos de mayo del 68 permite despejar una serie de características importantes del movimiento actual. La mayoría de los estudiantes en lucha lo dice claramente: “nuestra lucha es diferente a la de Mayo del 68”. Cierto, pero hay que comprender por qué.

La primera diferencia, y es fundamental, estriba en que el movimiento de Mayo del 68 fue justo al principio de la crisis abierta de la economía capitalista mundial, mientras que hoy ya dura desde hace cuatro décadas (con una fuerte agravación a partir de 1974). A partir de 1967 hubo en varios países, en Alemania y Francia en particular, un incremento del número de desempleados, y fue esa una de las razones de la inquietud que empezaba a apuntar entre los estudiantes y del descontento que llevó a la clase obrera a entrar en lucha. Lo que pasa es que el número de desempleados en Francia es hoy 10 veces mayor que el de mayo de 1968 y este desempleo masivo (en torno al 10 % de la población activa en cifras oficiales) dura ya desde hace décadas. De ahí vienen una serie de diferencias.

Incluso si los primeros embates de la crisis fueron uno de los factores que provocó la cólera estudiantil en 1968, no fue ni mucho menos como hoy. En aquel tiempo, no había grandes amenazas de desempleo o de precariedad al término de los estudios. La inquietud principal de la juventud estudiantil de entonces era no poder ya acceder al mismo estatuto social que habían alcanzado las generaciones precedentes de diplomados universitarios. De hecho, la generación de 1968 era la primera en vérselas de golpe con el fenómeno de la “proletarización de los ejecutivos” abundantemente estudiado por los sociólogos de entonces. Ese fenómeno se había iniciado años antes de que la crisis abierta se manifestara, tras el incremento notable de alumnos universitarios. Este crecimiento se debía a las necesidades de la economía pero también al empeño y la posibilidad de la generación de sus padres, que había sufrido, con la Segunda Guerra mundial, un período de enormes privaciones, de dar a sus hijos la posibilidad de una situación económica y social mejor que la de ellos. La “masificación” universitaria ya había provocado desde hacía algunos años un malestar creciente producto de la persistencia en la Universidad de estructuras y métodos heredados de la época en que solo una élite podía llegar a ella, el autoritarismo en particular. Otro factor del malestar del mundo universitario, que empezó a surgir a partir de 1964 en Estados Unidos, fue la guerra de Vietnam que echaba por los suelos el mito “civilizador” de las grandes democracias occidentales y que favorecía la atracción en amplios sectores de la juventud universitaria por los temas tercermundistas, guevaristas o maoístas. Estos temas se nutrían de teorías de “pensadores” pseudo revolucionarios como Herbert Marcuse, que denunciaban “la integración de la clase obrera” y la emergencia de nuevas fuerzas “revolucionarias” como las “minorías oprimidas” (negros, mujeres, etc.), los campesinos del Tercer mundo y… los estudiantes incluso. Muchos estudiantes de aquella época se consideraban “revolucionarios” de igual modo que así consideraban a personajes como Che Guevara, Ho Chi Min o Mao. Y uno de los factores de la situación de entonces era la separación muy importante entre la nueva generación y la de sus padres a la que se le hacían muchas críticas. Entre otras, se reprochaba a esta generación, que había trabajado duramente para salir de la situación de miseria, de hambre incluso, causada por la Segunda Guerra mundial, de solo preocuparse por los bienes materiales. De ahí el éxito de las fantasías sobre “la sociedad de consumo” y consignas como “¡No trabajéis nunca!”. Hija de una generación que había recibido de lleno los golpes de la contrarrevolución, la juventud de los años 60 le reprochaba su conformismo y sumisión a las exigencias del capitalismo. Y recíprocamente, muchos padres no comprendían y les costaba aceptar que sus hijos trataran con desprecio los sacrificios que habían aceptado para darles una situación económica mejor que la de ellos.

11. El mundo de hoy es muy diferente al de 1968 y la situación de la juventud universitaria actual poco tiene que ver con la los “sixties”:

  No solo es ya que la depreciación de su futuro estatuto inquiete a la mayoría de los universitarios de hoy. Proletarios ya lo son, pues más de la mitad trabaja para pagarse sus estudios y no se hacen muchas ilusiones sobre las magníficas situaciones sociales que les esperan cuando los acaben. Sobre todo saben que su diploma les dará el “derecho” a integrar la condición proletaria en una de sus formas más dramáticas, el desempleo y la precariedad, el envío de cientos de currículum vitae sin respuesta y las filas de espera en las agencias de empleo. Y cuando al fin llegan a un empleo más estable, después de un largo período de “galeras” salpicado de cursillos no remunerados y contratos basura, será, en muchos casos, en puestos de trabajo que poco tienen que ver con su formación y sus aspiraciones.

  Por eso, la solidaridad que ahora sienten los estudiantes hacia los trabajadores nace en primer lugar de la conciencia que la mayoría de ellos tiene de que pertenecen al mismo mundo, al de los explotados, en lucha contra el mismo enemigo, los explotadores. Muy lejos estamos del “acercamiento a la clase obrera” de los estudiantes, actitud esencialmente pequeño burguesa y condescendiente, mezcla de fascinación hacia ese ser mítico, en mono de trabajo, héroe de lecturas mal digeridas de los clásicos del marxismo y eso cuando no eran de autores que nada tienen que ver con el marxismo, como los estalinistas o criptoestalinistas. La moda que tanto éxito tuvo después de 1968 de los “establecidos”, aquellos intelectuales que optaron por ir a trabajar en las fábricas por aquello de “contactar con la clase obrera”, difícilmente volverá.

  Por eso tampoco tienen el menor éxito entre los estudiantes en lucha los temas como ese de la “sociedad de consumo”, aunque haya todavía algún que otro retrasado anarquizante que los agite. En cuanto a la consigna de “¡No trabajéis nunca!” ya no aparecería hoy como un proyecto “radical” ni mucho menos, sino como una amenaza terrible y angustiosa.

12. Por eso es por lo que, paradójicamente, los temas “radicales” o “revolucionarios” están poco presentes en las discusiones y preocupaciones de los estudiantes de hoy. Mientras que los del 68 transformaron, en muchos sitios, las facultades en foros permanentes en donde se debatía sobre la revolución, los consejos obreros, etc., la mayoría de las discusiones de hoy en las universidades son sobre temas mucho más “prosaicos” como el CPE y sus implicaciones, la precariedad, los medios de lucha (bloqueos, asambleas generales, coordinadoras, manifestaciones, etc.). Sin embargo, la polarización en torno a la anulación del CPE, algo aparentemente menos “radical” que las ambiciones estudiantiles de 1968, no significa ni mucho menos que el actual sea un movimiento menos profundo que el de hace 38 años. Muy al contrario. Las preocupaciones “revolucionarias” de los estudiantes de 1968 (una minoría, en realidad, que era “la vanguardia del movimiento”) eran sinceras pero estaban muy marcadas por el tercermundismo (guevarismo o maoísmo) o el antifascismo. En el mejor de los casos, si así puede decirse, eran de tipo anarquista (siguiendo los pasos a Cohn-Bendit) o situacionistas. Tenían una visión romántica, pequeño burguesa, de la revolución y eso cuando no eran sino apéndices “radicales” de estalinismo. Pero fueran cuales fueran las corrientes que afirmaban ideas “revolucionarias”, de naturaleza pequeño burguesa o burguesa, ninguna de ellas tenía la menor idea del movimiento de la clase obrera hacia la revolución, y menos todavía de qué significaban las huelgas obreras masivas, primera expresión de que el período de contrarrevolución había llegado a su fin [8]. Las preocupaciones “revolucionarias” de hoy no están todavía presentes de manera significativa en el movimiento. Pero su naturaleza de clase incontestable y el terreno de la movilización (el rechazo de un futuro de sumisión a las exigencias y condiciones de la explotación capitalista –desempleo, precariedad, arbitrariedad patronal, etc.), llevan en sí una dinámica que, obligatoriamente, provocará en muchos de los participantes en los combates de hoy, una toma de conciencia de la necesidad de derribar el capitalismo. Y esa toma de conciencia no se basará ni mucho menos en quimeras como las preponderantes en 1968 y que permitieron el “reciclaje” de los líderes del movimiento en el aparato político oficial de la burguesía (los ministros Bernard Kouchner y Joshka Fischer, el senador Henri Weber, el portavoz de los Verdes en el Parlamento europeo Daniel Cohn-Bendit, el patrón de prensa Serge July, etc.) y eso cuando no han acabado en el trágico atolladero del terrorismo (“Brigadas rojas” en Italia, “Fracción ejército rojo” en Alemania, “Acción directa” en Francia). Muy al contrario. La toma de conciencia se desarrollará mediante la comprensión de las condiciones fundamentales que hacen posible y necesaria la revolución proletaria: la crisis económica insalvable del capitalismo mundial, el atolladero histórico en que está metido el sistema, la necesidad de concebir las luchas proletarias de resistencia contra los ataques crecientes de la burguesía como otros tantos preparativos del derrocamiento final del capitalismo. En 1968, la rapidez de le eclosión de las preocupaciones “revolucionarias” fue en gran parte un indicio de su superficialidad y falta de consistencia teórico-política propia de su naturaleza básicamente pequeño burguesa. El proceso de radicalización de las luchas obreras, aunque en ciertos momentos vive aceleraciones sorprendentes, es mucho más largo, precisamente porque es incomparablemente más profundo. Como decía Marx, “ser radical es ir a la raíz de las cosas”, y es un proceso que exige necesariamente mucho más tiempo y se basa en acumular experiencias en las luchas.

La capacidad para evitar la trampa de la escalada de la violencia ciega provocada por la burguesía

13. La profundidad del movimiento de los estudiantes no se plasma en la “radicalidad” de sus objetivos ni en las discusiones. La profundidad se debe a las cuestiones fundamentales que platea implícitamente la reivindicación de la anulación del CPE: el futuro de precariedad y desempleo que el capitalismo en crisis prepara para las jóvenes generaciones, signo de su quiebra histórica. Más todavía, esa profundidad se expresa en los métodos y la organización de la lucha como hemos dicho en los puntos 2 y 3 de este texto: las asambleas generales vivas, abiertas, disciplinadas, que expresan una preocupación por reflexionar y apoderarse colectivamente de la dirección del movimiento, el nombramiento de las comisiones, comités de huelga, delegaciones responsables ante las AG, la voluntad de extender la lucha hacia todos los sectores de la clase obrera. En la Guerra civil en Francia, Marx indicó que el carácter verdaderamente proletario de la Comuna de París no se plasmó tanto en las medidas económicas adoptadas (supresión del trabajo nocturno de los niños, moratoria en los alquileres) sino en los medios y el modo de organizarse que la Comuna se dio. Ese análisis de Marx puede aplicarse perfectamente a la situación actual. Lo más importante en las luchas que lleva a cabo la clase en su terreno no estriba tanto en los objetivos contingentes que pueda proponerse en un momento dado y que quedarán superados en las etapas posteriores del movimiento, sino en su capacidad para controlar plenamente esas luchas y, por lo tanto, en los métodos con que se dota para ejercer ese control. Son esos métodos y medios de lucha la mejor garantía de la dinámica y de la capacidad de la clase para avanzar hacia el futuro. Es ésa una de las insistencias de Rosa Luxemburg en su libro Huelga de masas, partido y sindicatos, cuando saca las lecciones de la revolución de 1905 en Rusia. En realidad, aunque el movimiento actual esté lejos del de 1905, desde el punto de vista de lo que está en juego políticamente, hay que subrayar que los medios que se ha dado son, aunque embrionarios, los de la huelga de masas tal como se expresó, por ejemplo, en Polonia en agosto de 1980.

14. La profundidad del movimiento de los estudiantes se expresa también en su capacidad para no caer en la trampa de la violencia que la burguesía le ha tendido en varias ocasiones, incluido el uso de “reventadores”: ocupación policíaca de la Sorbona, ratonera al final de la manifestación del 16 de marzo, cargas policiales al final de la del 18 de marzo, violencias de los “reventadores” contra los manifestantes el 23 de marzo. Aunque una pequeña minoría de estudiantes, sobre todo los influidos por ideologías anarquizantes, se dejaron llevar a enfrentamientos con la policía, la gran mayoría lo hizo todo por evitar que se pudriera el movimiento en enfrentamientos repetitivos con las fuerzas represivas. En esto, el movimiento actual de los estudiantes ha dado pruebas de una mucho mayor madurez que el de 1968. La violencia –enfrentamientos con los CRS [9] y barricadas– fue, entre el 3 y el 10 de mayo, uno de los componentes del movimiento que, tras la represión en la noche del 10 al 11 y los rodeos del gobierno, abrió las puertas a la inmensa huelga de la clase obrera. Pero, después, las barricadas y las violencias se convirtieron en un factor para la recuperación de la situación por las diferentes fuerzas de la burguesía, el gobierno y los sindicatos, socavando la simpatía granjeada en un primer tiempo por los estudiantes entre la población y, en especial, entre la clase obrera.

Para los partidos de izquierda y los sindicatos, les fue fácil poner en el mismo plano a quienes hablaban de necesidad de la revolución y quienes prendían fuego a los coches y no cejaban en su empeño de entrar “en contacto” con los CRS. Tanto más fácil porque efectivamente eran muchas veces los mismos. Para los estudiantes que se creían “revolucionarios”, el movimiento de Mayo del 68 era ya la Revolución, y las barricadas que se levantaban día tras día se presentaban como herederas de las de 1848 y de la Comuna. Hoy, incluso cuando se plantea la cuestión de las perspectivas generales del movimiento, y por lo tanto, la necesidad de la revolución, los estudiantes son muy conscientes de que no son los enfrentamientos con las fuerzas de policía lo que da fuerza al movimiento. De hecho, aunque quede mucho trecho antes de plantearse la revolución, y por lo tanto de reflexionar sobre el problema de la violencia de clase del proletariado en su lucha por echar abajo el capitalismo, el movimiento ha encarado implícitamente ese problema y ha sabido darle una respuesta en el sentido de la lucha y del ser mismo del proletariado. Este está enfrentado desde el principio a la violencia extrema de la clase explotadora, a la represión cuando intenta defender sus intereses, a la guerra imperialista y a la violencia cotidiana de la explotación. Contrariamente a las clases explotadoras, la clase portadora del comunismo no lleva en sí la violencia, y aunque no podrá evitar utilizarla, nunca se identificará con ella. La violencia que deberá usar para echar abajo el capitalismo y que deberá usar con determinación, es necesariamente una violencia consciente y organizada y deberá por lo tanto estar precedida por todo un desarrollo de su conciencia y de su organización a través de las diferentes luchas contra la explotación. La movilización actual de los estudiantes, especialmente por ser capaces de organizarse y abordar de manera reflexiva los problemas que se le plantean, incluida la violencia, está, por eso mismo, más cerca de la revolución, del derrocamiento violento del orden burgués, que pudieron estarlo las barricadas de Mayo del 68.

15. Es precisamente la cuestión de la violencia un factor esencial que revela la diferencia fundamental entre las revueltas de la periferia de las grandes ciudades del otoño de 2005 y el movimiento de los estudiantes de la primavera de 2006.

En los dos movimientos hay, evidentemente, una causa común: la crisis insalvable del modo de producción capitalista, el futuro de desempleo y precariedad que ofrece a los hijos de la clase obrera. Sin embargo, las revueltas de las barriadas, al expresar sobre todo una desesperanza total ante la situación, en ningún caso pueden ser consideradas como una forma, ni siquiera aproximada, de la lucha de clases. Más concretamente, los componentes esenciales de los movimientos del proletariado, la solidaridad, la organización, el control colectivo y consciente de la lucha, estaban totalmente ausentes de esas revueltas. Ninguna solidaridad de los jóvenes desesperados hacia los dueños de los coches a los que prendían fuego y que eran los de sus vecinos, ellos también proletarios víctimas del desempleo y de la precariedad. Muy poca conciencia la de los amotinados, a menudo muy jóvenes, con una violencia destructora ciega, que a veces parecía un juego.

En cuanto a la forma de organización y de acción colectivas, era la típica de las bandas de barriada dirigidas por un jefezuelo (cuya autoridad se debía, a menudo, a que era el más violento de la pandilla), y que andaban en competencia mutua para ganar el concurso de quema de coches. En realidad, el modo de actuar de los jóvenes rebeldes de octubre-noviembre de 2005 no solo hace de ellos presas fáciles para todo tipo de manipulaciones policíacas, sino que nos dan una idea de hasta qué punto los efectos de la descomposición de la sociedad capitalista podrían ser un obstáculo para el desarrollo de la lucha y de la conciencia proletarias.

La persuasión ante los jóvenes de las barriadas

16. Durante el movimiento actual, repetidas veces, las pandillas de “golfos” se han aprovechado de las manifestaciones para ir al centro de las ciudades y dedicarse a su deporte favorito: “quebrar policías y escaparates”, para mayor regodeo de los medios foráneos que ya a finales de 2005 se habían hecho notar con sus espectaculares imágenes en primera plana de periódicos y televisiones. Es evidente que las imágenes de violencia que durante cierto tiempo han sido las únicas que se hacía ver a los proletarios de fuera de Francia han sido un medio excelente para reforzar el silencio mediático sobre lo que realmente estaba ocurriendo, privando así a la clase obrera del mundo de elementos que podrían servir en su toma de conciencia. Pero las violencias de las pandillas no solo se han explotado respecto a los proletarios de otros países. En Francia misma, al principio, se utilizaron para intentar hacer pasar la lucha de los estudiantes como una especie de nueva versión de las violencias del otoño pasado. De nada sirvió: nadie se creyó semejante fábula y por eso el ministro del Interior, Sarkozy, tuvo que cambiar inmediatamente de tono declarando que él sabía distinguir claramente entre los estudiantes y los “gamberros”.

Las violencias fueron entonces usadas para intentar disuadir a la mayor cantidad de trabajadores, incluidos los alumnos universitarios y de secundaria, de participar en las manifestaciones, en la del 18 de marzo más precisamente. La participación excepcional fue la prueba de que no funcionó tal maniobra. Y el 23 de marzo los “reventadores” la emprendieron con los manifestantes para robarles o, simplemente, para golpearlos sin razón, con la autorización y el beneplácito de la policía. Esos desmanes desmoralizaron a muchos estudiantes:

“Cuando son los CRS los que nos aporrean nos da más energía todavía, pero cuando son los chavales de las barriadas, por quienes también nos peleamos, es un palo a las ganas de luchar”.

Sin embargo, una vez más, los estudiantes dieron prueba de su madurez y de su conciencia. En lugar de intentar organizar acciones violentas contra los jóvenes “reventadores” (como así lo hicieron los servicios de orden sindicales, los cuales, en la manifestación del 28 de marzo, los fueron empujando a porrazos hacia las fuerzas de policía), los estudiantes decidieron en varios sitios nombrar delegaciones para ir a discutir con los jóvenes de los barrios pobres para explicarles que la lucha de los estudiantes de universidad y de secundaria también se hacía por esos jóvenes hundidos en la desesperación del desempleo masivo y de la exclusión. De manera intuitiva, sin conocer las experiencias del movimiento obrero, la mayoría de los estudiantes ha llevado a la práctica una de las enseñanzas fundamentales extraídas de esas experiencias: ninguna violencia en el seno de la clase obrera. Frente a sectores del proletariado que pudieran dejarse arrastrar a acciones contrarias a sus intereses generales, la persuasión y la llamada a la conciencia de clase son el medio esencial de acción hacia esos sectores, eso en caso de que no sean meros apéndices del Estado burgués (como los comandos de rompehuelgas).

Una experiencia insustituible para la politización de las nuevas generaciones

17. Una de las razones de la gran madurez del movimiento actual, sobre todo respecto a la violencia, estriba en la fuerte participación de las alumnas de universidad y de secundaria en este movimiento. Es cierto que a esas edades las muchachas suelen ser más maduras que sus compañeros masculinos. Además, sobre el tema de la violencia, está claro que las mujeres no suelen dejarse arrastrar con tanta facilidad a ese terreno como los hombres. En 1968, las estudiantes también participaron en el movimiento, pero cuando la barricada se convirtió en su símbolo, el papel que se les dejó fue a menudo el de valedoras de los “héroes” con casco encaramados en un montón de adoquines, de enfermeras de los heridos y de recaderas de bocadillos para poder recuperarse entre dos cargas de CRS. Nada de eso en el movimiento actual. En los “bloqueos” a las puertas de las universidades, las estudiantes son numerosas y su actitud es significativa del sentido que el movimiento ha querido dar a esos piquetes: nada de “palo” a quienes quieren ir a clase, sino explicaciones, argumentos, persuasión. En las asambleas generales y las diferentes comisiones, aunque las estudiantes suelen levantar menos la voz y suelen estar menos comprometidas en organizaciones políticas que los chicos, son elementos de primer orden en la organización, la disciplina y la eficacia de asambleas y comisiones y en la capacidad de la reflexión colectiva.

La historia de las luchas del proletariado ha evidenciado que la profundidad de un movimiento podía medirse en parte por la proporción de obreras implicadas en él. En “tiempos normales” las mujeres proletarias, al soportar una opresión todavía más agobiante que los proletarios hombres suelen estar menos implicadas que ellos en los conflictos sociales.

Cuando los conflictos alcanzan una gran profundidad, las capas más oprimidas del proletariado, las obreras en particular, se lanzan al combate y a la reflexión de clase. La importantísima gran participación de alumnas de universidad y de secundaria en el movimiento actual, el papel de primer plano que en él desempeñan, es una indicación suplementaria no solo de su naturaleza auténticamente proletaria, sino también de su profundidad.

18. Como hemos dicho, el movimiento actual de los estudiantes en Francia es una expresión de gran importancia de la renovada vitalidad del proletariado mundial desde hace tres años, una nueva vitalidad y una capacidad creciente de toma de conciencia. La burguesía hará todo lo posible por limitar al máximo el impacto de este movimiento para el porvenir. Si tiene los medios, se negará a ceder en las reivindicaciones principales para así seguir alimentando en la clase obrera en Francia el sentimiento de impotencia que logró imponer en 2003. En todo caso, hará todo lo que pueda por que la clase obrera no saque las valiosas lecciones de este movimiento, induciendo al pudrimiento de la lucha como factor de desmoralización o de recuperación por los sindicatos y los partidos de izquierda. Pero sean cuales sean las maniobras de la burguesía, ésta no podrá suprimir toda la experiencia acumulada durante semanas por miles de futuros trabajadores, su iniciación a la política y su toma de conciencia. Es ése un verdadero tesoro para las luchas futuras del proletariado, un elemento de la mayor importancia en la capacidad de esas luchas para continuar su camino hacia la revolución comunista. Les incumbe a los revolucionarios participar plenamente tanto en la acumulación de la experiencia actual como en su utilización en los combates futuros.

3 de abril de 2006

 



[1]) Para que la lucha cobrara la mayor fuerza y unidad posibles, surgió entre los estudiantes la necesidad de constituir una “coordinadora nacional”  de delegados de las diferentes asambleas. Eso modo de hacer es, por sí mismo, totalmente correcto. Sin embargo, al ser una buena parte de los delegados miembros de organizaciones políticas burguesas (como la Liga comunista revolucionaria, trotskista) con presencia en el medio estudiantil, las reuniones semanales de la coordinadora han sido a menudo la escena de maniobras politiqueras de esas organizaciones, que han intentado, sin éxito hasta ahora, formar un “Buró de la coordinadora”  que acabaría siendo instrumento de su política. Como lo hemos dicho ya a menudo en nuestra prensa (sobre las huelgas en Italia en 1987 y la de los hospitales en Francia en 1988, entre otras) la centralización, que es una necesidad en una lucha de gran amplitud, solo puede contribuir al desarrollo del movimiento si éste ha alcanzado un nivel muy elevado de apropiación y de vigilancia por la base, en las asambleas generales. Hay que subrayar también que una organización como la LCR intentó dotar al movimiento estudiantil de un “portavoz” ante los medios. El que no haya aparecido ningún “líder”  mediático del movimiento no significa debilidad, sino, al contrario, la firmeza del movimiento.

 

[2]) Se ha oído incluso en la televisión a un “especialista” en psicología del político declarar que Villepin pertenece a la categoría de los “tozudos narcisistas” .

[3]) Hay que precisar que el municipio en cuestión es Neuilly-sur-Seine, ejemplo emblemático de las ciudades de población burguesa. Sin lugar a dudas no ha sido con sus electores con quienes Sarkozy habrá aprendido a “hablar al pueblo”.

[4]) Fecha simbólica, pues era el décimo aniversario del golpe de Estado del 13 de mayo de 1958 que desembocó en la vuelta al poder de De Gaulle. Una de las consignas oídas en la manifestación era “¡Diez años, ya basta!”

[5])  En enero de de 1968, nuestra publicación Internacionalismo en Venezuela (era en aquel entonces la única de nuestra corriente) anunciaba así la apertura de un nuevo período de enfrentamientos de clase a escala internacional: “No somos profetas ni pretendemos adivinar cuándo y de qué manera se van a desarrollar los acontecimientos futuros. Pero de lo que sí estamos seguros y conscientes, en lo que se refiere al proceso en el que está hoy metido el capitalismo, es que no es posible pararlo con reformas, devaluaciones, ni ningún otro tipo de medidas económicas capitalistas, sino que lleva directamente a la crisis. Y estamos también seguros de que el proceso inverso de desarrollo de la combatividad de la clase, que estamos hoy viviendo, va a llevar a la clase obrera a una lucha sin cuartel y directa por la destrucción del Estado burgués.

[6]) Ese día, tras una serie de movilizaciones en las ciudades obreras contra los ataques económicos violentos y la represión de la junta militar, los obreros de Córdoba desbordaron las fuerzas de policía y del ejército (equipados con tanques) haciéndose dueños de la ciudad (segunda del país). El gobierno solo conseguiría “restablecer el orden” al día siguiente mediante el envío masivo del ejército.

[7]) Queda lejos la actitud de los estudiantes de 1968 que consideraban a sus mayores “viejos tontos”, a la vez que éstos los trataban a veces de “jóvenes  imbéciles”).

[8]) Hay que señalar que la ceguera sobre el significado verdadero de Mayo del 68 no afectaba solo a las corrientes de extracción estaliniana o trotskista, para quienes, claro está, nunca hubo contrarrevolución sino progresión de la “revolución”  con la aparición, después de la Segunda Guerra mundial, de toda una serie de Estados “socialistas” u “obreros deformados” y con las “luchas de independencia nacional” iniciadas en ese período prolongándose durante décadas. Tampoco la mayoría de las corrientes y elementos vinculados a la Izquierda comunista, especialmente la Izquierda italiana, entendió casi nada de lo ocurrido en 1968 pues, todavía hoy, tanto los bordiguistas como Battaglia comunista opinan que todavía no hemos salido de la contrarrevolución.

[9]) Policía antidisturbios.

 

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