El 16 de agosto, en las minas de Marikana, al noroeste de Johannesburgo, 34 personas cayeron bajo las balas de la policía sudafricana y dejó heridas a otras 78. Inmediatamente, las imágenes insoportables de ejecuciones sumarias dieron la vuelta al mundo. Pero, como siempre, la burguesía y sus medios de comunicación, nublan la naturaleza de clase de esta huelga, reduciéndolo a la sórdida guerra que se está llevando a cabo entre los dos principales sindicatos del sector minero, y jugando la vieja carta del “demonio del apartheid”.
A pesar de la inversión de varios cientos de miles de millones de euros para apoyar la economía, el crecimiento es lento y el desempleo masivo ([1]). El país ha basado parte de su riqueza en la exportación de productos minerales como cromo, oro, platino y diamante. Sin embargo, este sector, que representa aproximadamente el 10 % del PIB nacional, 15 % de las exportaciones y más de 800 mil empleos, sufrió una fuerte recesión en 2011. La cotización del platino, del cual Sudáfrica posee el 80 % de reservas del mundo, se derrumba desde el comienzo del año.
Las condiciones de vida y de trabajo de los mineros, ya de por sí particularmente penosas, se han deteriorad brutalmente o: pagados con salarios miserables, alojados en barrios de tugurios, sumergidos a menudo 9 horas en el fondo de las minas sobrecalentadas y asfixiantes, son ahora los que sufren los despidos, los paros de producción y el desempleo. Sudáfrica ha sido así el escenario de muchas huelgas. En febrero, la mina de platino más grande del mundo, operada por Impala Platinum, ya había sido paralizada seis meses por una huelga.
Es en este contexto que el 10 de agosto 3000 mineros en Marikana decidieron parar el trabajo para reclamar salarios decentes: “Somos explotados, ni el gobierno ni los sindicatos han llegado en nuestra ayuda [...] Las empresas mineras hacen dinero gracias a nuestro trabajo y nos pagan casi nada. No podemos darnos una vida digna. Vivimos como animales a causa de los salarios de miseria” ([2]). Los mineros inmediatamente comenzaron una huelga salvaje y sobre la cual se montan dos sindicatos, la Unión Nacional de Mineros (NUM) y el Sindicato de la Asociación de Mineros y de la Construcción (AMCU), que se van a enfrentar violentamente para defender sus recíprocos intereses encerrando a los obreros en la trampa del enfrentamiento con la policía.
El NUM es un sindicato completamente corrupto y subordinado al poder del Presidente Jacob Zuma. El compromiso abierto de este sindicato y su apoyo sistemático al partido en el poder, el Congreso Nacional Africano (CNA), ha terminado por desacreditarlo ante los ojos de muchos trabajadores. Esta pérdida de crédito ha llevado a la creación de un sindicato dentro de sus propias filas de discurso más radical: el AMCU.
Pero al igual que el NUM, el AMCU no se preocupa tampoco por los mineros: después de una campaña de reclutamiento físicamente muy agresiva, el sindicato aprovechó la huelga para permitir que sus grupos de choque pelearan con los del NUM. Resultado: diez muertos y varios heridos entre los mineros. Pero, más allá de la guerra de territorio, estos altercados intersindicales tienen como resultado el aplastar la huelga en la sangre y dan un ejemplo para frenar la dinámica de la lucha de los trabajadores.
En efecto, después de varios días de enfrentamiento, Frans Baleni, Secretario general del NUM, hizo una buena jugada al llamar al ejército: “Hacemos un llamamiento para el despliegue de emergencia de las fuerzas especiales o de las fuerzas armadas de Sudáfrica antes de que la situación esté fuera de control” ([3])... ¿y por qué no un ataque aéreo sobre la mina, señor Baleni? Pero la trampa ya estaba tendida a los trabajadores. Al día siguiente, el Gobierno envió miles de policías, vehículos blindados y dos helicópteros (!) para “restablecer el orden”, ¡el orden burgués, por supuesto!
Según varios testimonios que, dada la reputación de las fuerzas de represión sudafricanas, son probablemente auténticos, la policía tomó su tiempo para provocar a los mineros disparando sobre ellos con balas de goma y cañones de agua, lanzando gas lacrimógeno y granadas incapacitantes bajo el falso pretexto de que los huelguistas tenían armas de fuego.
El 16 de agosto, por supuesto, vista la fatiga y excitación alimentadas por los “representantes sindicales” que habían –feliz coincidencia de circunstancias– desaparecido repentinamente, algunos mineros irritados se atrevieron a “cargar” (sic) contra los policías con palos. ¿Cómo? ¿La chusma vil “carga” contra las fuerzas del orden? ¡Qué insolencia! ¿Pero que podrían hacer miles de policías con sus armas de fuego, sus chalecos antibalas, sus vehículos blindados, sus cañones de agua, granadas y sus helicópteros frente a una horda de 34 salvajes que “cargan” con palos
Y esto da como resultado las imágenes absolutamente repugnantes, insoportables y monstruosas que conocemos. Pero, si la clase obrera no puede sino expresar su indignación ante tal barbarie, debe comprender que la difusión de estas imágenes también tenían por objetivo mistificar subrayando que los trabajadores de los países “verdaderamente democráticos” tienen la oportunidad “libremente” de marchar detrás de sus banderas sindicales. También es una advertencia implícita arrojada frente a todos aquellos que en el mundo se atreven a dirigirse contra la pobreza y el sistema que la genera.
Inmediatamente después de la masacre, se alzaron voces por todo el mundo para denunciar el “demonio del apartheid” y multiplicar las declaraciones formales. La burguesía ahora quiere dar al movimiento una dimensión mistificadora desplazando el cuestionamiento hacia cuestiones étnicas y nacionalistas. Julius Malenna, expulsado del CNA en abril, se trasladó regularmente a Marikana para denunciar a las empresas extranjeras, reclamar la nacionalización de las minas y la expulsión de “grandes terratenientes blancos”.
Haciendo gala de la hipocresía más grosera, el Presidente Jacob Zuma declaró a la prensa: “tenemos que revelar la verdad sobre lo que ocurrió aquí, por eso he decidido establecer una Comisión de investigación para descubrir las verdaderas causas de este incidente”. La verdad es ésta: la burguesía intenta engañar a la clase trabajadora para ocultar la lucha de las clases bajo los mantos mistificadores de la lucha de las razas. Pero ese engaño es un poco insulso: ¿no fue un gobierno “negro” el que respondió a la convocatoria de un sindicato “negro” desplegando su policía? ¿No es acaso un gobierno “negro” el que ha hecho todo esfuerzo legislativo para mantener a los mineros en indignas condiciones de vida? ¿No es un gobierno “negro” el que emplea a oficiales de la época del apartheid y vota las leyes que autorizan a “disparar a matar”? Y este gobierno “negro”, ¿no ha salido de las filas del CNA, el Partido liderado por Nelson Mandela, célebre en el mundo entero como el campeón de la democracia y la tolerancia?
En la noche del 19 al 20 de agosto, esperando sacar ventaja, la dirección de Lonmin, una empresa que opera la mina, ordena a los “3000 empleados en huelga ilegal de regresar al trabajo para el lunes 20 de agosto, de lo contrario se enfrentarán a un posible despido” ([5]). Pero la ira y las condiciones de vida de los mineros son tales que dirigieron una negativa explícita a la dirección, prefiriendo exponerse a los despidos: “¿Es que despedirán también a los que están en el hospital y la morgue? De todos modos, es mejor que nos pongan a la puerta porque aquí se sufre. No van a cambiar nuestras vidas. Lonmin se burla de nuestro bienestar, hasta ahora se han negado a hablar con nosotros, nos enviaron a la policía a matarnos” ([6]). Mientras que Lonmin debía recular rápidamente, el 22 de agosto la huelga se extendía, con las mismas reivindicaciones, a varias minas operadas por Royal Bafokeng Platinum y Amplats.
En el momento en que escribimos estas líneas, es todavía imposible saber si las huelgas resbalaron hacia un terreno de conflictos interraciales o continuaron expandiéndose. Pero, lo que mostró explícitamente la masacre de Marikana es la violencia de un Estado democrático. Negros o blancos, los gobiernos están dispuestos a todas las masacres contra la clase obrera.
El Genérico, agosto 2012
[1]) La tasa de desempleo ascendió oficialmente a 35.4 % al final del año 2011.
[2]) Citado en Le Monde del 16 de agosto de 2012.
[3]) Comunicado del NUM del 13 de agosto de 2012.
[4]) Declaración de la policía después de la masacre.
[5]) Comunicado de Lonmin el domingo,19 de agosto de 2012.
[6]) Citado por www.jeuneafrique.com, 19 de agosto de 2012.