Castoriadis, Munis y el problema de la ruptura con el trotskismo (II)

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La primera parte de este artículo se encuentra en:https://es.internationalism.org/revista-internacional/201804/4300/el-com...

Segunda parte:  Sobre el contenido de la revolución comunista

En nuestro anterior artículo de esta serie republicamos el texto “Salud a Socialismo o Barbarie” que fue escrito por la Izquierda Comunista de Francia (GCF) en 1948, y que representa una clara toma de posición respecto a un movimiento trotskista que había abandonado sus credenciales proletarias, al participar en la segunda guerra mundial imperialista:

“El trotskismo que fue una de las reacciones proletarias en la Internacional Comunista en el curso de sus primeros años de degeneración, no ha superado nunca su posición de oposición, a pesar de su constitución formal en partido orgánicamente separado. Permaneciendo atado a los PC – a los que siempre ha considerado como partidos obreros – en los que ha triunfado el estalinismo, el trotskismo se unce a éste constituyéndose en su apéndice. Amarrado ideológicamente al estalinismo le acompaña como si fuese su sombra. Toda la actividad del trotskismo desde hace 15 años así lo demuestra”.

Señalando, además:

“Esto no quiere decir que obreros revolucionarios, relativamente educados, no puedan quedar entrampados en sus filas. Al contrario, como organización, como medio político, el trotskismo, en lugar de favorecer la formación de un pensamiento revolucionario partiendo de los organismos (fracciones y tendencias) que así lo expresan, es el medio orgánico de su pudrimiento. Esta es una regla general válida para cualquier organización política ajena al proletariado, aplicable al trotskismo como al estalinismo, y plenamente verificable con la experiencia. Conocemos al trotskismo desde hace 15 años siempre en continua crisis, con escisiones y unificaciones, seguidas de nuevas escisiones y crisis, pero no sabemos de ejemplos en que estas hayan dado lugar a la formación de una tendencia revolucionaria verdadera y viable. Eso significa que el trotskismo no segrega en su interior ningún fermento revolucionario. Al contrario, lo aniquila. El fermento revolucionario esta pues condicionado en su existencia y desarrollo a situarse fuera de los marcos organizacionales e ideológicos del trotskismo”[1].

Por haberse constituido como una tendencia interna en el seno del partido trotskista francés - el Partido Comunista Internacionalista -, la reacción inicial de la Izquierda Comunista Francesa (GCF) frente a la llamada “Tendencia Chaulieu-Montal”[2]  fue la de expresar severas dudas sobre las posibilidades de su evolución. Tras la ruptura con el PCI y la formación del grupo Socialismo o Barbarie (SoB), la GCF reconoció que efectivamente se había producido esa ruptura y lo saludó. Eso no impidió que la GCF alertara sobre el hecho de que el nuevo grupo seguía estando marcado por rasgos de su pasado trotskista (como la cuestión sindical, por ejemplo, o su relación con la revista Les Temps Modernes que publicaba el filósofo Jean Paul Sartre), así como una actitud de inusitada arrogancia hacia las corrientes revolucionarias que habían llegado a conclusiones similares a las de Socialismo o Barbarie, mucho antes de que ésta rompiese con el trotskismo.

En este nuevo artículo, vamos a tratar de mostrar lo acertado de esta prevención de la GCF en su bienvenida a SoB; y lo difícil que resultaba para aquellos que habían crecido en el seno del ambiente corrompido del trotskismo romper, de forma efectiva, con las ideas y actitudes de éste. Examinaremos la trayectoria política y la actividad de dos militantes – Castoriadis y Grandizo Munis – que formaron tendencias paralelas en el movimiento trotskista de finales de los años 40, y que rompieron con éste en un momento parecido. La elección de estos dos militantes es pertinente no sólo porque ambos ilustran el problema general de la ruptura con el trotskismo, sino porque ambos también, escribieron, y mucho, sobre la cuestión en que se basa esta serie: el contenido de la revolución socialista.

En ruptura con la IVª Internacional

A finales de los años 40 y principios de los 50, tanto Castoriadis como Munis eran, incuestionablemente, militantes de la clase obrera. Munis lo siguió siendo toda su vida[3].

En su juventud y en la Grecia ocupada, Castoriadis abandonó el Partido Comunista al oponerse a la política de éste de apoyo (e incluso dirección) de la Resistencia nacionalista. Se orientó, en su lugar, hacia el grupo de Agis Stinas[4] que, aunque formalmente era miembro de la Cuarta Internacional, se oponía intransigentemente a apoyar a ninguno de los dos bandos de la guerra imperialista y tampoco a los frentes de la Resistencia. Mal informado sobre la auténtica realidad de la traición del movimiento trotskista, este grupo pensaba que su posición era la posición “normal” de cualquier grupo internacionalista, puesto que estaba en continuidad con la postura defendida por Lenin ante la Primera Guerra Mundial.

Amenazado tanto por fascistas como por estalinistas, Castoriadis abandonó Grecia al final de la guerra y se estableció en Francia, donde se integró en la principal organización trotskista de ese país, el PCI. Tras formar una tendencia de oposición en el seno del PCI (la tendencia Chalieu-Montal a la que se refería la Izquierda Comunista de Francia), se escindió del partido para formar el grupo SoB. El documento en el que se justificó esta escisión (“Carta abierta a los militantes del PCI y de la IVª Internacional”, disponible en francés.), y que apareció publicado en el primer número de la revista Socialismo o Barbarie, desarrollaba una crítica en profundidad de la vacuidad teórica del movimiento trotskista, y de su incapacidad de actuar sin ser un mero apéndice del estalinismo, tanto en su visión de que la URSS jugaba aún un papel históricamente progresista al edificar un nuevo – aunque deformado – estado “obrero” en Europa del Este, como en cuanto a su seguidismo respecto a la coalición entre el PS y el PC,  que había participado en el gobierno de reconstrucción en Francia vigilando la aplicación de una feroz intensificación de la explotación. Se mostraba especialmente crítico con una Cuarta Internacional que veía con buenos ojos la disidencia de Tito en Yugoslavia, pues esto suponía una clara ruptura con la posición defendida por Trotsky de que el estalinismo no podía ser reformado.

 Al final de su vida, Trotsky había argumentado que, si la URSS salía de la guerra sin ser derrocada por una revolución proletaria, su corriente tendría que revisar su posición de que se tratase realmente un estado obrero, concluyendo que sería, por el contrario, el resultado de una nueva era de barbarie. Hay vestigios de esta postura en la caracterización inicial de SoB respecto a la burocracia vista como una nueva clase explotadora, haciéndose eco de los análisis sobre el “colectivismo burocrático” de Rizzi y de Sheachtman, que definían a la URSS como “ni capitalista ni comunista”; si bien, como reconoció la GCF, el grupo pronto se orientó hacia la noción de un nuevo capitalismo burocrático. En un texto que apareció en SoB nº2, como  “Las relaciones de producción en Rusia”, Castoriadis no dudó en criticar el análisis del mismo Trotsky que definía la URSS como un sistema con un modo capitalista de distribución, pero un modo esencialmente socialista de producción. Esta separación entre distribución y producción resultaba, para Castoriadis, contraria a la crítica marxista de la economía política. En esa misma línea de un esfuerzo por aplicar un análisis marxista a la situación histórica mundial, SoB veía que la tendencia a la burocratización era no solo global, sino que expresaba igualmente la decadencia del sistema capitalista. Esta posición explica también el nombre que el nuevo grupo dio a su revista: Socialismo o Barbarie. En particular tanto en la carta abierta como en los primeros años de SoB este grupo consideraba que, en ausencia de una revolución proletaria, sería inevitable una nueva guerra mundial entre los bloques del Este y del Oeste.

En cuanto a Munis, su coraje como militante proletario es especialmente destacable. Junto a sus camaradas de la Sección Bolchevique Leninista - uno de los dos grupos trotskistas activos durante la guerra de España -, y junto a los disidentes anarquistas de los Amigos de Durruti[5], Munis luchó en las barricadas levantadas en Barcelona durante el levantamiento de los trabajadores contra el gobierno republicano estalinista, en mayo de 1937[6]. Encarcelado por los estalinistas hacia el final de la guerra escapó por poco a un pelotón de fusilamiento y huyó a México donde reinició su actividad en el movimiento trotskista, tomando la palabra durante los funerales de Trotsky, y ejerciendo una notable influencia en la evolución de política de Natalia Trotsky (Sedova), que, al igual que Munis, fue haciéndose cada vez más más crítica respecto a la postura oficial del trotskismo ante la guerra imperialista y la defensa de la URSS.

Una de sus críticas principales a la posición defendida por la Cuarta Internacional ante la guerra está contenida en su respuesta a la defensa que hizo James Cannon – en el juicio por sedición al que se sometió a éste en Minneapolis -, de la política sostenida por el Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos, y que básicamente había consistido en una aplicación de la “política militar proletaria”, consistente en situar la guerra de USA contra el fascismo bajo “control obrero”. Para Munis esto significaba una completa capitulación ante el esfuerzo de guerra de una potencia imperialista. Rechazando tajantemente, aunque también tardíamente, la defensa de la URSS[7], Munis también escribió en 1947, junto a Natalia Sedova y el poeta surrealista Benjamín Peret, una carta abierta al PCI[8], en la que insistían en que rechazar la defensa de la URSS se había convertido en una urgente necesidad para los revolucionarios. Al igual que la carta de Chaulieu- Montal, este documento denunciaba el apoyo de los trotskistas al régimen estalinista en el Este (aunque no alcanzaba aún a exponer un análisis definitivo sobre la naturaleza de este régimen), y a los gobiernos PS-PC en el Oeste. Esta carta estaba más focalizada que la escrita por Chaulieu-Montal en cuanto a la cuestión de la Segunda Guerra Mundial y a la traición del internacionalismo por amplios sectores del movimiento trotskista a través del apoyo de estos al antifascismo, a los movimientos de Resistencia, y a la defensa de la URSS. Afirmaba contundentemente también la idea de que las nacionalizaciones, que los trotskistas situaban como una de las principales reivindicaciones de sus “demandas programáticas”, no suponían otra cosa que un reforzamiento del capitalismo.  Y si bien la carta albergaba aún cierta esperanza en una revitalización de la IVª  Internacional liberada del oportunismo, y en su final llamaba a un trabajo conjunto con la tendencia Chaulieu – Montal en el seno de la internacional; lo cierto es que la corriente en torno a Munis rompió muy pronto sus vínculos con esta falsa internacional y conformó un grupo independiente (la Unión Obrera Internacional) que, al igual que Socialismo o Barbarie, entró en discusiones con los grupos de la Izquierda Comunista.

Castoriadis sobre “El contenido del socialismo”: ¿Más allá de Marx o vuelta a Proudhon?

Volveremos más adelante sobre la ulterior trayectoria política de Castoriadis y Munis. Nuestra intención principal ahora es examinar como, en un período dominado por las concepciones sobre el socialismo de socialdemócratas y estalinistas, un período marcado por el reflujo de la clase obrera y el creciente aislamiento de la minoría revolucionaria; ambos militantes intentaron elaborar una visión de un auténtico camino a un futuro comunista. Comenzaremos con Castoriadis que dedicó tres artículos titulados “El contenido del socialismo” (CS) que fueron publicados entre 1955 y 1958 en Socialismo o Barbarie[9], y que constituyen, sin duda alguna, su más ambiciosa tentativa de criticar las falsedades dominantes sobre el verdadero significado del socialismo, y de plantear una alternativa. Estos textos, y en especial el segundo de ellos, tuvieron enorme influencia en muchos otros grupos y corrientes, empezando por la Internacional Situacionista que retomó de Castoriadis la noción de autogestión generalizada, así como el grupo socialista libertario británico Solidarity, que reelaboró este segundo artículo en su folleto, en inglés, Los Consejos Obreros y la Economía de la Sociedad Autogestionaria”[10].

Las fechas en que se escribieron estos artículos son muy significativas. Entre el primero y el segundo se producen situaciones trascendentales en el imperio de los países del Este: el famoso discurso de Kruschev sobre los excesos de Stalin, la revuelta en Polonia, y, sobre, todo, la insurrección obrera de Hungría donde aparecieron consejos obreros. Estos acontecimientos tuvieron un innegable e importante impacto en el pensamiento de Castoriadis, y en el segundo artículo aparece una detallada descripción de la proyectada sociedad socialista. El problema es que esos dos artículos siguen denotando la arrogancia teórica, que ya constató la GCF en 1948, por su presunción de haber descubierto aspectos clave del capitalismo que habrían pasado desapercibidos a todos en el movimiento obrero, incluyendo al propio Marx. Pero, como explicaremos, la verdad es que en vez de ir “más lejos” que Marx, no hizo sino retroceder a Proudhon.

No queremos decir con esto que no haya elementos positivos en estos documentos. Se confirma, por un lado, el rechazo de Castoriadis a la visión trotskista que consideraba el estalinismo como expresión desviada del movimiento obrero; insistiendo en cambio en que defendía intereses de clase opuestos a los del proletariado. Aunque Castoriadis no tuvo reparos en aceptar que su concepción de la sociedad postrevolucionaria no difería mucho a la que había planteado Pannekoek en su folleto “Los Consejos Obreros”[11], no incurrió en cambio en los cruciales errores que aparecen en los escritos “postreros” de éste: rechazo de la revolución rusa como revolución burguesa y negación de cualquier papel de las organizaciones políticas revolucionarias. En vez de eso, Castoriadis siguió tratando la revolución rusa como una experiencia esencialmente proletaria, cuya degeneración ha de comprenderse y aprender de ello. Tampoco estos textos caen explícitamente en postulados anarquistas de rechazo de la centralización por principio. Antes bien critica enérgicamente esta clásica visión anarquista cuando señala: “Rehusar hacer frente a la cuestión del poder central equivale a dejar la solución de estos problemas a una burocracia u otra”. On the Content of Socialism II - Socialisme Ou Barbarie. Referido en el resto del texto como “CS II”.

Castoriadis rechazó la visión de Trotsky que pensaba que un mero cambio de formas de propiedad podría conducir a acabar con los mecanismos de la explotación capitalista, y por ello insistía atinadamente en que hablar de socialismo no tenía sentido si no conllevaba una transformación total de las relaciones en el seno de la humanidad con todos los aspectos de la vida social y económica, un cambio entre una sociedad en que el género humano está dominado por los productos obra de sus propias manos y mentes, a una sociedad en que los seres humanos controlen conscientemente su propia actividad, y en primer lugar el proceso de producción. Por esta razón, Castoriadis insiste en la importancia de los consejos obreros como las formas que harán posible este profundo cambio en el funcionamiento social. Lo problemático no es tanto la noción general de socialismo como la restauración del “poder del hombre como fin en sí mismo” sino con las medidas más concretas que Castoriadis postula para la obtención de ese fin, y el método teórico que subyace en la defensa de tales medidas.

Para empezar: la crítica de las contribuciones anteriores de la historia del movimiento obrero. Eso no es un error per se. De hecho, es uno de los elementos esenciales para el desarrollo del proyecto comunista. No estamos en desacuerdo con la idea de Castoriadis de que el movimiento obrero se ve necesariamente afectado por la influencia de la ideología dominante; y que sólo puede librarse esta influencia a través de un proceso constante de reflexión y lucha. Pero las críticas de Castoriadis son, a menudo, inexactas, y conducen a conclusiones que tienden, como se dice popularmente, a “tirar al niño con el agua sucia de la bañera”, o sea que llevan a una ruptura con el marxismo, como pudo comprobarse pocos años después de la escritura de estos artículos, por lo que las premisas de tal abandono pueden verse ya en estos documentos. Para dar un ejemplo: en ellos se rechaza ya la teoría marxista de que la crisis es un producto de las contradicciones internas del sistema capitalista. Para él, en cambio, la crisis no son el resultado de la sobreproducción o del descenso de la tasa de ganancia, sino de un creciente rechazo, por parte de “los de abajo”, de la división de la sociedad entre quienes dan las órdenes y quienes las reciben, que él considera no como producto inevitable de la explotación capitalista sino como su verdadero fundamento: “La abolición de la explotación no será posible hasta que los diferentes estratos de directores dejen de existir; pues en las sociedades modernas , lo que está en la base de la explotación es la división entre directores y ejecutores”[12]. En ese mismo sentido, en CS II, se expone una caricatura extremadamente reduccionista (aunque muy habitual) de la teoría de las crisis de Rosa Luxemburgo, como una predicción de un hundimiento puramente automático del capitalismo.

 Apoyándose en una cita aislada de Marx sobre la persistencia de un “reino de la necesidad” aún en el comunismo, Castoriadis cree haber descubierto un fatídico defecto en el pensamiento de Marx: que para éste la producción sería siempre una esfera de negación y esencialmente de alienación, mientras que él (Castoriadis) sería el primer y único descubridor del hecho de que la alienación no puede ser superada si no se hace de la esfera de la producción un área también de la expresión de nuestra humanidad. La referencia que emplea Castoriadis (en CS II) es una cita de El Capital Vol. 3 en la que Marx señala: “De hecho, el reino de la libertad sólo comienza allí donde cesa el trabajo determinado por la necesidad y la adecuación a finalidades exteriores; con arreglo a la naturaleza de las cosas, por consiguiente, está más allá de la esfera de la producción material propiamente dicha”.[13] Este pasaje implica que el trabajo o la producción material no pueden ser nunca un área de realización del ser humano, y según Castoriadis esto representa una regresión respecto al Marx “joven” que en sus primeros escritos anhelaba con impaciencia la transformación del trabajo en actividad libre (en especial en sus Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844). Pero presentar así las cosas supone una deformación de la complejidad del pensamiento de Marx. En la Crítica del Programa de Gotha, escrita en 1875, Marx insiste también en que el objetivo de la revolución proletaria es una sociedad en la que “el trabajo se convierta no solo en un medio de vida sino en la primera necesidad de la vida”. Ideas similares se expresan así mismo en los Grundrisse, otra obra también del Marx “de la madurez”[14].

La autogestión de una economía de mercado

Una crítica habitual a “El Contenido del Socialismo” es que este texto desoye la prevención de Marx contra “la elaboración de recetas para los libros de cocina del porvenir”. Castoriadis se anticipa a esta crítica al negar que trate de elaborar las reglas o la constitución de la nueva sociedad. Es muy interesante reflexionar sobre como la sociedad capitalista ha cambiado desde que Castoriadis escribiera CS II, planteando problemas que no encajan en su esquema, sobre todo la tendencia a la eliminación de la gran producción industrial en el corazón de los países centrales del capitalismo, el crecimiento del empleo precario y de la “externalización” hacia regiones del mundo en los que la mano de obra es más barata. No hay que reprochar a Castoriadis el hecho de no haber previsto esta evolución, pero sí démonos cuenta de lo arriesgado que es realizar anticipaciones esquemáticas de la futura sociedad. En todo caso preferimos concentrarnos en examinar las ideas contenidas en el texto, y mostrar por que una parte muy importante de lo que plantea Castoriadis no podría tomar parte de un programa comunista evolucionado.

Ya hemos mencionado el rechazo por Castoriadis de la teoría marxista de las crisis en favor de su invención: que la explotación y la contradicción fundamental en el capitalismo “moderno” tendría su raíz en la división entre quienes dan las órdenes y quienes la aceptan. Este osado “revisionismo”, este menosprecio de las contradicciones inherentes al sistema salarial y la acumulación del capital conduce a Castoriadis a no dudar en describir su sociedad socialista del futuro como una sociedad en la que las categorías esenciales del capital permanecen intactas, no representan amenaza alguna de una nueva forma de explotación, ni tampoco un obstáculo una sociedad plenamente comunista.

En 1972, cuando el grupo británico Solidarity publicó el folleto “Los consejos obreros y la economía de una sociedad autogestionaria” (ver nota la pie 7), escribió una introducción ya muy a la defensiva respecto al hecho de que la sociedad “socialista” descrita por Castoriadis conservaba aún alguna de las características claves del capitalismo: los salarios (aunque Castoriadis insista sobre la igualdad absoluta de los salarios desde el primer momento), los precios, el valor del trabajo como fuente de la contabilidad, un mercado de consumidores, y el “criterio de la rentabilidad”. Y, en efecto, en una polémica escrita en 1972, Adam Buick, del Partido Socialista de Gran Bretaña, mostró hasta qué extremo la versión de Solidarity había depurado los pasajes más comprometedores del original:

“Quien quiera que haya leído el artículo original no puede negar que Castoriadis es partidario del llamado ‘socialismo de mercado’. Está claro que el mismo Solidarity ha encontrado esto embarazoso, puesto que ha purgado de esta edición sus manifestaciones más groseras. En su introducción ya se excusa: “Hay quienes consideran este texto como una gran contribución a la perpetuación de la esclavitud asalariada; puesto que sigue hablando de “salarios” y no apela a una abolición automática del “dinero” (aunque defina netamente los significados radicalmente diferentes que estos conceptos tendrán en las primeras etapas de una sociedad autogestionaria)” (pag 4). Y, de nuevo, en una nota al pie de página: “Todos los discursos precedentes sobre los “salarios”, los “precios”, y el “mercado”, por ejemplo, inquietaran indudablemente a un cierto número de lectores. Les pedimos que, por el momento, controlen sus respuestas emocionales y traten de pensar racionalmente junto a nosotros sobre esta cuestión” (p.36).

Pero Cardan no hablaba únicamente de “salarios”, “precios” y de “mercado”. Hablaba también de “rentabilidad” y de “tasa de interés”. Desde luego ya esto ya fue demasiado para la emoción contenida de Solidarity, puesto que tales términos desaparecieron de la traducción publicada.

Resulta de lo más significativo dar algunos ejemplos de la forma en que Solidarity camufló los aspectos “socialismo de mercado” de los artículos originales de Cardan.

En el original pone: almacenes de venta a los consumidores.

La versión de Solidarity: los almacenes que distribuyen a los consumidores (P. 24).

Original: el mercado de bienes de consumo

La versión de Solidarity: bienes de consumo (rubrica que aparece en la p. 35).

Original: Lo que implica la existencia de un mercado para los bienes de consumo.

La versión de Solidarity: Lo que implica la existencia de un mecanismo real por el que la demanda de los consumidores pueda verdaderamente hacerse sentir (p.35 ).

Original: moneda, precios, salario y valor

Versión de Solidarity: “moneda”, “salarios” “valor” (rubrica p. 36)…

De hecho, Cardan vislumbra una economía de mercado en la que todo el mundo sería remunerado en dinero circulante, un salario igual, con el que poder bienes que estarán a la venta a un precio igual a su valor (cantidad de trabajo socialmente necesario incorporado a estas mercancías). Y tiene además la cara dura de pretender que Marx también defendía que en el socialismo los bienes se intercambiarían por sus valores…”[15] .

Aquí Castoriadis no se sitúa en continuidad con Marx, sino con Proudhon, para quién la futura sociedad “mutualista” es una sociedad de productores de mercancías independientes, que intercambian sus productos por su valor.

El “socialismo” como ¿sociedad de transición?

Y no es que Castoriadis pretenda que la sociedad que describe sea la meta final de la revolución. De hecho, su posición es muy parecida a la definición que apareció durante el período de la socialdemocracia, y que fue teorizada en particular por Lenin: el socialismo es una etapa en el camino al comunismo[16] . Por supuesto el estalinismo se aprovechó de esta idea para defender que la economía totalmente estratificada de la URSS era ya el “socialismo real”. Pero el problema no reside únicamente en la forma en que la rentabilizó el estalinismo. Una dificultad, aún más profunda, es que tiende a fijar el período de transición como un modo de producción estable, cuando, en realidad, solo puede ser comprendido como una etapa muy dinámica y contradictoria, como un período marcado por una lucha constante entre las medidas comunistas desencadenadas por el poder político de la clase obrera, y todos los restos del viejo mundo que tienden a retrotraer la sociedad al capitalismo. Que el régimen político de esta etapa “socialista” se contemple de forma despótica o democrática, no evita que la ilusión fundamental sigue siendo la misma: que puede llegarse al comunismo a través de un proceso de acumulación de capital. Podemos incluso ver como Castoriadis intenta desarrollar una economía equilibrada, en que la producción se armoniza con el mercado de consumo como un reflejo de los métodos keynesianos de esa época, que confiaban en la eliminación de la crisis económica precisamente mediante la aplicación de ese equilibrio planificado. Y esto es muy revelador a su vez de hasta qué punto Castoriadis estaba impactado por la apariencia de estabilidad económica capitalista del período que siguió a la Segunda Guerra mundial[17].

En una primera parte de CS II, Castoriadis retoma acertadamente la opinión de Marx de que la futura sociedad de productores libres debería simplificar profundamente el conjunto del proceso de producción y distribución, haciendo sus operaciones “perfectamente simples e inteligibles”, por utilizar los mismos términos empleados por Marx en una de las raras descripciones de la sociedad comunista que incluyó en El Capital [18].  Pero pretender conservar las categorías de producción de valor supone que cualquier tentativa de planificación racional de la producción y la distribución se verá socavada por la preocupación por el mercado y la “rentabilidad”. Además, acabará conduciendo, antes o después, a la misma vieja basura, o sea a la crisis económica y a formas de explotación primero disimuladas y luego más descaradas. Resulta también bastante irónico que, tras argumentar en la primera parte de CS II que la tecnología capitalista no puede ser considerada como algo neutro, sino profundamente vinculada a los objetivos de la producción capitalista; Castoriadis parece después apostar por una especie de solución técnica en la que la “producción planificada”, con la ayuda de grandes ordenadores, permitiría determinar cómo el mercado autogestionado alcanzaría un equilibrio económico perfecto.

La incapacidad de Castoriadis para alcanzar a ver una verdadera superación de las relaciones salariales se encuentra muy ligada a su fijación sobre la noción de “empresa” socialista, como unidad autogestionada, aunque es cierto que coordinada con otras empresas y ramas de producción a diferentes niveles. En CS II, la descripción de las relaciones en la futura sociedad socialista comienza por una larga sección sobre la forma en que será gestionada la fábrica del futuro, y sólo más tarde aborda como será gestionada la sociedad en su conjunto tanto a nivel político como económico. El texto CS III se consagra casi por entero al análisis de la realidad de la resistencia cotidiana en el taller de fábrica, considerándolo como el terreno en el que se desarrollará una futura conciencia revolucionaria. Castoriadis no se equivoca al destacar la importancia del lugar de trabajo como centro de interés para la asociación de los trabajadores, para su resistencia colectiva, y que, en todo el proceso revolucionario, las asambleas de base de los centros de trabajo jugaran desde luego un papel vital como “células” de una red más amplia de Consejos. Pero Castoriadis va más lejos que esto y sugiere que, en la sociedad socialista, la fábrica/lugar de trabajo se mantendrá como una especie de comunidad fija. Por el contrario, como siembre defendió Bordiga, la emergencia del comunismo implica necesariamente el fin de la empresa individual, y la superación verdadera de la división del trabajo implicará, por supuesto, que los productores estarán cada vez menos ligados a una única unidad de producción.

Y lo que, si cabe, es más importante todavía: ese “fabriquismo” de Castoriadis conduce a una profunda subestimación de la función primera de los Consejos Obreros, que no es la gestión de la fábrica sino la unificación de la clase obrera a nivel económico y a nivel político. Para Castoriadis, un consejo obrero es esencialmente un consejo elegido por la asamblea de trabajadores de una determinada unidad de producción, y en las páginas finales de su CS II, los acaba diferenciando de los Soviets rusos a los que él ve basados esencialmente en unidades territoriales [19]: “Aunque la palabra rusa “soviet” significa “consejo” no hay que confundir los consejos obreros que hemos descrito en este texto ni siquiera con los primeros Soviets rusos. Los consejos obreros están basados en el lugar de trabajo. Pueden jugar a la vez un rol político y un rol en la gestión industrial de la producción. Por su esencia, un consejo obrero es un órgano universal. El (Consejo) Soviet de diputados obreros de Petrogrado en 1905, si bien nació de una huelga general y era de composición exclusivamente proletaria, permaneció como un órgano puramente político. Los Soviets de 1917 tenían una base, por regla general, geográfica. Se trataba también de instituciones puramente políticas, en las que todas las capas sociales opuestas al antiguo régimen formaban un frente unido”.

Castoriadis prevé una red de consejos que toma a su cargo la gestión de los asuntos políticos locales y nacionales, y Solidarity, nos hace el favor de diseñar un esquema, pero en éste lo que se ve es una asamblea central de delegados de fábrica a escala nacional sin vínculo con el nivel local. Pero llevado por su fijación sobre la gestión de la fábrica (un cuestión que, en Rusia, fue asumida por los consejos de fábrica), Castoriadis subestima la importancia de que los soviets que aparecieron en 1905 y 1917, lo hicieron para coordinar los centros de trabajo que se habían implicado en una huelga de masas - se trataba de un auténtico “consejo de guerra” de delegados de todas las empresas de una localidad o de una ciudad -, y que, desde el principio, asumió la dirección de un movimiento que pasó de la lucha económica a la confrontación política con el régimen existente.

Es cierto que junto los soviets de diputados obreros, y muy frecuentemente vinculados a ellos, existían también soviets de delegados de soldados y de marinos, elegidos en los cuarteles y los navíos; también soviets de diputados “campesinos” elegidos en los pueblos, así como formas comparables elegidas en sectores o barrios urbanos, etc. En ese sentido numerosos soviets tenían una fuerte base territorial o residencial. Pero eso plantea otra cuestión que es la de la relación entre los consejos obreros y los consejos de otras capas no explotadoras. Castoriadis sí era consciente de este problema, pues su “diagrama” contempla que la asamblea central de delegados reúna delegados de los consejos de campesinos y de consejos de profesionales y pequeños comerciantes. Para nosotros este es el problema central del período de transición: un período en el que aún existen las clases, un período en el que la clase obrera debe ejercer su dictadura integrando a las demás capas no explotadoras en la vida política y en el proceso de transformación social. Castoriadis contempla un proceso similar, pero rechaza la idea de que esta organización transitoria de la sociedad constituya un Estado. Para nosotros, en cambio, su planteamiento es más propicio a permitir una situación en la que el Estado se convierta en una fuerza “autónoma” que se oponga a los órganos de la clase obrera, tal y como sucedió rápidamente en Rusia, dado el aislamiento de la revolución a partir de 1917. Para nosotros, la verdadera independencia de la clase obrera y de sus consejos se preserva mejor llamando Estado a lo que en realidad es tal, reconociendo sus riesgos inherentes, y asegurándose de que no hay subordinación alguna de los órganos de la clase obrera a los órganos de la “sociedad en su conjunto”.

Una última expresión de la incapacidad de Castoriadis de plantear una verdadera ruptura con las categorías del capital: la limitación de su visión a escala nacional. Ya aparecen indicios aquí y allá en este CS II, cuando habla por ejemplo de cómo podrían ser las cosas “en un país como Francia·, y como “la población de todo el país” podría gestionar sus asuntos a través de una asamblea de delegados de consejos que aparece retratada como algo meramente nacional. Pero ese peligro de contemplar el “socialismo” en un cuadro nacional aparece mucho más explícitamente en esta cita:

“(…) la revolución sólo puede comenzar en un país, o en un único grupo de países. En consecuencia, habrá de sufrir presiones de naturaleza y duración extremadamente variables. Por otra parte, aunque la revolución se propague rápidamente a escala internacional, el nivel de desarrollo interno de un país jugará un papel importante en la aplicación concreta de los principios del socialismo. Por ejemplo, la agricultura podría representar un problema importante en Francia, pero no así en los Estados Unidos o en Gran Bretaña (aquí, por el contrario, el principal problema sería la extrema dependencia del país de las importaciones alimentarias). A lo largo de todo nuestro análisis hemos examinado numerosos problemas de este género y esperamos haber podido mostrar que existen, en cada caso, soluciones en una dirección socialista.

No hemos podido considerar los problemas particulares que surgirían si la revolución permaneciera aislada en un país durante mucho tiempo, y difícilmente podemos hacerlo aquí. Pero esperamos haber demostrado que es un error pensar que los problemas que surgen de tal aislamiento son insolubles, que un poder obrero aislado debe morir heroicamente o degenerar, o que a lo sumo puede ‘sostenerse’ mientras espera. La única manera de ‘sostenerse’ es empezar a construir el socialismo; de lo contrario, la degeneración ya ha comenzado, y no hay nada por lo que sostenerse. Para el poder obrero, la construcción del socialismo desde el primer día no sólo es posible, sino imperativa. Si no tiene lugar, el poder que ostenta ya ha dejado de ser poder obrero"[20]

La idea de que un poder proletario puede mantenerse en un solo país mediante la construcción del socialismo invierte la realidad del problema y nos lleva, finalmente, a los errores de los bolcheviques después de 1921, e incluso a las posiciones contrarrevolucionarias de Stalin y Bujarin después de 1924. Cuando la clase obrera toma el poder en un país, por supuesto se verá obligada a tomar medidas económicas para garantizar la provisión de las necesidades básicas, y esas decisiones deben ser, en la medida de lo posible, compatibles con los principios comunistas y contrarios a las categorías de capital. Pero siempre se debe reconocer que tales medidas (como el “comunismo de guerra” en Rusia) serán profundamente distorsionadas por las condiciones de aislamiento y escasez, y no tendrán necesariamente ninguna continuidad directa con una auténtica reconstrucción comunista, que sólo comenzará una vez que la clase obrera haya derrotado a la burguesía a escala mundial.  Mientras tanto, la tarea, esencialmente política, de extender la revolución tendrá que tener prioridad sobre las medidas sociales y económicas contingentes y experimentales que tendrán lugar en las primeras etapas de una revolución comunista.

Volveremos más adelante a la evolución política que siguió Castoriadis, y que se vio significativamente modelada por su abandono del marxismo a nivel teórico.

Munis: “Pro Segundo Manifiesto Comunista”

Munis regresó a España en 1951, para intervenir en un estallido generalizado de lucha de clases, viendo la posibilidad de un nuevo levantamiento revolucionario contra el régimen de Franco[21]. Fue arrestado y pasó los siguientes siete años en la cárcel. Se podrá argumentar que Munis no consiguió sacar lecciones políticas clave de esta experiencia, en particular sobre las posibilidades revolucionarias del período de la posguerra; pero eso no mermó desde luego su compromiso con la causa revolucionaria. Se refugió muy precariamente en Francia - el Estado francés pronto lo expulsó - y pasó varios años en Milán, donde entró en contacto con los bordiguistas y con Onorato Damen de Battaglia Comunista, desarrollándose entre ambos una profunda estima. Fue durante este periodo, en 1961, cuando Munis, en compañía de Benjamin Péret, fundó el grupo Fomento Obrero Revolucionario (FOR). En este contexto, produjo dos de sus textos teóricos más importantes: Los sindicatos contra la revolución en 1960 y Pro Segundo Manifiesto Comunista (PSMC) en 1961[22].

Al principio de este artículo señalamos las similitudes en las trayectorias políticas de Castoriadis y Munis en su ruptura con el trotskismo. Pero a principios de los años 60 sus caminos habían comenzado a divergir radicalmente. En sus inicios, el título de “Socialismo o Barbarie” era coherente con la verdadera opción a la que se enfrentaba la humanidad: Castoriadis se consideraba marxista y la alternativa anunciada en el título expresaba la adhesión del grupo a la idea de que el capitalismo había entrado en su época de decadencia[23]. Pero en la introducción al primer volumen de una colección de sus escritos, La Sociedad Burocrática[24], Castoriadis describe el período 1960-64 como los años de su ruptura con el marxismo, considerando no sólo que el capitalismo había resuelto esencialmente sus contradicciones económicas, refutando así las premisas básicas de la crítica marxista de la economía política; sino también que el marxismo, cualesquiera que fueran sus percepciones, no podía separarse de las ideologías y regímenes que lo reclamaban. En otras palabras, Castoriadis, al igual que otros antiguos trotskistas (como los restos de los RKD alemanes), pasó de un rechazo generalizado del "leninismo" a un rechazo del propio marxismo (y así terminó en una especie de anarquismo “new look”).

Aunque, como también examinaremos, el Pro Segundo Manifiesto Comunista (en adelante PSMC), indica también cómo Munis tampoco se había liberado enteramente del peso de su pasado trotskista; si dice en cambio, claramente, que pese a toda la propaganda de ese momento sobre la prosperidad social y la integración de la clase obrera, la trayectoria real de la sociedad capitalista confirmaba los fundamentos del marxismo: que el capitalismo había entrado, desde la Primera Guerra Mundial, en su época de decadencia, en la que la grave contradicción entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas estaba amenazando con arrastrar a la humanidad a la ruina; y, sobre todo, por el peligro histórico de guerra entre los dos bloques imperialistas que dominaban el mundo. La sociedad de la abundancia era en realidad una economía de guerra.

Lejos de culpar al marxismo por haber dado lugar, en cierto sentido, al estalinismo; el PSMC denuncia, elocuentemente, a los regímenes y partidos estalinistas como la expresión más pura de la decadencia capitalista, la cual, en diferentes formas alrededor del mundo, empujaba hacia un capitalismo de Estado totalitario. Desde ese mismo punto de partida teórico, el texto argumenta que todas las luchas de liberación nacional se habían convertido en momentos de la confrontación imperialista mundial. En un momento en que estaba en boga la idea de que las luchas nacionales en el Tercer Mundo eran la nueva fuerza para el cambio revolucionario, el PSMC fue un impactante ejemplo de intransigencia revolucionaria, cuyos argumentos se vieron ampliamente confirmados por la evolución de los regímenes "postcoloniales" productos de la lucha por la independencia nacional. Esto contrasta con las ambigüedades del grupo SoB sobre la guerra en Argelia y otras cuestiones básicas de clase. El PSMC deja claro que SoB había seguido un camino de componenda y de obrerismo en lugar de luchar por la claridad comunista, a contracorriente, cuando fuese necesario:

"Por su parte, la tendencia “‘Socialismo o Barbarie”', que también surgió de la IVª Internacional, opera a la zaga de la decadente 'izquierda' francesa en todos los problemas y en todos los movimientos importantes: ante Argelia y el problema colonial, el 13 de mayo de 1958 y el poder gaullista, los sindicatos y las luchas obreras contemporáneas, la actitud hacia el estalinismo y la dirección del Estado en general. Hasta el punto en que, aunque considera la economía rusa como una forma de capitalismo de Estado, sólo ha servido para sembrar más confusión. Al renunciar expresamente a la tarea de luchar contra la corriente y al decir sólo a la clase obrera ‘lo que ésta puede entender’, se condena a su propio fracaso. Falta de vigor, esta ‘tendencia’ ha cedido a una especie de versatilidad con ínfulas de funambulista existencialista. Para ellos, como para otras corrientes en Estados Unidos, vale la pena recordar las palabras de Lenin sobre: “esos lamentables intelectuales que piensan que con los trabajadores sólo habría que hablar de la fábrica y parlotear sobre lo que ya éstos saben desde hace mucho tiempo’".

Otra vez más, en contraste con la evolución del grupo SoB, el PSMC no duda en defender el carácter proletario de la Revolución de octubre y del partido bolchevique. En un documento escrito unos 10 años más tarde, y que aborda temas similares a los de PSMC, Partido-Estado, Estalinismo, Revolución[25], Munis argumenta contra esas corrientes de la Izquierda Alemana y Holandesa que habían renegado de su apoyo inicial a Octubre, y decidido que tanto la Revolución rusa como el bolchevismo eran esencialmente de naturaleza burguesa. Al mismo tiempo, el PSMC se centra en ciertos errores clave que aceleraron la degeneración de la revolución en Rusia y el surgimiento de la contrarrevolución estalinista: la confusión de las nacionalizaciones y la propiedad estatal con el socialismo; la idea de que la dictadura del proletariado significaba la dictadura del partido. En Partido-Estado, Munis también tiene una idea definida de que el Estado de transición no puede ser visto como el agente de la transformación comunista, haciéndose eco de la posición de Bilan y de la GCF (Izquierda Comunista de Francia):

"Desde la Comuna de París, los revolucionarios sacaron una lección de gran importancia, entre otros: el Estado capitalista no podía ser conquistado ni utilizado; tenía que ser demolido. La Revolución rusa profundizó esta misma lección de una manera decisiva: el Estado, por obrero o soviético que sea, no puede ser el organizador del comunismo. Como el propietario de los instrumentos del trabajo, como el recaudador del trabajo social excedente necesario (o superfluo), lejos de desaparecer, adquiere una fuerza y ​​capacidad sofocantes ilimitadas. Filosóficamente, la idea de un Estado emancipador es puro idealismo hegeliano, inaceptable para el materialismo histórico". (Partido- Estado, Estalinismo, Revolución, op. cit.).

Y allí donde Castoriadis, en “El contenido del socialismo”, aboga por una forma de capitalismo auto gestionado; Munis no deja lugar a dudas sobre el contenido económico/social del programa comunista: la abolición del trabajo asalariado y de la producción de mercancías.

"El objetivo de una economía realmente planificada sólo puede ser lograr que la producción esté de acuerdo con el consumo; sólo la plena satisfacción de este último - y no las ganancias o los privilegios, ni las demandas de la ‘defensa nacional’ o una industrialización ajena a las necesidades diarias de las masas - puede considerarse como impulso para la producción. La primera condición para tal enfoque sólo puede ser, así, la desaparición del trabajo asalariado, la piedra angular de la ley del valor, universalmente presente en las sociedades capitalistas, incluso si muchos de ellos afirman hoy ser socialistas o comunistas".

Pero, al mismo tiempo, toda esta fortaleza del PSCM con respecto al contenido de la transformación comunista también tiene un lado débil: una tendencia a asumir que el trabajo asalariado y la producción de mercancías pueden ser abolidos desde el primer día, incluso en el contexto de un solo país. Es cierto, como dice el texto, que "desde el primer día, la sociedad en transición nacida de esta victoria debe apuntar hacia este objetivo. No debe perder de vista por un instante la estricta interdependencia entre producción y consumo". Pero como ya hemos subrayado, el proletariado en un solo país nunca debe perder de vista el hecho de que, cualesquiera que sean las medidas que emprenda, éstas sólo pueden ser temporales mientras la victoria revolucionaria no se haya logrado a una escala mundial, y que por lo tanto seguirán estando sometidas a las leyes del capitalismo. Que Munis no tenga presente esto en todo momento se pone de manifiesto en Partido- Estado, donde, por ejemplo, presenta el comunismo de guerra como una especie de ‘no capitalismo’ y ve la NEP como la restauración de las relaciones capitalistas. Ya hemos criticado este enfoque en dos artículos en la Revista Internacional núm. 25 y 52[26]. También está confirmado por lo que Munis siempre mantuvo sobre los acontecimientos en España 36-37: para él, la Revolución española fue incluso más profunda que la Revolución rusa. Y esto, en parte, porque en mayo de 1937, los trabajadores mostraron por primera vez, con las armas en las manos, una comprensión del papel contrarrevolucionario del estalinismo. Pero también consideraba que las colectivizaciones industriales y agrarias españolas habían representado pequeños islotes de comunismo[27]. En resumen: que las relaciones comunistas serían posibles incluso sin la destrucción del Estado burgués y la extensión internacional de la revolución. En estas concepciones, vemos, una vez más, una nueva versión de las ideas anarquistas, e incluso un anticipo de la corriente de la “comunización” que se desarrollará en la década de 1970, y que hoy tiene bastante influencia en el seno de un amplio movimiento anarquista.

Y si bien una ruptura incompleta con el trotskismo a veces toma esta dirección anarquista, también puede manifestarse en las resacas más clásicas del trotskismo. Por ello el PSMC finaliza con una especie de versión actualizada del Programa de Transición de 1938. Citamos extensamente lo que, a este propósito, señalamos en nuestro artículo en la Revista International 52:

"En su 'Por un Segundo Manifiesto Comunista', el FOR consideró correcto plantear todo tipo de reivindicaciones transitorias, en ausencia de movimientos revolucionarios del proletariado. Estas van desde la semana de 30 horas, la supresión del trabajo por piezas y el cronometraje en las fábricas a la “demanda de trabajo para todos, desempleados y jóvenes” en el terreno económico. En el plano político, el FOR exige a la burguesía ‘derechos’ y ‘libertades’ democráticos. “libertad de expresión, de prensa, de reunión y derecho de los trabajadores a elegir delegados permanentes de taller, de fábrica o de oficio”, “sin ninguna formalidad judicial o sindical” (Pro Segundo Manifiesto pág. 65-71). Todo esto está dentro de la ‘lógica’ trotskista, según la cual basta seleccionar bien las reivindicaciones para llegar gradualmente a la revolución. Para los trotskistas, todo el truco es saber cómo ser un pedagogo para los trabajadores, que no sabrían que reivindicar; poner ante ellos las zanahorias más apetitosas para empujar a los trabajadores hacia su ‘partido’. ¿Es esto lo que quiere Munis con su Programa de Transición ‘bis’ (…)

El FOR todavía no entiende hoy:

  • Que no se trata de elaborar un catálogo de demandas para futuras luchas: los trabajadores son lo bastante mayorcitos como para formular espontáneamente sus propias reivindicaciones precisas en el curso de la lucha;
  • Que tal o cual demanda precisa - como el ‘derecho al trabajo’ para los desempleados - puede ser recuperada por los movimientos burgueses y utilizada contra el proletariado (campos de trabajo, obras públicas, etc.);
  • Que sólo a través de la lucha revolucionaria contra la burguesía los trabajadores pueden satisfacer realmente sus demandas...

Es muy característico que el FOR coloque al mismo nivel sus consignas reformistas sobre los ‘derechos y libertades’ democráticos para los trabajadores, y consignas que sólo podrían surgir en un período totalmente revolucionario. Así, encontramos eslóganes mezclados caóticamente como:

                *“expropiación del capital industrial, financiero y agrícola”;

                *“gestión por los trabajadores de la producción y distribución de los productos”;

                *” destrucción de todos los instrumentos de guerra, tanto atómicos como clásicos; disolución de los ejércitos y policías, reconversión de las industrias de guerra en industrias de consumo”;

                *“armamento individual de los explotados por el capitalismo, organizados territorialmente según el esquema de comités democráticos de gestión y distribución”;

                *”supresión del trabajo asalariado empezando por elevar el nivel de vida de las capas sociales más pobres para alcanzar finalmente la libre distribución de los productos según las necesidades de cada uno.”;

*“supresión de las fronteras y constitución de un gobierno único y una economía única, a medida que se produzca el triunfo del proletariado en distintos países.”

Todas estas consignas muestran enormes confusiones. El FOR parece haber abandonado cualquier brújula marxista. No hace distinción alguna entre un período prerrevolucionario en el que el capital domina políticamente, un período revolucionario en el que se establece un doble poder, y el período de transición (después de la toma del poder por parte del proletariado) que es cuando pueden ponerse en marcha (¡y no de manera inmediata!) la ‘supresión del trabajo asalariado’ y la ‘supresión de las fronteras’”. [28]

La trayectoria final de Munis y Castoriadis

Munis murió en febrero de 1989. La CCI publicó un homenaje a él, que comenzaba diciendo: "el proletariado ha perdido a un militante que dedicó toda su vida a la lucha de clase" [29]. Después de trazar brevemente la historia política de Munis a través de la España en los años 30, su ruptura con el trotskismo en la Segunda Guerra Mundial, su estadía en las cárceles de Franco a principios de los años 50 y la publicación de Por un Segundo Manifiesto Comunista, el artículo retoma la historia a finales de los años 60:

 En 1967, junto con compañeros del grupo venezolano Internacionalismo, participó en los esfuerzos para restablecer contactos con el medio revolucionario en Italia. Así, a finales de los años 60, con el resurgir de la clase obrera en el escenario de la historia, estará en la brecha junto a las débiles fuerzas revolucionarias existentes en aquel momento, incluyendo a quienes formarían Revolution Internationale en Francia. Pero, a principios de los años 70, lamentablemente permaneció fuera de las discusiones y los intentos de reagrupamiento que se tradujeron en particular en la constitución de la CCI en 1975. Aun así, Fomento Obrero Revolucionario (FOR), el grupo que formó en España y Francia, basado en las posiciones del ‘Segundo Manifiesto’, acordó, en principio, participar en la serie de conferencias de grupos de la Izquierda Comunista que comenzó en Milán en 1977. Pero esta actitud cambió en el curso de la segunda conferencia, el FOR se retiró de ella, y ésta fue la expresión de una tendencia hacia el aislamiento sectario que hasta ahora ha prevalecido en esta organización".

Hoy el FOR ya no existe. Siempre fue altamente dependiente del carisma personal de Munis, quien no fue capaz de transmitir una tradición sólida de organización a la nueva generación de militantes que se reunieron alrededor de él, y que habría podido servir como base para continuar el funcionamiento del grupo tras la muerte de Munis. Y como señalamos en este artículo, el grupo padeció una tendencia hacia el sectarismo que debilitó aún más su capacidad para sobrevivir.

El ejemplo de esta actitud que mencionamos en el homenaje fue el estrepitoso abandono por parte de Munis y su grupo de la segunda Conferencia de la Izquierda Comunista, alegando su desacuerdo con los demás grupos acerca del problema de la crisis económica. Aquí no vamos a examinar este problema en detalle, pero sí que podemos ver la posición esencial de Munis sobre esto en Por un Segundo Manifiesto Comunista:

"La recuperación del espíritu de lucha y el resurgimiento de una situación revolucionaria no puede esperarse, como pretenden ciertos marxistas que se inclinan hacia el automatismo económico, de una de esas crisis cíclicas, mal llamadas ‘crisis de sobreproducción’. Estas son sacudidas que reequilibran el caótico desarrollo del sistema, pero no el resultado de su agotamiento. La gestión capitalista sabe cómo atenuarlas, y, además, aunque alguna de ellas se presente, fácilmente podría favorecer los tortuosos planes de nuevos reaccionarios, que esperan su momento, con planes quinquenales en un bolsillo y estándares de producción en el otro. La crisis general del capitalismo es su agotamiento como un sistema social. Consiste, hablando resumidamente, en el hecho de que los instrumentos de producción en tanto que capital y de distribución de los productos, limitados por el trabajo asalariado, se han vuelto incompatibles con las necesidades humanas, e incluso con las máximas posibilidades que la tecnología podría ofrecer para el desarrollo económico. Esa crisis es insuperable para el capitalismo, y tanto en occidente como en Rusia, empeora cada día".

La posición de Munis no consiste simplemente en una negación de la crisis de sobreproducción. Es más, en un párrafo anterior del PSMC, atribuye tales crisis a una contradicción fundamental en el sistema, la que existe entre el valor de uso y el valor de cambio. Además, su rechazo de la idea de un ‘automatismo’, según el cual un crash económico conduciría mecánicamente a un avance de la conciencia revolucionaria, es totalmente acertado. También tiene Munis razón cuando dice que la aparición de una conciencia verdaderamente revolucionaria implica el reconocimiento de que las relaciones sociales mismas, subyacentes a la civilización, se han hecho incompatibles con las necesidades de la humanidad. Estos son puntos que pudieron haber sido discutidos con otros grupos de la Izquierda Comunista y ciertamente no justificaban abandonar la Conferencia de París, sin siquiera explicar sus divergencias reales.

De nuevo en su folleto 'La trayectoria quebrada de Revolución Internacional’[30], explica más ampliamente sus puntos de vista sobre la relación entre crisis económica y la conciencia de clase. Munis parece en ocasiones acertar, puesto que como hemos reconocido en nuestra Resolución sobre la Situación Internacional del 21º Congreso Internacional, la CCI algunas veces estableció un vínculo inmediatista y mecánico entre crisis y revolución [31]. Pero la realidad no dio la razón a Munis puesto que, nos guste o no, el sistema capitalista de hecho ha quedado estancado en una muy profunda crisis económica desde la década de 1970. Esta idea de que las crisis económicas serían simplemente parte del mecanismo de ‘regularización’ del sistema refleja, aparentemente, la potente influencia de la época en que fue escrito el PSMC -principios de los años 60, en el cénit del boom de la posguerra. Pero este pico fue seguido por un descenso rápido en una crisis económica mundial que ha demostrado ser fundamentalmente insuperable, a pesar de toda la energía que un sistema administrado por el Estado ha gastado para enlentecer y retrasar sus peores efectos. Y si es cierto que una conciencia auténticamente revolucionaria debe comprender la incompatibilidad entre las relaciones sociales capitalistas y las necesidades de la humanidad; el fracaso visible de un sistema económico que se presenta a sí mismo poco menos que como una encarnación de la naturaleza humana, seguramente jugará un papel clave permitiendo a los explotados deshacerse de sus ilusiones en el capitalismo y su inmortalidad.

Detrás de esta negativa a analizar la dimensión económica de la decadencia del capitalismo, se encuentra un voluntarismo no superado, cuyos fundamentos teóricos se remontan a la carta en que anunció su ruptura con la organización trotskista en Francia, el Partido Comunista Internacionalista, donde sostenía, tozudamente, la concepción de Trotsky, presentada en las primeras líneas del Programa de Transición, según la cual la crisis de la humanidad es la crisis del liderazgo revolucionario:

La crisis de la humanidad -repetimos esto miles de veces junto con L.D. Trotsky- es una crisis de liderazgo revolucionario. Todas las explicaciones que tratan de emplazar la responsabilidad del fracaso de la revolución en las condiciones objetivas, en el desnivel ideológico o las ilusiones de las masas en el poder del estalinismo, o el atractivo ilusorio del ‘Estado obrero degenerado’, son erróneas y sólo sirven para excusar a los responsables, para distraer la atención del verdadero problema y dificultar su solución. Un auténtico liderazgo revolucionario, dado el nivel actual de las condiciones objetivas para la toma del poder, debe superar todos los obstáculos, superar todas las dificultades, triunfar sobre todos sus adversarios”[32]

Esta actitud 'heroica' fue la que llevó a Munis a ver la posibilidad de que la revolución pudiera surgir en no importa qué momento del período de decadencia del capitalismo. Le sucedió en los años 30, cuando Munis analizó los acontecimientos en España no como una prueba de la contrarrevolución triunfante sino como el punto más alto de la oleada revolucionaria que comenzó en 1917. Y también al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando, como hemos visto, Munis creyó ver en los movimientos en España de 1951 como precursores de un embate revolucionario. Y, otro tanto, en el culmen del periodo del “boom” de los años 60, puesto que el Pro Segundo hace referencia a una "acumulación de formidables energías revolucionarias" que se estaría produciendo en el momento en que se escribía esa obra. Y del mismo modo que rechazó los esfuerzos de la CCI para examinar la evolución de la crisis económica, se opuso también a nuestro argumento de que, aunque la decadencia significa que la revolución proletaria está al orden del día en la historia, pueden existir sin embargo fases de profunda derrota y confusión en la clase durante este período, fases que hacen casi imposible la revolución, y que confieren diferentes tareas a la organización revolucionaria.

Pero por importantes que pudieran ser tales errores, son errores comprensibles de un revolucionario que desea, con todo su ser, ver el fin del capitalismo y el comienzo de la revolución comunista. Por esta razón nuestro homenaje concluía:

“Está claro, pues, que mantenemos muy importantes diferencias con el FOR, lo que nos ha llevado a polemizar con ellos en varias ocasiones en nuestra prensa (ver en particular el artículo en la Revista Internacional 52). Sin embargo, a pesar de los serios errores que pudo haber cometido, Munis permaneció hasta el fin como un militante que fue profundamente leal al combate de la clase trabajadora. Él fue uno de esos muy raros militantes que permanecieron de pie ante las presiones de la más terrible contrarrevolución que el proletariado haya conocido jamás, cuando muchos desertaron o incluso traicionaron la lucha militante, él permaneció una vez más allí, al lado de la clase en el histórico resurgir de sus luchas a finales de los años 60.

Rendimos nuestro homenaje a este militante de la lucha revolucionaria, a su lealtad e inquebrantable compromiso con la causa proletaria. A los camaradas del FOR, enviamos nuestros saludos fraternales”.

Castoriadis deserta del movimiento obrero

Uno de los mejores relatos de la vida de Munis fue escrito por Agustín Guillamón en 1993, con el título ‘G Munis, un revolucionario desconocido’ . Uno de los principales puntos que se resumen es que la mayoría de esos militantes que, a través de las pruebas y tribulaciones del siglo XX, permanecieron leales a la causa proletaria, no fueron recompensados por la fama o fortuna: junto a Munis, menciona a Onorato Damen, Amadeo Bordiga, Paul Mattick, Karl Korsch, Ottorino Perrone, Bruno Maffi, Anton Pannekoek y Henk Canne-Meijer [33]. Todo lo contrario de lo que puede verse en nuestro obituario para Castoriadis publicado en inglés con el título: 'Muerte de Cornelius Castoriadis: la burguesía rinde tributo a uno de sus siervos’. Podemos dejar que el artículo hable por sí mismo, añadiendo algunos comentarios.

"La prensa burguesa, especialmente en Francia, ha hecho algo de ruido sobre la muerte de Cornelius Castoriadis. Le Monde se refirió a él en dos ediciones sucesivas (28-29 de diciembre y 30 de diciembre de 1997) y dedicó una página completa a él bajo un título significativo: ‘Muerte de Cornelius Castoriadis, revolucionario antimarxista’. Este título es típico de los métodos ideológicos de la burguesía. Contiene dos verdades que envuelven la mentira que quieren hacernos tragar. Las verdades: Castoriadis está muerto, y era antimarxista. La mentira: que fuera un revolucionario. Para apuntalar la idea, Le Monde recuerda las propias palabras de Castoriadis, 'repetidas hasta el final de su vida': ‘Pase lo que pase seguiré siendo ante todo un revolucionario’”.

Y es verdad que, en su juventud, había sido un revolucionario. A finales de la década de 1940 rompió con la ‘4° Internacional’ trotskista junto con un número de otros compañeros y animó la revista Socialismo o Barbarie. En ese momento SoB representaba un esfuerzo, aunque confuso y limitado por su origen trotskista, por desarrollar una línea proletaria del pensamiento en medio de la contrarrevolución triunfante. Pero en el transcurso de la década de 1950, bajo el impulso de Castoriadis (quien firmaba sus artículos como Pierre Chaulieu y luego como Paul Cardan), SoB fue rechazando cada vez más los ya débiles cimientos marxistas con que se había edificado. En particular, Castoriadis desarrolló la idea de que el antagonismo real en la sociedad ya no era entre explotadores y explotados sino entre 'quienes dan órdenes y quienes las reciben'. SoB acabó desapareciendo a principios de 1966, apenas dos años antes de los acontecimientos de mayo de 68, que marcaron el resurgimiento histórico de la lucha de clases a nivel mundial, tras casi medio siglo de contrarrevolución. Castoriadis, de hecho, había dejado de ser revolucionario mucho antes de morir, incluso si fue capaz de mantener el aspecto ilusorio de que lo era.

Castoriadis no fue el primero en traicionar las convicciones revolucionarias de su juventud. La historia del movimiento obrero está plagada de estos ejemplos. Lo que lo caracteriza, sin embargo, es que él disfrazó su traición con los harapos del ‘radicalismo político’, aparentando oponerse a la totalidad del orden social existente. Podemos comprobarlo en el artículo escrito en Le Monde Diplomatique en respuesta a su último libro: “Hecho y por hacer”, de 1997:

“Castoriadis nos da las herramientas para contestar, para construir barricadas, para vislumbrar el socialismo del futuro, para pensar en cambiar el mundo, para desear cambiar la vida políticamente... ¿Qué herencia política puede venir de la historia del movimiento obrero, cuando ahora es evidente que el proletariado no puede desempeñar el papel de fuerza motriz que el marxismo le atribuyó? Castoriadis responde con un excelente programa que combina las más altas exigencias de la política humana con lo mejor del ideal socialista... Acción y pensamiento están en busca de un nuevo radicalismo, ahora que está cerrado el paréntesis leninista, ahora que el Estado policiaco del marxismo histórico se ha ido a la basura”.

En realidad, este 'radicalismo' que tanto hacía babear a periodistas de altos vuelos, no era sino una hoja de parra que ocultaba que el mensaje de Castoriadis resultaba extremadamente útil para las campañas ideológicas de la burguesía. Así su declaración de que el marxismo había sido pulverizado (‘El ascenso de la insignificancia’, 1996), vino a dar un espaldarazo “radical” a toda la campaña sobre la muerte del comunismo que se desarrolló a raíz del colapso de los regímenes estalinistas del bloque del este en 1989".

Ya vimos algunos signos de esa búsqueda de reconocimiento en la decisión del grupo de Castoriadis de escribir para Les Temps Modernes de Sartre, algo que fue enérgicamente criticado por la GCF[34]. Pero fue cuando abandonó finalmente la idea de una revolución de la clase obrera y comenzó a especular sobre una especie de utopía de ciudadanos autónomos; cuando se zambulló en las aguas más oscuras de la sociología y el psicoanálisis lacaniano; fue entonces cuando se volvió más atractivo para las academias burguesas y las ramas más sofisticadas de los medios de información, que se mostraron bastante dispuestos a perdonarle las locuras de su juventud y aceptarlo en su muy confortable redil.

Pero nuestro artículo ('Muerte de Cornelius Castoriadis: …’) acusa a Castoriadis de una traición más grave que la renuncia a la vida militante o la búsqueda ante todo de progresión profesional:

"Pero la verdadera prueba del radicalismo de Castoriadis ya había tenido lugar en los años 80 cuando, bajo el liderazgo de Reagan, la burguesía occidental lanzó una campaña ensordecedora contra la amenaza militar que representaría el 'Imperio del mal' de la URSS, con objeto de justificar un rearme como no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial. En ese momento fue cuando Castoriadis publicó su libro ‘Ante la Guerra’, donde trataba de demostrar la existencia de un 'desequilibrio masivo’ en favor de Rusia, ‘una situación que era prácticamente imposible modificar para los estadounidenses’. Este ‘análisis’ fue, además, frecuentemente citado por Marie-France Garaud, una ideóloga de la derecha ultra-militarista, y vocera, en Francia, de las campañas reaganianas.

A finales de los 80, la realidad demostró que el poder militar ruso era en realidad muy inferior a la de los Estados Unidos, pero esto no desinfló la arrogancia de Castoradis, ni atenuó las alabanzas de los periodistas hacia él. Tampoco esto es nuevo. A partir de 1953-4, incluso antes de que abandonara abiertamente el marxismo, Castoriadis desarrolló toda una teoría según la cual el capitalismo ya había superado definitivamente su crisis económica (ver 'La dinámica del capitalismo' en SoB nº 120). Sabemos lo que sucedió después: la crisis del capitalismo regreso con más fuerza a finales de los 60. Cuando, en 1973, se publicaron en colección de bolsillo (Ediciones 10/18) las obras de Castoriadis, se dejaron aparte algunos textos poco gloriosos, para que su amigo Edgar Morin pudiese decir entonces: ‘¿Quién puede hoy publicar sin vergüenza y casi orgullosamente, los textos que marcaron su trayectoria política desde 1948 a 1973, sino un espíritu singular como Castoriadis?' (Le Nouvel Observateur)".

¿Es que Castoriadis llamó abiertamente para la movilización de los trabajadores en defensa de la ‘democracia occidental’, contra lo que él llamó la ‘estratocracia’ del bloque oriental? En un ‘hilo’ del foro de Libcom en 2011, un ‘post’ firmado por 'Julien Chaulieu', se opone al ‘post’ original, que era un resumen de la vida de Castoriadis escrito por la Federación Anarquista en el Reino Unido, y donde se afirmaba que “En su última etapa, Castoriadis se orientó hacia las Investigaciones filosóficas, hacia el psicoanálisis. En este período, su falta de conocimiento de los acontecimientos y los sociales de entonces, le llevó hacia una tentativa de Occidente -donde la lucha era aún posible – contra el imperialismo estalinista”[35].  

A lo que Julien Chaulieu respondió:

"Como alguien que ha estudiado todas sus obras, junto a Guy Debord y muchos otros anarquistas-libertarios socialistas, puedo confirmar que la declaración anterior es totalmente falsa. Castoriadis nunca defendió al Occidente. Esto fue un malentendido a partir de una propaganda del partido social fascista estalinista griego (Partido Comunista de Grecia -PCG -). En esta entrevista grabada en vídeo (que por desgracia sólo existe en griego) afirma que la URSS era efectivamente opresiva y tiránica, pero que eso no significa que debamos defender a las potencias occidentales que son igualmente brutales hacia el 'Tercer mundo'. El hecho de que abandonase las ideas socialistas típicas, y se orientase hacia la autonomía, originó airadas reacciones en el seno del PCG.

En esta entrevista él indicó lo siguiente:

“Las sociedades occidentales no son sólo sociedades capitalistas. Si alguien es un marxista dirá que el modo de producción en el mundo occidental es capitalista, por lo tanto, estas sociedades son capitalistas porque el modo de producción determina todo. Pero estas sociedades no son sólo capitalistas. También se autodefinen como democracias, (yo no las llamo democráticas porque tengo una definición diferente de la democracia), yo las llamo oligarquías liberales. Pero en estas sociedades hay un elemento democrático que no ha sido creado por el capitalismo. Por el contrario, ha sido creado en contraste con el capitalismo. Se creó mientras Europa salía de la Edad Media, y una nueva clase social se estaba creando, la llamada clase media (que nada tiene que ver con los capitalistas), que trató de obtener cierta libertad de los señores feudales, los reyes y la iglesia. Este movimiento sigue después del Renacimiento con la revolución inglesa en el siglo 17º, las revoluciones francesa y americana en el siglo 18º que dieron lugar a la creación del movimiento obrero”.

En realidad, se muestra muy crítico con el capitalismo, desmontando el mito de 'el capitalismo es el único sistema que funciona, lo menos malo', que es el enfoque occidental dominante. Nada hay aquí en pro del capitalismo. Por el contrario, él señala la verdad que ha sido destruida por estúpidos liberales".

Pero lo aparece realmente en esta cita, junto a su análisis alarmista del poderío militar ruso, y una vez más en algunas de sus declaraciones cuando la guerra del Golfo de 1991[36], es que los textos ulteriores de Castoriadis crean una zona de ambigüedad, que puede ser fácilmente explotada por los buitres verdaderos de la sociedad capitalista, por mucho que Castoriadis mismo evite incriminarse en declaraciones abiertamente pro-belicistas.

Nuestro artículo también podía haber añadido que hay otra faceta del ‘legado de Castoriadis’: él es, en cierto sentido, uno de los padres fundadores de lo que hemos llamado la corriente “modernista” (y que, recordemos, se ha inspirado siempre, y en gran medida, por la versión Castoriadis surgida del trotskismo); compuesta de diversos grupos e individuos que pretenden haber superado el marxismo, pero que se siguen considerando a sí mismos como revolucionarios, e incluso comunistas. Varios miembros de la Internacional Situacionista, que tendieron hacia esta dirección, fueron incluso miembros de SoB, pero el paso de esta antorcha es una tendencia más general y no depende de una continuidad física directa. Los Situacionistas, por ejemplo, están de acuerdo con Castoriadis en la consigna de la autogestión generalizada, y convienen también que el análisis marxista de la crisis económica era una antigualla; pero no siguen a Castoriadis en el abandono de la idea de la clase obrera como la fuerza motriz de la revolución. Por otro lado, la tendencia principal del modernismo ulterior - que hoy tiende a autocalificarse como "movimiento para la comunización"- han leído a Marx y a Bordiga y son capaces de mostrar que esta noción de autogestión es completamente compatible con la ley del valor. Pero, en cambio, sí heredan de Castoriadis el abandono de la clase obrera como sujeto de la historia. Y, de igual modo, que la ‘superación’ de Marx, retrotrajo a Castoriadis a Proudhon; esta potente acción de “aufhebung” (autosupresión) tan en boca de los “comunizadores” les devuelve a Bakunin, que contemplaba una inmolación de todas las clases en la gran conflagración del porvenir. Pero esto es una polémica que deberemos abordar en otro momento.

C D Ward, diciembre de 2017

 

[2] Chaulieu era el nombre de guerra de Cornelius Castoriadis que empleó también los de Paul Cardan y otros. Montal fue el de Claude Lefort

[3] Ver En memoria de Munis, militante de la clase obrera, Revista Internacional nº 58, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1028/en-memoria-de-munis-militante-de-la-clase-obrera

[5] Ver en Revista Internacional nº 102 Lecciones de una ruptura incompleta con el anarquismo, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200007/772/anarquismo-y-comunismo-los-amigos-de-durruti-lecciones-de-una-ruptu

[6] Para un análisis de estos acontecimientos ver España 1937, el Frente Popular contra los obreros de Barcelona, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200608/1028/en-memoria-de-munis-militante-de-la-clase-obrera

[7] Véase este texto de 1945, en inglés: “Defense of the Soviet Union and Revolutionary Tactics.

[10] Publicado como tal en español en Ed. Zero, 1976.

[11] Escrito durante la guerra, pero publicado íntegramente en los años que la siguieron. Ver https://www.marxists.org/espanol/pannekoek/1940s/consejosobreros/index.htm La referencia de Castoriadis a éste puede verse en, On the Content of Socialism III - Socialisme Ou Barbarie

[12] CS II

[13] Capítulo XLVIII

[15] "Solidarity, the market and Marx" (Solidaridad el mercado y Marx). Este texto es igualmente interesante puesto que saluda la aparición de nuevos grupos tales como Workers Voice en Liverpool, Internationalism en Estados Unidos, y el grupo de Londres que tras separarse de Solidarity, dio lugar a World Revolution, como grupos mucho más claros que Solidarity sobre el contenido del socialismo/comunismo. Lo que no hace es oponerse a la concepción esencialmente nacional del socialismo que aparece en CS II, una debilidad esta que aflige inevitablemente al PS de la GB con su visión de un camino parlamentario al socialismo. Ver nota siguiente.

[16] Nosotros consideramos - y creemos que en esto estamos más cerca de lo que plantea Marx aunque él prefiriera más el término “comunismo -, que socialismo y comunismo es lo mismo. Una sociedad en la que el trabajo asalariado, la producción de mercancías y las fronteras nacionales, han sido superadas.

[18] El Capital Volumen I, capitulo I

[19] Es interesante anotar que en una carta a Socialismo o Barbarie en 1953, Antón Pannekoek ya había subrayado esa concepción restrictiva de los consejos obreros por parte del grupo francés: “Mientras que vosotros limitáis la actividad de estos organismos a la organización del trabajo en las fábricas  tras la toma del poder social por los trabajadores, nosotros los consideramos también como los organismos a través de los cuales, los trabajadores van a conquistar ese poder”. Letter to Socialisme ou Barbarie

[20] CS II.

[22] El texto Los sindicatos contra la revolución, puede verse en las Obras Completas tomo III (pag 71 y siguientes).Este texto fue igualmente publicado en Internationalism a principios de los años 70, con una introducción de Judith Allen, Los sindicatos y el reformismo (Idem, pag 104 y siguientes). Munis respondió a esto en Lio teórico y netitud revolucionaria (Idem, pag 109 y siguientes).

El texto Pro Segundo Manifiesto puede verse en Obras Completas tomo II (pag. 7 y siguientes).

[23] Ver en francés Les rapports de production en Russie. Se trata del Volumen I del trabajo La sociedad burocrática. Ed Tusquets 1978

[24] Ver nota anterior.

[25]Obras Completas tomo I (pág. 72 y siguientes).

[27] Ver en nuestro libro 1936: Franco y la República masacran a los trabajadores, el capítulo V, El mito de la revolución española y en su seno Crítica de Jalones de Derrota, promesas de victoria, https://es.internationalism.org/cci/200602/753/1critica-del-libro-jalones-de-derrota-promesas-de-victoria

[28] Ver el artículo mencionado en la nota anterior “¿Dónde va el FOR?”.

[30] Obras Completas tomo II.  (págs. 80 y siguientes).

[31] Revista Internacional nº 156. Véase igualmente nuestra Resolución sobre la Lucha de clases internacional en Revista Internacional del 22º Congreso en Revista Internacional nº 159.

[33] Curiosamente, no incluye a Marc Chirik en la lista, o en el conjunto del artículo, lo que le priva de una importante área de investigación, puesto que los debates entre Munis y la Izquierda Comunista de Francia a finales de los años 40 y los años 50 tuvieron un papel fundamental en la ruptura de Munis con el trotskismo. Además, a lo largo de todos los artículos de Munis sobre la crisis económica hay una polémica continua contra la concepción de la decadencia defendida por la GCF primero y luego por la CCI.

[36] Según Takis Fotopoulos. “Finalmente hay que mencionar su posición sobre la guerra del Golfo, que resultaba totalmente inaceptable para alguien que se declaraba a sí mismo como de la izquierda anti-sistema. Al contrario que otros analistas de izquierda como Noam Chomsky (¡para nada un extremista y sí también un entusiasta del hundimiento de la URSS!), Castoriadis no adoptó una posición inequívoca contra esta criminal guerra, que ha abierto la guerra a una eventual destrucción de Irak, sino que se mantuvo una actitud ‘equidistante’, entre la víctima (el pueblo iraquí) y el verdugo (la élite transnacional). Así, después de negar que el petróleo fuese la causa fundamental de la guerra en el Golfo (y más tarde, en consecuencia, de la invasión de Irak, lo que hoy reconoce incluso el jefe entonces del sistema de la Reserva Federal americana), sugiere en cambio - ¡una década antes de Samuel Huntington!- una especie de ‘choque de civilizaciones’ en versión Castoriadis. Se trata de hecho de una ‘actitud equidistante’ disimulada ante la víctima y ante el agresor (o sea la postura habitual adoptado por la izquierda en todas las guerras recientes de la élite transnacional): ‘El conflicto va ya mucho más allá de Saddam Hussein. Se encamina a transformarse en una confrontación entre, por un lado, sociedades sometidas a un imaginario religioso persistente y hoy en día fortalecido; y, por otra parte, sociedades occidentales que, de una u otra forma, se han visto libradas de ese imaginario, pero se han mostrado incapaces de transmitir al mundo otra cosa que no sea técnicas de guerra y de manipulación de la opinión´. No resulta sorprendente que, en los años 1990, Castoriadis, y por lo que yo sé, jamás dijo nada en contra del embargo occidental que resultó catastrófico para ese país y que supuso, según estimaciones de la ONU; la muerte de medio millón de niños iraquíes; ni contra los bombardeos mortíferos del país ordenados por la administración Clinton. No hay que insistir en que esta ‘postura equidistante’, similar a la sostenida por Castoriadis y la izquierda reformista, implica de hecho un apoyo indirecto a las élites dirigentes y a sus ‘guerras’”. En inglés The Autonomy Project and Inclusive Democracy: A critical review of Castoriadis ‘thought’, Takis Fotopoulos, The International Journal of Inclusive Democracy Vol 4, Nº 2 (abril 2008). 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Cuestiones teóricas: