La herencia oculta de la Izquierda del Capital: (V) El Debate en la burguesía pugna brutal, en el proletariado medio de clarificación

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Este trabajo forma parte de la Serie La herencia oculta de la Izquierda del Capital, donde tratamos de poner en evidencia algo que para muchos grupos y militantes de la Izquierda Comunista resulta difícil de comprender: no solo es preciso romper con las posiciones políticas de todos los partidos del capital (populismo, fascismo, derecha, izquierda, extrema izquierda) sino que también hay que romper con sus métodos organizativos, su moralidad, su modo de pensamiento. Esta ruptura es muy necesaria, pero resulta muy difícil pues vivimos cotidianamente bajo el peso de ideologías enemigas de la liberación de la humanidad: burguesa, pequeño burguesa y lumpen.

En este quinto artículo de la Serie vamos a tratar de la cuestión vital del debate[1].

El proletariado, la clase del debate

El debate es la fuente de vida del proletariado que no es una fuerza inconsciente que lucha en la ceguera más total, movido por el determinismo de las condiciones objetivas, sino, que es la clase de la conciencia, que lucha guiada por la comprensión de sus necesidades y posibilidades en el duro combate por el comunismo. Esta comprensión no surge de verdades absolutas formuladas de una vez y para siempre en el Manifiesto Comunista o en la mente privilegiada de jefes geniales, sino que es el resultado “del desarrollo intelectual de la clase obrera, fruto obligado de la acción conjunta y de la discusión.  Los sucesos y vicisitudes de la lucha contra el capital, y más aún las derrotas que las victorias, no podían menos de revelar al proletariado militante, en toda su desnudez, la insuficiencia de los remedios milagreros que venían empleando e infundir a sus cabezas una mayor claridad de visión para penetrar en las verdaderas condiciones que habían de presidir la emancipación obrera[2]

Las revoluciones proletarias se han levantado sobre un gigantesco debate de masas, la acción autónoma y autoorganizada de la clase obrera se apoya sobre un debate donde participan activamente miles y miles de obreros, de jóvenes, de mujeres, de jubilados. La revolución rusa de 1917 se basó sobre un debate permanente con miles de discusiones en los locales, en los circos, en las calles, en los tranvías… Aquellos días de 1917 nos dejaron dos imágenes muy ilustrativas de la importancia del debate para la clase obrera: el tranvía que se detiene porque todos sus ocupantes incluido el conductor han decidido discutir algo o la ventana donde alguien lanza un discurso y cientos de personas se agolpan a su alrededor para escuchar y discutir.

Mayo 68 fue también un debate permanente de masas. Es radical el contraste entre las discusiones de los obreros en las huelgas de mayo donde hablaban de cómo destruir el Estado, de como crear una nueva sociedad, del sabotaje sindical etc., y una “asamblea” de estudiantes en Alemania en 1967, controlada por maoístas “radicales” donde se perdieron casi 3 horas para decidir cómo tenía que hacerse una manifestación. Hablamos y nos escuchamos fue uno de los eslóganes más populares de mayo 68.

Los movimientos de 2006 y 2011 (lucha contra el CPE e Indignados[3]) se fundaban en un debate vivo con miles de trabajadores, jóvenes etc., hablando sin restricciones. En las plazas ocupadas se organizaban bibliotecas volantes, rememorando una actividad que había surgido con fuerza gigantesca en la revolución rusa de 1917, como subraya John Reed en Diez días que estremecieron al mundo: “Rusia entera aprendía a leer: leía asuntos de política, de economía, de historia, porque el pueblo tenía necesidad de saber. En cada ciudad, casi en cada aldea, en el frente, cada fracción política tenía su periódico y, a veces, muchos. Millares de organizaciones distribuían centenares de miles de folletos, inundando los ejércitos, las aldeas, las fábricas, las calles. La sed de instrucción, tan largo tiempo refrenada, se convirtió con la revolución en un verdadero delirio. Sólo del Instituto Smolny salieron cada día, durante los seis primeros meses, toneladas de literatura, que, ya en carros, ya en vagones, iban a saturar el país. Rusia absorbía, insaciable, como la arena caliente absorbe el agua. Y no grotescas novelas, historia falsificada, religión diluida o esa literatura barata que pervierte, sino teorías económicas y sociales, filosofía, las obras de Tolstoi, de Gogol, de Gorki[4]

Si el debate es el nervio vital de la clase obrera, más aún lo es para sus organizaciones revolucionarias, de ahí que, “La organización de los revolucionarios no puede ser "monolítica". La existencia de divergencias en su seno es la manifestación de que es un órgano vivo que no tiene respuestas prefabricadas que aportar inmediatamente a los problemas que surgen en la clase. El marxismo no es ni un dogma ni un catecismo. Es el instrumento teórico de una clase que, a través de su experiencia y en la perspectiva de su objetivo histórico, avanza progresivamente, con altibajos, hacia una toma de conciencia que es la condición indispensable para su emancipación. Como toda reflexión humana, la que preside el desarrollo de la conciencia proletaria no es un proceso lineal y mecánico, sino contradictorio y crítico, que plantea necesariamente la discusión y la confrontación de argumentos. De hecho, el famoso "monolitismo" o la famosa "invariancia " de los bordiguistas es una engañifa, o la organización está completamente esclerotizada y ya no puede participar en la vida de la clase, o no es monolítica y sus posiciones no son invariantes[5]

¿Por qué le llaman “debate” cuando en realidad es un duelo a garrotazos?

Sin embargo, los militantes que han pasado por algún partido político de la burguesía han sufrido en su propia carne que eso del “debate” es una farsa completa y una clara fuente de sufrimientos. En los partidos burgueses de todos los colores, “debate” es igual a “duelo a garrotazos”, el famoso cuadro de Goya que puede contemplarse en el museo del Prado.

Los debates electorales son más bien un “de-water” por la cantidad de insultos, trapos sucios, acusaciones, trampas etc., que en ellos se exhiben. Son un espectáculo denigrante concebido como un match de boxeo donde la claridad, la verdad, la realidad, son lo que menos importa, lo único que está en juego es ver quien gana y quien pierde, quien engaña y miente mejor, quien manipula las mentes con más cinismo[6].

En un partido burgués lo de la “libre opinión” es una tomadura de pelo. Dejan decir cosas hasta un cierto límite que no ponga en cuestión la dominación de los “dirigentes”. Cuando se cruza ese umbral, desatan una campaña de calumnias contra los que han osado pensar por sí mismos, cuando no directamente y manu militari los expulsan del partido invocando cualquier pretexto. Eso ocurre en todos los partidos y lo ejercen tanto víctimas como verdugos. Rosa Díez, una dirigente del PSOE vasco, sufrió una atroz campaña por parte de sus “compañeros” de partido. No se ajustaba a la orientación, entonces vigente, de colaboración con el nacionalismo vasco, y le hicieron la vida imposible hasta que acabó por abandonarlo. Fundó UPYD -un aspirante a ocupar la posición de “centro” que luego tomó Ciudadanos- y, cuando surgieron rivales y opositores en su cortijo les aplicó la misma medicina que ella sufrió, incluso alcanzando dosis de sadismo y cinismo que harían temblar al mismísimo Stalin.

En general, en los partidos burgueses de todos los colores se evita el debate. El estalinismo impidió el debate aprovechando un error grave del partido bolchevique en 1921: la prohibición de las fracciones impulsada por Lenin como una falsa respuesta a Kronstadt[7]. El trotskismo también aborrece el debate y practica la misma represión de este. Una muestra nos la da la tentativa de expulsión de la Oposición de Izquierdas que se dio ¡en una prisión estalinista[8]!, según testimonia el libro de Ante Ciliga[9] ya citado en anteriores textos de la Serie: “A la lucha ideológica en el “Colectivo” trotskista vino a sumarse un conflicto organizativo que durante unos meses relego la cuestión ideológica a un segundo plano. Este conflicto caracteriza la psicología y los hábitos de la oposición rusa. La derecha y el centro plantearon a los “bolcheviques militantes” el siguiente ultimátum: o se disolvían y dejaban de publicar su periódico o serían expulsados de la organización trotskista. En efecto, la mayoría pensaba que dentro de la fracción trotskista no debía haber ningún subgrupo. Este principio de la “fracción monolítica” en el fondo era el mismo en el que se inspiraba Stalin para el conjunto del partido”.

En los congresos, las ponencias no las escucha nadie, consistiendo en aburridas exposiciones donde se dice una cosa y su contraria. Se organizan conferencias sectoriales, simposios y otros muchos actos que no van más allá de operaciones de relaciones públicas.

El “debate” surge cuando se trata de derribar a la camarilla que está en el poder y reemplazarla por otra nueva. Esto puede suceder por diversas causas: intereses de facción; inadecuación respecto al interés nacional del capital; malos resultados electorales. Entonces estalla el “debate” que resulta ser un arma de lucha por el poder. En ocasiones el “debate” consiste en que una facción inventa una “tesis” farragosa y contradictoria y la opone violentamente a la de sus rivales recurriendo a críticas feroces sobre palabras, epítetos incendiarios (“oportunista”, “abandona el marxismo” etc.) y otras triquiñuelas sofísticas. El curso del “debate” es una sucesión de insultos, amenazas, trapos sucios que se destapan, acusaciones…, jalonadas de vez en cuando con actos diplomáticos de abrazos del oso para “demostrar” que se quiere la “unidad” y se “aprecia” a los rivales que serían “compañeros”[10].  Hay momentos, en fin, de equilibrio de fuerzas entre las diferentes facciones en liza por lo que el “debate” es una suma de “opiniones” que cada cual defiende como su propiedad y que no da lugar a ninguna clarificación sino más bien a una suma caótica de ideas o a textos “conciliadores” que meten en el mismo saco ideas opuestas[11].

Así pues, podemos concluir que el “debate” en una organización burguesa -sea cual sea su colocación en el espectro político, que va desde la extrema derecha a la extrema izquierda- es una farsa y un medio de ataques personales incendiarios que pueden conllevar graves daños psicológicos para las víctimas y que muestran en los verdugos una crueldad, cinismo y ausencia de escrúpulos morales, realmente alucinantes. En fin, es un juego donde unas veces los mismos que antes hicieron de verdugos pueden pasar por el vía crucis de víctimas y viceversa, el amargo trato que sufrieron pueden devolverlo con creces en cuanto tienen algo de poder.

Los principios y medios del debate proletario

Muy diferente tiene que ser el debate proletario. El debate dentro de las organizaciones proletarias se ajusta a principios radicalmente diferentes de los que acabamos de ver en los partidos burgueses.

La conciencia de clase del proletariado -es decir, el conocimiento que se desarrolla en su seno de los fines y los medios de su lucha histórica- solo puede nacer del debate, de un debate sin límites ni cortapisas. “La conciencia no puede desarrollarse sin un debate fraterno, público e internacional”, afirmamos en La Cultura del debate, arma de la lucha de clases[12]. Las organizaciones comunistas que expresan de manera avanzada y permanente el esfuerzo de toma de conciencia que existe en la clase necesitan el debate como arma vital, “Entre las primeras exigencias que esas minorías expresaron estaba la necesidad de debatir, no como un lujo sino como requisito ineludible, la necesidad de que quienes participan tomen en serio a los demás, y aprendan a escuchar; la necesidad, también, de que en la discusión las armas sean los argumentos y no la fuerza bruta, ni apelar a la moral o a la autoridad de los "teóricos", prosigue el texto antes mencionado.

En una organización política proletaria el debate tiene que estar en los antípodas de los métodos repugnantes que antes hemos denunciado. Se trata de buscar entre todos, una verdad compartida, donde no hay ganadores ni perdedores, sino que el único triunfo es la claridad común. La discusión se basa en argumentos, análisis, hipótesis, dudas… los errores forman parte del camino para llegar a conclusiones operativas. Las acusaciones, los insultos, la personalización sobre camaradas u órganos deben proscribirse tajantemente, pues no se trata de saber quién lo dice sino qué se dice.

Los desacuerdos son momentos necesarios en la búsqueda de una posición por lo que no son un “derecho democrático” sino un deber cuando no se comparte una posición o se estima que es insuficiente o confusa. En el curso del debate se confrontan posiciones, a veces, hay posiciones minoritarias que con el tiempo se conviertan en mayoritarias. Tal fue el caso de Lenin con las Tesis de Abril que cuando las presentó al llegar a Rusia en abril 1917 eran minoritarias dentro del partido, dominado como estaba éste por la desviación oportunista que había impuesto el Comité Central. A través de una discusión intensa y altamente participativa, el partido se convenció de la validez de las posiciones de Lenin y acabó adoptándolas[13]

Las diferentes posiciones que se expresan en una organización proletaria no son posturas acabadas que pertenecerían en propiedad a quienes las defienden. En ella “las divergencias no expresan en manera alguna la defensa de intereses materiales, o de grupos de presión particulares, sino que son la traducción de un proceso vivo y dinámico de clarificación de los problemas que se le plantean a la clase y que tiendan por definición a ser superados por la profundización de la discusión y a la luz de la experiencia” (Estructura y funcionamiento de la organización revolucionaria, antes citada).

En las organizaciones proletarias no puede haber “mentes iluminadas” a las que habría que seguir ciegamente. Está claro que puede haber camaradas con mayores capacidades o que tienen un dominio más desarrollado en determinadas materias, en fin, habrá quienes por su entrega, convicción y entusiasmo pueden gozar de una autoridad moral. Sin embargo, nada de ello puede institucionalizarlos en categorías separadas, especializadas y privilegiadas de “jefes”, “expertos” o “teóricos”. “Ni en dioses, reyes o tribunos está el supremo salvador, nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor”, dice una estrofa del himno de la Primera Internacional. De manera más preciso, como señala nuestro texto sobre la Estructura y el Funcionamiento, “No existen en la organización tareas "nobles" y tareas "secundarias" o menos "nobles". El trabajo de elaboración teórica y la realización de tareas prácticas, el trabajo en el seno de los órganos centrales y el trabajo específico en las secciones locales, son igual de importantes para la organización y por ello no pueden estar jerarquizados (es el capitalismo quien establece tales jerarquías)”.

En una organización comunista hay que combatir el seguidismo, vicio consistente en alinearse sin pensar detrás de la postura de un militante “preclaro” o de un órgano central. En una organización comunista todo militante debe tener criterio, no creer a pies juntillas, examinar críticamente lo que se expone, incluido lo que viene de “dirigentes”, órganos centrales o “militantes avanzados”. Esto se sitúa en los antípodas de lo que reina en los partidos de la burguesía y concretamente en sus exponentes de izquierda. En estos se practica el más extremo seguidismo respecto de los jefes, lo cual viene de lejos, en la Oposición trotskista ya existía esas tendencias: “Las cartas de Trotsky y de Rakovski, que trataban cuestiones que estaban a la orden del día, conseguían entrar en prisión y daban pie a muchos comentarios. No dejaba de sorprender el espíritu jerárquico y de sumisión ante el jefe que impregnaba a la oposición rusa. Una cita de Trotsky tenía valor probatorio. Además, tanto los trotskistas de derecha como los de izquierda daban a estas citas un sentido verdaderamente tendencioso, cada uno a su manera. La completa sumisión a Lenin y Stalin que reinaba en el partido también estaba presente en la oposición, pero con Lenin y Trotsky: todo lo demás era obra del Demonio (Ante Ciliga Op cit, página 273).

Existe una idea muy peligrosa que debe rechazarse: habría militantes “expertos” quienes tras su intervención “lo habrían dicho todo”, “mejor imposible” y la postura de los demás sería “tomar notas” y callarse.

Esta visión niega radicalmente el debate proletario que es un proceso dinámico donde se integran múltiples esfuerzos, muchos de ellos erróneos, para abordar los problemas. La mirada superficial, imbuida de la lógica mercantil de solamente ver el “producto” o resultado final sin mirar para nada todo lo que ha conducido a ello, de únicamente fijarse en el valor de cambio necesariamente abstracto e intemporal, cree que todo es producto de discursos acabados de militantes “geniales”. Marx no compartía este punto de vista, en una carta a Blos en 1877, subraya “durante la época de la Primera Internacional, en mi aversión por cualquier culto al individuo nunca permití los numerosos intentos de reconocimiento con los que siempre fui molestado desde varios países para recibir publicidad, nunca contesté siquiera a ellos, excepto hoy y una vez más rechazándolos; cuando Engels y yo nos incorporamos a la clandestina Liga Comunista, lo hicimos sólo con la condición de que debería ser expurgada de los principios y de cualquier aliento a las falsas creencias irracionales en la autoridad[14]

En el curso de un debate se formulan hipótesis o posturas contrapuestas, se hacen aproximaciones, se cometen errores, hay intervenciones más claras, pero el resultado de conjunto no lo da “el militante más claro” sino una síntesis dinámica y viva de un conjunto de posiciones integradas en la discusión. La posición que se acaba adoptando no es la de los que “tenían razón” ni, en muchos casos, es totalmente antagónica a la de los que “se habían equivocado”, es una posición nueva y superior que ayuda colectivamente a tener las cosas más claras.

Los obstáculos al desarrollo del debate proletario

Evidentemente, el debate no es fácil dentro de una organización proletaria. Esta no vive en un mundo aparte, sino que sufre todo el peso de la ideología dominante que ya vemos cómo concibe el debate. Es inevitable que las “formas de debate” que son propias de la sociedad burguesa y que las mamamos todos los días en el espectáculo de los partidos, en la televisión y sus programas basura, en las redes sociales, en las campañas electorales etc., se infiltren en la vida de las organizaciones proletarias. Estas deben llevar una dura lucha contra esta infiltración destructiva.

“La cultura del debate sólo puede desarrollarse a contracorriente de la sociedad burguesa. Como la tendencia espontánea en el capitalismo no es, ni mucho menos, el esclarecimiento de las ideas, sino la violencia, la manipulación y la lucha por obtener una mayoría (cuyo mejor ejemplo es el circo electoral de la democracia burguesa), la infiltración de esa ideología en las organizaciones proletarias siempre lleva gérmenes de crisis y de degeneración. La historia del Partido bolchevique lo ilustra perfectamente. Mientras el partido fue la punta de lanza de la revolución, los debates más vivos y dinámicos eran una de sus fuerzas principales. En cambio, la prohibición de verdaderas fracciones (tras el aplastamiento de Cronstadt en 1921) fue señal y factor activo de su degeneraciónreflexiona nuestro texto sobre la cultura del debate antes citado. Este se refiere a la herencia envenenada que ha dejado el estalinismo en las filas obreras y que pesa como una losa sobre los comunistas, muchos de los cuales han empezado su vida política en organizaciones estalinistas, maoístas o trotskistas y creen que “intercambiar argumentos es "liberalismo burgués" y que "un buen comunista" es alguien que "cierra el pico" y hace acallar su conciencia y sus emociones”. Por ello, “los camaradas que están hoy decididos a rechazar los efectos de ese producto moribundo de la contrarrevolución comprenden cada día mejor que, para ello, no solo hay que rechazar las posiciones de ese producto sino también su mentalidad”.

En efecto, hay que combatir la mentalidad falsificadora del debate que supura por todos sus poros el mundo burgués y particularmente la canalla estalinista y todos sus apéndices, especialmente, los que simulan una mayor “apertura” como los trotskistas. Hay que ser claros y tajantes, pero eso nada tiene que ver con la arrogancia y la brutalidad. Hay que ser combativos, pero eso no significa ser pendenciero y agresivo. Hay que llamar al pan, pan y al vino, vino. Pero, de ahí no se deduce que habría que ser hirientes y cínicos. No hay que buscar la conciliación de argumentos o las medias tintas, pero eso no hay que confundirlo con el sectarismo y el rechazo a escuchar los argumentos de los interlocutores. En definitiva, el debate proletario tiene que abrirse paso en medio de la confusión y la desviación que propala el estalinismo y sus adláteres.

El individualismo enemigo del debate

Si bien el colectivismo burocrático de los partidos de la burguesía con su monolitismo y sus imposiciones brutales constituye un obstáculo al debate, es necesario precaverse de lo que aparece como su opuesto, aunque en realidad es su complemento. Nos referimos a la visión individualista del debate.

Esta consiste en que cada cual tiene “su opinión” y esa “opinión” sería su propiedad privada. Por tanto, si se critica la posición de un camarada se le estaría atacando porque se estaría “violando” su “propiedad privada”, se le estaría quitando algo “suyo”. Criticar tal posición de tal camarada sería el equivalente a quitarle el celular o dejarle sin comida.

Esa visión es radicalmente falsa. El conocimiento no nace del “raciocinio íntimo” de cada individuo. Lo que pensamos forma parte de un esfuerzo histórico y social, ligado al trabajo y al desarrollo de las fuerzas productivas. Lo que cada cual dice solo es “original” si se inscribe críticamente en un esfuerzo colectivo de pensamiento. El pensamiento del proletariado es el producto de su lucha histórico – mundial, lucha que no se limita a sus combates económicos, sino que, como decía Engels, tiene 3 dimensiones interconectadas: lucha económica, lucha política y lucha ideológica. Cada organización política proletaria se inscribe en la continuidad histórica crítica de la larga cadena que va desde la Liga de los Comunistas (1848) a las pequeñas organizaciones actuales de la Izquierda Comunista. En ese hilo histórico se insertan las posiciones, ideas, apreciaciones, aportes, de cada militante. Si cada militante aspira al conocimiento más desarrollado no lo hace como empresa individual sino con el objetivo de llevar lo más lejos posible las posiciones y orientaciones del conjunto de la organización y del proletariado.

De ahí que la postura individualista de “cada cual su opinión” es un grave obstáculo al debate que complementa el monolitismo burocrático de los partidos burgueses. Cuando en un debate cada cual va con “su opinión” el resultado puede ser o bien una pugna con vencedores y vencidos, o bien, una suma inútil de diferentes opiniones contradictorias. El individualismo es un obstáculo a la claridad pues parte del monolitismo de “esta es mi opinión, o lo tomas o lo dejas”, es decir, NO HAY DEBATE cuando cada cual va a la discusión con su “propia opinión”.

Por el desarrollo de un debate proletario internacional

El debate proletario tiene una naturaleza histórica, recoge lo mejor del debate científico y cultural que ha existido en la historia de la humanidad. “Fundamentalmente, la cultura del debate es una expresión del carácter social de la humanidad. Es la emanación del uso específicamente humano del lenguaje. El uso del lenguaje como medio de intercambiar informaciones es algo que la humanidad comparte con muchos animales. Lo que la distingue del resto de la naturaleza en ese plano, es su capacidad de cultivar e intercambiar una argumentación (vinculado al desarrollo de la lógica y de la ciencia) y alcanzar el conocimiento de los demás, desarrollándose la empatía, vinculada, entre otras cosas, al desarrollo del arte

La cultura del debate hinca sus raíces en el comunismo primitivo: “Engels, por ejemplo, menciona el papel de las asambleas generales entre los griegos en la época de Homero, en las tribus germánicas o los iroqueses de Norteamérica, haciendo un elogio especial a la cultura del debate de éstos. El debate nació respondiendo a una necesidad material. En Grecia se fue desarrollando con la comparación entre las diferentes fuentes del conocimiento. Se comparan diferentes modos de pensar, diferentes modos de investigar y sus resultados, los métodos de producción, las costumbres y las tradiciones. Se descubre que se contradicen, se confirman a se completan. Se combaten o se completan o ambas cosas. A través de la comparación, las verdades absolutas se vuelven relativas.

Nuestro texto sobre la estructura y funcionamiento resume los principios fundamentales del debate proletario: “rechazo de toda medida disciplinaria o administrativa de la organización frente a miembros que han expresado desacuerdos: de igual manera que la minoría tiene que saber comportarse como minoría en el seno de la organización, la mayoría debe saber ser una mayoría y no abusar  por el hecho de que su posición es la de la organización; esto llevaría a anular el debate de un modo u otro, por ejemplo, obligando a los miembros de la minoría a ser portavoces de posiciones a las cuales no se adhieren; el conjunto de la organización está interesado en que la discusión (aunque las divergencias sean de principios conducen necesariamente a una separación organizacional) sea llevada lo más lejos posible y lo más  claramente posible. Tanto la minoría como la mayoría tienen que hacer lo posible (sin por ello paralizar o debilitar las tareas de la organización) para convencerse mutuamente de la validez de sus respectivos análisis o, por lo menos, permitir que se consiga una claridad mayor sobre la naturaleza y el alcance de estos desacuerdos. En la medida en que los debates en curso en la organización conciernen al conjunto del proletariado, es conveniente que ésta saque aquellos al exterior.

El proletariado es una clase internacional, por ello el debate tiene una naturaleza internacional y centralizada. Si el debate no es una adición de opiniones individuales tampoco puede ser la suma de una serie de posiciones locales. La fuerza del proletariado es su unidad y su conciencia que buscan expresarse a escala mundial. El debate internacional, integrando aportes y experiencias de los proletariados de todos los países, es el que da una claridad y una visión global que harán fuerte la lucha proletaria.

C.Mir 11-7-18

 

[2] Engels: prólogo de 1890 al Manifiesto Comunista, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm

[7] En 1921 se produce la sublevación de los marineros y obreros de la guarnición de Krondstadt, cercana a Petersburgo. El poder soviético reprime brutalmente este movimiento lo que significa un paso muy importante en la degeneración del bastión proletario en Rusia (ver Las enseñanzas de Krondstadt, https://es.internationalism.org/revista-internacional/197507/940/las-ensenanzas-de-kronstadt, entre otros). Como falsa lección de los acontecimientos, el partido bolchevique en clara degeneración oportunista decide en su Xº Congreso prohibir temporalmente las fracciones en el partido.

[8] La del Aislador de Verkhne Uralst

[9] En el país de la gran mentira, página 260 edición española

[10] En la actual Guerra de Sucesión por el mando del PP, los 6 candidatos proclaman todos los días que son “compañeros” para, a continuación, lanzarse a todo tipo de maniobras, insinuaciones, acusaciones, conciliábulos et.

[11] Un ejemplo reciente: ¡ERC ha celebrado su último congreso donde la dirección ha impuesto una alternativa “conciliadora” con el poder central español, sin embargo, ha permitido que las bases “radicalizaran” las ponencias con todo un amasijo de enmiendas “independentistas” y de “desobediencia”. El resultado ha sido una colección de textos ilegibles donde se habla a la vez de “autonomía” dentro de España y de independencia de España.

[14] Citado en el libro Eleanor Marx, la vida familiar de Carlos Marx, página 205 edición española.

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