LOS HECHOS recientes han venido a ilustrar el auge de
los partidos de extrema derecha (los llamados "populistas")
en Europa:
- la inesperada presencia de Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales francesas con 17 % de votos en la primera;
- el ascenso fulgurante y espectacular de la "lista Pim Fortuyn"
en Holanda (Fortuyn fue asesinado unos días antes de las elecciones;
tuvo grandiosos funerales de máxima difusión que nutrieron
una auténtica histeria nacionalista). Esa lista arrambló
26 escaños de 150, entrando así en el Parlamento una fuerza
política inexistente tres meses antes.
Esos hechos no son algo aislado. Se integran en una tendencia más
general que se ha expresado en los países de Europa occidental
en los últimos años:
- en Italia, en donde al gobierno actual de Berlusconi dispone de la alianza
y el apoyo de las dos formaciones de extrema derecha que ya fueron sus
socios gubernamentales entre 1995 y 1997: la Liga Norte de Umberto Bossi
y la Alianza Nacional (ex-MSI) de Gianfranco Fini;
- en Austria, el FPÖ de Jorg Haider entró en el gobierno y
comparte el poder desde octubre de 1999 con el partido conservador;
- en Bélgica, en donde el Vlaams Blok obtuvo 33 % de sufragios
en las elecciones municipales de Amberes en octubre de 2000 y cerca del
10 % en las últimas legislativas y europeas (más del 15
% en Flandes);
- en Dinamarca, país cuyas endurecidas leyes contra la inmigración
han sido presentadas en la cumbre de Sevilla del 21 y 22 de junio como
modelo para Europa, el Partido del Pueblo Danés, tenor de los discursos
más abiertamente xenófobos, representa el 12% del electorado
y aporta su apoyo al Partido Liberal Conservador en el poder;
- en Suiza, tras una campaña centrada casi exclusivamente contra
la emigración, la Unión Democrática de Centro obtuvo
22,5 % de votos en las legislativas de octubre de 1999;
- también el llamado Partido del Progreso (más de 15 % del
electorado en las legislativas de 1997) tiene una influencia importante
en Noruega.
Contrariamente a los años 1930, los progresos
de la extremaderecha en Europa no significanni mucho menos una amenazade
fascismo hacia el poder.
¿Qué sentido tiene este fenómeno?
¿Se estará extendiendo una nueve "peste parda"
por Europa? ¿Existe de verdad un peligro fascista? ¿Podría
un régimen fascista alcanzar el poder? Eso es lo que nos quieren
hacer tragar las ensordecedoras campañas de la burguesía
con el objetivo de arrastrar a la población y a la clase obrera
especialmente hacia una "movilización ciudadana" contra
el "peligro fascista" tras las banderas de la defensa de la
democracia burguesa y de sus "partidos democráticos",
como así ha ocurrido en Francia entre las dos vueltas de las elecciones
presidenciales.
La respuesta es negativa, por mucho que lo pretenda la burguesía,
la cual intenta hacer una amalgama entre la situación actual y
el auge del fascismo en los años 30. Tal paralelo es totalmente
falso; es una mentira, pues la situación histórica es totalmente
diferente.
En los años 1920 y 1930, la instalación en el poder de regímenes
fascistas fue favorecida y apoyada por amplias fracciones de la clase
dominante, especialmente por los grandes grupos industriales. En Alemania,
desde Krupp hasta Siemens pasando por Thyssen, Messerschmitt, IG Farben,
agrupados en cárteles (Konzerns), fusiones de capital financiero
e industrial, que controlan los sectores clave de la economía de
guerra desarrollada por los nazis: carbón, siderurgia, metalurgia.
En Italia, los fascistas son también subvencionados por la gran
patronal italiana de la industria de armamento y de suministros bélicos
(Fiat, Ansaldo, Edison) y después por el conjunto de los industriales
y financieros centralizados en la Confindustria o la Asociación
bancaria. Frente a la crisis, la emergencia de los regímenes fascistas
correspondió a las necesidades del capitalismo, especialmente en
los países vencidos y perjudicados tras el primer conflicto mundial
(1914-18), obligados para sobrevivir a lanzarse a la preparación
de una nueva guerra mundial para obligar a un nuevo reparto del pastel
imperialista. Para ello, concentraron todos los poderes en el Estado,
aceleraron la instauración de una economía de guerra, militarizaron
el trabajo e hicieron silenciar todas las disensiones internas de la burguesía.
Los regímenes fascistas fueron la respuesta directa a esa exigencia
del capital nacional. No fueron otra cosa, al igual que el estalinismo,
sino una de las expresiones más brutales a la tendencia general
hacia el capitalismo de Estado. El fascismo no fue ni mucho menos la manifestación
de una pequeña burguesía desposeída y amargada por
la crisis, por mucho que esta clase le sirviera con creces de masa de
maniobra, sino que fue una expresión de las necesidades de la burguesía
en unos determinados países y en un determinado momento histórico.
Hoy, en cambio, los "programas económicos" de los partidos
populistas son o inexistentes, o inaplicables desde el punto de vista
de los intereses de la burguesía. No son ni serios ni dignos de
crédito. Su aplicación (por ejemplo la retirada de la Unión
europea que propone un Le Pen en Francia) implicaría una incapacidad
total para mantener la competencia económica en el mercado mundial
frente a los demás capitales nacionales. La aplicación de
los programas de los partidos de extrema derecha sería una catástrofe
segura para la burguesía nacional. Semejantes propuestas retrógradas
y delirantes no pueden sino ser rechazadas desdeñosamente por todos
los sectores responsables de la cada economía nacional.
Así, para acceder al poder, los partidos "populistas"
actuales están obligados a renegar de sus programas, a dejar de
lado su parafernalia ideológica y a reconvertirse en ala derecha
ultraliberal y proeuropea, como el MSI de Fini en Italia, por ejemplo,
que en 1995 rompió con la ideología fascista para adoptar
una doctrina liberal y ultraeuropea. Igual que el FPÖ de Haider en
Austria que ha tenido que alinearse con un "programa responsable
y moderado" para poder ejercer responsabilidades gubernamentales.
Y mientras que el fascismo constituyó el eje de un bloque imperialista
en torno a Alemania en la preparación de la IIª Guerra mundial,
hoy, en cambio, los partidos populistas son incapaces de hacer surgir
y representar una opción imperialista particular.
La otra gran condición indispensable para la instauración
del fascismo es la derrota física y política del proletariado.
De igual modo que el estalinismo, el fascismo es una expresión
de la contrarrevolución en unas condiciones históricas determinadas.
Su acceso al poder se vio favorecido por el aplastamiento y la represión
directa de la oleada revolucionaria de 1917/1923. Fue el aplastamiento
sangriento en 1919 y 1923 de la revolución alemana, fueron los
asesinatos de revolucionarios como Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht, perpetrados
por la izquierda del aparato político de la burguesía, la
socialdemocracia, lo que permitió la llegada del nazismo. Fue la
represión de la clase obrera, tras el fracaso del movimiento de
las ocupaciones de fábrica en el otoño de 1920, por las
fuerzas democráticas del gobierno Nitti lo que abrió el
camino al fascismo italiano. Nunca habría podido la burguesía
imponer el fascismo si las fuerzas "democráticas", y
sobre todo las de la izquierda de la burguesía, no se hubieran
encargado previamente de aplastar al proletariado allí donde éste
constituyó la amenaza más fuerte y más directa contra
el sistema capitalista.
Y fue precisamente esa derrota de la clase obrera lo que dejó cancha
libre a un curso hacia la guerra mundial. El fascismo fue ante todo una
forma de alistamiento de la clase obrera en la guerra para uno de los
dos bloques imperialistas, del mismo modo que el antifascismo, en los
países llamados "democráticos", lo fue en el campo
contrario (véase nuestro folleto Fascismo y democracia, dos expresiones
de la dictadura del capital, en francés).
Eso no está ocurriendo hoy. La clase obrera se mantiene en una
dinámica de enfrentamientos de clase desde finales de los años
60. A pesar de sus retrocesos y de sus dificultades para afirmarse en
su terreno de clase, la clase obrera no está derrotada, no ha conocido
una derrota decisiva desde entonces. No se encuentra en un curso contrarrevolucionario.
Hay ya una condición objetiva que impide a la burguesía
ir hacia una guerra mundial: la incapacidad para ella, desde la implosión
de la URSS, de formar dos bloques imperialistas rivales. Pero, sobre todo,
hay otro factor determinante para afirmar que no tiene cancha libre, y
es que no ha logrado encuadrar masivamente al proletariado de los países
centrales del capitalismo tras la defensa del capital nacional hacia la
guerra, ni encaminarlo hacia un apoyo ciego a las incesantes cruzadas
imperialistas.
Por todas esas razones, no existe el menor peligro de un retorno de regímenes
fascistas, un peligro que la burguesía agita como un espantajo.
La aparición actual de los partidos populistas se inscribe, por
lo tanto, en un contexto muy diferente al de los años 30.
La aparición de las ideologíasde extrema
derecha es unaexpresión de la descomposicióndel capitalismo
¿Cómo explicar ese fenómeno?
El ascenso de los partidos "populistas" es una expresión
característica de la putrefacción de raíz de la sociedad
capitalista (1), de la disgregación del tejido social y de la degradación
de las relaciones sociales que afectan a todas las clases de la sociedad,
incluida una parte de la clase obrera. El alza de los partidos de extrema
derecha corresponde al resurgir de una yuxtaposición de las ideologías
más reaccionarias y retrógradas que han ido acumulando los
sectores de la burguesía más atrasados y trasnochados, que
el capitalismo ha ido dejando en la cuneta en todas las fases históricas,
en especial la pequeña burguesía del comercio y del campo:
el racismo, la xenofobia, la exaltación autárquica de la
"preferencia nacional". Se apoyan en las manifestaciones actuales
de las contradicciones del capitalismo en crisis, como el desempleo, la
inmigración (2), la inseguridad, el terrorismo, para suscitar sentimientos
de frustración y rencor, de miedo al futuro, de miedo al "extranjero",
al vecino de tez oscura, el miedo y el odio al "otro", la obsesión
"de seguridad", el repliegue hacia sí (corolario de "cada
uno para sí" de la competencia capitalista), la atomización,
ingredientes todos de la descomposición del tejido social. Es la
expresión ideológica de una revuelta desesperada y sin porvenir,
la expresión del "no future" de la sociedad capitalista
que sólo desemboca en el nihilismo.
Esos temas segregados o reactivados por la descomposición del capitalismo
se han visto favorecidos estos últimos años por varios factores.
El desmoronamiento del bloque del Este y la guerra en Yugoslavia han sido
los catalizadores. Los éxodos provocados por la miseria y la barbarie
bélica han creado unos flujos migratorios importantes procedentes
de Europa del Este y de la cuenca mediterránea.
"El efecto 11 de septiembre" ha reforzado el clima de pánico,
el sentimiento de inseguridad, la tendencia a la amalgama entre Islam
y terrorismo y, por consiguiente, la xenofobia. Y el conflicto de Oriente
Medio ha reactivado las manifestaciones de antisemitismo. Esto va paralelo
con otras expresiones de la descomposición, como el fanatismo religioso
(3). El fenómeno es, sin embargo, más amplio: en Estados
Unidos, los portavoces de una derecha dura, xenófoba y securitaria,
sobre todo desde el 11 de septiembre, marcan puntos. En Israel, los pequeños
partidos extremistas religiosos o la fracción de Netanyahu, de
marcada tendencia ultraderechista, ejercen una presión permanente
para "radicalizar" las acciones del gobierno de Sharon. El fenómeno
no es pues únicamente europeo u occidental, sino que se desarrolla
a escala internacional.
La gangrena de la descomposición afecta en primer término
a la clase que la segrega, la burguesía, para la cual es una espina
clavada en el pie, una espina que le crea problemas y que ha podido provocar
patinazos incontrolados como el de los resultados de Le Pen en Francia.
Ha sido la burguesía, sobre todo en ese país, la que incitó
por razones de politiquería a que los partidos populistas tengan
representación en el Parlamento, aunque ahora ese fenómeno
tienda a írsele de las manos.
La implantación desigual y los éxitos electorales de esos
partidos revelan una conjunción de varios factores:
* Dependen de la fuerza o de la debilidad de la burguesía nacional.
En Italia, las debilidades y las divisiones internas de la burguesía,
incluido también el aspecto imperialista, tienden a hacer resurgir
una derecha populista importante. En Gran Bretaña, al contrario,
la casi inexistencia de un partido de extrema derecha se debe a la experiencia
y al mayor control del juego político por parte de la burguesía
de ese país. De hecho, las ideas de extrema derecha están
representadas como simple tendencia en el seno del partido conservador,
a la vez que puede observarse la capacidad del gobierno laborista de Blair
para navegar por corrientes de extrema derecha, como ocurre con el endurecimiento
actual de las medidas contra la inmigración.
* También dependen de las condiciones específicas, que varían
de un país a otro. En Alemania, por ejemplo, la extrema derecha
no tiene la menor posibilidad de ir más allá que unos cuantos
gropúsculos, a causa de la persistencia del sentimiento de culpabilidad
de la población en relación con el pasado nazi del país.
En cambio, el éxito de Heider se ha visto favorecido por el hecho
de que en Austria, la Anschluss (la unión de Austria a la Alemania
nazi en una única entidad nacional entre 1938 y 1945) no provocó
tal sentimiento de culpabilidad de modo que el nazismo ha mantenido cierto
arraigo en parte de la población.
* En fin, el éxito de los partidos "populistas" depende
en gran medida del carisma del "jefe". El ejemplo más
evidente es el del éxito de Le Pen en Francia, típico brontosaurio
de la extrema derecha, antiguo torturador de la guerra de Argelia y diputado
pujadista (4) de esa época, mientras que el MNR de Megret (escisión
del FN de Le Pen favorecida en 1998 por el resto de la burguesía
para debilitar a la extrema derecha), que se llevó consigo a la
mayoría de los "mandos" y de los "pensadores"
del aparato, se ha quedado marginado. Seis semanas después del
"efecto Le Pen" en las presidenciales francesas, el Frente nacional
no dispone de un solo diputado en el parlamento tras unas legislativas
a las que no se presentaba el "jefe". Ese fue el caso también
de Pim Fortuyn cuyo renombre se basaba en una excéntrica y provocadora
"personalidad", pero que construyó sin embargo su partido,
variopinto revoltijo contestatario del "establishment" político,
en torno a temas de lo más trillado como el respeto del orden y
otros temas dignos del más rancio pujadismo de salón.
La dominación ideológica de los temas populistas corresponde
ante todo a las características del período, existan o no
partidos que las representen electoralmente. En la España actual,
por ejemplo, no existe partido de extrema derecha constituido, pero sí
existe una fuerte xenofobia que se ha cebado en particular en los temporeros
agrícolas emigrados a Andalucía, obreros que deben soportar
periódicamente verdaderas "cazas al hombre".
Para la clase obrera, esa ideología reaccionaria, como todos los
productos de la descomposición, es un auténtico veneno que
intoxica y pudre las conciencias individuales, y es un gran obstáculo
contra el desarrollo de la conciencia de clase. Pero la influencia y el
grado de nocividad de esa ideología en esa conciencia deben ser
evaluados en el contexto más general de la relación de fuerzas
entre las clases e integrarse en un análisis más amplio
del período y no de hoy para mañana. Afecta a las capas
más marginales y "lumpenizadas" del proletariado, pero
éste posee el más poderoso, único en realidad, antídoto
contra semejante ideología, o sea, el desarrollo de la lucha de
clase en un terreno radicalmente opuesto a los temas reaccionarios del
"populismo". Los proletarios no tienen patria, son una clase
de emigrantes, unidos entre sí por los mismos intereses de clase,
sea cual sea su origen o color de piel, sus luchas se cimientan en la
solidaridad internacional de los obreros. En realidad, esa ideología
letal que deben soportar solo puede afectar a los proletarios si están
aislados, atomizados, si están reducidos a su condición
de "ciudadanos", y no se expresan como clase en lucha.
Y es ahí donde cobra todo su sentido ese desencadenamiento de campañas
ideológicas jaleadas por la burguesía sobre el pretendido
peligro fascista. La burguesía demuestra así su capacidad
para utilizar los miasmas de su propia descomposición contra la
conciencia de clase de los proletarios. Es la burguesía la que
utiliza sus propias circunstancias contra la conciencia de clase de los
proletarios. Procura aprovecharse de la falta de confianza de la clase
obrera en sus propias fuerzas, de su desorientación, de los retrocesos
momentáneos de su conciencia y de las dificultades actuales de
la lucha de clases para que no se afirme su perspectiva revolucionaria.
La burguesía anima a los obreros a que se movilicen tras la defensa
de la democracia burguesa, detrás del Estado burgués contra
el pretendido peligro fascista. La burguesía suscita y propaga
el miedo a la extrema derecha por dos razones:
- por un lado, eso le permite someter a la población a la defensa
del Estado. Con la pretensión de querer "tomarle la delantera"
a los partidos populistas, aquélla intenta dar crédito a
la idea, mediante "debates de sociedad" y la "concertación
social", de que debe reforzarse el Estado para que éste dé
más seguridad, con más medios para su policía, con
un control más estricto de la inmigración, etc.;
- por otro lado, empuja a la clase obrera en particular a que adopte ese
mismo comportamiento: echarse en brazos del Estado "democrático",
haciéndole participar, a través de diversos movimientos
asociativos y "ciudadanos" suscitados y animados por los partidos
de izquierda y los sindicatos, en la defensa de ese mismo Estado, una
defensa basada en la ilusión del "Estado de los ciudadanos",
algo así como "el Estado somos nosotros". Se trata de
una operación para anegar la conciencia de clase en una "conciencia
ciudadana", que ni es conciencia ni es nada.
Frente a esa operación la clase obrera corre los peores peligros
de perder de vista su identidad de clase.
Aunque las campañas antifascistas de la burguesía no pueden
hoy tener la función de alistamiento directo del proletariado en
la guerra, conservan en cambio, más que nunca, la función
de servir de trampa mortal en el desarme de la clase obrera. Ésta
no deberá nunca dejarse encadenar a las campañas democráticas
y antifascistas que la empujan a abandonar su terreno de clase en provecho
de la defensa de la democracia burguesa.
Win
1) No volveremos aquí sobre nuestro marco de análisis
de la descomposición, que hemos desarrollado ya ampliamente en
nuestra prensa. Por ello, recomendamos a nuestros lectores los principales
artículos sobre el tema, en especial, la Revista internacional
no 57 (2o trimestre 1989) y la no 62 (3er trimestre 1990).
2) La inmigración, como la emigración, siempre han formado
parte de la vida del capitalismo, que siempre ha obligado al campesinado
arruinado o a los proletarios sin trabajo a marcharse de su país
de origen para buscar trabajo donde sea. En las condiciones actuales de
crisis del capitalismo, la immigración tiene sin embargo particularidades,
o sea que las oleadas masivas de immigrados huyendo del hambre vienen
a amontonarse en verdaderos ghettos en los que no tienen la más
mínima esperanza de encontrar un trabajo que les permitiría
integrar las filas de los obreros asalariados.
3) Léanse nuestros artículos sobre el islamismo en la
Revista internacional n° 109 y en este número.
3 El pujadismo ("poujadisme") fue un movimiento (cuyo nombre
le viene de su promotor, Pierre Poujade) que obtuvo unas cuantas decenas
de diputados en el Parlamento francés; se granjeó cierto
prestigio en los años 50 entre los pequeños comerciantes
y empresarios, apoyándose en las reivindicaciones corporativistas
de los sectores más retrógrados de la pequeña burguesía
como la reducción del impuesto sobre la renta, la rebaja de contribuciones
sociales, la supresión de toda tasa profesional.