2004 - 116 a 119

   

Rev. internacional n° 116 - 1er trimestre de 2004

Captura de Sadam Husein, discusiones por la paz en Palestina... - No habrá paz en Oriente Medio

Captura de Sadam Husein, discusiones por la paz en Palestina...

No habrá paz en Oriente Medio

A pesar de la súper mediatizada captura del “tirano sanguinario” Sadam Husein, con una puesta en escena que parece haberse calcado de un western de serie B, el evidente atolladero en que se ha metido Estados Unidos (EE.UU.) en Irak, así como su incapacidad para imponer la llamada “hoja de ruta” en Oriente Medio dan prueba del debilitamiento de la primera potencia imperialista mundial.

El proyecto básico del gobierno norteamericano al intervenir en Irak era proseguir y afianzar el cerco estratégico a Europa para atajar el menor intento de avance de sus rivales imperialistas principales, sobre todo Alemania, hacia el Este y el Mediterráneo. El objetivo de la cruzada en nombre del antiterrorismo, la defensa de la democracia y la lucha contra Estados presuntamente poseedores de armas de destrucción masiva fue servir de tapadera ideológica a la guerra en Afganistán e Irak, y a las amenazas de intervención contra Irán. Antes de intervenir en tierras iraquíes, la burguesía de EE.UU. dudó durante largo tiempo, no sobre la decisión de la guerra misma, sino sobre cómo llevarla a cabo. ¿Debían aceptar los Estados Unidos la dinámica que los empuja a actuar cada vez más aisladamente o debían procurar mantener a su alrededor sin maltratar a una serie de aliados, por nula que sea hoy estabilidad de esas alianzas? Finalmente se adoptó la estrategia de Bush: intervenir prácticamente solos y contra todos.

A pesar de la demostración de fuerza de EE.UU., que aplastó a Irak en tres semanas, el liderazgo estadounidense nunca había sido tan cuestionado. Seis meses después de la “victoria” oficial, la estrategia es un fracaso total. La incapacidad de EE.UU. para hacer segura la región es patente. El mundo entero asiste desde entonces a un atasco cada vez más resbaladizo de los ejércitos norteamericanos de ocupación en el barrizal iraquí. No pasa un día sin que los ejércitos de la coalición sean blanco de comandos terroristas. Se han sucedido a un ritmo regular atentados cada vez más mortíferos, que incluso se han extendido más allá de Irak, alcanzando progresivamente toda la región (Arabia Saudí, Turquía, etc.), con víctimas iraquíes o miembros de la llamada “comunidad internacional”. Del lado americano, la ocupación actual ha provocado ya más muertos (225) que el primer año de guerra en Vietnam (147 en 1964). El clima de inseguridad de las tropas y la llegada a EE.UU. de los body bags (bolsas con cadáveres) han ido enfriando los ardores patrióticos (muy relativos ya) de la población, incluso en plena “América profunda”.

El estancamiento de EE.UU.
en Irak les obliga a modificar su orientación

Cuando la guerra de Vietnam, la burguesía norteamericana acabó abandonando deliberadamente ese país, pero ganó en el cambio, pues se llevó a China al bloque occidental. Nada compensaría en Irak una retirada estadounidense. Además, una retirada multiplicaría las ambiciones de todos los adversarios y rivales de EE.UU., grandes o pequeños. Y además, el caos que EE.UU. ha provocado y que dejaría tras él, causaría sin la menor duda, el incendio en la región, desprestigiándolo definitivamente en su papel de gendarme del planeta. Lo que se juega es muy importante. Una retirada norteamericana sin más explicaciones sería equivalente a una humillante derrota.

La burguesía de EE.UU. está pues obligada a mantenerse militarmente en Irak, a la vez que va acondicionando las modalidades de su presencia. La Casa Blanca ya ha anunciado una retirada parcial y progresiva a la vez que participa en la instalación de un gobierno iraquí “autónomo” y “democrático” para la primavera de 2004, cuando lo que estaba previsto, en un principio, era 2007. También llama ahora a que otros países occidentales participen en mantener el orden y dar seguridad al territorio, cuando antes se había opuesto tajantemente a toda injerencia de los gobiernos opuestos a la intervención norteamericana en los asuntos iraquíes. Estados Unidos quiere ahora obligar a sus principales adversarios imperialistas a que paguen también ellos el precio financiero y humano de la guerra en Irak. Sin embargo, para ello, no les queda otro remedio que volver a dejar entrar el lobo en el redil, o sea aceptar que entren en Irak por la puerta pequeña unas empresas y unos ejércitos de Alemania y Francia a los que se les había cerrado la puerta grande. Para EE.UU., eso es reconocer su situación de debilidad.

En paralelo a esa reorientación, los Estados Unidos están intentando recuperar la iniciativa internacional: envío de 3000 hombres a Afganistán para una operación masiva contra los rebeldes; en Georgia, sustitución del presidente Shevardnadze por el proamericano Saakashvili, un abogado que ejerció durante bastante tiempo en EE.UU. Fue en ese contexto en el que se organizó minuciosamente la captura, promocionada a ultranza, de Sadam Husein.

Con esa detención, y en su reparto el papel estelar de Estados Unidos, Bush podrá saborear un desquite inmediato. La línea “dura” de la administración de Bush, personificada en Rumsfeld y Wolfowitz podrá salvar la cara. Le permitirá también retomar la iniciativa en materia diplomática. El gobierno de Bush estará durante algún tiempo en una postura más favorable para hacer que Estados como Francia acepten anular la deuda iraquí. Podrá imponer más fácilmente condiciones para una posible participación de empresas alemanas o francesas en la reconstrucción de Irak. Incluso el Consejo de Gobierno iraquí, controlado en gran parte por EE.UU., resultará revalorizado ante la opinión pública internacional.

La detención de Sadam Husein se produjo justo después de un fin de semana marcado por desacuerdos entre naciones europeas. En las discusiones sobre la Constitución para la Unión ampliada, Francia y Alemania tuvieron que enfrentarse a España y Polonia, para las cuales, al ser ambas aliadas de EE.UU. en Irak, alguna migaja de notoriedad caerá tras la captura de Sadam. Estos dos países han sacado partido del peso que les da su apoyo a Estados Unidos para afirmar sus propios intereses en Europa, poniendo trabas a la alianza franco-alemana.

Otra pequeña victoria ha venido como anillo al dedo para fortalecer la propaganda americana. Solo cinco días después de la captura de Sadam y, tras largas discusiones, la Libia de Gaddafi anunciaba su decisión de destruir sus armas de destrucción masiva y cesar toda investigación sobre ellas. Estados Unidos ha hecho saber así al planeta entero que su perseverancia, presión y determinación dan resultados.

La detención de Sadam Husein, sin duda alguna, ha permitido a EE.UU. marcar tantos legitimando en parte su intervención en Irak. Pero los efectos benéficos de todas esas pequeñas victorias serán de muy corta duración.

La victoria estadounidense es relativa y efímera

Las imágenes de la captura del Rais tienen doble filo. Paralelamente al alarde de fuerza norteamericano, la humillación infligida al dictador ha suscitado la indignación y la cólera en las poblaciones árabes. Además las mismas imágenes muestran que Sadam Husein no era ese dictador en la sombra que gobernaba en secreto la resistencia iraquí. Al contrario, se le ve escondido en un agujero, sin ningún medio de comunicación y apoyado únicamente por unos cuantos fieles de su aldea. Por consiguiente, su detención no cambia nada en la normalización de Irak. Y los cincuenta muertos habidos en los dos días siguientes son la prueba más patente.

Francia y Alemania contraatacaron de inmediato. Tras haber felicitado por sus éxitos a la Casa Blanca, con la mayor y más típica de las hipocresías, los media de esos dos países se dedicaron a deslucir la imagen de EE.UU. Se hizo la mayor publicidad a los atentados del día siguiente. Las imágenes humillantes del Rais, difundidas en continuo, se adobaron con ásperos comentarios, más o menos insidiosos, dando a entender que esas imágenes eran una provocación a todas las naciones árabes. Se insistió mucho en que era imposible que Sadam pudiera dirigir la guerrilla desde su agujero. Francia y Alemania no han cesado de criticar al gobierno de Bush por la presión ejercida por éste ante el futuro tribunal iraquí, exigiendo la pena de muerte para el ex dictador, diciendo aquellos países que era ilegal, fuera del derecho internacional, a la vez que no cesaban de difundir masivamente las imágenes del campo de prisioneros de Guantánamo, mostrando así la barbarie y la perversidad de la justicia norteamericana.

La detención de Sadam Husein no cambia nada. Los atentados van a seguir. Y el antiamericanismo va a seguir alimentándose. El actual fortalecimiento momentáneo de la posición de EE.UU. acabará sin duda volviéndose en su contra. En efecto, el caos que EE.UU. será incapaz de atajar ya no podrá ponerse a cuenta de un Sadam Husein que actuaría en la sombra. Aparecerá entonces con más evidencia que es el resultado de la intervención americana, de lo que no dejarán de sacar provecho las burguesías rivales de EE.UU. En todo caso, sea cual sea la forma que acabe tomando la presencia militar de EE.UU. en Irak, sea cual sea la implicación militar de las potencias europeas en una eventual fuerza de “mantenimiento de la paz”, los retos y las tensiones bélicas entre Estados Unidos y sus rivales se incrementarán dramáticamente en la región. La población iraquí no va a sacar el menor beneficio indirecto de una eventual reconstrucción. Esta será muy limitada, sin duda solo alcanzará a las infraestructuras estatales y viarias, así como al funcionamiento de los pozos de petróleo. Va a seguir la guerra y los atentados se van a multiplicar.

A pesar de esos éxitos puntuales, la burguesía estadounidense no puede atajar el desgaste histórico de su liderazgo. La contestación antiamericana no va a cesar. Al contrario, cada avance norteamericano es una motivación suplementaria para que aumente el antiamericanismo. Como escribíamos en el número anterior de esta Revista: “En realidad, la burguesía estadounidense está en un atolladero resultado de una situación mundial bloqueada que no puede resolverse, a causa de las circunstancias históricas actuales, con la marcha hacia una nueva guerra mundial. Al no poder realizarse esa “salida” radical burguesa a la crisis mundial actual, que significaría sin duda la desaparición de la humanidad, ésta última se hunde progresivamente en el caos y la barbarie que caracterizan la fase actual, la postrera, de descomposición del capitalismo” (Revista internacional n° 115, “El proletariado frente a la dramática agravación de todas las contradicciones del capitalismo”)

En Irak, como en el resto del mundo, el capitalismo lo único que puede hacer es arrastrar a la humanidad a un caos mayor y a una barbarie sin fin.

La estabilidad y la paz no son posibles en esta sociedad. La burguesía quisiera convencernos de lo contrario. Ése es el objeto del despliegue de campañas ideológicas como la lanzada en Ginebra sobre Oriente Medio el 1º de diciembre de 2003. La “iniciativa” allí presentada, una solución “completa” al problema de Oriente Medio, opuesta a los métodos del “paso a paso” y de la “hoja de ruta”, aunque no sea oficial, ha sido propuesta por personalidades de primer plano, tanto del lado palestino como del israelí. Recibió un apoyo entusiasta de varios premios Nobel de la Paz, especialmente de Carter y del ex presidente polaco, antiguo sindicalista, Lech Walesa. Kofi Anan, Jacques Chirac, Tony Blair y hasta Colin Powell, un poco más tímidamente éste, saludaron también tal iniciativa.

El mensaje que debe entrar en las mentes proletarias, ahora que hay más guerras imperialistas que nunca, ni nunca habían sido tan violentas y a escala del planeta entero, es claro: la paz en la sociedad capitalista es realizable. Para ello basta con agrupar a todas las personas de buena voluntad y presionar en los Estados capitalistas y en las instancias internacionales.

Lo que a toda costa quiere la burguesía que quede oculto a los ojos de los obreros es que las guerras capitalistas son guerras imperialistas que se imponen tanto al capitalismo moribundo como a su clase dominante. Arrastrado por su propia lógica, el capitalismo en descomposición arrastraría sin remedio a toda la humanidad a una generalización de la barbarie y de las guerras.

W.

Noticias y actualidad: 

Contra las mistificaciones del Foro social europeo - Solo otro mundo es posible: el comunismo

Entre el 12 y el 15 de noviembre, se desarrolló en París el “Foro social europeo”, una especie de filial europea del Foro social mundial que desde hace varios años tiene lugar en Porto Alegre, Brasil (el FSE de 2002 fue en Florencia, Italia, y el de 2004 será en Londres). El acontecimiento ha tenido una amplitud considerable. Unos 40 000 participantes, según los organizadores, llegados de todos los países de Europa, desde Portugal hasta los países del Europa central; un programa de casi 600 seminarios y talleres en locales de lo más variado (teatros, ayuntamientos, prestigiosos edificios del Estado) repartidos en cuatro lugares en torno a París; y para concluir, una gran manifestación con 60 a 100 000 personas por las calles de Paris, con los impenitentes estalinistas de Rifondazione comunista de Italia delante y los anarquistas de la CNT atrás.

Con menos cartel en los media, hubo otros dos “foros europeos” en el mismo período: uno para los diputados y otro para los europeos. Y por si tres “foros” no fueran suficientes, lo anarquistas organizaron un “Foro Social Libertario” en las afueras de París, simultáneo con el FSE y presentado abiertamente como “alternativa” a éste.

“Otro mundo es posible”. Este era uno de los grandes lemas del FSE. No cabe ninguna duda de que muchos de los manifestantes del 15 de noviembre, especialmente quizás entre los jóvenes que empiezan a politizarse, existe una verdadera y acuciante necesidad de luchar contra el capitalismo y por “otro mundo” diferente del mundo en que vivimos hoy con su miseria sin fin y sus guerras tan horribles como interminables. Sin duda, algunos se habrán sentido inspirados por esa gran reunión unitaria. El problema es saber no solo que “otro mundo es posible” –y necesario– sino también, y sobre todo, de qué otro mundo se trata y cómo se logrará edificarlo.

Es difícil imaginarse cómo podría el FSE dar una respuesta a esas preguntas. En vista de la cantidad y variedad de organizaciones participantes (sindicatos de ejecutivos y de “jóvenes dirigentes”, organizaciones cristianas, trotskistas tipo LCR y SWP, estalinistas del PCF, hasta los anarquistas de “Alternative libertaire”), mal puede uno imaginarse cómo iba a salir de ahí una respuesta coherente, incluso una respuesta a secas. Todos tenían algo que decir, de ahí la gran variedad de temas en las hojas volantes, en los debates, en los eslóganes. En cambio, cuando se miran de cerca las ideas surgidas del FSE, en el plano precisamente de los grandes temas, se da uno cuenta de que, primero, de nuevas no tienen nada y, segundo, de “anticapitalistas” menos todavía.

La fuerte movilización en torno al FSE, la propuesta por otras tantas fracciones de la izquierda y de la extrema izquierda de una multitud de temas del ámbito “altermundialista”, decidieron a la CCI llevar a cabo una intervención, en función de sus fuerzas pero determinada, en esas reuniones. A sabiendas de que los pretendidos “debates” del FSE ya estaban amañados de antemano (lo cual nos fue confirmado por algunos participantes), nuestros militantes, procedentes de varios países de Europa, favorecieron la venta de nuestra prensa, editada en gran parte de lenguas europeas, y la participación en discusiones informales en torno al acontecimiento. También estuvimos en el FSL para defender, en los debates, la perspectiva comunista contra la del anarquismo.

¿Un mundo librado del comercio y del tráfico?

“El mundo no está en venta” es el eslogan de moda, con varias versiones para cuando hay que ser “realista”: “la cultura no está en venta” para artistas y eventuales del espectáculo, “la salud no está en venta” para enfermeros y trabajadores de la salud pública o también “la educación no está en venta” cuando se trata del personal docente.

¿A quién no le conmueven tales consignas? ¿Quién estaría dispuesto a vender su salud o la educación de sus hijos?

Pero cuando uno se pone a mirar de cerca la realidad que hay detrás de esos lemas, pronto empieza a olerse la trampa. Para empezar, la propuesta no es acabar con la venta del mundo, sino solo de “limitarla”: “Sacar los servicios sociales de la lógica mercantil”. ¿Y qué quiere decir eso en concreto?. Sabemos perfectamente que mientras exista el capitalismo, habrá que pagarlo todo, incluso los servicios como la salud y la educación. Esas partes de la vida social que los “altermundialistas” pretenden “sacar de la lógica mercantil” son de hecho parte del salario global del obrero, gestionado en general por el Estado. El nivel de salario del obrero, la proporción de la producción que le corresponde a la clase obrera no solo no se puede “sustraer”, ni mucho menos, de la lógica mercantil, sino que es el meollo mismo del problema del mercado y de la explotación capitalista. El capital pagará siempre su mano de obra lo menos posible, o sea, lo que es necesario para reproducir la fuerza de trabajo o la próxima generación de obreros. Ahora que el mundo se hunde en una crisis cada día más profunda, cada capital nacional necesita menos brazos, y a los que necesita debe pagarles menos, si no quiere ser eliminado por sus competidores en el mercado mundial. En tal situación, solo gracias a su propia lucha podrá la clase obrera resistir a las reducciones de salario –por muy “social” que éste sea– y ni mucho menos haciendo llamadas al Estado capitalista para que “sustraiga” los salarios de las leyes del mercado, de lo cual sería totalmente incapaz, incluso si, por no se sabe qué locura, le dieran ganas de hacerlo.

En la sociedad capitalista, el proletariado puede, en el mejor de los casos, imponer mediante sus luchas un reparto del producto social más favorable para él, reduciendo la plusvalía extraída por la clase capitalista a favor del capital variable, el salario. Pero eso, en el contexto actual, exige en primer lugar un alto nivel en las luchas (como hemos podido comprobar con la derrota de las luchas de mayo de 2003 en Francia tras el chaparrón de ataques contra el salario social) y, segundo, las ganancias no podrán ser sino temporales (como pudo comprobarse tras el movimiento de 1968 en Francia)

No, esa idea de que “el mundo” no está en venta es una miserable patraña. Lo propio del Capital es que todo se vende y eso el movimiento obrero lo sabe desde 1848; “[la burguesía] ha reducido la dignidad personal al valor de cambio, situando, en lugar de las incontables libertades estatuidas y bien conquistadas esa única y desalmada libertad de comercio (…) La burguesía ha despojado de su aureola a todas las actividades que hasta el presente eran venerables y se contemplaban con piadoso respeto. Ha convertido en sus obreros asalariados al médico, al jurista, al cura, al poeta y al hombre de ciencia”. Así se expresaron Marx y Engels en el Manifiesto comunista: bien se ve hasta qué punto sus análisis de entonces siguen vigentes.

¿Un comercio equitativo?

“¡Comercio equitativo, no al librecambio!”, ése es otro gran tema del FSE, con el decorado de pequeños campesinos franceses y sus productos “naturales”. Y, en efecto, ¿quién no va a conmoverse con la esperanza de ver a los campesinos y artesanos del Tercer mundo vivir decentemente del fruto de su trabajo? ¿Quién no va a querer parar de una vez la apisonadora del agrobusiness que expulsa a los campesinos de sus tierras para que se amontonen por millones en villas miseria de México o Calcuta?

Aquí también, sin embargo, los buenos sentimientos son el peor guía.

Para empezar, el movimiento del “comercio equitativo” no es nada nuevo. Las asociaciones de las llamadas obras de caridad (como la inglesa Oxfam, presente, claro está, en el FSE) practican el “comercio equitativo” vendiendo artesanías en sus tiendas de beneficencia desde hace más de 40 años, lo cual no ha impedido que se hundan en la miseria millones de millones de seres humanos en África, Asia, Latinoamérica…

Además, esa consigna en boca de los altermundialistas es doblemente hipócrita. José Bové, por ejemplo, presidente del sindicato francés Confederación Campesina, podrá hacer de superestrella de la altermundialización echando pestes contra el agrobusiness y el malvado McDonald. Eso no impide a los militantes de ese sindicato manifestar para exigir que se mantengan las subvenciones de la PAC europea ([1]). La PAC, al bajar artificialmente los precios de los productos franceses, es precisamente uno de los medios principales que mantienen la desigualdad en el comercio a favor de unos y en detrimento, claro está, de otros. Igual que para los sindicalistas que se manifestaron en 1998 en Seattle durante la cumbre de la Organización mundial del comercio (OMC), para los cuales “comercio equitativo” significaba imponer aranceles a la importación de acero “extranjero” producido más barato por obreros de otros países. Al fin y al cabo, cuando se empieza a hacer comercio equitativo se acaba siempre en guerra comercial.

Hablar de “equidad” en el capitalismo es de todas una engañifa. Como lo dijo Engels ya en 1881([2]) en un artículo en el que criticaba la noción de “salario equitativo”: “La equidad de la economía política, por el hecho de que es la economía la que dicta las leyes que regentan la sociedad actual, esa equidad siempre está del mismo lado, el lado del capital”.

El colmo de la engañifa de ese cuento del “comercio equitativo” es la idea de que las presencia de manifestantes “altermundialistas” en Seattle o Cancún, cuando la cumbre de la OMC, habría dado “ánimos” a los negociadores de los países del Tercer mundo para resistir a las exigencias de los “países ricos”. No vamos a extendernos aquí sobre el hecho de que la cumbre de Cancún acabó en fracaso total para los países más débiles, pues los europeos no van a desmantelar la PAC y Estados Unidos va a seguir subvencionando a mansalva su agricultura, contra la penetración en sus mercados de productos más baratos procedentes de los países pobres. Lo más repugnante es que quieran hacer creer que esos dirigentes y burócratas de corbata y cartera del Tercer mundo irían a negociar para defender a los campesinos y a los pobres. Todo lo contrario. Baste un ejemplo: cuando el brasileño Lula denuncia los aranceles impuestos por Estados Unidos para proteger la industria norteamericana de zumos de naranja, no está ni mucho menos pensando en los campesinos pobres sino en las gigantescas plantaciones capitalistas de cítricos en Brasil, donde los obreros se dejan la piel como se la dejan en Florida.

¡No al apoyo al Estado burgués!

El hilo que une todos esos temas es éste: contra los “neoliberales” de las grandes empresas “transnacionales” (las malvadas “multinacionales” denunciadas en los años 70), se nos propone que tengamos confianza en el Estado, más todavía, que lo fortalezcamos. Los “altermundialistas” pretenden que serían las empresas las que habrían “confiscado” el poder de un Estado “democrático” para imponer su ley “mercantil” al mundo, de modo que el objetivo de la “resistencia ciudadana” debe ser recuperar el poder del Estado y de los “servicios públicos”.

¡Menudo embuste! Nunca antes había estado tan presente el Estado en la economía, Estados Unidos incluidos. Es el Estado el que regula los intercambios mundiales, fijando los tipos de interés, barreras aduaneras, etc. Ya es por sí solo un actor ineludible de la economía nacional, con un gasto público que alcanza el 30-50% del PIB según los países, y con déficits presupuestarios cada vez mayores. Cuando los obreros se empeñan de verdad en defender sus condiciones de vida ¿con quién se topan primero en su camino si no es con las policías del Estado? Exigir, como lo hacen los altermundialistas, el fortalecimiento del Estado para protegernos de los capitalistas es una patraña monumental: el Estado burgués está para defender a la burguesía contra los obreros, y no lo contrario ([3]).

No es por nada si ese llamamiento a apoyar el Estado, y en especial a sus fracciones de izquierda presentadas como los mejores defensores de la “sociedad civil” contra el “neoliberalismo”, procede del FSE. Como dice un refrán inglés: “he who pays the piper calls the tune” (solicita la canción quien paga al músico). Y es en efecto de lo más instructivo fijarse en quién ha financiado el FSE hasta la cantidad de 3,7 millones de euros:
– Primero, los Consejos generales de los departamentos de Seine-Saint-Denis, Val-de-Marne y Essonne contribuyeron con más de 600 000 euros, a la vez que el ayuntamiento de Saint-Denis largó 570 000 euros ya él solo ([4]). El Partido “comunista” francés, esa pandilla de redomados canallas estalinistas, intenta fabricarse una virginidad política después de haber sido el cómplice de los peores crímenes cometidos por el Estado estalinista en Rusia y haber sido el especialista en sabotajes de luchas obreras desde hace décadas.
– El Partido socialista francés, sumamente desprestigiado tras sus ataques antiobreros durante su último paso por el gobierno, y es cierto que los asistentes al FSE no se privaron de burlarse de Laurent Fabius (conocido dirigente del PSF) cuando se atrevió a acudir a algunos debates. Podría uno imaginarse que el PSF vería con malos ojos al FSE ¡Ni mucho menos! El ayuntamiento de París (gobernado por el PSF) ¡pagó 1 millón de euros para los gastos del FSE!
– ¿Y el gobierno francés? Un gobierno de derechas, neoliberal a matar, denunciado por todas las paredes y carteles, en artículos de toda la izquierda reunida, desde los anarquistas hasta los estalinistas, ¿se sintió molesto al comprobar que acudía tanta gente a ese Foro? Al contrario: por orden personal del presidente Chirac el ministerio de Exteriores desembolsó 500 000 euros para cualquier gasto.

¡Quien paga se aprovecha! Ha sido toda la burguesía francesa, de derechas como de izquierdas, la que ha financiado con liberalidad el FSE, la que le ha prestado sus locales. Y será toda la burguesía, de derechas como de izquierdas, la que piensa sacar tajada del éxito innegable del FSE, sobre todo en dos planos:

  • Primero, el FSE ha sido un medio para la izquierda del aparato político estatal de mudarse de piel, tras el desprestigio debido a los años en el gobierno arreando golpe tras golpe a las condiciones de vida de la clase obrera y asumiendo la responsabilidad de la política imperialista del capitalismo francés. Al ya no estar de moda los partidos políticos, a causa de la gran desconfianza que provocan, ahora se maquillan en “asociaciones” para darse aires más “ciudadanos”, más “democráticos”, más “de red”: para el PCF, su Espace-Karl-Marx, para el PSF sus fundaciones Léo-Lagrange y Jean-Jaurès. Hay que decir que no sólo a la izquierda le interesa que se olviden sus atropellos pasados, eso lo reconoce todo el mundo. Toda la burguesía está interesada en que el frente social no esté desguarnecido y que las luchas obreras, y más generalmente que la aversión y los cuestionamientos que provoca la sociedad capitalista sean desviados hacia las viejas recetas reformistas cerrando el camino hacia una conciencia de la necesidad de derrocarla y acabar con las calamidades que genera.
  • Segundo, la burguesía francesa entera tiene el mayor interés en que se extienda y se refuerce el ambiente netamente antiamericano del FSE. Las destrucciones de las dos guerras mundiales, las terribles pérdidas humanas y además, y sobre todo, el resurgir de la lucha de clases y el fin de la contrarrevolución después de 1968, todo ello ha contribuido en desprestigiar el nacionalismo que la burguesía utilizó para meter a la población en la escabechina de 1914 y, después, la de 1939. Ahora que, aun no existiendo un “bloque europeo” y menos todavía una “nación europea” en los que enraizar un patriotismo “europeo” belicoso, las burguesías de algunos países europeos, especialmente la francesa y la alemana, tienen el mayor interés en jalear el sentimiento antiamericano, más difusamente “proeuropeo”, con el fin de presentar la defensa de sus propios intereses imperialistas contra el imperialismo americano como si fuera la defensa de una visión del mundo “diferente”, incluso “altermundialista” si cabe. De igual modo, el apoyo altermundialista a la prohibición de importar OGMs norteamericanos, presentada como medida “ecológica” y “de defensa de la salud pública”, no es sino un episodio más de la guerra económica para dar tiempo a la investigación francesa para alcanzar a EE.UU. en ese ámbito ([5]).

La gente del marketing moderno ya no intentan vendernos directamente los productos, sino que usan un método más sutil y eficaz: venden “una visión del mundo” a la que adosan los productos que la simbolizarían. Los organizadores del FSE lo han hecho exactamente igual: nos proponen una “visión del mundo” irreal, en la que el capitalismo ya no sería el capitalismo, en la que las naciones ya no serían imperialistas, en donde se puede construir “otro mundo” sin hacer ninguna revolución internacional comunista. Y en nombre de esa “visión” nos quieren vender una serie de viejos productos adulterados que son los partidos pretendidamente “socialistas” y “comunistas”, disfrazados para la ocasión en “redes ciudadanas”.

Teniendo en cuenta que ha sido la burguesía francesa la que, en esta ocasión, ha entregado los fondos, es lógico que sean sus partidos políticos los que saquen la primera tajada del FSE. No hay que creer, sin embargo, que el tinglado lo ha montado la burguesía francesa sola, ni mucho menos. De hecho, ese esfuerzo por dar nuevo prestigio a su ala izquierda, mediante los “foros sociales” favorece ampliamente a toda la burguesía mundial.

¿”Otro mundo” libertario?

El “Foro social libertario” se presentaba deliberadamente como alternativa al Foro más “oficial” organizado por los grandes partidos burgueses. Podemos preguntarnos hasta qué punto la oposición entre ambos foros era real: al menos uno de los grupos principales que organizaron el FSL (Alternative libertaire) participó también activamente en el FSE, y además la manifestación organizada por el FSL se unió, tras un corto recorrido “independiente”, a la del foro mayor, el FSE.

No vamos a tratar aquí exhaustivamente lo que se dijo en el FSL. Veremos solo algunos temas principales.

Empecemos por el “debate” sobre los “espacios autogestionados” (squatts –okupas–, comunas, redes de intercambio de servicios, cafés “alternativos”, etc.). Si ponemos “debate” entre comillas, es porque los animadores lo hicieron todo por limitarlo a unas cuantas reseñas descriptivas de sus “espacios” respectivos, evitando toda evaluación crítica incluso las procedentes del campo anarquista. Nos dimos pronto cuenta que eso de la “autogestión” es algo muy relativo: un participante inglés explicó que tuvieron que comprar su “espacio”… por la bonita cantidad de 350 000 libras (unos 500 000 euros); otro cuenta la creación de un “espacio”… en Internet, que como todo el mundo sabe es una creación del DARPA ([6]) estadounidense.

Más revelador todavía es el programa de acción de los diferentes “espacios” descritos: farmacia gratuita y “alternativa” (herboristería), servicios de consejo jurídico, café, intercambio de servicios. O sea, el pequeño comercio asociado a servicios sociales abandonados por un Estado que hace recortes en los presupuestos. O sea, el no va más del radicalismo anarquista es suplir los servicios del Estado haciendo del trabajo de éste, pero gratis.

Un debate sobre la gratuidad de los servicios públicos puso de relieve la vacuidad del anarquismo oficial y bienpensante. Pretenden que los “servicios públicos” pueden significar una oposición a la sociedad mercantil, respondiendo gratuitamente a las necesidades de la población –de manera “autogestionada, eso sí– con comités de consumidores, de las colectividades locales, y de los productores. Eso se parece como dos gotas de agua a los “comités de barrio” instalados hoy por el Estado francés para los habitantes de las barriadas de las afueras de París. Todo se plantea como si pudiera introducirse una oposición institucional a la sociedad capitalista, incluso dentro de ella, instaurando, por ejemplo, la gratuidad de los transportes.

Otra característica del anarquismo, muy clara en todos los debates del FSL, es su visión profundamente elitista y educacionista. El anarquismo ni se imagina que “otro mundo” pudiera surgir de las entrañas mismas de las contradicciones del mundo actual. El paso del mundo actual al del futuro y “otro” solo podrá pues hacerse mediante “el ejemplo” dado por los “espacios autogestionados”, mediante una acción educativa sobre los quebrantos del “productivismo” actual. Pero, como lo decía ya Marx hace más de un siglo, si una nueva sociedad debe aparecer gracias a la educación del pueblo, lo que se plantea es saber quién va a educar a los educadores. Pues quienes se pretenden educadores están también ellos formados en y por la sociedad en la que vivimos, y sus ideas de “otro mundo” permanecen en realidad sólidamente amarradas al mundo actual.

En efecto, ambos foros “sociales” no nos sirvieron, a modo de ideas nuevas y revolucionarias, sino viejas ideas que ya revelaron hace mucho tiempo su inadecuación cuando no su carácter claramente contrarrevolucionario.

Los “espacios autogestionados” recuerdan así las empresas cooperativas del siglo XIX, por no hablar de todos los “colectivos obreros” de tiempos más recientes (desde Lip en Francia a Triumph en Gran Bretaña), los cuales o quebraron o permanecieron cual simples empresas capitalistas, precisamente porque deben producir y vender en la economía mercantil capitalista. Recuerdan también todos los intentos “comunitarios” de los años 70 (squats, comités de barrio, escuelas “libres”) que se integraron en el Estado burgués como servicios sociales o educativos.

Todas las ideas de una transformación radical introducidas a través de la “gratuidad” de los servicios públicos recuerdan el reformismo gradualista que ya era un señuelo en el movimiento obrero de 1900 y que quebró definitivamente en la carnicería de 1914 poniéndose del lado de su Estado para defender lo “adquirido”, contra el imperialismo “invasor”. Esas ideas recuerdan la instauración del “Estado del Bienestar” por la burguesía tras la Segunda Guerra mundial para así racionalizar la fuerza de trabajo y mistificarla (en especial dando así “la prueba” de que los millones de muertos habían servido para algo).

Nuestro mundo es portador de un mundo nuevo

Es totalmente inevitable, en el capitalismo como en toda sociedad de clases, que las ideas dominantes de la sociedad sean las de la clase dominante. Si es posible comprender la necesidad y la posibilidad material de una revolución comunista, solo es porque en la sociedad capitalista existe una clase social que encarna ese porvenir revolucionario: la clase obrera. En cambio, si intentamos simplemente “imaginar” lo que podría ser una sociedad “mejor”, basándonos en nuestros deseos e imaginaciones actuales tal como se han formado en y por la sociedad capitalista (y con el modelo de nuestros “educadores” anarquistas), lo único que podemos hacer es “reinventar” el mundo capitalista actual, cayendo ya sea en el sueño reaccionario del pequeño productor que no ve más allá de su “espacio autogestionado”, ya sea en el delirio megalo-monstruoso de un Estado mundial y benefactor al estilo de George Monbiot ([7]).

Para el marxismo, al contrario, se trata de descubrir en el seno mismo del mundo capitalista de hoy las premisas del mundo nuevo que la revolución comunista debe hacer surgir, eso si la humanidad no acaba perdiéndose. Como lo decía el Manifiesto comunista en 1848: “Las tesis de los comunistas no se basan ni mucho menos en ideas, principios inventados o descubiertos por este o aquel reformador del mundo.

Sólo son la expresión general de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está realizando ante nosotros” ([8]).

Podemos distinguir tres elementos importantes, íntimamente relacionados, en ese “movimiento histórico que se está realizando ante nosotros”.

El primero es la transformación, ya realizada por el capitalismo del proceso productivo de toda la especie humana. El menor objeto de uso cotidiano ya no es obra de un artesano que se basta a sí mismo o de una producción local, sino del trabajo común de miles, cuando no decenas de miles de mujeres y hombres que participan en una red que cubre el planeta entero. Librada por la revolución comunista mundial de las trabas que le imponen las relaciones capitalistas mercantiles de producción y de apropiación privada de sus frutos, esa destrucción de todos los particularismos locales, regionales y nacionales, será la base para constitución de una sola sociedad comunidad humana a escala planetaria. A medida que se va realizando la transformación social y la afirmación de todos los aspectos de la vida social de esta comunidad mundial, desaparecerán también las distinciones (arteramente cultivadas hoy por la burguesía como un medio para dividir a la clase obrera) entre etnias, pueblos, naciones. Podemos imaginarnos que las poblaciones y las lenguas se mezclarán hasta el día en que dejará de haber europeos, africanos o asiáticos (menos todavía bretones, vascos o catalanes), sino una sola especie humana cuya producción intelectual y artística se expresará en una lengua comprensible por todos, mucho más rica, precisa y armoniosa que las lenguas en las que hoy se expresa la cultura limitada y cada día más deteriorada de hoy ([9]).

El segundo factor de primera importancia, indisociable del anterior, es la existencia en el seno de la sociedad capitalista de una clase que encarna, y que expresa en el grado más alto, esa realidad del proceso productivo unificado e internacional. Esa clase es el proletariado internacional. El obrero, sea siderúrgico norteamericano, desempleado inglés, empleado de banca francés, mecánico alemán, programador indio o albañil chino, todos ellos tienen algo en común: estar explotados cada día más duramente por la clase capitalista y no poder quitarse de encima esa explotación si no es derribando el orden capitalista mismo.

Hay que señalar dos aspectos de la propia naturaleza de la clase obrera:

  • Primero, contrariamente a los campesinos o pequeños artesanos, el proletariado fue creado por el capitalismo y éste no puede deshacerse de él. El capitalismo trituró al campesinado y a los artesanos, los ha ido reduciendo al estado de proletarios, o más bien al estado de desempleados en el período de decadencia. Mientras exista el capitalismo existirá el proletariado. Y mientras exista el proletariado llevará en sí el proyecto revolucionario comunista de derrocamiento del orden capitalista y de construcción de otro mundo.
  • Otra característica fundamental de la clase obrera es la mezcla y el movimiento de poblaciones para las necesidades de la producción capitalista. “Los obreros no tienen patria “ como decía el Manifiesto, no sólo porque no poseen propiedades sino porque están siempre a la merced del capital y de sus necesidades de mano de obra. La clase obrera es por naturaleza una clase de inmigrados. Y basta para convencerse observar la población de cualquier ciudad de los países industrializados: en ellas se cruzan hombres y mujeres llegados del mundo entero. Pero también es así en los países subdesarrollados: en Costa de Marfil muchos obreros agrícolas son burquinabes, en Sudáfrica los mineros proceden de Zimbabwe o de Botswana como de otras partes de toda Sudáfrica, en el golfo Pérsico los obreros son palestinos, indios, filipinos, en Indonesia hay en las fábricas obreros extranjeros por millones. Esta existencia real de la clase obrera –que prefigura la mezcla de poblaciones mencionada antes– muestra la futilidad de ese ideal que tanto aprecian los anarquistas y demás demócratas de defensa de una “comunidad” local o regional. Por poner un ejemplo, ¿qué puede ofrecer el nacionalismo escocés a la clase obrera en Escocia, compuesta como está en una parte importante por inmigrados asiáticos? Nada, evidentemente. La única comunidad real que podrán un día alcanzar los obreros que han sido o serán arrancados de sus raíces, es la planetaria que podrán construir después de la revolución.

El tercer factor que vamos a exponer aquí lo describe bien la estadística: en todas las sociedades de clase que precedieron el capitalismo, el 95 % de la población, más o menos, trabajaba la tierra el excedente en alimentos que producía bastaba lo justo para alimentar al 5% restante (señores y religiosos, pero también artesanos, mercaderes, etc.). Hoy, esa proporción es la contraria. Y, en los países más desarrollados, una parte cada vez más baja de la población está directamente involucrada en la producción de bienes materiales. Es decir que, potencialmente, a nivel de las capacidades físicas del proceso productivo, la humanidad ha alcanzado un estadio de abundancia prácticamente sin límites.

Ya ahora en el capitalismo, las capacidades productivas de la especie humana han creado una situación cualitativamente nueva en relación con toda la historia precedente: mientras que, antaño, la penuria que sufría la mayor parte la población, por no hablar de los períodos de hambrunas, se debía sobre todo a los límites naturales de la producción (nivel bajo de productividad de los suelos, malas cosechas, etc.), en el capitalismo, en cambio, la única causa de la penuria son las propias relaciones de producción capitalista. La crisis que echa a los obreros a la calle no es causada por la insuficiencia de producción, sino que es, al contrario, el resultado directo de que lo producido no puede ser vendido ([10]). Es más, en los países llamados “adelantados”, una parte cada día mayor de la actividad económica no tiene la menor utilidad fuera del sistema capitalista mismo: la especulación financiera y bursátil de todo tipo, los presupuestos militares, los objetos de moda, los productos “con caducidad incorporada” con el único fin de sustituirlos, la publicidad, etc. Si se mira más lejos, es evidente que el uso de los recursos naturales terrestres está dominado por un funcionamiento cada día más irracional –salvo desde el enfoque de la rentabilidad capitalista– de la economía: migración cotidiana de varias horas para millones de seres humanos para acudir a su trabajo, transporte de mercancías por carretera en lugar de la vía férrea para responder a los imprevistos de una producción anárquica, por ejemplo. En resumen, hay un vuelco completo en la relación entre la cantidad de tiempo para producir lo estrictamente necesario (comer, vestirse, alojarse) y el tiempo para producir “más allá de lo necesario”, valga la expresión ([11]).

Nacimiento de una comunidad planetaria

En nuestras intervenciones –manifestaciones, lugares de trabajo, ventas públicas– nos vemos a menudo confrontados a la pregunta: “bueno, ya que decís que el comunismo no ha existido nunca ¿qué es entonces?” En tales situaciones, intentando dar una respuesta a la vez rápida y global, solemos contestar: “el comunismo es un mundo sin clases, sin naciones y sin dinero”. Por muy resumida que sea (y, en cierto modo, en negativo: “sin”), esa definición contiene, sin embargo, características fundamentales de una sociedad comunista:

  • Será sin clases, pues el proletariado no podrá liberarse si se convierte en una nueva clase explotadora; la reaparición de una clase explotadora tras la revolución significaría, en realidad, derrota de la revolución y mantenimiento de la explotación ([12]). La desaparición de las clases es el resultado natural del propio interés de la clase obrera victoriosa por emanciparse. Uno de los primeros objetivos de ésta será reducir el tiempo de trabajo, integrando en el proceso productivo a los desempleados, a las masas sin trabajo en el Tercer Mundo, pero también de la pequeña burguesía, el campesinado e incluso a miembros de la burguesía depuesta.
  • Será sin naciones, porque el proceso productivo ha superado ya con creces el marco nacional y ha hecho de la nación algo caduco como marco organizativo de la sociedad humana. El capitalismo, al haber creado la primera sociedad humana a escala planetaria, superó ya el marco nacional en el que había nacido. Del mismo modo que la revolución burguesa destruyó todos los particularismos y fronteras feudales (concesiones, aranceles, fueros de una ciudad o región), la revolución proletaria pondrá fin a la última división de la sociedad humana en naciones.
  • Será sin dinero, pues la noción de intercambio ya no tendrá sentido en el comunismo por el hecho de que la abundancia permitirá que se satisfagan las necesidades de todos los miembros de la sociedad. El capitalismo creó la primera sociedad humana en la que el intercambio de mercancías se ha hecho general para todo tipo de producción (mientras que en las sociedades anteriores, el intercambio prácticamente sólo lo era de productos de lujo, así como una serie muy limitada de productos que no podían fabricarse in situ, como la sal, por ejemplo). Pero hoy está estrangulado por la imposibilidad de dar salida mercantil a todo lo que es capaz de producir. El propio hecho de comprar y de vender se ha convertido en traba para la producción. Con el capitalismo desaparecerá la noción misma de mercancía, incluida la primera mercancía entre todas: la fuerza de trabajo asalariada.

Esos tres principios chocan directamente contra los lugares comunes que difunde toda la ideología de la sociedad burguesa, según la cual la “naturaleza humana” sería codiciosa y violenta, la cual determinaría para siempre las divisiones entre explotadores y explotados, o entre naciones. Semejante idea de la “naturaleza humana” le viene pintiparada, claro está, a la clase dominante, pues justifica su dominación de clase e impide a la clase obrera identificar claramente al verdadero responsable de la miseria y de las matanzas que abruman hoy a la humanidad. No tiene, sin embargo, nada que ver con la realidad: contrariamente a las demás especies animales, cuya “naturaleza” (es decir el comportamiento) está determinado por su entorno natural, la “naturaleza humana” se ha ido determinando, cada vez más a medida que su dominio de la naturaleza ha ido avanzando, no por su entorno natural sino por su entorno social.

Relaciones transformadas entre el hombre y la naturaleza

Los tres factores mencionados antes no son sino un esbozo muy sucinto. Sin embargo tienen grandes repercusiones en la sociedad comunista del futuro.

Los marxistas siempre han resistido a la tentación de elaborar “recetas para el mañana”, primero porque será el movimiento real de las grandes masas de la humanidad el que creará el comunismo y, segundo, porque podemos imaginar lo que será una sociedad comunista con menos precisión todavía que un campesino del siglo XI podía imaginarse el mundo capitalista. Esto no nos quita, sin embargo, de poder despejar (muy sumariamente) algunas grandes líneas resultantes de lo que acabamos de decir.

El cambio más radical se deberá probablemente a la desaparición de la contradicción entre ser humano y trabajo. La sociedad capitalista ha llevado a su punto más elevado la contradicción –que siempre existió en las sociedades de clase– entre trabajo, o sea la actividad que se ejerce obligado, y el ocio, es decir el tiempo en que uno es libre (de manera muy limitada) de escoger su actividad ([13]). La obligación se debe, por un lado, a la penuria impuesta por los límites de la productividad del trabajo y, por otro, por la parte del fruto del trabajo que es acaparada por la clase explotadora. En el comunismo esa coerción ya no existirá: por primera vez en la historia, el ser humano podrá producir en toda libertad, y la producción estará enteramente centrada en la satisfacción de las necesidades humanas. Podría considerarse la posibilidad de que las palabras “trabajo” y “ocio” desaparecerán del lenguaje, puesto que ninguna actividad será emprendida por coerción. La decisión de producir o no producir algo dependerá no sólo de la utilidad de la cosa en sí, sino del grado de placer o interés que podrá aportar el proceso mismo de producción.

La idea misma de la “satisfacción de las necesidades” cambiará. Las necesidades de base (alimentarse, vestirse, protegerse, tomadas en su sentido más elemental) ocuparán un lugar cada vez menos importante en proporción, mientras que se irán afirmando cada día más las necesidades determinadas por la evolución social de la especie. Se pondrá así fin a la distinción entre trabajo “artístico” y el que no lo es. El capitalismo es la sociedad que ha llevado más lejos la distinción entre “el arte” y lo que “no es arte”. La inmensa mayoría de los artistas de la historia quedó anónima, sólo con el auge del capitalismo el artista empieza a firmar su obra y el arte empieza a ser una actividad específica separada de la producción cotidiana. Hoy esa tendencia ha llegado a su paroxismo, con una separación prácticamente total entre las “bellas artes” por un lado (incomprensibles para la gran mayoría de la población y reservadas a una minoría intelectual) y la producción artística industrializada en la publicidad y la “cultura pop” por otro, ambas, de todos modos, reservadas para el “ocio”. Todo esto no es más que el fruto de la contradicción en el capitalismo entre el ser humano y su trabajo. Con la desaparición de esa contradicción, desaparecerá también la contradicción entre la producción “útil” y la producción “artística”. La belleza, la satisfacción de los sentidos y del espíritu serán necesidades básicas del ser humano y el proceso productivo deberá tenerlas en cuenta ([14]).

También la educación cambiará totalmente de naturaleza. En cualquier sociedad, la meta de la educación de los jóvenes es permitirles que ocupen su lugar en la sociedad adulta. Bajo el capitalismo, “ocupar su sitio en el mundo adulto” quiere decir ocupar su lugar en un sistema de explotación brutal, en el cual quien no sea rentable no encontrará nunca su sitio. El objetivo de la educación (que los altermundialistas nos aseguran que “no está en venta”) es sobre todo dar a las nuevas generaciones capacidades que puedan ser vendidas en el mercado, y, más generalmente en esta época de capitalismo de Estado, hacer de tal modo que la nueva generación sea capaz de reforzar el capital nacional frente a sus competidores en el mercado mundial. Es evidente que el capital no tiene el menor interés en promover un espíritu crítico para con su propia organización social. La educación, en resumen, no tiene otro objetivo que el de someter las jóvenes mentes, meterlas en el molde de la sociedad capitalista y de sus necesidades productivas; no es de extrañar que las escuelas se parezcan cada vez más a fábricas y los profesores a obreros en la cadena.

En el comunismo, al contrario, integrar a un joven en el mundo adulto no podrá hacerse sin el estímulo más profundo posible de todos los sentidos, físicos e intelectuales. En un sistema de producción completamente liberado de las exigencias de la rentabilidad, el mundo adulto se irá abriendo al niño a medida que se desarrollen sus capacidades, y el joven adulto no se verá expuesto a la angustia de dejar la escuela y encontrarse en medio de la competencia desenfrenada del mercado del empleo. Y del mismo modo que no habrá contradicción entre “trabajo” y “ocio”, entre “producción” y “arte”, ya no habrá contradicción entre la escuela y “el mundo del trabajo”. Las palabras “escuela”, “fábrica”, “oficina”, “galería de arte”, “museo” ([15]) desaparecerán o cambiaran de sentido, pues todas las actividades humanas se fundirán en un esfuerzo armonioso de satisfacción y de desarrollo de las necesidades y de las capacidades físicas, intelectuales y sensitivas de la especie.

La responsabilidad del proletariado

Les comunistas no son unos utopistas. Hemos intentado hacer aquí un esbozo muy breve y necesariamente limitado de lo que deberá ser la nueva sociedad humana que surgirá de la sociedad capitalista actual. En ese sentido, el slogan de los altermundialistas “otro mundo es posible” (incluso “otros mundos son posibles”) no es más que pura mistificación. Solo hay otro mundo posible: el comunismo.

Sin embargo, el nacimiento de ese nuevo mundo no es, ni mucho menos, algo indudable. En eso, el capitalismo es como las otras sociedades de clase que lo precedieron, en donde: “Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, maestros y oficiales, en suma, opresores y oprimidos siempre estuvieron opuestos entre sí, librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o por la destrucción de las clases beligerantes” ([16]). Así pues, la revolución comunista, por muy necesaria que sea, no por ello es irrevocable. El paso del capitalismo a un mundo nuevo no podrá evitar la violencia de la revolución proletaria, partera inevitable ([17]). La alternativa, en las condiciones actuales de descomposición avanzada de la sociedad actual, sería no solo la destrucción de las dos clases en lucha, sino la de la humanidad entera. De ahí la inmensa responsabilidad que pesa sobre los hombros de la clase revolucionaria mundial.

Ante la situación de hoy, el desarrollo de la capacidad revolucionaria del proletariado podrá parecer un sueño tan lejano que grande es la tentación de ponerse a “hacer algo ya”, aunque sea junto a esos viejos canallas socialistas y estalinistas, o sea junto al ala izquierda del aparato estatal de la burguesía. Para las minorías revolucionarias, el reformismo no es un mal menor, “a falta de algo mejor”, sino la componenda mortal con el enemigo de clase. El camino hacia la revolución que podrá crear “otro mundo” será largo y difícil, pero es el único que existe.

Jens


[1] Política agrícola común (PAC), enorme y costoso sistema de mantenimiento artificial de los precios pagados a los productores agrícolas europeos, en perjuicio de sus competidores de otros países exportadores.

[2] Ver https://www.marxists.org/archive/marx/works/1881/05/07.htm – artículo escrito en el Labour Standard.

[3] Es particularmente jocoso leer en las páginas de Alternative libertaire, grupo anarquista francés “queremos que sea la manifestación más importante para que se oiga una vez más que no queremos una Europa capitalista y policíaca” (Alternative libertaire n° 123, noviembre 2003), cuando todo el FSE está financiado por el Estado y coquetea con la mistificación del reforzamiento de los Estados europeos para, pretenden, proteger a los “ciudadanos” contra la gran industria. Por lo que parece no son incompatibles el anarquismo y la defensa del Estado…

[4] Todos esos departamentos (provincias) y ciudades están controlados por el Partido comunista francés.

[5] Como decía Bismarck: “Siempre he oído la palabra ‘Europa’ en boca de esos políticos que exigían algo de las demás potencias que no se atrevían a pedir en su nombre propio” (citado en The Economist du 3/1/04).

[6] Defence Advanced Research Projects Agency.

[7] Gran manitú del movimiento altermundialista, autor de un Manifesto for a new world.

[8] Nunca está de más volver a insistir en la fuerza extraordinaria y capacidad de anticipación del Manifiesto comunista, que puso los cimientos para una comprensión científica del movimiento hacia el comunismo. El propio Manifiesto forma parte del esfuerzo del movimiento obrero desde sus inicios, y que prosiguió tras él, para percibir con la mayor profundidad la naturaleza de la revolución hacia la que con todas sus fuerzas se dirigía. Hemos hecho la crónica de esos esfuerzos en nuestra serie “El comunismo no es un bello ideal, sino una necesidad material”, que hemos publicado en esta Revista.

[9] “El sitio de la antigua autosuficiencia y aislamiento locales y nacionales, se ve ocupado por un tráfico en todas direcciones, por una mutua dependencia general entre las naciones. Y lo mismo que ocurre en la producción material ocurre asimismo en la producción intelectual. Los productos intelectuales de las diversas naciones se convierten en patrimonio común. La parcialidad y limitación nacionales se tornan cada vez más imposibles, y a partir de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal” (el Manifiesto comunista).

[10] “En las crisis estalla una epidemia social que en todas las épocas anteriores hubiese parecido un contrasentido: la epidemia de la superproducción. Súbitamente, la sociedad se halla retrotraída a una situación de barbarie momentánea; una hambruna, una guerra de exterminio generalizada parecen haberle cortado todos sus medios de subsistencia; la industria, el comercio, parecen aniquilados. ¿Y ello por qué? Porque posee demasiada civilización, demasiados medios de subsistencia, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone ya no sirven al fomento de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, se han vuelto demasiado poderosas para estas relaciones, y éstas las inhiben” (el Manifiesto comunista).

[11] No podemos entrar aquí en detalles, digamos simplemente que es una noción que hay que usar con precaución, pues las necesidades “de base” están socialmente determinadas: las necesidades en alojamiento y nutrición de un hombre de Cromagnon y las de un hombre de hoy, por poner un ejemplo, no se satisfacen evidentemente ni de la misma manera ni con las mismas herramientas.

[12] Es la imagen de lo que pasó con la derrota de la revolución rusa de octubre 1917: el que muchos de los nuevos dirigentes (Brezhnev por ejemplo) hubieran sido obreros o hijos de obreros pudo dar crédito a la idea de que una revolución comunista que llevara la clase obrera al poder no haría sino instalar una nueva clase dirigente, “proletaria” o algo así. Es una idea alimentada por todas las fracciones de la burguesía, de derechas como de izquierdas, la de hacer creer que la URSS era “comunista” y que sus dirigentes eran diferentes de lo que en realidad eran: una fracción de la burguesía mundial. La realidad fue que la contrarrevolución estalinista volvió a instalar en el poder a una clase burguesa; el que muchos miembros de esta nueva burguesía procedieran del proletariado o del campesinado no cambia nada como tampoco el que un hijo de obrero llegue a ser patrón de empresa.

[13] Es significativo que la palabra “trabajo” venga de la palabra latina tripalium que designaba un instrumento de tortura.

[14] En el FSL, un anarquista quiso, en plan doctoral, darnos una lección sobre la diferencia entre los marxistas, que privilegiarían el “homo faber” (“el hombre que fabrica”) y los anarquistas que privilegiarían el “homo ludens” (“el hombre que juega”). Por mucho que se diga con expresiones latinas, una estupidez sigue siéndolo igual.

[15] Y, con mayor razón, “cárcel”, “presido”, o “campo de concentración”.

[16] El Manifiesto comunista, in “Burgueses y proletarios”.

[17] Para tener una perspectiva mucho más amplia, ver nuestra serie sobre el comunismo mencionada antes, especialmente la parte publicada en la Revista internacional, n° 70.

 

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El altermundialismo - una trampa ideológica para el proletariado

El éxito del Foro social europeo (FSE) de noviembre pasado en Paris ilustra con evidencia el auge creciente del movimiento altermundialista durante estos diez años pasados. Tras un período de balbuceo con audiencia relativamente limitada (limites sectoriales más que geográficos, en la medida en que universitarios y “pensadores” del mundo entero ingresaron rápidamente  en sus filas), el movimiento ha alcanzado rápidamente las características de una corriente ideológica tradicional: primero se granjeó popularidad con el radicalismo de las manifestaciones de Seattle a finales del 99, con ocasión de la cumbre de la Organización mundial del comercio (OMC); luego tiene “figuras” mediáticas, entre les cuales predomina José Bové; y, en fin, sus propios acontecimientos destacados e inevitables: el Foro social mundial (FSE), que pretendía ser lo contrario del foro de Davos (que agrupaba a los principales responsables económicos del mundo) y que se organizó las tres primeras veces en Puerto Alegre (en 2001, 2002 y 2003), ciudad símbolo de “la autogestión ciudadana”.

La marea no ha dejado de crecer desde ese ruidoso arranque: los foros se regionalizan (el FSE es una des sus expresiones, pero se han celebrado otros, en África, por ejemplo), también el FSM se ha trasladado a India a primeros del 2004, y se multiplican periódicos, revistas, manifestaciones y mítines... Resulta hoy imposible preocuparse de cuestiones sociales sin enfrentarse inmediatamente a la marea de las ideas altermundialistas.

Semejante éxito plantea inmediatamente una serie de cuestiones: ¿por qué de manera tan rápida, amplia y pujante? ¿Por qué precisamente ahora?

Para los partidarios de la altermundializacion, le respuesta es sencilla: si su movimiento conoce tal éxito, es porque contiene una verdadera respuesta a los problemas que se plantean hoy en día a la humanidad. Tendrían también que explicar, entre otras cosas, por qué los media (que pertenecen a esas grandes “empresas transnacionales” que no paran de denunciar) les hacen tanta publicidad a todo lo que hacen o dejan de hacer.

Es cierto que el éxito espectacular del movimiento altermundialista corresponde a una verdadera necesidad y sirve intereses bien reales. La pregunta que se plantea entonces es: ¿quién necesita verdaderamente al movimiento altermundialista? ¿q intereses sirve realmente? ¿Los de las diversas categorías de oprimidos (campesinos pobres, mujeres, “excluidos”, obreros, jubilados...) a los que pretenden defender o los de los defensores manifiestos del orden social actual que hacen la promoción del altermundialismo, y eso cuando no lo financian?

La mejor manera de contestar a estas preguntas es confrontándolas a las necesidades actuales de la burguesía en el terreno ideológico. La clase dominante está efectivamente enfrentada hoy a la necesidad de buscar el medio más eficaz para intentar desintegrar la conciencia de la clase obrera.

El primer elemento es la crisis económica misma que, a pesar de no ser una novedad puesto que se desarrolla desde finales de los 60, alcanza hoy tales dimensiones que la burguesía ya no puede evitar de referirse a ella de forma relativamente realista. La mentira descarada en torno a las tasas de ganancia de dos cifras de los “dragones” asiáticos (Corea del Sur, Taiwán...) para demostrar la salud del capitalismo inmediatamente después del hundimiento del bloque del Este no puede repetirse: los famosos dragones ya no siguen escupiendo llamas. En cuanto a los “tigres” (Tailandia, Indonesia...) que los acompañaban, han dejado de rugir y ahora lloriquean, implorando la benevolencia de sus acreedores. La mentira con la que se intentó suceder a ésa sustituyendo los “países emergentes” por los “sectores emergentes” de la economía, la famosa “nueva economía”, vivió lo que viven los sueños: la realidad brutal de la ley del valor hizo entrar en razón las vertiginosas subidas de los especuladores; una razón bien amarga, puesto que dejó en la estacada a la mayor parte de las empresas de ese sector.

Hoy en día, el “contexto recesivo” que cada burguesía nacional atribuye a las dificultades de sus vecinas es un eufemismo que se esfuerza de esconder la gravedad de la situación económica hasta en el corazón mismo del capitalismo. Pero este discurso viene acompañado también del que recuerda sin parar, como una cantinela, la necesidad de “hacer esfuerzos”, de “apretarse el cinturón” para volver rápidamente a la prosperidad. Con eso intentan envolver como pueden los ataques que la burguesía desencadena contra la clase obrera, siempre más brutales, más amplios y cercanos, ataques indispensables para la burguesía porque la gravedad de la crisis los hace necesarios para poder preservar sus intereses de clase dominante.

Los ataques han de provocar reacciones por parte del proletariado, aunque sea de forma diferenciada según el país y el momento, y favorecer un desarrollo de las luchas. Esta situación particular es también el fermento de un inicio de toma de conciencia por parte de ciertos elementos de la clase obrera. No se trata de un espectacular desarrollo de la conciencia de clase. No obstante, existen hoy en el proletariado interrogantes sobre las razones reales de los ataques de la burguesía, sobre la realidad de la situación económica, sobre las causas reales de las guerras que se desencadenan permanentemente por el mundo, como también sobre los medios para luchar eficazmente contra esas calamidades que ya no se pueden considerar tan fácilmente como fatalidades nacidas de la “naturaleza humana”.

Estamos muy lejos de que esos cuestionamientos se amplifiquen hasta amenazar la dominación política del capital. Sin embargo provocan inquietud a la burguesía, que prefiere cortar el peligro de raíz. Es esa preocupación el centro mismo del dispositivo ideológico de la altermundializacion, es una reacción adaptada de la burguesía frente a los inicios de una toma de conciencia en la clase obrera. Recordemos aquella idea que nos hicieron entrar hasta por las narices tras el hundimiento del bloque del Este y de los regímenes pretendidamente “socialistas”: “Ha muerto el comunismo, ¡Viva el liberalismo! Se ha acabado el enfrentamiento entre dos mundos, fuente de miseria y de guerras. Ya no existe más que un mundo, el único posible, el mundo del capitalismo liberal y democrático, fuente de paz y de prosperidad”.

Pero este mundo demostró rápidamente su capacidad intacta para fomentar guerras y derramar miseria y barbarie a pesar de la desaparición del “Imperio del Mal” (según la expresión del ex presidente norteamericano Reagan) al que se enfrentaba. Y menos de diez años después del triunfo del “único mundo posible”, nace ahora la idea de “otro mundo” posible, una alternativa al liberalismo. La clase dominante, es evidente, ha sabido tomar la medida de los efectos a largo plazo de la crisis de su sistema sobre la conciencia del proletariado, y echar rápidamente una cortina de humo espesa y opaca para desviar a la clase obrera de su perspectiva hacia su verdadero “otro mundo” posible en el que, contrariamente al de los altermundialistas, la burguesía ya no tendrá el menor lugar.

La burguesía ataca los fundamentos de la toma de conciencia del proletariado

Los problemas que se plantean esas personas que, en el seno de la clase obrera, buscan soluciones pueden clasificarse, como ya hemos visto, en tres temas fundamentales:

  • ¿cuál es la realidad de la situación mundial?
  • ¿qué perspectiva positiva puede resultar de esa situación?
  • ¿cómo conseguir alcanzar esa perspectiva?

Esas tres preguntas son el núcleo de las preocupaciones del movimiento obrero desde sus principios. En efecto, si logra comprender las causas profundas de la situación que está viviendo, si consigue comprender que sólo una perspectiva es posible frente a esas causas, entonces sí conseguirá hacer emerger de esa comprensión su papel revolucionario histórico, si podrá entonces armarse la clase obrera para derribar el capitalismo e iniciar la construcción del comunismo.

Casi dos siglos de experiencia nos muestran que no hay que subestimar la capacidad de la burguesía para comprender ese proceso de toma de conciencia y los peligros históricos que contiene para ella. Por eso la ideología altermundialista, más allá de su apariencia heteróclita, se basa fundamentalmente en esos tres temas esenciales.

El primero de esos temas, la realidad del mundo actual, hace inmediatamente resaltar hasta qué punto la ideología del altermundialismo forma parte íntegra del aparato mistificador burgués, participando plenamente en las mentiras sobre la situación económica del capitalismo. Para el altermundialismo, como para todas las ideologías izquierdistas y anarquistas, la realidad de la crisis histórica de ese sistema queda oculta detrás de una constante denuncia de los grandes trusts. Si una región entera del planeta se hunde en el marasmo económico, será por culpa de las multinacionales. Si la pobreza se extiende hasta el corazón mismo de los países industrializados, es, una vez más, por culpa de unas grandes empresas ávidas de ganancias. Por todas partes del mundo no hay más que infinita riqueza, pero, eso sí, con ese grave defecto de que es acaparada por una minoría sin entrañas. En ese esquema con apariencias de ser coherente, falta un elemento fundamental para quien quiere comprender la evolución de la situación mundial: la crisis, esa crisis definitiva que es la marca de la quiebra del capitalismo.

Para la burguesía, siempre ha sido de la mayor importancia ocultar esa realidad que significa que su sistema no es eterno, que está condenada a abandonar la escena de la historia. Por eso, ante las convulsiones crecientes que asaltan su economía, despliega sus “contextos recesivos”, sus cercanos “finales de túnel” y sus próximas y radiantes mañanas tras las lúgubres noches recesivas. Pero el caso es que, desde que nos largan esos discursos, la situación no ha hecho sino empeorar. Lo cual a la burguesía no le impide, ni mucho menos, darle aires juveniles a esas mentiras haciendo portavoz de ellas al movimiento altermundialista.

Eso no le impide a éste proponer una alternativa al sistema actual. Varias, incluso. Es precisamente en eso en lo que se basa su ideología. En efecto, cada sector de ese movimiento plantea su propia crítica del mundo actual, ligeramente diferente a las de los demás: a veces teñida de ecología, otras marcada por la reflexión económica, otras más por la cultural, alimenticia, sexual… y así una larga lista. Esas diferentes críticas no se quedan ahí: cada una de ellas debe proponer su propia solución positiva. Por eso es por lo que  el movimiento altermundialista se ha dado la consigna de que “otros mundos son posibles”: desde un mundo sin Organismos genéticamente modificados (OGM) hasta un mundo autogestionado, pasando por un capitalismo de Estado de lo más clásico.

El proponer tantas alternativas políticas no es, claro está, ningún peligro para la clase dominante, pues ninguna de ellas se sale del marco de la sociedad capitalista. Sólo serían ajustes de mayor o menor monta, más o menos utópicos, pero siempre compatibles con la dominación de la burguesía. En realidad, la burguesía coloca ante la clase obrera todo un panel de “soluciones” para los malos funcionamientos del sistema, que son otras tantas cortinas de humo para ocultar que la única perspectiva capaz de acabar con la barbarie y la miseria es el derribo de su causa fundamental, o sea, el capitalismo moribundo.

El tercer tema del altermundialismo se desprende espontáneamente de los dos primeros: tras haber ocultado las verdaderas razones de la miseria y la barbarie, tras habar ocultado que la única perspectiva para salir de ellas, ya solo queda por ocultar a la verdadera fuerza para lograrlo. Para ello el altermundialismo se dedica a promocionar toda una cantidad de revueltas y controversias contestatarias, procedentes a menudo del campesinado del Tercer mundo, pero también de los países desarrollados, como el movimiento que anima José Bové o, también, capas pequeño burguesas que se lanzan acá o allá al asalto de poder contra una dictadura corrompida o una república “bananera”. Todas esas revueltas expresan, sin lugar a dudas, una reacción, un rechazo contra la miseria que la crisis provoca en la gran mayoría de la humanidad. Pero ninguna de ellas lleva en sí la menor chispa que pudiera servir para reventar el orden capitalista. Al contrario, esas revueltas permanecen encerradas en el marco capitalista y no poseen ninguna perspectiva constructiva que oponer al orden al que se enfrentan.

Desde hace más de siglo y medio, el movimiento obrero ha sabido mostrar que la única fuerza capaz de transformar de verdad la sociedad es el proletariado.

Este no es la única clase que se alza contra la barbarie capitalista, pero es la única que posee la clave para superarlo. Para ello, no sólo debe reconquistar su unidad internacional, sino también su autonomía de clase respecto a las demás clases de la sociedad. La burguesía lo sabe perfectamente. Si tanto exhibe esas luchas nacionalistas pequeño burguesas es porque así mete al proletariado en un cepo en el que su conciencia y perspectiva no podrán desarrollarse.

Ese tipo de patrañas sirve contra un peligro que no es nuevo para la burguesía: el proletariado es potencialmente capaz de echar abajo su sistema desde que éste entró en su fase de decadencia, o sea a principios del siglo XX. La clase dominante entendió qué peligro era ése desde la Primera Guerra mundial, desde la oleada revolucionaria iniciada en Rusia en octubre de 1917 que amenazó el orden capitalista durante varios años, desde 1919 en Alemania hasta 1927 en China. No ha esperado hasta la última década para diseñar su plan de batalla. En realidad, la clase obrera ha tenido ya que soportar más de un siglo de ataques ideológicos basados en la mentira sobre la verdadera naturaleza de la crisis, de la perspectiva comunista y de las potencialidades de la lucha de clases. La marea altermundialista no es una novedad en la historia del pensamiento burgués frente al proletariado. Pero un impulso semejante pone de relieve que algo ha cambiado en el enfrentamiento ideológico de clase, expresa que ha aparecido la necesidad para la clase dominante de adaptar los medios de mistificación contra el proletariado.

Necesaria renovación ideológica para la burguesía...

“No se cambia un equipo que gana”, suelen decir los especialistas deportivos. En el fondo, los embustes burgueses para impedir que la clase obrera desarrolle su conciencia revolucionaria siguen siendo del mismo tipo, pues deben hacer frente a las mismas necesidades como hemos visto antes. Han sido, tradicionalmente, los partidos de izquierda, socialdemócratas y estalinistas, los transmisores de esos embustes que sirven para ocultar la quiebra histórica del modo de producción capitalista, para proponer alternativas falsas a la clase obrera, para minar cualquiera perspectiva que se abra ante sus luchas.

Son esos partidos los que han sido ampliamente solicitados a finales de los años 60 cuando la crisis actual empezó a desplegarse y sobre todo cuando el proletariado mundial volvió a salir al escenario de la historia, tras cuatro décadas de contrarrevolución (la gran huelga de mayo de 1968 en Francia, el “otoño caliente” italiano de 1969, etc.). Ante el impetuoso auge de las luchas proletarias, los partidos de Izquierda empezaron a proponer “alternativas” de gobierno con la pretensión de que iban a responder a las aspiraciones de la clase obrera. Uno de los temas de esa “alternativa” era que el Estado debía estar mucho más presente en una economía cuyas convulsiones, iniciadas en 1967 al finalizar la reconstrucción posterior a la Segunda Guerra mundial, se iban incrementando sin cesar. Según esos partidos, los obreros debían moderar sus luchas, incluso renunciar a ellas, y expresar en el terreno electoral su voluntad de cambio, permitiendo a esos partidos alcanzar el gobierno para llevar a cabo una política favorable a los intereses de los trabajadores. Desde entonces, los partidos de izquierdas, especialmente la socialdemocracia pero también los partidos llamados “comunistas” como en Francia, han participado en numerosos gobiernos para aplicar una vez en ellos, no, ni mucho menos, una política de defensa de los trabajadores sino de gestión de la crisis y de ataque a sus condiciones de vida. El desmoronamiento a finales de los años 80 del bloque del Este y de los regímenes supuestamente “socialistas” fue un duro golpe a los partidos que se reivindicaban de esos regímenes, los partidos “comunistas”, los cuales perdieron gran parte de la influencia que tenían en la clase obrera.

Y así, ahora que frente la agravación de la crisis del capitalismo, la clase obrera se ve impulsada a volver a los caminos de la lucha, a la vez que en su seno está volviendo a encenderse la llama de la reflexión sobre los retos de la situación actual de la sociedad, los partidos que representaban tradicionalmente la defensa del capitalismo en las filas obreras sufren un desprestigio considerable que les impide ocupar el lugar que ocuparon en otros tiempos. Por eso no son la avanzadilla de las grandes maniobras destinadas a desviar el descontento y los interrogantes de la clase obrera. Y es el movimiento altermundialista el que, por ahora, está en primera fila, y eso que lo único que hace es recuperar lo esencial de los temas que, en el pasado, tanto juego le dieron a la Izquierda. Es, por lo demás, esto último lo que explica que esos mismo partidos (singularmente los “comunistas”) anden chapoteando en las charcas del movimiento altermundialista, por muy discretos y hasta “críticos” que sean, permitiendo así que ese movimiento aparezca como algo verdaderamente “novedoso” ([1]) y no desprestigiado de entrada.

Esta notable convergencia entre las mistificaciones de la “vieja izquierda” y las del altermundialismo, puede ponerse de relieve en torno a unos cuantos de los temas centrales de éste.

... o los mismos perros con distintos collares

Para dar un bosquejo de los grandes temas de la corriente altermundialista vamos a apoyarnos en los escritos de ATTAC, que aparece como el “teórico” principal de esa corriente.

Esta organización (ATTAC: Asociación para el impuesto de las transacciones financieras y de ayuda a los ciudadanos) nació oficialmente en junio de 1998, tras una serie de contactos en torno a un editorial de Ignacio Ramonet, director del mensual francés le Monde diplomatique de diciembre de 1997. Para ilustrar el éxito del movimiento altermundialista, ATTAC tenía ya más de 30 000 miembros a finales del 2000. Hay, entre ellos, más de 1000 personas morales (sindicatos, asociaciones, asambleas locales), unos cien diputados franceses, muchos funcionarios, sobre todo profesores, y cantidad de famosos, políticos o artistas, organizados en unos 250 comités locales.

Ese poderoso instrumento ideológico se creó sobre la idea de la  “tasa Tobin”, del nombre del premio Nobel de economía, James Tobin, para quien un impuesto de 0,05 % en las transacciones de cambio de divisas permitiría su regulación, evitando los excesos de la especulación. Para ATTAC, ese impuesto permitiría, sobre todo, recoger fondos que luego se dedicarían al desarrollo de los países más pobres ([2]).

¿Por qué ese impuesto? Precisamente para, a la vez, frenar y sacar provecho (lo cual es de lo más contradictorio: ¿cómo querer que desaparezca algo de lo que se saca provecho?) de esas transacciones de cambio, y más en general financieras, símbolo de esa globalización de la economía que, grosso modo, hace más ricos los ricos y más pobres a los pobres.

El punto de partida del análisis de la sociedad actual que hace ATTAC es éste:

“La globalización financiera agrava la inseguridad económica y las desigualdades sociales. Elude y minimiza lo escogido por los pueblos, las instituciones democráticas y los Estados soberanos a cuyo cargo está el interés general. Les sustituye lógicas estrictamente especulativas que no expresan más que los intereses de las empresas transnacionales y de los mercados financieros” ([3]).

¿Qué origen tiene, según ATTAC, esta evolución económica? Estas son las respuestas:

“Uno de los hechos notables del final del siglo XX ha sido el auge de las finanzas de la economía mundial: es el proceso de globalización financiera, resultado de la opción política impuesta por los gobiernos de los países miembros del G7”.

La explicación del cambio habido a finales del siglo XX se da más lejos:

“En el marco del compromiso “fordista”  ([4]), que funcionó hasta los años 1970, los dirigentes concluían acuerdos con los asalariados, organizando un reparto de las ganancias de productividad en el seno de la empresa, lo cual permitió mantener el reparto del valor añadido. El advenimiento del capitalismo accionarial rubrica el final de ese régimen. El modelo tradicional, llamado “stakeholder”, que considera la empresa como una comunidad de intereses entre sus tres asociados ha dejado el sitio a un nuevo modelo, llamado “shareholder”, que da primacía absoluta a los intereses de los accionistas poseedores del capital-acciones, es decir de los fondos propios de las empresas” ([5]). Además: “El objetivo prioritario de las empresas cotizadas en Bolsa es “crear valor accionarial” (shareholder value), o sea, hacer que suban la cotización de sus acciones para generar plusvalías, aumentando así la riqueza de sus accionistas” ([6]).

También, según los altermundialistas, la nueva opción de los gobiernos de los países del G7 ha acarreado una transformación de las empresas. Las multinacionales o las grandes instituciones financieras, al haber dejado de sacar sus ganancias de la producción de mercancías, “presionan a las empresas para que repartan el máximo de dividendos en detrimento de unas inversiones productivas con rendimiento diferido”.

No vamos a multiplicar aquí las citas del movimiento altermundialista. Las expuestas bastan para poner de relieve tres cosas:

  • que ese movimiento no ha descubierto nada;
  • el carácter perfectamente burgués de su ideología;
  • el peligro que acarrean para la clase obrera las ideas de que es portador el movimiento altermundialista.

De este modo, las “transnacionales” que hoy se habrían liberado de la autoridad de los Estados se parecen mucho a las “multinacionales” estigmatizadas por los partidos de Izquierda en los años 70 por ese mismo pecado. En realidad, esas “multinacionales” o “transnacionales” tienen una “nacionalidad” y es la de sus accionarios mayoritarios. En realidad, esas multinacionales son la mayoría de las veces grandes empresas de los estados más poderosos, empezando por Estados Unidos y son los instrumentos, junto a los medios militares y los diplomáticos, de la política imperialista de esos Estados. Y cuando tal o cual Estado nacional (como el de una “republica bananera”) está sometido a las órdenes de tal o cual gran “multinacional”, eso no es más que la expresión de la sumisión imperialista de ese Estado a la gran potencia de la que depende la multinacional.

Ya en los años 70, la izquierda exigía “más Estado” para limitar el poder de esos “monstruos modernos” y garantizar un reparto más “equitativo” de las riquezas producidas. ATTAC y compañía no han inventado nada. Pero sobre todo es importante subrayar aquí la gran mentira que contiene esa idea: el Estado nunca ha sido un instrumento de defensa de los intereses de los explotados. Es básicamente un instrumento de preservación del orden social existente y, por lo tanto, de defensa de los intereses de la clase dominante y explotadora. En algunas circunstancias, y para asumir mejor su función, el Estado podrá oponerse a tal o cual sector de esa clase. Así ocurrió en los albores del capitalismo cuando el gobierno inglés estableció reglas para limitar la intensidad de la explotación de los obreros, especialmente de los niños. Algunos capitalistas fueron perjudicados, pero esa medida debía permitir que la fuerza de trabajo, que es la creadora de toda la riqueza del capitalismo, no fuera destruida a gran escala antes de haber alcanzado la edad adulta. De igual modo, cuando el Estado hitleriano perseguía cuando no liquidaba a algunos sectores de la burguesía (los burgueses judíos o los burgueses “demócratas”), eso, evidentemente, no tenía nada que ver con no se sabe qué defensa de los explotados.

El Estado del Bienestar es básicamente un mito destinado a que los explotados acepten que siga la explotación capitalista y se perpetúe la dominación burguesa. Cuando la situación económica se agrava, el Estado, de “izquierdas” o de “derechas” está obligado a quitarse la careta: es el órgano que decreta el bloqueo de los salarios, el que ordena los cortes en los “presupuestos sociales”, los gastos de salud, los subsidios de desempleo y las pensiones por jubilación. Es también el Estado, mediante sus fuerzas represivas, el que acude con sus porras y granadas lacrimógenas, sus detenciones y sus balas si llega el caso, para hacer entrar en razón a los obreros que se nieguen a aceptar los sacrificios que se les quiere imponer.

En realidad, detrás de las ilusiones que los altermundialistas, siguiendo la tradición de la Izquierda clásica, intentan sembrar a propósito de las “multinacionales” y del Estado defensor de los intereses de los “oprimidos”, subyace la idea de que podría existir un “buen capitalismo” que habría que oponer al “mal capitalismo”.

Esa idea alcanza el no va más en la caricatura y la ridiculez cuando ATTAC “descubre” que desde ahora la motivación principal de los capitalistas sería sacar ganancias, adornando ese “descubrimiento” con toda una palabrería rimbombante sobre la diferencia entre los “stakeholders” y los “shareholders”. Hace ya francamente muchos lustros que los capitalistas invierten para extraer ganancias. Bueno, en realidad, es lo que siempre han hecho desde que el capitalismo existe.

En cuanto a las “lógicas estrictamente especulativas” que se deberían a “la globalización financiera”, tampoco han estado esperando a no se sabe qué reunión del G7 de estos últimos años o a que llegara al poder Margaret Thatcher y su amigo Reagan. La especulación es casi tan vieja como la economía capitalista. Ya a mediados del siglo XIX, Marx dejó claro que cuando se acerca una nueva crisis de sobreproducción, los capitalistas tienen tendencia a preferir la compra de valores especulativos a las inversiones en lo productivo. En efecto, de manera muy pragmática, los burgueses han comprendido que si los mercados están saturados, las mercancías producidas gracias a las máquinas compradas a lo mejor no se vendían, impidiendo así tanto la obtención de la plusvalía en ellas contenida (gracias a la explotación de los obreros que han hecho funcionar esas máquinas) como el reembolso del capital avanzado. Por eso decía Marx que las crisis comerciales parecían ser resultado de la especulación cuando en realidad eran su signo anunciador. De igual modo, los movimientos especulativos que hoy observamos plasman la crisis general del capitalismo, y en ningún modo son el resultado de la falta de civismo de este o aquel grupo de capitalistas.

Más allá, sin embargo, de lo estúpido y risible que sea el “análisis científico “ de los “peritos” de la  altermundialización, hay una idea que los defensores del capitalismo han utilizado desde hace mucho tiempo para impedir que la clase obrera se oriente hacia su perspectiva revolucionaria. Ya Proudhon, el socialista pequeño burgués de mediados del XIX, intentó distinguir lo “bueno” de lo “malo” del capitalismo. Se trataba para los obreros de apoyarse en “lo bueno” para así proponer una especie de “comercio equitativo” y de autogestión de la industria (las cooperativas).

Más tarde, toda la corriente reformista en el movimiento obrero, por ejemplo su “teórico” principal, Bernstein, intentó defender la capacidad del capitalismo (a condición de que éste esté obligado por una presión de la clase obrera en el marco de las instituciones burguesas, como los parlamentos) para ir satisfaciendo cada vez más los intereses de los explotados. Las luchas de la clase obrera debían pues servir para que triunfaran los “buenos” capitalistas contra los “malos”, los cuales, por egoísmo o miopía, se oponían a esa evolución “positiva” de la economía capitalista.

Hoy, ATTAC y sus amigos nos proponen volver al “compromiso fordista” que prevalecía antes de la llegada de esos brutales y desalmados del “todo para la finanza”, que “preservaría el reparto del valor añadido” entre trabajadores y capitalistas. Así, la corriente altermundialista hace una contribución de primer orden al arsenal de embustes de la burguesía:
– al hacer creer que el capitalismo tendría los medios de volver atrás en sus ataques contra la clase obrera, cuando éstos, en realidad, son resultado de una crisis que el sistema es incapaz de superar;
– dando a entender que hoy podría haber un terreno de entendimiento posible, un “compromiso” entre trabajo y capital.

En resumen, llaman a los obreros no a combatir el modo de producción capitalista, responsable de la agravación de su explotación, de su miseria y del conjunto de la barbarie que se desencadena actualmente en el mundo, sino a movilizarse en defensa de una variante quimérica de ese sistema. O sea, a renunciar a la defensa de sus intereses y a capitular ante los de su mortal enemigo, la burguesía.

Puede entonces entenderse perfectamente por qué esa clase, por mucho que algunos de sus sectores critiquen las ideas altermundialistas, ostenta la mayor indulgencia hacia ese movimiento y lo promueve.

La denuncia firme del movimiento altermundialista como algo de esencia burguesa, la intervención más amplia posible contra unas ideas peligrosas, son prioridades para todos aquellos elementos del proletariado conscientes de que el único mundo hoy posible es el comunismo, y que éste solo podrá construirse resueltamente en contra de la burguesía y todas sus ideologías mistificadoras, cuyo último engendro es el altermundialismo. Y como tal, hay que combatirlo con la misma determinación que a la socialdemocracia o al estalinismo.

Günter


[1] Cabe señalar que entre los temas preferidos del altermundialismo, hay uno que no pertenece a la tradición de los partidos de izquierda clásicos: el tema ecológico. Eso se debe sobre todo a que la ecología es algo relativamente reciente, mientras que los partidos tradicionales de izquierda basan su ideología en referencias más antiguas (aunque siempre de actualidad para mistificar a los obreros). De todos modos, la Izquierda tradicional ha establecido en casi todos los países alianzas estratégicas con la corriente que ha hecho de la ecología su principal especialidad, los Verdes. Así es en el principal país europeo, Alemania.

[2] Hay que decir que James Tobin se desolidarizó del uso que querían hacer los altermundialistas de su receta. A quienes creen que luchan contra el capitalismo con sus cartuchos, el premio Nobel de la economía capitalista nunca ha ocultado que él está A FAVOR del capitalismo.

[3] “Plataforma de ATTAC”, adoptada por la Asamblea constitutiva del 3 de junio de 1998, en Tout sur ATTAC 2002, p. 22.

[4] Ese término se refiere a las tesis de Henry FordI, fundador de una de las mayores multinacionales de hoy, el cual, tras la Primera Guerra mundial defendía la idea de que los capitalista tenían el mayor interés en pagar buenos salarios a los obreros para así ampliar el mercado para las mercancías producidas. Por eso, a los obreros de Ford se les incitaba a comprar unos coches en cuya fabricación habían participado. Esas tesis, que podían parecer “realistas” en períodos de “prosperidad” y que además podían, en cierto modo, favorecer la “paz social” en las factorías del “buen rey Henry”, se derritieron como nieve al sol, cuando la “Gran depresión” de los años 30 cayó sobre Estados Unidos y el resto del mundo (NDLR).

[5] “Licenciements de convenance boursière : les règles du jeu du capitalisme actionnarial” (Despidos y conveniencia bursátil: las reglas del juego de capitalismo accionarial), Paris, 2/05/2001, en Tout sur ATTAC 2002, pp. 132-134.

[6] Tout sur ATTAC 2002, p. 137.

 

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El medio político proletario frente a la guerra - Sectarismo en el propio campo internacionalista

El medio político proletario frente a la guerra

Sectarismo en el propio campo internacionalista

El año 2003 ha estado marcado por un paso muy serio del capitalismo mundial hacia el abismo: la segunda guerra del Golfo y la aparición de un atolladero militar en un área estratégica del mundo. Una guerra de importancia crucial para los nuevos equilibrios imperialistas, con la intervención y la ocupación angloamericana del Irak y la oposición a ésta de unas potencias imperialistas cada día más antagónicas a EE.UU. Ante estas nuevas matanzas, los principales grupos revolucionarios que forman parte de la Izquierda comunista internacional fueron una vez más capaces de responder a la propaganda de la burguesía con tomas de posición resueltamente internacionalistas. Defendieron el ABC del marxismo contra las campañas ideológicas de la burguesía que pretenden desorientar al proletariado. Esto no significa en absoluto que esas organizaciones defiendan todas las mismas posiciones. Incluso, a nuestro parecer, hay que dejar claro que la intervención de la mayoría de ellas tiene debilidades importantes, especialmente sobre la comprensión histórica la fase de conflictos imperialistas abierta con el hundimiento del bloque del Este y la consecuente disolución del bloque opuesto y sobre la comprensión de lo que está en juego en los conflictos actuales. Estas diferencias expresan la heterogeneidad del difícil proceso de maduración de la conciencia en la clase obrera y en sus vanguardias revolucionarias. En este sentido, mientras no se abandonen los principios de clase, esas diferencias no deben ser temas de oposición frontal entre componentes del mismo campo revolucionario, pero sí justifican totalmente la necesidad del debate permanente entre ellas. Este debate no solo es la condición de la clarificación en el campo revolucionario, sino que también es un elemento de clarificación para delimitarse frente a grupos radicales (trotskismo, anarquismo oficial...) de la extrema izquierda del aparato político de la burguesía. Ha de permitir a las nuevas energías que surgen orientarse ante los diferentes componentes del campo proletario.

Con esta preocupación, nuestra organización hizo un llamamiento a las demás organizaciones revolucionarias cuando empezó la segunda guerra del Golfo, para promover una iniciativa común (documentos, reuniones publicas...) que hubiese permitido “hacer oír las posiciones internacionalistas” ([1]):

“... los actuales grupos de la Izquierda comunista comparten todas estas posiciones fundamentales. La CCI es consciente de esas divergencias y no intenta callarlas. Al contrario, siempre se ha esforzado por señalar en su prensa los desacuerdos que tiene con los demás grupos y luchar contra los análisis que considera falsos. Dicho esto, y conforme con la actitud de los bolcheviques en 1915 en Zimmerwald como con la de la Izquierda italiana en los años 30, la CCI considera que incumbe a los verdaderos comunistas la responsabilidad de presentar al conjunto de la clase las posiciones fundamentales del internacionalismo de la forma más amplia posible. Según nosotros, esto supone que los grupos de la Izquierda comunista no se conformen con su intervención propia aislada de los demás, sino que se asocien para expresar en común sus posiciones comunes. La CCI considera que una intervención común de los diferentes grupos de la Izquierda comunista tendría un impacto político en la clase obrera mucho más allá que la simple suma de sus fuerzas respectivas, que ya sabemos todos, son muy débiles actualmente. Por estas razones, la CCI propone a los grupos citados reunirse para discutir juntos de los medios posibles que permitirían a la Izquierda comunista hablar con una sola voz en favor de la defensa del internacionalismo proletario, sin prejuzgar o cuestionar la intervención específica de cada uno de los grupos” ([2]).

Este llamamiento fue mandado:
– al Buró internacional para el Partido revolucionario (BIPR),
– al Partito comunista internazionale (Il Comunista, le Prolétaire),
– al Partito comunista internazionale (Il Partito, llamado “de Florencia”),
– al Partito comunista internazionale (Il Programma comunista).

Fue desgraciadamente rechazado por escrito (por el PCI-le Prolétaire y el BIPR) cuando no ignorado. Ya dimos cuenta de las respuestas así como de nuestras tomas de posición sobre estas respuestas y sobre los silencios de los demás grupos en la Revista internacional nº 113, op. cit.).

Este artículo tiene claramente dos objetivos. Por un lado, al analizar las tomas de posición de los principales grupos proletarios frente a la guerra, pondremos en evidencia que existe realmente un medio político proletario (sea cual sea la conciencia que tienen de éste los grupos que lo constituyen) que se distingue, por su fidelidad al internacionalismo proletario, de las diversas formaciones izquierdistas con verborrea revolucionaria y de las organizaciones abiertamente burguesas o interclasistas. Por otro lado, nos centraremos en ciertas divergencias que tenemos con ellos para demostrar que corresponden por su parte a visiones erróneas; pero que no son en nada un obstáculo para cierta unidad de acción frente a la burguesía mundial. Más aun, pondremos de manifiesto que estas divergencias, por sinceras que sean, las utilizan estos grupos como pretextos para rechazar esta comunidad de acción.

Existe realmente un medio político proletario,
piensen lo que piensen sus componentes

En su carta de llamamiento a los grupos revolucionarios, hicimos resaltar los criterios que a nuestro parecer y más allá de las divergencias que puedan existir sobre otras cuestiones, eran una base mínima suficiente para deslindar el campo revolucionario del de la contrarrevolución:

“1) La guerra imperialista no es el resultado de una política “mala” o “criminal” de tal o cual gobierno o sector particular de la clase dominante; el capitalismo como un todo es el responsable de la guerra imperialista.

“2)En este sentido, frente a la guerra imperialista, la posición del proletariado y de los comunistas no puede en ningún momento ser la de alinearse, aunque sea de forma “crítica”, tras una u otra de las fuerzas en conflicto; concretamente, denunciar la ofensiva norteamericana en Irak no significa de ningún modo apoyar a ese país o a su burguesía.

“3) La única posición conforme a los intereses del proletariado es la lucha contra el capitalismo como un todo y, por lo tanto, contra todos los sectores de la burguesía mundial, con la perspectiva, no de un “capitalismo pacífico”, sino del derrocamiento del sistema y la instauración de la dictadura del proletariado.

“4) En el mejor de los casos, el pacifismo no es sino una ilusión pequeñoburguesa que tiende a desviar al proletariado de su estricto terreno de clase; lo más a menudo, no es sino un instrumento cínicamente utilizado por la burguesía para arrastrar a los proletarios hacia la guerra imperialista en defensa de los sectores “pacifistas” y “democráticos” de la clase dominante. En este sentido, la defensa de la posición internacionalista proletaria es inseparable de la denuncia sin concesión alguna del pacifismo” ([3]).

Como vamos a ver, todos los grupos a los que hemos escrito han cumplido con estos criterios mínimos en sus tomas de posición.

El PCI Programma comunista establece un marco de análisis muy correcto de la fase actual al afirmar que

“La agonía de un modo de producción basado en la división de la sociedad en clases es mucho más feroz que lo que se puede uno imaginar. Nos lo muestra la historia: a la vez que los cimientos sociales están atravesados por tensiones incesantes y contradicciones, las energías de la clase dominante se movilizan para sobrevivir a toda costa – y así se precisan los antagonismos y aumentan las tendencias a la destrucción, se multiplican los enfrentamientos en el plano comercial, político y militar. En todas sus capas, en todas sus clases, la sociedad entera está atravesada por una fiebre que la devora por todas partes y alcanza a todos sus órganos” ([4]).

Il Partito de Florencia como le Prolétaire también contribuyen a esclarecer el marco al precisar que la guerra no la provocan fulano o mengano, designados como los malos, sino que resulta de un enfrentamiento imperialista a escala mundial:

“El frente del Euro no porque resiste representa una fuerza de paz en oposición al frente belicoso del Dólar, sino uno de los campos en el enfrentamiento general imperialista hacia el que corre el régimen del capital” ([5]).

“La guerra contra Irak, a pesar de la disparidad de fuerzas, no puede ser considerada como una guerra colonial, sino que es en todos sus aspectos una guerra imperialista en ambos frentes, aunque sea menor y menos desarrollado el Estado combatido no deja de ser burgués y expresión de una sociedad capitalista” ([6]).

“El pretendido “campo de la paz”, o sea los Estados imperialistas que consideran como un perjuicio a sus intereses el ataque norteamericano contra Irak, temen que, fortalecido por su victoria rápida, EE.UU. les haga pagar cara su oposición, aunque solo sea excluyéndolos de la región. Las miserables rivalidades imperialistas que oponen los Estados se evidencian a todas luces. Los norteamericanos declaran que Francia y Rusia deberían renunciar generosamente a sus gigantescos créditos a Irak, mientras éstas se indignan de que los contratos para la “reconstrucción” del país sean automáticamente atribuidos a grandes empresas norteamericanas así como la comercialización del petróleo... En cuanto a la famosa “reconstrucción” y a la prosperidad prometida al pueblo iraquí, basta con ver lo que ocurre con la reconstrucción en Afganistán o la situación en la antigua Yugoslavia –ambas regiones en donde siguen presentes tropas occidentales– para entender que para las burguesías de ambos lados del Atlántico, no se trata más que de reconstruir las instalaciones necesarias a la rentabilidad de la producción y de asegurar la prosperidad de las empresas capitalistas” ([7]).

Tales posiciones no dejan ningún lugar a la defensa, aunque sea crítica, de uno u otro campo. Son, al contrario, para esos grupos el firme pedestal para denunciar a esos países y a las fuerzas políticas que ocultan hipócritamente sus propias intenciones imperialistas tras las banderas de la defensa de la paz.

Así es como, para Il Partito, “la pretendida condena común, fácil y al unísono de la guerra (por parte de los países occidentales, ndlr) está basada en un equivoco incontestable, puesto que esta aspiración tiene un origen y un significado diferente, sino opuesto, para las clases antagónicas.

“El “partido europeo”, representante del gran capital y de la gran finanza establecidos de este lado del Atlántico, hoy cada vez más competidor y rival de los norteamericanos, ha tomado posición contra esta guerra. Esto no significa que los magnates de las finanzas salgan a la calle con banderas, sino que controlan los poderosos aparatos de los media, los partidos y sindicatos fieles al régimen para que orienten la frágil opinión pública hacia la derecha o la izquierda. De hecho, si las guerras son para el capital a menudo “injustas”, no les impide ser “necesarias”. Resulta muy fácil distinguirlas: las que son “necesarias” son las que uno gana, las “injustas” son las que ganan los demás. Por ejemplo: para los capitalistas europeos, dispuestos a repartirse de forma salvaje y horrible la antigua Yugoslavia, los bombardeos sobre Belgrado (casi peores que los que han arrasado Irak) eran “necesarios”; los bombardeos sobre Bagdad, por contrario, en los que ven los ricos contratos petrolíferos en peligro de ser rápidamente anulados por la “nueva administración democrática” impuesta por los “libertadores”, son “injustos”” ([8]).

Para Programma comunista, “Ni un solo hombre, Ni un solo centavo para las guerras imperialistas: lucha abierta contra su propia burguesía nacional, italiana o estadounidense, alemana o francesa, serbia o iraquí” ([9]).

Para Il Partito comunista, “los gobiernos de Francia y Alemania, apoyados por Rusia y China, solo se oponen hoy a esta guerra para defender sus propios intereses imperialistas, amenazados por la ofensiva de Estados Unidos en Irak y la región” ([10]).

Para el BIPR, “el verdadero enemigo de los USA (...) es el euro, que está amenazando peligrosamente la hegemonía absoluta del dólar” ([11]).

En coherencia con todo lo precedente, la única actitud consecuente es la de una lucha a muerte contra el capital, sean cuales sean las prendas con las que se presente, y de una denuncia sin reservas del pacifismo. Es precisamente lo que hicieron estos grupos y en particular el BIPR:

“Europa –y en particular el eje franco-alemán– intenta dificultar los planes militares norteamericanos jugando de momento la baza del pacifismo, y así ha armado una trampa ideológica en la que ya han caído muchos. Ya lo sabemos, y lo demuestran los hechos, que ningún Estado europeo, cada vez que ha sido necesario, ha vacilado en hacer prevalecer sus intereses económicos con la fuerza de las armas. Lo que hoy se perfila es un nuevo nacionalismo... supranacional, europeo, ya implícito en muchas declaraciones de los “desobedientes”. La referencia misma a una Europa de los derechos del hombre y de los valores sociales, opuesta al individualismo exacerbado de los norteamericanos, es la presunción de un alineamiento futuro a favor de los objetivos de la burguesía europea en su confrontación final con la burguesía norteamericana” ([12]).

“En gran parte de las “izquierdas” parlamentarias y de sus apéndices “movimentistas” (amplios sectores del movimiento altermundialista), se hace referencia a una Europa de los derechos del hombre y de los valores sociales, opuesta al individualismo exacerbado de los norteamericanos. Intentan así hacer olvidar que esa misma Europa, a propósito de “valores sociales”, es la que ha estado aumentando sin cesar los recortes en las jubilaciones (las pretendidas “reformas de las pensiones”); y es esa misma Europa la que ya ha echado a la calle a millones de trabajadores y que ahora se esfuerza en reducir aun más la fuerza de trabajo a pura mercancía “desechable” mediante una precariedad progresiva y devastadora” ([13]).

Todo esto demuestra entonces la existencia de un mismo campo que se mantiene fiel a los principios del proletariado, el de la Izquierda comunista, sea cual sea la conciencia que tienen de ésta los grupos que la componen.

Lo que no impide, como ya hemos dicho, que existan divergencias a menudo importantes entre la CCI y estos grupos, como lo vamos a ver. El problema no está en la existencia de estas divergencias, sino en el que estos grupos las utilizan para justificar su rechazo de una respuesta común frente a una situación particularmente grave y también en el que no hacen nada para que sean esclarecidas las cuestiones en un debate público serio.

Referencias a Lenin invocadas fuera de lugar para justificar la inacción común

En el nº 113 de la Revista internacional, ya dimos una respuesta a la critica de “frentismo” que nos hizo le Prolétaire y a la de “idealismo” que nos hizo el BIPR, que así intentan explicar los pretendidos errores de análisis de la CCI. Seguimos sin haber recibido respuestas a nuestra argumentación, con excepción de un articulo publicado en el nº 466 de le Prolétaire. Según esta organización, el querer hacer caso omiso del desacuerdo que nos diferencia sobre el tema del derrotismo revolucionario justifica plenamente la crítica de “frentismo” que nos dirige a propósito de nuestro llamamiento a una acción común.

Resulta entonces necesario volver sobre la cuestión del derrotismo revolucionario a la luz del artículo de le Prolétaire. Éste contiene un elemento nuevo sobre el que nos centraremos:

“No es verdad que las organizaciones situadas en esta categoría estén de acuerdo en lo esencial, que compartan una posición común, aunque solo sea sobre la cuestión de la guerra y del internacionalismo. Por contrario, se oponen sobre cuestiones políticas y programáticas que mañana serán vitales para la lucha proletaria y para la revolución, de igual modo que ya hoy se oponen sobre las orientaciones y directivas de acción que dar a los pocos elementos en búsqueda de posiciones clasistas.

“Sobre la cuestión de la guerra en particular, hemos hecho hincapié en la noción de derrotismo revolucionario porque desde Lenin es la que caracteriza la posición comunista en las guerras imperialistas. Ahora bien, la CCI está precisamente opuesta al derrotismo revolucionario. ¿Cómo entonces podría ser posible expresar en común una posición que en el fondo, en cuanto se profundiza un poco, cuando se va más allá de las grandes y bellas frases sobre el derrumbamiento del capitalismo y la dictadura del proletariado, no existe? Una acción común no seria posible más que consintiendo en borrar o atenuar divergencias irreconciliables, o sea escondiéndolas a los proletarios con respecto a quien se interviene ampliamente, consintiendo en presentar a aquellos militantes de otros países que se quiere conseguir una imagen falsa de una “izquierda comunista” unida sobre lo esencial, o sea engañándolos. Disimular sus posiciones, puesto que a eso conducen, se quiera o no, estas propuestas unitarias, queriendo alcanzar unos pocos objetivos inmediatos o contingentes, ¿no es precisamente la definición clásica del oportunismo?” ([14]).

El PCI persiste en querer ignorar nuestro argumento según el cual:

“Hablar de “frentismo” y de “mínimo común denominador”, no sólo impide que salgan a la luz las divergencias entre internacionalistas sino que es además un factor de confusión en la medida en que la verdadera divergencia, la frontera de clase que separa a los internacionalistas de toda la burguesía, desde la derecha a la extrema izquierda, se pone en el mismo plano que las divergencias entre internacionalistas” ([15]).

También observamos que ya sea por ignorancia (es decir desprecio por la crítica de posiciones políticas, lo cual es un defecto importante en una organización revolucionaria) sea por gusto de la polémica fácil, el PCI no refiere la posición de la CCI sobre la cuestión del derrotismo revolucionario. Se limita en decir que “la CCI está precisamente opuesta al derrotismo revolucionario”, dejando así campo abierto a cualquier interpretación de nuestra posición, y, por qué no, que la CCI estaría en favor “de la defensa de la patria” en caso de ataque por parte de otras potencias. Conviene entonces recordar cuál es nuestra posición sobre el tema, tal como la defendimos ya cuando la primera guerra del Golfo. Afirmamos entonces:

“Esta consigna fue lanzada por Lenin durante la Primera Guerra mundial. Representaba una denuncia de las dilaciones de los elementos “centristas”, los cuales, a pesar de decirse de acuerdo “en principio” para negarse a toda participación en la guerra imperialista, preconizaban sin embargo la necesidad de esperar a que los obreros de los “países enemigos” estuvieran dispuestos a lanzarse a luchar contra la guerra antes de llamar a los del “propio país” a hacer lo mismo. Para argumentar esta posición, anteponían el argumento de decir que si los proletarios de un país se adelantaban por esta vía, favorecerían la victoria del “país enemigo” en la guerra imperialista. Cara a este “internacionalismo” condicional, Lenin contestó con razón que la clase obrera de un país cualquiera no tenía el menor interés en común con “su” burguesía, añadiendo que, además, la derrota de ésta no podía sino favorecer su lucha propia, como ocurrió cuando la Comuna de París (favorecida por la derrota de Francia contra Prusia) o cuando la Revolución de 1905 en Rusia (favorecida por la derrota contra Japón). Concluía de esta constatación que cada proletariado debía “desear” la derrota de “su” burguesía. Esta posición ya era errónea en aquel entonces, en la medida en que implicaba que los revolucionarios de cada país debían reivindicar para “su” proletariado las condiciones más favorables para la revolución proletaria, cuando es mundialmente, y para empezar en los países avanzados (los cuales estaban todos metidos en aquella guerra), donde ha de realizarse la revolución. Sin embargo, la debilidad de esta consigna jamás llevó a Lenin a cuestionar el internacionalismo más intransigente (¡y fue precisamente esta intransigencia la que provocó aquel “patinazo”). En particular, jamás se le habría ocurrido a Lenin apoyar a la burguesía de un país “enemigo”, incluso si en toda lógica esto hubiese podido deducirse de su “deseo”. En cambio, esta consigna fue utilizada más tarde y a menudo por los partidos burgueses pretendidamente “comunistas” para justificar su participación en la guerra imperialista. Así es como por ejemplo los estalinistas franceses “volvieron a descubrir” las virtudes del “internacionalismo proletario” y del “derrotismo revolucionario” tras la firma del Pacto germano-soviético en 1939, tras haberlas olvidado durante mucho tiempo, y volvieron a “olvidarse” de ellas y con la misma rapidez en cuanto Alemania entró en guerra contra la URSS en 1941. También los estalinistas italianos utilizaron ese “derrotismo revolucionario” para justificar, después de 1941, su política al mando de la “resistencia” contra Mussolini. Hoy en día, en nombre de este “derrotismo revolucionario” los trotskistas de todos los países implicados en la guerra de Irak justifican el apoyo a Sadam Husein” ([16]).

Así pues, no es el método adoptado por la CCI el que debe ponerse en entredicho, sino el de sus críticos, los cuales no han asimilado con profundidad las consignas del movimiento obrero de la primera oleada revolucionaria mundial de 1917-23.

Una vez clarificadas estas cuestiones en torno al derrotismo revolucionario, ¿hemos de persistir pensando que las divergencias que hemos puesto en evidencia no son un obstáculo a una respuesta común de los diversos grupos frente a la guerra? A pesar de los errores de los grupos a los que estaba dirigido el llamamiento, consideramos sin embargo que éstos no significan un cuestionamiento de sus posiciones internacionalistas. Estos grupos internacionalistas no son aquellos traidores estalinistas o trotskistas que se aprovecharon de la ambigüedad de la consigna para legitimar la guerra. Son formaciones políticas proletarias que no han sido capaces, por varias razones, de “poner sus relojes en hora” sobre ciertas cuestiones del movimiento obrero.

Sectarismo con la Izquierda comunista y oportunismo con el izquierdismo

Recordemos que el BIPR piensa que las divergencias con la CCI son demasiado importantes para permitir una respuesta común con respecto a la guerra. Sin embargo, el siguiente pasaje de una hoja de Battaglia comunista, uno de los dos componentes del BIPR, expresa, al contrario, una convergencia de fondo sobre el análisis de la dinámica de la relación de fuerzas entre proletariado y burguesía, precisamente el tema en el que el BIPR considera tan diferentes nuestros puntos de vista:

“En ciertos aspectos, ya no se necesita el alistamiento en el frente de la clase obrera para la guerra: basta con que se quede en casa, en las fábricas y oficinas, trabajando para la guerra. El problema se plantea cuando esta clase se niega a trabajar para la guerra y se transforma inmediatamente en obstáculo serio al desarrollo de la guerra misma. Eso (y de ningún modo las manifestaciones por importantes que sean de los ciudadanos pacifistas y menos aun las veladas con sermones del Papa) sí que es un freno a la guerra: eso sí que la puede impedir” ([17]).

Este pasaje expresa la idea totalmente correcta según la cual guerra y lucha de clases no son variables independientes una de otra sino que son antitéticas, en el sentido en que cuanto más está alistada la clase obrera, tanto más libres tiene las manos la burguesía para hacer sus guerras; y de igual modo, cuanto más “se niega la clase a trabajar para la guerra”, tanto más “se transforma en obstáculo serio ante el desarrollo de la guerra misma”. Tal como está expresada aquí en boca de Battaglia comunista ([18]), esta idea es muy parecida a la que sirve de base a nuestra noción de curso histórico, resultante histórica de las dinámicas puestas de manifiesto más arriba: la tendencia permanente del capitalismo a la guerra y la tendencia histórica de una clase obrera que no ha sido vencida hacia enfrentamientos decisivos contra la clase enemiga. Y sin embargo Battaglia sigue acusándonos de idealismo al criticar esa posición. Sobre el tema, como en otros diversos puntos en los que Battaglia nos acusa de no enfrentarnos a la situación actual y refugiarnos en nuestro “idealismo”, señalamos al lector que hemos contestado en detalle en varios artículos y directamente en varias polémicas ([19]).

Al observar la actitud puntillosa del BIPR con respecto al examen de sus divergencias con la CCI, hubiésemos esperado una actitud parecida por parte de esta organización con respecto a los demás grupos. Y no es así.

Aquí nos referimos a su actitud con su grupo simpatizante y representante político en norteamérica, el “Internationalist Worker’s Group” (IWG) que publica Internationalist Notes. Este grupo ha intervenido junto con anarquistas y ha tenido una reunión publica común con Red and Black Notes, con consejistas y con la “Ontario Coalition Against Poverty” (OCP), especie de grupo típicamente izquierdista y activista. El IWG acaba de publicar una toma de posición en solidaridad con los “compañeros” del OCP encarcelados tras haber sido detenidos por vandalismo en las recientes manifestaciones contra la guerra en Toronto. También ha organizado una reunión publica común con “compañeros anarco-comunistas” en Québec.

Si nosotros estamos convencidos de la necesidad de estar presentes para favorecer la influencia de la Izquierda comunista en los debates de los grupos políticos del pantano, o sea ese espacio en el que las posiciones vacilan entre las de los revolucionarios y las de la burguesía, nos ha dejado sin embargo desconcertados, es lo menos que podemos decir, el método utilizado. Este método consiste en una “apertura” totalmente opuesta a la política de rigor ostentada por el BIPR europeo. Teniendo en cuenta esta diferencia de método, o sea de principios, hemos pensado poder mandar también al IWG una llamada a una iniciativa común, que entre otras cosas decía:

“Si entendemos bien, el rechazo del BIPR [a una acción común] está esencialmente basado en que existen, según él, demasiadas diferencias entre nuestras posiciones respectivas. Citamos la carta que nos ha mandado el Buró: “una acción unida contra la guerra, como sobre cualquier otro tema, no puede considerarse más que entre compañeros bien definidos y políticamente identificados sin el menor equivoco, que comparten las mismas posiciones y las consideran todas esenciales”.

“Nos hemos enterado sin embargo, por el sitio Web del BIPR y también por la prensa (ultimo numero de Internationalist Notes y hojas de Red & Black), que Internationalist Notes en Canadá había cerebrado una reunión común contra la guerra con anarco-comunistas de Québec y con activistas libertarios-comunistas de consejos y “antipobreza” en Toronto. Aparentemente, a pesar de que existan diferencias substanciales entre la CCI y el BIPR sobre varias cuestiones, éstas son insignificantes comparadas con las que existen entre la Izquierda comunista y los anarquistas (por mucho que éstos peguen el término “comunista” al término “anarquista”) y los activistas “contra la pobreza”, los cuales en su sitio Web no afirman ni una sola posición anticapitalista. Hemos de concluir entonces que el BIPR tiene dos estrategias diferentes para su intervención contra la guerra: una para el continente norteamericano y otra para Europa. Las razones invocadas para rechazar una acción común con la CCI en Europa no se aplican a Canadá o Estados Unidos.

“Mandamos entonces específicamente esta carta a Internationalist Notes, como representantes del BIPR en Norteamérica, para reiterar la propuesta que ya hemos hecho al BIPR en su conjunto” ([20]).

Nunca se nos ha contestado a esta carta, lo que expresa ya de por sí una actitud extraña a la política comunista revolucionaria, lo que expresa una actitud en la que se toma posición políticamente en función de sus humores y de lo que menos incomoda ([21]).

Si no hubo la menor respuesta a esta carta, no es por casualidad sino porque no podía haber la menor respuesta coherente posible sin pasar por una autocrítica. Además, la política de la IWG en América del Norte no es algo específico de los compañeros norteamericanos; está marcada por la capacidad de conciliar sectarismo y oportunismo como tan bien sabe hacerlo el BIPR: sectarismo con la Izquierda comunista y oportunismo con los demás ([22]).

De forma mas general, el rechazo a nuestro llamamiento no se basa en divergencias bien reales entre nuestras organizaciones, sino más bien en una especie de voluntad sectaria, y a la vez oportunista, de seguir separados unos de otros para poder seguir tranquilamente con sus actividades políticas, cada uno en su rincón sin arriesgarse a ser criticado o tener que vérselas con estos incansables “pesados” de la CCI.

Semejante actitud por parte de estos grupos no es ni fortuita ni reciente. No deja de recordar la de la IIIª Internacional degenerante que se cerró a la Izquierda comunista –o sea al ala más clara y determinada en la definición de las posiciones revolucionarias–, “abriéndose” en cambio ampliamente a la derecha en su política de fusión con las corrientes centristas (los “Terzini” en Italia, el USPD en Alemania) y de “frente único” con la socialdemocracia traidora y verdugo de la revolución. Internationalisme, órgano de la Izquierda comunista de Francia (ICF, los precursores de la CCI) se refiere a este enfoque oportunista de la IC cuando critica en los años 40 la fundación sobre bases oportunistas del Partido comunista internacionalista de Italia, antepasado común a todos los PCInt bordiguistas y de Battaglia comunista:

“Y resulta extraño asistir hoy, 23 años después de la discusión entre Bordiga y Lenin sobre la formación del PC de Italia, a la repetición del mismo error. El método de la IC, tan combatido por la Fracción de izquierdas (de Bordiga) y cuyas consecuencias fueron catastróficas para le proletariado es el que utiliza la misma Fracción para construir el PC de Italia” ([23]).

Se asistió en los años 30 al mismo enfoque oportunista por parte de los trotskistas, en particular contra la Izquierda italiana ([24]). Y cuando ésta sufrió una ruptura en el momento de la fundación del PCInt, la actitud del nuevo partido con respecto a la ICF no dejaba de recordar la del trotskismo. A pesar de que no se puede hablar de degeneración del PCInt recién nacido en aquel entonces, lo que, en cambio, sí decimos de la IC y posteriormente del trotskismo, así como tampoco se puede hablar hoy de degeneración del BIPR o del PCInt, sin embargo su fundación fue un paso atrás respecto a la actividad y al nivel de clarificación alcanzado por la Izquierda italiana (con su revista Bilan) en los años 30. Así criticaba Bilan este oportunismo:

“Compañeros, existen dos métodos de agrupamiento; el que fue utilizado cuando el Primer congreso de la IC, que convidó a todos los grupos y partidos que se reivindicaban del comunismo a participar a la confrontación de sus posiciones. Y el que utilizó Trotski en 1931, cuando “reorganizó” la Oposición internacional y su secretariado, esforzándose en eliminar previamente y sin la menor explicación a la Fracción italiana y otros grupos que la componían (los viejos compañeros ya se acordarán de la carta de protesta que fue mandada por la Fracción italiana a todas las secciones de la Oposición internacional, censurando este acto arbitrario y burocrático de Trotski)” ([25]).

“El PCI nació en la fiebre de las semanas de 1943... no solo dejó a un lado todo el trabajo positivo que había cumplido la Fracción italiana durante el largo periodo entre 1927 y 1944, sino que en muchos puntos la posición del nuevo partido se quedó muy atrás de la que había tenido la Fracción abstencionista de Bordiga en el 21. En particular sobre la cuestión del Frente único político, en la medida en que se habían hecho propuestas de frente único al partido estalinista en ciertas manifestaciones locales, sobre la participación en elecciones municipales y parlamentarias, dejando de lado la vieja posición abstencionista, sobre el antifascismo, cuando se abrieron las puertas de par en par para que ingresaran elementos de la Resistencia, sobre la cuestión sindical, cuando el partido hizo suya la vieja posición de la IC de fracciones en los sindicatos luchado por conquistarlos y, más aun, a favor de la formación de minorías sindicales (la posición y la política de la Oposición sindical revolucionaria).

“En pocas palabras, bajo la apelación de Izquierda comunista internacional, tenemos una formación italiana de tipo trotskista clásico, menos la defensa de la URSS. Es la misma proclamación del Partido sin tener en cuenta el curso reaccionario, la misma política práctica oportunista, el mismo activismo de agitación estéril de las masas, el mismo desprecio por la discusión teórica y la confrontación de ideas, tanto en el partido como hacia el exterior con los demás grupos revolucionarios” ([26]).

Hoy todavía, Battaglia comunista y los PCInts llevan la marca de este oportunismo original. Pero como ya hemos dicho, creemos en la posibilidad y la necesidad de un debate entre los diferentes componentes del campo revolucionario y no abandonaremos ni mucho menos por mucho que se rechacen nuestras propuestas, y por irresponsable que sea este rechazo.

Ezechiele (diciembre de 2003)

 

[1] “La responsabilidad de los revolucionarios frente a la guerra. Propuestas de la CCI a los grupos revolucionarios para una intervención común frente a la guerra y respuestas a nuestro llamamiento”, Revista internacional, no 113).

[2] Ídem.

[3] Ídem.

[4] “De guerra en guerra”, Il Programma comunista, no 3. Es de señalar que estas líneas las escribe una organización que considera que las condiciones y los medios de la lucha proletaria son invariables desde 1848 y que, al ser así, rechaza la noción de decadencia del capitalismo. No podemos sino alegrarnos de que la percepción de la realidad, esta vez, sea más fuerte que el dogma de sus invariables posiciones.

[5] " Contra la guerra y contra la paz del capital, Il Partito comunista, nº 296, febrero de 2003. Dejamos voluntariamente de lado en este artículo la expresión de divergencias secundarias en la cuestión esencial del internacionalismo. Señalemos, sin embargo, que como ya tuvimos ocasión de desarrollarlo en nuestra prensa, es un error caracterizar los campos imperialistas que se enfrentan como el del euro y el del dólar, como podemos comprobarlo con las disensiones en la UE y la zona Euro. Il Partito ¿piensa en serio y contra toda evidencia que Holanda, España, Italia y Dinamarca forman parte con Alemania y Francia de una coalición antiamericana?

[6] La guerra sucia iraquí entre euro y dólar”, Il Partito comunista no 297, marzo-abril de 2003.

[7] “Se acabó la guerra en Irak… sigue la dominación capitalista”. Volante de le Prolétaire, mayo del 2003.

[8] “El pacifismo y la lucha sindical”, Il Partito comunista, no 297, marzo-abril del 2003.

[9] “Réplica de clase a la guerra imperialista”, volante de Programma comunista, marzo del 2003.

[10] “Pacifismo imperialista”, Il Partito comunista, no 296, febrero del 2003.

[11] “¡Ni con Sadam, ni con Bush, ni con Europa!”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003.

[12] “A pesar de la porquería neofascista, el enemigo sigue siendo el capital y sus guerras”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003.

[13] “¡Ni con Sadam, ni con Bush, ni con Europa!”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003.

[14] “Noticias del frentismo político: propuestas unitarias con respecto a la guerra”, le Prolétaire, no 466, marzo-mayo del 2003 (traducción nuestra, subrayados del articulo).

[15] Revista internacional, no 113.

[16] “El medio político proletario frente a la guerra del Golfo”, Revista internacional, no 64.

[17] “A pesar de la porquería neofascista, el enemigo sigue siendo el capital y sus guerras”, volante de Battaglia comunista, marzo del 2003. Subrayado en el original.

[18] Por nuestra parte, Habríamos formulado esa idea de forma un poco diferente, hablando "del rechazo por parte de la clase obrera a sacrificarse por el esfuerzo de guerra", formulación menos restrictiva que la del BIPR, la cual tiene la debilidad de dar a entender que sólo la producción de guerra estaría concernida por el esfuerzo de guerra.

[19] Véase por ejemplo los artículos siguientes, entre los más recientes:
– “Polémica con el BIPR: la lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”, Revista internacional no 100.
– “Discusión con el medio político proletario: la necesidad de rigor y seriedad”, Revista internacional no 101.
– “Debate con el BIPR: la visión marxista y la visión oportunista en la política de la construcción del Partido”, Revista internacional no 103.

[20] Carta mandada por la CCI el 6 de junio del 2003.

[21] Es ésa una práctica normal en varios grupos bordiguistas, coherentes con la visión que tienen de sí mismos de ser cada uno el único depositario de la conciencia de clase y "único" núcleo del futuro partido. Sin embargo, en esta parte caricaturesca de este componente del medio político proletario, existen grupos más responsables que a pesar suyo tienen que admitir que no están solos en el mundo y contestan al correo de los demás grupos, sea por carta o en artículos de prensa.

[22] Véase en particular los artículos “Debate con el BIPR: la visión marxista y la visión oportunista en la política de construcción del Partido”, Revista internacional, nos 103 y 105.

[23] Internationalisme n° 7, febrero del 46, “A propósito del 1er Congreso del Partido comunista internacionalista de Italia".

[24] Véase sobre el tema nuestro libro La Izquierda comunista de Italia, y más particularmente la parte que trata de las “Relaciones entre la Fracción de izquierdas del PC de Italia y la Oposición de izquierda internacional”.

[25] Internationalisme n° 10, mayo del 46, “Carta a todos los grupos de la Izquierda comunista internacional”.

[26] Internationalisme n° 23, junio del 47, “Problemas actuales del movimiento obrero internacional”.

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Corrientes políticas y referencias: 

A propósito de un “balance consejista” de la Revolución de octubre de 1917 - ¿Cómo abordar “el enigma ruso”?

A propósito de un “balance consejista” de la Revolución de octubre de 1917

¿Cómo abordar “el enigma ruso”?

Publicamos aquí una respuesta a uno de nuestros contactos que nos ha escrito para defender lo que este camarada llama “balance consejista de la revolución rusa”. Después de la desaparición del grupo holandés Daad en Gedachte, dejó de existir toda expresión organizada de la corriente consejista en el medio político proletario. Sin embargo, la posición consejista sigue teniendo un fuerte impacto en el movimiento revolucionario actual.

El consejismo pretende rechazar a la vez las posiciones liberales, anarquistas y socialdemócratas por un lado, y, por el otro la posición “leninista”, estalinista y trotskista. Eso lo hace, en un primer momento, enormemente atractivo.

Lo central de la posición consejista, o sea lo que se ha llamado el “enigma ruso”, es muy importante para el movimiento obrero actual y futuro. Se trata de dilucidar si constituye una experiencia que, enfocada de manera crítica –como siempre lo ha hecho el marxismo– servirá de base para una próxima tentativa revolucionaria, o bien –como señala la burguesía, secundada por el anarquismo e indirectamente por el consejismo– sería algo absolutamente rechazable ya que el monstruo del estalinismo tendría sus larvas en el “leninismo” ([1]).

Contestar a la carta tiene el mayor interés, pues este debate nos permite rebatir la posición consejista, contribuyendo así en la clarificación del movimiento revolucionario.

Querido camarada,

Tu texto comienza con un planteamiento de la cuestión que compartimos plenamente: “La comprensión de la derrota de la revolución rusa es una cuestión fundamental para la clase obrera, porque aún vivimos bajo el peso de las consecuencias del fracaso del ciclo revolucionario iniciado por la revolución rusa, sobre todo por el hecho de que la contrarrevolución no asumió la forma clásica de una restauración militar de las relaciones de producción capitalistas clásicas sino la forma de un poder, el estalinismo, que se autodenominaba a sí mismo ‘comunista’, causando un golpe terrible a la clase obrera mundial, que la burguesía aprovecha para causar confusión y desmoralización entre los trabajadores y negar el comunismo como perspectiva histórica de la humanidad. Para lo cual nos hace falta realizar un balance histórico a partir de la experiencia histórica de la clase obrera y del método científico del marxismo, así como de las aportaciones de las fracciones de izquierda comunista que supieron ir a contracorriente durante 50 años de contrarrevolución. Balance que podemos retransmitir a las nuevas generaciones proletarias”.

¡Efectivamente!. La contrarrevolución no se hizo en nombre de la “restauración del capitalismo” sino bajo la bandera del “comunismo”. No fue un ejército blanco el que impuso en Rusia el orden capitalista sino el mismo partido que había estado a la vanguardia de la revolución.

Este desenlace ha traumatizado a las actuales generaciones de proletarios y revolucionarios llevándoles a dudar de las capacidades de su clase y de la validez de sus tradiciones revolucionarias. ¿Lenin y Marx no habrían contribuido, incluso involuntariamente, a la barbarie estalinista? ¿Hubo en Rusia una auténtica revolución? ¿No existe el peligro de que los “planteamientos políticos” destruyan lo que construyen los obreros?

La burguesía ha alimentado estos temores con su campaña permanente de denigración de la revolución rusa, el bolchevismo y Lenin, la cual ha sido reforzada por las mentiras estalinistas. La ideología democrática que la burguesía ha propagado hasta extremos increíbles a lo largo del siglo XX ha fortalecido esos sentimientos con sus insistencias sobre la soberanía del individuo, el “respeto a todas las opiniones” y el rechazo del “dogmatismo” y la “burocracia”.

Centralización, partido de clase, dictadura del proletariado…, todas esas nociones que han sido el fruto de encarnizados combates, de enormes esfuerzos de clarificación teórica y política, están marcados por estigma infamante de la sospecha. ¡No hablemos de Lenin a quien se le niega el pan y la sal y cuya contribución es sometida al más tenaz ostracismo echando mano de cuatro frases sacadas de contexto, entre ellas la famosa sobre la “conciencia importada desde fuera” ([2])!

La combinación de los temores y dudas por un lado y de la presión ideológica de la burguesía por otro, encierra el peligro de que perdamos el lazo con la continuidad histórica de nuestra clase, con su programa y su método científico sin los cuales una nueva revolución es imposible.

El consejismo es la expresión de ese peso ideológico que se concreta en un agarrarse a lo inmediato, lo local, lo económico, considerados como “más próximos y controlables” y en un rechazo visceral a todo lo que huela a político o centralizado, vistos siempre como abstractos, lejanos y hostiles.

Hablas de apropiarse de las aportaciones de las fracciones de izquierda comunista que supieron ir a contracorriente durante 50 años de contrarrevolución. ¡Estamos totalmente de acuerdo! Sin embargo, el consejismo no forma parte de esas aportaciones sino que se sitúa fuera de ellas. Es necesario diferenciar entre el comunismo de los consejos y el consejismo ([3]). El consejismo es la expresión extrema y degenerada de los errores que empiezan a teorizarse en los años 30 dentro de un movimiento vivo como es el comunismo de los consejos. El consejismo es una tentativa abiertamente oportunista de dar una forma “marxista” a las posiciones machacadas mil veces por la burguesía –y repetidas por el anarquismo- sobre la revolución rusa, la dictadura del proletariado, el Partido, la centralización etc.

Ciñéndonos concretamente a la experiencia rusa, el consejismo ataca dos pilares básicos del marxismo: el carácter internacional de la revolución proletaria y el carácter fundamentalmente político de la misma.

Nos vamos a centrar únicamente en esas dos cuestiones. Hay muchas más que abordar –¿Cómo se forma la conciencia de clase?, ¿Cuál es el papel del partido y sus lazos con la clase?, etc., pero creemos que no hay espacio para tratarlas y, sobre todo, esas dos cuestiones –sobre las cuales tú insistes especialmente– nos parecen cruciales para aclarar el “enigma ruso”.

¿Revolución mundial o “socialismo en un solo país”?

En diversos pasajes de tu texto insistes en el peligro de tomar la “revolución mundial” como una excusa para retrasar sine die la lucha por el comunismo y justificar la dictadura del partido.

“Hay quien atribuye todas las deformaciones burocráticas de la revolución a la guerra civil y a sus devastaciones, al aislamiento de ésta por la falta de la revolución mundial y al carácter atrasado de la economía rusa, pero eso no explica en nada la degeneración interna de la revolución y por qué ésta no fue derrotada en el campo de batalla y sí lo fue desde dentro. Esta explicación la única perspectiva que nos da es que formulemos votos para que las próximas revoluciones tengan lugar en países desarrollados y no se queden aisladas”.

Unas páginas más adelante remachas:

“la revolución no puede limitarse a gestionar el capitalismo hasta la época de las calendas griegas del triunfo mundial de la revolución, debe abolir las relaciones capitalistas de producción (trabajo asalariado, mercancías)”.

Las revoluciones burguesas fueron revoluciones nacionales. El capitalismo se desarrolló primero en las ciudades y durante largo tiempo convivió con un mundo agrario dominado por el feudalismo; sus relaciones sociales se pudieron construir dentro de un país, aislado de los demás. Así, en Inglaterra la revolución burguesa triunfó en 1640 mientras que en el resto del continente imperaba el régimen feudal.

Pero ¿puede seguir el proletariado el mismo camino? ¿Puede empezar el proletariado a “abolir las relaciones capitalistas de producción” en un país sin tener que esperar a “las calendas griegas de la revolución mundial”?

Estamos seguros de que tú estás en contra de la posición estalinista del “socialismo en un solo país”, sin embargo, al aceptar que el proletariado “empiece la abolición del salariado y la mercancía sin esperar a la revolución mundial” estás reintroduciendo por la ventana esa posición que tiras por la puerta. No existe un camino intermedio entre la construcción mundial del comunismo y la construcción del socialismo en un solo país.

Existe una diferencia fundamental entre las revoluciones burguesas y la revolución proletaria: aquellas son nacionales en sus medios y sus fines, en cambio, la revolución proletaria es la primera revolución mundial de la historia tanto en su fin (el comunismo) como en sus medios (el carácter mundial tanto de la revolución como de la construcción de la nueva sociedad).

En primer lugar, porque «la gran industria ha creado una clase que en todas las naciones se mueve por el mismo interés y en la que ha quedado destruida toda nacionalidad» (Ideología alemana) de tal forma que los proletarios no tienen patria y no pueden perder lo que nunca han poseído. En segundo lugar, porque esa misma gran industria

“al crear el mercado mundial, ha unido tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro. Además, ha nivelado en todos los países civilizados el desarrollo social a tal punto que en todos estos países la burguesía y el proletariado se han erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y en la lucha entre ellas se ha convertido en la principal lucha de nuestros días. Por consiguiente, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los países civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en Estados Unidos, en Francia y en Alemania” (Principios del comunismo, Engels, 1847).

Frente a este planteamiento internacionalista, el estalinismo en 1926-27 impuso la tesis del “socialismo en un solo país”. Trotski y todas las tendencias de la Izquierda comunista (incluidos los comunistas germano-holandeses) consideraron semejante posición como una traición y Bilan la vio como la muerte de la IC.

Por su parte, el anarquismo razona en el fondo igual que el estalinismo. Su visión contra la centralización le hace aborrecer la fórmula “socialismo en un solo país”, pero, sobre la base de la “autonomía” y la “autogestión” propugna el “socialismo en una sola aldea” o en “una sola fábrica”. Estas fórmulas parecen más “democráticas” y más “respetuosas de la iniciativa de las masas” pero conducen a lo mismo que el estalinismo: la defensa de la explotación capitalista y del Estado burgués ([4]). El camino es desde luego diferente: en el caso del estalinismo es el método brutal de una burocracia abiertamente jerarquizada; por su parte, el anarquismo explota y desarrolla los prejuicios democráticos sobre la “soberanía” y la “autonomía” de los individuos “libres” y les propone gestionar su propia miseria por medio de organismos locales o sectoriales.

¿Cuál es la posición del consejismo? Como hemos dicho al principio hay una evolución en los diferentes componentes de esta corriente. Las Tesis sobre el Bolchevismo ([5]) adoptadas por el GIK abren las puertas a las peores confusiones ([6]). Sin embargo, el GIK no pondrá jamás abiertamente en cuestión la naturaleza mundial de la revolución proletaria. Ahora bien, su insistencia sobre su carácter “fundamentalmente económico” y su rechazo del partido, le llevarán implícitamente a ese terreno pantanoso. Grupos consejistas posteriores –particularmente en los años 70– teorizarán abiertamente las tesis sobre la construcción “local y nacional” del socialismo. Esto es lo que combatimos en diferentes artículos de nuestra Revista internacional que polemizan contra el tercermundismo y las visiones autogestionarias de varios grupos consejistas ([7]).

Contrariamente a lo que das a entender, el internacionalismo proletario no es un deseo piadoso o una opción entre otras, sino la respuesta concreta a la evolución histórica del capitalismo. Desde 1914, todos los revolucionarios coinciden en que la única revolución que se plantea es la socialista, internacional y proletaria:

“No es nuestra impaciencia, no son nuestros deseos, sino las condiciones objetivas creadas por la guerra imperialista las que han conducido a toda la humanidad a un atolladero y la han colocado ante un dilema: o permitir que perezcan nuevos millones de hombres y que se destruya hasta el fin toda la cultura europea, o entregar el poder en todos los países civilizados al proletariado revolucionario, realizar la revolución socialista. Al proletariado ruso le ha correspondido el gran honor de empezar una serie de revoluciones, engendradas de manera ineluctable y objetiva por la guerra imperialista” (Lenin, “Carta de despedida a los obreros suizos”, abril 1917, Obras completas).

Pero no es solo la madurez de la situación histórica la que plantea la revolución mundial. Es también el análisis de la relación de fuerzas entre las clases vista igualmente a escala mundial. La constitución lo antes posible del Partido Internacional del proletariado es un elemento crucial para inclinar a su favor la balanza de fuerzas con el enemigo. Cuanto antes se constituya la Internacional más difícil le será a la burguesía aislar los focos revolucionarios. Lenin luchó para que ya en 1917, antes de la toma del poder, la izquierda de Zimmerwald constituyera inmediatamente una nueva Internacional:

“Estamos obligados, nosotros precisamente, y ahora mismo, sin pérdida de tiempo, a fundar una nueva Internacional revolucionaria, proletaria; mejor dicho, debemos reconocer sin temor, abiertamente, que esa Internacional ya ha sido fundada y actúa” (Tesis de Abril, 1917).

En septiembre de 1917, Lenin planteó la necesidad de la toma del poder, basándose en un análisis de la situación internacional del proletariado y la burguesía: en una carta al Congreso bolchevique de la región Norte (8 octubre 1917) señala:

“Nuestra revolución vive momentos críticos en extremo. Esta crisis ha coincidido con la gran crisis de crecimiento de la revolución socialista mundial y de la lucha del imperialismo mundial contra ella (…) [la toma del poder] salvará tanto la revolución mundial como la Revolución rusa”.

La revolución en Rusia –tras abortar el golpe de Kornilov– pasaba por un momento delicado: si los Soviets no se lanzaban a la ofensiva (toma del poder), Kerenski y sus amigos repetirían nuevas tentativas para paralizarlos y posteriormente liquidarlos acabando con la revolución. Pero eso mismo pasaba a otro nivel en Alemania, Austria, Francia, Gran Bretaña, etc.: la agitación obrera podía recibir un poderoso impulso con el ejemplo ruso o por el contrario corría el riesgo de diluirse en una multiplicación de luchas dispersas.

La toma del poder en Rusia fue concebida siempre como una contribución a la revolución mundial y no como una tarea de gestión económica nacional. Varios meses después de octubre, Lenin se dirige a una Conferencia de Comités de fábrica de la zona de Moscú en estos términos:

“la Revolución rusa no es más que un destacamento avanzado del ejército socialista mundial y el éxito y el triunfo de la revolución que hemos realizado dependen de la acción de este ejército. Es algo que ninguno de nosotros olvidamos (…) El proletariado ruso se da cuenta de su aislamiento revolucionario y ve claramente que su victoria tiene como condición indispensable y premisa fundamental, la intervención unida de los obreros del mundo entero”.

¿Revolución económica o revolución política?

Siguiendo la posición consejista, tú piensas que el motor desde el primer día de la revolución proletaria es la adopción de medidas económicas comunistas. Esto lo desarrollas en numerosos pasajes de tu texto:

“en abril de 1918 Lenin publicó Las tareas inmediatas del poder soviético en donde ahonda en la idea de construir un capitalismo de Estado bajo control del partido, desarrollando la productividad, la contabilidad y la disciplina en el trabajo, acabando con la mentalidad pequeño burguesa y la influencia anarquista, y sin dudar en propugnar métodos burgueses: como el uso de especialistas burgueses, el trabajo por piezas, la adopción del taylorismo, la dirección unipersonal ([8])… Como si los métodos de producción capitalistas fuesen neutros y su uso por un partido ‘obrero’ garantizase su carácter socialista. El fin de la construcción socialista justifica los medios”.

Como alternativa proclamas que “la revolución no puede limitarse a gestionar el capitalismo hasta la época de las calendas griegas del triunfo mundial de la revolución, debe abolir las relaciones capitalistas de producción (trabajo asalariado, mercancías)”, desarrollando “la comunistización de las relaciones de producción, con el cálculo del trabajo social necesario para la producción de bienes”.

El capitalismo ha formado el mercado mundial desde principios del siglo XX. Ello significa que la ley del valor opera sobre toda la economía internacional y a ella no puede escapar ningún país ni grupo de países. El bastión proletario (el país o grupo de países donde triunfa la revolución) no es ninguna excepción. La toma de poder en el bastión proletario no significa un “territorio liberado”. Todo lo contrario, ese territorio sigue perteneciendo al enemigo pues está sometido enteramente a la ley del valor del capitalismo mundial ([9]). El poder del proletariado es esencialmente político y el papel esencial del territorio que ha ganado es servir de cabeza de puente de la revolución mundial.

Los dos principales legados del capitalismo a la historia de la humanidad han sido la formación del proletariado y el carácter objetivamente mundial que ha dado a las fuerzas productivas. Esos dos legados son atacados en la raíz por la teoría de la “comunistización inmediata de las relaciones de producción”: “abolir” el trabajo asalariado y la mercancía a nivel de cada fábrica, localidad o país supone, por una parte, despedazar la producción en un amasijo de pequeñas piezas autónomas, y hacerla prisionera de la tendencia al estallido y el cisma que encierra el capitalismo en su periodo histórico de decadencia y que se concreta de forma dramática en su fase terminal de descomposición ([10]). Por otro lado, significa dividir al proletariado al atarlo a los intereses y necesidades de cada una de las unidades de producción local, sectorial o nacional en las que se ha “liberado” de las relaciones capitalistas de producción.

Dices que “Rusia en 1917 abrió un ciclo revolucionario que se cerró el 37. Los obreros rusos fueron capaces de tomar el poder, pero no de usarlo para una transformación comunista. Atraso, guerra y colapso económico y aislamiento internacional no explican por sí mismos la involución. La explicación está en una política que hace del poder un fetiche y lo separa de las transformaciones económicas que deben realizar los órganos de clase: asambleas y consejos donde se superan la división entre funciones políticas y sindicales, la concepción leninista privilegia la cuestión del poder político en detrimento de la socialización de la economía y de la transformación de las relaciones de producción. El leninismo como enfermedad burocrática del comunismo. Si la revolución es primero política, se limita a gestionar el capitalismo a la espera de la revolución mundial, se crea un poder que no tiene otra función que la represión y la lucha contra la burguesía, que se acaba auto perpetuando a toda costa, primero en la perspectiva de la revolución mundial, y después por si mismo”.

Lo que te hace agarrarte al clavo ardiendo de las “medidas económicas comunistas” es el temor a que la revolución proletaria “se quede bloqueada a nivel político” convirtiéndose en una cáscara vacía que no produzca ningún cambio significativo en las condiciones de vida de la clase obrera.

Las revoluciones burguesas fueron primero económicas y remataron la faena arrancando el poder político a la vieja clase feudal o llegando a algún tipo de componenda con ella.

“Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente progreso político. Estamento oprimido bajo la dominación de los señores feudales: asociación armada u autónoma en la comuna, en unos sitios República urbana independiente, en otros, tercer estado tributario de la monarquía; después, durante el periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales o absolutas, y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el estado representativo moderno” (el Manifiesto comunista).

Durante más de 3 siglos, la burguesía va conquistando una posición tras otra en el terreno económico (comercio, préstamos, manufactura, gran industria) hasta que logra conquistar el poder político en revoluciones cuyo paradigma es la francesa de 1789.

Ese esquema de su evolución histórica responde a su naturaleza de clase explotadora (aspira a instaurar una nueva forma de explotación, el trabajo asalariado “libre” frente a la servidumbre feudal) y a las propias características de su régimen de producción: apropiación privada y nacional de la plusvalía.

¿Puede el proletariado seguir la misma trayectoria en su lucha por el comunismo? Su objetivo no es crear una nueva forma de explotación sino abolir toda explotación. Eso significa que no puede aspirar a levantar en la vieja sociedad un poder económico previo desde cuya plataforma lanzarse a la conquista del poder político sino que tiene que seguir justamente el trayecto contrario: tomar el poder político a escala mundial y desde ahí construir la nueva sociedad.

Economía significa sometimiento de los hombres a leyes objetivas independientes de su voluntad. Quien dice economía dice explotación y alienación. Marx no habló de una “economía comunista” sino de la crítica de la economía política. El comunismo significa el reino de la libertad frente al reino de la necesidad que ha dominado la historia de la humanidad bajo la explotación y la penuria. El principal error de los Principios de la producción y la distribución comunista ([11]), texto clave de la corriente consejista, es que pretende establecer el tiempo de trabajo como automatismo económico neutro e impersonal que regularía la producción. Marx critica esta visión en la Crítica del Programa de Ghota donde señala que la propuesta de “a igual trabajo igual salario” se mueve todavía en los parámetros del derecho burgués. Mucho antes, en la Miseria de la filosofía, había subrayado que :

“En una sociedad futura, donde habrá cesado el antagonismo de clases y donde no habrá clases, el consumo no será determinado por el mínimo de tiempo necesario para la producción; al contrario, la cantidad de tiempo que ha de consagrarse a la producción de los diferentes objetos estará determinada por el grado de utilidad social de cada uno de ellos” anotando que “la competencia realiza la ley según la cual el valor relativo de un producto es determinado por el tiempo de trabajo necesario para crearlo. El hecho de que el tiempo de trabajo sirva de medida de valor de cambio, se convierte así en una ley de desvalorización continua del trabajo” (ídem) ([12]).

En tu texto das a entender que el “leninismo” caería en una “fetichización” de la política. En realidad, es todo el movimiento obrero empezando por el propio Marx el que sería culpable de semejante “falta”. Fue Marx quien en la polémica con Proudhon (el libro antes citado) señaló que:

“El antagonismo entre el proletariado y la burguesía es la lucha de una clase contra otra clase, lucha que llevada a su más alta expresión, implica una revolución total. Por cierto, ¿puede causar extrañeza que una sociedad basada en la oposición de las clases llegue, como último desenlace, a la contradicción brutal, al choque cuerpo a cuerpo? No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay movimiento político que no sea, al mismo tiempo, movimiento social. Sólo en un orden de cosas en el que no existan clases y antagonismo de clases, las evoluciones sociales dejarán de ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento llegue, en vísperas de toda reorganización general de la sociedad, la última palabra de la ciencia social será siempre: “luchar o morir; la lucha sangrienta o la nada. Es el dilema inexorable” (ídem).

El consejismo fundamenta su defensa del carácter económico de la revolución proletaria en el siguiente silogismo: como la base de la explotación del proletariado es económica, para abolirla hay que tomar medidas económicas comunistas.

Para responder a este sofisma hemos de abandonar el terreno resbaladizo de la lógica formal y situarnos en el terreno sólido del análisis histórico. En la evolución histórica de la humanidad intervienen dos factores íntimamente relacionados pero que cada uno tiene su propia entidad: por un lado, el desarrollo de las fuerzas productivas y la configuración de las relaciones de producción (el factor económico); por otra parte, la lucha de clases (el factor político). La acción de las clases se basa ciertamente en la evolución del factor económico pero no es un mero reflejo del mismo, un simple resorte que actúa ante los impulsos económicos como el perro de Pavlov. En la evolución histórica de la humanidad registramos una tendencia hacia un peso cada vez mayor del factor político (la lucha de clases): la desintegración del viejo comunismo primitivo y su reemplazo por las sociedades esclavistas fue un proceso esencialmente objetivo, violento, producto de muchos siglos de evolución. El paso del esclavismo al feudalismo surgió de un proceso gradual de desmoronamiento del viejo orden y de recomposición del nuevo donde el factor consciente tuvo un peso muy limitado. En cambio, en las revoluciones burguesas la acción de las clases tiene mayor peso aunque “el movimiento de la inmensa mayoría se realiza en provecho de una minoría”. Sin embargo, como antes hemos señalado, la burguesía cabalga sobre la fuerza arrolladora de enormes transformaciones económicas en gran medida fruto de un proceso objetivo e ineluctable. El peso del factor económico es todavía abrumador.

En cambio, la revolución proletaria es el resultado final de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía que requiere un alto grado de conciencia y la participación activa de aquél. Esa dimensión fundamental y prioritaria del factor subjetivo (conciencia, unidad, solidaridad, confianza, de las masas proletarias) significa primacía del carácter político de la revolución proletaria que es la primera revolución masiva y consciente de la historia.

Estarás a favor de una revolución proletaria hecha mediante la participación activa y consciente de la gran mayoría de los trabajadores, donde se exprese el máximo de unidad, solidaridad, conciencia, heroísmo, voluntad creadora. Pues bien, en ello reside el denostado carácter político de la revolución proletaria.

La “revolución económica” del consejismo en la práctica

Tu balance de la revolución rusa se puede reducir a esto: sí en lugar de “fetichizar” la política y esperar a las “calendas griegas de la revolución mundial” se hubieran adoptado medidas inmediatas de entrega de las fábricas a los trabajadores, de abolición en éstas del trabajo asalariado y los intercambios mercantiles, entonces no se hubiera producido la “burocratización” y la revolución habría seguido adelante. Es una lección que tentó al comunismo de los consejos y que el consejismo ha vulgarizado en nuestros días.

Al sacar esta lección, el consejismo rompe con la tradición del marxismo y se vincula a otra tradición: la del anarquismo y el economicismo. La fórmula del consejismo no tiene nada de original: la defendió Proudhon siendo severamente desmontada por la crítica de Marx; fue retomada posteriormente por las teorías cooperativistas; después por el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario y en Rusia por el economicismo. En 1917-23 resurgió con el austro-marxismo ([13]), con Gramsci y su “teoría” de los Consejos de fábrica ([14]); Otto Rühle y ciertos teóricos de las AUUD siguieron el mismo camino. En Rusia, pese a que desarrollaron constataciones justas, tanto el grupo Centralismo democrático como la Oposición obrera de Kollontai cayeron en las mismas ideas. En 1936, el anarquismo hizo de las “colectividades” españolas la gran alternativa al “comunismo burocrático y estatalizador” de los bolcheviques ([15]).

Lo que es común a todas estas visiones –y que está en la raíz igualmente del consejismo– es una concepción de la clase obrera como una mera categoría económica y sociológica. No ve a la clase obrera como una clase histórica, dotada de una continuidad en su lucha y su conciencia, sino como una suma de individuos que se moverían por los más estrechos intereses economicistas ([16]).

El cálculo del consejista es el siguiente: para que los obreros defiendan la revolución han de “comprobar” que da resultados inmediatos, han de tocar con sus propias manos los frutos de la revolución. Esto se consigue dándoles el “control” de las fábricas, permitiendo que las puedan gestionar pos sí mismos ([17]).

¿El “control de la fábrica”? ¿Qué control se puede tener de ella cuando lo que produce ha de someterse a los costes y al margen de beneficio que le marca la concurrencia en el mercado mundial? De dos cosas una: o se declara la autarquía y con ello se produce una regresión de proporciones incalculables que aniquilaría toda revolución; o se trabaja en el mercado mundial viéndose sometido a sus leyes.

El consejista proclama la “abolición del trabajo asalariado” a través de la eliminación del salario y su sustitución por el “bono según el tiempo de trabajo”. Esto es eludir la cuestión con palabras bien sonantes: hay que trabajar unas determinadas horas y por muy justo que sea el bono habrá siempre unas horas retribuidas y otras no retribuidas que significan la plusvalía. El eslogan “a trabajo igual salario igual” forma parte del derecho burgués y encierra la peor de las injusticias, como señaló Marx.

El consejista proclama la “abolición de la mercancía” al reemplazarla por “la contabilidad entre fábricas”. Pero estamos en las mismas: lo que se produzca tendrá que ajustarse al valor de cambio impuesto por la concurrencia dentro del mercado mundial.

El consejismo intenta resolver el problema de la transformación revolucionaria de la sociedad con “formas y nombres” eludiendo la raíz del problema.

“El señor Bray no ve que esta relación igualitaria, este ideal correctivo, que él quisiera aplicar en el mundo, no es sino el reflejo del mundo actual, y que, por tanto, es totalmente imposible reconstruir la sociedad sobre una base que no es más que la sombra embellecida de esta misma sociedad. A medida que la sombra toma cuerpo, se comprueba que este cuerpo, lejos de ser la transfiguración soñada, es el cuerpo de la actual sociedad” (Marx, Miseria de la filosofía).

A las propuestas del anarquismo y el consejismo sobre la “revolución económica” les pasa lo mismo que a Mister Bray: cuando la sombra toma cuerpo se comprueba que no es sino el cuerpo de la actual sociedad. El anarquismo en 1936 con sus colectividades lo que hizo no fue sino implantar un régimen de explotación extrema, al servicio de la economía de guerra, todo ello embellecido con la “autogestión”, la “abolición del dinero” y demás pamplinas.

Sin embargo, hay una consecuencia mucho más grave en las propuestas consejistas: conducen a que la clase obrera renuncie a su misión histórica por el plato de lentejas de la “toma inmediata de las fábricas”.

En tu texto señalas que “clase y partido no tenían intenciones idénticas. Las aspiraciones de los obreros iban en el sentido de apoderarse de la dirección de las fábricas y de dirigir la producción por sí mismos”. “Apoderarse de la dirección de las fábricas” significa que cada sector de la clase obrera tome su parte en el botín recién arrancado al capitalismo y se lo gestione en su propio beneficio, y, todo lo más, se “coordine” con los obreros de las demás fábricas. Es decir, pasamos de la propiedad de los capitalistas a la propiedad de los individuos obreros. ¡No hemos salido del capitalismo!

Pero, peor aún, significa que la generación obrera que hace la revolución tiene que consumir en su propio beneficio y sin pensar para nada en el porvenir, las riquezas recién tomadas al capitalismo. Esto lleva a que la clase obrera renuncie a su misión histórica de construir el comunismo a escala mundial cediendo al espejismo de “tenerlo todo y enseguida”.

Esta tentación de caer en “el reparto de las fábricas” constituye un peligro real para la próxima tentativa revolucionaria. Hoy el capitalismo ha entrado en su fase terminal: la descomposición ([18]). Descomposición significa caos, disgregación, implosión de las estructuras económicas y sociales en un mosaico desarticulado de fragmentos y a nivel ideológico una pérdida de la visión histórica, global y unitaria que la ideología democrática se encarga de demonizar sistemáticamente como “totalitaria” y “burocrática”. Las fuerzas de la burguesía empujarán decididamente en esa dirección en nombre del “control democrático”, la “autogestión” y otras frases semejantes. El riesgo es que la clase se vea derrotada al perder toda perspectiva histórica y encerrarse en cada fábrica y en cada localidad. Pero no será únicamente una derrota casi definitiva sino que significará que la clase obrera se deja arrastrar por la falta de perspectiva histórica, por el egoísmo, el inmediatismo y la ausencia absoluta de miras que propaga por todas partes la ideología de la burguesía en la situación actual de descomposición.

Las verdaderas lecciones de la Revolución rusa

El bastión proletario nace sometido a una brutal y angustiosa contradicción: por un lado, vive bajo el capitalismo atacado a muerte por sus leyes económicas, militares e imperialistas (invasión militar, bloqueo, necesidad de intercambios comerciales en condiciones desfavorables para sobrevivir, etc.); de otro lado, tiene que romper ese nudo corredizo alrededor de su cuello a través de las únicas armas que posee: la unidad y la conciencia de toda la clase proletaria y la extensión internacional de la revolución.

Ello le obliga a una política compleja y, en ocasiones contradictoria, para mantener a flote la sociedad amenazada de desintegración (abastecimiento, funcionamiento mínimo del aparato productivo, la defensa militar etc.) y, simultáneamente, volcar el grueso de sus fuerzas hacia la extensión de la revolución, el estallido de nuevos movimientos de insurrección proletaria.

En los primeros años del poder soviético, los bolcheviques se atuvieron firmemente a esa política. En su estudio crítico de la revolución rusa, Rosa Luxemburg señala de forma concluyente:

“El destino de la Revolución rusa depende totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial”.

Como decía una Resolución del Buró territorial de Moscú del Partido bolchevique adoptada en febrero 1918 a propósito del debate sobre Brest-Litovsk:

“En el interés de la revolución internacional aceptaremos el riesgo de perder el poder de los Soviets, que se convierte en puramente formal; hoy como ayer, la tarea principal que tenemos es extender la revolución a todos los países” ([19]).

En esa política, los bolcheviques cometieron toda una serie de errores. Sin embargo, estos errores se podían corregir mientras la fuerza de revolución mundial siguiera todavía viva. Solamente, cuando desde 1923, la revolución recibe un golpe mortal en Alemania, la tendencia creciente de los bolcheviques a hacerse prisioneros del Estado del territorio ruso y de dicho Estado a entrar en una contradicción cada vez más irreconciliable con los intereses del proletariado mundial, se impone definitiva e implacablemente. El Partido bolchevique deja de ser lo que era y se convierte en un mero gestor del capital.

Una crítica marxista de dichos errores no tiene nada que ver con la crítica que hace el consejismo. La “crítica” consejista empuja hacia el anarquismo y la burguesía, la crítica marxista permite reforzar las posiciones proletarias. Muchos de los errores cometidos por los bolcheviques eran compartidos por el resto del movimiento obrero internacional (Rosa Luxemburg, Bordiga, Pannehoek). Con esto no queremos “lavar las culpas” de los bolcheviques sino simplemente señalar que se trataba de un problema de toda la clase obrera internacional y no el producto de la “maldad”, el “maquiavelismo” y el “carácter burgués oculto” de los bolcheviques como piensa el consejismo.

No tenemos tiempo para abordar la crítica marxista de los errores bolcheviques. Hemos trabajado en ello ampliamente en nuestra Corriente. Particularmente queremos destacar los siguientes documentos:
– serie sobre el comunismo, artículos de la Revista internacional números 99 y 100;
– folleto (en francés) sobre el Periodo de transición;
– folleto (en francés) sobre la Revolución rusa.

Estos documentos pueden servir de base para proseguir la discusión. Esperando haber contribuido a un debate claro y fraternal recibe nuestros saludos comunistas.

Acción proletaria – Corriente comunista internacional

 

[1] Los consejistas más extremos no se detienen en la puesta en cuestión de Lenin. Siguen la ruta y acaban cuestionando a Marx y abrazando a Prudhon y Bakunin. En realidad lo que hacen es aplicar la lógica implacable de la posición según la cual existe una continuidad entre Lenin y Stalin. Ver para ello el artículo “En defensa del carácter proletario de Octubre 1917” en Revista internacional nos 12 y 13, un artículo fundamental para discutir sobre la cuestión rusa.

[2] Nuestro rechazo de la campaña de la burguesía contra Lenin no significa en absoluto que aceptemos a pies juntillas todas sus posiciones. Al contrario, en diferentes documentos hemos dado buena cuenta de sus errores o confusiones sobre el imperialismo, la relación entre el partido y la clase etc. La crítica forma parte de la tradición revolucionaria (como decía Rosa Luxemburgo es como el aire que necesitamos para respirar). Pero la crítica revolucionaria tiene un método y una orientación que está en los antípodas de la denigración y la calumnia burguesa o parásita.

[3] No podemos desarrollar aquí esta cuestión. Te remitimos al libro que hemos publicado en francés e inglés sobre la Izquierda comunista germano-holandesa.

[4] Ver al respecto el artículo “El mito de las colectividades anarquistas”, publicado en la Revista internacional nº 15 e incluido en nuestro libro: 1936, Franco y la República aplastan al proletariado.

Evidentemente, aquí no podemos desarrollar esta cuestión: frente al “modelo” ruso, supuestamente burocrático y autoritario, estaría el “modelo” español de 1936 que sería “democrático”, “autogestionario” y “basado en la iniciativa autónoma de las masas”.

[5] No podemos abordar en el marco de esta respuesta la principal afirmación de las Tesis del Bolchevismo –la naturaleza burguesa de la revolución rusa. Es un punto que hemos rebatido ampliamente en la Revista internacional nos 12 y 13 (ver nota 1) y en la “Respuesta a Lenin filósofo” de Pannehoek en la Revista internacional nos 25, 27, 28 y 30. En todo caso, esa teorización supuso una ruptura con lo que defendieron anteriormente muchos miembros de la corriente del comunismo de los consejos: en 1921 Pannehoek afirmaba “La acción de los bolcheviques es inconmensurablemente grande para la revolución en Europa Occidental. Con la toma del poder han dado un ejemplo al proletariado del mundo entero… Con su praxis han planteado los grandes principios del comunismo: dictadura del proletariado y sistema de Soviets o consejos” (citado en libro sobre la historia de la Izquierda comunista germano-holandesa).

[6] Ver “Octubre del 17, comienzos de la revolución proletaria, en Revista internacional nos 12 y 13.

[7] Ver “Los epígonos del consejismo en la práctica” en Revista internacional no 2, “Carta a Arbetamarkt” en Revista internacional no 4 y “Respuesta a Solidarity sobre la cuestión nacional” en Revista internacional no 15, “El peligro consejista” en Revista internacional no 40, “La miseria del consejismo moderno” en Revista internacional no41 y “Debate sobre el consejismo” en Revista internacional no 42.

[8] Ha de quedar claro que nosotros siempre hemos criticado ciertos métodos de producción propugnados por Lenin y criticados por grupos dentro del partido como Centralismo Democrático. Ver la serie sobre el comunismo publicada en el artículo correspondiente de la Revista internacional no 99.

[9] El bastión proletario tendrá que adquirir alimentos, medicinas, materias primas, bienes industriales etc. a precios desventajosos, sometido a bloqueos y en condiciones de una más que probable desorganización de los transportes. Esto no es únicamente un problema de la atrasada Rusia; como demostramos en el folleto Octubre principio de la revolución mundial (publicado en francés) el problema sería más grave aún en un país central como Alemania o Gran Bretaña. A ello se une la guerra de la burguesía contra el bastión proletario: bloqueo comercial, guerra militar, sabotaje etc. Y finalmente, un futuro intento revolucionario del proletariado tendrá que cargar con el duro peso de las consecuencias del mantenimiento del capitalismo en las condiciones de su descomposición histórica: hundimiento de las infraestructuras, caos en comunicaciones y suministros, efectos devastadores de una interminable sucesión de guerras regionales, destrucciones ecológicas…

[10] Todas las peroratas actuales sobre la “mundialización” del capitalismo que comparten tanto el denostado “neoliberalismo” como su supuesto antagonista –el movimiento “antiglobalización”– ocultan el hecho de que el mercado mundial se formó hace más de un siglo y que hoy el problema que enfrenta el sistema es su tendencia irremediable al estallido y la autodestrucción brutal a través sobre todo de las guerras imperialistas.

[11] Aquí no podemos desarrollar una crítica detallada de los Principios. Te remitimos a la que realiza nuestro libro ya citado sobre la Historia de la Izquierda comunista germano-holandesa.

[12] Pannehoek formuló con toda razón grandes reservas a los Principios. Ver nuestro libro antes mencionado.

[13] Ver en Revista internacional no 2 “Del austro-marxismo al austro-fascismo”.

[14] Ver en el libro Debate sobre los Consejos de fábrica, la clara crítica que Bordiga dirige a las especulaciones de Gramsci.

[15] Ver nota 4.

[16] No es ninguna paradoja que adopten el mismo error en el que cayó Lenin en el ¿Qué hacer?, al torcer la barra y decir que “los obreros solo pueden alcanzar una conciencia tradeunionista”. Sin embargo, existe una diferencia abismal entre Lenin y los consejistas: mientras el primero fue capaz de corregir el error (y no por motivos tácticos como indicas) los consejistas no son capaces siquiera de reconocerlo.

[17] Guardando las distancias y sin querer exagerar la comparación, los consejistas conciben a los obreros en el mismo papel que los campesinos en la revolución francesa. Esta liberó a aquellos de ciertas cargas feudales sobre la propiedad agraria y ello hizo que fueran entusiastas soldados del ejército revolucionario y muy especialmente del ejército napoleónico. Aparte de que esta concepción revela una visión subordinada e inconsciente del proletariado que desmiente todas las protestas sobre la “participación” y la “iniciativa” de las masas que alega el consejismo, lo más grave es que olvida que mientras el campesino podía liberarse mediante el cambio de propiedad de la tierra, el proletariado jamás se liberará mediante el cambio de la propiedad en la fábrica. La revolución proletaria no consiste en un hecho puramente local y jurídico de liberar a los obreros de la opresión de un señor capitalista sino de liberar al proletariado y a toda la humanidad del yugo de unas relaciones sociales globales y objetivas que se imponen más allá de las relaciones personales o de propiedad: las relaciones de producción capitalistas basadas en la mercancía y el salariado.

[18] Ver en Revista internacional nº 62 las “Tesis sobre la Descomposición”.

[19] A propósito del Tratado de Brest-Litovsk dices que significó el “rechazo a una guerra revolucionaria que, aunque a corto plazo hubiera significado la pérdida temporal de las ciudades, habría permitido desarrollar una guerra popular con constitución de milicias en los campos y fusionar la revolución obrera con la campesina tal como proponía la izquierda bolchevique creando la posibilidad de iniciar la constitución del modo de producción comunista” (pag. 9). No podemos desarrollar esta cuestión (te remitimos al folleto en francés mencionado en la nota 8). Sin embargo, tu reflexión nos plantea algunas cuestiones. En primer lugar, ¿Qué es la “revolución campesina”? ¿Qué “revolución” puede hacer el campesinado que habría que fusionar con la “revolución obrera”? El campesinado no es una clase sino una categoría social en la que se confunden diversas clases sociales con intereses diametralmente opuestos: terratenientes, propietarios medios, pequeños propietarios, jornaleros… Por otra parte ¿cómo se puede iniciar “la constitución del modo de producción comunista” a base de guerrillas en el campo con las ciudades abandonadas al enemigo?

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El nacimiento del bolchevismo (I) - 1903-1904

Historia del movimiento obrero

1903-1904: el nacimiento del bolchevismo

Hace 100 años que el Partido obrero socialdemócrata ruso celebró su segundo Congreso –no en Rusia, puesto que a causa de la represión bajo el régimen zarista hubiera sido prácticamente imposible- sino en Bélgica y en Gran Bretaña. Aún así, fue preciso cambiar el lugar de reunión a mitad del Congreso, debido a la estrecha vigilancia de la “democrática” policía belga. Aquel Congreso pasó a la historia como el de la escisión del partido en bolcheviques y mencheviques.

Los historiadores de la clase dominante han interpretado esta escisión de diferentes maneras. Una escuela de pensamiento –que podríamos llamar escuela de historia “Orlando Figes”, para quien la Revolución de octubre 1917 fue un completo desastre– considera que el surgimiento del bolchevismo fue por supuesto “algo malísimo” ([1]). Si Lenin y su banda de fanáticos, cuyas influencias políticas tienen más que ver con Nechaiev y el terrorismo autóctono ruso que con el socialismo internacional, no hubieran arrancado la democracia de la socialdemocracia, si en lugar del bolchevismo hubiera triunfado el menchevismo en 1917, nos hubiéramos ahorrado, no sólo la tremenda guerra civil de 1918-21, y el terror estalinista de los años 30 y 40, que fueron consecuencias inevitables de la crueldad bolchevique, sino también con toda probabilidad Hitler, la Segunda Guerra mundial, la Guerra fría, y sin duda además Sadam Husein y la guerra del Golfo.

Ese fanático antibolchevismo sólo puede encontrarse normalmente en otro sitio: en los anarquistas. Para ellos, el bolchevismo secuestró la verdadera revolución en 1917; si no hubiera sido por Lenin, y su visión autoritaria, heredada del apenas menos autoritario Marx, si no hubiera sido por el partido bolchevique, que como todos los partidos, sólo se esfuerza por tener el monopolio del poder, hoy podríamos ser libres y vivir en una federación mundial de comunas... El antibolchevismo es el único rasgo verdaderamente distintivo de todas las variedades de anarquismo, ya sea con la cruda versión algo caricaturesca descrita antes, ya sea con variantes mucho más sofisticadas que hoy se llaman comunistas antileninistas, autonomistas, etc., todos ellos están de acuerdo en que lo último que necesita la clase obrera es un partido político centralizado modelo bolchevique.

Cuando la ideología burguesa, y su sombra anarquista pequeño-burguesa, no ven las organizaciones comunistas como malvados conspiradores todopoderosos que han causado grandes daños a los intereses de la humanidad, las desprecian como lugares de cultos semirreligiosos irrisorios y tarados que ya no le interesan a nadie; como utopistas y teóricos de salón separados de la realidad, sectarios incurables dispuestos a escindirse y apuñalarse por la espalda con cualquier pretexto. Para esta línea argumental, el congreso de 1903 proporciona materia abundante, ¿No se originó el bolchevismo en un oscuro debate sobre una simple frase de los estatutos del partido sobre quién es miembro del partido y quién no? Aún peor, ¿no tomó la ruptura final entre mencheviques y bolcheviques la forma de una pelea sobre la composición del comité de redacción de Iskra? ¿No prueba esto suficientemente la futilidad, la imposibilidad de construir un partido revolucionario que no sea un campo de batalla de ambiciones egoístas y luchas entre facciones como sabemos que son los partidos burgueses?

A pesar de todos los pesares, nosotros defendemos, en continuidad con Lenin, que el Congreso de 1903 fue un momento profundamente importante en la historia de nuestra clase, y que la escisión entre bolchevismo y menchevismo fue una expresión de arraigadas tendencias sociales subyacentes en el movimiento obrero, no sólo en Rusia, sino en todo el mundo.

El movimiento obrero internacional en 1903

Como ya hemos argumentado antes (ver el artículo sobre la huelga de masas de 1905 en la Revista internacional nº 90) los primeros años del siglo XX fueron una fase de transición en la vida del capitalismo mundial. Por una parte, el modo de producción burgués había alcanzado límites sin precedentes: había unificado todo el planeta a un nivel nunca antes visto en la historia de la humanidad; había alcanzado niveles de productividad y sofisticación tecnológica con los que difícilmente se podía soñar en épocas pasadas; y con el nuevo siglo parecía estar llegando a nuevas cumbres con la generalización de la energía eléctrica, del telégrafo, la radio y la comunicación telefónica, con el desarrollo del automóvil y el aeroplano. Estos vertiginosos avances técnicos, también se acompañaban de tremendos logros a nivel intelectual –por ejemplo, Freud publicó su Interpretación de los sueños en 1900, Einstein su Teoría general de la relatividad en 1905.

Por otra parte, sin embargo, se cernían negros nubarrones cuando lo que unos llaman “Belle époque” y otros el “Edwardian summer” (el verano eduardiano) estaba de lo más soleado. El mundo se había unificado, es cierto, pero sólo en interés de la competencia de las diferentes potencias imperialistas, y cada vez estaba más claro que el mundo se quedaba demasiado pequeño para que esos imperios continuaran expandiéndose sin que finalmente tuvieran que enfrentarse entre ellos violentamente. Gran Bretaña y Alemania se habían embarcado ya en una carrera armamentística que presagiaba la guerra mundial de 1914; Estados Unidos, que hasta entonces se había contentado con expandirse hacia sus propios territorios del Oeste, ya entraba en las Olimpiadas imperialistas con la guerra de Cuba contra España en 1898; y en 1904, el imperio zarista fue a la guerra contra la potencia naciente de Japón. Entretanto, el espectro de la guerra de clases empezó a hacer sonar sus cadenas: más insatisfechos cada vez con los viejos métodos del sindicalismo y la reforma parlamentaria, sintiendo en sus propias carnes la creciente incapacidad del capitalismo para satisfacer sus reivindicaciones económicas y políticas, los trabajadores de numerosos países se lanzaban a movimientos de huelgas de masas que a menudo sorprendían y preocupaban a los ahora respetables dirigentes sindicales. Este movimiento afectó a muchos países a finales de la década de 1890 y comienzos de la de 1900, como mostró Rosa Luxemburg con su obra primordial Huelga de masas, partido y sindicatos, pero alcanzó su punto álgido en Rusia en 1905, donde dio lugar a los primeros soviets y sacudió los cimientos del régimen zarista. Total, el capitalismo podía haber alcanzado su cenit, pero los indicios de su decadencia irreversible se hacían cada vez más claros.

El texto de Luxemburg era también una polémica dirigida contra los que, en el partido eran incapaces de ver los signos de una nueva época, querían que el partido pusiera todo su peso en la lucha sindical, y veían la política restringida esencialmente a la esfera parlamentaria. En la década de 1890, Rosa ya había librado un combate contra los “revisionistas” en el partido –representados por Edward Bernstein y su libro Socialismo evolucionista– que habían tomado el largo periodo de crecimiento relativamente pacífico del capitalismo como una refutación de las predicciones de Marx de una crisis catastrófica. De esta forma, “revisaban” la insistencia de Marx sobre la necesidad de que la revolución destruya el sistema. Concluían que la socialdemocracia debería reconocerse como lo que, en cualquier caso, había llegado notablemente a convertirse: un partido de la reforma social radical, que podía obtener una mejora continua de las condiciones de vida de la clase obrera, e incluso un desarrollo pacífico y armonioso hacia un régimen socialista. En ese momento, Rosa Luxemburg había sido más o menos apoyada en su combate contra ese reto patente al marxismo, por el centro del partido en torno a Karl Kautsky, que se aferraba a la visión “ortodoxa” de que el sistema capitalista estaba condenado a experimentar crisis económicas cada vez más intensas y que la clase obrera tenía que prepararse para tomar el poder. Pero este centro, que veía la “revolución” como un proceso esencialmente pacífico y legal, pronto se mostró incapaz de comprender la importancia de la huelga de masas y la insurrección en Rusia en 1905, que anunciaba la nueva época de revolución social, en que las viejas estructuras y métodos del periodo ascendente, no sólo son insuficientes, sino se convierten en obstáculos contrarios a la lucha contra el capitalismo.

Los análisis de Luxemburg mostraban que en esta nueva época, la principal tarea del partido no sería organizar a la mayoría de la clase en sus filas, o ganar una mayoría democrática en el terreno parlamentario, sino asumir la dirección política en los amplios movimientos espontáneos de huelgas de masas. Anton Pannehoek llevó aún más lejos estas posiciones, para señalar que la lógica final de la huelga de masas era la destrucción del aparato de Estado. La reacción de las burocracias del partido y el sindicato a esta nueva visión radical –una reacción basada en un profundo conservadurismo, un miedo a la lucha de clases abierta y una creciente acomodación a la sociedad burguesa– presagiaba la escisión irreversible que se produjo en el movimiento obrero durante los acontecimientos de 1914 y 1917, cuando primero la derecha, y después el centro del partido, terminaron sumándose a las fuerzas de la guerra imperialista y la contrarrevolución contra los intereses internacionalistas de la clase obrera.

El movimiento obrero ruso en 1903

En Rusia, el movimiento obrero, aunque más joven y menos desarrollado que el movimiento en occidente, también sentía las mismas presiones y contradicciones. Como los revisionistas en el SPD, Struve, Tugan-Baranowski y otros, propagaron una versión “inofensiva” del marxismo –un marxismo “legal” que vaciaba la visión del mundo del proletariado de su contenido revolucionario y lo reducía a un sistema de análisis económicos. En esencia el marxismo legal argumentaba a favor del desarrollo del capitalismo en Rusia. Esta forma de oportunismo, aceptable para el régimen zarista, no tuvo mucho impacto en los trabajadores rusos, que encaraban unas condiciones espantosas de pobreza y de represión, y difícilmente podían posponer la defensa inmediata de sus condiciones de vida cuando se les imponía una forma extremadamente brutal de industrialización capitalista. En esas condiciones, empezó a arraigar una forma más sutil de oportunismo –la tendencia que se llamó “economicismo”. Como los bernsternianos, para quienes “el movimiento es todo y el objetivo nada”, los “economicistas”, como los que se agrupaban en torno al periódico Rabochaia Mysl, también adoraban al movimiento inmediato de la clase; pero como no había ningún terreno parlamentario de que hablar, este inmediatismo se restringía mayormente a la lucha día a día en las fábricas. Para los economicistas, los trabajadores estaban principalmente interesados por el pan y nada más. La política para esta corriente se reducía principalmente a tratar de conseguir un régimen parlamentario burgués y se daba esencialmente una tarea de oposición liberal. Como planteaba el credo economicista, escrito por YD Kuskova, “para los marxistas rusos hay solamente una línea: participar, proporcionando asistencia, en la lucha económica del proletariado; y en la actividad de la oposición liberal”. En esta visión extremadamente estrecha y mecánica del movimiento proletario, la conciencia de clase, para desarrollarse a gran escala, tenía, en cualquier caso, que emerger más o menos de un incremento de las luchas económicas. Y puesto que la fábrica o la localidad eran el terreno de esas escaramuzas inmediatas, la mejor forma de organización para intervenir en ellas era el círculo local. Esto era también una forma de volcarse ante el hecho inmediato, puesto que el movimiento socialista ruso durante las primeras décadas de su existencia estuvo disperso en una plétora de círculos locales aislados, diletantes, y a menudo transitorios, que apenas estaban conectados entre sí.

Oponerse a la tendencia economicista fue el principal objetivo del libro de Lenin ¿Qué hacer?, publicado en 1902. Lenin argumentó contra la idea de que la conciencia socialista surgiera simplemente de la lucha diaria; y planteó que se requería que la clase obrera interviniera en el terreno político. La conciencia socialista no podía engendrarse meramente de la relación inmediata entre patronos y trabajadores, sino únicamente de la lucha global entre las clases-y así de la relación más general entre la globalidad de la clase obrera y la clase dominante, y también de la relación entre la clase obrera y todas las demás clases oprimidas por la autocracia ([2]).

El desarrollo de la conciencia revolucionaria de clase requería, en especial, la construcción de un partido unificado, centralizado y declaradamente revolucionario; un partido que tenía que ir más allá del estadio de círculos y de la estrechez de miras y el espíritu de círculo personalista que significaba. En contra de la visión economicista que reducía el partido a un mero accesorio, o “cola” de la lucha económica, apenas distinto de otras formas de organización obrera más inmediatas como los sindicatos, un partido proletario debía existir sobre todo para conducir al proletariado del terreno económico al terreno político. Para estar preparado para esta tarea, el partido tenía que ser una “organización de revolucionarios” mas que una “organización de trabajadores”. Mientras que en esta última, el único criterio para participar era ser un trabajador que busca defender intereses de clase inmediatos, la primera tenía que estar compuesta de “revolucionarios profesionales” ([3]), militantes revolucionarios que trabajaban de mutuo acuerdo sin considerar sus orígenes sociológicos.

Por supuesto el Qué hacer de Lenin es sobre todo conocido por la formulación de Lenin sobre la conciencia, especialmente por haber recogido de Kautsky la noción de que la “ideología” socialista es producto de los intelectuales de la clase media, lo que llevaba a la concepción de que la conciencia de la clase obrera es “espontáneamente” burguesa. Se ha dicho mucho sobre esos errores, que en cierto modo son la imagen refleja del economicismo y una real concesión a una visión puramente inmediatista, en la que se ve la clase obrera sólo tal como es en un momento dado, en los centros de trabajo, más que como una clase histórica, cuya lucha contiene también la elaboración de la teoría revolucionaria. Lenin corrigió pronto la mayoría de estos errores –en realidad ya había comenzado a hacerlo en el IIº Congreso. Fue ahí donde admitió por primera vez “haber torcido demasiado la dirección” en su argumento contra los economicistas, y afirmó que ciertamente los obreros podían participar en la elaboración del pensamiento socialista, señalando también que, sin la intervención de los revolucionarios, la conciencia de clase que emerge espontáneamente está constantemente tratando de ser desviada hacia la ideología burguesa por la interferencia activa de la burguesía. Lenin iba a llevar más lejos estas clarificaciones tras la experiencia de la revolución de 1905. Pero en cualquier caso, el punto central de su crítica del economicismo sigue siendo válido: la conciencia de clase sólo puede ser la comprensión del proletariado de su posición histórica y global, y no puede alcanzar madurez sin el trabajo organizado de los revolucionarios.

También es importante comprender que Lenin no escribió Qué hacer a título individual, sino como representante de la corriente alrededor del periódico Iskra, que defendía la necesidad de terminar la fase de círculos y de formar un partido centralizado con un programa político definido, organizado en particular en torno a de un periódico militante. Los iskristas fueron al IIo Congreso como una tendencia unificada, y los delegados que sostenían esta línea eran una clara mayoría, a la que se oponía principalmente un ala derecha compuesta por el grupo Rabocheie Dielo encabezado por Martinov y Akimov, que estaba fuertemente influenciado por el economicismo; y representantes de una forma de “separatismo” judío (el Bund). Es cierto, como relata por ejemplo Deutcher en el primer volumen de su biografía de Trotski, que ya habían algunas tensiones y diferencias en el grupo dirigente de Iskra, pero había, o se suponía que había, amplio acuerdo sobre la posición contenida en el libro de Lenin. Este acuerdo continuó durante gran parte del Congreso, y al final del Congreso, no sólo se escindió el grupo de Iskra, sino que todo el partido se vio sacudido por la ruptura histórica entre bolchevismo y menchevismo, que, a pesar de varios intentos durante los 10 años siguientes, no iba a cicatrizarse nunca.

En Un paso adelante, dos pasos atrás (publicado en 1904), Lenin nos ofrece un análisis muy preciso de las diferentes corrientes dentro del Congreso del partido. Comenzó con una escisión a tres bandas entre el grupo de Iskra, el ala derecha antiiskrista, y los “elementos inestables y vacilantes”, para los que Lenin usó el término de “pantano”. Al final del congreso, una parte de los iskristas que se había hundido en el pantano –de forma clásica como el centrismo ha hecho siempre en la historia del movimiento obrero– terminó proporcionando un nuevo envoltorio para los argumentos de la derecha abiertamente oportunista ([4]). Además, en el enfoque de Lenin, las características del pantano coincidían en gran medida con la excesiva influencia de los intelectuales en el periodo de los círculos –procedentes de un estrato pequeño burgués, orgánicamente predispuestos al individualismo y al “anarquismo aristocrático” que desdeñan la disciplina colectiva de la organización proletaria.

Las divergencias en el Segundo Congreso

La escisión iba a enconarse más tarde en profundas divergencias programáticas sobre la naturaleza de la próxima revolución en Rusia; en 1917 esas divergencias acabarían siendo fronteras de clase. Y sin embargo no se expresaron al comienzo sobre cuestiones programáticas generales, sino esencialmente sobre cuestiones de organización.

Los principales puntos del orden del día del Congreso eran los siguientes:
– adopción de un programa
– adopción de los estatutos
– confirmación de Iskra como el “órgano central” (literalmente esto quería decir que era la publicación dirigente del partido, aunque se aceptaba en general que el equipo editorial de Iskra fuera también el órgano central del partido en sentido político, puesto que el Comité central establecido por el congreso debía cumplir una función principalmente organizativa en el interior de Rusia).

La discusión sobre el programa ha sido en gran parte ignorada por la historia; inmerecidamente de hecho. Ciertamente, el programa de 1903 reflejaba fuertemente la fase de transición en la vida del capitalismo –el ocaso entre la ascendencia y la decadencia, y en particular la expectativa de algún tipo de revolución burguesa en Rusia (aunque no fuera dirigida por la burguesía). Pero hay más que eso en el programa de 1903: en ese momento era el primer programa marxista que usaba el término dictadura del proletariado –un asunto significativo puesto que uno de los temas explícitos del congreso iba a ser el combate contra el “democratismo” en el partido y en el proceso revolucionario (Plejanov por ejemplo, argumentaba que, llegado el momento, un gobierno revolucionario no debería tener ninguna vacilación en dispersar una asamblea constituyente de mayoría contrarrevolucionaria, como iban a plantear los bolcheviques en 1918 –aunque, para entonces, Plejanov se había convertido en un fanático defensor de la democracia contra la dictadura del proletariado). La cuestión de la “dictadura” también estaba vinculada al debate sobre la conciencia de clase; como los consejistas en un periodo posterior, Akimov vio el peligro de una dictadura del partido sobre los obreros precisamente en una fórmula de Lenin sobre la conciencia en Qué hacer. Ya hemos tratado brevemente este debate antes; pero sobre la discusión en el Congreso –particularmente las críticas de Martinov a las posiciones de Lenin– habremos de volver en otro artículo, porque, aunque pueda parecer sorprendente, la intervención de Martinov es una de las más teóricas de todo el Congreso, y plantea muchas críticas correctas a las formulaciones de Lenin, aunque nunca llegara a abordar la cuestión central. Pero no fue este el asunto que llevó a la escisión de la corriente de Iskra. Al contrario, en ese momento, en las sesiones, los iskristas estaban unidos en defensa del programa, y también de la necesidad de un partido unido, contra las críticas del ala derecha, elementos declaradamente democratistas, que rechazaban el término mismo de “dictadura del proletariado”, y que en cuestiones organizativas favorecían la autonomía local contra las decisiones tomadas de manera centralizada.

Otro asunto importante suscitado pronto en el Congreso, también tuvo una respuesta unida de los iskristas: la posición del Bund en el partido. El Bund pedía “derechos exclusivos” en la tarea de intervenir en el proletariado judío en Rusia; mientras que todo el empuje del Congreso iba a la formación de un partido para toda Rusia, las demandas del Bund apuntaban a un proyecto de partido separado para los obreros judíos. Martov, Trotski y otros, procedentes muchos de ellos del mundo judío, rebatieron esos argumentos y mostraron plenamente los peligros de las concepciones bundistas. Si cada grupo étnico o nacional pretendiera lo mismo en Rusia, el resultado final sería un estado de dispersión peor que la fragmentación existente en círculos locales, y el proletariado se escindiría completamente en divisiones nacionales. Por supuesto, lo que se ofreció al Bund aún va más allá de lo que sería aceptable hoy (“autonomía” para el Bund en el partido). Pero la autonomía se distinguía claramente del federalismo: este último significaba “un partido dentro del partido”, el primero significaba un cuerpo integrado con una esfera particular de intervención, pero subordinado enteramente a la autoridad superior del partido. Esto ya significaba por tanto, una clara defensa de los principios organizativos.

La escisión comenzó con el debate sobre los Estatutos –cuando aún no había concluido. El punto de confrontación –la diferencia entre la definición de Lenin y la de Martov sobre quién es miembro del partido- era sobre una expresión que podrá parecer demasiado sutil (y ciertamente ni Lenin ni Martov habían previsto una escisión sobre ese punto). Pero detrás de ella había dos conceptos completamente diferentes del partido, mostrando que no había un acuerdo real sobre Qué hacer en el grupo de Iskra.

Recordemos las formulaciones: la de Martov dice:
“Se considerará como perteneciente al Partido obrero socialdemócrata de Rusia a todo el que acepte su programa, apoye al partido con recursos materiales y le preste su colaboración personal de forma regular bajo la dirección de una de sus organizaciones”.

La de Lenin:
“Se considerará miembro del partido a todo el que acepte su programa y apoye al Partido, tanto con recursos materiales, como con su participación personal en una de las organizaciones del mismo”.

El debate sobre estas formulaciones, mostraba la profundidad real de las diferencias sobre la cuestión de organización –y la unidad esencial entre el ala abiertamente oportunista y el “pantano” centrista. Se centró sobre la distinción entre “prestar la colaboración personal al Partido” y “participar personalmente en él”– la distinción entre los que simplemente simpatizan con el Partido apoyándolo, y los que son militantes implicados del Partido.

Así, siguiendo la intervención de Akimov sobre el hipotético profesor que apoya al Partido y debería tener derecho a llamarse socialdemócrata, Martov afirmó que “cuanto más abarque el título de miembro del partido, mejor. Solo podríamos alegrarnos de que cada huelguista, cada manifestante, respondiera de sus actos proclamándose miembro del Partido” (1903, Actas del Segundo Congreso del POSDR, New Park, 1978, p. 312, 22ª sesión, 2 de agosto –traducido por nosotros). Ambas posiciones revelaban el deseo de construir un “amplio” Partido, según el modelo alemán; implícitamente un Partido que pudiera llegar a ser una fuerza política, dentro más que en contra, la sociedad burguesa.

La respuesta de Lenin a Akimov , Martov, y Trotski, que ya se habían inclinado hacia el “pantano” en este punto, restablecía los argumentos principales de Qué hacer:

“¿Mi formulación, limita o amplía el concepto de miembro del Partido?... Mi formulación limita este concepto, mientras la de Martov la amplia, puesto que lo que distingue su concepto es (para usar su propia expresión correcta), su “elasticidad”. Y en el periodo de la vida del partido que estamos atravesando, es precisamente esa “elasticidad” la que con toda seguridad, abre la puerta a todos los elementos de confusión, vacilación y oportunismo... salvaguardar la firmeza de la línea del partido y la puridad de sus principios es de lo más urgente, porque con la restauración de su unidad, el Partido reclutará muchos elementos inestables, cuyo número aumentará a medida que crezca el Partido. El camarada Trotski entendió muy incorrectamente las ideas fundamentales de mi libro Qué hacer cuando habló de que el Partido no era una organización conspiradora... olvidó que en mi libro abogo por una serie de organizaciones de diferentes tipos, desde la más secreta y exclusiva, hasta otras amplias y “laxas” en comparación. Olvidó que el Partido debe ser solo la vanguardia, el dirigente de la vasta masa de la clase obrera, cuya totalidad (o casi), obra bajo el control y la dirección de las organizaciones del Partido, pero no pertenece ni tiene que pertenecer al Partido” (ídem).

La experiencia de 1905 –y sobre todo la de 1917– confirmaría ampliamente la opinión de Lenin sobre este punto. La clase obrera de Rusia creó sus propias organizaciones de lucha al calor de la revolución –los comités de fábrica, los soviets, las milicias obreras, etc.– y fueron esos órganos los que agruparon al conjunto de la clase. Pero precisamente por eso, el nivel de conciencia en esos órganos era muy heterogéneo y estaban inevitablemente influidos e infiltrados por la ideología burguesa y sus agentes de la clase dominante. De ahí la necesidad de que la minoría de revolucionarios conscientes se organizara en un Partido distinto en esos órganos de masas, un Partido que no estuviera sometido a las confusiones y vacilaciones eventuales en la clase, sino que estuviera armado con una visión coherente de los métodos y los fines históricos del proletariado. Los conceptos “elásticos” de los mencheviques, por el contrario, los hacían tan faltos de toda firmeza, que solo podían convertirse, en el mejor de los casos, en un factor de confusión, y en el peor, en un vehículo para los esquemas de la contrarrevolución.

Se ha argumentado que la concepción “limitada” del partido de Lenin, su rechazo del modelo de partido de masas favorecido por la socialdemocracia europea de la época, era producto de las condiciones y tradiciones específicas de Rusia: la herencia conspiradora del grupo terrorista Voluntad del pueblo (el hermano de Lenin vivió esa tradición y fue ahorcado por participar en una tentativa de asesinar al zar); y de las condiciones de intensa represión que hacían imposible que existiera cualquier organización legal de trabajadores. Pero es mucho más justo decir que la visión del partido de Lenin, como una vanguardia revolucionaria clara y determinada, corresponde a las condiciones que, cada vez más, se imponían a escala internacional –las condiciones de la decadencia del capitalismo, en la que el sistema va asumiendo una forma totalitaria, declarando fuera de la ley cualquier organización permanente de masas, e imponiendo con mayor intensidad el carácter minoritario de las organizaciones comunistas. En particular, la nueva época significaba que la función del partido –como Rosa Luxemburg había dejado claro– no era encuadrar y organizar directamente al conjunto de la clase, sino asumir la función de dirección política en los movimientos explosivos de clase desencadenados por la crisis del capitalismo. En otro artículo veremos que Rosa Luxemburg malinterpretó seriamente el significado de la escisión de 1903, y apoyó la línea de los mencheviques contra Lenin. Pero más allá de estas diferencias, había una profunda convergencia que iba a hacerse evidente al calor de la revolución misma.

Espíritu de Partido contra espíritu de círculo

Pero volvamos al debate de los estatutos. En ese momento del Congreso, antes de la salida del Bund y los economicistas, había una corta mayoría a favor del enunciado de Martov. La escisión que siguió se produjo en torno a una cuestión aparentemente mucho más trivial –quién tenía que estar en el comité de redacción de Iskra. La reacción casi histérica a la propuesta de Lenin de sustituir el viejo equipo de 6 (Lenin, Martov, Plejanov, Axelrod, Potresov y Zasulich) por un equipo de 3 (Lenin, Martov y Plejanov), daba la medida del peso del espíritu de círculo en el Partido, de la dificultad para comprender lo que significaba realmente el espíritu de partido, no en general, sino en lo más concreto.

En Un paso adelante, dos pasos atrás, Lenin hizo un resumen magistral de las diferencias entre el espíritu de círculo y el espíritu de partido:

“La redacción de la nueva Iskra lanza contra Alexándrov la edificante indicación de que “la confianza es una cosa delicada que no se puede meter a mazazos en los corazones ni en las cabezas” (núm. 56 suplemento). La redacción no comprende que precisamente el colocar en primer plano la confianza, la mera confianza, delata una vez más su anarquismo señorial y su seguidismo en materia de organización. Cuando yo era únicamente miembro de un círculo, ya fuera del grupo de los seis redactores o de la organización de Iskra, tenía derecho a justificar, por ejemplo, mi negativa a trabajar con X, alegando sólo la falta de confianza, sin tener que dar explicaciones ni argumentos. Una vez miembro del Partido, no tengo derecho a invocar sólo una vaga falta de confianza, porque ello equivaldría a abrir de par en par las puertas a todas las extravagancias y a todas las arbitrariedades del viejo espíritu de círculo; estoy obligado a argumentar mi “confianza” o mi “desconfianza” con un razonamiento formal, es decir, a referirme a esta o a la otra disposición formalmente fijada de nuestro Programa. De nuestra táctica, de nuestros estatutos; estoy obligado a no limitarme a un “tengo confianza” o “desconfío”, sin más ni más, sino a reconocer que debo responder de mis decisiones, como en general toda parte integrante del Partido debe responder de las suyas ante el conjunto del mismo; estoy obligado a seguir la vía formalmente prescrita parta expresar mi “desconfianza”, para sacar adelante las ideas y los deseos dimanantes de esta desconfianza. Nos hemos elevado ya de la “confianza” incontrolada, propia de los círculos, al punto de vista del Partido, que exige la observancia de procedimientos controlados y formalmente determinados para expresar y comprobar la confianza...”

Un asunto clave en la controversia sobre la composición del comité de redacción era la afinidad sentimental de Martov hacia sus amigos y camaradas en la vieja Iskra, y su creciente, aunque infundada sospecha sobre los verdaderos motivos de Lenin para argumentar que ya no deberían estar en el nuevo equipo. Globalmente, todo este episodio demostraba una chocante incapacidad de revolucionarios con experiencia, como Martov o Trotski, para superar sus sentimientos de orgullo herido y trascender sus simpatías puramente personales, y poner los intereses políticos del movimiento por encima de los lazos de simpatía. Plejanov iba a mostrar en el curso de los acontecimientos la misma dificultad más tarde; aunque en el Congreso estuvo de parte de Lenin, después le parecieron demasiado intransigentes y rudas las denuncias de Lenin de la actitud de Martov y Cia., y cambió de caballo a mitad carrera; tras haber obligado a Lenin a dimitir del comité de Iskra que había sido elegido por el Congreso, entregó el órgano del Partido a los mencheviques. Todos los antiguos iskristas que previamente habían defendido a Lenin de las acusaciones de la derecha sobre su deseo de imponer una dictadura, un “estado de sitio” –por decirlo en los términos de Martov– en el Partido, ahora no encontraban palabras suficientes para denunciar la política de Lenin: Robespierre, Bonaparte, autócrata, monarca absoluto, etc.

De nuevo en Un paso adelante, dos paso atrás (pag. 418-19, ídem), Lenin definió muy elocuentemente esa clase de reacción, hablando de :

“... la persistente nota sostenida de enojo que suena en todos los escritos de todos los oportunistas contemporáneos en general y de nuestra minoría en particular. Se ven perseguidos, oprimidos, expulsados, asediados, aperreados... Miren, en efecto, las actas del Congreso de nuestro Partido y verán que la minoría está constituida por todos los ofendidos, por todos los que han sufrido de la socialdemocracia revolucionaria alguna ofensa en algo”.

Lenin también muestra la “estrecha relación psicológica” entre esas respuestas, todas las grandiosas denuncias contra la autocracia y la dictadura en el partido, y la mentalidad oportunista en general, incluyendo su punto de vista sobre cuestiones programáticas más generales:

“... predominan inocentes y patéticas declamaciones acerca del absolutismo y la burocracia, la obediencia ciega y los tornillos y ruedecitas; declamaciones tan candorosas que resulta aún muy difícil distinguir en ellas lo que hay efectivamente de principio de lo que es en realidad cooptación. Pero quien en mucho hablar se empeña, a menudo se despeña: los intentos de analizar y definir exactamente la odiosa “burocracia” conducen inevitablemente al autonomismo; los intentos de “profundizar” y fundamentar llevan indefectiblemente a justificar el atraso, llevan al seguidismo, a la fraseología girondina. Por último, como único principio efectivamente definido y que, por lo mismo, se manifiesta con peculiar claridad en la práctica (la práctica precede siempre a la teoría), aparece el principio del anarquismo. Ridiculización de la disciplina, autonomismo y anarquismo, tal es la escalerilla por la que tan pronto baja como sube nuestro oportunismo en materia de organización, saltando de peldaño en peldaño y esquivando con habilidad toda definición precisa de sus principios. Exactamente la misma gradación presenta el oportunismo en cuanto al programa y la táctica: burla de la ortodoxia, de la estrechez y de la inflexibilidad –“crítica” revisionista y ministerialismo– democracia burguesa”.

El comportamiento de los mencheviques planteaba la cuestión de la disciplina de Partido en otro aspecto. Aunque (tras la partida de los semieconomicistas y el Bund) habían quedado en minoría (de ahí el nombre) al final del Congreso, se saltaron completamente las decisiones que había tomado sobre la composición del comité de redacción de Iskra. Martov, en solidaridad con sus amigos “expulsados”, se negó a participar en el nuevo comité, y más tarde, su facción llevó a cabo un boicot de todos los órganos centrales mientras estuviera en minoría. Los mencheviques, y todos los que los apoyaban en el plano internacional (esto incluía a Kautsky y Rosa Luxemburg) desencadenaron una campaña de desprestigio personal contra Lenin, acusándolo, entre otras cosas, de intentar sustituir por un órgano central todopoderoso la vida democrática del Partido. Pero la realidad era muy diferente: Lenin expresó claramente la defensa de la autoridad del centro real del Partido, el Congreso, que los mencheviques habían ignorado totalmente. Lenin definió así el verdadero problema que había tras los gritos de los mencheviques de “democracia contra burocracia”:

“Burocracia contra democracia es precisamente centralismo contra autonomismo; es el principio de organización de la socialdemocracia revolucionaria frente al principio de organización de los oportunistas de la socialdemocracia. Este último trata de ir de abajo arriba, y por ello defiende, siempre que puede y cuando puede, el autonomismo, la “democracia” que va (en los casos en que hay exceso de celo) hasta el anarquismo. El primero trata de empezar por arriba, preconizando la extensión de los derechos y deberes del organismo central respecto a las partes. En la época de la dispersión y del esparcimiento en círculos, la cima de donde quería la socialdemocracia revolucionaria en su organización era inevitablemente uno de los círculos, el más influyente por su actividad y consecuencia revolucionaria (en nuestro caso la organización de Iskra). En una época de restablecimiento de la unidad efectiva del Partido y de disolución de los círculos anticuados en esa unidad, esa cima es inevitablemente el congreso del Partido, órgano supremo del mismo. El congreso agrupa, en la medida de lo posible, a todos los representantes de las organizaciones activas y, designando organismos centrales (muchas veces con una composición que satisface más a los elementos de vanguardia que a los rezagados, que gusta más al ala revolucionaria que a su ala oportunista), hace de ellos la cima hasta el congreso siguiente” .

Así, detrás de diferencias “triviales” se planteaban en realidad importantes cuestiones de principio –Lenin habla de oportunismo en materia de organización, y el oportunismo sólo existe con relación a los principios. El principio es el centralismo. Como Bordiga planteó en su texto de 1922, El Principio democrático: “La democracia no puede ser para nosotros un principio. Sí lo es indiscutiblemente el centralismo, puesto que las características esenciales de la organización del Partido tienen que ser la unidad de estructura y de acción”. El centralismo expresa la unidad del proletariado, mientras que la democracia es un “simple mecanismo de organización” (ídem). Para la organización política del proletariado, el centralismo no puede significar nunca la dirección de una casta burocrática, puesto que solo puede mantenerse vivo si hay una auténtica participación consciente de todos los miembros en la defensa y la elaboración del programa y los análisis del Partido; al mismo tiempo tiene que estar basado en una confianza profunda en la capacidad de los órganos centrales elegidos por la expresión más alta de la unidad de la organización –el Congreso– para impulsar las orientaciones de la organización entre los congresos. En ese proceso se emplean por supuesto procedimientos “democráticos” y se toman decisiones por mayoría, pero son sólo medios de un fin, que es la homogeneización de la conciencia y la forja de una unidad real de acción en la organización ([5]).

El carácter político de las cuestiones de organización y el peligro de ignorarlo

Contrariamente a lo que piensan otros grupos y elementos del Medio proletario actual, la cuestión del funcionamiento centralizado de la organización no es, en absoluto, una cuestión secundaria, una cobertura para cuestiones programáticas más profundas; es en sí mismo una cuestión programática. El BIPR por ejemplo insiste en que las recientes escisiones en la CCI no lo han sido en absoluto por cuestiones de organización. Se niegan categóricamente a considerar la cuestión del funcionamiento, de los clanes, de la centralización, y buscan “las verdaderas debilidades programáticas de la CCI” que han llevado a las escisiones (por ejemplo nuestra supuesta mala interpretación de la lucha de clases, o nuestra teoría de la descomposición capitalista). Es ése un error de método, ajeno a la posición de Lenin. A decir verdad, nos recuerda los comentarios de Axelrod tras el IIº Congreso del POSDR:

“Con mi pobre inteligencia, soy incapaz de entender lo que se quiere decir con “oportunismo en materia de organización” planteado como algo autónomo, desprovisto de cualquier relación orgánica con ideas programáticas o tácticas” (“Sobre los orígenes y significado de nuestras divergencias actuales, carta a Kautsky”, 1904, traducido por nosotros).

En realidad, la lucha contra el oportunismo en materia de organización ya había sido ampliamente demostrada por la práctica de Marx en la Iª Internacional, en particular en el combate contra los intentos de Bakunin de subvertir la centralización construyendo una red de organizaciones secretas que no rendían cuentas mas que a él mismo. En el Congreso de 1872 de La Haya, Marx y Engels consideraron más importante poner este asunto en el orden del día, que las lecciones de la Comuna de París –que ciertamente se cuentan entre las más vitales de toda la historia del movimiento revolucionario proletario.

Igualmente, la escisión entre bolcheviques y mencheviques nos ha dejado lecciones vitales sobre el problema de la construcción de una organización de revolucionarios. A pesar de todas las diferencias entre las condiciones que confrontaron los revolucionarios en Rusia a principios del siglo XX y las que han confrontado los grupos del campo proletario desde el resurgir histórico de la lucha de clases a finales de los 60, hay, sin embargo, muchos puntos en común. En particular los nuevos grupos que surgieron en la última parte del siglo XX han tenido que cargar con el peso del espíritu de círculo. La ruptura entre ellos y las generaciones anteriores de revolucionarios, que tenían amplia experiencia en lo que era trabajar en un verdadero Partido proletario, los efectos traumáticos de la contrarrevolución estalinista, que han instilado en la clase obrera una profunda desconfianza en la noción misma de un partido político centralizado, las importantes influencias de la pequeña burguesía y las capas intelectuales después de 1968, comparables al peso desproporcionado de la intelligentsia en los orígenes del movimiento revolucionario en Rusia, las campañas incesantes de la clase dominante contra la idea misma del comunismo y a favor de una aceptación incuestionable de la ideología democrática –todos esos factores han hecho la tarea de construcción de la organización más dura que nunca hoy.

La CCI ha escrito muchas veces sobre estos problemas –el ejemplo más reciente es el artículo en el número 114 de esta Revista sobre el XVº Congreso de la CCI, que mostraba también cómo esas dificultades se ven agudizadas por la atmósfera pútrida de la descomposición capitalista. En particular, las presiones de la descomposición, que tienden a gangsterizar toda la sociedad, tienden constantemente a convertir los vestigios del espíritu de círculo en un fenómeno más pernicioso y destructivo –en clanes, agrupamientos informales paralelos tremendamente destructivos, con sus propias lealtades personales por afinidad y sus hostilidades basadas en lo mismo.

También hemos hecho notar el sorprendente paralelismo entre las escisiones en nuestras propias filas, expresiones de esas dificultades que acabamos de mencionar, y la escisión entre bolcheviques y mencheviques en 1903. Cuando los elementos que formaron la “Fracción Externa de la CCI” desertaron de nuestras filas en 1985, publicamos un artículo en la Revista internacional 45 que trazaba las similitudes históricas entre la FECCI y los mencheviques. En particular el artículo mostraba que la tendencia que después formaría la FECCI, había sido un agrupamiento basado más en lealtades personales, orgullo herido y absurdos sentimientos de persecución, que en verdaderas diferencias políticas ([6]).

Igualmente, la autodenominada Fracción interna de la CCI, formada en 2001, también presentaba muchas de las características del menchevismo de 1903. La FICCI tuvo sus orígenes en un clan, que se encontraba a gusto con los avances de la CCI mientras estuvo bien instalado en nuestro órgano central internacional. En realidad respondió con una campaña de calumnias y denigración a una minoría de camaradas que habían empezado a profundizar en la verdadera situación de la organización. Y en cuanto este clan perdió lo que él mismo consideraba como una “posición de poder”, inmediatamente empezó a postularse como defensor de la democracia, herido y perseguido por la burocracia usurpadora. Habiendo reivindicado previamente ser el defensor más vigoroso de los estatutos, empezó a partir de ese momento a saltarse sin vergüenza todas las normas que se había dado la organización; quizás lo más notable en ese sentido fue su mofa de la decisión del XIVo Congreso de la CCI, que había elaborado un método coherente para abordar las divergencias y las tensiones que habían aparecido en el órgano central. Esto significaba un comportamiento similar al de los mencheviques hacia el Congreso de 1903.

Como los mencheviques, ambas escisiones de la CCI se sintieron obligadas a “profundizar su posición y reafirmarla”, descubriendo rápidamente que habían desarrollado importantes diferencias programáticas con la CCI –incluso aunque originalmente se hubieran presentado como los verdaderos guardianes de la plataforma y de los análisis de la CCI. Así la FECCI se desembarazó de la pesada carga de nuestro marco de análisis de la decadencia; y la FICCI por su parte, se deshizo de nuestro concepto de descomposición, concepto, digamos, poco “popular” en el medio proletario, que esa banda trata de infiltrar. En este contexto, la dificultad del medio proletario para tratar la cuestión de la organización como una cuestión política per se, lo hace notablemente incapaz de responder adecuadamente a los problemas organizativos que enfrenta la CCI (por no mencionar sus propios problemas) y plenamente vulnerable a las campañas de seducción de un grupo como la FICI, que tiene una función puramente parásita en el Medio.

Si mencionamos estas experiencias no es porque queramos ponerlas al mismo nivel que los acontecimientos del Congreso de 1903, pues no nos vamos a engañar a nosotros mismos pensando que ya somos el partido de clase. Lo que sí es cierto es que quien no comprende las lecciones de las experiencias del pasado, está condenado a repetirlas. Si no se ha asimilado todo el significado de la escisión entre bolcheviques y mencheviques, será imposible progresar hacia la formación del partido proletario de la próxima revolución. Ninguna organización proletaria hoy o mañana puede evitar crisis organizativas y escisiones, como tampoco pudieron los bolcheviques –sea en 1903, 1914, 1917 u otros momentos históricos clave. Pero si estamos armados con las lecciones del pasado, esos momentos de crisis permitirán que las organizaciones políticas proletarias, como ocurrió una y otra vez en la historia de los bolcheviques, salgan políticamente reforzadas y vigorizadas y sean así más capaces de responder a las imperiosas demandas de la historia.

En un segundo artículo profundizaremos en el debate sobre la conciencia de clase del IIo Congreso y en la controversia entre Lenin, Trotski y Luxemburg sobre la escisión en la socialdemocracia rusa.

Amos

 

[1] Referencia humorística a un libro inglés (1066 and all that) que describía cómo presentaban los manuales escolares algunos acontecimientos históricos como “algo malísimo”.

[2] Parte de lo que Lenin dice en Qué hacer sobre los revolucionarios como “tribunos del pueblo” hay que verlo a la luz de cómo los socialdemócratas rusos comprendían la revolución que se avecinaba; no creían que se trataba de una lucha directa por el socialismo, sino dirigida inicialmente a acabar con la autocracia e inaugurar una fase de “democracia”. Los bolcheviques, a diferencia de los economicistas y más tarde los mencheviques, estaban convencidos de que esa tarea iba más allá de las fuerzas de la burguesía en Rusia y tendría que llevarse a cabo por la clase obrera. En cualquier caso, el punto más importante sigue siendo válido: la conciencia socialista no puede surgir sin que la clase obrera sea consciente de su posición general en la sociedad capitalista, y esto necesariamente implica ver más allá de los confines de la fábrica la totalidad de las relaciones de clase en la sociedad.

[3] Lenin dejó claro en el Congreso que con el empleo del término “revolucionarios profesionales”, no se refería a agentes del Partido pagados y que trabajaban para él a tiempo completo; en esencia el término “profesional” se usaba en contraste con la actitud “amateur” de la fase de círculos donde los grupos no tenían una forma clara, ni un plan de actividades firme, y sólo duraban como media unos pocos meses antes de que la policía los disolviera.

[4] Este análisis de las tres principales corrientes en las organizaciones políticas obreras –derecha abiertamente oportunista, izquierda revolucionaria y centro vacilante– conserva hoy toda su validez, igual que el término de “pantano” que Lenin aplica a la tendencia centrista. Vale la pena transcribir la nota a pie de página del propio texto de Lenin sobre este término, porque recuerda lo que ocurre hoy cuando la CCI usa el término “pantano” para caracterizar la zona cambiante de transición entre la política del proletariado y la de la burguesía: “Tenemos ahora en el Partido gentes que, al oír esta palabra, se horrorizan y se lamentan a gritos de una polémica impropia de camaradas. ¡Extraña deformación del instinto bajo la influencia de lo oficial... cuando se aplica indebidamente! Casi no hay partido político con lucha interna que prescinda de este término, el cual sirve siempre para designar a los elementos inconstantes que vacilan entre los que luchan. Tampoco los alemanes, que saben mantener la lucha interna en un marco de exquisita corrección, se ofenden por la palabra “versumpft” [“metido en la charca”] y no se horrorizan ni manifiestan ridícula “pruderie” [mojigatería, gazmoñería] oficial” (Un paso adelante, dos pasos atrás).
Por supuesto cuando nosotros usamos este término hoy, nos referimos a un área intermedia entre las organizaciones proletarias y burguesas, mientras que Lenin se refiere al pantano dentro del partido proletario. Estas diferencias reflejan cambios históricos reales en los que no podemos entrar ahora, pero eso no debe ocultar lo que tienen de común las dos aplicaciones del término.

[5] Más tarde, Lenin empleó el término “centralismo democrático” para describir el método de organización por el que abogaba, como después usaría el término “democracia obrera” para describir el modo de funcionamiento de los soviets. Desde nuestro punto de vista, ninguno de esos dos términos son muy útiles, sobre todo porque el término “democracia” (gobierno del pueblo) implica un punto de vista aclasista. Tendremos que volver sobre esto en otro momento. Lo que es interesante sin embargo, es que Lenin no usó este término en 1903, y que en realidad, su principal blanco fue precisamente la ideología del “democratismo” en el movimiento obrero.

[6] Nuestro texto de orientación de 1993 sobre el funcionamiento organizativo publicado en la Revista internacional no 109 (un texto que también desarrolla un importante análisis del Congreso de 1903) explica que la FECCI fue realmente un clan, más que una verdadera tendencia o fracción, mientras que nuestras “Tesis sobre el parasitismo” (Revista internacional nº 94) muestran el lazo orgánico entre los clanes y el parasitismo: los clanes o bandas que se han visto implicados en escisiones de la CCI, invariablemente evolucionan hacia grupos parásitos, que sólo pueden desempeñar un papel negativo y destructivo en el conjunto del medio proletario. Esto se ha confirmado de sobra por la trayectoria de la FICCI.

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Rev. Internacional nº 117, 2º trimestre de 2004

Conflictos imperialistas en Oriente Medio (II): La utilización del sionismo para sembrar la división en la clase obrera

Al final del anterior artículo de esta serie (ver Revista Internacional nº 115), vimos cómo, al final de la Primera Guerra mundial, el desarrollo del nacionalismo sionista y su utilización por Gran Bretaña para combatir a sus rivales imperialistas en el dominio de Oriente Medio, introdujo un nuevo y creciente factor de inestabilidad en dicha región.

En este artículo vamos a analizar el papel cada vez más importante que tuvieron los nacionalismos sionista y árabe en Oriente Medio, tanto como peones de la compleja relación de fuerzas entre las grandes potencias imperialistas, pero también como instrumentos contra la amenaza que representó el proletariado en el período posterior a la Revolución rusa.

La utilización del sionismo para sembrar la división en la clase obrera

La clase capitalista, lo mismo que hicieron las anteriores clases dominantes, ha buscado siempre aprovechar y exacerbar las diferencias étnicas, culturales y religiosas en el seno de la clase obrera, aplicando el famoso “divide y vencerás”.

Sin embargo, es cierto que el capitalismo, en su periodo ascendente, si pudo integrar diferentes grupos religiosos y étnicos en la sociedad mediante la proletarización de gran parte de estas poblaciones, reduciendo así sustancialmente el peso de las divisiones raciales, étnicas y religiosas en la sociedad. El sionismo moderno está sin embargo marcado por el hecho de haber surgido al final del período ascendente del capitalismo, cuando ya se había acabado la etapa de formación de estados nacionales viables y ya no quedaba “Lebensraum”  (1) disponible para la formación de nuevas naciones, cuando la base de la supervivencia del capitalismo es la guerra y la destrucción.

En 1897, cuando el primer congreso sionista celebrado en Basilea reivindicó un territorio nacional para los judíos, el ala izquierda de la Segunda internacional empezaba ya a rechazar la formación de nuevas entidades territoriales diferenciadas.

En 1903, el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR), rechazó la existencia de una organización independiente y separada de los miembros judíos de su organización, y exigió que la organización judía entonces existente –el Bund– se fundiera con las organizaciones territoriales rusas del partido. El IIº Congreso del POSDR en 1903, no sólo puso esta cuestión de la existencia del Bund como primer punto de su orden del día –antes incluso que el debate sobre los estatutos–, sino que “rechazó como absolutamente inadmisible por principio, cualquier posibilidad de una relación federal entre el POSDR y el Bund”. En aquel momento, incluso el propio Bund rechazaba la formación de un “hogar nacional judío” en Palestina. Antes ya de la Primera  Guerra mundial, el ala izquierda de la Segunda internacional rechazaba pues tajantemente la formación de una nueva entidad nacional judía en Palestina.

El nacimiento del sionismo político surgió entonces al calor del aumento de la emigración judía hacia Oriente Medio, y sobre todo hacia Palestina. La primera gran oleada de colonos judíos llegó a Palestina huyendo de la represión y las persecuciones que tuvieron lugar en la Rusia zarista en 1882; la segunda oleada de refugiados salidos de Europa del Este llegó tras la derrota de las luchas revolucionarias que acontecieron en Rusia en 1905. En 1850 vivían en Palestina aproximadamente 12 mil ju­díos. En 1882 su número creció hasta los 35 mil pero en 1914 alcanzaban ya los 90 mil.

En ese momento Gran Bretaña ya maquinaba la utilización del sionismo como aliado privilegiado en la región, tanto contra sus rivales europeos (sobre todo Francia), pero también contra la burguesía árabe. Gran Bretaña se permitía incluso hacer promesas tanto a los sionistas como a la burguesía pan-árabe, aplicando abiertamente la estrategia del “divide y vencerás”, política ésta que la burguesía británica supo emplear con éxito en esta región hasta poco antes de la Segunda Guerra mundial. En plena Primera Guerra mundial, Gran Bretaña prometió, tanto a los sionistas como a los pioneros del nacionalismo pan-árabe, que a cambio de su apoyo a Gran Bretaña en la guerra, podrían adueñarse de Palestina. La Declaración Balfour de 1917 contenía efectivamente esta promesa a los sionistas, pero en ese mismo momento T.S. Lawrence (el famoso “Lawrence de Arabia”), enviado por el ministerio británico de Asuntos exteriores, realizaba esa misma promesa a los líderes tribales árabes a cambio de que desencadenaran una revuelta contra un imperio otomano que se desmoronaba.

En 1922, cuando Gran Bretaña asumió el “Mandato sobre Palestina” otorgado por la Sociedad de Naciones, residían allí 650 mil habitantes, de los cuales 560 mil eran musulmanes y cristianos, y sólo 85 mil judíos. Los sionistas pretendieron entonces aumentar cuanto antes la proporción de colonos judíos, aprovechando ese aflujo para sus intereses imperialistas, para lo que constituyeron un “Buró colonial” que promocionase la colonización judía de Palestina.

Pero el sionismo no fue únicamente un instrumento sumiso de los intereses británicos en Oriente Medio. También perseguía objetivos propios, su propio proyecto capitalista de expansión y de establecimiento de su propio Estado judío –un proyecto que en el capitalismo decadente sólo puede ser llevado a cabo a costa de sus rivales locales–, y que por tanto conlleva, inevitablemente, la guerra y la destrucción.

La aparición del sionismo moderno es pues una expresión típica de la decadencia del sistema capitalista. Es una ideología que no puede aplicarse sin recurrir a métodos militares. En otras palabras que un sionismo sin guerra, sin una militarización absoluta, sin exclusión, sin hostigamientos continuos, resulta verdaderamente inconcebible.

Así pues al apoyar la creación de una “patria para los judíos”, sus “protectores” británicos dieron vía libre a una limpieza étnica pura y dura, a la deportación forzosa de las poblaciones locales. Esta política de limpieza étnica ha sido y es una práctica habitual ampliamente utilizada en las guerras, convirtiéndose en un rasgo característico de la decadencia (2).

Aunque esta política de limpieza étnica y segregación no ha quedado limitada a los confines de lo que fuera el antiguo imperio otomano, lo bien cierto es que esta región ha sido uno de los focos donde más continua y más cruelmente se han puesto en práctica tales salvajadas. A lo largo del siglo XX, los Balcanes han sufrido una sucesión de limpiezas étnicas y masacres, todas ellas apoyadas o manipuladas por las potencias europeas y Estados Unidos. En Turquía, la clase dominante perpetró un brutal genocidio contra la población armenia, que se inició con el baño de sangre que el 1915, cuando tropas turcas pasaron por las armas a más de millón y medio de armenios, y continuando tras la Primera Guerra mundial. En la guerra greco-turca (marzo 1921-octubre 1922), cerca de 1,3 millones de griegos debieron abandonar Turquía, al mismo tiempo que 450 mil turcos eran expulsados de Grecia.

El proyecto sionista de establecimiento de su propia unidad territorial debía pues basarse necesariamente en la segregación, la división, la disputa, las expulsiones,... en resumen en el terror militar y la aniquilación, y todo ello mucho antes de la proclamación del Estado sionista en 1948.

El sionismo representa de hecho una forma particular de colonización basada no en la explotación de la fuerza de trabajo local, sino en su exclusión, en su deportación. Los trabajadores árabes no formaron parte de la “Comunidad  judía”, sino que fueron rigurosamente excluidos en aplicación de la consigna: “¡Tierra judía, trabajo judío, productos judíos!”.

Las normas del “Protectorado” británico obligaban a los colonos judíos a comprar las tierras a los propietarios árabes, en su gran mayoría ricos terratenientes que hacían de la tierra un objeto de especulación. Estos mismos se encargaban, si así lo pedían los nuevos dueños, de desalojar a los jornaleros y arrendatarios palestinos, por lo que muchos campesinos y trabajadores agrícolas perdieron no sólo sus tierras sino también sus trabajos. El establecimiento de los asentamientos judíos suponía pues para aquellos, no sólo el destierro sino igualmente verse arrojados a una terrible miseria. Una vez vendida la tierra a los colonos judíos, los sionistas prohibieron que pudiera ser vuelta a comprar por los no-judíos. Ya no se trataba únicamente de una propiedad privada judía, de una mercancía más, sino que se había convertido en territorio sionista que debía ser defendido militarmente como una conquista.

Los trabajadores árabes también resultaron excluidos en otras esferas de la economía. El sindicato sionista –Histadrut–, en estrecha colaboración con las demás organizaciones sionistas, hizo cuanto pudo para que los capitalistas judíos no contrataran trabajadores árabes. Así los trabajadores palestinos se veían enfrentados a un creciente número de emigrantes judíos que también buscaban trabajo.

El establecimiento de la “patria judía” que prometiese el “Protectorado” británico significó, pura y simplemente, continuas confrontaciones militares entre los sionistas y la burguesía árabe, un terreno sangriento al que fueron arrastrados la clase obrera y el campesinado.

Pero ¿qué posición adoptó la Internacional comunista (IC) frente a la situación imperialista en Oriente Medio y la formación de una “patria judía”?

La política de la Internacional comunista: un desastroso callejón sin salida

Como señaló Rosa Luxemburg durante la Primera Guerra mundial:

“En la era del imperialismo violento ya no puede haber guerras nacionales. Los intereses nacionales sirven únicamente para embrutecer a las masas obreras y empujarlas a que tomen las armas en defensa de su mortal enemigo: el imperialismo” (Borrador del Folleto de Junius, adoptado por la Liga Spartacus el 1º de Enero de 1916).

Cuando los trabajadores rusos tomaron el poder en Octubre de 1917, los bolcheviques intentaron atenuar la presión de la burguesía y sus ejércitos blancos sobre la clase obrera y ganarse el apoyo de las “masas oprimidas” de los países vecinos, mediante la consigna de la “autodeterminación nacional”, una posición del POSDR que ya había sido criticada por la corriente en torno a Rosa Luxemburg antes de la Primera Guerra mundial (ver artículos en nuestra Revista internacional nos 34, 37 y 42). Pero lejos de aliviar la presión de la burguesía y conseguir atraerse a las “masas oprimidas”, la política de los bolcheviques, tuvo, por el contrario, efectos desastrosos. Como, una vez más, escribió Rosa Luxemburgo en su folleto La Revolución rusa:

“Esta claro que Lenin y sus amigos esperaban que convirtiéndose en campeones de la libertad nacional -–hasta el punto de abogar por la ‘independencia’–, harían de Finlandia, Ucrania, Polonia, Lituania, los países bálticos, el Cáucaso, etcétera, fieles aliados de la Revolución rusa. Pero sucedió exactamente todo lo contrario. Una tras otra, estas ‘naciones’ utilizaron la libertad recientemente adquirida para aliarse con el imperialismo alemán como enemigos mortales de la Revolución rusa y, bajo la protección de Alemania, llevar al interior de la propia Rusia el estandarte de la contrarrevolución (...). En vez de prevenir al proletariado de los países limítrofes de que todas las formas de separatismo son simples trampas burguesas, no hicieron más que confundir con su consigna a las masas de esos países y entregarlas a la demagogia de las clases burguesas. Con esta reivindicación nacionalista produjeron la desintegración de la misma Rusia y pusieron en manos del enemigo el cuchillo que se hundiría en el corazón de la Revolución rusa” (Obras escogidas).

Cuando la oleada revolucionaria empezaba ya a declinar, el IIo Congreso de la Internacional comunista (Julio de 1920), comenzó a desarrollar una posición oportunista sobre la cuestión nacional, con la esperanza de conseguir el apoyo de los obreros y campesinos de los países coloniales. Aún entonces el apoyo a esos movimientos, pretendidamente “revolucionarios”, no era incondicional, sino que quedaba sujeto a ciertos criterios. El 5º párrafo del punto 11 de las “Tesis sobre la Cuestión nacional y colonial” adoptadas por dicho Congreso, subrayaba que:

“Es necesario combatir enérgicamente las tentativas de los movimientos de liberación –que no son en realidad comunistas ni revolucionarios–, por aparecer como comunistas. La Internacional comunista debe apoyar los movimientos revolucionarios en las colonias sólo con el propósito de agrupar a los elementos del futuro partido proletario (...) e instruirlos acerca de sus tareas específicas, es decir de su misión de combatir las tendencias burguesas democráticas en su propio país. La Internacional comunista debe entrar en relaciones temporales y formar uniones con los movimientos revolucionarios en los países atrasados y en las colonias, sin fusionarse jamás con ellos, y conservando siempre el carácter independiente del movimiento proletario, aunque éste se dé aún en formas embrionarias”.

En el siguiente párrafo se insiste en que:

“Es necesario desenmascarar incansablemente ante las masas laboriosas de todos los países y sobre todo de los países y naciones más atrasados, el engaño urdido por las potencias imperialistas con la complicidad de las clases privilegiadas de los países oprimidos, que apelan a la existencia de estados políticamente independientes pero que en realidad son vasallos desde el punto de vista económico, financiero y militar. Como ejemplo hiriente de los engaños perpetrados contra la clase trabajadora de los países sojuzgados por los esfuerzos combinados del imperialismo de los aliados y de la burguesía de tal o cual nación, podemos citar el asunto de los sionistas en Palestina (...) En la coyuntura internacional actual no hay más salida, para los pueblos débiles y sometidos, que en la Federación de Repúblicas Soviéticas” (3).

Pero conforme se acentuaba el aislamiento de la revolución en Rusia, la Internacional comunista y el Partido bolchevique fueron cayendo en un mayor oportunismo, y los criterios que se establecieran para discriminar los apoyos a ciertos “movimientos revolucionarios” fueron abandonados. En el IVo Congreso (noviembre de 1922), la Internacional adoptó la nefasta política del Frente único, postulando que:

“La tarea fundamental común de todos los movimientos nacional-revolucionarios es alcanzar la unidad nacional y lograr la independencia como Estado...” (“Tesis generales sobre la Cuestión de Oriente”, en “Los cuatro primeros congresos...” tomo II).

A pesar de la ardua batalla que en esos momentos libraba la Izquierda comunista, en torno sobre todo a Bordiga, contra esa política del Frente único, la Internacional comunista declaraba que:

“La negativa de los comunistas de las colonias a participar en la lucha contra la opresión imperialista bajo el pretexto de la ‘defensa’ de los intereses autónomos de clase, es la consecuencia de un oportunismo de la peor especie que no puede sino desacreditar a la revolución proletaria en Oriente” (ídem).

En realidad este curso oportunista ya se había puesto de manifiesto en el Congreso de los Pueblos de Oriente celebrado en Bakú en septiembre de 1920, poco después del IIº Congreso de la IC. Este Congreso se dedicó sobre todo a las minorías nacionales de los países colindantes con la sitiada república soviética, y donde el imperialismo británico buscaba aumentar su influencia y crear así nuevas bases para desencadenar más intervenciones militares contra Rusia.

“Como resultado de enormes y bárbaras matanzas, el imperialismo británico ha emergido como el único y omnipotente dueño de Europa y Asia” (“Manifiesto del Congreso de los Pueblos de Oriente”). Partiendo de un análisis erróneo: “el imperialismo británico ha dejado derrotados e inermes a todos sus rivales y se ha convertido en el todopoderoso amo de Europa y Asia”, la Internacional comunista subestimó, desgraciadamente, la nueva dimensión de las rivalidades interimperialistas, desatadas por la entrada del capitalismo en su etapa de decadencia.

¿No había mostrado acaso la Primera Guerra mundial que todos los países, grandes o pequeños, se habían convertido en imperialistas?. Y, sin embargo, el Congreso de Bakú se focalizó en la lucha contra el imperialismo británico:

Gran Bretaña, el último gran predador imperialista que ha quedado en Europa, ha extendido sus negras alas sobre los países musulmanes de Oriente, e intenta hacer de los pueblos de Oriente sus esclavos y su botín. ¡Esclavitud! ¡Una espantosa esclavitud, ruina, opresión y explotación es lo que traerán los británicos a los pueblos del Este! ¡Liberaos pueblos de Orien­te!(...)¡Resistid y luchad contra el enemigo común: el imperialismo británico!” (ídem).

En la práctica, este apoyo a los movimientos “nacional-revolucionarios” y los llamamientos a la constitución de un “frente antiimperialista”, condujo a Rusia y a un Partido bolchevique cada vez más atrapado en el Estado ruso, a alianzas con movimientos nacionalistas.

Ya en Abril de 1920, Kemal Ataturk (4) presionó a Rusia para que formara una alianza antiimperialista con Turquía. Poco después del aplastamiento del levantamiento proletario de Kronstadt en marzo de 1921 y del estallido de la guerra greco-turca, Moscú firmó un tratado de amistad con Turquía. Tras muchas guerras entre ambos países, y por primera vez en la historia, un gobierno ruso respaldaba la existencia de Turquía como Estado nacional.

Los trabajadores y los campesinos palestinos fueron llevados igualmente a un callejón sin salida nacionalista:

“Consideramos el movimiento nacional árabe como una de las fuerzas esenciales de la lucha contra el colonialismo británico. Es nuestro deber hacer cuanto podamos para ayudar a este movimiento en su lucha contra el colonialismo”.

Al Partido Comunista de Palestina, fundado en 1922, se le ordenó apoyar a Haftí Amin Hussein que en 1922 se había convertido en muftí de Jerusalén y presidente del Consejo supremo musulmán, y una de las voces que más insistieron en la necesidad de proclamar un Estado palestino independiente.

Y lo que se aplicó en Turquía en 1922 se repetiría luego en Persia y en China en 1927. Esta política de la Internacional comunista llevó al desastre a la clase obrera, puesto que mediante su apoyo a las burguesías locales, la IC arrojaba a los trabajadores en los sanguinarios brazos de una burguesía a la que presentaba como “progresista”. La magnitud de este desprecio del internacionalismo proletario queda de manifiesto en este llamamiento de la Internacional comunista en 1931, cuando ya se había convertido en un mero instrumento del estalinismo en Rusia:

“Llamamos a todos a los comunistas a que luchen por la independencia y la unidad nacionales, no sólo dentro de los estrechos límites que el imperialismo y los intereses de los clanes familiares dominantes en cada país árabe han creado artificialmente, sino a desarrollar esta lucha en un amplio frente pan-árabe en pro de la unidad de todo Oriente”.

En el seno de la Internacional comunista se libró una lucha entre, por un lado, las concesiones oportunistas a los movimientos de “liberación nacional” y, por otro, la defensa del internacionalismo proletario, como se puso de manifiesto en la confrontación entre las diferentes delegaciones judías que asistieron al Congreso de Bakú.

Una delegación de “Judíos de las Montañas” expresaba esta posición contradictoria al declarar: “Sólo la victoria de los oprimidos sobre los opresores puede llevarnos a nuestro sagrado objetivo: la creación de una sociedad comunista judía en Palestina”. La delegación del Partido comunista judío (el Poale Sion, anteriormente vinculado al Bund judío) llamaba incluso a “construir, poblar, colonizar Palestina según principios comunistas”.

El Buró central de las Secciones judías del Partido comunista ruso se opuso enérgicamente a estas peligrosas ilusiones de establecer una comunidad judía en Palestina, y denunció cómo los sionistas utilizaban el proyecto judío para sus propios propósitos imperialistas. Contra la división entre trabajadores judíos y árabes, la Sección Judía del Partido comunista ruso subrayaba que:

“Ayudada por los servidores sionistas del imperialismo, la política británica quiere apartar del comunismo a una parte del proletariado judío, incitando en él sentimientos nacionalistas y simpatías por el sionismo. (...) Condenamos tajantemente también los intentos de ciertos grupos de izquierda socialista judía de amalgamar comunismo y adhesión a la ideología sionista. Esto es lo que vemos en el programa del llamado Partido comunista judío (Poale Sion). Creemos que entre quienes luchan por los derechos y los intereses del pueblo trabajador no tienen cabida grupos que mantienen, de una u otra forma, la ideología sionista, ocultando tras una máscara de comunismo, los apetitos nacionales de la burguesía judía. Estos usan consignas comunistas para reforzar la influencia de la burguesía en el proletariado. A lo largo de toda la historia del movimiento de las masas trabajadoras judías la ideología sionista ha sido extranjera al proletariado judío (...) Declaramos que las masas judías no esperan la posibilidad de su desarrollo social, económico y cultural en la creación de un “centro nacional” en Palestina, sino en el establecimiento de la dictadura del proletariado y la creación de repúblicas socialistas soviéticas en los países en los que viven” (Congreso de Bakú, septiembre de 1920).

Mientras se agudizaban las tensiones entre los colonos judíos y los trabajadores y campesinos palestinos, se acentuaba también la degeneración de la Internacional comunista progresivamente sometida al Estado ruso, y se intensificaba la separación entre una IC cada vez más estalinizada, y la Izquierda comunista, tanto sobre la cuestión palestina como, obviamente, sobre otros temas. Mientras la Internacional comunista llamaba a los trabajadores palestinos a apoyar a “su propia burguesía” contra el imperialismo, los comunistas de izquierda comprendían los efectos de la política británica (el “divide y vencerás”), así como las desastrosas consecuencias de la política de la Internacional comunista que llevaba a los obreros a un atolladero: “El capitalismo británico ha obrado para ocultar los antagonismos de clase. Los árabes sólo ven razas, amarilla o blanca, y consideran a los judíos como los protegidos de ésta última” (Proletarier, mayo de 1925, periódico del Partido comunista obrero alemán –KAPD–).

“Para un auténtico revolucionario no hay, por supuesto, ‘cuestión palestina’ alguna. Sólo puede existir una lucha de todos los explotados de Oriente Medio incluyendo a los trabajadores árabes y judíos, y esta lucha forma parte del combate general del conjunto de los explotados de todo el mundo por la revolución comunista”

(Bilan nº 31, 1936, boletín de la Fracción ialiana de la Izquierda comunista. En nuestra Revista Internacional nº 110: “La posición de los internacionalistas en los años 30”, hemos reeditado dos textos de Bilan – nº 30 y 31 – sobre estas cuestiones).

(Continuará)

D.

 NOTAS:

1) La necesidad de un “Lebensraum” (literalmente “espacio vital”) fue la justificación hitleriana de la expansión de la “raza” alemana hacia el Este, a las regiones ocupadas por los “subhumanos” eslavos.

2) Aplicando la “lógica” de la “limpieza étnica”, los germanos y los celtas deberían abandonar Europa y volverse a la India y al Asia Central de las que en su día partieron, y los latinoamericanos de origen español tendrían que retornar a la península Ibérica. Llevando a su extremo esta

absurda lógica Sudamérica debería expulsar a todos sus habitantes de origen europeo o cualquier otro y en Norteamérica deberían hacer lo mismo con la población negra proveniente de los esclavos africanos por no mencionar a los sucesores de los europeos que llegaron en el siglo xix. ¿No habría incluso que postular que el conjunto de la especie humana regresase a la cuna africana de la que un día empezó su emigración?

Desde la Segunda Guerra mundial asistimos a una imparable serie de desplazamientos en masa. En lo que antes fue Checoslovaquia, cerca de tres millones de personas de etnia alemana fueron expulsados. Los Balcanes se han convertido en un permanente laboratorio de limpiezas étnicas. La partición entre Pakistán e India en 1947 dio lugar al mayor desplazamiento de poblaciones de todos los tiempos, en ambos sentidos. En los años 1990, Ruanda ofreció una muestra especialmente sanguinaria de matanzas entre Hutus y Tutsis que acabó en la masacre de entre 300 mil y 1 millón de personas, en apenas tres meses.

3) Los cuatro primeros congresos de la Internacional comunista.

4) Kemal Ataturk nació en Salónica en 1881. Héroe militar de la Primera Guerra mundial por la resistencia victoriosa contra el ataque aliado en Gallipoli en 1915, organizó el Partido nacional republicano de Turquía en 1919, y derrocó al último sultán otomano. A continuación tuvo un papel destacado en la fundación de la primera República turca en 1923 tras la guerra contra Grecia, y siguió como presidente hasta su muerte en 1938. Bajo su gobierno el Estado turco rompió la hegemonía de las escuelas religiosas y emprendió un amplio programa de “europeización” que incluía la sustitución de la escritura árabe por la latina.

Geografía: 

Corrientes políticas y referencias: 

Cuestiones teóricas: 

Atentados de Madrid: el capitalismo siembra la muerte

Jueves 11 de marzo, siete de la  mañana, estallan unas cuantas bombas en un barrio obrero de Madrid. Tan a ciegas como el 11 de septiembre, tan a ciegas como los bombardeos de la Segunda Guerra mundial o de Guernica, las bombas de la guerra capitalista han golpeado a una población civil indefensa. Las bombas se “dejaron” sin mayor miramiento matando a hombres, mujeres, niños, jóvenes, emigrantes incluidos algunos procedentes de países “musulmanes” o de otros cuyas familias –colmo de la desgracia– ni se atrevían a ir a identificar los cuerpos por miedo a que se les detuviera y expulsara a causa de su situación irregular.

Como cuando el ataque contra las Torres Gemelas, esta matanza ha sido un acto de guerra. Hay, sin embargo, una diferencia importante entre ambas: al contrario del 11 de septiembre, en donde el blanco era un gran símbolo de la potencia capitalista norteamericana (aunque también allí la intención evidente era matar al máximo para reforzar los efectos del horror y del terror), esta vez, en cambio, no se trató de un acto simbólico, sino de un golpe directo contra la población civil como si fuera partícipe de la guerra. El 11 de septiembre fue un acontecimiento de alcance mundial, una matanza sin precedentes en suelo norteamericano cuyas primeras víctimas fueron obreros y oficinistas neoyorquinos. Dio un pretexto al Estado norteamericano, que éste se fabricó de arriba abajo, dejando deliberadamente que se preparara y se perpetrara un atentado del que estaba perfectamente informado, para así iniciar un nuevo período en el despliegue y el uso de su potencial imperialista. Para llevar a cabo su “guerra contra el terrorismo”, Estados Unidos proclamó alto y fuerte que desde ahora en adelante golpearía solo, en cualquier parte del mundo, en defensa de sus intereses. El atentado del 11 de marzo no ha significado la apertura de un nuevo período, sino la normalización del horror. Ya no se trata de buscar un efectismo propagandístico atacando dianas con valor simbólico, sino golpear directamente la población obrera. En lo alto de los lujosos despachos de las Torres Gemelas murieron algunos patronos y gente poderosa, pero en los trenes de cercanías de Madrid no había ni uno a las siete de la mañana.

Denunciar los crímenes del nazismo y del estalinismo está en la onda. Lo que a muchos no les gusta recordar es que durante toda la Segunda Guerra mundial, las potencias democráticas bombardearon poblaciones civiles –y sobre todo población obrera– con el fin de sembrar el terror, incluso hacia el final de la guerra, asolar barrios obreros poniendo así fin a toda posibilidad de levantamiento proletario. Los bombardeos cada día más masivos, día y noche, de las ciudades alemanas al final de la guerra fueron ya otras tantas sentencias sin remisión contra la maloliente hipocresía de las declaraciones gubernamentales que denuncian en los demás lo que ellos hicieron sin vacilar (Irak, Chechenia, Kosovo son ejemplos recientes de otros tantos momentos en los que las rivalidades entre las grandes potencias transformaron en blanco a la población civil). Podría decirse que los terroristas que atacaron en Madrid han tenido buenos maestros (1).

En las elecciones que siguieron al atentado de Atocha, el gobierno de derechas de Aznar fue derrotado, contrariamente a todas las previsiones que se hacían antes del 11 marzo. Según la prensa, la victoria del socialista Zapatero estuvo sobre todo favorecida por dos factores: la participación mucho más importante que anteriormente de obreros y jóvenes, la profunda rabia contra las torpes maniobras del gobierno de Aznar para culpar de todo a la organización terrorista vasca ETA, procurando así que no apareciera por ningún lado el tema de la guerra en Irak.

Ya pusimos de relieve que, tras los atentados de las Torres Gemelas, en los barrios obreros de Nueva York se expresaron gestos espontáneos de solidaridad y de rechazo a la propaganda bélica y vengativa (2). Pero, al no poderse expresar de manera autónoma, esas reacciones de solidaridad no fueron suficientes para hacer surgir una acción de clase, pudiendo ser desviadas hacia un apoyo al movimiento pacifista contra la intervención en Irak. De igual modo, al votar contra Aznar, muchos han querido así oponerse a las vergonzosas manipulaciones intentadas por el gobierno, cuando, en realidad, el hecho mismo de votar es una victoria para la burguesía, al acreditar así la idea de que se puede “votar contra la guerra”.

¿Por qué ese crimen?

Para la clase obrera revolucionaria, comprender la realidad es imprescindible para cambiarla. Es pues una responsabilidad primordial de los comunistas analizar el acontecimiento, esforzarse al máximo en una comprensión que todo el proletariado revolucionario debe llevar a cabo si quiere llegar a ser capaz de oponer una verdadera resistencia que esté a la altura del peligro que lo amenaza y que la descomposición de la sociedad capitalista entraña.

El acto de terror en Madrid ha sido efectivamente un acto de guerra, pero se trata de una guerra de un nuevo tipo, en la que las bombas no van marcadas con la propiedad de tal país o interés imperialista particular. Lo primero que debemos plantearnos es: ¿A quién beneficia el crimen de Atocha?

Puede primero decirse – por una vez– que la burguesía norteamericana no parece haber tenido nada que ver con él. Si, en cierto modo, el atentado mismo parece dar crédito a la tesis central de la propaganda estadounidense de una “guerra mundial contra el terrorismo” en la que están implicados todos los Estados, en cambio desprestigia totalmente sus afirmaciones de que la situación en Irak estaría mejorando hasta el punto de poder entregar pronto el poder a un Estado iraquí debidamente constituido. Lo importante, sin embargo, es que la llegada al poder de la fracción socialista de la burguesía española pone en peligro los intereses estratégicos de Estados Unidos. En primer lugar, si España retira sus tropas de Irak, eso será un rudo golpe para EE.UU en el plano, no ya militar evidentemente, sino político y un golpe importante asestado a su pretensión de dirigir una “coalición de buenas voluntades” contra el terrorismo.

Los socialistas españoles forman el ala de la burguesía que siempre ha estado mucho más inclinada hacia Francia y Alemania y que quiere jugar la baza de la integración europea. Su llegada al poder ha abierto inmediatamente toda una serie de sigilosas entrevistas de las que resulta hoy difícil saber cuál será su resultado preciso. Al haber declarado que tras su victoria electoral serían retiradas de Irak las españolas, Zapatero dio enseguida marcha atrás para anunciar que las tropas permanecerían, pero a condición de que la ocupación de Irak pasara bajo mando de la ONU. En todo caso, se está poniendo en entredicho la participación de España en la coalición americana en Irak, y también su papel de caballo de Troya en Europa y en todo el juego de alianzas en el seno mismo de la Unión Europea. Hasta ahora, España, Polonia y Reino Unido –cada país por razones ­propias– han formado una coalición “proamericana” contra las ambiciones franco-alemanas de unir a los demás ­países europeos a su política de oposición a EE.UU Para Polonia, mandar ­tropas a Irak servía para granjearse el apoyo estadounidense contra las presiones de Alemania, en estos críticos momentos de la entrada de Polonia en la Unión Europea.

Se plantea pues ahora (en caso de que España abandone definitivamente la coalición norteamericana inclinándose hacia Europa con una orientación proalemana, lo cual es de lo más probable) saber si Polonia será lo suficientemente sólida para seguir oponiéndose a Alemania y Francia sin el apoyo de su aliado ­español. Las últimas declaraciones “privadas” –inmediatamente desmentidas, claro está– del Primer ministro polaco, según las cuáles EE.UU le “habría estafado” dejan la cuestión abierta.

Ha sido pues un duro golpe para EE.UU que puede así perder no solo un aliado en Irak –y hasta dos– sino y sobre todo, un punto de apoyo en Europa (3). Con la retirada de España y de Polonia, la capacidad de la burguesía estadounidense para hacer de gendarme del mundo podría quedar bastante debilitada.

EE.UU y la fracción de Aznar son los perdedores del atentado, pero ¿quiénes han salido ganando? Son evidentemente Francia y Alemania así como la fracción “prosocialista” de la burguesía española, más predispuesta a una alianza con esos dos países. ¿Podría imaginarse un montaje, mediante unos islamistas salafíes, de los servicios secretos franceses o españoles?

Empecemos quitando de en medio ese argumento según el cual “esas cosas no se hacen en democracia”. Ya hemos demostrado (4) cómo los servicios secretos pueden ser llevados a desempeñar un papel directo en los conflictos y los ajustes de cuentas en el interior de la burguesía nacional. El ejemplo del rapto y asesinato de Aldo Moro en Italia es de lo más edificante en ese plano. Presentado como un crimen cometido por los terroristas izquierdistas de las Brigadas rojas, el asesinato de Aldo Moro fue en realidad una labor de los servicios secretos italianos, ampliamente infiltrados en ese grupo: Aldo Moro fue matado por la fracción dominante y proamericana de la burguesía italiana porque proponía que el Partido comunista italiano (infeudado entonces a la URSS) participara en el gobierno (5). Sin embargo, intentar influir en los resultados de una elección, o sea en las reacciones de una parte importante de la población- poniendo bombas en un tren de cercanías es una operación de otras dimensiones que el asesinato de una única persona para eliminar a alguien inoportuno en el seno de la burguesía. Son demasiados incertidumbres e imponderables. Sobre todo porque el resultado esperado (la derrota del gobierno de Aznar, y su sustitución por un gobierno socialista) dependía en gran parte de la reacción del propio gobierno de Aznar: los especialistas electorales están de acuerdo para decir que el resultado de las elecciones se ha visto ampliamente influido por la increíble estupidez en los esfuerzos más y más desesperados del gobierno para culpar a ETA. Ahora bien se puede imaginar un resultado muy diferente si Aznar hubiera sabido aprovecharse del acontecimiento para intentar exaltar y reunir el electorado en un combate por la democracia y contra el terror. Además, los riesgos de una operación de tal envergadura eran muy importantes. Cuando se observa la incapacidad de la DGSE (espionaje) francesa para llevar a cabo operaciones de poco alcance sin hacerse notar (baste recordar el sabotaje del “Rainbow Warrior”, barco de Greenpeace, o el estrepitoso fracaso en el intento por recuperar a Ingrid Betancourt en la selva de Brasil) mal puede uno imaginarse que el gobierno francés se permitiera llevar a cabo semejante operación en un país europeo “amigo”.

¿Qué guerra?

Hemos dicho que el atentado de Atocha, al igual que el ataque contra las Torres Gemelas, ha sido un acto de guerra. Pero, ¿de qué guerra?. En el primer período de la decadencia del capitalismo, las guerras imperialistas aparecían claramente: la grandes carnicerías imperialistas de 1914 y 1939 enfrentaron a Estados de grandes potencias, con todo su arsenal nacional, militar, diplomático, ideológico. En el período de los bloques imperialistas (1945-89), los bloques rivales se enfrentaban por peones interpuestos, y ya era más difícil entonces identificar a los verdaderos comanditarios de unas guerras que a menudo se presentaban como “movimientos de liberación nacional”. Con la entrada del capitalismo en su fase de descomposición, hemos identificado varias tendencias que hoy aparecen enredadas en los atentados terroristas:

“– el aumento del terrorismo, de las capturas de rehenes como medio de guerra entre Estados, en detrimento de las “leyes” que el capitalismo se había dado en el pasado para “reglamentar” los conflictos entre fracciones de la clase dirigente ;

“– el aumento del nihilismo, del suicidio de los jóvenes, de la desesperanza, como así lo expresaba el “no future” de las revueltas urbanas en Gran Bretaña, del odio y de la xenofobia que animan a “skinheads” y “hooligans”, para quienes los encuentros deportivos son una ocasión de desahogarse y sembrar el terror ;

“– la imparable marea de la drogadicción, fenómeno hoy de masas, poderosa causa de la corrupción de los Estados y de los organismos financieros (...) ;

la profusión de sectas, el resurgir del espíritu religioso, incluso algunos países avanzados, el rechazo hacia un pensamiento racional, coherente, construido (...).”

Esas tesis fueron publicadas en 1990, cuando la utilización de los atentados (por ejemplo en los de Paris en 1986-87) se debían sobre todo a países de tercer o cuarto orden como Siria, Libia o Irán: el terrorismo era, por decirlo así, “la bomba atómica de los pobres”. Casi 15 años más tarde, veíamos en el terrorismo llamada “islamista” la aparición de un fenómeno nuevo: la disgregación de los propios Estados, la aparición de “señores de la guerra” que utilizaban a jóvenes kamikazes, cuya única perspectiva en la vida es la muerte, para avanzar sus intereses en el tablero internacional.

Sean cuales sean los detalles –que siguen permaneciendo oscuros- del atentado de Madrid, es evidente que está estrechamente relacionado con los acontecimientos y la ocupación norteamericana de Irak. Se podrá pensar que la obsesión de los comanditarios del atentado ha sido la de “castigar” a la población de los “cruzados” españoles por su participación en la ocupación de Irak. En cambio, la guerra de Irak dista hoy mucho de ser un simple movimiento de resistencia a la ocupación que habrían organizado unos cuantos irreductibles fieles a Sadam Husein. Al contrario, esta guerra está entrando en una nueva fase, la de una especie de guerra civil internacional que se extiende cual mancha de aceite por todo Oriente Medio. En Irak mismo, los enfrentamientos son cada vez más frecuentes no sólo entre la “resistencia” y las fuerzas norteamericanas, sino entre las diferentes facciones iraquíes (“sadamistas”, suníes de inspiración wahabí –la secta de la que se reivindica Osama Bin Laden–, chiíes, kurdos y hasta turcomanos). En Pakistán, se está desarrollando una guerra civil larvada, con el atentado contra una procesión chií (40 muertos) y la importante operación militar que en estos momentos está llevando a cabo el ejército paquistaní en Waziristán en la frontera afgana. En Afganistán, ninguna de las declaraciones tranquilizadoras sobre la consolidación del gobierno de Karzai podrá ocultar que el gobierno solo controla, y con dificul­tades, Kabul y sus alrededores, que la guerra civil sigue encrespada en toda la parte Sur. En Israel y Palestina, la ­situación va de mal en peor con la utilización por Hamás de jóvenes y hasta críos para transportar bombas. En Europa misma, han vuelto los conflictos entre albaneses y serbios en Kosovo, señal de que las guerras en la antigua Yugoslavia no se han acabado, sino que sólo quedaron más o menos ocultadas por la presencia masiva de los ejércitos de ocupación.

Ya no estamos aquí en presencia de una guerra imperialista “clásica”, sino de una disgregación general de la sociedad en bandas armadas. Podría hacerse la analogía con la situación en la China entre los siglos xix y xx. La fase de descomposición capitalista se caracteriza por el bloqueo en la relación de fuerzas entre la clase reaccionaria capitalista y la clase revolucionaria proletaria. La situación de China, por su parte, se caracterizó por el bloqueo entre, por un lado, la vieja clase dominante feudal-absolutista y la casta de mandarines, y, por otro, una burguesía ascendente, pero demasiado débil a causa de lo específico de su evolución, como para echar abajo el régimen imperial. Por eso, el Imperio chino se descompuso en múltiples feudos, dominado cada uno de ellos por su “señor de la guerra”, en conflictos sin tregua sin la menor racionalidad desde el punto de vista del desarrollo histórico.

Esa tendencia a la desintegración de la sociedad capitalista no va a frenar, ni mucho menos, la tendencia al reforzamiento del capitalismo de Estado, menos todavía a transformar a los Estados imperialistas en protectores de la sociedad. Contrariamente a lo que la clase dominante de los países desarrollados quiere hacernos creer –por ejemplo, cuando llama a la población española a las urnas “contra el terror” o “contra la guerra”– las grandes potencias no son en absoluto “baluartes” contra el terrorismo y la descomposición social. Son en realidad las principales responsables de todo ello. No olvidemos que el “Eje del Mal” de hoy – Bin Laden y demás siniestros personajes por el estilo– fueron los “combatientes de la libertad” contra “el Imperio del Mal” soviético de ayer, financiados y armados por el bloque occidental. Y eso no acaba ahí ni mucho menos: en Afganistán, EE.UU utilizó a los poco recomendables señores de la guerra de la Alianza del Norte, y en Irak, a los peshmergas kurdos. Contrariamente a lo que quisieran hacernos creer, el Estado capitalista se va a blindar cada vez más frente a las tendencias bélicas exteriores y las tendencias centrífugas interiores, y las potencias imperialistas –sean de primero, de segundo o de cualquier orden– no vacilarán nunca en usar en beneficio propio a los señores de la guerra o las bandas armadas terroristas.

La descomposición de la sociedad capitalista, por el hecho mismo de que la dominación del capitalismo sea mundial y por el dinamismo del sistema en la transformación de la sociedad, infinitamente superior al de otros tipos de sociedad anteriores, cobra aspectos mucho más terribles que en el pasado. Señalemos un solo aspecto aquí: la obsesión por la muerte que pesa abrumadoramente sobre las generaciones jóvenes. Le Monde del 26 de marzo cita a un psicólogo de Gaza : “la cuarta parte de los muchachos de más de 12 años tienen un único sueño: morir mártires “. El artículo sigue: “El kamikaze se ha hecho imagen respetada y en las calles de Gaza, hay niños que se disfrazan con correas de explosivos falsas imitando así a los mayores”.

Como escribíamos en 1990 (“Tesis sobre la descomposición”) :

“Es de la mayor importancia que el proletariado, y en su seno los revolucionarios, sean capaces de captar la amenaza mortal que la descomposición es para la sociedad entera. En un momento en el que las ilusiones pacifistas pueden desarrollarse a causa del alejamiento de una posible guerra generalizada, hay que combatir con el mayor ahínco toda tendencia en la clase obrera a buscar consuelos, a ocultarse la extrema gravedad de la situación mundial”.

Desde entonces, lamentablemente, este llamamiento ha quedado ampliamente incomprendido, cuando no tratado con desdén, entre las flacas fuerzas de la Izquierda comunista. Por eso iniciamos en este número de la Reviista internacional una serie de artículos sobre las bases marxistas de nuestro análisis de la descomposición.

Una clase de hienas

La burguesía española no ha sido directamente responsable de los atentados de Atocha. En cambio sí que se ha echado sobre los cadáveres de los proletarios cual bandada de zopilotes. Incluso en la muerte, los obreros han servido a la clase dominante para alimentar su maquinaria de propaganda por la nación y la democracia. A los gritos de “España unida jamás será vencida “, toda la clase burguesa, derechas e izquierdas juntas, ha utilizado la emoción provocada por los atentados para llevar a los obreros a unas urnas que muchos de ellos hubieran desdeñado en otras circunstancias. Independientemente de los resultados, la alta participación electoral ya es una victoria para la burguesía, pues significa que, al menos por ahora, una gran parte de los obreros españoles creen que hay que dejar al cuidado del Estado burgués su protección contra el terrorismo, y, para ello, tenían que defender la unión democrática de la nación española.

Más grave todavía, y más allá de la unidad nacional entorno a la defensa de la democracia, las diferentes fracciones de la burguesía española han querido usar los atentados para granjearse el apoyo de la población, y de la clase obrera, a sus opciones estratégicas e imperialistas. Al acusar, contra lo que pronto apareció como inverosímil, al separatismo vasco de ser el responsable, el gobierno de Aznar intentaba asociar al proletariado al fortalecimiento policiaco del Estado español. Al denunciar la responsabilidad del alistamiento de Aznar junto a Bush, y la presencia de tropas españolas en Irak, les socialistas han querido imponer otra opción estratégica, la de la alianza con el dúo franco-alemán.

Comprender la situación que genera la descomposición capitalista es pues algo de lo más necesario para el proletariado, si quiere volver a encontrar y defender su independencia de clase política frente a la propaganda burguesa que quiere transformar a los proletarios en simples “ciudadanos” tributarios del Estado democrático.

Las elecciones pasan, la crisis permanece

La burguesía se ha llevado una victoria con estas lecciones, pero no por ello va a atajar la crisis económica que golpea su sistema. Los ataques de hoy ya no sitúan únicamente a nivel de tal o cual empresa, o, incluso de tal cual industria, sino que afectan al proletariado entero. En este sentido, los ataques contra las pensiones y la seguridad social en todos los países europeos (y también en los Estados Unidos, donde se han ido al garete cantidad de sistemas de pensiones tras las catástrofes bursátiles como la de Enron) están creando una nueva situación a la que la clase obrera deberá responder. En el Informe sobre la lucha de clases publicado en esta Revista, exponemos cómo entendemos nosotros esa situación, que es el marco global en el que se basa nuestro análisis sobre las luchas.

Frente a la barbarie de la guerra y la descomposición social capitalista, la clase obrera mundial puede y debe ponerse a la altura de los peligros que la amenazan, no sólo en el plano de su resistencia inmediata a los ataques económicos, sino sobre todo en la compresión general y política de la amenaza mortal que el capitalismo hace planear sobre toda la especie humana. Como lo decía Rosa Luxemburg en 1915 “La paz mundial no puede ser mantenida por unos planes utópicos o básicamente reaccionarios, tales como unos tribunales internacionales de diplomáticos capitalistas, unas convenciones diplomáticas sobre el «desarme», (…) etc. No se podrá eliminar, ni siquiera frenar el imperialismo, el militarismo y la guerra mientras las clases capitalistas sigan ejerciendo su dominación de clase de manera incontestada: El único medio de resistirle con éxito y conservar la -paz mundial, es la capacidad de acción política del proletariado internacional y su voluntad revolucionaria de poner todo su peso en la balanza” (6).

Jens, 28/03/04

 1) Ver el artículo “Matanzas y crímenes de las grandes democracias” en la Revista internacional n° 66. Los demócratas que hoy denuncian los crímenes de Stalin no hacían tantos ascos durante la Segunda Guerra mundial cuando “el padrecito de los pueblos” les era un valioso aliado contra Hitler. Otro ejemplo mucho más cercano nos lo da el tan cristiano san Tony Blair, que acaba de visitar a eso otro tan conocido benefactor de la humanidad, Muammar el Gaddafi. Ya importa ahora poco que a éste se le haya considerado como responsable del monstruoso atentado de Lockerbie en Escocia, y menos todavía el carácter represivo y torturador de su régimen. En Libia hay mucho petróleo y una posibilidad para el Reino Unido de ocupar una posición estratégica en África del Norte, mediante acuerdos militares con el ejército libio.

2) Ver Revista international  n° 107.

3) Este artículo no es para analizar la configuración de las rivalidades entre las burguesías nacionales de la Unión Europea. Sin embargo, puede decirse que la reorientación del gobierno español también es un palo para los intereses de Gran Bretaña. No sólo pierde ésta su aliado contra Francia y Alemania, en los múltiples conflictos solapados que hay en el seno de la Unión Europea, sino que además su otro aliado, Polonia, se encuentra también debilitada tras la defección ibérica.

4) “¿Cómo está organizada la burguesía?”, en Revista internacional n° 76-77.

5) Puede también recordarse el atentado del 12 de diciembre de 1969 contra el Banco de Agricultura de Milán que provocó 15 muertos. La burguesía acusó inmediatamente a los anarquistas Para dar crédito a esa tesis, hicieron incluso “suicidarse” al anarquista Pino Pinelli (que había sido detenido justo después del atentado), haciéndolo “volar” por la ventana de la comisaría de Milán. En realidad, aunque claro está ninguna versión oficial lo confirmará nunca, el atentado fue ejecutado por fascistas vinculados a los servicios secretos italianos y norteamericanos.

6) Rosa Luxemburg, La crisis de la Socialdemocracia (Folleto de Junius), “Apéndice, Tesis sobre las tareas de la Socialdemocracia internacional”, Anagrama, 1976.

Geografía: 

Cuestiones teóricas: 

El nacimiento del bolchevismo (II) - Trotsky contra Lenin

En 1904, el imperio ruso se encontraba al borde de la revolución. La aparatosa maquinaria de guerra del Zar sufría una ­humillante derrota a manos del imperialismo japonés, mucho más dinámico. La debacle militar alimentaba el descontento de todas las capas de la población. En su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, Rosa Luxemburg narra cómo durante el verano de 1903, mientras el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR) celebraba su famoso IIº Congreso, el sur de Rusia se veía sacudido por una “gigantesca huelga general”. Y si la guerra supuso un paréntesis temporal al movimiento de la clase obrera, y durante algún tiempo fue la burguesía liberal la que cobró protagonismo con sus “banquetes de protesta” contra la guerra, a finales de 1904 el Cáucaso se vio nuevamente sacudido por huelgas masivas contra el desempleo. Rusia entera era un polvorín y la chispa que desataría el incendio no tardaría en encenderse: la masacre del Domingo sangriento en enero de 1905, cuando los obreros que suplicaban humildemente al Zar que aliviase sus espantosas condiciones de vida, fueron abatidos a cientos por los cosacos del “Padrecito del pueblo”.

Como mostramos en la primera parte del este artículo, el partido proletario, el POSDR, se enfrentaba a esta situación poco después de la grave escisión que les había dividido en dos fracciones: bolcheviques y mencheviques.

En su folleto Nuestras tareas políticas, Trotski ofrece su punto de vista sobre el IIº Congreso del POSDR, en el que había tenido lugar dicha escisión, calificándolo de “pesadilla” que había llevado al enfrentamiento de quienes antes eran camaradas, y que hizo que los revolucionarios marxistas se dedicaran a agrias polémicas sobre la organización interna del partido, sus reglas de funcionamiento y la composición de los órganos centrales, mientras la clase obrera se enfrentaba a la guerra, a la huelga de masas y a las manifestaciones en la calle. En dicho folleto Trotski carga la responsabilidad de esta situación al hombre con quien había trabajado estrechamente en el grupo de exiliados de Iskra, pero al que ahora califica como “el jefe del ala reaccionaria de nuestro partido” y desorganizador del POSDR; es decir Lenin.

Muchos obreros en Rusia se lamentaban del hecho de que el partido parecía estar perdido en querellas internas e incapaz de responder a las exigencias del momento, por lo que la realidad inmediata parecía darle la razón a Trotski. Pero con la distancia que da el paso de la historia podemos ver que, aunque cometiera importantes errores, era Lenin quien defendía la visión más avanzada del partido, la tendencia revolucionaria; mientras Trotski, así como otros destacados militantes, cayeron en una visión reaccionaria. En realidad, las cuestiones organizativas planteadas en la escisión no eran problemas abstractos sin relación alguna con las necesidades de la clase obrera, sino que tenían su origen en las cuestiones suscitadas por el levantamiento político y social que se desarrollaba en Rusia. Las huelgas de masas y los levantamientos obreros que sacudieron Rusia en 1905 eran los signos anunciadores de una nueva época en la historia del capitalismo y de la lucha del proletariado: el fin del período del capitalismo ascendente y la apertura de su período de decadencia (ver nuestro artículo: “1905: La huelga de masas abre el camino a la revolución proletaria” en Revista internacional nº 90), lo que exigía que la clase obrera superara sus formas de organización tradicionales adaptadas más bien a las luchas por reformas en el sistema capitalista, y que descubriera nuevas formas de organización capaces de unificar al conjunto de la clase obrera y de preparar la destrucción revolucionaria de ese sistema. En resumen, esta transición se manifestaba en el plano de las organizaciones de masas de la clase obrera en el paso de la forma sindical de organización a la forma del soviet que nació, precisamente, en 1905.

Pero este cambio profundo en las formas y los métodos de organización de la clase tenía igualmente implicaciones en las organizaciones políticas de la clase. Como intentamos demostrar en la primera parte de este artículo, la cuestión fundamental que se planteaba en el IIº Congreso del POSDR era la necesidad de prepararse para el período revolucionario que se avecinaba y rompiendo con el viejo modelo socialdemócrata de partido – un partido amplio que ponía énfasis en la “democracia” y en la lucha por mejorar las condiciones de la clase obrera en la sociedad capitalista – construyendo, en cambio, lo que Lenin llamaba un partido revolucionario de nuevo tipo, más cohesionado, más centralizado, armado de un programa socialista por el derrocamiento del capitalismo, compuesto por revolucionarios firmemente comprometidos.

En los dos artículos que continuarán esta serie entraremos más en detalle en esta cuestión abordando las polémicas que enfrentaron a Lenin por un lado, y por otro a Trotski y Rosa Luxemburg. En este período, como a lo largo de la mayor parte de su vida política, Lenin hubo de hacer frente a un amplio abanico de críticas en el movimiento obrero. No únicamente los dirigentes mencheviques como Martov, Axelrod, y más tarde Plejanov, le acusaron de comportarse, en el mejor de los casos, como Robespierre, y en el peor como Napoleón; no sólo los dirigentes más reconocidos de la socialdemocracia internacional, como Kautsky y Bebel, se pusieron instintivamente de parte de los mencheviques contra este advenedizo en cierta medida desconocido; sino que incluso aquellos que se situaban a la izquierda del movimiento obrero mundial – casos de Trotski y R. Luxemburg – profundamente influenciados ambos por el mar de fondo de la revolución rusa y que iban a realizar contribuciones fundamentales a la comprensión de los métodos y formas adecuadas al nuevo período, demostraron no comprender absolutamente nada del combate organizativo que emprendió Lenin.

A diferencia de muchos revolucionarios actuales, tanto Trotski como Luxemburg comprendían un aspecto muy importante de la cuestión, y es que entendían que la cuestión organizativa es una cuestión completamente política, y un tema que debía ser debatido entre los revolucionarios. Al publicar sus críticas a Lenin, ambos participaban en una confrontación de ideas intensa e importante a escala internacional. Es más, sus contribuciones a este debate nos han legado brillantes muestras de un análisis muy perspicaz, aunque los argumentos de estos dos militantes no dejaran de ser equivocados.

Trotski toma partido por los mencheviques

En su obra autobiográfica Mi vida, Trotsky narra cómo en 1902, llegaron a su lugar de exilio en Siberia, tanto el libro de Lenin, ¿Qué hacer?, como la publicación Iskra:

“Supimos que había sido fundado en el extranjero un periódico marxista, Iskra (La Chispa), cuya misión era servir de órgano central a los revolucionarios profesionales, unidos por la disciplina férrea de la acción”.

Fueron sobre todo estas expectativas las que le movieron a evadirse para tratar de encontrar al grupo de exiliados que publicaban este periódico. Se trataba de una decisión sumamente importante ya que debía abandonar a su esposa y sus dos pequeñas hijas (es verdad que su mujer era camarada del partido y estuvo de acuerdo con su partida), y aventurarse en un viaje sumamente arriesgado a través de las estepas de Rusia hasta Europa.

Trotski dice, cuando llega a Londres, donde vivían Lenin, Martov y Vera Zasulich: “me enamoré verdaderamente de Iskra, y se puso inmediatamente a trabajar con ellos. El comité de redacción del Iskra contaba seis miembros: Lenin, Martov, Zasulich, Plejanov, Axelrod y Potressov. Lenin propuso rápidamente que Trotski se convirtiera en el séptimo miembro, en parte porque seis votos a veces hacían difícil la toma de decisiones, pero sobre todo porque entendía quizás que la vieja generación, sobre todo Zasulich y Axelrod, empezaban a convertirse en una traba para el progreso del partido y pretendía inyectar la pasión revolucionaria de la nueva generación. Esta proposición fue bloqueada por Plejanov que se opuso a ella, en gran parte, por motivos personales.

En el IIº Congreso del POSDR, Trotski se comportó como uno de los más coherentes valedores de la línea del Iskra, defendiéndola con toda firmeza – sobre todo las posiciones de Lenin – contra la oposición matizada o total de los militantes del Bund, de los economicistas o semieconomicistas. Sin embargo cuando acabó el congreso, Trotski se sumó en 1904 a las filas de los “antileninistas”, escribiendo dos de las polémicas más encarnizadas contra Lenin: el Informe de la delegación siberiana, y Nuestras tareas políticas, y se sumó a la “nueva Iskra”, donde se habían encastillado los mencheviques tras el cambio de chaqueta de Plejanov y la dimisión de Lenin de Iskra. Entremos ahora en las reflexiones de Trotski para comprender esta extraordinaria transformación.

Debemos recordar que la escisión no se originó por la famosa divergencia sobre los estatutos del partido, sino a partir de la propuesta hecha por Lenin de cambiar la composición del comité de redacción de Iskra. En Mi vida, Trotski confirma que ésta había sido la cuestión crucial:

“¿Cómo se explica que yo me pusiera en el congreso del lado de los ‘blandos’? Téngase en cuenta que me unían grandes vínculos a tres redactores: Martov, Zasulich y Axelrod. Estos tres influían en mí de un modo indiscutible. En el seno de la redacción se producían, antes del Congreso, diferentes matices de opinión, pero sin que llegaran nunca a manifestarse diferencias acusadas. Con quien menos afinidad tenía era con Plejanov, que no podía soportarme desde que había surgido entre nosotros la primera colisión, muy leve, a decir verdad. Lenin estaba conmigo en excelentes relaciones. Pero sobre él pesaba, a mis ojos, la responsabilidad de aquel atentado contra la redacción de un periódico que, a mi modo de ver, formaba una unidad y que tenía aquel nombre fascinador de Iskra. El solo hecho de pensar que pudiera malograrse aquella unión me parecía un crimen intolerable. En los movimientos revolucionarios el centralismo es un principio duro, imperioso, absorbente, que no pocas veces adopta formas despiadadas, contra personas y grupos enteros que ayer todavía luchaban a nuestro lado. No en vano en el vocabulario de Lenin abundan tanto las palabras ‘despiadado’ e ‘irreconciliable’. Esta crueldad sólo puede tener justificación cuando la imponen los altos ideales revolucionarios, exentos de todo interés mezquino, personal. En 1903 no había otra salida que eliminar de la redacción de Iskra a Axelrod y a Zasulich. Yo sentía por ellos no sólo respeto, sino simpatía. También Lenin les había tenido aprecio, en consideración a su pasado. Pero habiendo llegado al convencimiento de que eran un estorbo cada vez más molesto en la senda del provenir, sacó la conclusión lógica de esta premisa y creyó necesario separarlos del puesto directivo que ocupaban. Yo no podía avenirme a ello. Todo mi ser se rebelaba contra esta mutilación despiadada de viejos luchadores que habían llegado hasta el umbral de nuestro partido. Este sentimiento de indignación me hizo romper con Lenin en el segundo congreso. Su conducta me parecía intolerable, indignante, espantosa. Y, sin embargo, era políticamente acertada y, por consiguiente, necesaria para la organización. No había más remedio que romper con los viejos, que se obstinaban en seguir aferrados a la fase preparatoria. Lenin supo comprenderlo antes que nadie. Quiso ver si aún era posible retener a Plejanov, separándolo de los otros dos. Pero los hechos se encargaron de demostrar muy pronto que no podía ser.

“Me separé, pues, de Lenin por motivos que tenían mucho de ‘morales’ y hasta de personales. Sin embargo, aunque aparentemente fuese así, en el fondo la divergencia tenía una carácter político que se reflejaba en el campo organizativo.

“Yo me contaba entre los centralistas. Pero es indudable que por entonces no podía darme clara cuenta del centralismo severo e imperioso que había de reclamar un partido revolucionario creado para lanzar a millones de hombres a combatir a la vieja sociedad. Hay que tener en cuenta que había pasado los primeros años de mi juventud en la penumbra de la reacción, pues en Odessa había un retraso de un siglo; Lenin, en cambio, convivió en su juventud con el movimiento liberal de la Narodnaia Volia (Libertad del Pueblo). Quienes tenían unos cuantos años menos que yo se habían formado ya en un ambiente de progreso político. Al celebrarse el congreso de Londres, en el año 1903, la revolución tenía para mí, todavía, mucho de abstracción teórica. El centralismo leninista no surgía aún en mi cerebro de una concepción revolucionaria, clara y definitiva, a la que hubiera llegado por mi cuenta. Y si no me equivoco, mi vida intelectual ha estado presidida siempre, imperiosamente, por la tendencia a comprender por mi cuenta los problemas, sacando de ellos todas las consecuencias lógicas y necesarias” (Mi vida).

El peso del espíritu de círculo

En un pasaje del libro “Un paso adelante, dos pasos atrás”, que ya citamos en el anterior artículo de esta serie, a propósito de la diferencia entre el espíritu de partido y el espíritu de círculo, Lenin veía también a Iskra como un círculo, y aunque en ese círculo existiera una tendencia que defendía de manera clara y coherente el centralismo proletario, el peso de las diferencias personales, de la mentalidad de los exiliados, etc., era aún muy fuerte. Lenin era muy consciente de la “blandura” de Martov, de su tendencia a la vacilación, a la conciliación. Por su parte también Martov sabía de la intransigencia de Lenin que frecuentemente le incomodaba. Como todo esto no se planteaba en un terreno político daba lugar a numerosas tensiones y malentendidos. Plejanov, el padre del marxismo ruso, cuyas posturas estuvieron muy próximas a las de Lenin en multitud de cuestiones claves hasta el congreso, estaba muy preocupado por su reputación, pero al mismo tiempo se daba cuenta que empezaba a ser superado por una nueva generación (en la que figuraba Lenin). Por ello reaccionó contra la “intrusión” de Trotski en el círculo de Iskra, con tal hostilidad que todos la consideraron indigna de él. Pero ¿y Trotski? A pesar del respeto que éste sentía por Lenin, no hay que olvidar que había vivido en Londres en la misma casa en la que lo hacían Martov y Zasulich, y que sintió una amistad más fuerte aún hacia Axelrod en Zurich, al que incluso dedicó (“A mi querido maestro, Pavel Bortsovich Axelrod”) su libro Nuestras tareas políticas. Debido a esto “(se separó) pues de Lenin por motivos que tenían mucho de ‘morales’ y hasta de personales”. Si tomó partido por Martov y Cía. fue porque se sentía más amigo de ellos que de Lenin, y rehuía aparecer en el mismo bando que Plejanov dada la antipatía que éste le manifestaba. Y, quizás lo más importante: se dejó llevar por un sentimentalismo verdaderamente conservador hacia la “vieja guardia” que había servido al movimiento revolucionario en Rusia durante muchísimo tiempo. De hecho su reacción personal contra Lenin en aquel momento fue tan extrema que muchos se sorprendieron de la rudeza y la falta de camaradería que aparecía en el tono de sus polémicas con Lenin (en su biografía de Trotski, Deutscher cuenta que los lectores de Iskra en Rusia, en el momento en que los mencheviques controlaban el periódico, protestaron enérgicamente contra el tono de las diatribas que Trotski dirigió contra Lenin).

Pero señala al mismo tiempo: “en el fondo la divergencia tenía un carácter político que se reflejaba en el campo organizativo”. Dicha así, esta formulación sigue quedando ambigua ya que induce a pensar que “el campo organizativo” no deja de ser algo secundario, cuando en realidad la preponderancia de los vínculos personales y de los antagonismos de los antiguos círculos constituían, precisamente, el problema político que Lenin quiso plantear cuando defendió el espíritu de partido. En definitiva todas las polémicas de Trotski en 1904 responden al mismo guión: presentan algunas divergencias políticas muy generales, para concentrarse de inmediato en las cuestiones relativas a los métodos organizativos, o a las relaciones entre la organización revolucionaria y la clase obrera en su conjunto.

En el Informe de la delegación siberiana, Trotski plantea de entrada la principal cuestión organizativa y al mismo tiempo demuestra no haber comprendido lo que se jugaba el congreso, puesto que insiste en que “el Congreso registra, controla, pero no es un creador”, lo que indica que por mucho que Trotski afirme que el partido “no sea la suma aritmética de los comités locales” y que “es un todo orgánico” (Ibíd.), no ve al Congreso como la más alta, y más concreta expresión de la unidad del partido. Lenin, por su parte, escribe en Un paso adelante, dos pasos atrás:

“En el momento del restablecimiento de la verdadera unidad del Partido, y de la disolución en esta unidad de los círculos que ya cumplieron su papel, esto debe culminarse necesariamente en el congreso del Partido, instancia suprema de éste”.

Y además:

“La controversia se centra pues es la disyuntiva ¿espíritu de círculo o espíritu de partido? Limitación de los derechos de los delegados para el Congreso para salvaguardar los derechos y los reglamentos imaginarios de todo tipo de compadreos o círculos o bien la disolución completa, y no solo de boquilla sino efectiva, ante el congreso, de todas las instancias inferiores, de las antiguas capillas...”.

O sea que cuando se acusaba a Lenin de tener concepciones centralistas, de su supuesto deseo de concentrar todo el poder en manos de un comité central sin mandato alguno o incluso en sus propias manos, de querer convertirse en el Robespierre de la futura revolución, etc. resulta que Lenin defiende con meridiana claridad que, en un partido revolucionario del proletariado, la instancia suprema sólo puede ser el congreso, el verdadero centro, al que quedaban subordinadas las demás partes de la organización, sea el comité central o las organizaciones locales, y esto lo postula frente a las visiones “democratistas” para las que el congreso no debía ser más que una especie de “junta” de representantes de las secciones locales con un mandato imperativo, lo que implica que estos deben limitarse a ser simples portavoces de sus secciones. Esto es lo que denunció Lenin como revuelta anarquista de los mencheviques que se negaban a plegarse a las decisiones del Congreso.

Trotski lleva razón cuando reconoce que en el momento del Congreso, él no había acabado de comprender la cuestión de la centralización. Esto también se aprecia en otro tema, como es la vieja pelea entre Iskra y los economicistas. En el Informe de la delegación siberiana Trotski utiliza el argumento de que muchos bolcheviques eran en realidad antiguos economicistas que se habían cambiado de bando adoptando concepciones ultra centralistas, repitiendo como cotorras los “proyectos” organizativos de Lenin (en ese momento Trotski veía a Lenin como el único y verdadero “cerebro” de una mayoría que le sigue como borregos, mientras que la minoría, es decir los mencheviques a los que Trotski se había unido, defendían el verdadero espíritu crítico). Pero esta falacia es completamente opuesta a la realidad. Si al principio del congreso los mencheviques estaban todos alineados con Lenin contra los economicistas, luego cambiaron de chaqueta e hicieron suyas las críticas de los economicistas (Martinov, Akimov y sus acólitos) a Lenin; incluso la idea de que la visión de Lenin sobre el partido preparaba el terreno a una dictadura sobre el proletariado (de hecho Martinov volvió al redil una vez Lenin hubo dimitido de Iskra). De igual modo que los economicistas defendían la idea de que debía ser la burguesía quien asumiera la revolución política contra el zarismo mientras que los socialdemócratas debían encargarse de la lucha cotidiana de la clase obrera por sus necesidades inmediatas, destacados dirigentes mencheviques como Dan o Zasulich, empezaron en 1904 a defender cada vez más abiertamente que había que aliarse con la burguesía en la futura revolución. Incluso el propio Trotski –que muy pronto rompería con los mencheviques a propósito de esta cuestión, formulando su teoría de la revolución permanente según la cual incluso en la revolución rusa que se avecinaba el papel dirigente le correspondería al proletariado– al tomar parte por los mencheviques en 1903-1904, asumió inicialmente la defensa de estas posiciones economicistas.

Todo esto se ve con bastante claridad en ambos textos, en los que Trotski dedica páginas enteras a ironizar sobre el tiempo perdido en discutir minuciosamente de detalles organizativos, mientras las masas en Rusia iban a plantearse cuestiones tan candentes como las huelgas y las manifestaciones de masas. Como hiciera Axelrod, Trotski se dedica a ridiculizar la tesis de Lenin de la existencia de un oportunismo sobre cuestiones organizativas:

“Como nuestro intrépido polemista no se atreve a incluir a Axelrod y a Martov en la categoría de los oportunistas en general (lo que sería de agradecer en aras a la claridad y la simplificación), crea para ellos la calificación de ‘oportunismo en materia de organización’. Esto es el ‘coco’ con el que se asusta a los niños... ¡Oportunismo en materia de organización! ¡Girondismo en la cuestión de la cooptación por dos tercios cuando falta un voto motivado! ¡Jauresismo en cuanto al derecho del Comité central de poder fijar la ubicación de la administración de la Liga!...”

Más allá de los sarcasmos, esta argumentación representa en realidad un deslizamiento hacia el economicismo ya que minimiza el papel específico y la necesidad de la organización política, y de su forma de organizarse, lo cual es una cuestión política que no es posible eludir ni diluir en consideraciones sobre la lucha de clases en general. Las cuestiones organizativas también son cuestiones de principios y, bajo la presión de la ideología burguesa, pueden verse sometidas a interpretaciones oportunistas.

El retorno al economicismo

De hecho los textos de Trotski ponen abiertamente en entredicho el trabajo de Iskra que antes tanto le atrajera, es decir su reivindicación de un partido centralizado con reglas formales de funcionamiento, su denodado esfuerzo por erradicar del movimiento revolucionario las confusiones sobre el terrorismo, el populismo, el economicismo y otras formas de oportunismo. Trotski veía en ese momento a los economicistas como militantes que, desde luego, habían cometido errores pero que, por lo menos, tenían una práctica real en la clase, mientras Iskra se preocupaba en cambio por ganar a la intelectualidad para el marxismo, mediante vagas “proclamas” o centrándose casi exclusivamente en la difusión de la prensa.

Antes del Congreso, Trotski señalaba que:

“la organización oscila entre dos tipos: se concibe tan pronto como una aparato técnico dedicado a difundir masivamente la literatura editada tanto en el lugar como en el extranjero, y por otro lado también una “palanca” capaz de impulsar a las masas en un movimiento finalizado, es decir desarrollar en ellas las capacidades preexistentes de actividad autónoma. La organización ‘artesanal’ de los economicistas era particularmente cercana a este segundo tipo. Buena o mala, ella contribuirá directamente a disciplinar y a unir a los obreros en el marco de la lucha ‘económica’, es decir esencialmente huelguística”.

Trotski elude así el problema fundamental de tal concepción que es reducir la organización revolucionaria a un organismo de tipo sindical. Poco importa si se trata de una buena o una mala organización, ya que evidentemente la clase obrera necesita desarrollar organizaciones generales para luchar por defenderse contra el capital. El problema es que, por su propia naturaleza, la minoría revolucionaria no puede desempeñar ese papel y si trata de hacerlo, abandonaría su papel central de dirección política del movimiento.

Pero Iskra, insiste Trotski en su texto, a diferencia de los economicistas, no estaba presente en el movimiento:

“La verdad es que ahora, por primera vez el partido al menos se aproxima al proletariado. En la etapa del ‘economicismo’, el trabajo estaba dirigido hacia el proletariado, pero, esencialmente, no se trataba de un trabajo político socialdemócrata. Durante la etapa de Iskra, el trabajo toma un carácter socialdemócrata, pero no se dirige directamente hacia el proletariado”.

En otras palabras, que el objetivo principal de Iskra no era la intervención en las luchas inmediatas de la clase obrera sino las polémicas entre intelectuales. Trotski recomienda pues a sus lectores reconocer las limitaciones históricas de Iskra:

“No basta con reconocer los méritos históricos de Iskra, y menos aún enumerar sus afirmaciones erróneas o ambiguas. Hay que ver más allá. Hay que comprender el carácter históricamente limitado del papel que ha jugado Iskra. Ha contribuido mucho al proceso de diferenciación de los intelectuales revolucionarios, pero al mismo tiempo ha dificultado su libre desarrollo. Los debates de salón, las polémicas literarias, las disputas intelectuales alrededor de una taza de té, todo eso ha sido traducido por Iskra a programa político. De forma materialista ha encaminado multitud de afinidades filosóficas y teóricas hacia unos intereses de clase determinados, y empleando este método ‘sectario’ de diferenciación ha sido como ha conseguido, efectivamente, conquistar para el proletariado a una parte muy importante de la intelectualidad; y finalmente ha consolidado su ‘botín’ a través de las distintas resoluciones del IIº Congreso en materia de programa, táctica y organización”.

Las referencias de Trotski a “los debates de salón”, y a las “disputas de intelectuales alrededor de una taza de té” le ponen en evidencia en su momentánea conversión a una visión marcada por una desconfianza inmediatista, activista y obrerista frente a las tareas de la organización política. Al valorar por igual a Iskra y a los economicistas, viéndolos simplemente como dos momentos de la historia del partido, está subestimando en realidad el papel decisivo que tuvo Iskra en la lucha por una organización revolucionaria capaz de desempeñar un papel dirigente en las luchas masivas de la clase obrera, un papel dirigente y no únicamente “asistente” de los movimientos huelguísticos.

Más que una simple observación sobre la composición sociológica de Iskra o un coqueteo con el obrerismo, esta visión está ligada a una teoría que viene de lejos: la noción según la cual la vanguardia política representa esencialmente a los intelectuales que tratan de aprovecharse de la clase obrera. Evidentemente el momento culminante de esta visión se dio en la crítica consejista al bolchevismo tras la derrota de la revolución rusa, pero sus antecedentes son las ideas del “querido maestro” de Trotski, Axelrod, que defendía que la reivindicación de un funcionamiento ultra centralista por parte de Lenin mostraba en realidad que los bolcheviques serían expresión de la burguesía rusa, puesto que ésta tendría también necesidad de un fuerte centralismo para llevar adelante sus tareas políticas.

Trotski y el sustitucionismo

La reinterpretación por parte de Trotski de la verdadera contribución de Iskra, tiene también mucho que ver con sus críticas al supuesto sustitucionismo y jacobinismo de Iskra y que ocupan una gran parte de la obra Nuestras tareas políticas. Según el punto de vista de Trotski, toda la concepción política de Iskra, la insistencia de ésta en las polémicas políticas contra las falsas corrientes revolucionarias, partía de la base de que Iskra pretendía actuar en nombre del proletariado:

“Pero ¿cómo explicarse que el pensamiento ‘sustitucionista’ – en lugar del proletariado – practicado en sus formas más variadas (...) durante la etapa de Iskra no haya suscitado (o apenas lo ha hecho) la autocrítica en las filas de los propios ‘iskristas’? Este hecho se explica por lo que se ha expuesto en las páginas precedentes: sobre todo el trabajo de Iskra ha pesado la tarea de batirse en pro del proletariado, por sus principios, por su objetivo final – en los ambientes de los intelectuales revolucionarios”.

En Nuestras tareas políticas es donde Trotski escribe la célebre frase ‘profética’ sobre el sustitucionismo:

“En la política interna del partido, estos métodos conducen como veremos más adelante a que el aparato del partido sustituya al partido, el comité central al aparato, y finalmente al dictador a sustituir al comité central”.

Aquí, según reseñaría Deutscher en su libro El profeta armado, Trotski parece intuir la futura degeneración del partido bolchevique. Trotski muestra también esa percepción cuando subraya el peligro del sustitucionismo respecto al conjunto de la clase obrera en la futura revolución (peligro al que él también sucumbió, e incluso mucho más que Lenin en ciertos momentos):

“Las tareas del nuevo régimen serán tan sumamente complejas que no podrán ser resueltas más que por una confrontación entre diferentes modelos de construcción económica y política, a través de largas ‘disputas’, mediante una lucha sistemática no sólo entre diferentes corrientes en el seno del socialismo, corrientes éstas que emergerán inevitablemente cuando la dictadura del proletariado planteará decenas de nuevos problemas. Ninguna organización ‘dominante’ fuerte será capaz de suprimir tales corrientes y tales controversias (...). Un proletariado capaz de ejercer su dictadura sobre la sociedad no tolerará ninguna dictadura sobre sí mismo”.

Trotski también realizó críticas válidas a la analogía que planteaba Lenin en el libro ¿Qué hacer? entre los revolucionarios proletarios y los jacobinos, mostrando las diferencias esenciales que existen entre las revoluciones burguesas y la revolución proletaria. Además muestra que al polemizar con los economicistas que veían la conciencia de clase como un simple reflejo o un producto pasivo de la lucha inmediata, Lenin había recurrido a la “idea absurda” de Kautsky de que la conciencia socialista tendría su origen en la intelectualidad burguesa. Habida cuenta de que sobre muchas de estas cuestiones Lenin admitió haber “torcido la barra” en su ataque al economicismo y el localismo organizativo, no resulta sorprendente que ciertas polémicas de Trotski muestren una gran perspicacia y sean contribuciones teóricas que pueden ser útiles incluso hoy.

Pero sí sería un error, como hacen los consejistas, tratar esta visión fuera de su contexto global, ya que se trataba de una argumentación, en esencia errónea, que ponía de manifiesto la incapacidad de Trotski para comprender lo que se jugaba verdaderamente en este debate.

En cuanto a las intuiciones de Trotski sobre el sustitucionismo en particular, debemos tener presente ante todo que él partía de la idea de que la lucha que llevaba Lenin por la centralización estaba motivada no por un combate por los principios sino por un “afán de poder” maquiavélico por parte de éste, e interpretaba pues todas las acciones y las propuestas de Lenin durante el Congreso como partes de una gran maniobra destinada a garantizarse su dictadura única sobre el partido y, quizás, sobre el conjunto de la clase.

La segunda debilidad de la crítica que hace Trotski al sustitucionismo es que no ve las raíces de éste en la presión general de la ideología burguesa que puede afectar al proletariado lo mismo que a la pequeña burguesía intelectual. Por el contrario se apoya en un análisis sociológico y obrerista según el cual las razones del fracaso de Iskra residirían en que estaba compuesta fundamentalmente de intelectuales, y que orientaba la mayor parte de su actividad hacia los intelectuales. Y, en último lugar pero no por ello menos importante, si bien es cierto que el sustitucionismo se convertiría en un peligro real, tanto en la teoría como en la práctica, a causa del aislamiento y declive de la revolución rusa, en cambio, en vísperas de 1905, en pleno auge de la marea de la lucha de clases, no era, ni mucho menos, el peligro principal. El verdadero peligro que fue denunciado en el IIº Congreso, y que iba a ser el obstáculo principal al desarrollo del movimiento revolucionario en Rusia, no era que el partido actuara sustituyendo a las masas obreras; sino la subestimación del papel diferenciado del partido (algo intrínseco a la visión de economicistas y mencheviques), que impedía la formación de un partido capaz de desempeñar su función en los levantamientos sociales y políticos que se avecinaban. En ese sentido, las advertencias de Trotski sobre el sustitucionismo suponen una falsa alarma.

En cierta medida se puede comparar con la fase de la lucha de clases que se abrió en 1968. Durante todo este período, caracterizado por una curva ascendente de la lucha de clases y la debilidad extrema de las minorías revolucionarias, el mayor peligro para el movimiento de la clase obrera no es que las minorías revolucionarias violen, por decirlo de alguna forma, la virginidad de la clase obrera; sino y sobre todo que el proletariado se lance a enfrentamientos masivos contra el Estado burgués, en un contexto en que la organización revolucionaria es demasiado pequeña y está demasiado aislada para poder influir en el curso de los acontecimientos. Por esta razón la CCI ha defendido, desde mediados de los años 80, que el principal peligro no viene del sustitucionismo sino del consejismo; no la exageración del papel y las capacidades del partido sino su subestimación o su negligencia.

El flirteo de Trotski con los mencheviques en 1903, fue un error y condujo a una ruptura entre Lenin y él que duraría hasta los prolegómenos de la revolución de Octubre. Sin embargo, poco iba a durar ese coqueteo. A finales de 1904 Trotski se enfrentó a los mencheviques sobre todo a propósito del análisis de la inminente revolución, pues Trotski jamás pudo aceptar la visión de que la clase obrera debía subordinar su lucha a las necesidades de la burguesía liberal. El carácter fundamentalmente proletario de la respuesta de Trotski se confirmaría durante los acontecimientos de 1905 durante los cuales él desempeñó un papel absolutamente crucial como presidente del Soviet de Petrogrado. Pero aún más importantes, si cabe, son las conclusiones teóricas que sacó de esta experiencia, en particular, la teoría de la revolución permanente y la clarificación del papel histórico de la forma organizativa de los Soviets como organización de la clase.

Trotski se unió a Lenin y al partido bolchevique en 1917 y reconoció, como vimos, que Lenin llevaba razón en 1903 sobre la cuestión de la organización. Sin embargo jamás reexaminó a fondo sobre esta cuestión ni, sobre todo, los errores contenidos en estas dos importantes contribuciones (nos referimos al Informe de la delegación siberiana y a Nuestras tareas políticas) que hemos analizado.

Pero a pesar de la importancia que le dio a estos problemas organizativos continuó subestimándolos a lo largo de toda su vida política posterior, contrariamente a lo que hicieron otras corrientes de oposición al estalinismo, como, por ejemplo, la Izquierda italiana. Con la distancia que da el paso de la historia, el examen de estos desacuerdos puede todavía aleccionarnos mucho no sólo sobre las cuestiones que se discutieron, sino cómo llevar a cabo estas polémicas entre verdaderos representantes del pensamiento marxista, para que se abra paso una clarificación que vaya más allá de las contribuciones individuales de los propios pensadores. Como veremos en el próximo artículo de esta serie, esto también se pudo ver en el debate que sobre cuestiones organizativas mantuvieron Lenin y Rosa Luxemburg.

Amos

 

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Entender la descomposición: las raices marxistas de la noción de descomposición

La actitud más caricaturesca es probablemente la del Partido comunista internacional (PCI, que publica Le Prolétaire e Il Comunista). Así es como en un folleto recientemente publicado, Le Courant communiste international: à contre-courant du marxisme et de la lutte de classe (la CCI a contracorriente del marxismo y de la lucha de clases), esta organización evoca nuestro análisis sobre la descomposición en estos términos: “Tampoco haremos aquí la critica en regla de esa teoría brumosa, contentándonos con señalar sus hallazgos que rompen con el marxismo y el materialismo”. Y aquí se acaba todo lo que el PCI tiene que decir con respecto a nuestro análisis, cuando por otra parte dedica setenta páginas a la polémica con nuestra organización.

Para una organización que pretende defender intereses históricos de la clase obrera, es sin embargo una responsabilidad de primer orden el esfuerzo de reflexión teórica para clarificar las condiciones de su lucha y criticar los análisis de la sociedad que considera falsos, en particular cuando estos los defienden otras organizaciones revolucionarias (1).

El proletariado y sus minorías de vanguardia necesitan ante todo un marco global de comprensión de la situación. Sin él están condenadas a ser incapaces de responder a los acontecimientos sino es de forma empírica, condenadas a ser zarandeadas por ellos.

Por su parte, la Communist Worker’s Organisation (CWO), rama británica del Buró internacional para el partido revolucionario (BIPR) ha abordado en tres artículos de sus publicaciones (2) nuestro análisis sobre la descomposición del capitalismo. Ya comentaremos más lejos los argumentos precisos avanzados por la CWO. Señalemos de momento que la crítica principal hecha en esos textos a nuestro análisis sobre la descomposición es que estaría fuera del ámbito marxista.

Frente a juicios como ése (que la CWO no es la única en enunciar) consideramos necesario poner de relieve las raíces marxistas de la noción de descomposición del capitalismo y precisar y desarrollar ciertos aspectos e implicaciones. Por eso empezamos aquí la redacción de una serie de artículos titulados “Entender la descomposición”, en continuidad con lo que redactamos hace años y que se titulaba “Entender la decadencia del capitalismo” (3), al no ser la descomposición en fin de cuentas sino un fenómeno de la decadencia, que no puede entenderse separada de ésta.

La descomposición fenómeno de la decadencia del capitalismo

El método marxista nos da un marco materialista e histórico que permite caracterizar las fases de la vida del capitalismo, tanto en su periodo ascendente como en el de su decadencia.

“De hecho, del mismo modo que el capitalismo conoce diferentes períodos en su recorrido histórico – nacimiento, ascendencia, decadencia –, cada uno de esos períodos contiene también sus distintas fases. Por ejemplo, el período de ascendencia tuvo las fases sucesivas del libre mercado, de la sociedad por acciones, del monopolio, del capital financiero, de las conquistas coloniales, del establecimiento del mercado mundial. Del mismo modo, el período de decadencia ha tenido también su historia: imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado, crisis permanente y, hoy, descomposición. Se trata de diferentes expresiones sucesivas de la vida del capitalismo; esas expresiones quizás ya existían en la fase anterior, quizás se mantenían en la siguiente, pero son, sin embargo, lo característico de una fase determinada de la vida del capitalismo” (4).

Así es como el ejemplo más conocido de este fenómeno concierne el imperialismo que, “... a decir verdad, empieza tras los años 1870, cuando el imperialismo mundial alcanza una nueva configuración significativa: el período en que se acaba la constitución de estados nacionales en Europa y Norteamérica y en el que en vez de una Gran Bretaña “fábrica del mundo”, se presentan varias “fábricas” capitalistas nacionales desarrolladas en competencia para dominar el mercado mundial –no solo para conquistar los mercados interiores de los demás sino también para conquistar el mercado colonial” (5).

Sin embargo, el imperialismo no adquiere “... un lugar preponderante en la sociedad, en la política de los Estados y en las relaciones internacionales más que con la entrada del capitalismo en su periodo de decadencia, hasta el punto de imprimir su marca a la primera fase de este período, lo que llevó a los revolucionarios en aquel entonces a identificarlo con la decadencia misma” (6).

De igual modo, el periodo de decadencia contiene, desde sus orígenes, elementos de descomposición, que se caracterizan por la dislocación del cuerpo social y la putrefacción de sus estructuras económicas, políticas e ideológicas. Sin embargo solo a cierto nivel de la decadencia, y en circunstancias bien determinadas, la descomposición se convierte en un factor, incluso el factor más decisivo de la evolución de la sociedad, abriendo así una fase especifica, la de la descomposición de la sociedad. Esta fase es el remate de las fases que la precedieron sucesivamente en la decadencia como lo prueba la historia misma de este período.

El Primer congreso de la Internacional comunista (IC) en marzo del 1919 puso en evidencia que había entrado el capitalismo en una nueva época, la de su declive histórico, e identificó en ésta la descomposición interna del sistema:

“Ha nacido una nueva época: la de la disgregación del capitalismo, de su hundimiento interno. La época de la revolución comunista del proletariado” (7).

La amenaza de su destrucción se plantea al conjunto de la humanidad si el capitalismo logra sobrevivir a la oleada de la revolución proletaria:

“La humanidad, cuya cultura está devastada, está amenazada de destrucción (...) El antiguo “orden” capitalista ha fallecido. Ya no puede seguir existiendo. El resultado final de los procedimientos capitalistas de producción es el caos” (ídem). “Ahora no solo se presenta ante nosotros con toda su horrenda realidad la pauperización social, sino también un empobrecimiento fisiológico y biológico” (8).

En el plano de la vida de la sociedad, esta nueva época está marcada por el acontecimiento histórico que la abrió, la Primera Guerra mundial:

“La libre competencia, como regulador de la producción y del reparto, fue sustituida en los campos principales de la economía por el sistema de trusts y de monopolios muchos años antes de la guerra, pero el propio curso de la guerra arrancó a los sociedades económicas el papel regulador y director para pasarlos directamente al poder militar y gubernamental” (9).

Lo que aquí se describe no es un fenómeno coyuntural, ligado al carácter pretendidamente excepcional de la situación de guerra, sino una tendencia permanente y dominante irreversible:

“Si la sujeción absoluta del poder político al capital financiero llevó la humanidad a la matanza imperialista, esta matanza permitió al capital financiero no solo militarizar el Estado de arriba abajo, sino también militarizarse a sí mismo, de tal forma que ya no puede cumplir con sus funciones económicas esenciales sino es mediante el fuego y la sangre (...) La estatización de la vida económica, contra la que tanto protestaba el liberalismo económico, es un hecho consumado. No solo volver a la libre competencia, sino a la simple dominación de los “trusts”, sindicatos y demás pulpos capitalistas se ha vuelto imposible. El único problema es saber quién dominará la producción estatizada: el Estado imperialista o el Estado del proletariado victorioso ” (10).

Las ocho décadas que siguieron no han hecho sino confirmar ese giro decisivo en la vida de la sociedad: el desarrollo masivo del capitalismo de Estado y de la economía de guerra tras la crisis del 29; la Segunda Guerra mundial; la reconstrucción y el inicio de una carrera nuclear demente; la guerra “fría”, que mató a tantos seres humanos como ambas guerras mundiales; y a partir de 1967, que corresponde al final de la reconstrucción de posguerra, el hundimiento progresivo de la economía mundial en una crisis que dura ya desde hace más de treinta años, acompañada de una espiral sin fin de convulsiones guerreras. Un mundo, en fin de cuentas, que no ofrece más alternativa que la de una agonía interminable hecha de destrucciones, miseria y barbarie.

Tal evolución histórica no puede sino favorecer la descomposición del modo de producción capitalista en todos los planos de la vida social: la economía, la vida política, la moral, la cultura, etc. Esto quedó ilustrado tanto en la locura irracional y la barbarie del nazismo con sus campos de exterminio o del estalinismo con sus gulags como por el cinismo y la hipocresía moral de sus adversarios democráticos y sus bombardeos asesinos, responsables, a finales de la Segunda Guerra mundial, de centenas de miles de victimas en la población alemana (en Dresde en particular) o en la japonesa (las dos bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki), cuando Alemania y Japón ya estaban vencidos. En 1947, la Izquierda comunista de Francia puso en evidencia que las tendencias a la descomposición que se expresaban en el capitalismo eran producto de sus contradicciones insuperables:

“La burguesía está ante su propia descomposición y sus manifestaciones. Cada solución que intenta aportar no hace sino precipitar el choque de las contradicciones (...) intenta atenuar el mal menor, pone cataplasmas aquí, tapa agujeros allá, sabiendo que la tormenta siempre va a seguir más fuerte” (11).

La descomposición fase última de la decadencia del capitalismo

Las contradicciones y manifestaciones de la decadencia del capitalismo que han marcado sucesivamente los momentos diferentes de esa decadencia no desaparecen con el tiempo, sino que se mantienen. La fase de descomposición que se abre en los años 80 aparece entonces “como resultado de la acumulación de todas las características de un sistema moribundo, la que remata y domina tres cuartos de siglo de agonía de un modo de producción condenado por la historia”. Concretamente, “no solo el carácter imperialista de todos los Estados, la amenaza de guerra mundial, la absorción de la sociedad civil por el Moloch estatal, la crisis permanente de la economía capitalista se mantienen durante la fase de descomposición, sino que además, aparece como la ultima consecuencia, la síntesis rematada de todos esos elementos” (12).

La apertura de la Descomposición (13) no se produce como un relámpago en un cielo sereno, sino que es la cristalización de un proceso latente que actúa ya durante las fases precedentes de la decadencia del capitalismo y que se transforma en un momento dado en factor central de la situación. Así es como los elementos de descomposición que, como ya hemos visto, han ido acompañando toda la decadencia del capitalismo no pueden ponerse en el mismo plano, cuantitativa ni cualitativamente, con los que se manifiestan a partir de los años 1980. La Descomposición no es simplemente una “nueva fase” que sucede a otras en el periodo de decadencia (imperialismo, guerras mundiales, capitalismo de Estado) sino que es la fase terminal del sistema.

Este fenómeno de descomposición generalizada, de pudrimiento de raíz de la sociedad se debe a que las contradicciones del capitalismo no cesan de empeorar, porque la burguesía es incapaz de dar la menor perspectiva al conjunto de la sociedad y que el proletariado no está de momento en condiciones para afirmar la suya.

En las sociedades de clases, los individuos actúan y trabajan sin controlar real y conscientemente su propia vida. Pero esto no significa, sin embargo, que la sociedad pueda funcionar de forma totalmente ciega, sin orientación ni perspectiva. Efectivamente, “ningún modo de producción puede seguir viviendo, desarrollarse, afianzarse en bases firmes, mantener la cohesión social, si no es capaz de dar una perspectiva al conjunto de la sociedad en la que impera. Y esto es tanto más cierto para el capitalismo, al haber sido el modo de producción más dinámico de la historia” (14).

Esta tendencia creciente a la desorientación en la marcha de la sociedad es una diferencia importante entre la fase actual de descomposición del capitalismo y el periodo de la Segunda Guerra mundial. Ésta fue una manifestación aterradora de la barbarie del sistema capitalista. Pero barbarie no es sinónimo de descomposición. Durante la barbarie de la Segunda Guerra mundial, la sociedad no carecía todavía de “orientación” puesto que seguía existiendo esa capacidad de los Estados capitalistas para encuadrar a la sociedad entera con sus férreas garras y alistarla en la guerra. El período de “Guerra fría” siguió con las mismas características: toda la vida social estaba encuadrada por los Estados implicados en un pulso sangriento entre bloques. La sociedad se hundía entonces en una barbarie “organizada”. Lo que hoy cambia radicalmente con el comienzo de la fase de descomposición, es que la barbarie “organizada” ha dejado el sitio a una barbarie anárquica y caótica en la que predominan la tendencia a “cada uno por su cuenta”, la instabilidad de las alianzas, la gangsterización de las relaciones internacionales....

La descomposición y la lucha de clases

Para el marxismo, “... las relaciones sociales de producción cambian y se transforman con la evolución y el desarrollo de los medios materiales de producción, de las fuerzas productivas. Las relaciones de producción, tomados en su totalidad, es lo que se llama relaciones sociales, y en particular una sociedad que ha alcanzado un grado determinado de evolución histórica, una sociedad particular y bien caracterizada. La sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa son esos conjuntos de relaciones de producción, de los que cada uno de ellos designa un nivel particular de la evolución histórica de la humanidad” (15).

Pero esas relaciones de producción también son el marco en el que obra el motor histórico de su evolución y el de la humanidad, o sea la lucha de clases: “La producción económica y la estructura social que se deriva necesariamente de ella en cada época de la historia constituyen el fundamento de la historia política e intelectual de esa época; que, en consecuencia (desde la disolución de la antiquísima propiedad común del suelo), toda la historia ha sido una historia de la lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominadoras y dominadas, en diversos peldaños del desarrollo social” (16).

Los lazos entre las relaciones de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas por un lado, y por otro la lucha de clases, jamás fueron concebidos por el marxismo de manera simplista y mecánica, siendo aquellos determinantes y ésta determinada. Sobre este tema, contestando a la Oposición de izquierdas, Bilan alertaba contra la interpretación materialista vulgar, por el hecho de que “cualquier evolución de la historia puede reducirse a la ley de la evolución de las fuerzas productivas y económicas”, elemento aportado por el marxismo con respecto a todas las teorías históricas que lo precedieron y que ha sido plenamente confirmado por la evolución de la sociedad capitalista. Para esta interpretación materialista vulgar, “el mecanismo productivo no solo representa la fuente de la formación de clases, sino que determina automáticamente la acción y la política de las clases y de los hombres qua las constituyen; así quedaría curiosamente resuelto el problema de las luchas sociales; hombres y clases no serían sino muñecos accionados por fuerzas económicas” (17).

Las clases sociales no actúan según un quión escrito de antemano por la evolución económica. Bilan añade que “... la acción de las clases no es posible más que en función de una inteligencia histórica del papel y de los medios apropiados para su triunfo. Las clases deben tanto su existencia como su desaparición a los mecanismos económicos, pero para triunfar (...) han de ser capaces de darse una configuración política y orgánica, sin la cual corren el riesgo de seguir mucho tiempo prisioneras de las antiguas clases a pesar de haber sido elegidas por la evolución de las fuerzas productivas, porque esas clases, para resistir, intentarán detener el curso mismo de la evolución histórica” (18).

Se pueden ahora sacar dos conclusiones. La primera es que a pesar de ser determinante, el mecanismo económico también es determinado, puesto que la resistencia de la antigua clase –condenada por la historia– puede impedir el curso de su evolución. La humanidad de hoy día ya ha vivido casi un siglo de decadencia del capitalismo, lo que ilustra perfectamente esa realidad. A fin de evitar hundimientos brutales y para poder asumir las exigencias de la economía de guerra, el capitalismo de Estado ha falsificado en permanencia la ley del valor (19), encerrando la economía en contradicciones siempre más insuperables. En vez de resolver las contradicciones del sistema capitalista, esa huida ciega hacia adelante las ha agravado considerablemente. Para Bilan, esa huida ha encerrado el curso de la evolución histórica en un nudo gordiano de contradicciones insuperables.

La segunda conclusión es que la clase revolucionaria, a pesar de tener la misión histórica de derribar el capitalismo, no ha podido cumplirla hasta ahora. El larguísimo periodo de estos treinta años pasados es una certera confirmación del análisis de Bilan, en perfecta continuidad con todas las posiciones del marxismo: si el resurgimiento histórico del proletariado en 1968 logró entorpecer la capacidad de la burguesía para arrastrar a la sociedad hacia la guerra generalizada, no logró, sin embargo, orientar sus luchas defensivas hacia un combate ofensivo por la destrucción del capitalismo.

Esta debilidad, resultante de una serie de factores generales e históricos que no analizaremos aquí (20), es un elemento determinante para entender la entrada del capitalismo en su fase de descomposición. Por otro lado, si la descomposición es el resultado de dificultades del proletariado, también contribuye activamente a agravarlas: “... los efectos de la descomposición (...) pueden ser profundamente negativos en la conciencia del proletariado, sobre su propio sentido de sí mismo como clase, pues en todos los diferentes aspectos de la descomposición – mentalidad pandillera, racismo, criminalidad, droga, etc. – sirven para atomizar a la clase, incrementar las divisiones en su seno, disolverla en una refriega social generalizada” (21).

En efecto:

–  las clases intermedias, tales como la pequeña burguesía o el lumpen, tienden con la descomposición a adoptar comportamientos cada día más ligados a las peores aberraciones del capitalismo e incluso de sistemas que lo precedieron. Sus revueltas desesperadas pueden contaminar al proletariado o arrastrar a alguno de sus sectores;

–  La atmósfera general de descomposición moral e ideológica afecta a las capacidades de toma de conciencia, de unidad, de confianza y de solidaridad del proletariado:

“La clase obrera no esta separada de la vieja sociedad burguesa por una muralla de China. Cuando estalla la revolución, las cosas no pasan como cuando muere un hombre, y se entierra su cadáver. Cuando muere la vieja sociedad resulta imposible poner sus restos en un ataúd y enterrarla en la tumba. Se descompone entre nosotros, se pudre y su podredumbre nos va ganando. Ninguna gran revolución en el mundo ha evitado esto y no puede sino ser así. Es precisamente lo que hemos de combatir para salvaguardar los gérmenes del nuevo [mundo] en esta atmósfera apestada por los miasmas del cadáver en descomposición” (22).

–  La burguesía puede utilizar los efectos de la descomposición contra el proletariado. Así ocurrió en particular con el desmoronamiento sin guerra ni revolución del antiguo bloque soviético, manifestación más sobresaliente de la Descomposición, que permitió a la burguesía desencadenar una enorme campaña anticomunista cuyo efecto ha sido un retroceso importante de la conciencia y de la combatividad en las filas obreras. Todos los efectos de esta campaña no están ni mucho menos superados.

Marxismo contra fatalismo

El paso de un modo de producción a otro superior no es un producto ineluctable de la evolución de las fuerzas productivas. Este paso necesita una revolución, producto de la capacidad de la nueva clase dominante para echar abajo a la antigua y construir nuevas relaciones de producción.

El marxismo defiende el determinismo histórico, pero esto no implica que considere el comunismo como el resultado forzoso e inevitable de la evolución del capitalismo. Semejante visión es una deformación materialista vulgar del marxismo. Para el marxismo, determinismo histórico significa que:

1) una revolución no es posible más que cuando el modo de producción precedente ha agotado todas sus capacidades de desarrollo de las fuerzas productivas: “Jamás expira una sociedad antes de haber desarrollado todas las fuerzas productivas que es capaz de contener; nunca triunfan unas relaciones de producción superiores antes de que las condiciones materiales de su existencia hayan surgido en el corazón de la vieja sociedad” (23).

2) El capitalismo no puede volver hacia atrás (hacia el feudalismo u otros modos de producción precapitalistas): Una de dos: o la revolución proletaria permite superarlo o, si no, arrastra la humanidad hacia su destrucción;

3) El capitalismo es la última sociedad de clases. La teoría avanzada por el grupo “Socialismo o barbarie” o por ciertas escisiones del trotskismo (24) que anunciaba el advenimiento de una “tercera sociedad”, ni capitalista ni comunista, es una aberración desde el punto de vista marxista, el cual pone de relieve que “... las relaciones de producción burguesas son la ultima forma antagónica del proceso social de producción (...) Con este sistema social se acaba, pues, la prehistoria de la sociedad humana” (25).

El marxismo ha planteado siempre en términos de alternativa el desenlace de la evolución histórica: o se impone la clase revolucionaria abriendo las puertas a un nuevo modo de producción, o se hunde la sociedad en el caos y la barbarie. El Manifiesto comunista muestra de qué modo se ha manifestado la lucha de clases a través de “... una guerra interrumpida, unas veces abierta, otras oculta, una guerra que siempre acababa en transformación revolucionaria de la sociedad entera o en destrucción de ambas clases en lucha”.

“Contra todos los errores idealistas que intentaban separar al proletariado del comunismo, Marx definió a éste como la expresión del “movimiento real” de aquél, insistiendo en que los obreros “no tienen ideal que realizar, sino que han de liberar los elementos de la nueva sociedad de la que está preñada la antigua sociedad que se está hundiendo” (La Guerra civil en Francia)” (26).

La lucha de clase del proletariado no es el “instrumento” de un “destino histórico” (la realización del comunismo). En la Ideología alemana, Marx y Engels critican sin concesiones tal visión:

“La historia no es sino la sucesión de las diferentes generaciones, cada una de las cuales explota los materiales, capitales, y fuerzas productivas transmitidas por cuantas la han precedido; es decir que, por una parte, prosigue en condiciones completamente distintas la actividad precedente, mientras que, por otra parte, modifica las circunstancias anteriores mediante una actividad totalmente diferente, lo que podría tergiversarse especulativamente, diciendo que la historia posterior es la finalidad de la que precede, como si dijésemos, por ejemplo, que el descubrimiento de América tuvo como finalidad ayudar a que se expandiera la Revolución francesa”.

De esta forma, el método marxista, aplicado al análisis de la fase actual de la evolución del capitalismo, permite entender que, a pesar de su existencia bien real, la Descomposición no es un fenómeno “racional” en la evolución histórica. No es para nada un eslabón necesario de la cadena que lleva al comunismo. Al contrario, contiene el peligro de una erosión progresiva de sus bases materiales. Primero porque desarrolla un lento proceso de aniquilación de las fuerzas productivas hasta un punto en que se volviera imposible la construcción del comunismo:

“No se puede defender, como por ejemplo lo hacen los anarquistas, que una perspectiva socialista sería posible aunque las fuerzas productivas estuvieran en regresión, dejando de lado toda consideración sobre su grado. El capitalismo ha sido una etapa indispensable y necesaria para la instauración del socialismo porque logró desarrollar suficientemente las condiciones objetivas que lo permiten. Pero del mismo modo que en la fase actual (...) se ha convertido en freno al desarrollo de las fuerzas productivas, su prolongación más allá de esta fase acarreará la desaparición de las condiciones del socialismo” (27).

Además, corroe las bases de la unidad y de la identidad de clase del proletariado:

“El proceso de desintegración que acarrea el desempleo masivo y prolongado, en particular entre los jóvenes, por el estallido de las concentraciones obreras tradicionalmente combativas de la clase obrera en el corazón industrial, todo ello refuerza la atomización y la competencia entre los obreros. (...) La fragmentación de la identidad de clase de la que hemos sido testigos en la última década no sería en ningún caso un avance, sino una clara manifestación de la descomposición con los enormes peligros que ello comporta para la clase obrera” (28).

La lucha de clases motor de la historia

La etapa histórica de la Descomposición contiene la amenaza de aniquilamiento de las condiciones de la revolución comunista. No es diferente en este sentido de otras etapas de la decadencia del capitalismo en que existió también tal amenaza, que los revolucionarios evidenciaron. Existen sin embargo algunas diferencias con respecto a éstas:

–  la guerra podía desembocar en una reconstrucción, mientras que el proceso de destrucción de la humanidad bajo los efectos de la Descomposición, aunque sea lento y oculto, es irreversible (29);

–  la amenaza de destrucción estaba ligada al estallido de una tercera guerra mundial, cuando hoy, en la Descomposición, varias causas (guerras locales, destrucción del equilibrio ecológico, lenta erosión de las fuerzas productivas, hundimiento progresivo de las infraestructuras productivas, destrucción gradual de las relaciones sociales) actúan de forma más o menos simultánea como factores de destrucción de la humanidad;

–  la amenaza de destrucción se presentaba con la forma brutal de una nueva guerra mundial, mientras que hoy en día tiene una forma menos visible, más insidiosa, mucho más difícil de observar: “En el contexto de la descomposición, la “derrota” del proletariado puede ser más gradual, más insidiosa, ante la que resistir es más difícil” (véase al final del artículo la nota *);

–  el hecho de que la descomposición sea el factor central de la evolución de toda la sociedad significa, como ya lo hemos evocado, que tiene un impacto directo y más permanente sobre el proletariado a todos niveles: la toma de conciencia, la unidad, la solidaridad, etc.

No obstante,

“... la evidencia de los peligros considerables que a la clase obrera y a la humanidad entera hace correr el fenómeno histórico de la descomposición no debe llevar a la clase y especialmente a sus minorías revolucionarias a adoptar frente a ella una actitud fatalista” (30).

En efecto:

–  el proletariado no ha sufrido derrotas importantes y sigue intacta su combatividad;

–  el factor que es la causa fundamental de la descomposición, o sea la crisis, también es

“... un estimulo esencial de la lucha y de la toma de conciencia de la clase, condición misma en su capacidad para resistir al veneno ideológico de la putrefacción de la sociedad” (31).

Pero en la medida en que únicamente la revolución comunista es capaz de alejar definitivamente la amenaza que contiene la descomposición para la humanidad, las luchas obreras de resistencia a los efectos de la crisis no son suficientes. La conciencia de la crisis por sí misma no puede resolver los problemas y las dificultades que enfrenta el proletariado y que tendrá que enfrentar cada día más. Por eso tendrá que desarrollar:

“–  la conciencia de la importancia de lo que se está jugando en la situación histórica de hoy y, en especial, de los peligros mortales que la descomposición entraña para la humanidad;

“–  su determinación en proseguir, desarrollar y unificar su combate de clase;

“–  su capacidad para desactivar la cantidad de trampas que la burguesía, incluso afectada por su propia descomposición, no dejará de tenderle en su camino ” (32).

La descomposición obliga al proletariado a afilar las armas de su conciencia, de su unidad, de su confianza, de su solidaridad, de su voluntad y de su heroísmo, lo que Trotski llamaba los factores subjetivos y cuya enorme importancia en los acontecimientos puso él de relieve en su Historia de la Revolución rusa. Esas cualidades deberán ser cultivadas con profundidad y extensión por los revolucionarios y las minorías más en vanguardia del proletariado en todos los frentes de la lucha de clases del proletariado, el económico, el político y el teórico, según palabras de Engels.

La fase de descomposición pone en evidencia que de los dos factores que rigen la evolución histórica, o sea el mecanismo económico y la lucha de clases, el primero se está pasando de maduro y contiene el peligro de aniquilación de la humanidad. Por eso se hace tan decisivo el segundo factor. Hoy más que nunca, la lucha de clases del proletariado es el motor de la historia. La conciencia, la unidad, la confianza, la solidaridad, la voluntad y el heroísmo, cualidades que la clase obrera es capaz de alzar, en la lucha de clases, a unos niveles muy diferentes y superiores a las demás clases de la historia, son las fuerzas que le permitirán, desarrolladas al más alto nivel, superar los peligros contenidos en la descomposición y abrir el camino a la liberación comunista de la humanidad.

C. Mir

Denuncia de las manipulaciones de la FICCI sobre la cuestión de la descomposición

(*) En un panfleto titulado “Cuestiones a los militantes y simpatizantes de la CCI actual” repartido a la puerta de nuestras reuniones públicas así como en la manifestación pacifista del 20 de marzo en París, el grupo parásito autoproclamado “Fracción interna de la CCI” (animado por unos cuantos ex miembros de nuestra organización) comenta extractos de la “Resolución sobre la situación internacional” adoptada por el XVº Congreso internacional (33).

Primer extracto:

“Aunque la descomposición del capitalismo sea el resultado de ese bloqueo histórico entre las clases esta situación no puede permanecer estática. La crisis económica (...) sigue profundizándose. Sin embargo, contrariamente al periodo 1968-1989 en que la salida de estas contradicciones de clase no podía ser otra que la guerra o la revolución, el nuevo periodo abre la vía a una tercera posibilidad: la destrucción de la humanidad. No a través de una guerra apocalíptica sino a través de un avance gradual de la descomposición que podría, a la larga, ahogar la capacidad del proletariado para responder como clase, y de la misma manera hacer un planeta inhabitable, metido en un torbellino de guerras regionales y de catástrofes ecológicas. Para llevar a cabo una guerra mundial la burguesía debería comenzar por enfrentar directamente y derrotar a los principales batallones de la clase obrera, después movilizarlos para que marchen tras los estandartes y la ideología de nuevos bloques imperialistas. En el nuevo guión (el de la descomposición), la clase obrera podría ser derrotada de una manera menos abierta y menos directa, simplemente no siendo capaz de responder a la crisis del sistema y dejándose arrastrar cada vez más por el remolino de la decadencia” (los subrayados son de la Ficci).

Comentario de la Ficci: “Es aquí la introducción claramente oportunista de una “tercer vía”, opuesta a la tesis clásica del marxismo de una alternativa histórica. Como en Bernstein, Kautski y sus epígonos, la idea misma de una tercer vía se opone a la alternativa histórica, “simplista” según el oportunismo, de “guerra o revolución”. Aquí se trata de la afirmación explicita, abierta, de la revisión de una tesis clásica del movimiento obrero...”.

Segundo extracto:

“Lo que ha cambiado con la descomposición es la naturaleza de una posible derrota histórica que puede no venir de un choque frontal entre las dos principales clases en conflicto sino de un lento reflujo de las capacidades del proletariado para constituirse en clase dominante, en cuyo caso el punto de no retorno sería más difícil de discernir, lo que es el caso en cualquier catástrofe definitiva. Es el peligro mortal al que la clase obrera está confrontada hoy día”.

Comentario de la Ficci: “Aquí se expresa la tendencia oportunista, revisionista, que “liquida” la lucha de clases”.

Lo que expresan realmente estas líneas de la Ficci es la voluntad deliberada de esa agrupación de perjudicar a nuestra organización (al no poder destruirla) por cualquier medio. Efectivamente, los miembros de esa Ficci, tras algunas décadas de militantismo en nuestra organización, perdieron sus convicciones comunistas y juraron la ruina de la CCI, y están ahora dispuestos a la peor ignominia para conseguir sus fines: el robo, el chivatazo a la policía (véase sobre este tema nuestro articulo “Los métodos policiales de la Ficci” en nuestro sitio Internet y nuestra prensa territorial) y, claro está, la mentira más descarada. La CCI no ha “revisado” en modo alguno sus posiciones desde que ya no están en su seno esos matachines de la Ficci para impedirle “degenerar”.

El XIIIº Congreso de la CCI adoptó en 1999, con la aprobación total de los militantes que más tarde formarían esa Ficci, un “Informe sobre la lucha de clases” (34) que decía:

“Los peligros del nuevo período para la clase obrera y el porvenir de sus luchas no pueden subestimarse. El combate de la clase obrera cerró claramente la vía a la guerra mundial en los años 70 y 80, pero, en cambio, no puede frenar el proceso de descomposición. Para desencadenar una guerra mundial, la burguesía tendría que infligir derrotas importantes a los batallones centrales de la clase obrera. Hoy, el proletariado está enfrentado a la amenaza a más largo plazo, pero no menos peligrosa de una especie de “muerte lenta”, una situación en la que la clase obrera estaría cada vez más aplastada por ese proceso de descomposición hasta perder su capacidad de afirmarse como clase, mientras el capitalismo se va hundiendo de catástrofe en catástrofe (guerras locales, desastres ecológicos, hambres, enfermedades, etc.)”.

En el mismo sentido, en el “Informe sobre la lucha de clases” adoptado por el XIVº Congreso internacional (35) con la aprobación de los mismos futuros miembros de esa Ficci, decíamos:

“... la evolución (...) está creando una situación en la que las bases de una nueva sociedad podrían quedar socavadas sin guerra mundial y por lo tanto sin la necesidad de movilizar al proletariado en favor de la guerra. En el guión precedente era la guerra nuclear mundial lo que hubiera impedido definitivamente la posibilidad del comunismo (...) El nuevo guión considera la posibilidad de un deslizamiento más lento pero no menos mortal hacia un estado en el que el proletariado quedaría fragmentado más allá de toda posible reparación y arruinadas también las bases naturales y económicas para la transformación social a través de un incremento constante de conflictos militares locales y regionales, catástrofes ecológicas y la ruina social”.

En cuanto a la Resolución adoptada por este mismo Congreso (36), evoca en su punto 13 :“... el peligro de que el proceso de descomposición más insidioso podría anegar a la clase sin que el capitalismo tuviera que infligirle una derrota frontal”.

¿No estarían dormidos esos valientes defensores de la “verdadera CCI” (así les gusta definirse) cuando fueron adoptados estos documentos? A lo mejor, se les alzaron automáticamente las manos para adoptarlos. Se ha de considerar entonces que estuvieron dormidos durante más de once años, puesto que en un Informe adoptado en enero del 1990 por el órgano central de la CCI (y que esos personajes apoyaron sin la menor reserva), ya se afirmaba:“Aunque la guerra mundial no podría, actualmente y quizás de forma definitiva, ser una amenaza para la vida de la humanidad, esa amenaza puede derivarse, como hemos visto, de la descomposición de la sociedad. Y tanto más porque, si bien es cierto que el desencadenamiento de la guerra mundial requiere la adhesión del proletariado a los ideales de la burguesía, (...) la descomposición, en cambio, no necesita semejante adhesión para destruir la humanidad” (37).

NOTAS: 

1) La CCI por su parte ha dedicado muchos artículos de su prensa a criticar lo que consideramos como visiones erróneas, empezando por la aberración contenida en esa “innovación” respecto al marxismo paradójicamente llamada “invariación”.

En nombre de ésta, la corriente bordiguista (perteneciente conmo la CCI a la corriente de la Izquierda comunista) se niega dogmáticamente a reconocer la realidad de una evolución en profundidad de la sociedad capitalista desde 1848, y en consecuencia la entrada de este sistema en su fase de decadencia (véase el articulo “El rechazo de la noción de decadencia”, Revista internacional nos 77 y 78).

2) Se trata de los artículos siguientes: “War and the ICC” “La guerra y la CCI), Revolutionary Perspectives (RP) no 24, “Workers’ Struggles in Argentina: polemic with the ICC” (Luchas obreras en Argentina: polémica con la CCI) en Internationalist Communist no 21 y “Imperialism’s New World Order” (El nuevo orden mundial del imperialismo), en RP no 27.

3) Véase las Revista internacional nos 48, 49, 50, 54, 55 y 56.

4) “Tesis sobre la descomposición”, punto 3, Revista internacional nos 62 o 107.

5) “Sobre el imperialismo”, Revista internacional no 19.

6) Idem.

7) “Plataforma” de la IC.

8) “Manifiesto de la IC a los proletarios del mundo entero”.

9) Ídem.

10) Ídem.

11) Internationalisme nº 23, “Inestabilidad y decadencia capitalista”.

12) Ídem.

13) Cuando nos referimos a la Descomposición con mayúscula, se trata de la fase de descomposición, o sea una noción distinta del propio fenómeno de descomposición que, como hemos visto, acompaña todo el proceso de decadencia de forma más o menos marcada y se vuelve dominante en la fase de descomposición.

14) “Tesis sobre la descomposición”, punto 5, op. cit.

15) Marx, Trabajo asalariado y capital.

16) F. Engels, “Prólogo a la edición alemana” de El Manifiesto comunista, 1883.

17) “Los principios, armas de la revolución”, Bilan no 5.

18) Ídem. El que una idea proceda de la corriente de la Izquierda comunista de Italia no le da de por sí, automáticamente, un carácter marxista irrefutable. Sin embargo, esto puede hacer reflexionar a los compañeros y simpatizantes de las organizaciones que hoy se reivindican de esa corriente

histórica, como el BIPR o los diferentes grupos que se denominan, todos ellos, Partido comunista internacional.

19) Vease el artículo “El proletariado en el capitalismo decadente”, Revista internacional no 23.

20) Vease en particular “¿Por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?”, Revista internacional nos 103 y 104.

21) “Informe sobre la lucha de clases: el concepto de curso histórico en el movimiento revolucionario”, adoptado por el xivo Congreso de la CCI, Revista internacional no 107.

22) Lenin, “La lucha por el pan”, discurso al CCE panruso de los Soviets. Citado por Bilan no 6.

23) Marx, “Prologo” a la Contribución a la critica de la economía política.

24) Burham y su teoría de la nueva clase “de ejecutivos (managers)manageriale”.

25) Marx, “Prologo” a la Contribución a la critica de la economía política.

26) “El proletariado en el capitalismo decadente, Revista internacional no 23.

27) “La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva”, Izquierda comunista de Francia, Internationalisme no 46 de mayo del 1952, republicado en la Revista internacional no 21.

28) “Informe sobre la lucha de clases, XIVo Congreso de la CCI, Revista internacional no 107.

29) El período de la “guerra fría”, con su carrera demencial a los armamentos nucleares, marcó ya el fin de cualquier posibilidad de reconstrucción tras una tercera guerra mundial.

30) “Tesis sobre la descomposición”, punto 17, Revista internacional no 107.

31) ídem.

32) ídem.

33) Vease Revista internacional no 113.

34) Revista internacional no 99, 1999.

35) Revista internacional no 107, 2001.

36) Revista internacional no 106.

37) Revista internacional no 61.

 

Series: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Cuestiones teóricas: 

Informe sobre la lucha de clases... en el contexto de los ataques generalizados y la avanzada descomposición

Publicamos aquí el Informe sobre la lucha de clases presentado y ratificado en la reunión del otoño de 2003 del órgano central de la CCI (1). Una vez confirmados los análisis de la organización sobre la permanencia de un curso hacia enfrentamientos de clase (abierto con la reanudación internacional de la lucha de clases en 1968) y a pesar de la gravedad del retroceso sufrido por el proletariado en su conciencia desde el desmoronamiento del bloque del Este, este Informe se dio la tarea particular de estimar el impacto hoy y a largo plazo de la agravación de la crisis económica y de los ataques capitalistas contra la clase obrera. El Informe dice, por ejemplo, que “Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de la clase desde 1989. Han sido un primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el más largo período de reflujo desde 1968”.

Lejos estamos todavía de una oleada internacional de luchas masivas, pues, a escala internacional, la combatividad está todavía en una fase embrionaria y muy heterogénea. Importa subrayar, sin embargo, que la considerable agravación de la situación que las perspectivas del capitalismo hacen evidente: desmantelamiento del “Estado del bienestar”, intensificación de la explotación en todas sus formas, incremento del desempleo. Todo ello es una potente palanca en la toma de conciencia en la clase obrera. El Informe insiste en particular en la profundidad, pero también lentitud, de ese proceso de toma de conciencia de la lucha de clase. Desde la redacción de este Informe, las características reseñadas sobre ese cambio de dinámica en la clase obrera, no han sido desmentidas por la evolución de la situación. Aparece incluso una tendencia, señalada en el Informe, a que algunas manifestaciones todavía aisladas de la lucha de la clase desborden el marco fijado por los sindicatos. La prensa territorial de la CCI ha dado cuenta de esas luchas, como las habidas a finales de 2003, en los transportes en Italia y en Correos en Reino Unido, obligando al sindicalismo de base a entrar en acción para sabotear las movilizaciones obreras. Se ha mantenido también una tendencia, ya evidenciada por la CCI antes de este informe, a que aparezcan minorías en búsqueda de coherencia revolucionaria.

Es un camino muy largo el que deberá recorrer la clase obrera. Pero los combates que tendrá que entablar serán el crisol de una reflexión que, espoleada por la agravación de la crisis y fertilizada por la intervención de los revolucionarios, le permitirá volver a apropiarse de su identidad de clase y su confianza en sí misma, reanudar con la experiencia histórica y desarrollar la solidaridad de clase.

El Informe sobre la lucha de clases para el XVº Congreso de la CCI (2) ponía de relieve lo casi inevitable que sería una respuesta de la clase obrera ante el avance cualitativo de la crisis y los ataques que golpearían una nueva generación no derrotada de proletarios, con el telón de fondo de una lento pero significativo retorno de la combatividad. El Informe indicaba una ampliación y profundización, embrionarias pero perceptibles, de la maduración subterránea de la conciencia. Insistía en la importancia de los combates cada vez más masivos que permitirían la recuperación de su identidad de clase por la clase obrera y de la confianza en sí misma. Ponía de relieve que, con la evolución objetiva de las contradicciones del sistema, la concreción de una conciencia de clase suficiente (especialmente en la reconquista de una perspectiva comunista) es algo cada día más decisivo para el porvenir de la humanidad. Ponía el acento en la importancia histórica del surgimiento de una nueva generación de revolucionarios, afirmando que ese proceso ya está en marcha desde 1989, a pesar del reflujo en la combatividad y en la conciencia de la clase en su conjunto. El Informe mostraba, pues, los límites de ese reflujo, afirmando que no ha cambiado el curso histórico hacia enfrentamientos de clase masivos y la clase obrera sigue siendo capaz de superar el retroceso que sufrió. Pero también el Informe analizaba la capacidad de la clase dominante para sacar provecho de todo lo que lo que acarrea la evolución de la situación y hacerle frente; situaba esa evolución en el contexto de los efectos negativos de una descomposición del capitalismo. Y concluía con la enorme responsabilidad de las organizaciones revolucionarias ante los esfuerzos de la clase obrera para avanzar, ante una nueva generación de trabajadores en lucha y de revolucionarios que surgirán de esa situación.

Justo casi después del XVº Congreso y el período que siguió a la guerra de Irak, la movilización de los obreros de Francia (entre las más importantes del país desde la Segunda Guerra mundial) confirmaba ya esas perspectivas. En un primer balance de ese movimiento, en la Revista internacional n° 114 ya decíamos que esas luchas eran un rotundo mentís de la tesis de la pretendida desaparición de la clase obrera. El artículo dice que les ataques actuales:

“... son el abono de un lento madurar de las condiciones para que surjan luchas masivas necesarias para reconquistar la identidad de clase proletaria y hacer que vayan cayendo las ilusiones, y en especial, la de creer que puede reformarse este sistema. Serán las acciones de masas mismas las que habrán de permitir que vuelva a emerger la conciencia de ser una clase explotada portadora de una perspectiva histórica para la sociedad. Por todo ello, la crisis es la aliada del proletariado. El camino que deberá abrirse la clase obrera para consolidar su propia perspectiva no es, sin embargo, una autovía, sino un camino largo, retorcido, difícil, lleno de baches y trampas que el enemigo de clase va a tender contra ella”.

Las perspectivas del Informe sobre la lucha de clases del XVº Congreso de la CCI se confirmaron no solo por el desarrollo a escala internacional de una nueva generación de personas en búsqueda, sino también por las luchas obreras.

Por ello, este Informe sobre la lucha de clases se limita a actualizar y examinar con mayor precisión qué significado tienen a largo plazo algunos aspectos de los últimos combates proletarios.

2003: El viraje

Las movilizaciones a gran escala de la primavera de 2003 en Francia y Austria fueron un giro en la lucha de clases desde 1989. Han sido un paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera después de un largo período de reflujo desde 1968. Cierto, en los años 90 ya hubo expresiones esporádicas, aunque importantes, de esa combatividad. Sin embargo, la simultaneidad de los movimientos en Francia y Austria, y el que, justo después, los sindicatos alemanes se dedicaran a organizar la derrota de los metalúrgicos en el Este (3) para atajar, preventivamente, la resistencia proletaria, todo ello muestra que la situación está evolucionando desde los inicios del nuevo milenio. En realidad, esos movimientos están sacando a la luz del día que a la clase obrera no le queda más remedio que luchar contra una agravación dramática de la crisis, unos ataques cada día más masivos y generales, y eso a pesar incluso de la persistente ausencia de confianza en sí misma.

El cambio no solo afecta a la combatividad de la clase obrera, sino también a su estado de ánimo, la perspectiva en la que inscribe su actividad. Hay hoy signos de que se están perdiendo ilusiones no sólo sobre los embustes típicos de los años 90 (la “revolución de las nuevas tecnologías”, “el enriquecimiento individual gracias a la Bolsa”, etc.), sino también los producidos por la reconstrucción que siguió a la Segunda Guerra mundial, o sea la esperanza de una vida mejor para las generaciones siguientes y una pensión decente para quienes sobrevivieran al cautiverio del trabajo asalariado.

Como lo recuerda el artículo de la Revista internacional n° 114, el retor­no del proletariado al escenario histórico en 1968 y el surgimiento de una perspectiva revolucionaria no solo fueron una respuesta a los ataques en lo inmediato, sino, sobre todo, fueron una respuesta al hundimiento de las ilusiones en un porvenir mejor que el capitalismo de posguerra parecía ofrecer. Contrariamente a lo que una deformación vulgar y mecanicista del materialismo histórico quisiera hacernos creer, los giros en la lucha de clases, aun los producidos por una agravación inmediata de las condiciones materiales, siempre son el resultado de los cambios subyacentes en la visión del porvenir. La revolución burguesa en Francia (1879) no estalló con la crisis del feudalismo (pues ya era muy antigua), sino cuando se volvió evidente que el sistema del poder absoluto ya no podía hacer frente a esa crisis. De igual modo, el movimiento que iba a desembocar en la primera oleada revolucionaria mundial no se inició en agosto de 1914, sino cuando se disiparon las ilusiones sobre una solución militar rápida a la guerra mundial.

La comprensión de su significado histórico es, a largo plazo, la tarea principal que las recientes luchas nos imponen.

Una situación social que evoluciona lentamente

No todo giro en la lucha de clases tiene el mismo sentido y el mismo alcance que 1917 ó 1968. Esas fechas fueron cambios del curso histórico; 2003 fue sencillamente la leve marca del final de una fase de reflujo en un curso general a los enfrentamientos de clase masivos. Desde 1968, y antes de 1989, el curso de la lucha de clases había estado ya marcado por una serie de retrocesos y reanudaciones. La dinámica iniciada a finales de los 1970 culminó en las huelgas de masas del verano de 1980 en Polonia. El importante cambio político en la situación obligó entonces a la burguesía a cambiar rápidamente su orientación política y a poner a la izquierda en la posición para así sabotear mejor las luchas desde dentro (4). Es también necesario distinguir entre el cambio actual y la recuperación de la combatividad por la clase obrera y las reanudaciones habidas en los años 70 y 80.

Más en general, debemos distinguir entre unas situaciones en las que, por decirlo así, el mundo se despierta una mañana y ya no es el mismo mundo, y los cambios que no se perciben a primera vista, algo así como los que se producen entre la marea entrante y la saliente. La evolución actual es como el del cambio de marea. Así, las ­movilizaciones recientes contra los ataques a las pensiones no han sido, ni mucho menos, un cambio inmediato y espectacular de la situación que exigiera un despliegue amplio y rápido de las fuerzas de la burguesía para enfrentarlo.

Está lejos todavía el tiempo de una oleada internacional de luchas masivas. En Francia, lo masivo de la movilización de la primavera de 2003 quedó casi limitado a un único sector, el de la educación. En Austria, la movilización fue más amplia, pero limitada en el tiempo a unas cuantas jornadas de acción en el sector público. La huelga de los metalúrgicos del Este de Alemania no plasmó una combatividad obrera inmediata, sino una trampa tendida a una de las partes menos combativas de la clase (todavía traumatizada por el desempleo masivo aparecido tras la reunificación de Alemania) para que pasara el mensaje para todos de que la lucha “no paga”. Además en Alemania se limitó la información sobre los movimientos en Francia y en Austria salvo al final del movimiento para dar un mensaje de desánimo para luchar. En otros países centrales para la lucha de clases como Italia, Reino Unido, España, Bélgica u Holanda, no ha habido recientemente movilizaciones masivas. Algunas expresiones de combatividad, incluso fuera del control sindical en ciertos casos como la huelga salvaje del personal de British Airways en Heathrow (Londres), Alcatel en Toulouse (Francia) o Puertollano en España el verano pasado (ver Révolution internationale n° 339), han sido acontecimientos puntuales y aislados.

En Francia misma, el desarrollo insuficiente y sobre todo la ausencia de una combatividad mayor hicieron que la extensión del movimiento más allá del sector educativo no estuviera al orden del día inmediatamente.

Tanto a escala internacional como en cada país, la combatividad sigue siendo algo todavía embrionario y muy heterogéneo. Su expresión más importante hasta hoy, o sea la lucha de los docentes en Francia en la primavera pasada, fue, en un primer momento, el resultado de una provocación de la burguesía consistente en atacar más duramente a este sector para que así la réplica a la reforma de las pensiones, que afectaba a toda la clase obrera, se polarizara en ese único sector (5).

Ante las maniobras a gran escala de la burguesía, hay que observar la gran ingenuidad, la ceguera incluso de la clase obrera en su conjunto, incluso la de grupos en búsqueda y de partes del medio político proletario (sobre todo los grupos de la Izquierda comunista) e incluso muchos de nuestros simpatizantes. Por ahora, la clase dominante no solo es capaz de contener y aislar a las primeras manifestaciones de la agitación obrera, sino que puede, con mayor o menor éxito (más en Alemania que en Francia), darle la vuelta a esa voluntad de lucha todavía débil contra el desarrollo de la combatividad general a largo plazo.

Todavía más significativo que todo lo dicho antes es que la burguesía ni siquiera se sintió obligada a retornar a una estrategia de izquierda en la oposición. En Alemania, el país en el que la burguesía puede con más facilidad escoger entre una administración de izquierdas y una de derechas, con ocasión del ataque llamado “agenda 2010” contra los obreros, el 95 % de los delegados tanto del Partido Socialdemócrata alemán (SPD) como de los Verdes se pronunciaron a favor de la permanencia de la izquierda en el gobierno. El Reino Unido, país que junto a Alemania, había estado en los años 70 y 80 en la “vanguardia” de la burguesía mundial en la instauración de políticas de izquierda en la oposición más idóneas para hacer frente a la lucha de clases, es también capaz de gestionar “lo social” con un gobierno de izquierda.

A diferencia de la situación dominante a finales de los 90, ya no se puede hoy hablar de la instalación de gobiernos de izquierda como orientación dominante de la burguesía europea. Mientras que, hace cinco años, la ola de victorias electorales de la izquierda se debió también a las ilusiones sobre la situación económica, la burguesía, hoy, ante la gravedad actual de la crisis debe tener la preocupación de mantener cierta alternancia gubernamental, jugando así plenamente la baza de la democracia electoral (6). Recordemos que, en este contexto, ya el año pasado la burguesía alemana, aun celebrando la reelección de Schroeder, mostró que estaría igual de satisfecha con un gobierno conservador de Stoiber.

La bancarrota del sistema

El que las primeras escaramuzas de la lucha de clases en un proceso largo y difícil hayan sido en Francia y Austria no es, sin duda, algo casual. El proletariado francés es conocido por su carácter explosivo, lo que explica en parte que en 1968 estuviera en cabeza de la reanudación internacional de los combates clase, pero no puede decirse lo mismo de la clase obrera del Austria de los últimos cincuenta años. Lo que han tenido en común esos dos países ha sido que los ataques masivos se han centrado sobre todo en el asunto de las pensiones. Cabe señalar que el gobierno alemán, que está actualmente iniciando el ataque más general en la Europa del oeste, actúa con mucha prudencia en lo que al tema de las pensiones se refiere. Al contrario, Francia y Austria son de esos países en los que, a causa entre otras cosas de la debilidad política de la burguesía, especialmente de su derecha, las pensiones habían sido menos atacadas que otros lugares. Por eso, en esos países se ha vivido con mayor amargura todavía el incremento de los años de trabajo necesarios para jubilarse y la reducción de las pensiones.

La agravación de la crisis obliga a la burguesía, al retrasar la edad de la jubilación, a sacrificar un amortiguador social que le permitía que la clase obrera aceptara los niveles insoportables de explotación impuestos en las últimas décadas y ocultar la amplitud real del desempleo.

Ante el retorno masivo de esa plaga social a partir de los años 70, la burguesía respondió con medidas capitalistas del Estado del “bienestar”, medidas sin sentido económicamente hablando y que son hoy una de las causas principales de la inmensa deuda pública. El desmantelamiento que hoy se está llevando a cabo del llamado Welfare State incita a una profunda puesta en entredicho de las perspectivas, del porvenir para la sociedad que el capitalismo ofrecería.

No todos los ataques capitalistas provocan el mismo tipo de reacción de parte de la clase obrera. Es más fácil entrar en lucha contra las reducciones de sueldo o el aumento de la jornada de trabajo que contra la disminución del salario relativo, resultante del incremento de la productividad del trabajo (a causa del desarrollo de la tecnología) y, por lo tanto, del proceso mismo de acumulación del capital. Así describía esa realidad Rosa Luxemburg:

“Una reducción de salario, que acarrea una baja del nivel de vida real de los obreros es un atentado visible de los capitalistas contra los trabajadores, una reducción de las condiciones de vida reales de los obreros a lo cual éstos replican inmediatamente con la lucha […] impidiéndola en los casos favorables. La baja del salario relativo se opera sin la menor intervención personal del capitalista, y contra ella los trabajadores no pueden luchar y defenderse dentro del sistema salarial, es decir en el terreno de la producción mercantil” (7).

El incremento del desempleo plantea el mismo tipo de dificultades a la clase obrera que la intensificación de la explotación (ataque contra el salario relativo). En efecto, el ataque capitalista que significa el desempleo cuando afecta a jóvenes que no han trabajado todavía no contiene la misma carga explosiva que los despidos, por el hecho mismo de que se lleva a cabo sin necesidad de despedir a nadie. La existencia de un desempleo masivo es incluso un factor inhibidor de las luchas inmediatas de la clase obrera, pues es una amenaza permanente para una cantidad cada día mayor de obreros con trabajo todavía, pero también porque es un fenómeno social que plantea unos problemas cuya solución obliga a reflexionar sobre el cambio de sociedad. También sobre la lucha contra la baja del salario relativo, Rosa Luxemburg añade:

“La lucha contra la baja del salario relativo es la lucha contra el carácter mercantil de la fuerza de trabajo, contra la producción capitalista entera. La lucha contra la caída del salario relativo ya no es una lucha en el terreno de la economía mercantil, sino un asalto revolucionario contra esa economía, es el movimiento socialista del proletariado”.

Los años 1930 pusieron de relieve que con el incremento del desempleo de masas, estalla la pauperización absoluta. Sin la derrota previa que había sido infligida al proletariado, la “ley general, absoluta de la acumulación del capital” podía haberse transformado en lo contrario: la ley de la revolución. La clase obrera posee una memoria histórica, la cual, con la profundización de la crisis, empieza a activarse lentamente. El desempleo masivo y los cortes en los salarios hoy hacen surgir el recuerdo de los años 30, la inseguridad y la pauperización generales. El desmantelamiento del Welfare State confirmará las previsiones marxistas.

Cuando Rosa Luxemburg escribe que los obreros, en el plano de la producción de bienes de consumo, no disponen de la menor posibilidad de resistir a la baja del salario relativo, eso no es ni fatalismo resignado, ni tiene nada que ver con el pseudo radicalismo de la última tendencia de Essen del KAPD (“la revolución o nada”) sino que es el reconocimiento de que su lucha no puede quedarse en los límites de los combates por la defensa inmediata y que debe emprenderse con la visión política más amplia posible. En los años 1980 ya se plantearon los problemas del desempleo y del incremento de la explotación, pero a menudo de manera restringida y local, por ejemplo, limitada a la salvaguardia de sus empleos por parte de los mineros ingleses. Hoy, el avance cualitativo de la crisis permite que se planteen cuestiones como el paro, la pobreza, la explotación, de manera más global y política, como la de las pensiones, la salud, el mantenimiento de los desempleados, las condiciones de vida, la latitud de una vida de trabajo, el porvenir de las futuras generaciones. De manera embrionaria es ese potencial el que ha empezado a emerger en los últimos movimientos de réplica a los ataques contra las pensiones. Esta lección es, a la larga, la más importante. Tiene un alcance mayor que el ritmo con el que va a restablecerse la combatividad inmediata de la clase. Como lo explica Rosa Luxemburg estar directamente enfrentados a los efectos devastadores de los mecanismos objetivos del capitalismo (desempleo masivo, intensificación de la explotación relativa) hace cada vez más difícil entrar en la lucha. Por todo eso, aunque el resultado sea un ritmo lento por un camino de luchas más tortuoso, éstas serán tanto más significativas en cuanto a su politización.

Superar los esquemas del pasado

A causa de la profundización de la crisis, el capital ya no puede seguir apoyándose en su capacidad para hacer concesiones materiales importantes con las que dar un nuevo lustre a los sindicatos, como lo hizo en 1995 en Francia (8). A pesar de las ilusiones actuales de los obreros, hay límites en la capacidad de la burguesía para desviar la combatividad naciente mediante maniobras a gran escala.. Esos límites se definen por el hecho de que los sindicatos están obligados a volver gradualmente a su función de saboteadores de las luchas:

“Se ha vuelto hoy a un esquema mucho más clásico en la historia de la lucha de clases: el gobierno aporrea, los sindicatos se oponen llamando en un primer tiempo a la unidad sindical para embarcar masivamente a los obreros tras ellos y bajo su control. Luego el gobierno abre negociaciones y los sindicatos se desunen para así introducir mejor la división y la desorientación en las filas obreras. Este método, que juega con la división sindical frente al alza de la lucha de la clase es la que mejor garantiza a la burguesía el mantenimiento del encuadramiento sindical, concentrando en lo posible el desprestigio en uno u otro aparato ya designado de antemano. Eso significa que los sindicatos están nuevamente sometidos a la prueba de fuego: el desarrollo inevitable de las luchas en el futuro va a volver a plantearle a la clase obrera el problema de enfrentarse a sus enemigos para poder afirmar sus intereses de clase y las necesidades del combate” (9).

Por eso, aunque todavía poco se ha inquietado la burguesía en la ejecución de sus maniobras a gran escala contra la clase obrera, el deterioro de la situación económica engendrará con mayor frecuencia enfrentamientos espontáneos, puntuales, aislados, entre obreros y sindicatos.

La repetición del esquema clásico de enfrentarse al sabotaje sindical, ya ahora al orden del día, hará que sea posible para los obreros referirse a las lecciones del pasado.

Eso no debe llevar sin embargo a una actitud esquemática basada en el marco y los criterios de los años 80 para comprender las luchas futuras e intervenir en ellas. Los combates de hoy son los de una clase que todavía deberá reconquistar, aunque sea a un nivel elemental, su identidad de clase. La dificultad para reconocer que se pertenece a una clase social, el no tomar conciencia que ante sí uno tiene a un enemigo de clase son las dos caras de la misma moneda. Aunque los obreros siguen conservando un sentido elemental de la necesaria solidaridad (porque es algo inscrito en los fundamentos mismos de la condición proletaria), todavía les queda por reconquistar una visión de lo que de verdad es la solidaridad de clase.

Para hacer pasar su reforma de las pensiones, la burguesía no necesitó recurrir al sabotaje de la extensión del movimiento por parte de los sindicatos. El meollo de su estrategia consistió en hacer que el personal de Educación adoptara unas reivindicaciones específicas como si fuera el objetivo principal. Para ello, ese sector, ya muy afectado por ataques precedentes, no solo iba a soportar el ataque general contra las pensiones, sino que además iba a recibir otro suplementario, específico, el proyecto de descentralización del personal no docente, contra el cual se acabó polarizando efectivamente su movilización. Adoptar como centrales unas reivindicaciones que de hecho llevan a la derrota, es siempre el signo de que hay una debilidad fundamental en la clase obrera que deberá superar para poder avanzar de manera significativa. Un ejemplo que ilustra por la contraria esa necesidad lo dan las luchas en Polonia en 1980, en donde fueron las ilusiones sobre la democracia occidental lo que permitió que la reivindicación de “sindicatos libres” se pusiera en cabeza de la lista presentada al gobierno, abriendo así la puerta a la derrota y a la represión del movimiento.

En las luchas de la primavera de 2003 en Francia, fue la pérdida de la identidad de clase y de la noción de solidaridad obrera lo que llevó a los docentes a aceptar que sus reivindicaciones específicas pasaran por delante del problema general del ataque a las pensiones. Los revolucionarios no deben tener miedo a reconocer esta debilidad de la clase y, por consiguiente, adaptar su intervención.

Le Informe sobre la lucha de clases del XVº congreso insistía con fuerza en la importancia del resurgir de una combatividad que permita al proletariado avanzar. Esto no tiene nada que ver con ese culto obrerista de la combatividad por sí misma. En la década de 1930, la burguesía fue capaz de desviar la combatividad obrera hacia el camino de la guerra imperialista. La importancia de las luchas de hoy estriba en que podrán ser el crisol del desarrollo de la conciencia de la clase obrera. Lo que hoy se juega en la lucha de clases, o sea la reconquista de la identidad de clase por el proletariado, es algo en sí muy modesto, pero es, sin embargo, la clave para la revivificación de la memoria colectiva e histórica del proletariado y para el desarrollo de la solidaridad de clase. Esta es la única alternativa contra la desquiciada lógica burguesa de la competencia, de la mentalidad de “cada uno para sí”.

La burguesía, por su parte, no se permite hacerse ilusiones sobre la importancia de esa cuestión. Hasta ahora ha hecho todo lo que ha podido para evitar que estalle un movimiento que recordara a los obreros que pertenecen a una misma clase. La lección de 2003 es que con la aceleración de la crisis, el combate obrero va a desarrollarse. Y no es la combatividad como tal lo que inquieta a la clase dominante, sino el riesgo de que los conflictos fomenten la conciencia de la clase obrera. La burguesía está hoy más preocupada que nunca por ese problema, precisamente porque hoy la crisis es más grave y más general. Su preocupación principal es, cada vez que es imposible evitar las luchas, limitar los efectos positivos para la confianza en sí misma, la solidaridad y la reflexión en la clase obrera, incluso hacer lo imposible porque tal lucha origine lecciones erróneas. Durante los años 80, ante los combates obreros, la CCI aprendió a identificar, en cada caso concreto, cuál era el obstáculo que entorpecía el avance del movimiento y que debía servir para polarizar el enfrentamiento con los sindicatos y la izquierda. El problema en mucho casos era la extensión. Mociones concretas, presentadas en asamblea general, llamando a extenderse hacia otros obreros eran la dinamita con la que intentábamos limpiar el camino favoreciendo así el avance general del movimiento. Los problemas centrales que hoy se plantean (qué es la lucha de clases, sus metas y sus métodos, quiénes son sus adversarios y los obstáculos que hay que superar) parecen una antítesis de los que se planteaban en los años 80. Parecen más “abstractos” al ser inmediatamente menos realizables, incluso como una vuelta atrás a los orígenes del movimiento obrero. Hacer esas propuestas exige más paciencia, una visión a más largo plazo, unas capacidades políticas y teóricas más profundas para la intervención. En realidad, las cuestiones centrales de hoy no son más abstractas, sino más globales. No hay nada de abstracto o retrógrado en intervenir en una asamblea obrera sobre la cuestión de las reivindicaciones del movimiento o para denunciar la manera con la que los sindicatos impiden toda perspectiva real de extensión. El carácter global de esas cuestiones muestra el camino que ha de seguirse. Antes de 1989, el proletariado fracasó porque planteaba las cuestiones de la lucha de clases de manera demasiado estrecha. Por eso, en la segunda mitad de los años 90, cuando el proletariado empezó a sentir, a través de sus minorías, la necesidad de una visión más global, la burguesía, consciente del peligro que podía representar esa necesidad, desarrolló el movimiento altermundialista para mediante éste dar una respuesta falsa a esos interrogantes.

Además, la izquierda del capital, sobre todo los izquierdistas, se ha hecho experta en el arte de usar los efectos de la descomposición de la sociedad contra las luchas obreras. La crisis económica favorece un cuestionamiento que tiende a ser global, pero la descomposición, en cambio, tiene un efecto contrario. Durante el movimiento de la primavera de 2003 en Francia y la huelga de los metalúrgicos de Alemania, hemos podido ver cómo, en nombre de “la extensión” o de la “solidaridad” los activistas de los sindicatos jalean la tendencia que arraiga en minorías de trabajadores cuando éstas intentan imponer la lucha a otros trabajadores, echándoles a éstos la culpa de la derrota del movimiento cuando se niegan a entrar en acción.

En 1921, durante la llamada “Acción de marzo” en Alemania, las trágicas escenas de desempleados intentando impedir que los obreros entraran en las fábricas era una expresión de la desesperanza ante el reflujo de la oleada revolucionaria. Los llamamientos recientes de los izquierdistas franceses a impedir que los alumnos pasaran sus exámenes, el espectáculo de los sindicalistas alemanes del oeste queriendo impedir que los metalúrgicos del Este –que no querían hacer una huelga larga por las 35 horas– volvieran al trabajo, son ataques muy peligrosos contra la idea misma de clase obrera y de solidaridad. Son tanto más peligrosas porque alimentan la impaciencia, el inmediatismo, el activismo descerebrado que la descomposición genera. Estamos avisados: las luchas venideras pueden ser un crisol para conciencia, pero la burguesía lo hará todo para transformarlas en tumbas de la reflexión proletaria.

Vemos aquí unas tareas dignas de la intervención comunista: “explicar pacientemente”, como decía Lenin, por qué la solidaridad no se impone sino que exige una mutua confianza entre las diferentes partes de la clase; explicar por qué la izquierda, en nombre de la unidad obrera, lo hace todo por destruirla.

Las bases de nuestra confianza en el proletariado

Todos los componentes del medio político proletario reconocen la importancia de la crisis en el desarrollo de la combatividad obrera. Pero la CCI es la única corriente de hoy que considera que la crisis estimula la conciencia de clase de las grandes masas. Los demás grupos limitan el papel de la crisis a un mero “empuje” físico a luchar. Para los consejistas, la crisis obligaría, como una especie de mecánica, a la clase obrera a hacer la revolución. Para los bordiguistas, el despertar del “instinto” de clase lleva al poder al poseedor de la conciencia de clase, o sea el partido. Para el BIPR, la conciencia revolucionaria procede del exterior, del partido. Entre los grupos en búsqueda, los autonomistas (que se reivindican del marxismo en cuanto a la necesidad de autonomía para el proletariado respecto de las demás clases) y los obreristas creen que la revolución es un producto de la revuelta obrera y del deseo individual de una vida mejor. Estos enfoques erróneos se acentuaron por la incapacidad de esas corrientes para entender que el fracaso del proletariado para replicar a la crisis de los años 29 se debía a la derrota anterior de la oleada revolucionaria mundial. Una de las consecuencias de esa carencia es la teoría, siempre vigente, según la cual la guerra imperialista crea condiciones más favorables para la revolución que la crisis (cf. nuestro artículo “Por qué la alternativa guerra o revolución” en Revista internacional n° 30).

En contra de esos conceptos, el marxismo plantea el problema así:

“La base científica del socialismo son, como se sabe, los tres resultados principales del desarrollo del capitalismo: ante todo, la anarquía creciente de la economía capitalista, que la lleva inevitablemente a la ruina; segundo, la socialización creciente del proceso de producción que crea las bases del orden social futuro, y, tercero, el fortalecimiento creciente de la organización y de la conciencia de clase del proletariado, que es el factor activo de la próxima revolución” (10).

Subrayando el vínculo activo entre esos tres aspectos y el papel de la crisis, Rosa Luxemburg escribe:

“La socialdemocracia no considera que el resultado final proceda ni de la violencia victoriosa de una minoría ni de la superioridad numérica de la mayoría, sino de la necesidad económica y de la comprensión de esta necesidad, que llevará a la supresión del capitalismo por parte de las masas populares, una necesidad que se expresa ante todo en la anarquía capitalista” (11).

Mientras que el reformismo (y hoy la izquierda del capital) promete mejoras mediante la intervención del Estado, con leyes que protegerían a los trabajadores, la crisis viene a poner al desnudo que “el sistema salarial no es una relación legal, sino una relación puramente económica”.

A través de los ataques que debe soportar, la clase como un todo empieza a comprender la verdadera naturaleza del capitalismo. Este enfoque marxista no niega para nada, ni mucho menos, el papel de los revolucionarios y de la teoría en ese proceso de comprensión. En la teoría marxista, les obreros encontrarán la confirmación y la explicación de la propia experiencia que están viviendo.

Octubre 2003 

1) Al haber sido redactado este texto para una discusión interna en la organización, podría tener algunas expresiones insuficientemente explícitas para los lectores. Creemos, sin embargo, que estos defectos no les impedirán comprender lo esencial del análisis que este Informe contiene.

2) No pudimos publicar en nuestra prensa ese Informe. En cambio, sí publicamos en la Revista internacional n° 113, la resolución adoptada en ese Congreso, la cual recoge la mayoría de las claves del Informe.

3) El sindicato IG Metal jaleó a los metalúrgicos de los Länder del Este a que se pusieran en huelga para la aplicación inmediata de las 35 horas aunque su instauración solo estaba planificada para 2009. La maniobra de la burguesía consiste en lo siguiente: no sólo ya las treinta y cinco horas son un ataque contra la clase obrera a causa de la flexibilidad que introducen, sino que además la movilización de los sindicatos por su obtención servía, en ese momento, para desviar la atención de la necesaria respuesta contra las medidas de austeridad de la llamada “agenda 2010”.

4) La carta de la izquierda en la oposición fue jugada por la burguesía a finales de los 70 y principios de los 80. Consistía en un reparto sistemático de tareas entre los diferentes sectores de la burguesía. A la derecha, en el gobierno, le incumbía “el hablar claro” y aplicar sin tapujos los ataques contra la clase obrera. A la izquierda (es decir a las fracciones de la burguesía que, por su lenguaje e historia, tienen la tarea específica de mistificar y encuadrar a los obreros) le correspondía desviar, esterilizar y ahogar, gracias a su situación opositora, las luchas y la toma de conciencia que esos ataques iban a provocar en el proletariado. Para más detalles sobre esta política de la burguesía, puede leerse la Resolución publicada en la Revista internacional n° 26.

5) Para un análisis más detallado de ese movimiento, ver nuestro artículo “Frente a los ataques masivos del capital, es necesaria la respuesta masiva de la clase obrera” en Revista internacional n° 114.

6) Hay otra razón para la presencia de la derecha en el poder y es que este dispositivo era el que se adaptaba mejor para atajar el auge del populismo político (debido al aumento de la descomposición), pues los partidos que lo representan están en general incapacitados para la gestión del capital nacional.

7) Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política (trabajo asalariado).

8) En diciembre de 1995, los sindicatos fueron la punta de lanza de una maniobra del conjunto de la burguesía contra la clase obrera. Frente a un ­ataque masivo contra la seguridad social, el plan Juppé, y otro ataque más específico contra el ­sistema de jubilaciones de los ferroviarios, ataque que por su violencia era una auténtica pro­vocación, los sindicatos no tuvieron dificultades para que los obreros se lanzaran masivamente en lucha bajo el control sindical. La situación ­económica no era todavía lo bastante grave como para obligar a la burguesía a mantener en lo ­inmediato su ataque contra las pensiones de los ferroviarios, de tal modo que la retirada de esta medida pudo aparecer como una victoria de una clase obrera movilizada detrás de los sindicatos. En la realidad, el plan Juppé pasó íntegramente, pero lo peor de la derrota fue que en esta ocasión la burguesía logró dar nuevo prestigio a los sindicatos y que la derrota apareciera como victoria (pueden leerse para más detalles, los artículos dedicados a la denuncia de esta maniobra de la burguesía en los nos 84 y 85 de la Revista internacional).

9) Ver nuestro artículo dedicado a los movimientos sociales en Francia, “Movimientos sociales en Francia. Primavera de 2003. Frente a los ataques masivos del capital, necesidad de respuesta masiva de la clase obrera” en Revista internacional n° 114.

10) Rosa Luxemburg, ¿Reforma o revolución ?

11) Rosa Luxemburg, ídem.

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Revueltas populares en América Latina: La indispensable autonomia de clase del proletariado

La explosión masiva de luchas obreras de Mayo 68 en Francia, seguida por los movimientos en Italia, Gran Bretaña, España, Polonia y otros lugares, puso fin al periodo de contrarrevolución que tanto había pesado sobre la clase obrera internacional desde la derrota de la oleada revolucionaria de 1917-23. El gigante proletario volvió a alzarse en la escena de la historia y no únicamente en Europa. Estas luchas tuvieron un inmenso eco en América Latina, empezando por “el cordobazo “ de 1969 en Argentina. Entre 1969 y 1976, en toda la región, de Chile, el sur, hasta México en la frontera con Estados Unidos, los trabajadores llevaron a cabo un combate intransigente contra las tentativas de la burguesía de hacerles pagar la crisis económica. En las oleadas de luchas que siguieron, entre la de 1977 hasta 1980, que culminarían en la huelga de masas en Polonia, las de 1983 a 1989 marcadas por movimientos masivos en Bélgica, Dinamarca e importantes luchas en otros numerosos países, el proletariado de América Latina también siguió luchando, aunque no fuera de manera tan espectacular, demostrando así que, cualesquiera que sean las condiciones, la clase obrera dirige un único y mismo combate contra el capitalismo, que ella es una sola y misma clase internacional.

Hoy, esas luchas en América Latina se asemejan a un sueño lejano. La situación social actual en la región no está marcada por luchas masivas, manifestaciones y confrontaciones armadas entre el proletariado y las fuerzas represivas, sino por una inestabilidad social generalizada. El “levantamiento” en Bolivia de Octubre 2003, las masivas manifestaciones callejeras que condujeron a cinco cambios, uno tras otro, en la Presidencia de Argentina en diciembre de 2001, la “revolución popular” de Chávez en Venezuela, la lucha altamente mediatizada de los zapatistas en México, esos acontecimientos, entre otros similares, han dominado la escena social. En ese torbellino de descontento popular, de revuelta social contra la pauperización y la miseria que se extiende, la clase obrera aparece como una capa descontenta en medio de otras que debe, para poder tener una mediocre oportunidad de defenderse contra la agravación de su situación, participar y fundirse en la revuelta de las demás oprimidas y empobrecidas capas de la sociedad. Frente a estas dificultades que enfrenta la lucha de clases, los revolucionarios no deben bajar los brazos sino mantener la defensa intransigente de la independencia de clase del proletariado.

“La autonomía del proletariado frente a las demás clases  de la sociedad es la condición esencial del desarrollo de su lucha hacia el objetivo revolucionario. Todas las alianzas, y particularmente con las fracciones de la burguesía, no pueden más que conducir a su desarme ante su enemigo haciéndole abandonar el único terreno en donde puede templar sus fuerzas: su terreno de clase” (punto IX de la Plataforma de la CCI).

Y ello, porque únicamente la clase obrera es la clase revolucionaria, únicamente ella es portadora de una perspectiva para toda la humanidad y ahora que está cercada por todas partes por las manifestaciones de la descomposición social creciente del capitalismo moribundo, con grandes dificultades para imponer su lucha como clase autónoma que tiene intereses propios que defender, más que nunca se debe recordar lo que escribía Marx:

“No se trata de saber qué objetivo se forja momentáneamente tal o cual proletario, e incluso todo el proletariado. De lo que se trata es de saber lo que el proletariado es y lo que históricamente estará obligado a hacer, conforme a su ser” (La Sagrada familia)..

La clase obrera en América Latina de 1968 a 1989

La historia de la lucha de clases en América Latina estos últimos 35 años, forma parte del combate de la clase obrera internacional; ha estado salpicada de ásperas luchas, de violentos enfrentamientos con el Estado, de temporales victorias y amargas derrotas. Los espectaculares movimientos de finales de los 60 y principios de los 70 abrieron la vía a luchas más difíciles y tortuosas, en dondela cuestión de fondo, cómo defender y desarrollar la autonomía de clase, se planteó con más fuerza todavía.

La lucha de los obreros de la ciudad industrial de Córdoba en 1969 fue particularmente importante. Ello dio lugar a una semana de enfrentamientos armados entre el proletariado y el ejército argentino, y constituyó un formidable estímulo por toda Argentina, América Latina y el mundo entero. Fue el inicio de una ola de luchas que culminó en Argentina en 1975, con la lucha de los metalúrgicos de Villa Constitución, el centro de producción de acero más importante del país. Los trabajadores de Villa Constitución se enfrentaron a la potencia plena del Estado, la clase dominante anhelaba dar un ejemplo con el aplastamiento de su lucha. Acabó en un alto nivel de confrontación entre la burguesía y proletariado:

“La ciudad quedó bajo la ocupación militar de 4000 hombres... El sistemático registro de cada barrio y el encarcelamiento de obreros (...) no hicieron más que provocar la cólera proletaria: 20 000 trabajadores de la región se pusieron en huelga y ocuparon las fábricas. A pesar de los asesinatos y del bombardeo a las casas obreras, se creó inmediatamente, un comité de lucha fuera del sindicato. En cuatro ocasiones, la dirección de la lucha fue encarcelada; pero, en cada ocasión, el comité resurgía, más fuerte que antes. Como en Córdoba en 1968, grupos de obreros armados tomaron a cargo la defensa de los barrios proletarios y pusieron fin a las actividades de las bandas paramilitares.”

“La acción de los obreros siderúrgicos y metalúrgicos que demandaban un aumento de salario del 70 % se benefició rápidamente de la solidaridad de los trabajadores de otras empresas del país, en Rosario, Córdoba y Buenos Aires. En esta última ciudad, por ejemplo, los obreros de Propulsora, que habían entrado en huelga por soli­daridad y que arrancaron todos los aumentos de salario que exigieron (130 000 pesos por mes), decidieron dar la mitad de su salario a los obreros de Villa Constitución” (“Argentina, seis años después de Córdoba”, World Revolution nº 1, 1975).

También será en defensa de sus propios intereses de clase si los obreros de Chile, a principios de los años 70, rechazaron los sacrificios que les exigía el gobierno de Unidad Popular de Allende:

“... la resistencia de la clase obrera a Allende empezó en 1970. En Diciembre de 1970, 4000 mineros de Chuquicamata se pusieron en huelga, exigiendo salarios más elevados. En julio de 1971, 10 000 mineros dejaron el trabajo en la mina Lota Schwager. Casi al mismo tiempo, nuevas huelgas se propagaron en las minas de El Salvador, El Teniente, Chuquicamata, La Exótica y Río Blanco, exigiendo aumentos de salario... En mayo-junio de 1973, los mineros se pondrían en movimiento, 10000 de entre ellos se lanzaron a la huelga en las minas de El Teniente y Chuquicamata. Los mineros de El Teniente exigieron un aumento del 40 %. Allende fue quien colocó a las provincias de O’Higgins bajo control militar, porque la paralización de El Teniente constituía una seria amenza para la economía” (“la irresistible caída de Allende”, World Revolution nº 268).

Se desarrollaron importantes luchas también en otras concentraciones proletarias significativas de América Latina. En Perú en 1976, huelgas semiinsurreccionales estallaron en Lima que serían ahogadas en sangre. Algunos meses después, los mineros de Centramín se pondrían en huelga. En Ecuador, tuvo lugar una huelga general en Riobamba. En México hubo una ola de luchas en enero del mismo año. En 1978, de nuevo huelgas generales en Perú. Y en Brasil, tras 10 años de pausa, 200 000 obreros metalúrgicos se pusieron a la cabeza de una ola de huelgas que duró de mayo a octubre. En Chile, en 1976, las huelgas se reanudaron en los empleados del Metro de Santiago y en las minas, En Argentina, a pesar del terror impuesto por la Junta militar, de nuevo estallan huelgas en 1976, en la electricidad, en los automóviles en Córdoba con violentos enfrentamientos con el ejército. En Bolivia, Guatemala, Uruguay, todos aquellos años estuvieron igualmente marcados por la lucha de clases.

Durante los años 80, el proletariado de América Latina participó también plenamente en la oleada internacional de luchas iniciadas en 1983 en Bélgica. Entre esas luchas, las más avanzadas estuvieron marcadas por los esfuerzos determinados por parte de los trabajadores por extender el movimiento. Este fue el caso, por ejemplo en 1988, de la lucha de los trabajadores de la educación en México que se batieron por aumentos de salario:

“... la reivindicación de los trabajadores de la educación planteó desde el inicio la cuestión de la extensión de las luchas, porque existía un descontento generalizado contra los planes de autoridad. Aunque el movimiento estaba decayendo en el momento en que empezó el movimiento en el sector de la educación, 30 000 empleados del sector público organizaron huelgas y manifestaciones fuera del control sindical, los mismos trabajadores de la educación reconocieron la necesidad de la extensión y de la unidad: al inicio del movimiento, los del sur de la ciudad de México enviaron delegaciones a otros trabajadores de la educación, los llamaban a unirse a la lucha, y ellos acudieron a las calles a manifestarse. Asimismo, se negaron a limitar la lucha únicamente a los profesores, agrupando a todos los trabajadores del sector educativo (profesores, trabajadores administrativos y manuales) en asambleas masivas para controlar la lucha”. (“México: luchas obreras e intervención revolucionaria” World Revolution, nº 124, mayo 1989).

Las mismas tendencias se manifestaron en otras partes de América Latina:

“Los propios medios burgueses hablaron de “ola de huelgas” en América Latina, con luchas obreras en Chile, Perú, México... y Brasil; aquí hubo huelgas y manifestaciones simultáneas contra el bloqueo de salarios, de los trabajadores de la banca, estibadores, de la salud y de la educación” (“El difícil camino de la unificación de la lucha de clases”, World Revolution, ídem).

De 1969 a 1989, la clase obrera de América Latina, con avances y retrocesos, con dificultades y debilidades demostró que se inscribe plenamente en la reanudación histórica de la lucha internacional de la clase obrera.

El desmoronamiento del muro de Berlín y la avalancha de la propaganda burguesa sobre la “muerte del comunismo” que le siguió, han engendrado un profundo reflujo de las luchas obreras a escala internacional cuya característica esencial ha sido la pérdida de su identidad de clase por parte del proletariado. En las fracciones del proletariado de los países de la periferia, como en Sudamérica, ese reflujo ha tenido efectos tanto más letales porque el desarrollo de la crisis y de la descomposición social arrastra a las masas empobrecidas, oprimidas y miserables hacia revueltas interclasistas, lo que hace que al proletariado le sea más difícil la tarea de afirmarse como clase autónoma y guardar distancias frente a las revueltas y las experiencias del poder “popular”.

.Los nocivos efectos de la descomposición capitalista y las revueltas interclasistas

El desmoronamiento del Bloque del Este, él mismo resultado ya de la descomposición del capitalismo, ha sido un considerable acelerador de ésta a nivel mundial con el telón de fondo de una crisis económica agravada. América Latina ha sido golpeada de lleno. Decenas de millones de personas ha sido obligadas a desplazarse de los campos hacia los barrios empobrecidos de las principales ciudades, en una búsqueda desesperada de inexistentes empleos, mientras que, al mismo tiempo, millones de jóvenes trabajadores son excluidos del proceso de trabajo asalariado. Un tal fenómeno, que está en marcha desde hace 35 años, ha conocido una brutal agravación en estos 10 últimos años llevando a las masas de la población, no explotadoras ni asalariadas, a reventar de hambre y a vivir un día tras otro al margen de la sociedad.

En América Latina, 221 millones de personas (41 % de la población) viven en la pobreza. Este número ha aumentado en 7 millones tan solo en el último año (entre estos, 6 millones se han hundido en una pobreza extrema) y en 21 millones desde 1990. Actualmente 20 % de la población latinoamericana vive en la más extrema pobreza (comisión económica para América Latina y el Caribe- CELAC).

La agravación de la descomposición social ha tenido su reflejo en el crecimiento de la economía informal, los pequeños oficios y el comercio callejero. La presión de este sector varía en función de la potencia económica del país. En Bolivia, en el 2000, la cantidad de personas “por cuenta propia” superó la total de asalariados (47,8 % contra 44,5 % de la población activa); mientras que en México la cifra era del 21 % contra 74,4 % (CELAC),

En todo el continente, 128 millones de personas, o sea el 33 % de la población urbana, vive en pocilgas (según la ONU –6 de octubre 2003–, esas villas miseria están cargando una “bomba de relojería”).

Estos millones de seres humanos se encuentran ante una ausencia casi total de sistema sanitario o de electricidad, y sus vidas, son envenenadas por el crimen, las drogas y las pandillas. Los cuchitriles de Río son, desde hace años el campo de batalla de pandillas rivales, una situación muy bien descrita en la película La Ciudad de Dios. Los obreros de América Latina, particularmente los que viven en chabolas, están además confrontados a las tasas de criminalidad más elevadas del mundo. El desgarramiento de las relaciones familiares ha llevado también a un enorme crecimiento del número de niños abandonados en las calles.

Decenas de millones de campesinos padecen cada vez más dificultades para arrancarle al suelo los miserables medios de subsistencia. Para sobrevivir, son empujados a un salvaje desmonte de algunas zonas tropicales, acelerando así el proceso de destrucción del medio ambiente del cual las compañías de explotación forestal son las primeras responsables. Esta solución no ofrece mas que una tregua temporal al hecho del rápido agotamiento del suelo al resultar una incontrolable espiral de deforestación.

El incremento de esas capas de harapientos ha tenido un importante impacto en la capacidad del proletariado para defender su autonomía de clase. Esto se reveló claramente a finales de los años 1980, cuando estallaron las revueltas del hambre en Venezuela, en Argentina y Brasil. En respuesta a la revuelta en Venezuela que ocasionó más de mil muertos y otros tantos heridos, nosotros pusimos en guardia contra el peligro que tales revueltas representan para el proletariado:

“El factor vital que alimenta este tumulto social es una rabia ciega, sin ninguna perspectiva, acumulada en el transcurso de largos años de ataques sistemáticos contra las condiciones de vida y de trabajo de los que aún tienen uno; expresa la frustración de millones sin empleo, de jóvenes que nunca han trabajado, y que son despiadadamente empujados hacia el pantano de la lumpenización por una sociedad que, en los países de la periferia del capitalismo, es incapaz de ofrecer a estos elementos tan siquiera una insignificante perspectiva a su vida...

“La falta de orientación política proletaria, que abra una perspectiva proletaria, ha significado que sean esa rabia y esa frustración la fuerza motriz de los motines, incendios de vehículos, importantes confrontaciones con la policía y, al cabo, saqueos de tiendas y de material eléctrico. El movimiento que se inició como una protesta contra el “paquete” de medidas económicas se transformó, pues, rápidamente en saqueos y en destrucciones sin ninguna perspectiva” (“Comunicado al conjunto de la clase obrera”, publicado en Internacionalismo, órgano de la CCI en Venezuela, reproducido en World Revolution nº 124, mayo 1989).

En los años 1990, la desesperación de las capas no explotadoras pudo ser utilizado de manera creciente por partidos de la burguesía y de la pequeña burguesía. En México, los Zapatistas se han hecho expertos en la materia, con sus temas sobre el “Poder Popular” y la representación de los oprimidos. En Venezuela, Chávez ha movilizado a las capas no explotadoras, particularmente los que habitan en chamizos, detrás de la idea de una “Revolución popular” contra el viejo régimen corrupto.

Estos movimientos populares han tenido un real impacto sobre el proletariado, en particular en Venezuela, en donde subsiste el peligro de ver algunas de sus partes ser reclutadas en una sangrienta guerra civil detrás de fracciones rivales de la burguesía.

El alba del siglo xxi no ha visto ninguna disminución del impacto destructor de la desesperación creciente de las capas no explotadoras. En diciembre del 2001, el proletariado de Argentina –uno de los más viejos y experimentados de la región– se vio prisionero en la tormenta de la revuelta popular que llevó a cinco presidentes a acceder y renunciar al poder en 15 días. En octubre del 2003, el sector principal del proletariado en Bolivia, los mineros, se encontró arrastrado en una sangrienta “revuelta popular”, dirigida por la pequeña burguesía y los campesinos, que produjo numerosos muertos y muchos heridos, ¡todo en nombre de la defensa de la reserva del gas boliviano y de la legalización de la producción de coca!

El hecho de que partes significativas del proletariado se vieran atrapadas en esas revueltas es de la mayor importancia, porque eso revela que la clase obrera ha perdido gran parte de su autonomía de clase. En lugar de considerarse como proletarios con sus propios intereses, los obreros en Bolivia y Argentina se vieron como ciudadanos que comparten intereses comunes con las capas pequeño burguesas y no explotadoras...

La absoluta necesidad de una claridad revolucionaria

Con la agravación de la situación, habrá otras revueltas de este tipo o, como puede ser el caso de Venezuela, puede también haber sangrientas guerras civiles, masacres que pudieran triturar ideológica y físicamente partes importantes del proletariado internacional. Frente a esa siniestra perspectiva, es deber de los revolucionarios centrar su intervención en la necesidad para el proletariado de luchar por la defensa de sus intereses específicos de clase. Desgraciadamente, no todas las organizaciones revolucionarias han estado a la altura de sus responsabilidades en ese plano. Así, el Buró Internacional para el Partido Revolucionario (BIPR) ante la explosión de la violencia “popular” en Argentina se quedó sin brújula política, tomando la realidad por lo que no era:

“Espontáneamente los proletarios han salido a las calles, llevándose tras sí a la juventud, a los estudiantes, a partes importantes de una pequeña burguesía proletarizada y empobrecida como ellos mismos. Todos juntos han canalizado su cólera contra los santuarios del capitalismo, bancos, oficinas y, sobre todo, supermercados y otros almacenes que fueron asaltados como hornos de pan en la Edad Media. A pesar de que al gobierno, esperando así intimidar a los rebeldes, no se le ocurrió mejor cosa que dar rienda suelta a una represión brutal, matando e hiriendo a mansalva, la revuelta no cesó, extendiéndose por todo el país, adquiriendo características cada vez mas clasistas. Fueron atacados, incluso, los propios edificios gubernamentales, monumentos simbólicos de la explotación y del pillaje financiero” (“Lecciones de Argentina: toma de posición del BIPR: o partido revolucionario y socialismo, o miseria generalizada y guerra” Internationalist Communist nº 21, otoño-invierno de 2002).

Más recientemente, ante los disturbios sociales en Bolivia que culminaron en las masacres de octubre de 2003, Battaglia Comunista publicó un artículo subrayando las potencialidades de los “ayllu indígenas” de Bolivia (Comunidades de base):

“Los ayllu no habrían podido desempeñar un papel en la estrategia revolucionaria más que oponiéndose a las instituciones presentes gracias al contenido proletario del movimiento y tras haber superado sus aspectos arcaicos y locales, es decir, únicamente si hubieran reaccionado como un mecanismo eficaz para la unidad entre los indígenas, el proletariado mestizo y blanco en un frente contra la burguesía mas allá de toda rivalidad racial ... Los ayllu pudieran ser el punto de partida de la unificación y de la movilización del proletariado indígena, pero, en sí, esto es insuficiente y muy precario para constituir la base de una nueva sociedad emancipada del capitalismo”.

Este artículo de Battaglia Comunista es de noviembre de 2003, cuando acababan de producirse los sangrientos acontecimientos de octubre en los cuales precisamente la pequeña burguesía indígena arrastró al proletariado y, en particular, a los mineros a un enfrentamiento desesperado con las fuerzas armadas. Una matanza durante la cual los obreros fueron sacrificados para que la burguesía y la pequeña burguesía indígena pudieran tener una parte mayor del pastel, llevándose la “parte del león” en la redistribución del poder y de las ganancias, gracias a la explotación de los mineros y de los trabajadores rurales. Según sus propios dirigentes, como Álvaro García, los indígenas como tales no albergan ninguna confusa quimera según la cual los ayllu serían el punto de partida de “otra” sociedad.

El entusiasmo del BIPR por los acontecimientos en Argentina es la conclusión lógica de sus análisis sobre la “radicalización de la conciencia” de las masas no proletarias en los países de la periferia.

“La diversidad de estructuras sociales, el hecho de que la imposición del modo de producción capitalista haya trastornado al viejo equilibrio y que el mantenimiento de su existencia esté basado y se traduzca en una miseria creciente para las cada vez mas numerosas masas proletarizadas y desheredadas; la opresión política y la represión que son, por tanto, necesarias para someterlas, todo esto conduce a un mayor potencial de radicalización de la conciencia en los países periféricos mayor aún que en las sociedades de las metrópolis (...). En muchos de estos países (periféricos), la integración ideológica y política del individuo en la sociedad capitalista no es todavía el fenómeno de masas como lo es en los países metropolitanos” (“Tesis sobre la táctica para la periferia del capitalismo”, consultables en el sitio del BIPR: www.ibre.org) (1).

Según este punto de vista, las manifestaciones populares violentas y masivas deben mirarse como algo positivo. Una “revuelta estéril y sin porvenir” en un contexto en donde el proletariado es tragado por una marea de interclasismo, esto se transforma en la imaginación del BIPR, en concreción “de las potencialidades para la radicalización de la conciencia”. Este enfoque del BIPR lo ha incapacitado para sacar las lecciones reales de acontecimientos como los de diciembre 2001 en Argentina.

En sus “Tesis” y en sus análisis de situaciones concretas, el BIPR comete dos errores importantes, bastante difundidos en el medio izquierdista y altermundialista. El primer error, es la visión teórica según la cual el movimiento de defensa de los intereses nacionales, burgueses o pequeño burgueses, directamente antagónicos a los del proletariado (como los recientes acontecimientos de Bolivia o los acontecimientos de diciembre 2001 en Argentina), podrían transformarse en luchas proletarias. El segundo error –éste, de un empirismo obtuso– es imaginar que esa transformación milagrosamente ocurrió en la realidad y tomar los movimientos dominados por la pequeña burguesía y las consignas nacionalistas por verdaderas luchas proletarias.

Ya hemos polemizado con el BIPR sobre su análisis político de los acontecimientos en Argentina en un artículo de la Revista Internacional nº 109 (“Argentina: sólo la afirmación del proletariado en su terreno de clase podrá hacer retroceder a la burguesía”). Al final de ése artículo, resumíamos así nuestra posición:

“Nuestro análisis, por su parte, no significa, ni mucho menos, que despreciemos o subestimemos las luchas del proletariado en Argentina o en otras zonas donde el proletariado es más débil. Significa simplemente que los revolucionarios, como vanguardia del proletariado que son y porque deben poseer una visión clara de la marcha general del movimiento proletario en su conjunto, tienen la responsabilidad de contribuir a que el proletariado y sus minorías revolucionarias tengan en todos los países una visión más clara y exacta de cuáles son sus fuerzas y sus limitaciones, de quiénes son sus aliados y cómo deben orientar sus combates. Contribuir a esta perspectiva es la tarea de los revolucionarios. Para cumplirla deben resistir con todas sus fuerzas la tentación oportunista de ver, por impaciencia, inmediatismo y falta de confianza histórica en el proletariado, un movimiento de clase allí donde -como así ha sido en Argentina- sólo ha habido una revuelta interclasista”.

El BIPR respondió a nuestra crítica (ver “Luchas obreras en Argentina: polémica con la CCI” en Internationalist Communist nº 21, otoño/invierno 2002) reafirmando su posición según la cual el proletariado dirigió ese movimiento y condenando la posición de la CCI:

“La CCI subraya las debilidades de la lucha insistiendo en su naturaleza interclasista y heterogénea, además y en su dirección izquierdista burguesa. Se queja de la violencia en el seno de la clase y de la dominación de ideologías burguesas como el nacionalismo. Para la CCI, esa falta de conciencia comunista hace del movimiento una “revuelta estéril y sin mañana””.

Es evidente que el BIPR no comprendió nuestro análisis, o más bien, lo interpreta en función de lo que le conviene. Dejamos a los lectores que se hagan su opinión sobre esos dos artículos.

Al contrario de esas afirmaciones, el Núcleo comunista internacionalista– grupo que se constituyó en Argentina a finales del 2003– analiza y saca lecciones muy diferentes de esos acontecimientos. En el segundo número de su boletín, el NCI polemiza con el BIPR sobre la naturaleza de los acontecimientos en Argentina:

“... [la declaración del BIPR dice erróneamente] que el proletariado ha empujado tras de sí a sectores estudiantiles, y otras capas sociales, esto constituye un error sumamente grosero que cometen dichos camaradas junto a los compañeros del GCI, y ello, es así, ya que las luchas obreras que se dieron a lo largo de todo el año 2001 demostraron la incapacidad del proletariado argentino, de asumir la dirección no solo de la totalidad de la clase obrera, sino también de ponerse a la cabeza como “caudillo” del movimiento social que salía a la calle a protestar, empujando al conjunto de las capas sociales no explotadoras. Ello no sucedió, aconteció todo lo contrario, fueron las capas no proletarias las que dirigieron las jornadas del 19 y 20 de diciembre, por lo que se puede decir que el desarrollo de las mismas no tenían ningún futuro histórico, tal como se ha demostrado un año después” (“A dos años del 19 y 20 de diciembre en Argentina”, Revolución comunista nº 2, publicación del Núcleo comunista internacional, diciembre de 2003).

Hablando de implicaciones proletarias en los saqueos, el GCI (2) dice:

“Si existía una voluntad de encontrar dinero y, por encima de todo, de echar mano de él al máximo en las empresas, los bancos..., había más que eso: fue un ataque generalizado contra el mundo del dinero, la propiedad privada, los bancos y el Estado; contra ese mundo que es un insulto a la vida humana. Esta no es únicamente una cuestión de expropiación, sino también de afirmación del potencial revolucionario, el potencial para la destrucción de una sociedad que destruye a los seres humanos” (“A propósito de la lucha proletaria en Argentina”, Comunismo nº 49).

Inscribiéndose en contra de semejante visión, el NCI presenta todo un análisis de la relación entre esos acontecimientos y el desarrollo de la lucha de clases:

“Las luchas argentinas en el periodo 2001/2002 no constituyen un acto único sino que tiene un desarrollo que podemos dividirlo en tres momentos:

“a) El primer momento es el año 2001, como se dijo más arriba, estuvo signado por una serie de luchas obreras de carácter típicamente reivindicativas, el común denominador de las mismas fue su aislamiento de los otros destacamentos proletarios, y la hegemonía que la dirección política de la burocracia sindical, como mediación contrarrevolucionaria, le imprimía.

“Pero a pesar de dicha limitación, ya se han desarrollado hitos muy importantes de auto-organización obrera en sectores como los mineros de Río Turbio, al sur del país, Zanón, en Neuquen, el Norte de Salta con la unidad de los obreros de la construcción y los ex obreros petroleros hoy desocupados. Estos pequeños destacamentos proletarios fueron vanguardia al proponer la necesidad de “UNIDAD” de la clase obrera y de los proletarios desocupados. […]

“b) Un segundo momento, son las jornadas especificas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que reiteramos, fue una rebelión dirigida no por los sectores proletarios, ni de los obreros desocupados sino una revuelta de carácter interclasista, siendo la pequeña burguesía el elemento aglutinador, ya que el golpe económico dado por el gobierno de De la Rúa fue directamente contra sus propios intereses, y contra la base electoral y de apoyo político, mediante el decreto de diciembre de 2001 que instauraba el congelamiento de los fondos. […]

c) Un tercer momento, y aquí debemos ser muy cuidadosos de no feticihizar ni de deslumbrarnos por las llamadas asambleas populares, que se llevaron a cabo en las barriadas de la pequeña burguesía de la Ciudad de Buenos Aires lejos de los centros o barrios obreros. Sino que este momento es cuando se da en el terreno proletario un aumento en las luchas con un comienzo muy humilde, y que va en aumento, sea los trabajadores municipales o docentes protestando por el cobro de sus salarios, sea obreros industriales luchando contra los despidos de la patronal (ejemplo camioneros).

“He ahí en dicho momento cuando los trabajadores ocupados y desocupados tenían frente a sí la posibilidad de entablar no solo una verdadera unidad, sino también de echar las simientes para una organización autónoma de la clase obrera, y que por el accionar de la burguesía en sus intentos de dividir y desviar al proletariado y la complicidad de lo que denominados la nueva burocracia piquetera, echaron por tierra el experimento que hubiera sido una gran arma en manos del proletariado como fueron las denominadas Asambleas nacionales de trabajadores ocupados y desocupados.

“Por ultimo consideramos un error intentar identificar las luchas que se desarrollaron a lo largo de los años 2001/2002 con las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, ya que ambas se diferencian entre sí, y una no es consecuencia de la otra.

“Ello es así, ya que las jornadas o la revuelta del 19 y 20 de diciembre no tuvo en absoluto un carácter obrero, toda vez que la misma fue dirigida no por el proletariado ni por los trabajadores desocupados, sino que estos últimos participaron como furgón de cola de las consignas y los intereses de la pequeña burguesía de la Ciudad de Buenos Aires, que diferían radicalmente con las metas y los objetivos del proletariado […]

“Es fundamental decir esto, porque en este período de decadencia del capitalismo, el proletariado corre el riesgo de perder su propia identidad y su confianza como el sujeto histórico y determinante en las transformaciones sociales, y ello está dado por el descenso de la conciencia proletaria como consecuencia del estallido del bloque estalinista y que la propaganda capitalista ha hecho mella en la mentes obreras acerca del fracaso de la lucha de clases, y ello lleva a estimular por parte de los capitalistas de una visión de no existencia de clases antagónicas, sino que las mismas están divididas o separadas conforme a si se han insertado en el mercado o están excluidos del mismo, tratando de borrar el río de sangre que separa proletarios de capitalistas.

“Este peligro se pudo observar en la Argentina durante los eventos del 19 y 20 de diciembre de 2001, donde la clase obrera fue incapaz de transformarse en una fuerza autónoma que luchara por sus objetivos de clases, entrando en la vorágine de la revuelta interclasista bajo la dirección de capas sociales no proletarias.”

El NCI coloca los acontecimientos de Bolivia en el mismo marco: “ Partiendo de la premisa de saludar y solidarizarnos completamente con los trabajadores bolivianos en lucha, hay que dejar sentado también que la combatividad de la clase no es el criterio único para determinar el balance de las fuerzas entre la burguesía y el proletariado, ya que la clase obrera boliviana no ha sido capaz de desarrollar un movimiento masivo de toda la clase obrera que lleve tras de sí al resto de los sectores no explotadores en esta lucha, todo lo contrario ha sucedido, son los sectores campesinos, nucleados en la central obrera campesina, y los pequeños burgueses quienes están dirigiendo esta revuelta.

“Ello es así, ya que la clase obrera boliviana se ha diluido en un “movimiento popular” de características interclasista, y ello lo afirmamos por las siguientes razones:

“a) porque es el campesinado quien dirige esta revuelta con dos objetivos claros, la legalización del cultivo de la hoja de coca y la no-venta del gas a los EEUU;

“b) La utilización de la consigna de asamblea constituyente como salida de la crisis y como medio para “ la reconstrucción de la nación”

“c) y el no-planteamiento de una lucha contra el capitalismo.

“Los acontecimientos de Bolivia guardan un gran paralelismo con la Argentina en el año 2001/2002, donde el proletariado se encontró subsumido no solo con las consignas de la pequeña burguesía, sino también que dichos “movimientos populares” tenían en el caso argentino, y lo tienen en el boliviano, un signo bastante reaccionario, al plantear la reconstrucción de la nación bajo bases burguesas, o al proclamar la expulsión de los “gringos” y que los recursos naturales vuelvan al Estado boliviano […]

“[…] Los revolucionarios debemos hablar claramente y basarnos en los hechos concretos de la lucha de clases, no para ilusionarnos o para engañarnos a nosotros mismos, sino para adoptar una postura proletaria revolucionaria, y es por ello, que es un grave error confundir lo que es una revuelta social con un horizonte político estrecho, con una lucha proletaria anticapitalista” (“La revuelta boliviana”, Revolución comunista nº 1, octubre 2003)

Este análisis del NCI, que se apoya en hechos reales, pone claramente en evidencia que el BIPR toma sus deseos por la realidad cuando avanza la idea de la “radicalización de la conciencia” entre las capas no explotadoras. La realidad concreta de la situación en la periferia es la creciente destrucción de las relaciones sociales, la propagación del nacionalismo, del populismo y de otras ideologías reaccionarias similares, todo esto tiene un impacto muy serio en la capacidad del proletariado para defender sus intereses de clase.

Afortunadamente, sin embargo, esta realidad parece no haber pasado desapercibida para ciertas publicaciones del BIPR. En efecto, el número 30 de Revolutionary Perspectives (órgano de la Communist Worker Organization, grupo del BIPR en Reino Unido) presenta una imagen mucho más cercana a la realidad de los acontecimientos en Argentina y Bolivia, en su editorial “Las tensiones imperialistas se intensifican, la lucha de clases debe intensificarse”:

“... como en el caso de Argentina, esas protestas fueron interclasistas y sin objetivo social claro, y serían contenidas por el capital. Esto lo vimos en el caso de Argentina, en donde la agitación violenta de hace dos años abrió la vía a la austeridad y la pauperización (...) Mientras que la explosión de la revuelta demuestra la cólera y la desesperación de la población en muchos países periféricos, tales explosiones no podrían encontrar salida a la situación social catastrófica que existe. El único medio de avanzar es volver a la lucha de clase contra clase y vincularse a las luchas de los obreros de las metrópolis”.

Sin embargo, el artículo, desgraciadamente, no denuncia el papel del nacionalismo o de la pequeña burguesía indígena en Bolivia. Con todo, ya sabemos que la posición oficial del BIPR sobre esta cuestión es necesariamente la defendida en Battaglia Comunista según la cual: “Los ayllu pudieran ser el punto de partida de la unificación y movilización del proletariado indígena”. La realidad es que los ayllu han sido el punto de partida para la movilización de los proletarios de origen indígena detrás de la pequeña burguesía indígena, de los campesinos y los cultivadores de coca en su lucha contra la fracción de la burguesía en el poder.

Esta aberración de Battaglia Comunista que atribuye potencialidades a los “consejos comunitarios indígenas” en el desarrollo de las luchas de clases, no pasó desapercibida para el NCI quien juzgó necesario escribir a esa organización sobre esta cuestión. Tras haber recordado lo que son los “ayllu”, “un sistema de casta dedicado a perpetuar las diferencias sociales entre la burguesía, sea esta blanca, mestiza o indígena, y el proletariado”, el NCI en su carta (de fecha 14 de noviembre del 2003) dirige la crítica siguiente a Battaglia:

“A nuestro entender dicha posición constituye un grave error, ya que tienden a atribuirle a dicha institución tradicional indígena una capacidad de ser el punto de partida de las luchas obreras en Bolivia, por más que luego planteen las limitaciones de las mismas. Consideramos que dichos llamamientos sobre reconstituir el mítico ayllu, por parte de los líderes de la revuelta popular, no es otra cosa que establecer diferenciaciones ficticias entre los sectores blancos de la clase obrera y los indígenas, como así también exigir a las clases dominantes una porción en la torta con respecto de la extracción de plusvalía que se le succiona al proletariado boliviano sin distinción de carácter étnico.

“Pero creemos firmemente, a contrario sensu de vuestra declaración, que el “ayllu” jamás podrá operar como “un acelerador e integrador en una sola lucha”, ya que en sí mismo tiene un carácter reaccionario, pues el planteo indigenista se basa en la idealización (falseamiento) de la historia de las comunidades, pues “en el incario, los elementos comunitarios del ayllu estaban integrados a un sistema opresivo de castas al servicio del estamento superior, los incas” (Osvaldo Coggiola, El Indigenismo boliviano). Por ello, considerar que el “ayllu” pueda operar como acelerador e integrador de las luchas en un grave error, atento lo manifestado anteriormente.

“Es cierto que la rebelión boliviana fue dirigida por las comunidades indígenas, campesinas y cultivadores de la hoja de coca, pero ahí radica no su fortaleza sino su extrema debilidad, ya que se trata pura y simplemente de una rebelión popular, donde los sectores proletarios jugaron un papel secundario, y por ende, dicha revuelta interclasista boliviana careció de una perspectiva obrera y revolucionaria. A contramano de lo que opinan corrientes del denominado campo trotskista y guevarista, esta revuelta no puede caracterizársela jamás como una “Revolución”, ya que las masas indígenas y campesinas no se propusieron el derrocamiento del sistema capitalista boliviano, sino más bien, como se dijo más arriba los sucesos de Bolivia tuvieron un carácter netamente chovinista: defensa de la dignidad nacional, no vender gas a los chilenos, y contra los intentos de la erradicación del cultivo de la hoja de coca”.

Ese papel desempeñado por los “ayllu” en Bolivia evoca la forma con la cual el EZLN (Ejército zapatista de liberación nacional) ha utilizado a las “organizaciones comunales” indígenas para movilizar a la pequeña burguesía indígena, a los campesinos y a los proletarios en Chiapas y en otras regiones de México, en la lucha contra la principal fracción de la burguesía mexicana (una lucha que también se integra en las tensiones interimperialistas entre los EE.UU. y ciertas potencias europeas.

Estos sectores de las poblaciones indígenas en América Latina que no fueron integrados ni en el proletariado ni en la burguesía han quedado reducidos a una pobreza y marginación extremas. Esta situación

“... ha conducido a intelectuales y corrientes políticas burguesas y pequeño burguesas a buscar el desarrollo de argumentos que explicarían por qué los indígenas son un cuerpo social que ofrecería una alternativa histórica y que les implicaría, como carne de cañón, en las supuestas luchas de defensa étnica. En realidad esas luchas encubren los intereses de fuerzas burguesas, como se le ha visto no únicamente en Chiapas, sino también en la ex-Yugoslavia, en donde las cuestiones étnicas han sido manipuladas por la burguesía para proporcionar un pretexto formal al combate de las fuerzas imperialistas” (“Sólo la revolución proletaria podrá emancipar a los indígenas”, segunda parte, Revolución mundial no 64, sept-oct. 2001, órgano de la CCI en México).

El papel vital de la clase obrera en los países centrales del capitalismo

El proletariado está confrontado a una muy seria degradación del entorno social en el que debe vivir y luchar. Su capacidad para desarrollar su confianza en sí mismo está amenazada por el creciente peso de la desesperación de las capas no explotadoras y la utilización de esta situación por las fuerzas burguesas y pequeño burguesas para sus propios fines. Sería un abandono muy grave de nuestras responsabilidades revolucionarias si subestimáramos, de la forma que fuere, ese peligro.

Sólo desarrollando su independencia de clase y reafirmando su identidad, fortaleciendo así la confianza en su capacidad para defender sus propios intereses, podrá el proletariado ser una fuerza que le permita unificar tras sí a las demás capas no explotadoras de la sociedad.

La historia de la lucha proletaria en América Latina, demuestra que la clase obrera tiene tras sí, una larga y rica experiencia. Los esfuerzos por parte de los obreros argentinos en el 2001 y 2002, por encontrar el camino de las luchas independientes de clase (descritas en las citas del NCI (3)) demuestran que la combatividad del proletariado está intacta. Sin embargo, encuentra enormes dificultades que son la expresión de antiguas debilidades del proletariado de la periferia del capitalismo, pero también de la enorme fuerza material e ideológica del proceso de la descomposición en esa región. No es casualidad si las más importantes manifestaciones de autonomía de clase en América Latina nos remiten a los años 1960-1970, dicho en otros términos antes de que el proceso de descomposición debilitara la identidad de clase del proletariado. Una tal situación no hace más que reforzar la histórica responsabilidad del proletariado de las concentraciones industriales del corazón del capitalismo, ahí en donde se encuentran sus destacamentos más avanzados, los más capaces para resistir a los efectos letales de la descomposición. La señal del fin de 50 años de contrarrevolución, a finales de los años 60, sonó en Europa y enseguida encontró eco en Latinoamérica. Asimismo, la afirmación en la escena social de los batallones más concentrados y políticamente mas experimentados de la clase obrera, en primer lugar los de Europa occidental, será capaz de hacer que el conjunto del proletariado mundial vuelva a reintegrar unos combates cuya perspectiva sea el derrocamiento del capitalismo. Esto no significa que los obreros en Latinoamérica no tengan un papel vital que jugar en la futura generalización e internacionalización de las luchas. De todos los sectores de la clase obrera en la periferia del sistema, ellos son, ciertamente, los más avanzados políticamente, como lo testimonia la existencia de tradiciones revolucionarias en esta parte del mundo y la aparición actual de nuevos grupos en búsqueda de una claridad revolucionaria. Estas minorías son la cima de un iceberg proletario que amenaza con hundir al “insumergible” Titanic del capital.

Phil

1) Ver la crítica de estas Tesis por la CCI en la Revista internacional nº 100: “La lucha de la clase obrera en los países de la periferia del capitalismo”.

2) El GCI (Grupo comunista internacionalista) es un grupo anarco-izquierdista, fascinado entre otras cosas, por la violencia en sí, bajo todas sus formas. Algunas de sus posiciones muy “radicales” inspiradas en el anarquismo se recubren de justificaciones teórico-históricas que las hacen parecerse a las posiciones de ciertos grupos del medio político proletario.

3) Ver igualmente Revolution internationale nº 315, septiembre de 2001.

 

Geografía: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Rev. Internacional nº 118, 3er trimestre 2004

De Marx a la Izquierda Comunista

En el primer artículo de esta serie recordaremos, contra los que afirman que el concepto y que el término mismo de “decadencia” estarían ausentes o no tendrían valor científico en Marx y Engels, que esta teoría es la médula misma del materialismo histórico. Demostraremos que este marco teórico, así como el término de “decadencia”, estaba muy presente en Marx y Engels a lo largo y ancho de su obra. Detrás de la crítica o el abandono de la noción de decadencia, lo que está en juego es el rechazo de lo que constituye el corazón mismo del marxismo. Que la visión del mundo actual en decadencia sea negada por las fuerzas de la burguesía, es de lo más normal. El problema es que, contra ese esfuerzo por esclarecer los retos ante los cuales la decadencia de este sistema pone a la clase obrera y a la humanidad, las corrientes que se pretenden marxistas rechacen las herramientas que nos ha proporcionado el método marxista para comprender la realidad (1).

La teoría de la decadencia en la obra de los fundadores del materialismo histórico

Contrariamente a lo que se ha afirmado, los descubrimientos principales de los trabajos de Marx y Engels no residen en la existencia de las clases sociales, ni en la lucha de clases, ni en la ley del valor-trabajo o de la plusvalía. Todos estos conceptos, los historiadores y economistas los habían puesto en evidencia cuando la burguesía era todavía una clase revolucionaria frente a la resistencia feudal. El carácter fundamentalmente novedoso de los trabajos de Marx y Engels reside en la puesta en evidencia el carácter histórico de la división en clases, de la sucesión de modos de producción y del carácter transitorio del modo de producción capitalista y de la necesaria dictadura del proletariado como fase intermedia hacia una sociedad sin clases. Dicho de otra manera, el núcleo de sus descubrimientos no es otra cosa que el materialismo histórico:

“Por lo tanto, en lo que me concierne, no es a mí a quien se debe el mérito de haber descubierto ni la existencia de clases en la sociedad moderna, ni la lucha entre ellas. Mucho tiempo antes de mí, los historiadores burgueses habían narrado la evolución histórica de esas luchas de clases, y los economistas burgueses habían sacado a la luz la anatomía económica. Lo novedoso de mi trabajo ha consistido en demostrar: 1) que la existencia de clases está exclusivamente unida a las fases históricas determinadas por el desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado; 3) que esta dictadura misma no representa más que una transición hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases” (carta de Marx del 5 de mayo de 1852 a J. Weydemeyer).

Según nuestros censores, la noción de decadencia no tendría nada de marxista y estaría ausente de la obra de Marx y Engels. Una simple lectura de sus principales escritos muestra, al contrario, que esta noción está en el centro mismo del materialismo histórico. Hasta tal punto, que en el Anti-Duhring (2) (1877) se nos dice que lo que hay esencialmente común entre la visión de la historia de Fourier y el materialismo histórico, son las nociones de ascendencia y de decadencia de un modo de producción, válidos para toda la historia de la humanidad, a los que Marx y Engels se refieren:

Pero donde Fourier aparece como el más grande, es en su concepción de la historia de la sociedad (...) Fourier manejó la dialéctica con la misma maestría que su contemporáneo Hegel. Con una misma dialéctica, resalta que, contrariamente a la charlatanería sobre la perfectibilidad del hombre, toda fase histórica tiene su parte ascendente, pero también su parte descendente y él aplica además esta concepción al porvenir de la humanidad en su conjunto”.

Es quizás en el pasaje de Principios de la crítica de la economía política citado en la introducción, donde Marx da la definición más clara de una fase de decadencia. Fase que identifica una etapa particular en la vida de un modo de producción –“A partir de un cierto punto”– en el que las relaciones de producción se convierten en obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas –“el sistema capitalista se convierte en obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo”. A partir de ese momento determinado por el desarrollo económico, la persistencia de relaciones sociales de producción -salariado, vasallaje feudal, esclavitud- es un obstáculo irremediable para el desarrollo de las fuerzas productivas; tal es el mecanismo fundamental de la evolución de todos los modos de producción:

“Llegado a ese punto, el capital, o más exactamente el trabajo asalariado, entra en la misma relación con el desarrollo de la riqueza social y de las fuerzas productivas que el sistema de las gremios, el vasallaje, la esclavitud, y es necesariamente rechazado como un “estorbo”.

El propio Marx define muy precisamente las características:

“Es por los conflictos agudos, las crisis y las convulsiones que se traduce la incompatibilidad creciente entre el desarrollo creador de la sociedad y las relaciones de producción establecidas”.

Esta definición teórica general de la decadencia será utilizada por Marx y Engels como “verdadero concepto científicamente operativo” en el análisis concreto de la evolución de los modos de producción.

El concepto de decadencia en el análisis de modos anteriores de producción

Habiendo dedicado una buena parte de sus energías a describir los mecanismos y contradicciones del capitalismo, es lógico que Marx y Engels se sintieran atraídos de forma sustancial por su nacimiento en el seno de las entrañas del feudalismo. Así, Engels redactó en 1884 un suplemento a su estudio sobre La guerra de los campesinos en Alemania, que tiene por objeto construir el marco histórico global del período en el que se insertan los hechos que analiza. Tituló ese suplemento muy explícitamente: La decadencia del feudalismo y el auge de la burguesía del que algunos extractos no pueden ser más significativos:

“Mientras que las luchas salvajes de la nobleza feudal reinante llenaban la Edad Media con su estrépito, en toda Europa occidental, el trabajo silencioso de las clases oprimidas había minado el sistema feudal; había creado las condiciones en las cuales quedaba cada vez menos espacio a los señores feudales (...) Mientras que la nobleza era cada vez más superflua y entorpecía permanentemente la evolución, la burguesía de las ciudades se convertía en la clase que personificaba el progreso de la producción y del comercio, de la cultura y de las instituciones políticas y sociales.

“Todos estos progresos de la producción y del cambio eran, de hecho, para nuestras concepciones actuales, de naturaleza muy limitada. La producción estaba unida a la forma del puro artesanado corporativo, encerraba todavía ella misma un carácter feudal; el comercio no rebasaba los mares europeos y no fue más lejos de las ciudades de la costa de Levante, donde se procuraban por intercambio los productos del Extremo Oriente. Pero a pesar de lo mezquinas y limitadas que eran las actividades y con ellas la burguesía que las practicaba, fueron suficientes para transformar la sociedad feudal y estaban al menos en desarrollo mientras que la nobleza se estancaba (...) En el siglo XV, el feudalismo estaba entonces en plena decadencia en toda Europa Occidental (...) Por todos los sitios –tanto en las ciudades como en el campo- aumentaban los elementos de la población que reclamaban ante todo que cesara el eterno y absurdo enfrentamiento, las querellas entre señores feudales que estaban en permanente guerra interior, lo mismo que cuando el enemigo exterior estaba dentro del país... (...)

Hemos visto cómo, en el plano económico, la nobleza feudal comienza a ser superflua, incluso un estorbo en la sociedad de fines de la Edad Media; como también, en el plano político, es ya un estorbo para el desarrollo de las ciudades y del estado nacional, posible en esta época solamente bajo la forma monárquica. Había sido mantenida a pesar de todo por la circunstancia de que poseía todavía el monopolio de las armas, de modo que había que contar con ella para hacer la guerra o librar cualquier batalla. Esto debía cambiar también; el último paso fue hacer ver a la nobleza feudal que el período de la sociedad y del estado que ella dominaba tocaba a su fin, que, en su cualidad de caballero, incluso en el campo de batalla, ya no servía para nada”.

Esos largos párrafos de Engels son particularmente interesantes en el sentido que nos restituye a la vez el proceso de “decadencia del feudalismo” y, en el seno mismo de éste, del “auge de la burguesía” así como la transición al capitalismo. En algunas frases, nos enuncia las cuatro principales características de todo período de decadencia de un modo de producción y de transición a otro:

a) La lenta y progresiva emergencia de una nueva clase revolucionaria portadora de nuevas relaciones sociales de producción en el seno mismo de la antigua sociedad en decadencia:

“Mientras que la nobleza se volvía cada vez más superflua y estorbaba permanentemente la evolución, la burguesía de las ciudades se convertía en la clase que personificaba el progreso de la producción y el comercio, de la cultura y de las instituciones políticas y sociales”.

La burguesía representaba la renovación y la nobleza el Antiguo Régimen; no será hasta que su poder económico se consolida en el seno del modo de producción feudal y, apoyándose en él, cuando la burguesía se sintió a su vez fuerte para disputarle el poder a la aristocracia. Señalemos que el pasaje desmiente formalmente la versión bordiguista de la historia que nos presenta una visión particularmente deformada del materialismo histórico postulando que cada modo de producción no conoce más que un movimiento perpetuamente ascendente al que sólo un hecho brutal (¿una revolución?, ¿un crisis?) haría bruscamente caer, casi verticalmente. A la salida de esta catástrofe “salvadora” un nuevo régimen social surgirá del fondo del abismo:

“La visión marxista se puede representar en tantas ramas y curvas todas ascendentes hasta que en su cima sucede una violenta caída brusca, casi vertical, y, al final un nuevo régimen social surge en otra rama histórica en ascenso” (Bordiga, reunión de Roma 1951, publicado en Invariance nº 4) (3).

b) La dialéctica de lo antiguo y de lo nuevo al nivel de la infraestructura:

“Todos estos progresos de la producción y del cambio eran, de hecho, para nuestras concepciones actuales, de naturaleza muy limitada. La producción estaba unida a la forma del puro artesanado corporativo, encerraba todavía ella misma un carácter feudal; el comercio no rebasaba los mares europeos y no fue más lejos de las ciudades de la costa de Levante, donde se adquirían por intercambio los productos del Extremo Oriente. Pero a pesar de lo mezquinas y limitadas que eran las actividades y con ellas la burguesía que las practicaba, fueron suficientes para transformar la sociedad feudal y estaban al menos en desarrollo mientras que la nobleza se estancaba (...) En el siglo XV, el feudalismo estaba entonces en plena decadencia en toda Europa Occidental”.

Cualquiera que sea el carácter todavía limitado (“mezquino”) de los progresos materiales de la burguesía, son suficientes para transformar una sociedad feudal “estancada” y “en plena decadencia en toda Europa Occidental” nos dice Engels. Esto desmiente formalmente esa otra versión totalmente extravagante e inventada de arriba abajo según la cual el feudalismo murió solamente porque tenía frente a él a un modo de producción más eficaz que lo superó en una carrera de velocidad:

 “Nosotros hemos visto, a lo largo de las páginas que preceden, que hay muchas maneras para que desaparezca un modo de producción determinado. (...) Puede ser vencido abriendo una brecha en su propio seno por una forma de producción ascendente hasta que el movimiento cualitativo se transforma en salto cualitativo y la nueva forma cambia a la antigua. Es el caso del feudalismo que da nacimiento al modo de producción capitalista” (RIMC) (4);

El feudalismo desapareció a causa del éxito de la economía de mercado. Contrariamente a la esclavitud, no desapareció a causa de una falta de productividad... Al contrario: el nacimiento y el desarrollo de la producción capitalista llegó a ser posible por el aumento de la productividad de la agricultura feudal, que generó masas de campesinos superfluas de modo que pudieron transformarse en proletarios, y crear la suficiente plusvalía para nutrir la población creciente de las ciudades. El capitalismo superó al feudalismo, no porque la productividad de este último se estancase, sino porque era inferior a la productividad de la producción capitalista” (Perspectives Internationalistes, “16 tesis sobre la historia y el estado de la economía capitalista” (5).

Marx, por el contrario, habla claramente “de un régimen corporativo con las trabas que pone al libre desarrollo de la producción” y de un “poder señorial con sus prerrogativas indignantes”: “En cuanto a los capitalistas emprendedores, los nuevos potentados tenían no solamente que desplazar a los maestros de los talleres, sino también a los poseedores feudales de las fuentes de riqueza. Su aparición se presenta de esta manera como el resultado de una lucha victoriosa contra el poder señorial, con sus prerrogativas indignantes, y contra el régimen corporativo con las trabas que ponía al libre desarrollo de la producción y a la libre explotación del hombre por el hombre” (Marx, El Capital).

El análisis de los fundadores del materialismo histórico, ampliamente confirmado en el plano empírico por los estudios históricos (6), está a 180º de las elucubraciones de los detractores de la teoría de la decadencia. El análisis de la decadencia del feudalismo y de la transición al capitalismo está además ya claramente enunciado en el Manifiesto comunista donde Marx nos dice que:

“La sociedad burguesa moderna, surgida de las ruinas de la sociedad feudal... (...) (el comercio mundial, los mercados coloniales) aumentaron el desarrollo del elemento revolucionario dentro de la sociedad feudal en descomposición. El antiguo modo de producción feudal o corporativo, ya no bastaba para satisfacer las necesidades crecientes de los nuevos mercados. (...) Hemos visto, pues, que los medios de producción y de comunicación en los que se basó la creación de la burguesía se engendraron en la sociedad feudal. En determinada etapa de la evolución de estos medios de producción y comunicación, las condiciones en las que la sociedad feudal producía y traficaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, las relaciones de propiedad feudales, ya no correspondían a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Las mismas inhibían la producción, en lugar de estimularla. Se convirtieron en otras tantas ataduras. Había que romperlas, y se las rompió”.

Marx lo deja pues muy claro, habla de una “sociedad feudal en descomposición”. ¿Por qué el feudalismo está en decadencia? Porque “las relaciones de propiedad feudales ya no correspondían a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Aquellas inhibían la producción, en lugar de estimularla”. Fue dentro de ese feudalismo en ruinas donde comenzó la transición al capitalismo:

“La sociedad burguesa moderna, surgida de las ruinas de la sociedad feudal”. Marx desarrollará otra vez este análisis en los Principios de la crítica de la economía política:

“Fue solamente en los tiempos de hundimiento del feudalismo, cuando las luchas eran todavía intestinas –así en la Inglaterra del siglo XIV y en la primera mitad del siglo XV–, donde se puede situar la edad de oro del trabajo hacia su emancipación”.

Para caracterizar la decadencia feudal que se despliega desde el comienzo del siglo XIV hasta el siglo XVIII, Marx y Engels emplean múltiples términos que no tienen ninguna ambigüedad para quien dispone de un mínimo de honradez política:

“Feudalismo en plena decadencia en toda la Europa Occidental”, “nobleza en estancamiento”, “sociedad feudal en ruinas”, “sociedad feudal en descomposición”, “las relaciones feudales entorpecen la producción” y “el hundimiento del feudalismo, el régimen corporativo con las trabas que ponen al libre desarrollo de la producción” (7).

c) El desarrollo de los conflictos entre diferentes fracciones de la clase dominante:

Mientras que las luchas salvajes de la nobleza feudal reinante llenaban la Edad Media con su estrépito (...) el eterno y absurdo enfrentamiento, las querellas entre señores feudales que estaban en permanente guerra interior, lo mismo que cuando el enemigo exterior estaba dentro del país...”.

La nobleza feudal tiene que obtener la dominación económico-política sobre el campesinado, y la obtiene mediante la violencia. Confrontada a las dificultades crecientes para extraer el suficiente sobretrabajo para la renta feudal, la nobleza se va a desgarrar en interminables conflictos que traerían como consecuencia arruinar todavía un poco más a la sociedad entera. La guerra de los cien años que dividió en dos la población europea y las guerras monárquicas incesantes son los ejemplos más destacables.

d) El desarrollo de las luchas de la clase explotada:

“...en toda la Europa Occidental el trabajo silencioso de las clases oprimidas había minado el sistema feudal; había creado las condiciones en las cuales quedaba cada vez menos espacio para los señores feudales”.

Bajo el dominio de las relaciones sociales, la decadencia de un modo de producción se manifiesta por un desarrollo cuantitativo y cualitativo de las luchas entre clases antagónicas: lucha de la clase explotada que experimenta cada vez más la miseria ya que la explotación es llevada a su extremo por una clase explotadora desesperada; luchas de la clase portadora de la nueva sociedad que choca con las fuerzas del antiguo orden social (en las sociedades pasadas, siempre se trata de una nueva clase explotadora, en el capitalismo, en cambio, el proletariado es a la vez clase explotada y clase revolucionaria).

Estas largas citas sobre el fin del modo de producción feudal y la transición al capitalismo demuestran ya ampliamente que el concepto de decadencia está no solamente definido teóricamente por Marx y Engels, sino que se trata además de un verdadero concepto científico operativo para describir la dinámica de sucesión de modos de producción que ellos pudieron identificar durante su vida. Es entonces lógico también que utilizaran este concepto cuando estudian las sociedades primitivas, asiáticas o antiguas. Analizando la evolución del modo de producción esclavista, Marx y Engels ponen en evidencia ya en La ideología alemana (1845-46), las características generales de la decadencia del modo de producción antiguo:

“Los últimos siglos del Imperio romano en declive y la conquista de los bárbaros aniquilaron una masa de fuerzas productivas: la agricultura había retrocedido, la industria estaba también en decadencia por falta de mercados, el comercio estaba paralizado o interrumpido por la violencia, la población tanto rural como urbana, había disminuido”.

Igualmente, en el análisis de las sociedades primitivas, nos encontramos con el meollo mismo de la definición de Marx y Engels de la decadencia de un modo de producción:

“La historia de la decadencia de las sociedades primitivas (...) está todavía por hacer. Hasta ahora se nos han proporcionado escasos bocetos (...) De forma secundaria, las causas de su decadencia derivan de hechos económicos que le impedían superar cierto grado de desarrollo...” (primer borrador de la carta de Marx a Vera Zasulich, 1881).

En fin, para las sociedades del modo de producción asiático (8) he aquí lo que dice Marx en El Capital donde compara el estancamiento de las sociedades asiáticas con la transición al capitalismo en Europa:

“En todos los sistemas de producción precapitalistas, la usura no hace otra obra revolucionaria que la de destruir y disolver las formas de propiedad, que se reproducen sin cesar bajo las mismas formas y sobre la base de aquellas reposa sólidamente la estructura política. Es solamente cuando se reúnen las condiciones del sistema de producción capitalista cuando la usura aparece como uno de los medios que contribuyen a hacer nacer el nuevo modo de producción, arruinando, por un lado, a los señores feudales y a los pequeños productores, y, por otro lado, centralizando las condiciones de trabajo creando el capital”.

La decadencia del capitalismo en Marx y Engels

Algunos con mentalidad cerril, que saben perfectamente bien que Marx y Engels utilizaron con asiduidad el concepto de decadencia para los modos de producción anteriores al capitalismo, pretenden sin embargo que:

“Marx se limitó a dar del capitalismo una definición progresista solamente para la fase histórica en la cual eliminó el mundo económico del feudalismo engendrando un vigoroso período de desarrollo de las fuerzas productivas que estaban inhibidas por la forma económica precedente, pero jamás avanzó una definición de la decadencia más que puntualmente en la famosa introducción a la Crítica de la economía política...” (Prometeo nº 8, 2003).

¡Nada es tan falso! Durante toda su existencia, Marx y Engels analizaron la evolución del capitalismo y constantemente trataron de determinar los criterios y el momento de su entrada en decadencia. Así, desde el Manifiesto comunista, pensaban que había cumplido su misión histórica y que los tiempos estaban maduros para el paso al comunismo:

“Las fuerzas productivas de que ella dispone no funcionan ya a favor de la propiedad burguesa; son, al contrario, demasiado pujantes para las instituciones burguesas que no hacen más que entorpecer (...) Las instituciones burguesas son demasiado estrechas para contener las riquezas que han creado (...) La sociedad no puede ya vivir bajo la burguesía; es decir que la existencia de la burguesía y la existencia de la sociedad son incompatibles” (9).

Marx y Engels reconocieron más tarde haber hecho un diagnóstico prematuro. Así, desde finales del año 1850, Marx escribió en la Neue Rheinische Zeitung:

“En presencia de esta prosperidad general de las fuerzas productivas de la sociedad burguesa, que se están extendiendo con toda la magnificencia posible dentro del marco burgués, no es el momento de una verdadera revolución”.

Y, en una carta muy interesante a Engels del 8 de octubre de 1858, Marx precisará los criterios cualitativos para determinar el momento del paso a la fase de decadencia del capitalismo, a saber, la creación del “mercado mundial, al menos en sus grandes líneas, así como una producción condicionada por el mercado mundial”. A su parecer estos dos criterios están ya desarrollados para Europa –en 1858 piensa que la revolución socialista está madura en el continente–, pero no todavía para el resto del globo que estima que está aún en su fase ascendente:

“La verdadera misión de la sociedad burguesa, es la de crear el mercado mundial, al menos en sus grandes líneas, así como una producción condicionada por el mercado mundial. Como el mundo es limitado, esta misión parece acabada después de la colonización de California y de Australia y la apertura de Japón y de China. Para nosotros la cuestión difícil es ésta: ¿es inminente la revolución en el continente (europeo), y tomará con rapidez un carácter socialista? ¿pero no será forzosamente sofocada en este pequeño rincón, ya que, en un territorio mucho más grande, el movimiento de la sociedad burguesa está todavía en su fase ascendente?”.

En El Capital, Marx dirá que “Por este medio el capitalismo prueba simplemente, una vez más, que entra en su período senil en el que va sobreviviendo”. En 1881 otra vez, Marx, en el segundo borrador de carta a Vera Zasulich, pensaba que el capitalismo había entrado en su fase de decadencia en Occidente: “El sistema capitalista ha superado su apogeo en el Oeste, aproximándose el momento en que ya no será sino un sistema social regresivo”. De nuevo, y si se lee con un mínimo de honradez política, los términos utilizados por Marx para hablar de la decadencia del capitalismo no tienen ambigüedad: “período de senilidad, sistema social regresivo, trabas al desarrollo de las fuerzas productivas, sistema que va sobreviviendo, etc.”

En fin, Engels continuará esta búsqueda en 1895:

“La historia nos ha desmentido, a nosotros como a todos los que pensaban de la misma manera. Ha mostrado claramente que el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para la eliminación de la producción capitalista; ha sido probado por la revolución económica que, después de 1848, ha alcanzado a todo el continente (...) esto prueba de una vez por todas que también era imposible en 1848 hacer la conquista de la transformación social por un simple golpe de mano”.

Los escritos de Marx y Engels “desmienten de una vez por todas” las majaderías repetidas en páginas y páginas por elementos parásitos sobre la posibilidad de la revolución comunista desde 1848: “Nosotros hemos defendido muchas veces la tesis de que a partir de 1848, el comunismo es posible” (Robin Goodfellow, El comunismo como necesidad histórica, 01/02/2004) (10). Estupideces por desgracia compartidas ampliamente por los bordiguistas del PCI, quienes, en una muy mala polémica, nos reprochan haber afirmado –como Marx y Engels– que “las condiciones de su derrocamiento no existen en el momento de apogeo de una forma social” para declarar

“He aquí tirado al cubo de la basura un siglo de existencia de la lucha del proletariado y de su partido (...) De golpe ni el nacimiento de la teoría comunista, ni el sentido ni las enseñanzas de las revoluciones del siglo XIX pueden ser comprendidas...” (Folleto nº29 del PCI: La Corriente comunista internacional: a contra corriente del marxismo y de la lucha de clases).

¿Por qué este argumento es totalmente necio? Porque cuando Marx y Engels escribieron el Manifiesto comunista, había estancamientos periódicos del crecimiento por las crisis cíclicas y que a lo largo de estas crisis, podían ya analizar todas las manifestaciones de las contradicciones fundamentales del capitalismo. Pero “estas revueltas de las fuerzas productivas contra las relaciones modernas de producción” no eran sino revueltas de juventud. El resultado de aquellas explosiones regulares no era otro que el fortalecimiento del sistema, el cual, en una vigorosa ascensión, se desprendía de sus ropas infantiles y de los últimos estorbos feudales que encontraba en su camino. En 1850, solamente el 10% de la población mundial estaba integrada en las relaciones de producción capitalistas. El sistema del salariado tenía todo un futuro ante sí. Marx y Engels tuvieron la genial perspicacia de despejar de las crisis de crecimiento del capitalismo la esencia de todas sus crisis y de anunciar así a la historia futura los fundamentos de sus convulsiones más profundas. Si ellos lo pudieron hacer es porque, desde su nacimiento, una forma social lleva en germen todas las contradicciones que provocarán su muerte. Pero mientras esas contradicciones no se hayan desarrollado hasta el punto de parar de forma permanente su crecimiento, son el motor mismo de éste. Los estancamientos periódicos que conoció la economía capitalista a lo largo del siglo XIX no tienen nada que ver con las crisis permanentes y crecientes. Así, inspirándose en la intuición de Marx sobre el momento de la entrada en decadencia del capitalismo por “la creación del mercado mundial en sus grandes líneas” así “como una producción condicionada por el mercado mundial” (Marx), Rosa Luxemburgo despejará claramente la dinámica y el momento:

Las crisis tal y como nosotros las hemos conocido hasta el presente (revisten) de alguna manera el carácter de crisis juveniles. Nosotros no por ello hemos llegado al grado de desarrollo y de agotamiento del mercado mundial que podría provocar el asalto fatal y periódico de las fuerzas productivas contra las barreras de los mercados, asalto que constituirá el tipo mismo de la crisis de senilidad del capitalismo... Una vez el mercado mundial desarrollado y constituido en sus grandes líneas hasta que no se pueda agrandar más gracias a bruscos crecimientos expansionistas; la productividad del trabajo continuará incrementándose de una manera irresistible; es entonces cuando comenzará, a mayor o menor plazo, el asalto periódico de las fuerzas productivas contra las barreras que obstaculizan los cambios, asalto cuya repetición será cada vez más ruda e imperiosa”.

La noción de decadencia en El Capital de Marx

Hemos visto que Marx y Engels utilizaron en muchas ocasiones la noción de decadencia en sus escritos principales sobre el materialismo histórico y la crítica de la economía política (La Ideología alemana, El Manifiesto, el Anti-Duhring, los Principios de una crítica de la economía política, la nota final a La Guerra campesina en Alemania), pero también en varias cartas de sus Correspondencias, diferentes prefacios, etc. ¿Y en El Capital, considerada como la obra maestra de Marx por el BIPR, pues para éste el término de decadencia “...mismo no aparece nunca en los tres volúmenes que componen El Capital” (11)? Al parecer, el BIPR no se ha leído bien El Capital pues en todas las partes en las que Marx aborda, ya sea el nacimiento del capitalismo, ya su final, la noción de decadencia está bien presente

Marx confirma su análisis de la decadencia del feudalismo y, dentro de esa decadencia, la transición al capitalismo en las páginas mismas de El Capital:

“La estructura económica capitalista surgió de las entrañas del orden económico feudal. La disolución de éste despejó los elementos constitutivos de aquél (...) Aunque los primeros esbozos de la producción capitalista se hicieron muy temprano en algunas ciudades del Mediterráneo, la era capitalista se inicia en el siglo XVI. Por todas las partes donde florece hacía ya tiempo que la servidumbre se había abolido y el régimen de las ciudades soberanas, gloria de la Edad Media estaba ya en plena decadencia. (...) La revolución que iba a poner los primeros cimientos del régimen capitalista tuvo su preludio en el último tercio del siglo XV y principios del XVI.”

De igual modo, cuando Marx aborda las contradicciones insuperables en las que se hunde el capitalismo y cuando considera su superación por el comunismo, dice claramente “entrada del capitalismo en un período senil durante el cual va sobreviviendo”:

“Aquí el sistema de producción capitalista cae en una nueva contradicción. Su misión histórica es desarrollar, hacer avanzar radicalmente, en progresión geométrica, la productividad del trabajo humano. Es infiel a su vocación en cuanto, como en este caso, pone trabas al desarrollo de la productividad. Ahí, sencillamente, prueba, una vez más, que entra en su período senil y que va sobreviviendo” (Marx, El Capital).

Notemos de paso que Marx considera el período de senilidad del capitalismo como una fase en la que va sobreviviendo y durante la cual es un obstáculo al desarrollo de la productividad. Esto desmiente una vez más esa otra teoría inventada por el grupo Perspective Internationaliste según la cual la decadencia del capitalismo (y también la del feudalismo, ver más abajo) se caracterizarían por ¡un desarrollo pleno de las fuerzas productivas y de la productividad del trabajo (12)!

En fin, en otro pasaje de El Capital en el que Marx recuerda el proceso general de sucesión de las formas históricas de producción:

“Toda forma histórica determinada de ese proceso (de trabajo) sigue desarrollando las bases materiales y las formas sociales de éste. Cuando ha llegado a cierto grado de madurez, esa forma histórica determinada es despojada para dejar el sitio a una forma superior. Se aprecia entonces que ha llegado el momento de una crisis de ese tipo cuando se agudizan la contradicción y la oposición entre las relaciones de distribución y por lo tanto el aspecto histórico definido de las relaciones de producción correspondientes y las fuerzas productivas, la capacidad de producción, y el desarrollo de sus agentes. El desarrollo material de la producción y su forma social entre entonces en conflicto” (Marx, El Capital).

Recoge aquí la definición que ya había dado en la Crítica de la economía política que vamos ahora a examinar. Antes, señalemos que lo que es cierto para El Capital lo es también para cantidad de trabajos preparatorios de su redacción en los cuales la noción de decadencia está ampliamente representada (13) y para que se convenza de ello, el mejor consejo que podemos dar al BIPR es que se lea su propia Biblia... o volver a los pupitres de la escuela para aprender a leer.

La noción de decadencia definida por Marx en la Crítica de la economía política

Así expone Marx sintéticamente los resultados principales de sus investigaciones en 1859 en la Crítica de la economía política:

He aquí, en pocas palabras, el resultado final al que llegué y que, una vez obtenido, me sirvió de hilo conductor en mis estudios. En la producción social de su existencia, los hombres establecen vínculos determinados, necesarios, independientes de su voluntad; esas relaciones de producción corresponden a un grado determinado del desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de esos vínculos forma la estructura económica de la sociedad, los cimientos reales sobre los que se alza la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se alza un edificio jurídico y político y a la que corresponden formas determinadas de la conciencia social. El modo de producción de la vida material domina en general el desarrollo de la vida social, política e intelectual. No es la conciencia de los hombres lo que determina su existencia, es, al contrario, su existencia social lo que determina su conciencia. En cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se habían movido hasta entonces y que no son más que su expresión jurídica. Formas, ayer todavía, de desarrollo de las fuerzas productivas, esas condiciones se vuelven pesadas trabas. Empieza entonces una era de revolución social. El cambio en las bases económicas viene acompañado de un trastorno más o menos rápido en todo ese enorme edificio. Cuando se analizan esos trastornos, hay que distinguir siempre dos órdenes de cosas. Hay un trastorno material de las condiciones de producción económica. Debe ser constatado con la mentalidad rigurosa de las ciencias naturales. Pero también hay formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas, filosóficas, en resumen, las formas ideológicas en las que los hombres toman conciencia de ese conflicto y lo llevan hasta el final. No se juzga a un individuo por la idea que de sí mismo tiene. No se juzga una época de revolución según la conciencia que tal época tiene de sí misma. Esta conciencia se explicará más bien por las contrariedades de la vida material, por el conflicto que opone las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Nunca expira una sociedad antes de haber desarrollado todas las fuerzas productivas que es capaz de contener; nunca se instauran relaciones superiores de producción antes de que las condiciones materiales de su existencia hayan aparecido en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso es por lo que la humanidad solo se plantea las tareas que puede realizar: puestos a considerar mejor las cosas, siempre se verá que la tarea surge allí donde las condiciones materiales de su realización ya están realizadas o está realizándose. Reducidos a sus grandes rasgos, los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno aparecen como épocas progresivas de la formación económica de la sociedad. Las relaciones de producción burguesas son la última forma antagónica del proceso social de producción. No se trata aquí de un antagonismo individual; nosotros lo entendemos más bien como el producto de las condiciones sociales de la existencia de los individuos; pero las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales capaces de resolver ese antagonismo. Con este sistema social es la prehistoria de la humanidad lo que se cierra”.

Nuestros censores, con muy poca honradez, suelen evitar la cuestión de la decadencia transformando o reinterpretando sistemáticamente los escritos de Marx y Engels. Así ocurre en especial con esa cita de Crítica de la economía política en donde ellos creen, sin razón como hemos visto, que sería el único lugar en que Marx hablaría de decadencia. Para Battaglia communista, por ejemplo, Marx, en ese pasaje, no hablaría de dos fases bien diferenciadas en la evolución histórica del modo de producción capitalista, sino del fenómeno recurrente de la crisis económica:

“Es lo mismo para lo que anima a los defensores de ese análisis (de la decadencia) a citar la frase de Marx según la cual, en cierto grado de desarrollo del capitalismo, las fuerzas productivas entran en contradicción con las relaciones de producción, desarrollándose así el proceso de decadencia. Aparte de que la expresión en cuestión se refiere al fenómeno de la crisis general y a la ruptura de la relación entre estructura económica y las superestructuras ideológicas que puede generar acciones de clase en el sentido revolucionario y no a la cuestión que se discute...” (Prometeo n° 8, diciembre 2003).

En sí misma, la cita de Marx no sufre ambigüedad alguna. Es clara, transparente, inscribiéndose en la misma lógica que todas las demás transcritas en este artículo. Desde su carta a J. Wedemeyer, se sabe muy bien hasta qué punto consideraba Marx el materialismo histórico como su verdadero aporte teórico y cuando resume diciendo: “en pocas palabras, el resultado final al que llegué y que, una vez obtenido, me sirvió de hilo conductor en mis estudios”, está hablando, sin lugar a dudas, de la evolución de los modos de producción, de sus dinámicas y contradicciones que se articulan en torno a la relación dialéctica entre las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas. Marx sintetiza en unas cuantas frases todo el arco histórico de la evolución humana:

“Reducidos a sus grandes rasgos, los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno aparecen como épocas progresivas de la formación económica de la sociedad. Las relaciones de producción burguesas son la última forma antagónica del proceso social de producción (...) Con este sistema social es la prehistoria de la humanidad lo que se cierra”.

En ningún sitio, como pretende el BIPR, Marx evoca los ciclos recurrentes de crisis, las colisiones periódicas entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción o los grandes períodos de la evolución de la cuota de ganancia; Marx se sitúa aquí en otra escala, en la escala de las grandes fases de la evolución de los modos de producción, en la escala de las “eras” históricas. En esa cita, como en las demás, Marx define dos grandes fases en la evolución histórica de un modo de producción: una ascendente durante la cual las relaciones sociales de producción impulsan y favorecen el desarrollo de las fuerzas productivas, “las relaciones de propiedad… Ayer todavía formas de desarrollo de las fuerzas productivas”, y después, “En cierto grado de su desarrollo” llega una fase decadente en la que “las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes”, o sea, durante la cual las relaciones sociales de producción dejan de ser un estímulo de las fuerzas productivas, transformándose en “pesadas trabas”. Marx precisa que ese vuelco ocurre en un momento dado “en un cierto grado de desarrollo “ y no habla para nada de “colisiones recurrentes y mayores cada día” según la interpretación abusiva del BIPR. Además, Marx emplea en varias ocasiones en El Capital fórmulas idénticas a las de su Crítica de la economía política y cuando se refiere al carácter históricamente limitado del capitalismo, dice claramente que hay dos fases bien diferenciadas en su evolución:

“... en el desarrollo de las fuerzas productivas, el modo de producción capitalista encuentra un límite que no tiene nada que ver con la producción de riqueza en sí; y esa limitación tan particular es testimonio del carácter limitado y puramente histórico, transitorio, del sistema de producción capitalista. Es testimonio de que no existe un modo absoluto de producción de la riqueza, sino que al contrario, entra en conflicto con el desarrollo de ésta en una determinada etapa de la evolución” (Marx, El Capital) o “Ahí, sencillamente, prueba, una vez más, que entra en su período senil y va sobreviviendo”.

El BIPR podrá tener dificultades de lectura para comprender la Crítica de la economía política de Marx, pues todo el mundo hace errores, pero cuando se repiten, incluso en las citas de lo que considera su biblia (El Capital), da la impresión de que ya no se trata de fallos puntuales.

A nuestros censores parásitos, por su parte, parece que les gusta hacer análisis sintácticos. Para RIMC, por ejemplo,

“La CCI se da el trabajo de subrayar el trozo de frase “Empieza entonces”, sin duda para insistir, como buen gradualista que es, en el carácter progresivo del movimiento que cree así designar. Ahora bien, también podría subrayarse la palabra “revolución social”, que precisamente significa lo contrario, al ser una revolución el trastorno violento del orden existente, o sea, una ruptura cualitativa brutal en el ordenamiento de las cosas y de los acontecimientos” (RIMC, “Dialectique...”).

Para quien sabe leer, sin embargo, Marx habla de la apertura de una “era de revolución social” (una era es un época durante la cual se establece un nuevo orden social de las cosas), hablando de cambio y de duración, puesto que nos dice que ese “cambio en los cimientos económicos viene acompañado de un trastorno más o menos rápido”... ¡Nada de “violenta y brusca caída, casi vertical, y, desde el fondo surge un nuevo régimen social” de Bordiga que RIMC recupera! Marx no confunde, como éstos, el “cambio en los cimientos económicos” y la revolución política. Aquél es lento en su proceso de separación de la antigua sociedad, y ésta es más breve, más limitada en el tiempo, aunque, en general, suele también extenderse durante cierto periodo, pues el derrocamiento del poder político de una antigua clase dominante por una nueva, no se hace en dos días tras un primer ensayo. El advenimiento político de una nueva clase dominante suele ocurrir a través de múltiples intentonas malogradas, fracasos prematuros, incluso restauraciones momentáneas tras breves victorias.

El significado político de las críticas de nuestros censores

Por lo que se refiere a los grupúsculos parásitos cuya función esencial es enredar la claridad política, oponiendo Marx a la Izquierda Comunista, corriendo así una cortina de humo entre los nuevos elementos en búsqueda y los grupos revolucionarios, las cosas están claras. Recordar sencillamente la noción central de decadencia en la obra de Marx y Engels aniquila todas sus alegaciones recurrentes con las que pretenden que es una “... teoría totalmente desviacionista en relación con el programa comunista (...) ese método de análisis no tiene nada que ver con la teoría comunista (...) desde el punto de vista del materialismo histórico el concepto de decadencia no tiene coherencia alguna. No forma parte del arsenal teórico del programa comunista. Y como tal debe ser rechazado. (...) Nadie duda por qué la CCI utiliza esa cita (primer borrador de la carta de Marx a V. Zasulich) pues consta en ella dos veces la palabra ‘decadencia’, lo cual es extraño en Marx, para quien ese término nunca tuvo valor de concepto científico” (RIMC, “Dialectique...”) poniendo semejantes alegaciones en el baúl de los trastos inútiles. Esas alegaciones, dichas con la única preocupación enfermiza y parásita de ir contra la CCI, tienen un solo punto común: negar que el origen del concepto de decadencia está en Marx y Engels. Pero cuando se trata de dar bases a sus análisis, cada cual se saca su pequeñita idea a partir de vagas y muy imprecisas nociones de historia del movimiento revolucionario. Para Aufheben (14), por ejemplo, “La teoría del declive capitalista apareció por primera vez en la IIª  internacional”; mientras que para RIMC (Dialectique...) habría nacido tras la Primera Guerra mundial:

“El objetivo de este trabajo es hacer una crítica global y definitiva del concepto de “decadencia” que emponzoña la teoría comunista como una de las desviaciones principales nacidas en la primera posguerra, e impide todo trabajo científico de restauración de la teoría comunista por su carácter fundamentalmente ideológico”,

y, en fin, para Perspective internationaliste (Hacia una nueva teoría de la decadencia del capitalismo), habría sido Trotski el inventor de ese concepto “El concepto de decadencia del capitalismo surgió en la IIIa Internacional, en donde fue desarrollado sobre todo por Trotski” ... ¡Cualquiera entiende! Si hay algo que el lector podrá haber comprobado tras este examen de citas significativas de la obra de Marx y Engels, es que la noción de decadencia tiene en esa obra su verdadero origen. No solo esa noción está en el centro del materialismo histórico y muy precisamente definida en el plano teórico y conceptual, sino que también es una herramienta científica operativa en el análisis concreto de la evolución de los diferentes modos de producción. Y si tantas organizaciones del movimiento obrero han desarrollado esa noción de decadencia, como lo reconocen involuntariamente esos grupos parásitos en sus escritos, es desde luego porque esa noción forma parte de la médula del marxismo.

Los bordiguistas del PCI nunca aceptaron el análisis de la decadencia desarrollado por la Izquierda comunista de Italia en el exilio entre 1928 y 1945 (15), a pesar de que reivindican su filiación histórica con ella. Su acta de nacimiento en 1952 fue precisamente un rechazo de ese concepto (16); mientras que Battaglia communista (17) mantuvo los principios adquiridos de la Izquierda comunista de Italia, los elementos en torno a Bordiga se separarán para fundar el PCI (Partido comunista internacional). A pesar de su importante regresión teórica, el PCI se ha mantenido siempre en el campo internacionalista de la Izquierda comunista. Sigue profundamente enraizado en el materialismo histórico y, por ello, sea cual sea la conciencia que de ello tiene, siempre ha defendido las grandes líneas del marco de análisis de la decadencia. Para probarlo, basta con citar sus propias posiciones de base que aparecen al dorso de todas sus publicaciones:

Las guerras imperialistas mundiales demuestran que la crisis de desintegración del capitalismo es inevitable por el hecho de que éste entró definitivamente en el periodo en el que su expansión ya no estimula el crecimiento de las fuerzas productivas, sino que supedita su acumulación a unas destrucciones repetidas y crecientes” (en el fondo y en lo esencial, ¡la CCI viene a decir lo mismo!) (18).

Podríamos citar muchos pasajes parecidos de sus propios textos en los que, a veces, no vacila en reconocer implícita o explícitamente la noción misma de “decadencia del capitalismo”:

“Es verdad que si insistimos nosotros en el carácter cíclico de las crisis y catástrofes del capitalismo mundial, eso no menoscaba en nada la definición general de su fase actual, una fase de decadencia en la cual “las premisas objetivas de la revolución proletaria no solo están ya maduras, sino que incluso ya han empezado a pudrirse” como decía Trotski” (Programme Communiste n° 81, p. 15).

Mientras que hoy, en su folleto de crítica a nuestras posiciones, intenta en varias páginas hacer una crítica muy mediocre de la decadencia... sin darse cuenta de que, una vez más, contradice sus propias afirmaciones:

“Puesto que desde 1914, la revolución, y solo la revolución, se ha puesto por todas partes y en todo momento al orden del día, es decir que las condiciones objetivas están presentes por todas partes, solo es posible explicar la ausencia de esta revolución recurriendo a los factores subjetivos: lo único que falta para que estalle la revolución es la conciencia del proletariado. Esta situación parece un eco deformado de las posiciones falsas del gran Trotski de finales de los años 30. Trotski también pensaba entonces que las fuerzas productivas habían alcanzado el máximo posible bajo el régimen capitalista y por consiguiente todas las condiciones objetivas para la revolución estaban maduras (y que incluso empezaban a “pudrirse”); el único obstáculo eran las condiciones subjetivas...” (folleto n° 29 del PCI, p. 9). ¡Misterios de la invariabilidad!

En cuanto a Battaglia communista, obligados estamos a constatar que, a pesar de la afirmación de su continuidad política con las posiciones de la Fracción italiana de la Izquierda Comunista Internacional (19), está volviendo a sus orígenes bordiguistas. Después de haber rechazado las posiciones de Bordiga en 1952 y haberse reapropiado algunas lecciones de la Izquierda italiana en el exilio, hoy, su abandono explícito de la teoría de la decadencia tal como justamente la desarrolló la Fracción (20), hace volver a Battaglia communista junto a los bordiguistas del Partido comunista internacional (Programa comunista). Es un retorno a los orígenes, pues tanto en su plataforma constitutiva de 1946 como en la de 1952, la noción de decadencia está ausente. Le imprecisión política de esos dos documentos programáticos sobre el marco de comprensión del período que abrió la Primera Guerra mundial ha sido siempre la matriz de las debilidades y oscilaciones de BC en la defensa de las posiciones de clase.

Este examen nos ha permitido también comprobar que los escritos de los fundadores del marxismo están muy lejos de las diferentes versiones deformadas del materialismo histórico que defienden nuestros censores. Por nuestra parte esperamos que éstos nos demuestren, basándose en los escritos de Marx y Engels, como lo hemos hecho nosotros aquí sobre la noción de decadencia, la validez de su propia visión de la sucesión de los modos de producción. En espera de ello, sus pretensiones un tanto arrogantes de ser doctores en marxismo nos harán más bien sonreír, pues conociendo los escritos de Marx y Engels, estamos seguros de lo que decimos.

Cuando la adulación servil sirve de línea política

En páginas y más páginas, la denominada Ficci (21) pretende luchar contra la “degeneración” de nuestra organización a causa de nuestro análisis de la relación de fuerzas entre las clases, nuestra orientación para la intervención en la lucha de la clase, nuestra teoría de la descomposición del capitalismo, nuestra actitud y método de agrupamiento de las fuerzas revolucionarias, nuestro funcionamiento interno, etc. Más incluso, esa Fecci afirma que la CCI estaría en la agonía, por no decir casi muerta, y que sería el BIPR quien sería el polo de clarificación y agrupamiento: “con el inicio de la trayectoria oportunista, sectaria y derrotista que está hoy viviendo la CCI oficial, el BIPR ocupa el centro de la dinámica hacia la construcción del partido”. Esta declaración de amor está acompañada incluso de un alineamiento político puro y simple en las posiciones del BIPR: “Somos conscientes de que existen divergencias entre esa organización y nosotros, especialmente sobre las cuestiones de método de análisis más que sobre las posiciones políticas” (Boletín n°23). Así, de un plumazo, ahí está la Ficci, esforzada defensora de la ortodoxia de la plataforma de la CCI, eliminando todas las divergencias políticas importantes entre la CCI y el BIPR. ¡Pero hay algo más significativo todavía! Aún cuando la decadencia está en el corazón mismo de la plataforma de la CCI y ahora está siendo veladamente puesta en entredicho por parte del BIPR desde hace más de dos años (22) y recibiendo una crítica indigna por parte del PCI (Programa comunista)... la Ficci no ha encontrado mejor cosa que callarse e incluso lamentar que nosotros defendiéramos el marco de análisis de la decadencia contra las derivas izquierdistas del PCI y del BIPR:

“... y ahora ponen en entredicho el carácter proletario de esa organización así como del BIPR, o al menos las ponen a ambas en los márgenes del campo proletario! (Revista internacional n° 115...)” (Presentación del Boletín n°22)…

Hasta hoy, la Ficci ha logrado escribir cuatro artículos sobre el tema de la decadencia del capitalismo (boletín n° 19, 20, 22 y 24). Esos artículos llevan el pomposo título de “Debate en el campo proletario”, pero el lector no verá la menor evocación del abandono del concepto de decadencia por el BIPR. Encontrará en cambio la acostumbrada diatriba contra nuestra organización con la pretensión ridícula de que seríamos nosotros quienes estaríamos abandonando la teoría de la decadencia. Ni una palabra sobre el BIPR que está poniendo explícitamente en entredicho la cuestión de la teoría de la decadencia y, en cambio, escritos ridículos sobre la CCI que defiende este análisis de manera intransigente.

Cuatro meses después de la publicación por le BIPR de un nuevo y largo artículo para explicar por qué cuestiona la teoría de la decadencia tal como la elaboró la Izquierda comunista (Prometeo n° 8, diciembre de 2003), la Ficci, en la presentación de su boletín n° 24 de abril de 2004, en una sola línea no encuentra nada mejor que aplaudir esa “contribución fundamental” “Saludamos ese trabajo de los camaradas del PCI que indica la preocupación por esclarecer la cuestión. Tendremos, sin duda, ocasión de volver sobre ello”. El artículo del BIPR no es visto evidentemente por lo que es realmente, o sea, un grave retroceso oportunista en el plano programático, sino que es alabado como una contribución que habría sido escrita para combatir nuestra pretendida deriva política:

“La crisis en la que se hunde cada vez más la CCI incita a los grupos del campo proletario a revisar esta cuestión de la decadencia; lo cual es una implicación de esos grupos en el combate contra la deriva oportunista de un grupo del medio político proletario y es su participación en el combate para intentar salvar lo que pueda serlo del desastre de la deriva oportunista de nuestra organización. Nosotros saludamos este esfuerzo...”.

Cuando la adulación servil sirve de línea política, ya no es oportunismo, es ya ponerse a hacer zalamerías a quienes se lisonjea. En efecto, para encubrir sus comportamientos chulescos de delatores con un barniz político, la Ficci se ha puesto frenéticamente a “descubrir” importantísimas divergencias con la CCI, despojándose, por ejemplo, de nuestro análisis de la descomposición del capitalismo (23). La Ficci tenía que eliminar lo que es políticamente menos “popular’ entre los grupos del medio revolucionario para así poder acercarse mejor e influir en ellos. Y así empieza a hacer genuflexiones ante quienes lisonjea... pero éstos parece que no se dejan engañar del todo:

“Nosotros no excluimos que algunos individuos puedan salir de la CCI para unirse a nosotros, pero es imposible que surjan en su seno grupos o fracciones que, en el debate con su propia organización, llegaran en bloque a desarrollar posiciones convergentes con las nuestras... Un resultado así solo podría venir, en efecto, de un cuestionamiento completo, más todavía, de una ruptura con las posiciones prácticas, políticas y programáticas generales y no de una simple modificación o mejora...” (Folleto n°29 del PCI : 4).

¡Difícil decirlo mejor! Tras haberse despojado de la teoría de descomposición, la Ficci está hoy dispuesta a reducir todas las divergencias políticas entre la CCI y el BIPR a unos cuantos problemillas de “método de análisis” y, mañana, estará dispuesta a quitarse de encima, en un tentador strip-tease, la teoría de la decadencia para embelesar a los grupos hostiles a esos dos conceptos, para así poder seguir haciendo la sucia labor que consiste en intentar por todos los medios aislar a la CCI de los demás grupos del medio político proletario.

C. Mcl.

 

1) En el artículo “La crisis económica confirma la quiebra de las relaciones sociales de producción capitalistas” de la Revista internacional n°115, pudimos ya demostrar que la negativa del BIPR y del PCI (Programa comunista) a apoyarse en el marco de análisis de la decadencia del capitalismo es la razón de sus escarceos izquierdistas y altermundialistas en el análisis marxista de la crisis y del encuadramiento social de la clase obrera.

2) A quienes quieran oponer Marx a Engels, recordemos “Una anotación de paso: las bases y el desarrollo de los conceptos expuestos en este libro se deben en su mayor parte a Marx y a mí en una más pequeña medida, era evidente para nosotros que mi exposición no se escribiría sin que él tuviera conocimiento de ella. Le leí todo el manuscrito antes de ser impreso y fue él quien, en la parte sobre la economía, redactó el capítulo décimo...” (Prefacio de Engels del 23 septiembre de 1885 a la segunda edición).

3) Para una crítica del concepto bordiguista de la evolución histórica, proponemos al lector nuestro artículo en la Revista internacional n°54).

4) “Dialectique des forces productives et des rapports de production dans la théorie communiste” publicado en la Revue internationale du Mouvement communiste, escrito en común por Communisme ou Civilisation, Communismo y la Union prolétarienne, disponible en la dirección siguiente: https://membres.lycos.fr/rgood/formprod.htm.

5) https://users.skynet.be/ippi/4discus1tex.htm

6) Es sumamente interesante el libro de Guy Bois, La grande dépression médiévale XIVe et XVe siècle, PUF (París).

7) Solo con recordar los análisis de Marx y Engels es ya suficiente para contestar a esas insondables majaderías históricas que sueltan grupos parásitos como Perspectives Internationalistes, Robin Goodfellow (ex de Communisme ou Civilisation y RIMC), etc., que acaban afirmando lo contrario exacto de los fundadores del materialismo histórico y de elementos históricos incontestables. Tendremos ocasión de volver más ampliamente sobre sus divagaciones en los próximos artículos, ya que, por desgracia, consiguen influir negativamente en jóvenes elementos poco seguros todavía de sus posiciones marxistas.

8) Este tipo de modo de producción fue identificado por Marx en Asia, y de ahí su nombre, pero no queda limitado a ese continente. Históricamente, corresponde a las sociedades megalíticas, egipcias, etc. que existen entre los años 4000 y 500 antes de J.C. y que fueron el remate de un lento proceso de división en clases de la sociedad. Las diferenciaciones sociales que se desarrollaron desde que apareció el acopio y la riqueza material, dieron como resultado el poder político constituido en Estado con la forma de un poder regio. La esclavitud solía existir, incluso en grandes cantidades (dependientes, servidores, obreros para las grandes obras, etc.), pero solo en raras ocasiones había esclavos en la producción agrícola, pues no era todavía la esclavitud el modo de producción dominante. Marx dio de ese sistema una definición clara en El Capital: “Cuando los productores directos no tienen nada que ver con propietarios particulares, sino directamente con el Estado, como en Asia, en donde el propietario era a la vez el soberano, la renta coincide con el impuesto o, más bien, no existe entonces un impuesto que sea diferente de esa forma de renta. En esas condiciones, la relación de dependencia económica y política no necesita ser más dura que la propia sujeción al Estado que es la ley para todo el mundo. Aquí, es el Estado el propietario soberano de la tierra y la soberanía no es otra cosa que la concentración a escala nacional de la propiedad” (Marx, El Capital). Todas esas sociedades desaparecerán, en la mayoría de los casos, entre los años 1000 y 500 antes de J.C. Sus decadencias se expresan en revueltas campesinas recurrentes, un desarrollo gigantesco de los gastos estatales improductivos y guerras incesantes entre sociedades monárquicas que, mediante el pillaje de riquezas, buscan una solución a los bloqueos productivos internos. Los conflictos políticos y las rivalidades intestinas en la casta dominante agotan los recursos de esas sociedades en interminables conflictos y los límites de la expansión geográfica son la prueba de que se ha alcanzado el máximo de desarrollo compatible con esas relaciones de producción.

9) Esa misma gente, para limitar el significado de esa sentencia de El Manifiesto, afirma que ese trozo se referiría no al proceso general del paso de un modo de producción a otro, sino al regreso periódico de crisis coyunturales de sobreproducción que abren el camino a una posible salida revolucionaria. Nada más erróneo, el contexto de ese trozo no tiene ambigüedad alguna, viene justo después de la mención por Marx del proceso histórico de transición entre el feudalismo y el capitalismo. Además afirmar eso es equivocarse sobre cuál era el objetivo de El Manifiesto, cuya preocupación es demostrar el carácter transitorio de los modos de producción y, por lo tanto, del capitalismo y no, como así será en El Capital, la de detallar el funcionamiento del capitalismo y de sus crisis periódicas.

10) Y también que la teoría de la decadencia mandaría “...a toda la teoría comunista al limbo de la ideología y de la utopía, puesto que se habría planteado fuera de toda base material (en fase ascendente, ndlr). La humanidad se habría planteado problemas que no podía resolver en la práctica. En esas condiciones, ¿por qué reivindicar las posiciones de Marx y de Engels? Habría que aplicarles la misma crítica que ellos hacían a los socialistas utópicos. El socialismo científico no sería una ruptura con el socialismo utópico, sino un nuevo capítulo de éste” (Robin Goodfellow, https://membres.lycos.fr/resdisint).

11) “¿Qué papel desempeña el concepto de decadencia en el terreno de la crítica de la economía política militante, es decir del análisis profundizado de los fenómenos y de la dinámica del capitalismo en el período en que vivimos? Ninguno. La palabra misma no aparece nunca en los tres volúmenes que componen El Capital. No es con el concepto de decadencia con lo que pueden explicarse los mecanismos de la crisis” (“Elementos de reflexión sobre las crisis de la CCI”, en la revista central, en inglés, del BIPR, Internationalist Communist nº 21).

12) “Así la propensión del capital a incrementar su productividad y, por lo tanto, a desarrollar las fuerzas productivas no disminuye en su fase de decadencia (…) La existencia del capitalismo en su fase de decadencia, ligada a la producción de plusvalía extraída del trabajo vivo, pero enfrentada al hecho de que la masa de plusvalía tiende a disminuir a medida que el nivel de sobretrabajo aumenta, le obliga a acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas a un ritmo cada vez más frenético” (Perspective Internationaliste, “Valor, decadencia y tecnología, 12 tesis”, https://users.skynet.be/ippi/3thdecad.htm).

13) “Las relaciones de dominación y de servidumbre (...) son un fermento necesario para el desarrollo y el declive de todas las relaciones de propiedad y de producción originales, de igual modo que expresan su carácter limitado. Mientras tanto, esas relaciones se reproducen en el capital -bajo una forma mediatizada– y son también un fermento de su disolución, siendo la expresión misma de su propio carácter limitado”. (Marx, Grundrisse), y un poco más lejos: “Desde un enfoque ideal, la disolución de una forma de conciencia determinada bastaría para destruir una época entera. Desde un enfoque real, ese límite de la conciencia corresponde a un grado determinado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales y, por lo tanto, de riqueza. El desarrollo no se ha producido sobre las antiguas bases, sino que ha habido desarrollo de esa base misma. El desarrollo máximo de esa base misma (...) es el punto en el que ella misma ha sido elaborada hasta tomar la forma en la que es compatible con el desarrollo máximo de las fuerzas productivas, y por lo tanto también del desarrollo más rico de los individuos. En cuanto ese punto se ha alcanzado, la continuación del desarrollo aparece como un declive, y el nuevo desarrollo se inicia sobre nuevas bases” (Grundrisse). Y también, en 1857, en La Introducción general a la crítica de la economía política, hablando de la evolución histórica de los modos de producción y de su posibilidad de ser comprendidos y criticados, Marx nos dice que: “La pretendida evolución histórica se basa en general en que la última formación social considera las formas pasadas como otras tantas etapas hacia ella misma, concibiéndolas siempre desde un punto de vista parcial. En efecto, es raras veces capaz –y solo en condiciones muy determinadas– de hacer su propia crítica. No estamos aquí pensando en los períodos históricos que se consideran a sí mismos como una era de decadencia”.

14) “Sobre la decadencia. Teoría del declive o declive de la teoría” es un texto del grupo inglés Aufheben. Ese texto y su traducción francesa puede leerse en la dirección siguiente: https://www.geocities.com/Paris/Opera/3542/TC15-3.html.

15) Véase nuestro libro La Izquierda comunista de Italia.

16) Léanse las consideraciones críticas de Bordiga sobre la teoría de la decadencia escritas en 1951: “La doctrina del diablo en el cuerpo” y vueltas a publicar en Le Prolétaire n°464 (periódico del PCI en francés), “La alteración de la praxis en la teoría marxista”, publicada en Programme Communiste n° 56 (revista teórica del PCI en francés) y las actas de la reunión de Roma en 1951 publicadas en Invariance n° 4.

17) BC (Battaglia communista) es una de las dos organizaciones, junto con la CWO (Communist Workers Organisation), que hoy forman el BIPR.

18) En un folleto reciente, dedicado por entero a criticar nuestras posiciones (La Corriente comunista internacional: a contracorriente del marxismo y de la lucha de clases, folleto n°29, del PCI-Le Prolétaire)), el PCI, arrebatado por su propia prosa no vacila en contradecir sus propias posiciones de base cuando afirma: “La CCI ve toda una serie de fenómenos como (...) la necesidad para el capital de autodestruirse periódicamente como condición de una nueva fase de acumulación (...). Para la CCI esos fenómenos pretendidamente nuevos son interpretados como manifestaciones de la decadencia (...) y no como la expresión del desarrollo y del fortalecimiento del modo de producción capitalista” (p. 8). ¿Podrá decirnos el PCI si, como así lo indican sus posiciones de base: “Las guerras imperialistas mundiales demuestran que la crisis de desintegración del capitalismo es inevitable por el hecho de que éste entró definitivamente en el periodo en el que su expansión ya no estimula el crecimiento de las fuerzas productivas, sino que supedita su acumulación a unas destrucciones repetidas y crecientes” o si, como lo afirma en su polémica contra nuestras posiciones, “la necesidad para el capital de autodestruirse periódicamente” no son “manifestaciones de la decadencia” sino “ la expresión del desarrollo y del fortalecimiento del modo de producción capitalista”? Al parecer la argumentación y la invariabilidad (invariance) programática se orientan según el viento que sopla.

19) “En conclusión, aunque no fuera la emigración política, la cual llevó todo el peso de la labor de la Fracción de izquierda que tuvo la iniciativa de la constitución del Partido comunista internacionalista en 1943, fue, sin embargo, con las bases que defendió entre 1927 y la guerra sobre las que se construyó aquella fundación” (“Introducción a la plataforma política del PCI”, publicación de la Izquierda comunista internacional, 1946, p.12).

20) “IV. El reto histórico en el capitalismo decadente. Desde el inicio de la fase imperialista del capitalismo a principios de este siglo, la evolución oscila entre la guerra imperialista y la revolución proletaria. En la época del crecimiento del capitalismo, las guerras abrían el camino a la expansión de las fuerzas productivas por la destrucción de unas relaciones de producción trasnochadas. En la fase de decadencia capitalista, les guerras no tienen otra función que la de llevar a cabo la destrucción del excedente de las riquezas...” (Resolución sobre la constitución del “Buró internacional de las Fracciones de la Izquierda comunista”, Octobre no 1, febrero de 1938, p. 4 et 5). “La guerra de 1914-18 ha marcado el final extremo de la fase de expansión del régimen capitalista (...) En la última fase del capitalismo, la de su declive, es el reto fundamental de la lucha de clases lo que determina la evolución histórica...” (“Manifiesto del Buró internacional de las Fracciones de la Izquierda comunista”, Octobre n°3, abril de 1938).

21) Es una pretendida y autoproclamada “Fracción interna” de nuestra organización que agrupa a unos cuantos ex miembros a los que tuvimos que excluir por su comportamiento de “soplones” (lo cual se añadía a robos de dinero y material así como a diversas calumnias a nuestra organización). Léase al respecto nuestra toma de posición “Los métodos policíacos de la FICCI” en nuestro sitio Internet.

22) Por parte nuestra, ya en octubre de 2002, reaccionamos ante la aparición de los primeros elementos (en marzo de 2002) que indicaban un abandono de la noción de decadencia por el BIPR (cf. nuestra Revista internacional n° 111), y un año después con una crítica en el n° 115.

23) Análisis que esos individuos compartían cuando todavía eran miembros de la CCI (cf. nuestro artículo "Comprender la descomposición del capitalismo" en el numero 117 de la Revista internacional).

Series: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Desembarco en Normandía 1944: matanzas y manipulaciones capitalistas

En eso, la burguesía no ha inventado nada. Ha desarrollado y sofisticado ese tipo de espectáculos con todos los medios que le dan tanto la experiencia de las antiguas clases explotadoras como el dominio de la ciencia y la tecnología que la sociedad capitalista le ha permitido.

En lo de todos los días, gracias especialmente a la televisión, el «pueblo llano» disfruta de toda clase de “reality shows”, torneos deportivos y demás celebraciones fastuosas de la sociedad actual (incluidas bodas principescas, ¡varios siglos después del derrocamiento del poder político de la aristocracia!). Y cuando el calendario se presta a ello, se celebran entonces los grandes acontecimientos históricos para, no sólo ya “divertir al pueblo”, sino llenarle la mollera de la mayor cantidad de patrañas y de falsas lecciones sobre esos sucesos. El 60 aniversario del desembarco aliado del 6 de junio de 1944 ha sido un nuevo ejemplo de todo eso, un ejemplo muy significativo.

Todos los periodistas presentes en el “acontecimiento” lo han podido constatar: las ceremonias del 60 aniversario del desembarco han sobrepasado en fastuosidad, en participación de “personalidades”, en “cobertura mediática” y “fervor popular” las del cincuentenario. Ha sido una paradoja que los propios periodistas intentaron comprender. Las explicaciones han sido de lo más variado y algunas algo sorprendentes: sería porque estas ceremonias de ahora permitirían sellar la amistad recobrada entre Francia y Estados Unidos tras el enfado por la guerra de Irak; o, también, porque era la última vez que participarían en ellos los supervivientes de aquel episodio de la historia, esos pobres ancianitos cubiertos de medallas que una vez en sus vidas (de minero en los Apalaches, de campesino de Oklahoma o de recadero en Londres) recibirían la gratitud universal siendo considerados como invitados de honor.

Los comunistas no celebran el desembarco de junio de 1944, como lo harían por la Comuna de París de 1871 o la Revolución de octubre de 1917. Les incumbe, eso sí, con ocasión de este aniversario y de las ceremonias que lo han exaltado, recordar lo que en verdad fueron los hechos, cuál fue su significado para con ello oponerse a la oleada de mentiras burguesas, un pequeño dique, cierto es, que pueda servir a la pequeña minoría que hoy pueda oírles.

La mayor operación militar de la historia

Nunca antes del 6 de junio de 1944, a pesar de las múltiples guerras habidas, había realizado la especie humana una operación militar de la envergadura del desembarco aliado en Normandía. 6939 navíos atravesaron el canal de la Mancha la noche del 5 al 6 de junio, de los cuales 1213 buques de guerra, 4126 barcos de desembarco, 736 de servicios y 864 de mercancías. Por encima de semejante armada, 11 590 aparatos cruzaron los cielos: 5050 cazas, 5110 bombarderos, 2310 aviones de transporte, 2600 planeadores y 700 aviones de reconocimiento. En cuanto a los efectivos, fueron 132 715 hombres los que desembarcaron el “Día D”, además de los 15 000 norteamericanos y 7000 británicos lanzados en paracaídas la víspera tras las líneas enemigas desde 2395 aviones.

A pesar de su magnitud, esas cifras distan mucho, sin embargo, de dar su pleno significado a la amplitud de la operación militar. Antes ya del desembarco, los dragaminas habían limpiado cinco inmensos pasillos para permitir el paso de la armada aliada. El desembarco, por sí mismo, para lo único que debía servir era para establecer una cabeza de puente que permitiera desembarcar tropas y medios materiales en cantidades mucho más importantes. Y fue así como en menos de un mes, un millón y medio de soldados aliados fueron desembarcados con todo su equipo, especialmente decenas de miles de vehículos blindados (solo del tanque Sherman se construyeron 150 000 unidades).

Para todo ello, se movilizaron medios materiales y humanos descomunales. Para que los buques pudieran descargar la carga y los pasajeros, los aliados necesitaban un puerto en aguas profundas como el de Cherburgo o Le Havre. Pero como estas dos ciudades no han sido tomadas de inmediato, fabrican pieza a pieza frente a las dos pequeñas poblaciones de Arromanches y Saint-Laurent, dos puertos artificiales trayendo desde Inglaterra cientos de encofrados flotantes de hormigón que después serían sumergidos para que sirvieran de diques y de muelles (operación “Mulberry”). Durante algunas semanas, Arromanches fue el mayor puerto del mundo antes de pasar el relevo a Cherburgo, ciudad tomada por los Aliados un mes después del desembarco y cuyo tráfico duplicó entonces el del puerto de Nueva York en 1939. En fin, a partir del 12 de agosto, los Aliados podrán empezar a usar PLUTO (Pipe Line Under The Ocean), un oleoducto submarino para el aprovisionamiento en carburante entre la isla de Wight y Cherburgo.

Esos medios materiales y humanos descomunales son ya de por sí un símbolo patente de lo que se ha convertido el sistema capitalista, un sistema que engulle para la destrucción cantidades fenomenales de medios tecnológicos y de trabajo humano. Pero además de lo desmesurado hay que recordar, sobre todo, que la operación “Neptuno” (nombre secreto del desembarco en Normandía), era en realidad la preparación de una de las mayores matanzas de la historia: la operación “Overlord”, conjunto de planes militares en Europa occidental a mediados de 1944. A lo largo de las costas de Normandía pueden verse esas interminables filas de cruces blancas testigos del cruel tributo que pagó toda una generación de jóvenes norteamericanos, ingleses, canadienses, alemanes, etc. con apenas 16 años algunos de ellos. Y esos cementerios militares no cuentan los civiles, mujeres, niños y ancianos muertos durante las batallas que, en algunos casos, son casi tantos como la de los soldados caídos en combate.. La batalla de Normandía, durante la cual las tropas alemanas intentaron impedir a las tropas aliadas pisar Francia y luego penetrar tierra adentro, terminó con cientos de miles de muertos en total.

Las verdades que la burguesía quiere ocultar

Los discursos y los comentarios de los medios burgueses no ocultan esos datos ni mucho menos. Da incluso la impresión de que los comentaristas los exageran cuando evocan la terrible carnicería de aquel verano de 1944. Es, sin embargo, en la interpretación de los hechos donde está la mentira.

Los soldados que desembarcaron el 6 de junio de 1944 y los días siguientes se presentan como los de la “libertad” y de la “civilización”. Eso fue lo que les dijeron antes del Desembarco para convencerlos de dar sus vidas, fue lo que dijeron a las madres de aquellos a los que la muerte se llevó al poco de salir de la infancia; eso han vuelto a declarar una vez más los políticos que, en gran cantidad, acudieron a las playas normandas el 6 de junio de 2004, los Bush, Blair, Putin, Schröder, Chirac… Y los comentaristas añadían: “¿dónde estaríamos ahora si esos soldados no hubieran hecho esos terribles sacrificios? ¡Estaríamos bajo la bota del nazismo!” Ahí queda todo dicho: aquella carnicería, por muy espantosa que fuera, fue un “mal necesario” para “salvar a la civilización y la democracia”.

Ante tales patrañas, unánimemente compartidas por todos, amigos y enemigos de ayer (el canciller alemán fue invitado a las ceremonias), y que hacen suyas prácticamente todas las fuerzas políticas, desde la derecha más reaccionaria hasta los trotskistas, es indispensable reafirmar unas cuantas verdades elementales.

La primera verdad es que no hubo en la Segunda Guerra mundial un “campo de la democracia” contra un “campo del totalitarismo”, a no ser que se siga considerando que Stalin era un gran campeón de democracia. En aquel entonces era lo que pretendían los partidos llamados “comunistas”, y los demás partidos tampoco hacían grandes esfuerzos por desmentirlos. Los verdaderos comunistas, por su parte, denunciaban desde hacía años el régimen estalinista, sepulturero de la revolución de Octubre de 1917 y punta de lanza de la contrarrevolución mundial. En realidad, en el Segunda Guerra mundial hubo, igual que en la Primera, dos campos imperialistas que se peleaban por los mercados, las materias primas y las áreas de influencia en el mundo. Y si Alemania, como en la Primera Guerra mundial, apareció como la potencia agresora, “la causante de la guerra”, fue porque era la peor dotada en el reparto del pastel imperialista tras el tratado de Versalles con el que concluyó la primera carnicería imperialista, tratado que agravó más todavía, en detrimento de ese país, el reparto que ya le era desfavorable antes de 1914 a causa de su llegada “con retraso” al ruedo imperialista (países pequeños como Holanda o Bélgica poseían un imperio colonial mayor que el de Alemania).

La segunda verdad es ésta: a pesar de todos los discursos sobre “la defensa de la civilización”, eso era lo que menos preocupaba a los dirigentes aliados, que revelaron entonces una barbarie comparable a la de los países del Eje. No solo nos referimos aquí al Gulag estaliniano, comparable a los campos nazis. También los países “democráticos” se ilustraron en ese ámbito. No vamos ahora a pasar revista a todos los crímenes y actos de barbarie perpetrados por esos valerosos “defensores de la civilización” (puede leerse al respecto nuestro artículo “Las matanzas y los crímenes de las ‘grandes democracias’” en la Revista internacional n° 66). Baste recordar que durante la propia Segunda Guerra mundial, e incluso antes de la llegada al poder de los nazis, esos países habían “exportado” su “civilización” hacia las colonias no sólo con la cruz sino y sobre todo con la espada, las bombas y las ametralladoras, por no mencionar los gases asfixiantes y la tortura. En cuanto a las pruebas indiscutibles de la “civilización” de que hicieron gala los Aliados durante la Segunda Guerra mundial, hemos de recordar algunas de sus heroicidades. Las primeras que nos vienen a la mente son, claro está, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto de 1945 en donde se empleó por primera y única vez en la historia el arma atómica que mató en un segundo a más de cien mil civiles y a otros cien mil más en los meses y años siguientes en un sufrimiento indecible.

El terrible balance de los bombardeos no solo se debió al uso de esa arma nueva, poco conocida todavía. Fue con medios de lo más “clásico” con los que esos adalides de la civilización aplastaron a poblaciones exclusivamente civiles:

–  bombardeos de Hamburgo, julio de 1943 : 50 000 muertos;

– bombardeo de Tokio en marzo de 1945 : 80 000 muertos ;

– bombardeo de Dresde, 13 y 14 de febrero de 1945 : 250 000 muertos.

Este último bombardeo es muy significativo. En Dresde no había ni concentración militar, ni objetivo económico o industrial alguno. Había sobre todo refugiados procedentes de otras ciudades que ya habían sido arrasadas. La guerra estaba ya ganada por los Aliados. Pero para éstos se trataba entonces de provocar el terror en la población alemana, especialmente entre los obreros, para que ni por asomo les viniera la idea de repetir lo que habían realizado al final de la Primera Guerra mundial, o sea, lanzarse al combate revolucionario para echar abajo el capitalismo.

En el juicio de Nuremberg de después de la guerra se juzgó a los “criminales de guerra” nazis. En realidad lo que los condenó no fue tanto la multitud de sus crímenes sino el pertenecer al campo de los vencidos. Pues, si no, a su lado había que haber colocado a Churchill y a Truman, principales responsables de las masacres mencionadas.

En fin, hay que afirmar una última verdad contra el argumento de que la humanidad hubiera vivido con sufrimientos mucho peores si los Aliados no hubieran acudido a liberar Europa.

En primer lugar, rehacer la historia suele ser un ejercicio inútil. Es mucho más útil y fecundo comprender por qué la historia fue por tal camino y no por otro. Como en el caso que nos ocupa, (“si los Aliados hubieran perdido la guerra…”), ese ejercicio lo practican, en general, quienes quieren justificar el orden existente, que sería, al fin y al cabo, el “menos malo” (“La Democracia es la peor forma de gobierno exceptuando a todas las demás”, como decía Churchill).

La victoria de la “democracia” y de la “civilización” en la Segunda Guerra mundial no acabó, ni mucho menos, con la barbarie del mundo capitalista. Desde 1945, ha habido tantas víctimas de la guerra como durante las dos guerras mundiales juntas. Además, el mantenimiento de un modo de producción, el capitalismo (un sistema ya caduco como lo demuestran las dos guerras mundiales, la crisis económica de los años 30 y la crisis actual), le ha costado a la humanidad la continuación, y hoy la agravación, de toda clase de calamidades de lo más mortífero (hambres, epidemias, catástrofes “naturales” cuyas consecuencias dramáticas podrían eliminarse, etc.). Y eso sin olvidar que el sistema capitalista, al perpetuarse, está amenazando el futuro de la propia especie humana al destruir de manera irreversible el entorno e ir preparando nuevas catástrofes naturales, especialmente las climáticas, con unas consecuencias aterradoras. Si el sistema capitalista ha podido sobrevivir durante más de medio siglo tras la Segunda Guerra mundial, ha sido porque la “victoria de la democracia” significó una terrible derrota para la clase obrera; una derrota ideológica que vino a rematar la contrarrevolución que se abatió sobre ella tras el fracaso de la oleada revolucionaria de los años 1917-1923.

Porque la burguesía, sobre todo gracias a todos sus partidos supuestamente “obreros” (desde los “socialistas” hasta los trotskistas, Pasando por los “comunistas”), logró hacer creer a los obreros de los principales países capitalistas, especialmente los de las grandes concentraciones industriales de Europa occidental, que la victoria de la Democracia era “su victoria”, de tal modo que los obreros no entablaron ningún combate revolucionario ni durante ni al final de la Segunda Guerra mundial como sí lo habían hecho en la Primera. En otras palabras, la “victoria” de la Democracia, y en particular ese Desembarco tan encomiado estos días, dio un respiro al capitalismo decadente, permitiéndole proseguir durante más de medio siglo su curso catastrófico y bestial.

Esa es una verdad que no dirá ningún medio de comunicación por la cuenta que les trae. Muy al contrario, el celo tan agudo con el que todos los poderosos de este mundo y sus secuaces han celebrado ese “gran momento de la Libertad” ha estado a la altura de la nueva inquietud que la clase dominante empieza a vivir ante la perspectiva de una reanudación de los combates de la clase obrera a medida que el capitalismo siga dando cada día más la prueba de la quiebra histórica del sistema y de la necesidad de echarlo abajo.

Esta es, justamente, otra de las ricas enseñanzas que la operación “Neptuno” y “Overlord” aportan a la clase obrera : las grandes dotes de la burguesía para hacer colar sus mentiras.

La sarta de mentiras

En la Conferencia de Teherán, que reunió a los principales dirigentes aliados en Diciembre de 1943, Churchill dijo a Stalin : “En tiempos de guerra la verdad es tan valiosa que siempre debería estar protegida por una sarta de mentiras”. La verdad es que semejante afirmación no es ninguna novedad. En el siglo VI antes de nuestra era, el estratega chino Sunzi definía así las principales reglas del arte de la guerra: “Imponer su voluntad al adversario, obligarle a dispersarse, empezar fuerte para ir reduciendo después, actuar en secreto para conocer perfectamente al adversario, mentir porque todo acto de guerra está basado en el engaño” (El Arte de la guerra). Para garantizar el éxito de la mayor operación militar de la historia, la operación “Neptuno”, era necesario poner en marcha una campaña de mistificación de una amplitud sin precedentes. Su contraseña era “Fortitude” y su objetivo inducir al error a los dirigentes alemanes en el momento del desembarco. De su diseño se encargó la Sección de control de Londres (LCS), un ente secreto creado por Churchill en el que colaboraban los principales responsables de las agencias de información inglesas y americanas. No vamos a enumerar ahora todos los medios que emplearon para engañar al estado mayor alemán, solo citaremos los más significativos.

La evolución de la guerra durante la primera mitad del año 1944 hizo que los dirigentes alemanes comprendieran que los aliados podían abrir un frente en Europa Occidental. En otras palabras que iban a desembarcar en esa zona. Es más, los Aliados sabían que no podían engañar a su adversario. Por tanto la cuestión clave era escoger el momento y lugar preciso del desembarco utilizando esos “medios especiales” (como les llamaban los británicos) para hacer creer al enemigo que sería antes del 6 de junio de 1944 y no en las playas normandas. En teoría se podía hacer en cualquier sitio entre el golfo de Vizcaya y Noruega (es decir en una línea de varios miles de kilómetros). Sin embargo ya que los Aliados habían instalado lo esencial de su dispositivo militar en Inglaterra, parecía lógico que el desembarco fuera en algún sitio de la costa entre Bretaña y Holanda. Hitler estaba convencido de que sería en el Paso de Calais, ya que es donde está más cerca la costa inglesa del continente y donde los cazas ingleses –cuyo radio de acción era limitado- podrían participar en los combates.

Los Aliados, gracias a sus servicios de inteligencia, sabían lo que los alemanes pensaban, por eso el objetivo central de “Fortitude” era que siguiesen pensando lo mismo el mayor tiempo posible, incluso después del desembarco en Normandía que debía pasar por una operación de distracción que preparase el verdadero desembarco en el Paso de Calais. De hecho, Hitler siguió esperándolo y por eso se negó a enviar a Normandía los enormes medios militares con los que contaba en sus bases del norte de Francia y Bélgica. Cuando se dio cuenta del engaño era demasiado tarde: los Aliados habían logrado desembarcar suficientes medios humanos y materiales para librar la batalla de Normandía y comenzar la ofensiva, hacia París primero y luego hacia la propia Alemania.

Los Aliados no escatimaron medios para engañar a su adversario. Incluso los más rocambolescos, así un actor de segunda en la vida civil, protagonizó en mayo de 1944 el papel de su vida al hacerse pasar por el mariscal Montgomery (el militar inglés más prestigioso de la Segunda Guerra mundial y jefe de las operaciones del desembarco), al ser su doble casi perfecto y con unos retoques de maquillaje realizados por especialistas, el falso “Monty”, se dejó caer por Gibraltar antes de volver a Argel con el objetivo de inducir que el desembarco aliado sería en el sur de Francia (lo que finalmente ocurrió el 15 de Agosto) como precursor del desembarco en el Noroeste (1).

Hay un montón de episodios de este tipo, aunque quizá no tan folclóricos. Sin embargo lo más decisivo para convencer a los dirigentes alemanes de que el desembarco sería en el Paso de Calais fue la creación del FUSAG (primer cuerpo de ejército americano) comandado por Patton uno de los militares americanos de alto rango más reputado que fue a instalarse en el sureste de Inglaterra, es decir frente al Paso de Calais. Lo especial de este cuerpo de ejército formado por un millón de hombres es que era totalmente ficticio. Lo que los aviones de reconocimiento alemán habían fotografiado eran en realidad lanchas hinchables, aviones de madera, barracones de cartón, etc, y los mensajes radiados que emitía ese complejo militar eran la voz de actores de confianza americanos y canadienses (2).

Entre los medios empleados para reforzar la convicción alemana sobre el desembarco en el norte de Francia, destacan algunos por el cinismo del que es capaz la clase dominante. Así agentes de la «Francia libre» que trabajaban para los británicos fueron enviados para sabotear los cañones alemanes que defendían esa parte de la costa, lo que no sabían es que en realidad se les enviaba para que los capturase la Gestapo y que cuando fueran torturados comunicasen esa información “sensible” que creían cierta (3).

Lo más impresionante de los “medios especiales” empleados por ambos campos durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente por los Aliados, es el increíble maquiavelismo desplegado para engañar al enemigo. Uno de los capítulos del libro La guerra secreta, de Anthony Cave Brown, que cuenta las operaciones de intoxicación en la Segunda Guerra mundial se titula, no por casualidad, “Fortitude Norte, las estratagemas maquiavélicas”.

El gobierno norteamericano durante mucho tiempo se ha ocupado en silenciarlas (mediante el memorándum del 28 de agosto de 1945 el presidente Truman prohibió que se divulgara cualquier información al respecto). A las esferas dirigentes de la clase dominante no les interesa para nada que se sospeche el grado de maquiavelismo del que son capaces, sobre todo en un periodo histórico en que la guerra es un hecho permanente. A fin de cuentas si una estrategia no se ha desenmascarado, aún puede emplearse. De hecho el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor, en diciembre de 1941, había sido algo buscado y favorecido por los dirigentes ingleses y americanos para “convencer” a la población americana y a sectores de la burguesía que eran hostiles a que Estados Unidos entrara en la guerra. Las autoridades americanas han negado sistemáticamente esa realidad (envuelta siempre en una “sarta de mentiras”). Esa mentira de Pearl Harbor sigue siendo útil hoy día como se ha podido comprobar con el ataque contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, ya que es más que probable que los servicios del estado norteamericano “dejasen hacer” a Al Qaeda para preparar la guerra de Irak (4).

La clase obrera no debe hacerse la más mínima ilusión: la clase dominante no dudará en emplear contra los explotados el mismo maquiavelismo del que hace gala cuando va a la guerra. De hecho alcanza sus más altas cotas de sofisticación cuando se trata de mistificar a la clase obrera, pues en ese caso lo que está en juego no es una cuestión de supremacía militar sino una cuestión de vida o muerte. Más aún que en la guerra entre fracciones nacionales de de la clase burguesa, en la guerra de clases que libra la burguesía contra el proletariado le es a ésa necesario “proteger la verdad con una sarta de mentiras”.

Los oropeles de la celebración del desembarco del 6 de Junio se han retirado, pero la clase obrera no debe olvidar jamás las verdaderas lecciones de esos acontecimientos:

–  el capitalismo decadente no puede acabar con las guerras, solo puede acumular ruinas sobre ruinas sembrando la muerte a gran escala;

– la burguesía esta dispuesta a las mayores infamias y mentiras para preservar su dominio sobre la sociedad;

– para el proletariado sería suicida subestimar la inteligencia de la clase explotadora y su capacidad para poner en pie las mistificaciones más sofisticadas para mantener sus privilegios.

Fabienne

1) A este nivel hay que señalar igualmente la operación "Carne picada" ("Mincemeat") para hacer creer al estado mayor alemán que el desembarco en Sicilia de julio de 1943 solo era una maniobra de distracción para tapar un desembarco a mayor escala en Grecia y Cerdeña. Para ello hicieron aparecer cerca de las costas españolas el cadáver del supuesto Mayor William Martin, que nunca existió, con documentos que acreditaban la patraña urdida por los Aliados. Las autoridades franquistas habían devuelto a los ingleses dichos documentos, eso sí una vez fotografiados para los servicios secretos alemanes. La operación "Mincemeat", junto a otras maniobras similares lograron plenamente su objetivo ya que Hitler mandó a su flamante oficial superior Rommel a Atenas para dirigir personalmente un operativo que nunca se puso en acción.

(2) La FUSAG se completaba con el 4º ejército británico, con 350 000 hombres, con base en Escocia que supuestamente preparaba el desembarco en Noruega, también ficticio. Lo cual no impidió que al comienzo del desembarco en Normandía se desplazase hacía el sur para unirse al FUSAG para un futuro desembarco en el Paso de Calais…

(3) Este episodio poco glorioso de los "Medios especiales" lo cuenta en clave de novela el escritor y periodista americano Larry Collins en su libro "Fortitude". Evidentemente este episodio no es el único en el que se ve el cinismo de los dirigentes Aliados. Vale la pena recordar el desembarco ee el 19 de Agosto de 1942. Esta operación puso en suelo francés a 5000 soldados canadienses y

2000 británicos con el único objetivo de medir "en vivo" la capacidad de defensa de Alemania y obtener información sobre los problemas con lo que se encontraría el verdadero Desembarco. Eran plenamente conscientes de que para eso enviaban a todos esos jóvenes soldados a una muerte segura.

(4) Sobre esto ver el artículo de la Revista internacional nº 108 "Pearl Harbor 1941, las 'Torres Gemelas' 2001, El maquiavelismo de la burguesía". A todos esos que critican nuestros artículos en los que evidenciamos el maquiavelismo de la clase dominante so pretexto de que no es capaz de hacer semejantes cosas, les aconsejamos que lean La guerra secreta o por lo menos El espía que vino del frío escrito por el ex agente secreto John Le Carré. Son dos excelentes remedios contra la ingenuidad de la que hacen gala nuestros detractores.

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El nacimiento del bolchevismo (III): la polémica entre Lenin y Rosa Luxemburgo

En el precedente artículo de esta serie, vimos cómo el futuro bolchevique Trotski no había entendido el significado del nacimiento del bolchevismo y salió en defensa de los mencheviques en contra de Lenin. Examinaremos en este artículo cómo otra gran figura del ala izquierda de la socialdemocracia, Rosa Luxemburg –la que luego afirmaría en 1918 que “el porvenir pertenece al bolchevismo”– también puso su gran talento polémico al servicio de los mencheviques en contra del pretendido “ultracentralismo” de Lenin.

La respuesta de Rosa Luxemburg al libro de Lenin Un paso hacia delante, dos pasos atrás fue publicada en Neue Zeit (y en la nueva Iskra) con el título “Cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa”. Esta obra se publicará más tarde con el título Centralismo y democracia y ha sido una referencia (seleccionando a menudo las citas) para consejistas, anarquistas, socialdemócratas de izquierda y demás “anti-leninistas” durante decenios. Por fuertes que sean sus críticas, Rosa Luxemburg no tenía la menor intención de situar a Lenin fuera del marxismo o del movimiento obrero: hizo sus críticas animada por un espíritu de polémica vigorosa pero fraterna. El artículo no contiene el menor ataque personal contrariamente a los textos de Trotski del mismo período.

Además, Rosa Luxemburg empieza su artículo apoyando la contribución de Iskra antes del Congreso, en particular su defensa coherente de la necesidad de sobrepasar la fase de los círculos:

“La tarea en la que tropieza la socialdemocracia rusa desde hace varios años es la transición del tipo de organización de la fase preparatoria durante la cual la propaganda era la forma principal de actividad, manteniéndose los grupos locales y los pequeños círculos sin vínculos entre sí, a la unidad de una organización más amplia, tal como lo exige una acción política concertada en todo el Estado. Y al haber sido la autonomía total y el aislamiento los rasgos más acusados de la forma de organización ahora ya superada, era lógico que la consigna de la nueva tendencia que proponía una amplia unión fuese la del centralismo. La idea del centralismo ha sido el tema dominante de la brillante campaña llevada a cabo por lskra que desembocó en el congreso de agosto de 1903, el cual, aunque constara como Segundo congreso del partido socialdemócrata, ha sido, en realidad, su asamblea constituyente. La joven élite de la socialdemocracia en Rusia hizo suya esa misma idea”.

Sin embargo Luxemburg no duda, cuando se trató de tomar partido, en hacerlo a favor de los mencheviques en la controversia que surge en el Segundo congreso. Y así, el resto del texto es una crítica del “ala ultracentralista del partido” dirigida por Lenin. Varios factores se pueden invocar para explicar esto: existían ciertamente diferencias tanto de planteamiento como teóricas entre Luxemburg y Lenin, en particular sobre la cuestión central de la conciencia de clase, tema que trataremos más lejos. Luxemburg ya se había confrontado a Lenin sobre la cuestión nacional, lo que quizás la predispuso a cuestionar el método de éste, considerando aquélla que el pensamiento de Lenin era a menudo rígido y escolástico. Además, como lo demuestra su texto, empezaba ya en aquel entonces a examinar la cuestión de la huelga de masas y de la espontaneidad de la clase obrera. Las insistencias de Lenin sobre los límites de esta espontaneidad debían aparecerle como totalmente contraproducentes cuando ella estaba combatiendo duramente en el partido alemán para defender la acción espontánea de las masas en contra del enfoque burocrático y rígido del ala derecha de la socialdemocracia y de los dirigentes sindicales que temían más el levantamiento incontrolado de las masas que el propio capitalismo. Como veremos, ciertas polémicas de Luxemburg tienen tendencia a proyectar la experiencia del partido alemán en la situación en Rusia, lo que la condujo sin duda a interpretar mal el significado real de las divergencias en el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR).

Para terminar, también se ha de tomar en cuenta cierta forma de conservadurismo con respecto a la autoridad. Ya lo pudimos observar en las reacciones de Trotski con la escisión. En efecto, los mencheviques llevaron muy rápidamente a cabo una campaña personalizada en contra de Lenin para ganar a su causa al partido alemán: “La cuestión es de saber cómo triunfar sobre Lenin... Ante todo, hemos de movilizar contra él a autoridades como Kautsky y Rosa Luxemburg” (citado por P. Nettl). Y no cabe la menor duda de que Kautsky y demás “jefes” alemanes tenían tendencia a pensar que Lenin no era sino un ambicioso advenedizo. Cuando Liadov viajó a Alemania para explicar la situación de los bolcheviques, Kautsky le dijo:

“No conocemos a vuestro Lenin. Nos es desconocido, pero conocemos muy bien a Plejánov y a Axelrod. Ellos son los que nos han permitido conocer un poco lo que ocurre en Rusia. Sencillamente, no podemos aceptar vuestra declaración que afirma que Plejánov y Axelrod se habrían transformado de repente en oportunistas” (Ibid).

En aquel entonces, Luxemburg había orientado principalmente su polémica en el partido alemán contra el ala abiertamente revisionista de Bernstein; a pesar de que quizás tuviese dudas en cuanto a la dirección “ortodoxa”, seguía confiando en ella para luchar contre la derecha; quizás todo eso influyó en ella sobre la escisión en Rusia, y su visión se basaba más en una falsa “confianza” en la vieja guardia del POSDR que en un verdadero análisis político. Será más tarde cuando comprenderá la deriva de la dirección alemana hacia el oportunismo, nada menos que sobre la cuestión de la huelga de masas y de la espontaneidad de la clase.

Sea como sea, Luxemburg al igual que Trotski, echó mano de las fórmulas de Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás sobre el jacobinismo (el revolucionario socialdemócrata, escribía Lenin, es “el jacobino indisolublemente vinculado a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase “) para argumentar que su “ultracentralismo” era una regresión hacia un método superado de la actividad revolucionaria, heredado de una fase todavía inmadura del movimiento obrero:

“Establecer el centralismo basado en esos dos principios: la subordinación ciega de todas las organizaciones hasta el menor detalle respecto al centro, el único que piensa, trabaja y decide por todos, y la separación rigurosa del núcleo organizado respecto al entorno revolucionario, tal como lo entiende Lenin — nos parece trasponer mecánicamente los principios de organización blanquistas y sus círculos de conjurados, al movimiento socialista de las masas obreras”.

Como Trotski, ella también rechaza el llamamiento de Lenin a la disciplina proletaria de fábrica, para atajar el anarquismo de “gran señor” de los intelectuales:

“La disciplina en la que piensa Lenin le ha sido inculcada al proletariado no solo por la fábrica, sino también por el cuartel y por la burocracia actual, o sea por todo el mecanismo del Estado burgués centralizado.”

Luxemburg se opone a la visión de Lenin sobre las relaciones entre el partido y la clase en el pasaje siguiente, sobre cuyo significado volveremos más adelante:

“En verdad, la socialdemocracia no es que esté vinculada a la organización de la clase obrera, sino que es el propio movimiento de la clase obrera. El centralismo de la socialdemocracia debe pues ser de una naturaleza esencialmente diferente a la del centralismo blanquista. No podrá ser otra cosa sino la concentración imperiosa de la voluntad de la vanguardia consciente y militante de la clase obrera respecto a sus grupos e individuos. Es, por decirlo así, un “autocentralismo” de la capa dirigente del proletariado, es el reino de la mayoría dentro de su propio partido “.

El combate contra el oportunismo

Rosa Luxemburg expresa también su desacuerdo con la explicación de Lenin sobre el oportunismo y los métodos que él propone que se apliquen en contra. Dice ella que él da demasiada importancia a los intelectuales como origen principal de las tendencias oportunistas en la socialdemocracia y, por lo tanto, plantea la cuestión fuera del contexto histórico. Luxemburg está de acuerdo con que el oportunismo puede ser fuerte entre los intelectuales de los partidos occidentales, pero lo ve como algo inseparable de las influencias del parlamentarismo y la lucha por reformas y, más en general, por la condiciones históricas en las que trabaja la socialdemocracia en occidente. Apunta ella también que el oportunismo no está necesariamente vinculado a las formas, centralizadas o descentralizadas, de organización, porque lo que lo define es precisamente la ausencia de principios. Rosa Luxemburg va incluso más lejos, subrayando que en las primeras fases de su existencia, ante las condiciones de atraso político y económico, la tendencia oportunista en el partido alemán, el ala lassalliana estaba a favor de un ultracentralismo contrario a la tendencia marxista de Eisenach, lo cual venía a significar que en la atrasada Rusia, el oportunismo debía sin duda identificarse con ese mismo afán ultracentralista.

Como un eco a una intervención de Trotski durante el IIº congreso, Luxemburg defiende que aunque las reglas y los estatutos precisos son imprescindibles, no por ello son una garantía contra el desarrollo del oportunismo, el cual es producto de las condiciones mismas en las que se desarrolla la lucha de clases: la tensión entre la necesidad de luchar día a día para defenderse y los fines históricos del movimiento. Tras haber planteado así el problema en un contexto histórico más amplio, Luxemburg se burla sin contemplaciones de la idea de Lenin de que “unos rigurosos párrafos puestos en el papel” podrían, en la batalla contra el oportunismo, sustituir la ausencia de una mayoría revolucionaria en el partido. En última instancia, nada, ni unos órganos centrales estrictos, ni la mejor constitución (estatutos) del partido, podrá sustituir la creatividad de las masas cuando se trata de mantener un curso revolucionario contra los embates del oportunismo. De ahí la tantas veces citada conclusión de su artículo:

“…digámoslo sin rodeos: los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son históricamente mucho más fecundos y valiosos que la infalibilidad del mejor ‘comité central’.”

La respuesta de Lenin a Luxemburg

Lenin contestó a Luxemburg en el artículo “Un paso adelante, dos pasos atrás, respuesta de N. Lenin a Rosa Luxemburg”, escrito en septiembre de 1904 y propuesto al Neue Zeit. Kautsky, sin embargo, se negó a publicarlo. Hasta 1930 no se publicaría. Lenin saluda en él la intervención de los camaradas alemanes en el debate, pero lamenta que el artículo de Luxemburg “no dé a conocer mi libro al lector y hable en realidad de otra cosa”. Al considerar que Rosa Luxemburg se enzarzó en una polémica totalmente fuera de lugar, Lenin no discute sobre los temas generales que aquélla plantea, sino que se limita a recordar los hechos principales que ocasionaron la escisión. Tranquilamente le agradece a Rosa que “haya explicado la idea profunda de que la sumisión servil es dañina para el partido”, subrayando que él no defiende una forma particular de centralismo, sino, sencillamente, “los principios elementales de cualquier sistema de partido concebible”, pues lo que en el congreso del POSDR se planteó no fue la sumisión servil a un órgano central, sino la dominación de una minoría, de un círculo en el seno de partido sobre lo que debería haber sido un congreso soberano. También afirma que su analogía con el jacobinismo es perfectamente válida y que, de todas maneras, ya había sido empleada a menudo por Iskra y Axelrod en particular. Comparar las divisiones en el partido proletario y las que hubo entre la derecha y la izquierda en la revolución francesa, insistía Lenin, no significa que se establezca una identidad entre la socialdemocracia y el jacobinismo. Lenin rechaza también la acusación de que su modelo de partido se basara en la fábrica capitalista:

“La camarada Luxemburg declara que yo ensalzo la influencia educadora de la fábrica. No es así. Son mis adversarios quienes dicen que yo describo el partido como si fuera una fábrica. Los he ridiculizado mostrando con sus propias palabras que mezclaban dos aspectos diferentes de la disciplina de fábrica, y esto, lamentablemente, le ocurre también a la camarada Luxemburg”.

En realidad, el que Trotski y Luxemburg se escandalizaran por la expresión “disciplina de fábrica” ocultó un importante elemento de verdad en el uso que Lenin hizo de esa expresión. Para Lenin, lo positivo de lo que el proletariado aprende a través de la “disciplina” de la producción en la fábrica, es precisamente la superioridad de lo colectivo sobre lo individual, la necesidad, de hecho, de la asociación de los obreros, la imposibilidad para los obreros de defenderse como individuos cada uno por su lado. Ese es el aspecto de la “la disciplina de fábrica” que debe reflejarse no solo en las organizaciones generales de la clase obrera sino también en sus organizaciones políticas, gracias al triunfo del espíritu de partido sobre el de círculo y el anarquismo de “gran señor” de los intelectuales.

Esto nos lleva a la tesis central de Lenin: la crítica al oportunismo por parte de Rosa es demasiado abstracta y general. Tiene mucha razón cuando explica las raíces del oportunismo en las condiciones históricas de la lucha de clases; pero el oportunismo adopta muchas formas y las formas propiamente rusas que aparecieron en el congreso eran las de la revuelta anarquista contra la centralización, un retorno de una parte de la antigua Iskra a unas ideas con las que el Congreso quería, precisamente, acabar. En primer lugar, acabar con la expresión propiamente rusa, o sea el economicismo, de las posiciones del estilo Bernstein como “el movimiento lo es todo, el objetivo final no es nada”. Es de notar que Rosa no dijo nada sobre estos temas, y por eso Lenin dedica la segunda parte de su artículo a dar concisa cuenta de cómo se produjo en el Congreso esa vuelta atrás.

Lenin da un escobazo a las “declamaciones grandilocuentes” de Luxemburg sobre la imposibilidad de combatir el oportunismo con reglas y reglamentos “por sí solos”; los estatutos no pueden tener una existencia autónoma; son, sin embargo, un arma indispensable para luchar contra las expresiones concretas del oportunismo. “Nunca, en ningún sitio, he afirmado una absurdez como que las reglas del partido serían armas ‘por sí solas’”. Lo que sí afirma Lenin es, en cambio, la defensa consciente de las reglas organizativas del partido y la necesidad de codificarlas en unos estatutos sin ambigüedad. Los llamamientos abstractos a la lucha creativa de las masas para superar el peligro oportunista no pueden sustituir esa tarea específica que es propia de los revolucionarios.

La conciencia de clase y el partido

Como ya hemos dicho, Lenin prefirió no entrar en otros temas más profundos planteados por Rosa en su texto: sus errores sobre la conciencia de clase y la identificación que hace ella entre partido y clase. Aunque brevemente, es necesario hablar aquí de esto.

En los argumentos de Luxemburg, las cuestiones de la conciencia de clase, del centralismo y de las relaciones entre el partido y la clase están inextricablemente relacionadas.

“Es evidente que la ausencia de las condiciones más imprescindibles para la realización completa del centralismo en le movimiento ruso podrían ser un gran obstáculo. Nos parece, sin embargo, que sería un error grosero creer que el poder absoluto de un comité central, que actuaría en cierto modo por “delegación” tácita, podría “provisionalmente” sustituir la dominación en el partido, todavía irrealizable, de la mayoría de los obreros conscientes, sustituir el control público que las masas obreras deben ejercer sobre los órganos del partido por el control inverso por parte de un comité central sobre la actividad del proletariado revolucionario. La historia misma del movimiento obrero en Rusia nos ofrece cantidad de pruebas del valor problemático de un centralismo así. Un centro todopoderoso, investido con un derecho sin límites de control y de ingerencia según el ideal de Lenin, acabaría en lo absurdo si sus competencias quedaran reducidas a las funciones puramente técnicas como la administración de la caja, el reparto del trabajo entre propagandistas y agitadores, el transporte clandestino de lo impreso, la difusión de la prensa, las circulares, los carteles. No se entendería el objetivo político de una institución con tales poderes si sus fuerzas estuvieran dedicadas a la elaboración de una táctica de combate uniforme y si asumiera la iniciativa de una amplia acción revolucionaria. Pero ¿qué nos enseñan las vicisitudes por las que ha pasado hasta hoy el movimiento socialista en Rusia? Los cambios de táctica más importantes y fecundos no han sido inventos de unos cuantos dirigentes y menos todavía de órganos centrales, sino que han sido cada vez el fruto espontáneo del movimiento en efervescencia.

“Así ocurrió con la primera etapa del movimiento auténticamente proletario en Rusia al que podemos fechar en 1896 con la huelga general espontánea de San Petersburgo que inició toda una era de luchas económicas entabladas por las masas obreras. Lo mismo fue con la segunda fase de la lucha, la de las manifestaciones callejeras, cuya señal fue dada por la agitación espontánea de los estudiantes de San Petersburgo en marzo de 1901. El siguiente gran giro de una táctica que abrió nuevos horizontes lo marcó, en 1903, la huelga general de Rostov del Don: una explosión espontánea una vez más, pues la huelga se transformó “desde sí misma” en manifestaciones políticas con agitación callejera, grandes mítines populares al aire libre y discursos públicos, algo que ni el más entusiasta de los revolucionarios hubiera soñado unos años antes.

“Sea como sea, nuestra causa ha hecho progresos inmensos. La iniciativa y la dirección consciente de las organizaciones socialdemócratas no han tenido en ellos sino un papel insignificante. Esto no se explica porque esas organizaciones no estuvieran especialmente preparadas para tales acontecimientos (aunque este hecho habrá contado sin duda alguna); menos todavía porque no hubiera aparato central y todopoderoso como lo preconiza Lenin. Al contrario, es de lo más probable que la existencia de tal centro de dirección habría aumentado el desconcierto de los comités locales acentuando el contraste entre el asalto impetuoso de las masas y la postura prudente de la socialdemocracia. Puede afirmarse en realidad que ese mismo fenómeno –el papel insignificante de la iniciativa consciente de los órganos centrales en al elaboración de la táctica- es observable en Alemania también y en todas partes. En sus grandes líneas, la táctica de la lucha de la socialdemocracia no está, en general, “por inventar”, sino que es el resultado de una serie interrumpida de grandes momentos creadores de la lucha de clases, a menudo espontánea, que busca su camino.

“El inconsciente precede el consciente y la lógica del proceso histórico objetivo precede la lógica subjetiva de sus protagonistas. El papel de los órganos directores del partido socialista tiene en gran medida un carácter conservador: como la experiencia lo ha demostrado, cada vez que le movimiento obrero conquista un nuevo espacio, esos órganos lo labran hasta sus límites más extremos, pero también lo transforman en un bastión contra progresos posteriores de mayor envergadura “.

El desarrollo histórico del programa comunista ha pasado muy a menudo por la polémica entre revolucionarios, por unos debates porfiados entre diferentes corrientes en el seno del movimiento. Y así fue sin duda en los debates entre Lenin y Luxemburg.

Si observamos el debate sobre la organización de principios del siglo XX, podemos comprobar esas idas y vueltas de la dialéctica. El largo pasaje citado arriba contiene gran parte del armazón del brillante texto de Rosa Luxemburg Huelga de masas, partido y sindicatos en el que analiza las condiciones de la lucha de clases al iniciarse el nuevo período. Luxemburg, mucho antes que ningún otro revolucionario de entonces, vislumbró que en este período, el proletariado se vería obligado a desarrollar una táctica, unos métodos y unas formas organizativas en el fuego mismo de la lucha de clases; y no podrían preverse de antemano, ni ser organizadas en su menor detalle por la minoría revolucionaria, ni ningún otro organismo preexistente. En 1904, Rosa Luxemburg avanzaba ya hacia esas conclusiones mediante la observación de los movimientos de masas recientes en Rusia; las huelgas y los levantamientos de 1905 le darían definitivamente la razón. Siguiendo el diagnóstico de Luxemburg, el movimiento de 1905 fue una explosión social general durante la cual la clase obrera pasó de la noche a la mañana de una situación en la que dirigía con la “debida humildad” peticiones al Zar a la huelga de masas y la insurrección armada; igualmente, en coherencia con su enfoque, la vanguardia revolucionaria se encontró a menudo a la cola del movimiento. Especialmente cuando el proletariado descubrió espontáneamente la forma de organización idónea para la época de la revolución proletaria –los consejos obreros, los soviets– muchos de quienes pensaban aplicar la teoría de Lenin empezaron exigiendo que esas creaciones no previstas de la espontaneidad obrera o adoptaran el programa bolchevique, o se disolvieran, lo cual llevó al propio Lenin a alzarse contra el formalismo rígido de sus camaradas bolcheviques, defendiendo una cosa y la otra, o sea, los soviets y el partido. ¿Qué otro ejemplo podría darse de la tendencia de la “la dirección revolucionaria” a desempeñar un papel conservador? Recordemos que la controversia llevada a cabo por Luxemburg para convencer a la socialdemocracia alemana de la importancia de la espontaneidad, iba sobre todo dirigida contra el ala derechista del partido, concentrada en la fracción parlamentaria y en la jerarquía sindical, que no podían ni imaginarse siquiera una lucha que no estuviera rígidamente planificada y dirigida por el centro del partido y de los sindicatos. Casi no es de extrañar que Luxemburg tendiera a considerar el centralismo de Lenin como una variante “rusa” de esa visión burocrática de la guerra de clases.

Y, sin embargo, exactamente como ya lo vimos en la polémica con Trotski, a pesar de la gran perspicacia de Luxemburg, hay dos grandes defectos en el pasaje citado, defectos que confirman que sobre la cuestión de la organización revolucionaria, de su papel y de su posición en los levantamientos masivos del nuevo período, fue Lenin y no Luxemburg quien captó lo esencial.

El primer defecto se relaciona con una frase de ese pasaje citada a menudo: “El inconsciente precede el consciente y la lógica del proceso histórico objetivo precede la lógica subjetiva de sus protagonistas”. Como planteamiento histórico general es, claro está, de lo más justo; como decía Marx, son los hombres quienes hacen la historia, pero en condiciones no escogidas por ellos. Hasta hoy, han vivido a la merced de fuerzas inconscientes de la naturaleza y de la economía que han dominado su voluntad consciente y han hecho que los planes mejor diseñados acaben dando resultados muy diferentes de lo que se esperaba. Por esas mismas razones, la comprensión de la humanidad de su lugar en el mundo sigue sometida al imperio de la ideología – los mitos, evasiones, ilusiones constantemente reproducidas por sus propias divisiones tanto en el plano individual como en el colectivo. En resumen, el inconsciente precede y domina necesariamente el consciente. Pero esa manera de ver ignora una característica fundamental de la actividad consciente del hombre: su capacidad para prever, construir el porvenir, someter las fuerzas inconscientes a su control deliberado. Y con el proletariado y la revolución proletaria, esa característica humana fundamental puede y debe darle la vuelta a la fórmula de Luxemburg sometiendo el conjunto de la vida social a su control consciente. Es cierto que solo bajo el comunismo podrá realizarse plenamente, una vez que el propio proletariado se haya disuelto; es cierto que en sus luchas elementales de defensa, su conciencia también es elemental. Ello no quita, sin embargo, de que tiende a ser cada vez más consciente de sus fines históricos, lo cual implica el desarrollo de una conciencia capaz de prever y dar forma al futuro. Este dominio del consciente sobre el inconsciente sólo en el comunismo podrá florecer plenamente, pero la revolución es ya un paso cualitativo hacia ese dominio. De ahí el papel totalmente indispensable de la organización revolucionaria, pues su tarea específica es analizar las lecciones del pasado y desarrollar la capacidad de prever, como así lo dijeron Marx et Engels en el Manifiesto comunista, “la marcha general del movimiento”, en resumen, mostrar la vía hacia el futuro.

Luxemburg, enmarañada en una argumentación que la llevaba a insistir en el domino del inconsciente, ve el papel de la organización como algo esencialmente conservador: preservar lo adquirido del pasado, actuar como memoria de la clase obrera. Pero por muy vital que sea esta función, su objetivo final no deja de ser “conservador”: la anticipación de la verdadera dirección del movimiento futuro y la influencia activa sobre el proceso que lleva a él. Los ejemplos no faltan en la historia del movimiento revolucionario. Fue esa capacidad lo que permitió a Marx, por ejemplo, vislumbrar en unas cuantas modestas escaramuzas, limitadas y aparentemente anacrónicas, de los tejedores de Silesia en una Alemania semifeudal, la señal de una futura guerra de clases, la primera evidencia tangible de la naturaleza revolucionaria del proletariado. Podemos también citar igualmente la intervención decisiva de Lenin en abril de 1917, el cual, incluso en contra de los elementos conservadores que “dirigían” su propio partido, fue capaz de anunciar y por lo tanto preparar el enfrentamiento revolucionario venidero entre la clase obrera rusa y el gobierno provisional “democrático”. Fue esa tendencia en Luxemburg a reducir la conciencia a un reflejo pasivo de un movimiento objetivo, lo que llevó a la Izquierda comunista de Francia –la cual, por otra parte, no tuvo ningún reparo en tomar el partido de Luxemburg contre Lenin sobre otras cuestiones cruciales como el imperialismo y la cuestión nacional- a defender que el método de Lenin sobre el problema de la conciencia de clase era más acertado que el de Rosa :

“La tesis de Lenin sobre la “conciencia socialista inyectada en el partido” en oposición a la tesis de Rosa sobre la “espontaneidad” de la toma de conciencia, engendrada durante un movimiento que surge de las luchas económicas y culmina en una lucha socialista revolucionaria es sin duda más precisa. La tesis de la “espontaneidad” con su apariencia democrática, hace aparecer, en su base, una tendencia mecanicista con un riguroso determinismo económico. Está basada en la relación de causa-efecto, como si la conciencia fuera solo un efecto, el resultado de un movimiento inicial, o sea de la lucha económica de los obreros que la haría emerger. En esa visión, la conciencia es básicamente pasiva comparada con las luchas económicas, vistas como factor activo. El concepto de Lenin da a la conciencia socialista y al partido que la concreta su carácter de factor y de principio esencialmente activos. No está separada de la vida y del movimiento, sino que está incluida dentro de éste” (Internationalisme n° 38, “Sobre la naturaleza y la función del partido político del proletariado”).

Los camaradas de la Izquierda comunista de Francia (GCF) evitan aquí criticar las exageraciones polémicas de los argumentos de Lenin –el kautskysmo con el que presenta explícitamente la conciencia socialista como una creación de los intelectuales (la llamada intelligentsia). A pesar de que la mayor parte de ese artículo esté dedicado a rechazar el concepto sustitucionista-militarista del partido, la crítica de los errores de Lenin sobre la conciencia de clase era, para la GCF, algo secundario en ese aspecto. Pues de lo que se trataba era sobre todo de insistir en el papel activo de la conciencia de clase contra toda tendencia a reducirla a un reflejo pasivo de las luchas de resistencia inmediata de los obreros.

Otro error en las ideas expuestas por Rosa Luxemburg sobre la tendencia conservadora por esencia de la dirección del partido es que, al no situar esa tendencia en un contexto histórico, la transforma en una especie de pecado original propio de todas las organizaciones centralizadas (un sentimiento plenamente compartido por los anarquistas). Como hemos dicho antes, Luxemburg argumentó con mucha razón que había que buscar las raíces del oportunismo en las condiciones mismas de la vida del proletariado en la sociedad burguesa. De ello deduce que puesto que todas las organizaciones políticas proletarias deben actuar en esta sociedad, están por lo tanto sometidas a la presión constante de la ideología dominante, hay un peligro “invariable” de conservadurismo, de adaptación oportunista a lo inmediato, de resistencia a enfrentarse a los retos que requiere la evolución del movimiento real. Pero quedarse en eso es algo insuficiente. Para empezar, hay que decir que esos peligros en ningún caso amenazan únicamente a los órganos centrales, pues pueden aparecer perfectamente en las ramas locales (del partido). Así ocurrió en el caso del SPD alemán, que fue, en algunas regiones (Baviera, por ejemplo) de lo más “permeable” a las más variadas expresiones de revisionismo. Además, la amenaza oportunista, aún siendo permanente, es, en unas condiciones históricas, más fuerte que en otras. En el caso de la Internacional Comunista, fue sin lugar a dudas, el aislamiento del régimen proletario en Rusia lo que reforzó esa amenaza hasta el punto de condenar irreversiblemente a esos partidos a la degeneración y la traición. Y en el período en que Luxemburg elabora su polémica contra Lenin, el creciente conservadurismo de los partidos socialdemócratas era precisamente el reflejo de condiciones históricas precisas: el paso del capitalismo de su período ascendente a su fase de decadencia que, aún no estando totalmente rematada, revelaba ya la inadaptación de las antiguas formas de las organizaciones de la clase, a la vez las generales (los sindicatos) y las políticas (el partido “de masas”). En esas circunstancias, toda crítica seria a las tendencias conservadoras de la socialdemocracia tenía que estar acompañada de un nuevo concepto del partido. Lo irónico del caso es que el análisis de Luxemburg de las nuevas formas y métodos de la lucha de clases estaba preparando el terreno para el nuevo concepto, como ya señalábamos en el primer artículo de esta serie. Esto es particularmente cierto en el folleto sobre La Huelga de masas, en el que Rosa subraya el papel de dirección política que el partido debe desempeñar en el movimiento de masas. De hecho, la hostilidad total que provocó ese texto en el centro “ortodoxo” del partido, ya es por sí sola la prueba de que las antiguas formas socialdemócratas estaban relacionadas con métodos de lucha que se habían vuelto inadaptados para la época nueva. Fue, sin embargo, Lenin quien puso la pieza que faltaba en el puzzle al insistir en la necesidad de un “partido revolucionario de nuevo tipo”. Este salto teórico de Lenin no quedó plenamente elaborado y bien sabemos que los antiguos conceptos socialdemócratas siguieron contaminando el movimiento obrero mucho más tarde, en la “época de guerras y de revoluciones”. Lo cual no quita que la brillante intuición de Lenin surgió de las entrañas mismas de la realidad nueva: los antiguos partidos de masas ya no podían, por definición, ejercer la función de orientación política de la lucha revolucionaria de la clase obrera, como tampoco los sindicatos podían proporcionarle un marco organizativo global.

El partido no es la clase

En varias ocasiones, la polémica de Luxemburg contra Lenin vuelve borrosa la distinción entre la dirección del partido, el partido en su conjunto, y la clase. En particular, el argumento de que son las masas mismas (o las “masas” dentro del partido) las que deben llevar a cabo la lucha contra el conservadurismo y el oportunismo es una generalización que elude el papel indispensable que en esa lucha debe desempeñar la vanguardia política organizada. En la raíz de tal argumento está la falsa equivalencia entre partido y clase, evocada ya antes:

“En verdad, la socialdemocracia no es que esté vinculada a la organización de la clase obrera, sino que, en realidad, es el movimiento propio de la clase obrera”.

Es cierto que la socialdemocracia, la fracción, el grupo o el partido político del proletariado, no están fuera del movimiento de la clase, es un producto orgánico del proletariado. Pero es un producto particular y único; toda tendencia a identificarlo con “el movimiento en general” es perjudicial tanto para la minoría política como para el movimiento como un todo. En ciertas circunstancias, la identificación errónea entre partido y clase puede servir para justificar las teorías y la práctica substitucionistas: fue una tendencia muy acentuada en la fase de declive de la Revolución en Rusia, cuando algunos bolcheviques se pusieron a teorizar la idea de que la clase debía someterse incondicionalmente a las directivas del partido (del partido-Estado, en realidad) porque el partido no podía ser otra cosa sino el representante de los intereses del proletariado en toda circunstancia y condición. Pero en la polémica de Luxemburg contra Lenin, vemos el error simétrico, la vida y las tareas particulares de la organización política están anegadas en el movimiento de masas- a lo que precisamente Lenin se oponía en su lucha contra el economicismo y el menchevismo. En realidad, la oposición de Luxemburg a “la separación rigurosa entre el núcleo organizado y el ámbito revolucionario como así lo entiende Lenin”, la insistencia de aquélla en que “no puede haber compartimentos estancos entre el núcleo proletario consciente, sólidamente encuadrado en el partido, y las capas del proletariado del entorno, que ya han sido atraídas a la lucha de clases” eso, en las circunstancias del momento, no hacía más que apuntalar los argumentos de Martov que decía que sería todo perfecto si “cada huelguista se declaraba socialdemócrata”. Como ya vimos en el artículo precedente, el peligro mayor al que se enfrentaban los revolucionarios de entonces no era, como creía Trotski, el substitucionismo, sino su hermano gemelo anarquista, “democratista” y economicista.

Y así Rosa Luxemburg –que había sido acusada repetidas veces de “autoritarismo” en el SPD y en la socialdemocracia polaca precisamente por su defensa de la centralización– se dejaba, en ese momento particular de la historia, influir por el contragolpe “democrático”, en contra de la defensa rigurosa por parte de Lenin de la centralización organizativa. Rosa, que había estado en el centro de la lucha contra el oportunismo dentro de su propio partido, se iba a equivocar al identificar mal el origen del peligro oportunista en el partido ruso. La historia no iba a hacerse esperar largo tiempo –menos de un año en realidad- para demostrar que Lenin tenía razón al ver a los mencheviques como la cristalización del oportunismo en el POSDR y el bolchevismo como la expresión de la “tendencia revolucionaria” en el partido.

Amos

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Guerra sin fin en Oriente Medio: el verdadero responsable es el capitalismo

Todos los grandes burgueses de este mundo capitalista nos han invitado a conmemorar con ellos el 60 aniversario del desembarco en Normandía del 6 de junio de 1944. Los Bush, Schröder, Chirac, Blair, Poutine…, en un mismo arrebato, aliados o enemigos de ayer, en una pretendida unidad que quisiera parecer muy emotiva, nos han invitado a no olvidar lo que, según ellos, fue una epopeya heroica por la defensa de la libertad y de la democracia. Según el discurso ideológico dominante, esa unidad de la que alardeaban aliados y enemigos de ayer debería llevarnos a pensar que si se reflexiona en los «errores» del pasado, corrigiéndolos, será entonces posible construir un mundo de paz, un mundo estable y controlado. Un mundo de paz, algo así como aquel “nuevo orden mundial” que ya nos prometieron tras el desmoronamiento del bloque de la URSS en 1989.

Y, sin embargo, los años 90 conocieron no sólo el incremento de la barbarie bélica, sino la creciente inestabilidad de toda la sociedad capitalista. El hundimiento del bloque del Este, más o menos la sexta parte de la economía mundial, significó la entrada de lleno del capitalismo en su fase de descomposición. Las tensiones imperialistas que dejaron de polarizarse en el enfrentamiento entre dos bloques imperialistas rivales que se repartían el mundo no por eso desparecieron, ni mucho menos. Han tomado la forma de la guerra de cada uno contra todos de tal modo que los conflictos guerreros han alcanzado unos niveles desconocidos desde la Segunda Guerra mundial. La perspectiva de paz y de prosperidad anunciada por el líder mundial norteamericano acabó en agua de borrajas, y en su lugar lo que se ha instalado es la pesadilla de una sociedad que se desagarra a escala mundial y el riesgo de arrastrar a la humanidad entera al abismo. La primera guerra del Golfo de 1991 no permitió que apareciera a las claras ese aspecto de “todos contra todos”, que ya era, sin embargo, determinante, al haber logrado Estados Unidos unir tras sí a las grandes potencias, sobre todo gracias a lo que le quedaba de autoridad sobre sus antiguos aliados. En cambio, en Ruanda, en la antigua Yugoslavia, en el ex Zaire, por solo citar estos conflictos, la tendencia a «cada uno para sí», la defensa por cada uno de ellos de sus propios intereses imperialistas en detrimento de los de los demás, quedó más explícita. Y el inicio del nuevo milenio ha visto cómo ha ido creciendo esa dinámica de conflictos imperialistas. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos anunció solemnemente que haría la guerra al terrorismo, que liberaría Afganistán del atraso de los talibanes y que luego aportaría prosperidad y democracia a Irak. El resultado es hoy una inestabilidad en constante aumento, una inestabilidad mortífera que se extiende no sólo en Irak, sino por toda aquella región. Puede comprobarse, y es un fenómeno nuevo, que la situación tiende a írsele de las manos incluso a la potencia principal del planeta. Los objetivos que se dio la burguesía estadounidense se le escapan. Las imágenes triunfales tras la entrada de las tropas americanas en Bagdad, con el derribo de una estatua de Sadam Husein, han sido sustituidas por las de matanzas casi diarias, lo que demuestra la incapacidad de EE.UU. para estabilizar la situación, dejando a la población de aquel país en unas condiciones de vida espantosas.

Las luchas encarnizadas entre “señores de la guerra”, más o menos enfeudados a potencias regionales o mundiales, que predominan ya en Irak y en Afganistán, empiezan a extenderse a Arabia Saudí, con su ola de atentados contra los extranjeros, las instalaciones petroleras y el gobierno. La inestabilidad de este país está poniendo en peligro la principal fuente de petróleo del mundo (25 % de las reservas mundiales), haciendo planear un riesgo suplementario en una situación económica ya depresiva: el despegue de los precios del crudo que ya están hoy por encima de los 40 $ por barril. En una dinámica así, las propias grandes potencias pierden más y más toda capacidad de orientar, como quisieran, la marcha de la sociedad en su conjunto y están, evidentemente, incapacitadas para darle la menor perspectiva.

Tampoco el corazón de Europa se libra de esa irrupción del caos, como así lo han ilustrado los atentados del 11 de marzo de 2004 en España. Todo eso plasma esa “entrada del mundo en un período de inestabilidad nunca antes visto” (Introducción a las “Tesis sobre la Descomposición”, 1990, Revista internacional n° 107) y que hoy se está acelerando. En realidad, lo que ya la guerra del Golfo nos mostró fue que desde principios del año 1991, “ante el caos generalizado propio de la fase de descomposición, a la que ha dado un acelerón considerable el desmoronamiento del bloque del Este, no le queda otra salida al capitalismo, en sus intentos de mantener en su sitio las diferentes partes de un cuerpo que tiende a desmembrarse, que imponer el férreo corsé que es la fuerza de las armas. Pero resulta que los medios mismos que utiliza para intentar frenar un caos cada día más bestial son un factor agravante de la barbarie guerrera en la que está hundiéndose el capitalismo” (“Militarismo y descomposición”, Revista internacional n° 64.)

¿Es el gobierno de Bush la causa profunda del desastre iraquí?

Los manifestantes antiBush, los consabidos discursos de representantes de potencias como Francia y Alemania en la ONU, incluso los desesperados gritos de algunas fracciones de la burguesía de EE.UU., ven todos la posibilidad de invertir la tendencia y volver a encontrar una estabilidad en el mundo gracias a unos gobernantes menos aprovechados, menos cínicos, más generosos e inteligentes.

La burguesía quisiera hacernos creer que la paz y la estabilidad dependerían de quienes nos gobiernan.  Por eso, el argumento preferido de las diferentes burguesías que se opusieron a la guerra (porque no tenían en ésta el menor interés, sino todo lo contrario) era que si Bush hubiera respetado el “derecho internacional”, si hubiera respetado la legalidad de la ONU, Irak no sería ahora la ciénaga sanguinolenta que es y EE.UU. no estaría en semejante atolladero. En el seno de la burguesía norteamericana, la cual era globalmente favorable a la guerra, cada vez se alzan más voces diciendo que la situación actual es resultado de la incompetencia y de la estupidez de Bush y de su administración, incapaces de estabilizar Irak. Esos dos tipos de argumento son una falacia. Su único objetivo, para la burguesía, es la necesidad de embaucar y embaucarse a sí misma. La situación de inestabilidad anárquica que se expande, es producto  directo de la situación histórica en la que se encuentra metida la sociedad capitalista de hoy. No depende de la mayor o menor capacidad de una persona, como tampoco de la propia personalidad de ésta. Porque:

“En lo que a la política internacional de Estados Unidos se refiere, el alarde y el empleo de la fuerza armada no sólo forman parte de sus métodos desde hace tiempo, sino que es ya el principal instrumento de defensa de sus intereses imperialistas, como así lo ha puesto de relieve la CCI desde 1990, antes incluso de la guerra del Golfo. Frente a un mundo dominado por la tendencia a «cada uno para sí», en el que los antiguos vasallos del gendarme estadounidense aspiran a quitarse de encima la pesada tutela que hubieron de soportar ante la amenaza del bloque enemigo, el único medio decisivo de EE.UU. para imponer su autoridad es el de usar el instrumento que les otorga una superioridad aplastante sobre todos los demás Estados: la fuerza militar. Pero en esto, EE.UU. está metido en una contradicción:

“– por un lado, si renuncia a aplicar o a hacer alarde de su superioridad militar, eso no puede sino animar a los países que discuten su autoridad a ir todavía más lejos;

“– por otro lado, cuando utilizan la fuerza bruta, incluso, y sobre todo, cuando ese medio consigue momentáneamente hacer tragar sus veleidades a los adversarios, ello lo único que hace es empujarlos a aprovechar la menor ocasión para tomarse el desquite e intentar quitarse de encima la tutela americana.”

(Resolución sobre la situación internacional del XIIº Congreso de la CCI, Revista internacional n° 90, 1997).

Invocar la incompetencia de tal o cual jefe de Estado para explicar la causa de las guerras permite a la burguesía enmascarar la realidad, ocultar la aterradora responsabilidad del capitalismo decadente y, con éste, la de toda la clase burguesa mundial. Esa lógica permite, en efecto, absolver a ese sistema de todos los crímenes encontrando excusas: la locura de Hitler, su desequilibrio, serían la causa de la IIª Guerra Mundial; y, de igual modo, la inhumanidad o la incompetencia de Bush serían la causa de la guerra y de los horrores actuales en Irak. En esos dos casos significativos, en realidad, esos dos individuos, con sus temperamentos y sus particularidades, corresponden a las necesidades de la clase que los llevó al poder. En ambos casos, lo único que han hecho es aplicar la política que su clase quería, la de la defensa de los intereses del capital nacional. A Hitler lo apoyó la burguesía alemana en su conjunto porque se mostró capaz de preparar una guerra que se había hecho inevitable por la crisis del capitalismo y la derrota de la oleada revolucionaria que siguió a Octubre 1917. El programa alemán de rearme en los años 30, seguido por la guerra mundial contra la URSS y los aliados fue una empresa a la vez inevitable, a causa de la situación de Alemania tras el Tratado de Versalles de 1919, y destinada al fracaso. Fue, en cierto modo, profundamente irracional. La locura de un tipo como Hitler –o más bien, el haber puesto a semejante insensato a la cabeza del Estado– no fue sino la expresión misma de la irracionalidad de la guerra a la que se lanzaba la burguesía alemana. Y lo mismo es con Bush y su administración. Están llevando a cabo la única política hoy posible, desde el punto de vista capitalista, para defender los intereses imperialistas de EE.UU, su liderazgo mundial, o sea, la guerra, la huida ciega en el militarismo. La incompetencia del gobierno de Bush, especialmente a causa de la influencia que en él haya podido ejercer una fracción belicosa y ultra representada entre otros por Rumsfeld, Wolfowitz y demás, su incapacidad para actuar basándose en una visión a largo plazo, lo que pone de relieve es que la política exterior de la Casa Blanca es, a la vez, la única posible y destinada al fracaso. El que alguien como Colin Powell, perteneciente a la misma administración y que sabe lo que es dirigir una guerra, hiciera tantas advertencias, sin ser escuchado, sobre la falta de preparación del conflicto en el que se metía EE.UU, es una confirmación de esa tendencia hacia lo irracional. Ha sido el conjunto de la burguesía norteamericana quien ha apoyado una política militarista, pues ésta es la única posible para la defensa de sus intereses imperialistas. De hecho, las divergencias en su seno, ante la catástrofe que es hoy Irak para la credibilidad de EE.UU. y el mantenimiento de su liderazgo mundial, sólo existen por cuestiones tácticas y, en ningún caso, por reprobación de la guerra misma. Esto es tan cierto que John Kerry, que se presenta como adversario demócrata de Bush para las próximas elecciones presidenciales, no tiene la menor alternativa que proponer sino es la de reforzar los efectivos militares estadounidenses en Irak. Si las políticas que deben hacerse y su éxito dependieran únicamente de las cualidades de quienes gobiernan, por ejemplo de su inteligencia, ¿cómo se explica entonces que la política imperialista de un Reagan, sin duda no mucho más dotado que Bush, obtuviera los reconocidos éxitos contra el imperialismo ruso, en Afganistán en particular? La razón está en las condiciones diferentes entre una y otra situación: el estar a la cabeza de uno de los dos bloques imperialistas rivales que dominaban el mundo, en cuyo seno había una disciplina respecto al jefe de bloque,  confería a Estados Unidos una autoridad mucho mayor. En cuanto a los “defensores de la paz “ en Irak, como Schröder o Chirac, su actitud hacia el conflicto no tiene nada que ver con no se sabe qué mayores cualidades humanas de las que sus almas estarían adornadas en comparación con su rival Bush, sino porque esta guerra amenazaba directamente sus intereses imperialistas respectivos. Para Alemania, la instalación de Estados Unidos en Irak es un obstáculo para sus perspectivas de avance hacia esa parte del mundo, hacia la que se han orientado tradicionalmente sus esfuerzos de expansión. Para Francia, le quita la influencia que le quedaba en ese país merced a su apoyo, más o menos encubierto, a Sadam Husein. Acabar con la guerra no se debe, en primer lugar, a las capacidades propias de unos hombres políticos influyentes en el aparato de Estado, ni mucho menos a su buena o mala voluntad, sino a la lucha de clases.

La política de la burguesía en cada país está determinada, de forma única e implacable, por la defensa del capital nacional. Para ello pone en el poder a los hombres que se muestran más capaces de responder a esas necesidades. Si Kerry acaba sustituyendo a Bush en la presidencia estadounidense, sería para intentar dar un nuevo impulso a una política que seguiría siendo básicamente la misma. Para que haya un mundo sin guerras no hay que cambiar de gobiernos, sino destruir el capitalismo.

Ni la prevista transferencia de soberanía en manos de un gobierno autóctono en Irak, ni la votación unánime de la resolución de la ONU a favor de las modalidades de esa transferencia, van a desembocar en una mayor estabilidad. Ni tampoco el proyecto de Gran Oriente Medio. Menos todavía la celebración con gran boato del desembarco de Normandía del 6 de junio de 1944 y las declaraciones de las mejores intenciones que la han acompañado.

Europa : ¿antídoto contra el desorden mundial?

¿Podría ser Europa un antídoto contra ese desorden y esa anarquía o al menos limitar su extensión? Francia y Alemania, como se pudo ver con ocasión de la ampliación de la Unión, el 1º de mayo de 2004, y también con las últimas elecciones europeas, han alardeado presentando la construcción de Europa como un factor de paz y de estabilidad en el mundo. Nos cuentan que si lograra alcanzar la unidad política, sería una garantía de paz. Mentira. Suponiendo que los estados de Europa se entiendan para andar al mismo paso, un bloque europeo sería también un factor de conflictos mundiales, al ser un rival de Estados Unidos. El proyecto de constitución europea no expresa otra cosa, en términos sibilinos, sino la voluntad de algunos Estados de desempeñar, gracias a Europa, un papel en el ruedo imperialista mundial:

“Los Estados miembros apoyan activamente y sin reservas la política exterior y de seguridad común de la Unión, con un espíritu de lealtad y de solidaridad mutua, absteniéndose de toda acción contraria a los intereses de la Unión o que pudiera menoscabar su eficacia…” (Capítulo I-15).

Esta orientación es una amenaza para el liderazgo de EE.UU., y por esto es por lo que este país no ha cesado de poner zancadillas a la construcción de toda unidad europea, por ejemplo, últimamente, apoyando la candidatura de Turquía a su ingreso en la Unión. Sin embargo, la unidad europea sólo existe en la propaganda. Para darse cuenta de lo absurda que es la noción “bloque europeo”, basta con observar a fondo lo que es hoy la realidad de la Unión europea: el presupuesto europeo alcanza un mísero 4% del PNB de la UE, cuya mayor parte está destinada no a lo militar sino a la Política agrícola común; no existe una fuerza militar bajo mando europeo capaz de competir con la OTAN o el ejército americano. Tampoco existe una superpotencia militar en la UE capaz de imponer su voluntad a las demás (esto quedó muy patente con la cacofonía que acompañó la adopción de la Constitución europea) (1). Además, la política de una de las principales potencias miembro de la UE, el Reino Unido, consiste en mantener su objetivo (el mismo desde hace 400 años) de dividir a las demás potencias europeas, sus “socios” de la UE. En esas condiciones, cualquier alianza europea no será más que un acuerdo temporal y forzosamente inestable. Las guerras en Yugoslavia e Irak sacaron a la luz hasta qué punto se revienta la unidad política de Europa en cuanto los intereses imperialistas de las diferentes burguesías que la componen entran en danza. Aunque actualmente, países como España e incluso Polonia y otros países centroeuropeos, se están inclinando hacia Alemania, es esa una tendencia limitada en el tiempo como así fue antes y después de 1990 en otros casos como el de los altibajos en la pareja franco-alemana. Sin embargo, ya sea con la tendencia hacia la unidad política o ya sea con la desunión patente, no podrán reducirse nunca las tensiones entre países europeos. En el contexto actual de quiebra del capitalismo y de descomposición de la sociedad burguesa, la realidad nos muestra que la única política posible de cada gran potencia es la de meter a las demás en dificultades para poder imponerse ella. Esa es la ley del capitalismo.

La inestabilidad, la creciente anarquía y el caos que se están propagando no es algo específico de una u otra región exótica y atrasada, sino que es el producto del capitalismo en su fase actual, irreversible, de descomposición. Y como el capitalismo domina el planeta, es el planeta entero lo que está cada día más dominado por el caos.

¿Qué perspectiva para el porvenir de la humanidad?

Sólo el proletariado lleva en sí una perspectiva, pues no sólo es la clase explotada sino y sobre todo la clase revolucionaria de esta sociedad, o sea la clase portadora de otras relaciones sociales libradas de la explotación, de la guerra, de la miseria. Al concentrar en sí mismo todas las miserias, todas las injusticias y toda la explotación, posee potencialmente la fuerza de echar abajo el capitalismo e instaurar el verdadero comunismo. Pero para ponerse a la altura de ese reto histórico, deberá comprender que la guerra es un producto del capitalismo en quiebra, que la burguesía es una clase cínica de explotadores y de mentirosos. Una clase que lo que más teme es que el proletariado acabe percibiendo la realidad como es y no como quieren que se la crea sus explotadores. Sólo el desarrollo de la lucha de clases, por la defensa de sus condiciones de vida, hasta el derrocamiento del capitalismo, podrá permitirle al proletariado paralizar el brazo asesino de la burguesía. Recordemos que fue gracias a la lucha de clases si la generación proletaria de principios del siglo XX pudo poner término a la Primera Guerra mundial. El proletariado tiene ante sí una gran responsabilidad histórica. El progreso de la conciencia de los retos que ante sí tiene, así como su unidad de clase, serán factores determinantes. De ello depende el porvenir de la humanidad entera.

G 15/06/04

1) La propia constitución es un fracaso para los “federalistas” que esperaban que se plasmara una mayor unidad europea, pues está ausente de aquélla cualquier idea de verdadero “gobierno europeo”, manteniéndose en vigor la jaula de grillos intergubernamental de siempre.

Geografía: 

Historia del movimiento obrero: lo que distingue al sindicalismo revolucionario

Desde del 68 y mas precisamente desde que se hundió el bloque del Este, muchas personas con ganas de militar por la revolución han dado la espalda a la experiencia de la revolución rusa y de la Tercera internacional (IC) para ir en busca de enseñanzas para la lucha y la organización del proletariado en otra tradición, la del “sindicalismo revolucionario” (que a menudo se asimila con el anarcosindicalismo) (1).

Esta corriente, que apareció entre el siglo XIX y el XX y que desempeñó un papel importante en ciertos países hasta los años 30, tiene como característica principal la de rechazar (o por lo menos subestimar considerablemente) la necesidad para el proletariado de dotarse de un partido político, tanto en sus luchas en el capitalismo como para el derrocamiento revolucionario de éste, pues, según aquella, la forma de organización sindical sería la única posible. Y efectivamente, el proceso por el que pasan esas personas que se acercan al sindicalismo revolucionario deriva en gran parte de que la idea misma de organización política ha quedado muy desprestigiada por la experiencia contrarrevolucionaria del estalinismo: la represión brutal en la misma URSS y tras las revueltas obreras en Alemania del Este y en Hungría en los años 50, la invasión de Checoslovaquia en 1968, el sabotaje por parte del PC estalinista de las luchas obreras en Francia en 1968, la represión, una vez más, de las luchas en Polonia a principios de los 70, etc. Esta situación es todavía peor tras la caída del muro de Berlín en 1989, con las innobles campañas de la burguesía que asimilan el hundimiento del estalinismo con la quiebra del comunismo y del marxismo, dando así una cornada suplementaria a cualquier idea de agrupamiento político basado en principios marxistas.

Sacar las lecciones de la historia

Una de las fuerzas mayores del proletariado está en su capacidad de volver sin cesar sobre sus derrotas y errores pasados para entenderlos y sacar lecciones para la lucha presente y por venir.

“Las revoluciones proletarias (...) se critican a sí mismas constantemente, interrumpen a cada instante su propio curso, regresan a lo que ya parecía realizado para volver a empezar, critican sin piedad sus vacilaciones, las debilidades y las miserias de sus primeras tentativas …” (Marx, El 18 de Brumario de Louis Napoleón Bonaparte).

Esta parte de la experiencia del movimiento obrero, el sindicalismo revolucionario, no podrá ser una excepción en esa necesidad de examen crítico para sacar lecciones. Para ello, es necesario poner las ideas y la acción del sindicalismo revolucionario en su contexto histórico, único método que nos permitirá entender sus orígenes en relación con la historia del movimiento obrero.

Por todo ello, hemos decidido emprender una serie de artículos, de la que éste es la introducción, sobre la historia del sindicalismo revolucionario y del anarcosindicalismo. En esta serie intentaremos contestar a estas preguntas:

– ¿qué distingue la corriente sindicalista revolucionaria en el plano de los métodos y de los principios?

- ¿ha dejado esta corriente lecciones útiles para la lucha histórica de la clase obrera?

– ¿qué conclusiones se han de sacar de las traiciones, y en particular la de 1914 (cuando la CGT francesa se pasó a la Unión sagrada desde principios de la Primera guerra imperialista mundial) y la de 1937 (participación de la CNT española en el gobierno de la Generalidad de Cataluña durante la guerra civil, y en el gobierno central)?

– ¿puede la corriente sindicalista revolucionaria dar hoy una perspectiva a la clase obrera?

Nuestras respuestas se basarán en la experiencia concreta que ha hecho la clase obrera del sindicalismo revolucionario, analizando varios períodos importantes de la vida del proletariado:

– la historia de la Confédération générale du travail en Francia, muy influenciada sino dominada por los anarcosindicalistas, desde su formación hasta la guerra del 14;

– la historia de los Industrial Workers of the World (IWW) en Estados Unidos hasta los años 20,

– la historia del movimiento de los “shop-stewards” (delegados de taller) en Gran Bretaña, antes y durante la Primera Guerra mundial,

– la historia de la Confederación nacional del trabajo (CNT) española durante la oleada revolucionaria que siguió a la Revolución rusa hasta su descalabro durante la guerra civil en 1936-37;

– por fin, concluiremos con un examen de la realidad concreta del sindicalismo revolucionario hoy en día, así como de las posiciones defendidas por las corrientes que se reivindican de esa tradición.

No nos proponemos con esta serie hacer la cronología detallada de las diversas organizaciones sindicalistas revolucionarias, sino poner en evidencia en qué los principios del sindicalismo revolucionario no solo han demostrado que no sirven para orientar la acción del proletariado en la lucha por su emancipación, sino que han participado además en llevarlo, en determinadas circunstancias, al terreno de la burguesía. Este enfoque histórico, materialista, demostrará la profunda deferencia entre anarquismo y marxismo, que se expresa en particular en la diferencia de actitud hacia las traiciones en el movimiento socialista y en el movimiento anarquista.

A los anarquistas les gusta señalar y poner en evidencia las grandes traiciones del movimiento socialista y comunista: la participación a la guerra de los Partidos socialistas en 1914 y la contrarrevolución estalinista de los años 20-30. Pretenden con ello mostrar una filiación fatal, inevitable, entre el Marx “autoritario” y Stalin, sin olvidar a Lenin, une especie de pecado original (cantinela que no desafina con la de la propaganda burguesa sobre la “muerte del comunismo”). Con respecto a las traiciones cometidas por anarquistas, por el contrario, su actitud es muy diferente: el patriotismo antialemán de un Kropotkin o de un Guillaume en 1914, el apoyo indefectible que prestó la CGT francesa al gobierno de Unión sagrada durante la guerra del 14-18, la participación de ministros de la CNT en los gobiernos burgueses de la República española, nada de todo ello puede cuestionar desde su punto de vista los “principios eternos” del anarquismo.

En cambio, hemos de señalar que las traiciones en el movimiento marxista siempre han sido analizadas y combatidas por las corrientes de izquierda antes y después de que ocurrieran (2).

Esa lucha llevada a cabo por las corrientes de izquierda no se limitó a “recordar” meramente los principios, sino que engendró un esfuerzo teórico y práctico para entender y mostrar de dónde procedía la traición, cuáles eran las modificaciones en la situación histórica, material, del capitalismo que la explicaban, volviendo caducos los análisis y medios de lucha hasta entonces adaptados al combate de la clase obrera.

Nada de esto en los anarquistas o anarcosindicalistas. Echan la culpa de la traición a los “jefes”, lo que en nada ayuda a entender el por qué de la traición de los jefes. Siguen dando a los principios un valor eterno, meramente moral, vaciado de su contenido histórico. Ante la traición, no les queda más que reafirmar los mismos valores eternos, y es por eso por lo que los anarquistas, contrariamente al marxismo, jamás han hecho surgir fracciones de izquierda en sus filas. Por eso también es por lo que los revolucionarios auténticos en el movimiento sindicalista revolucionario francés de 1914 (Rosmer, Monate) no intentaron constituir una corriente de izquierda en el movimiento sindicalista revolucionario, sino que se orientaron hacia el bolchevismo.

El contexto histórico

Como ya hemos visto, en el mismo centro de la divergencia entre la corriente sindicalista revolucionaria y el marxismo está la cuestión de la forma de organización que adopta la clase obrera para luchar contra el capitalismo. La comprensión de esta cuestión no se hizo del día a la mañana. El proletariado, a pesar de ser la clase revolucionaria llamada a derribar el capitalismo, no apareció en la sociedad capitalista listo ya para la revolución, algo así como Atenea de la cabeza de Zeus. Muy al contrario, la clase obrera no ganó en conciencia política y en capacidad organizativa sino gracias a una serie de esfuerzos enormes y de trágicas derrotas. En ese largo proceso del proletariado hacia su emancipación, surgieron inmediatamente dos necesidades fundamentales:

– la necesidad para el conjunto de los obreros de luchar colectivamente para defender sus intereses (en la misma sociedad capitalista primero y luego para echarla abajo);

– la de tener una reflexión sobre los fines generales de la lucha y sobre los medios para alcanzarlos.

Y de hecho, toda la historia del proletariado durante el siglo XIX estuvo marcada por sus esfuerzos incansables para dotarse de formas de organización adecuadas para llevar a cabo ambas necesidades fundamentales, concretamente para darse una organización general con vistas a agrupar a todos los obreros en lucha y de una organización política cuyas tareas esenciales eran clarificar las perspectivas de aquellas luchas.

El período que parte de la formación de la clase obrera hasta la Comuna de París se señala por una serie de esfuerzos y de intentos de organización del proletariado, fuertemente marcados en general por la historia específica del movimiento obrero en cada país. Durante aquel período, una de las tareas esenciales de la clase obrera y de sus esfuerzos de organización era la necesidad de afirmarse como clase específica ante las demás clases de la sociedad (burguesía y pequeña burguesía) con las que había compartido objetivos comunes (tales como la destrucción del orden feudal).

En aquel contexto histórico marcado por la inmadurez de un proletariado en formación, y sin experiencia propia, las dos necesidades fundamentales de la clase obrera se expresaban o en formas de organización aún fuertemente marcadas por el pasado (como los gremios procedentes de la Edad Media), o en la dificultad para comprender la necesidad de una organización general de la clase para llevar a cabo la lucha contra el orden capitalista del que hacían, sin embargo, una crítica muy radical.

En las primeras organizaciones de masas de la clase obrera, se suele ver a veces la expresión de una tendencia a buscar una ilusoria vuelta hacia el pasado, como también intuiciones del porvenir de la clase que iban mucho más allá de sus capacidades del momento: por ejemplo, los esfuerzos de organización sindical clandestina en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII (conocida con el nombre de “Army of Redressors” bajo el mando del mítico general Ludd) expresaban a menudo el deseo de volver al tiempo de la producción artesana; por otro lado, la meta que se da el “Grand National Consolidated Union” a principios del siglo XIX (3), o sea reunir los diferentes movimientos corporativistas en una huelga general revolucionaria prefigura de forma utópica la organización de los soviets de un siglo más tarde.

La burguesía supo reconocer muy rápidamente el peligro que representaba la organización masiva de los obreros: en Francia, la ley “Le Chapelier” prohibió ya desde 1793, en pleno período revolucionario, cualquier forma de asociación obrera, hasta las simples asociaciones de ayuda económica frente al paro o la enfermedad.

Según se va desarrollando, el proletariado se va afirmando como clase autónoma frente a las demás clases de la sociedad. En el chartismo inglés hay ya un embrión del partido político de clase y también se expresa en él la primera separación del proletariado de la pequeña burguesía radical. La oleada de luchas que se acabó con la derrota de las revoluciones de 1848 (y también la del chartismo) nos legó los principios elaborados en el Manifiesto comunista. Sin embargo, la idea de un verdadero partido político del proletariado tardará mucho tiempo en nacer, puesto que se hubo que esperar a la Primera internacional de principios de 1860 para ver reunidas las características a la vez de un partido político y de una organización unitaria de masas.

La Comuna de París de 1871, y el Congreso de La Haya de la Primera internacional en 1872, fueron un punto de ruptura para el movimiento obrero sobre la cuestión del desarrollo de su organización. La capacidad de las masas obreras para superar en su organización las ideas y la práctica conspiradora de los blanquistas ya había sido ampliamente demostrada, tanto por los éxitos en las luchas económicas de los obreros organizados en la Primera internacional como por el primer poder histórico de la clase obrera que fue la Comuna de París. En adelante, sólo los anarquistas fieles a la idea del “acto ejemplar”, y en particular los adeptos de Bakunin (4), segurían siendo partidarios de la conspiración ultraminoritaria como medio de acción. La Comuna había demostrado además lo absurdo de la idea de que los obreros podrían desdeñar la actividad política (o sea la acción reivindicativa con respecto al Estado en lo inmediato, y la toma del poder político en una perspectiva revolucionaria).

El reflujo de la lucha y de la conciencia de clase tras la derrota de la Comuna hizo que no se pudieran sacar esas lecciones en lo inmediato. Pero en los treinta años siguientes se produjo una decantación en el proletariado sobre la forma de organizarse: por un lado, las organizaciones sindicales para la defensa de los intereses económicos de cada corporación (5) y, por otro, la organización en partidos políticos parlamentarios (lucha por imponer un límite legal al trabajo de los niños y de las mujeres así como el límite de la jornada laboral, por ejemplo), así como para la preparación y la propaganda por el “programa máximo”, o sea la destrucción del capitalismo y la transformación socialista de la sociedad.

Al estar todavía el capitalismo en su conjunto en su fase ascendente, con una expansión sin precedentes del desarrollo de las fuerzas productivas (los treinta últimos años del siglo XIX conocieron a la vez esa expansión y la extensión de las relaciones de producción capitalistas por el mundo entero), aún era posible para la clase obrera arrancarle reformas duraderas a la burguesía (6). La presión sobre los partidos burgueses en el marco parlamentario permitía que se adoptaran leyes favorables a la clase obrera y retrocedieran las “leyes inicuas” que prohibían que la clase se organizara en sindicatos y partidos políticos.

Sin embargo, aquellos éxitos de la acción de los partidos obreros dentro del propio capitalismo contenían peligros muy graves para el proletariado. La corriente reformista consideraba, por ejemplo, que ese desarrollo de la influencia de las organizaciones obreras gracias a la obtención de reformas reales a favor de la clase obrera era algo definitivo, cuando, en realidad, era algo temporal. Esa corriente, para la cual “el movimiento lo es todo y la meta no es nada”, se plasma a finales del siglo XIX principalmente, según los países, ya sea en los partidos políticos ya en los sindicatos. En Alemania, por ejemplo, el intento de la corriente en torno a Bernstein de oficializar una política oportunista de abandono de la perspectiva revolucionaria, fue fuertemente combatida en el partido socialdemócrata por la resistencia de la izquierda en torno a Rosa Luxemburg y Anton Pannekoek. En cambio, ganaron mucho más fácilmente una fuerte influencia en los grandes aparatos sindicales. En Francia, en donde el partido socialista estaba mucho más influenciado por la ideología reformista y oportunista, la situación es totalmente la contraria. Así es como el gobierno Waldeck-Rousseau de 1899 a 1901 contaba con un ministro socialista, Alexandre Millerand (7). Esta participación ministerial fue rechazada por el conjunto de la socialdemocracia en los congresos de la Segunda internacional, rechazo que los socialistas franceses aceptaron a regañadientes y muchos de ellos con gran pesar. No es pues por casualidad si en 1914, cuando se produjo la ruptura entre las organizaciones obreras pasadas al enemigo (partidos socialistas y sindicatos) y la Izquierda internacionalista, ésta procedía del partido alemán (el grupo Spartakus en torno a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht) y de los sindicatos franceses (la tendencia internacionalista representada por Rosmer, Monatte y Merheim entre otros).

De forma general, fue en las fracciones parlamentarias de los partidos socialistas y en el aparato comprometido en el trabajo parlamentario donde estuvo más presente el oportunismo. También era en el parlamento adonde salían acudir presurosos los elementos arribistas deseosos de aprovecharse de la influencia creciente del movimiento obrero, y que, claro está, no tenían la menor preocupación por la destrucción revolucionaria del orden existente. Por eso se desarrolló en la clase obrera una tendencia a identificar el trabajo político con la actividad parlamentaria, ésta con el oportunismo y el arribismo, éstos con la intelligentsia pequeño burguesa de abogados y periodistas, y en fin de cuentas, con la noción misma de partido político.

Contra el desarrollo del oportunismo, muchos obreros contestaron rechazando la actividad política en su conjunto, replegándose por así decirlo en la actividad sindical. Por eso fue por lo que el movimiento sindicalista revolucionario, corriente realmente obrera, se propuso la meta de construir sindicatos que fueran órganos unitarios de la clase obrera capaces tanto de agruparla para la defensa de sus intereses económicos como de prepararla para tomar el poder por la huelga general, y también de ser la estructura organizativa de la sociedad comunista del mañana. Estos sindicatos debían ser sindicatos de clase –librados del arribismo de una intelligentzia que intentaba aprovecharse del movimiento obrero para entrar en el Parlamento– independientes de cualquier partido político, como lo puso en evidencia el congreso de Amiens de 1906 de la CGT francesa.

Como decía Lenin,

“En muchos países de Europa del Este, el sindicalismo revolucionario ha sido el resultado directo e inevitable del oportunismo, del reformismo y del cretinismo parlamentario. También en nuestro país los primeros pasos de la “actividad en la Duma” han reforzado mucho el oportunismo, reduciendo a los mencheviques al servilismo ante los demócratas liberales. (...) El sindicalismo revolucionario se desarrollará en Rusia como reacción a esa conducta vergonzante de los “distinguidos” socialdemócratas” (8).

Las principales características de las corrientes sindicalistas revolucionarias

¿En qué consiste entonces ese sindicalismo revolucionario del que Lenin preveía que se iba a desarrollar? Sus diversos componentes comparten ya una misma visión de lo que ha de ser un sindicato. Nada mejor para resumir esta concepción que citar el preámbulo de la Constitución de International Workers of the World (IWW), adoptada en Chicago en 1908:

“La misión histórica de la clase obrera es suprimir el capitalismo (9). El ejército de los productores ha de organizarse no solo para su lucha cotidiana contra los capitalistas, sino también para hacerse cargo de la producción cuando el capitalismo haya sido derrocado. Organizándonos por industrias, formamos la estructura de la nueva sociedad en el interior mismo de la antigua” (10).

El sindicato ha de ser entonces el órgano unitario de la clase tanto para la defensa de sus intereses inmediatos como para la toma revolucionaria del poder y para la organización futura de la sociedad comunista. Esta visión considera a los partidos políticos, en el mejor de los casos, como algo inútil (Bill Haywood consideraba que IWW era “el socialismo en mono de obrero”) y en el peor un criadero de burócratas en ciernes.

Esta visión propia del sindicalismo revolucionario suscita dos críticas, sobre las que volveremos más tarde.

La primera crítica es sobre la idea según la cual se podría “formar la estructura de la nueva sociedad dentro de la antigua”. Pensar que sería posible empezar a construir la nueva sociedad en la antigua viene de una incomprensión profunda del antagonismo entre la última de las sociedades de explotación, el capitalismo, y la sociedad sin clases que se pretende instaurar. Es un error grave que lleva a subestimar la profundidad de la transformación social necesaria para operar la transición entre ambas formas sociales y, también, a subestimar la resistencia de la clase dominante contra la toma de poder por la clase obrera.

De hecho, cualquier concesión inmediatista o reformista que tienda a querer librarse artificialmente de las coacciones y leyes que rigen la transición del capitalismo hacia la sociedad sin clases, le está haciendo la cama a ideas tan reaccionarias como la autogestión (o sea la autoexplotación) o la construcción del socialismo en un solo país tan querida por Stalin. Cuando nuestros anarcosindicalistas contemporáneos hacen a los bolcheviques la crítica de no haber adoptado medidas radicales de transformación social ya desde 1917, aún cuando el capitalismo dominaba económicamente el conjunto del planeta, Rusia incluida, demuestran de hecho su visión reformista de la revolución y de la nueva sociedad a la que debe dar luz.

No puede uno extrañarse de eso, puesto que el sindicalismo revolucionario, en fin de cuentas, lo que hace es preconizar la continuidad de la propiedad privada por parte de los obreros, convirtiéndose la propiedad privada del capitalista en propiedad privada de un grupo de obreros, en la que cada taller, cada empresa guarda su autonomía respecto a las demás. La transformación social es así tan poco radical que los mismos obreros seguirán trabajando en las mismas industrias y, necesariamente, en las mismas condiciones.

La segunda crítica que se ha de hacer al sindicalismo revolucionario es la de mantenerse ajeno a la experiencia revolucionaria real de la clase. Para los marxistas, la Revolución rusa de 1905, con el surgimiento espontáneo de los consejos obreros, fue un momento crucial. Para Lenin, los soviets eran “la forma por fin encontrada de la dictadura del proletariado”. Rosa Luxemburg, Trotski, Pannekoek, toda la izquierda de la socialdemocracia que formaría más tarde la Internacional comunista examinaron y analizaron aquel acontecimiento además de otros, como las grandes huelgas de Holanda en 1903. Así fue cómo la experiencia política de 1905 se convirtió, gracias a la lucha y la propaganda de las corrientes de izquierda de la Segunda internacional, en elemento vital de la conciencia obrera, que dará sus frutos en Octubre del 17 en Rusia (en donde, por cierto, los anarquistas desempeñaron un exiguo papel) y durante toda la oleada revolucionaria que verá surgir consejos obreros en Finlandia, Alemania y Hungría. Los sindicalistas “revolucionarios”, por el contrario, quedaron petrificados en sus esquemas abstractos que, por haber sido construidos basándose en la experiencia de la lucha sindical reformista durante el período ascendente del capitalismo, se revelaron perfectamente inadecuados para la lucha revolucionaria en el período de capitalismo decadente. También es verdad que a los anarquistas les place pretender que la “revolución española” fue más profunda que la Revolución rusa en términos de cambio social, pero ya veremos que en realidad no fue así, ni por asomo.

Los sindicalistas revolucionarios actuales han continuado la misma “tradición”, dejando totalmente de lado la experiencia real de las luchas obreras desde el 68. En particular, no tienen en cuenta para nada que la forma de organización de aquellas luchas no fue la sindical sino la de las asambleas generales soberanas con delegados elegidos y revocables (11), mientras que el Estado burgués, por su parte, fue incorporando directamente a los sindicatos en su seno (12).

Hemos visto que tanto sindicalistas revolucionarios como anarcosindicalistas comparten una visión del sindicato como lugar de organización de la clase obrera. Veamos ahora tres elementos clave de esta corriente que se pueden ver en las diversas organizaciones, y que examinaremos más en detalle en los próximos artículos.

La acción directa

Podría uno imaginarse que la cuestión de la acción directa la resolvió la historia. En los tiempos de ascenso del sindicalismo revolucionario, la acción directa se predicaba en oposición a la acción de los “jefes”, o sea, en general, de los dirigentes parlamentarios de los partidos socialistas o los burócratas sindicales. Ahora bien, desde la entrada del capitalismo en su fase de decadencia, no solo los partidos “socialistas” y “comunistas” traicionaron definitivamente a la clase obrera, sino que las mismas condiciones de la lucha de clases hacen que cualquier acción en el terreno parlamentario o de la conquista de “derechos” políticos se haya vuelto caduca. El debate entre “acción directa” y “acción política” ya no tiene entonces razón de ser. No por esto se ha de suponer que la historia ha resuelto el problema y que marxistas como anarquistas estarían ahora defendiendo de común acuerdo la acción directa de la clase obrera en sus luchas.

La realidad es muy diferente. Sobre el tema de la acción directa queda en evidencia la divergencia entre marxistas y anarquistas sobre la función de las minorías revolucionarias. Para los marxistas, la acción de las minorías revolucionarias es la de una vanguardia política de la clase obrera y no tiene nada que ver con la acción minoritaria heredada del “acto ejemplar” anarquista, con el que se intenta sustituir la acción de la clase entera. Las orientaciones que da la organización marxista a su clase dependen en permanencia del nivel de la lucha de clases, de la capacidad más o menos importante en un momento dado, del conjunto del proletariado para actuar como clase contra la burguesía, para asimilar los principios y los análisis de los comunistas en la lucha (para “apoderarse del arma de la teoría”, tal como lo expresaba Marx). El anarcosindicalismo, en cambio, sigue contagiado por la visión fundamentalmente moral y minoritaria de los anarquistas. Para esta corriente, la “acción directa” de las masas obreras no se distingue de la de las minorías, por pequeñas que sean.

La huelga general

La idea de huelga general no es específica del anarcosindicalismo, puesto que ya se puede encontrar en los escritos del socialista utopista Robert Owen a principios del siglo XIX y se convertiría en una de las características principales de la teoría sindicalista revolucionaria. Podemos destacar en ella varios aspectos fundamentales (13):

– el éxito, la preparación de la clase obrera para llevar a cabo la huelga general dependen del crecimiento en número y en potencia de las organizaciones sindicales (revolucionarias, claro está);

– la revolución no es un problema político: en la visión anarcosindicalista, la huelga general paralizará el Estado burgués, el cual dejará que los obreros se ocupen tranquilamente de la “transformación social”;

– la teoría de la huelga general está estrechamente ligada a la de autogestión, que se proclama esencialmente al nivel de la fábrica, del lugar de trabajo.

En los hechos, ninguna de esas ideas ha sobrevivido a la prueba de la experiencia concreta del proletariado. Para empezar, la teoría que considera que el período revolucionario viene precedido por un desarrollo continuo de la fuerza de los sindicatos se ha revelado totalmente falsa. Ni en la Revolución rusa, como tampoco en Alemania, los sindicatos fueron órganos de lucha o de poder del proletariado. Al contrario, no fueron, en el mejor de los casos, sino frenos o elementos conservadores (por ejemplo, el sindicato de los ferroviarios en Rusia se opuso abiertamente a la Revolución de 1917). Y esa es la razón por la que en todos los países implicados en la Primera Guerra mundial, el sindicato desempeñó para el Estado burgués un papel de alistamiento de la clase obrera, para así asegurar la producción de guerra y para impedir cualquier desarrollo de resistencia obrera contra la matanza. Un ejemplo de eso es cómo la dirección de la CGT anarcosindicalista asumió sin vacilar en 1914 ese papel de alistador con la entrada de Francia en la guerra mundial.

El rechazo de la “política” por el sindicalismo revolucionario tuvo como consecuencia la de desarmar totalmente a los obreros frente a las cuestiones que se plantearon en la realidad de los hechos, en los momentos críticos de la guerra y la revolución. Todas las cuestiones que se plantean entre 1914 y 1936 son cuestiones políticas: la guerra que estalla en 1914 ¿es una guerra imperialista o una guerra por la defensa de los derechos democráticos contra el militarismo alemán? ¿Qué postura tomar respecto a la “democratización” de los Estados absolutistas en febrero del 17 en Rusia o en 1918 en Alemania? ¿Qué postura tomar respecto al Estado democrático en España del 36: enemigo burgués o aliado antifascista? En cualquier caso, el anarcosindicalismo es incapaz de contestar y acaba cayendo en la alianza de hecho con la burguesía.

La experiencia de la huelga de masas en Rusia de 1905 cuestionó las teorías enunciadas hasta aquel entonces tanto por los anarquistas como por los socialdemócratas (marxistas en aquél entonces). Pero solo el ala izquierda del marxismo demostró la capacidad de sacar lecciones de aquella experiencia crucial:

“La Revolución rusa [de 1905], esa misma revolución que fue la primera experiencia histórica de la huelga general, no solo no rehabilita al anarquismo, sino que incluso ha significado la liquidación histórica del anarquismo (…) Así, la dialéctica de la historia, la base sólida en la que se apoya toda la doctrina del socialismo marxista, ha desembocado en el hecho de que el anarquismo, al que estaba indisolublemente ligada la idea de la huelga de masas, ha entrado en contradicción con la huelga de masas misma; en cambio, la huelga de masas combatida antaño como contraria a la acción del proletariado, aparece hoy como el arma más poderosa de la lucha política por la conquista de derechos políticos. Aunque es cierto que la revolución rusa obliga a revisar fundamentalmente el antiguo enfoque marxista respecto a la huelga de masas, sin embargo, únicamente el marxismo, con sus métodos, sus enfoques generales, sale victorioso con nuevos ímpetus. ‘La mujer amada por el Moro sólo podrá morir a manos del Moro’” (Rosa Luxemburg, Huelga de masas, partido y sindicatos; la cita final es una alusión a Othello, de Shakespeare).

Internacionalismo o antimilitarismo

Puede a primera vista parecer algo académico distinguir entre el internacionalismo y el antimilitarismo. ¿No será favorable a la fraternidad entre pueblos el que se opone a los ejércitos? ¿No se trata en el fondo del mismo combate? No. Existe entre ambos una diferencia de enfoque. El internacionalismo se basa en la comprensión de que a pesar de ser el capitalismo un sistema mundial, es incapaz, no obstante, de sobrepasar el marco nacional y la competencia cada vez más desenfrenada entre naciones. En 1848, la primera consigna del movimiento obrero no es antimilitarista, sino internacionalista: “Obreros de todos los países, ¡uníos!”. Para el ala izquierda marxista revolucionaria de la socialdemocracia antes de 1914, la lucha contra el militarismo no era sino un aspecto de una lucha mucho más amplia:

“Conforme a su concepción de la esencia del militarismo, la socialdemocracia considera que la abolición total del militarismo en sí es imposible: el militarismo no puede desaparecer más que cuando desaparezca el capitalismo, último sistema de sociedad de clases (…) la finalidad de la propaganda antimilitarista socialdemócrata no es combatir el sistema como fenómeno aislado, como tampoco su meta final es la abolición del militarismo en sí” (Karl Liebknecht, Militarismus und anti-militarismus, traducido por nosotros).

El antimilitarismo, en cambio, no es necesariamente internacionalista puesto que tiene tendencia a considerar que el enemigo principal no es el capitalismo como tal sino una aspecto de éste. Para el anarcosindicalismo de la CGT francesa de antes de 1914, la propaganda antimilitarista tenía sobre todo como motivo la experiencia inmediata del uso del ejército contra los huelguistas. Consideraba que era necesario apoyar moralmente a los jóvenes proletarios mientras hacían su “mili” y, a la vez, convencer a la tropa para que se negara a utilizar las armas contra los huelguistas. Esta meta no es criticable en sí. Pero el anarcosindicalismo seguía siendo incapaz de entender el militarismo como fenómeno íntegramente vinculado al capitalismo, un fenómeno que no cesó de fortalecerse en los años que precedieron 1914, en los que las grandes potencias se preparaban para la Primera Guerra mundial. La idea de que el militarismo no es sino un pretexto para mantener una fuerza represiva antiobrera es típica de esa incomprensión, y así la expresaron claramente los dirigentes anarcosindicalistas Pouget y Pataud:

“A los gobiernos les interesaba conservar la guerra – porque la guerra es para ellos el mejor artificio de dominación. Gracias al miedo a la guerra, hábilmente mantenido, podían llenar el país de ejércitos permanentes que, so pretexto de proteger las fronteras, no amenazaban en realidad más que al pueblo y no protegían más que a la clase dominante” (Cómo haremos la revolución).

De hecho, el antimilitarismo de la CGT se parece al pacifismo en su facultad para dar un giro de 180 grados cuando “la patria está en peligro”. En 1914, los antimilitaristas descubrieron del día a la mañana que la burguesía francesa era “menos militarista” que la alemana, y que había entonces que defender la “tradición revolucionaria” francesa de 1789 contra la brutalidad inculta de los militaristas prusianos y no “transformar la guerra imperialista en guerra civil”, citando la fórmula de Lenin.

La cuestión del militarismo no podía plantearse de la misma manera después de la espantosa matanza de 1914-18, que sobrepasó en horror todo lo que hubiesen podido imaginarse los antimilitaristas de antes del 14. La ideología antimilitarista tuvo, en cierto modo, un sucesor en la ideología antifascista, como podremos ver cuando tratemos el papel de la CNT durante la guerra de España en los años 30. En ambos casos, los anarcosindicalistas escogieron apoyar un campo de la burguesía, el más democrático, contra el más autoritario y dictatorial.

Distinguir el anarcosindicalismo del sindicalismo revolucionario

Distinguir entre ambas corrientes muy relacionadas entre sí no era nada sencillo para sus contemporáneos. Antes de 1914, por ejemplo, se puede decir que la CGT francesa sirvió, en cierto modo, de guía para otras corrientes sindicalistas revolucionarias en el sentido más amplio, algo parecido al SPD alemán que había sido la organización guía para los demás partidos de la Segunda internacional.

No obstante, con la distancia que nos permite la historia, es necesario distinguir entre las posiciones anarcosindicalistas y las sindicalistas revolucionarias. Esta distinción cubre, en gran parte, la diferencia entre los países menos industrialmente desarrollados (Francia y España) y los países capitalistas más avanzados e importantes del siglo XIX (Gran Bretaña) y del XX (Estados Unidos). Está estrechamente ligada a la influencia mayor que tuvo el anarquismo, característico de la pequeña burguesía y de los artesanos en vías de proletarización en los países en que el movimiento obrero era más atrasado, mientras que el sindicalismo revolucionario fue una respuesta más adaptada a la problemática de un proletariado muy concentrado en la gran industria.

Examinemos brevemente cuatro elementos importantes que nos permiten diferenciar ambas corrientes.

En contra o a favor de la centralización

El anarcosindicalismo siempre ha sido federalista, considerando que la federación sindical no es sino un agrupamiento de sindicatos independientes: la confederación no dispone de la menor autoridad a nivel de cada sindicato. En la CGT en particular, esta posición convenía perfectamente a los anarcosindicalistas que dominaban sobre todo en los pequeños sindicatos, debido a que el sistema de toma de decisión (una voto por sindicato) en el plano confederal les otorgaba un peso en la CGT que iba mucho más allá de su importancia numérica real.

El sindicalismo revolucionario de IWW, en cambio, se funda implícita y explícitamente en la centralización internacional de la clase obrera. No es casualidad si una de las consignas de IWW es “One big Union” (un solo gran sindicato). El nombre mismo del sindicato (Obreros industriales del mundo) anuncia claramente su intención –a pesar de que la realidad jamás estuvo a la altura de sus ambiciones– de agrupar a los obreros del mundo entero en una única organización. Los estatutos de IWW adoptados en Chicago en 1905 ratificaban la autoridad del órgano central de esta forma:

“Las subdivisiones internacionales y nacionales de los sindicatos tendrán una autonomía completa en lo que toca a sus asuntos internos respectivos con una condición: el consejo ejecutivo general ha de controlar esos sindicatos en aras del interés general” (14).

La actitud respecto a la acción política

Esa actitud es muy diferente entre anarcosindicalistas y sindicalistas revolucionarios. A pesar de que había miembros de los partidos socialistas en ciertos sindicatos de la CGT, los anarcosindicalistas eran “apolíticos”, no viendo en los partidos más que chanchullos parlamentarios o “de jefes”. La famosa Carta de Amiens de 1906 afirma la independencia total de la CGT con respecto a los partidos o “sectas” (en referencia a los grupos anarquistas). El rechazo de toda visión política (que se entendía entonces exclusivamente con el enfoque de la actividad parlamentaria) fue lo que impidió a la CGT estar un mínimo armada ante al guerra de 14, pues la guerra no correspondía a los esquemas previstos por la huelga general, pues ésta sólo era considerada en el terreno puramente “económico”. El rechazo anarquista de la “política” no tenía el mismo eco en IWW, aunque esta organización también quería ser una organización unitaria de la clase obrera y mantener su entera libertad de acción con respecto a las organizaciones políticas. Al contrario, los fundadores o dirigentes más famosos de IWW eran a menudo miembros de un partido político: Big Bill Haywood no solo era secretario de la Western Federation of Miners, sino también miembro del SPA (Socialist Party of America), así como A. Simons. Daniel De Leon, del SLP (Socialist Labor Party), también desempeñó un papel de primer orden en la formación de IWW. En el contexto más bien particular de Estados Unidos, IWW solía ser considerado por la burguesía y el sindicato reformista AFL (American Federation of Labour) como la expresión sindical del socialismo político. Aún después de la escisión de 1908, en el Congreso en el que IWW modificó su constitución para negar todo apoyo a la acción política (o sea esencialmente electoral), habrá miembros del SPA que seguirán teniendo un papel fundamental en IWW. Haywood en particular será elegido para el comité ejecutivo del SPA en 1911: su elección fue para los revolucionarios una victoria contra el reformismo en el propio partido socialista.

Del mismo modo resultaría imposible explicar la influencia del sindicalismo revolucionario en les shop-stewards de Gran Bretaña, por no mencionar el papel desempeñado por John MacLean y el SLP escocés. Tampoco es una casualidad si los bastiones del movimiento de los shop-stewards (la siderurgia y las minas de carbón del sur del País de Gales, la cuenca industrial de la Clyde en Escocia, la región de Sheffield en Inglaterra) también serán los bastiones del Partido comunista en los años que siguieron a la Revolución rusa.

El posicionamiento de ambas corrientes ante la guerra

La diferencia es aquí muy importante. Si situamos entre 1900 y 1940 el período de auge del sindicalismo, se evidencia una diferencia importante entre el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario sobre la actitud de ambas corrientes ante la guerra imperialista:

– el anarcosindicalismo se fue al garete con armas y equipo con su apoyo a la guerra imperialista: la CGT en 1914 alistó a los obreros franceses para la guerra, y la CNT española, con su caída en el antifascismo y su participación en el gobierno, se convirtió en uno de los principales apoyos de la república burguesa;

– por su parte, el sindicalismo revolucionario mantuvo posiciones internacionalistas: IWW en Estados Unidos y los shop-stewards en Gran Bretaña integraron las filas de la resistencia obrera a la guerra.

Es evidente que esa distinción ha de ser matizada: el sindicalismo revolucionario tuvo varias debilidades (en particular su fuerte tendencia a no ver la cuestión de la guerra más que desde el limitado enfoque de la lucha económica contra sus efectos). Pero la distinción es válida en lo que a organizaciones se refiere.

A pesar de sus debilidades, el sindicalismo revolucionario hizo surgir una parte de los militantes obreros más determinados en la lucha contra la guerra, mientras que el anarcosindicalismo dio ministros a los gobiernos de Unión sagrada en las Repúblicas francesa y española.

Conclusión

“Tiene perfectamente razón el compañero Voinov cuando llama a los socialdemócratas a sacar lecciones de los ejemplos del oportunismo y del sindicalismo revolucionario. El trabajo revolucionario en los sindicatos, al hacer hincapié no en la marrullería parlamentaria sino en la educación del proletariado, en la adhesión a las organizaciones enteramente clasistas, en la lucha fuera del parlamento, en la capacidad de utilizar la huelga general (y también en la preparación de las masas para utilizarla con éxito), así como las “formas de lucha de diciembre” (15) en la Revolución rusa, todo esto es, sin la menor duda, la tarea de la tendencia bolchevique. Y la experiencia de la Revolución rusa nos facilita esta tarea, nos proporciona muchas y ricas enseñanzas en términos de orientación práctica y de elementos históricos, que nos dan la posibilidad de evaluar concretamente los nuevos métodos de lucha, la huelga de masas y la utilización de la fuerza directa. Estos métodos de lucha no son nuevos para los bolcheviques rusos o para el proletariado en Rusia. Son “nuevos” para los oportunistas que hacen lo que pueden para erradicar de las mentes obreras en Occidente el recuerdo de la Comuna de París como de las mentes de los obreros rusos el recuerdo de diciembre de 1905. Para fortalecer estos recuerdos, hacer un estudio científico de esa gran experiencia, difundir sus lecciones entre las masas, así como la comprensión de lo inexorable de su repetición a otra escala –esa tarea de los socialdemócratas en Rusia nos abre perspectivas inmensamente más fuertes que el “antioportunismo” y el “antiparlamentarismo” unilateral de los sindicalistas revolucionarios” (16).

Para Lenin, el sindicalismo revolucionario era una respuesta proletaria al oportunismo y al cretinismo parlamentario de la socialdemocracia, pero una respuesta parcial y esquemática, incapaz de entender en toda su complejidad el período bisagra de principios del siglo XX. A pesar de las diferencias históricas que hicieron surgir las diferentes corrientes sindicalistas revolucionarias, todas ellas tenían ese defecto común. Como veremos en los próximos artículos, esa debilidad les fue fatal: en el mejor de los casos, la corriente sindicalista revolucionaria no supo contribuir plenamente al desarrollo de la oleada revolucionaria de 1917-23; en el peor, se hundió en el apoyo abierto al capitalismo imperialista que había creído combatir durante años.

Jens, 04/07/04

 

(1) Veremos más adelante las diferencias entre el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo. Brevemente, se puede decir que el anarcosindicalismo es una rama del sindicalismo revolucionario. Todos los anarcosindicalistas se consideran sindicalistas revolucionarios, pero no todos los sindicalistas revolucionarios se consideran anarcosindicalistas.

(2) La traición de los partidos socialistas en 1914 fue combatida por la izquierda de esos partidos (Rosa Luxemburg, Pannekoek, Gorter, Lenin, Trotski...) desde principios del siglo XX; durante los años 20-30, la traición de los partidos comunistas (que se pusieron a la cabeza de la contrarrevolución) así como la de la corriente trotskista durante la Segunda Guerra mundial fueron combatidas por los comunistas de izquierda (KAPD en Alemania, GIK en Holanda, Izquierda del PC italiano en torno a Bordiga, las fracciones de la Izquierda internacional Bilan e Internationalisme).

(3) El “Grand National Consolidated Union” se creó en 1833, con la participación activa de Robert Owen, bien conocido por sus escritos socialistas utópicos; según la prensa de la época, habría logrado alistar a unos 800 000 obreros ingleses (vease Preparing for Power, de J.T. Murphy).

(4) A los anarquistas les gusta oponer el “libertario” y “democrático” Bakunin al “autoritario” Marx. El aristócrata Bakunin tenía en realidad un profundo desprecio por el “pueblo” que según él debía ser dirigido por la mano invisible de la conspiración secreta: “Para la verdadera revolución se necesitan, no individuos situados a la cabeza de las masas, sino hombres ocultos invisiblemente en medio de ellas, que establezcan vínculos ocultos entre unas masas y otras, y que también de manera invisible den así una sola e idéntica dirección, un solo y mismo espíritu y carácter al movimiento. La organización secreta preparatoria no tiene más sentido que éste, y solo para ello es necesaria” (Bakunin, Los Principios de la revolución). Para más detalles sobre las ideas organizativas de Bakunin, véase la Revista internacional nº 88 y la excelente biografía de E.H. Carr.

(5) Los sindicatos en aquel entonces estaban organizados por gremios, y la organización a menudo limitada únicamente a los obreros cualificados.

(6) Como ejemplo de la diferencia entre el período ascendente y el decadente del capitalismo, se puede señalar la evolución de la duración de la jornada laboral, que de 16 a 17 horas a principios del siglo XIX tiende hacia 10 horas, e incluso 8 en ciertas industrias, a principios del siglo XX. Desde entonces, la jornada laboral efectiva (dejando de lado esas estafas como la de las 35 horas en Francia, que además está hoy cuestionando la burguesía) se quedó bloqueada en torno a unas ocho horas cotidianas a pesar del brutal aumento de la productividad. En ciertos países como Gran Bretaña, la tendencia es al alza en estos veinte últimos años: la típica jornada de nueve a cinco de la tarde se ha ido sustituyendo por una jornada de nueve a seis y más incluso.

(7) Millerand era un abogado muy estimado en el movimiento obrero francés debido a sus cualidades de defensor de los sindicalistas. Protegido por Jaurès, entró en el Parlamento en 1885 como socialista independiente. Pero su participación en el gobierno de Waldeck-Rousseau provocó la oposición de los socialistas, de los que se alejó progresivamente a partir de 1905. Fue ministro de Obras públicas (1909-1910) y de la Guerra (1914-1915).

(8) En el prefacio al folleto de Voinov (Lunacharsky) sobre la actitud del partido respecto a los sindicatos (1907). Traducido por nosotros. En los hechos, si, al fin y al cabo, el sindicalismo revolucionario en Rusia se desarrolló tan poco, fue porque los obreros rusos se volcaron hacia un partido político marxista verdaderamente revolucionario, el Partido bolchevique.

(9) Se ha de señalar aquí que la idea de la misión histórica de la clase obrera es algo que pertenece totalmente a la tradición marxista y escasamente a la anarquista.

(10) Todas las citas de IWW están sacadas del libro de Larry Portis, IWW y el sindicalismo revolucionario en Estados Unidos.

(11) Léanse también nuestros artículos sobre las huelgas de Polonia en 1980.

(12) Para los escépticos, basta con ver hasta qué punto los sindicatos de los países “democráticos” están financiados por el Estado. El periódico francés La Tribune del 23 de febrero del 2004 indica que 2500 funcionarios están pagados por el ministerio de Educación por su labor sindical. Ese periódico también habla de subvenciones a los sindicatos como los 35 millones de euros otorgados anualmente para el “funcionamiento del sistema paritario”.

(13) El concepto anarcosindicalista de la huelga general está expuesto de forma bastante detallada, aunque un tanto adornada, en el libro escrito por Pouget y Pataud (ambos eran dirigentes de la CGT en 1914), Comment nous ferons la révolution (Cómo haremos la revolución). Hemos de volver sobre este tema.

(14) Se ha de señalar aquí un nivel de centralización que iba mucho más allá del que existía en la Segunda internacional.

(15) O sea los Soviets.

(16) Lenin, op. cit., traducido por nosotros.

Series: 

Corrientes políticas y referencias: 

La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico (I)

Emprendemos una nueva serie dedicada a la teoría de la decadencia (1). Desde hace algún tiempo no han cesado las críticas sobre ella. Algunas procedían sobre todo de grupúsculos académicos o parásitos. Otras, expresión  de ciertas incomprensiones, procedían del medio revolucionario (2). También de elementos en búsqueda que se interrogan sobre la evolución histórica del capitalismo. Hemos respondido a la mayor parte y a las principales de entre ellas (3). Sin embargo hoy asistimos a un giro en la naturaleza de las críticas que se le hacen. No son únicamente dudas o incomprensiones, sino que estamos asistiendo desde la puesta en cuestión de partes concretas de esta teoría, pasando por su rechazo total, hasta la crítica en toda regla e incluso a la execración del marxismo.

La teoría de la decadencia es la  plasmación del materialismo histórico a la hora de analizar la evolución de los medios de producción. Es el marco indispensable para entender el periodo histórico en el que vivimos. Saber si la sociedad, históricamente hablando, avanza o se ha estancado es determinante para comprender todo lo que está en juego y para actuar en consecuencia. Como en el caso de todas las sociedades del pasado, la fase ascendente del capitalismo traduce el carácter históricamente necesario de las relaciones de producción que este sistema de explotación encarna; es decir, de su naturaleza indispensable para el pleno desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. La fase decadente, al contrario traduce la transformación de esas relaciones en un estorbo, cada día que transcurre mayor para ese mismo desarrollo. Así está planteado en uno de los aportes teóricos fundamentales que nos legaron K. Marx y F. Engels.

El siglo XX ha sido el siglo más sangriento de toda la historia de la humanidad, tanto por el grado, la frecuencia y la amplitud de las guerras que lo han ocupado como por la magnitud incomparable de las catástrofes humanas que han sucedido en este periodo: desde las mayores hambres de la historia hasta los genocidios sistemáticos, pasando por crisis económicas que quebrantaron el planeta y dejaron a decenas de millones de proletarios y de otros muchos seres humanos sumidos en la más absoluta de las miserias. Entre el siglo XIX y el XX la comparación es inapelable. En su “Belle Epoque” el modo de producción burgués había alcanzado cotas sin precedentes: había unificado el planeta, había alcanzado cotas de productividad y de sofisticación tecnológica con los que apenas si se había soñado en el pasado. Pese a la acumulación de tensiones en los cimientos de la sociedad, los veinte últimos años de la ascendencia del capitalismo (1894-1914) son los más prósperos, el capitalismo parece invencible y los conflictos armados quedan confinados en su periferia. A diferencia del “largo siglo XIX” que fue un periodo de progreso material, intelectual y moral casi ininterrumpido, se asiste desde 1914  a una acentuada regresión en todos los niveles. El carácter crecientemente apocalíptico que adquiere la vida económica y social en el conjunto del planeta y la amenaza de autodestrucción de éste, metido en una serie de conflictos sin fin y de catástrofes ecológicas cada vez más graves, no son ni una fatalidad natural ni el resultado de una pretendida locura humana, tampoco una característica propia del capitalismo desde sus orígenes. Es una manifestación de la decadencia del modo de producción capitalista el cual, tras haber sido, desde el siglo XVI hasta la Primera Guerra mundial (4), un potente factor de desarrollo económico, social y  político se ha transformado en un obstáculo para el avance de ese desarrollo hasta tal punto que amenaza la supervivencia misma del planeta en el que estamos.

¿Por qué la humanidad tiene que estar permanentemente dudando sobre su futuro a la vista de las amenazas que penden sobre su porvenir, cuando ha alcanzado un grado tal de desarrollo de las fuerzas productivas que le permitiría entrar en el camino de la realización de un mundo sin penuria material y de una sociedad unificada capaz de modelar su vida de acuerdo a sus necesidades, su conciencia, sus deseos, por primera vez en su historia? ¿Es el proletariado mundial, verdaderamente, la fuerza revolucionaria capaz de sacar a la humanidad del atolladero en el que el capitalismo la ha encajonado? ¿Por qué la mayor parte de las formas de lucha de la clase obrera en nuestra época no pueden ser como lo fueron en  el siglo XIX, es decir, luchas por reformas graduales a través del sindicalismo, del parlamentarismo, del apoyo a la constitución de ciertos Estados nacionales, del apoyo circunstancial a ciertas fracciones progresistas de la burguesía, etc.? Es imposible pretender guiarse en la situación actual y menos aún asumir funciones de vanguardia si no se tiene una visión global, coherente, que permita contestar a preguntas tan elementales como cruciales. El marxismo –el materialismo histórico– es la única concepción del mundo que permite responder a las preguntas formuladas aquí. Su respuesta, clara y sencilla, puede ser resumida en pocas palabras: igual que los sistemas que le han precedido, el capitalismo no es un sistema eterno:

“Llegado a un cierto punto, el desarrollo de las fuerzas productivas acaba convirtiéndose en un obstáculo para el capital; en otros términos, el sistema capitalista acaba siendo un obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo. Llegado a este punto, el capital, o más exactamente el trabajo asalariado, entra en la misma relación con respecto al desarrollo de la riqueza social y de las fuerzas productivas que el sistema de los gremios, de la servidumbre, del esclavismo y es necesariamente rechazado como un obstáculo más. La última forma de servidumbre que toma la actividad  humana –el trabajo asalariado por un lado y el capital por otro– queda entonces al desnudo, desnudez que es ella misma resultado del modo de producción que corresponde al capital. Ellos mismos negación de las formas anteriores de la producción social sojuzgada, el trabajo asalariado y el capital son a su vez negados por las condiciones materiales y espirituales surgidas de su propio proceso de producción. La incompatibilidad creciente entre el desarrollo creador de la sociedad y las relaciones de producción establecidas se traduce en agudos conflictos, crisis, y convulsiones” (Principios de una Crítica de la economía política).

Mientras el capitalismo cumplía una función históricamente progresista y el proletariado no estuvo suficientemente desarrollado, las luchas proletarias no podían llegar a transformarse en una revolución mundial triunfante pero sí que permitían a la clase obrera reconocerse y afirmarse como clase, a través de la lucha sindical y parlamentaria, para obtener verdaderas reformas y mejoras duraderas de sus condiciones de existencia. A partir del momento en que el sistema capitalista entra en decadencia, la revolución comunista mundial se plantea ya como posibilidad y como necesidad, en el orden del día de la historia. Esto trastorna totalmente las formas del combate proletario, incluso en el plano inmediato de las luchas reivindicativas, que no se expresan, ni en sus contenidos ni en sus formas, por los medios de lucha que se forjaron en el siglo XIX, como el sindicalismo y la representación parlamentaria de sus organizaciones políticas.

Resultado de los movimientos revolucionarios que acabaron poniendo fin a la Primera Guerra mundial, la constitución de la IIIa Internacional (1919) se apoyaba en la constatación del final del papel históricamente progresista de la burguesía:

II. El período de decadencia del capitalismo. Tras haber analizado la situación económica mundial,. el tercer Congreso pudo comprobar con absoluta precisión que el capitalismo, después de haber realizado su misión de desarrollar las fuerzas productivas, cayó en la contradicción más irreductible con las necesidades no sólo de la evolución histórica actual sino también con las condiciones más elementales de existencia humana. Esta contradicción fundamental se reflejó particularmente en la última guerra imperialista y fue agravada por esa guerra que conmovió del modo más profundo el régimen de la producción y de la circulación. El capitalismo, que de ese modo sobrevivió a sí mismo, entró en una fase en la que la acción destructora de sus de sus fuerzas desencadenadas arruina y paraliza las conquistas económicas creadoras ya realizadas por el proletariado encadenado a la esclavitud capitalista. (…) Lo que hoy atraviesa el capitalismo no es otra cosa que su agonía.” (“Resolución sobre la táctica” del IIº Congreso de la Internacional comunista, junio 1921. Cuadernos de PyP nº 47). Desde entonces, el hecho de considerar la guerra mundial como hito de la entrada del sistema capitalista en su fase de decadencia, se convierte en parte del patrimonio común de la mayoría de los grupos de la Izquierda comunista, que han sabido, gracias a esta brújula histórica, mantenerse en un terreno de clase intransigente y coherente. La CCI no ha hecho sino retomar y desarrollar ese patrimonio tal y como fue trasmitido y enriquecido por el trabajo de las corrientes de las Izquierdas germano-holandesa e Italiana durante los años 30 y 40 y después por la Izquierda comunista de Francia en los años 40 y 50.

En vista de los combates de clase decisivos que se preparan, es hoy más que nunca indispensable para el proletariado reapropiarse de su concepción del mundo, desarrollada a lo largo de más de doscientos años de luchas obreras y de elaboración teórica de sus organizaciones políticas. Más que nunca es indispensable que el proletariado comprenda que la actual aceleración de la barbarie y la exacerbación ininterrumpida de su explotación no son “desastres naturales” sino las consecuencias de las leyes económicas y sociales capitalistas, históricamente caducas desde principios del siglo XX, que continúan rigiendo el mundo. Más que nunca es indispensable que la clase obrera comprenda que las formas de lucha que aprendió en el siglo XIX (programa mínimo de luchas por reformas, apoyo a las fracciones progresistas de la burguesía, etc.), si tenían sentido cuando el capitalismo se encontraba en plena fase ascendente y éste podía “tolerar” la existencia de un proletariado organizado en el seno de la sociedad, esas mismas formas no pueden conducirle, a la hora de la decadencia de este sistema, sino a la impotencia y a la ineficacia. Más que nunca es crucial que el proletariado comprenda que la revolución comunista, de la que él es portador, no es un sueño quimérico, una utopía sino una necesidad y una posibilidad, que encuentran sus fundamentos científicos en la comprensión de la decadencia misma del modo de producción capitalista.

El objeto de esta nueva serie de artículos sobre la teoría de la decadencia es responder a todas las objeciones que esa teoría plantea, objeciones que obstaculizan la clarificación de las nuevas fuerzas revolucionarias que se aproximan a las posiciones de la Izquierda comunista. Objeciones que gangrenan la claridad política entre los grupos del medio revolucionario.

 

1) Leer con interés la serie precedente formada por ocho artículos titulados “Comprender la decadencia” en la Revista internacional nos 48, 49, 50, 54, 55, 56, 58 y 60.

2) Leer nuestros artículos en la Revista internacional nos 77 y 78 sobre “El rechazo de la decadencia y la guerra” referentes al PCInt (Parti communiste international) y los artículos en los nos 79, 82, 83 y 86 sobre la guerra, la crisis histórica del capitalismo y la mundialización que conciernen al BIPR (Buró internacional por el Partido revolucionario).

3) Revista internacional nos 105 y 106 en repuesta a los nuevos elementos revolucionarios que están surgiendo en Rusia.

4) Desde el siglo XVI hasta las revoluciones burguesas en el marco de la decadencia feudal, y desde las revoluciones burguesas hasta 1914 como fase ascendente del capitalismo propiamente hablando.

Series: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Notas sobre los conflictos imperialistas en Oriente Medio (III)

Los dos primeros artículos de esta serie sobre los conflictos imperialistas en Oriente Medio ponían en evidencia la manipulación por parte de las grandes potencias, de Gran Bretaña en especial, de los nacionalismos sionista y árabe para dominar la región. Pero también fueron utilizados de arma contra la amenaza que la clase obrera representaba en el período que siguió a la Revolución rusa. Este artículo prosigue hoy el estudio de las rivalidades imperialistas en la región durante el período precedente a la IIª Guerra mundial y durante la guerra misma poniendo en evidencia el insondable cinismo de la política imperialista y de todas las fracciones de la burguesía.

Los nacionalistas sionistas y los árabes eligieron su bando en la guerra imperialista

Se emplazó a los campesinos y obreros palestinos, al igual que a los obreros judíos ante la falsa alternativa de tomar posición por una fracción o la otra de la burguesía (palestina o judía). Esta falsa alternativa significó el alistamiento de los obreros en el terreno de los enfrentamientos militares en aras de un único interés, el de la burguesía. Durante los años 20 hubo violentos enfrentamientos entre judíos y árabes y entre árabes y fuerzas británicas de ocupación.

Esos enfrentamientos se intensificaron con la crisis económica mundial de 1929. Esto se debió, entre otras cosas, al incremento de los refugiados judíos que huían de los efectos de la crisis económica mundial y de la represión contra ellos desatada por los nazis y el estalinismo. Se duplicó, entre 1920 y 1930, la cantidad de inmigrantes. Entre 1933 y 1939, llegaron a Palestina 200 000 nuevos inmigrantes. En 1939, los judíos ya eran el 30 % de la población.

En el plano histórico e internacional, se agudizan por el mundo entero los conflictos imperialistas. Palestina y todos los países de Oriente Medio estaban directamente afectados por el posicionamiento de las fuerzas en el ruedo mundial de los años 30.

Por un lado, la trágica derrota del proletariado (victoria del estalinismo contrarrevolucionario en Rusia; la del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania; el alistamiento de los obreros tras los estandartes del antifascismo y el Frente único en 1936 Francia y España) hizo prácticamente imposible, tanto para los obreros judíos como para los árabes, el oponer un frente de clase internacionalista a las luchas cada vez más feroces que oponían a las burguesías judía y palestina. La derrota mundial de la clase obrera había dejado las manos libres a la burguesía, quedando así la vía libre para una nueva guerra generalizada. Al mismo tiempo, la cantidad cada día mayor de judíos que huían de la represión y de los pogromos en Europa agudizaba los conflictos entre árabes y judíos en Palestina.

Por otro lado, las rivalidades imperialistas tradicionales, entre franceses e ingleses, se iban reduciendo, a la vez que otros nuevos bandidos, tanto o más peligrosos, irrumpían en la región. Italia, presente ya en Libia, tras la guerra de 1911 contra Turquía, invadió Abisinia (hoy Etiopía) en 1936, amenazando con rodear Egipto y el estratégico canal de Suez. Alemania, el miembro más poderoso del Eje fascista, trabajaba subterráneamente para ampliar su influencia, dando su apoyo a las ambiciones de los imperialismos locales, especialmente en Turquía, en Irak et en Irán (1).

El curso histórico a la guerra generalizada estaba anegando Oriente Medio.

Desde finales de la Primera Guerra mundial, los sionistas habían exigido el armamento general de los judíos. En realidad, tal armamento había empezado ya en secreto. El Hagan, organización sionista de “autodefensa” fundada durante la Primera Guerra mundial, se había convertido en auténtica unidad militar. En 1935, se fundó un grupo terrorista independiente, el Irun Zwai Leumi, conocido con el nombre de Ezel, compuesto de 3 a 5 mil hombres. Se estableció la “conscripción” general en la comunidad judía; todos los jóvenes, muchachos y muchachas entre 17 y 18 años debían hacer el servicio militar clandestino.

Por su parte, la burguesía palestina recibía el apoyo armado de los países vecinos. En 1936, hubo una escalada en la lucha entre nacionalistas sionistas y árabes. En abril, la burguesía palestina convocó una huelga general contra los dirigentes británicos para forzarlos a abandonar su postura pro-sionista. Los nacionalistas árabes, con Amin Husein a su cabeza, llamaron a los obreros y campesinos a apoyar su lucha contra los judíos y los ingleses. La huelga general duró hasta octubre de 1936 y sólo terminó tras el llamamiento de los países vecinos, Cisjordania, Arabia Saudí e Irak, que habían empezado a armar la guerrilla palestina.

Los violentos enfrentamientos siguieron hasta 1938. Los “protectores” británicos movilizaron 25 000 hombres de sus tropas para defender su posición estratégica en Palestina.

En 1937, ante la agravación de la situación, la burguesía inglesa propuso que se dividiera Palestina en dos partes (Informe de la Comisión Peel). Los judíos recibirían la fértil región del norte de Palestina, los palestinos la del Sureste, menos fértil; la ciudad de Jerusalén quedaría bajo control de un mandato internacional y unida al Mediterráneo mediante un corredor.

El plan de la Comisión Peel fue rechazado tanto por los nacionalistas judíos como por los palestinos. Una rama de sionistas exigió la independencia total respecto a los ingleses, siguió armándose e intensificó su guerrilla contra las fuerzas británicas de ocupación.

Con ese plan de división de Palestina en dos, el Reino Unido esperaba mantener su dominio sobre esa área del mundo estratégica y vital, en la cual había ya además una extrema aceleración de las tensiones imperialistas, sobre todo con Alemania e Italia, que intentaban penetrar en la región.

Aunque el Frente Popular francés había acordado la independencia a Siria (una independencia que solo debería verificarse tres años después, en 1939), Francia declaraba ahora que Siria volvía a estar bajo “protectorado” francés.

El nuevo alineamiento de las fuerzas imperialistas significaba un incremento de dificultades para la burguesía inglesa, la cual tenía el mayor interés en calmar la situación en Palestina y estar vigilante para que ninguno de los grupos en conflicto buscara apoyo en los imperialismos rivales del Reino Unido. Pero como el conflicto entre los inmigrantes judíos y los árabes era cada vez más enconado, los partidarios de la antigua política de “divide y vencerás” revisaron sus proyectos.

Gran Bretaña debía intentar “neutralizar” a los nacionalistas árabes y forzar a los sionistas a limitar su reivindicación de una “patria” para los judíos. Adoptó un Libro Blanco en el que se declaraba que los territorios ocupados por los judíos eran su “patria” y, tras un período de 5 años durante el cual la inmigración judía no debería superar las 75 000 personas por año, ésta tenía que cesar por completo (justo en el momento mismo en que en Europa se mataba a los judíos por millones…). De igual modo, debía limitarse la compra de tierras por los judíos. Estas declaraciones debían servir para limitar las protestas de los árabes e impedir que éstos se inclinaran hacia los enemigos de Inglaterra.

En vista de la violencia creciente entre sionistas y árabes, la única causa que hizo que la escalada en el conflicto entre nacionalistas sionistas y árabes bajara de intensidad y pasara a segundo plano durante una década, fue la aparición de otro conflicto “preponderante”, o sea, el enfrentamiento entre el Eje formado por Alemania e Italia y sus enemigos.

La inminencia de la guerra mundial iba, de nuevo, a llevar a los nacionalistas de ambos bandos, a los nacionalistas árabes y a los sionistas, a escoger su campo imperialista.

Con el estallido de la Segunda Guerra mundial, los sionistas decidieron ponerse del lado del Reino Unido, tomando posición contra el imperialismo alemán. Pusieron sordina a su reivindicación de un verdadero Estado judío, mientras Gran Bretaña estuviera bajo las amenazas de los ataques alemanes. La guerra provocó la división en la burguesía árabe, pues algunas fracciones tomaron partido por los ingleses y otras por los alemanes.

El papel de Oriente Medio en la Segunda Guerra mundial

Aunque los principales campos de batalla de la Segunda Guerra mundial fueron Europa y Extremo Oriente, Oriente Medio tuvo un papel crucial en los proyectos estratégicos a largo plazo tanto de Inglaterra como de Alemania.

Para el Reino Unido, defender sus posiciones en Oriente Medio era una cuestión de vida o muerte para mantener su imperio colonial, pues si perdía Egipto, India podía acabar cayendo en manos de Alemania o Japón. Justo antes de la tentativa de invasión alemana en 1941, Inglaterra llegó a movilizar a 250 000 hombres para defender el canal de Suez.

Los proyectos militares alemanes en Oriente Medio conocieron varios cambios de rumbo. Durante algún tiempo, al iniciarse la guerra, la estrategia de Alemania fue firmar un acuerdo secreto con Rusia sobre el oriente de la península de Anatolia, parecido al establecido en secreto entre Stalin y Hitler sobre el reparto de Polonia entre Alemania y Rusia. En noviembre de 1940, Ribbentrop, ministro alemán de Exteriores, sugirió a Stalin que Rusia y Alemania se repartieran sus zonas de interés en la frontera iraní y a lo largo de las áreas norte y sureste de Anatolia. La invasión de Rusia por parte de Alemania en el verano de 1941 acabó, claro está, con esos planes.

Uno de los objetivos militares a largo plazo de Alemania, tal como lo habían elaborado en los estados mayores del Reichswehr en 1941, era que una vez asegurada la derrota rusa, Alemania expulsaría a Inglaterra de Oriente Medio y de India. Nada más rematarse la esperada derrota de Rusia, el Reichswehr había planificado una ofensiva general para ocupar Irak, y así acceder al petróleo iraquí y amenazar las posiciones británicas en Oriente Medio e India.

Alemania, sin embargo, no podía desencadenar semejante ofensiva sola. Para poder llegar a Irak, debía superar unos cuantos obstáculos; tenía que ganarse a Turquía, la cual vacilaba entre Inglaterra y Alemania. Las tropas alemanas debían pasar por Siria (todavía bajo ocupación francesa) y Líbano. O sea que Alemania tenía que obtener el acuerdo del régimen de Vichy antes de que su ejército pudiera atravesar esos dos países. Y tenía que contar con la ayuda de sus aliados más débiles, o sea Italia, cuyas reservas militares eran insuficientes para enfrentar a Inglaterra.

Mientras Alemania tuviera que dar prioridad a la movilización de tropas en Rusia, le era imposible hacer un mayor despliegue en el Mediterráneo. Tras haber derrotado Inglaterra a las topas italianas en Libia en 1940-41, el Africa-Korps alemán, bajo el mando de Rommel, tuvo que intervenir, en contra de lo previsto, en 1942 para intentar expulsar al ejército británico de Egipto y conquistar el canal de Suez. Pero Alemania no disponía de medios para mantener otro frente en África y Oriente Medio, al menos mientras no hubiera rematado su ofensiva rusa.

Al mismo tiempo, el capital alemán estaba ante contradicciones insuperables. Por un lado, proseguía el Endlösung (o sea el holocausto: programa de deportación y exterminio de todos les judíos), lo cual significaba que el capital alemán, al obligar a los judíos a huir, lo que hacía era mandar a muchos de ellos a Palestina. La política nazi contribuyó así ampliamente en el incremento de los refugiados judíos en Palestina: una situación que puso los intereses del capital alemán en contradicción con los de Palestina y de la burguesía árabe.

Por otras parte, el imperialismo alemán tenía que intentar granjearse aliados en la burguesía árabe para combatir a los ingleses. Fue por esto por lo que les dirigentes nazis apoyaron el llamamiento a la unidad nacional lanzado por la burguesía árabe y dieron su apoyo al rechazo de una patria para los judíos (2). En varios países, el imperialismo alemán intentó poner de su lado a fracciones de la burguesía árabe.

En abril de 1941, una parte del ejército iraquí derribó el gobierno para formar, bajo el mando de Rachid Ali al Kailani, un gobierno de defensa nacional. Este gobierno deportó a todos a los que se les consideraba como pro británicos. Los nacionalistas palestinos exiliados en Irak, formaron brigadas de voluntarios bajo el mando de Al Husein y esas unidades participaron en el combate contra los ingleses.

Cuando el ejército británico intervino contra el gobierno pro-alemán en Irak, Alemania envió dos escuadrillas aéreas. Pero al no disponer de la logística apropiada para dar apoyo a sus tropas a semejante distancia, Alemania tuvo que repatriar sus escuadrillas con la gran decepción del gobierno iraquí pro-alemán. Inglaterra, por su parte, no sólo movilizó a sus propias tropas, sino que también utilizó Unidad especial sionista contra Alemania.

Gran Bretaña liberó de la cárcel al terrorista David Raziel, un de los jefes de la organización sionista Irgun Zvai Leumi, confiándole una misión especial: su unidad tenía que hacer estallar los campos petrolíferos de Irak y asesinar a los miembros del gobierno pro-alemán.

De hecho, una escuadrilla de bombarderos alemana derribó el avión inglés en el que estaba el terrorista sionista. Este incidente –aún no siendo significativo en lo militar- revela por qué intereses fundamentales se batían Gran Bretaña, superpotencia del momento pero en declive, y Alemania, su retadora, los límites con los que chocaban, pero también con qué aliados podían contar una y otra en la región.

Amin al Husein, el muftí de Jerusalén que había huido a Irak y Ali al Kailani, jefe del gobierno pro-alemán tuvieron que huir de Irak esta vez. Por Turquía e Italia llegaron a Berlín donde permanecieron en el exilio. Los nacionalistas palestinos e iraquíes se beneficiaron así de la protección y el exilio ofrecidos por los  nazis…

Mientras tanto, las fracciones pro-alemanas de la burguesía árabe solo estuvieron del lado del imperialismo alemán mientras éste estuvo a la ofensiva. Cuando a partir de 1943, tras la derrota de El Alamein y Stalingrado, cambiaron las tornas para el imperialismo alemán, las fracciones pro-alemanas o cambiaron de campo o fueron desalojadas por las pro-inglesas de la burguesía local.

La derrota alemana también obligó a los sionistas a revisar su táctica. Tras haber apoyado a Inglaterra, mientras este poder colonial estuvo bajo la amenaza nazi, reanudaron entonces su campaña de terror, que duró hasta 1948, contra los ingleses en Palestina. Entre los terroristas sionistas se destaca la figura de Menahem Beguin, el que más tarde sería Primer ministro de Israel, y que junto con Yásir Arafat recibiría el… ¡Premio Nóbel de la Paz! Entre otros, el ministro inglés Lord Moyne fue asesinado en El Cairo por los sionistas.

Para granjearse la simpatía de los árabes e impedirles acercarse más a su rival imperialista alemán, los británicos instauraron un bloqueo marítimo de Palestina para frenar la llegada de refugiados judíos. La voluntad de la democracia occidental de reglamentar el flujo de refugiados era la de servir sus propios intereses imperialistas. Muchos judíos podían  haberse librado de la muerte de los campos de concentración nazis, pero la burguesía británica les impidió que se establecieran en Palestina pues en ese momento su llegada allá iba en contra de los planes del imperialismo inglés (3).

El parecido entre la situación de la Primera Guerra mundial y la de la Segunda es sorprendente.

Todas las fracciones imperialistas locales presentes tuvieron que escoger entre un campo imperialista u otro. Retada por Alemania, Inglaterra defendió su poder con uñas y dientes. Alemania, sin embargo,  estaba en esa región ante obstáculos insalvables: capacidad militar más débil (al estar obligada a intervenir a tan grandes distancias se le agotaban sus recursos militares y logísticos), ausencia de aliados firmes y sólidos. Alemania no tenía recompensas que ofrecer a sus aliados, ni siquiera los medios militares para obligar a un país a integrar su bloque u ofrecerle protección contra el otro bloque.

No podía desempeñar un papel de “competidor” contra el Reino Unido, potencia todavía dominante en aquel entonces. Incapaz de mantener una posición estratégica sólida ella sola, o conservar firmemente un país en su órbita, poco más podía hacer Alemania que socavar las posiciones inglesas.

La modificación del orden imperialista mundial en Oriente Medio

Al mismo tiempo, el equilibrio de fuerzas en los Aliados iba a cambiar el curso de la Segunda Guerra mundial. Estados Unidos consolida sus posiciones a expensas de Inglaterra, la cual, exangüe a causa de la guerra y al borde de la quiebra, se convertía en deudora de EEUU. Y como tras cualquier otra guerra, la jerarquía imperialista quedó trastocada.

De modo que, a partir de 1942, las organizaciones sionistas se inclinaron hacia Estados Unidos para que este país apoyara su proyecto de creación de una patria judía en Palestina. En noviembre, le Consejo de Urgencia judío, reunido en Nueva York, rechazó el Libro Blanco británico de 1936. La primera exigencia era que Palestina se transformara en Estado sionista independiente, lo cual era totalmente contrario a los intereses de Gran Bretaña.

Hasta la Segunda Guerra mundial fueron, sobre todo, las potencias europeas occidentales las que se enfrentaron en Oriente Medio (Reino Unido, Francia, Italia, Alemania). Mientras que Francia y Reino Unido habían sido los beneficiarios principales de la caída del Imperio Otomano después de la Primera Guerra mundial, a esos dos países se les pusieron por encima los imperialismos americano y ruso, pues ambos tenían en común la voluntad de reducir la influencia colonial francesa y británica.

Rusia lo hizo todo por dar su apoyo a toda potencia interesada en debilitar la posición inglesa. Abastecía en armas a la guerrilla sionista por medio de Checoslovaquia. También EEUU entregó armas y dinero a los sionistas aún combatiendo éstos al aliado de guerra británico.

Mientras que Extremo Oriente acabó siendo el segundo frente bélico de la Segunda Guerra mundial y Oriente Medio siguió siendo un área periférica en los enfrentamientos imperialistas mundiales, la Guerra fría, desde sus inicios, iba a situar a Oriente Medio en el centro de las rivalidades imperialistas. La Guerra de Corea (1950-53) fue el primer gran enfrentamiento entre el bloque del Este y el del Oeste, pero la formación del Estado de Israel, el 15 de mayo de 1948, iba a inaugurar un nuevo escenario bélico que habría de permanecer como el núcleo de los enfrentamientos Este-Oeste durante décadas.

La primera mitad del siglo XX, en Oriente Medio, demostró que la liberación nacional se ha hecho imposible y que todas las fracciones de las burguesías locales están implicadas en conflictos globales entre rivales imperialistas más poderosos. El proletariado no deberá escoger, desde entonces menos que nunca, entre un campo imperialista contra otro.

La formación del Estado de Israel en 1948 marcó la apertura de otro período de enfrentamientos sangrientos que dura más de medio siglo. Más de cien años de conflictos en Oriente Medio han ilustrado de manera incuestionable que el sistema capitalista en declive lo único que puede ofrecer es guerras y exterminio.

DE

 

1) El Sha de Irán (padre del que fue derribado por Jomeini) fue destituido en 1941 por Gran Bretaña por su supuesta simpatía por los nazis.

2) Ya durante la Primera Guerra mundial, por razones estratégicas, el imperialismo alemán había alentado la idea de una Yihad árabe contra Inglaterra, esperando que así se debilitara la dominación británica en Oriente Medio, aunque eso fomentaba una contradicción insuperable, pues toda Yihad árabe se hubiera vuelto contra el imperialismo turco, aliado de Alemania en la región.

3) Gran Bretaña, por ejemplo, impidió el atraque en los puertos palestinos de un barco con más de 5000 refugiados judíos, pues eso iba en contra de sus intereses imperialistas. En su odisea, ese navío con todos sus pasajeros fue obligado a singlar hacia el mar Negro en donde fue hundido por la Armada rusa, ahogándose los más de 5 mil pasajeros. En 1939, el St Louis, un vapor de la Hapag-Lloyd, que navegaba hacia Cuba con 930 refugiados judíos a bordo, fue rechazado por los guardacostas norteamericanos (eso a pesar de los llamamientos de cantidad de “personalidades”). Finalmente, obligaron al barco a volver hacia Europa en donde prácticamente todos los refugiados judíos fueron aniquilados en el holocausto. Incluso después de la IIª Guerra mundial, el navío Exodus con 4500 refugiados a bordo, intentó romper el bloqueo que imponían los barcos ingleses delante de los puertos de Palestina. Las fuerzas de ocupación inglesas negaron al navío su acceso a Haifa. La organización terrorista judía, la Haganah, quería utilizar el Exodus como medio para forzar el bloqueo inglés: todos los pasajeros fueron deportados a Hamburgo por los ingleses. El cinismo de la burguesía occidental hacia los judíos fue denunciado por el PCI-Le Prolétaire, en su texto Auschwitz ou le Grand alibi.

Geografía: 

Cuestiones teóricas: 

Rev. Internacional nº 119, 4º trimestre 2004

De la Conferencia de Moscú 1996 al Foro de discusión 2004


El surgimiento internacional de las luchas obreras a partir de 1968 acabó con el largo período de contrarrevolución padecido por el proletariado tras la derrota de los asaltos revolucionarios de 1917-23. Una de las expresiones más importantes de ese cambio fue la aparición de grupos proletarios y de círculos que intentaron, a pesar de su inexperiencia y confusiones importantes, reanudar los lazos destruidos junto con el movimiento comunista del pasado. Durante los años 70, el optimismo inmediato, cuando no inmediatista, producido por la reaparición de la lucha de clases seguía muy presente e hizo surgir a corrientes políticas proletarias como la CCI, o permitió a organizaciones como el PCI bordiguista conocer una fase de crecimiento acelerado y espectacular. Pero la construcción de una organización comunista, al igual que la evolución de la lucha de clases en su conjunto, han sufrido un proceso mucho más difícil y penoso del que se había imaginado “la generación del 68”, y muchos de sus elementos, militantes o ex militantes, han pasado de un optimismo superficial a un pesimismo que también lo es. Tras sacar la conclusión de que nunca acabaría el período de contrarrevolución o al quedar decepcionados por la clase obrera, abandonaron la lucha revolucionaria.

Aquí no se trata de entrar en los detalles de las razones de las importantes dificultades y de las crisis aparentemente sin fin vividas por las organizaciones revolucionarias estos dos pasados decenios. Entre ellas se destacan las repercusiones ideológicas del hundimiento del bloque del Este, el reflujo de la lucha de clases que produjo y los efectos perniciosos del avance de la descomposición del capitalismo, cuestiones que exigen un desarrollo más profundo que el que podemos hacer en estas líneas. Pero a pesar de también confrontarse con estas dificultades, la CCI sigue manteniendo lo que ya iba afirmando en los años 70, o sea que la clase obrera no ha sufrido una derrota histórica fundamental y que se está produciendo, a pesar de un retroceso significativo de la conciencia en la clase obrera, un proceso de “maduración subterránea” de la conciencia que se expresa claramente hoy en la aparición de una nueva generación de elementos que intentan apropiarse de lo esencial del programa comunista.

La CCI ya ha escrito varios artículos en su prensa territorial sobre la evolución de estos elementos que se sitúan en esa área intermediaria entre las posiciones políticas de la burguesía y las de la clase obrera. Esta evolución sin la menor duda es un proceso muy heterogéneo obstaculizado por cantidad de trampas ideológicas, en particular el anarquismo y las diversas formas de la ideología del mundo “alternativo”. Se extiende sin embargo con ramificaciones al conjunto del planeta. También hemos asistido a la emergencia de grupos que se definen desde el inicio como simpatizantes de las posiciones de la Izquierda comunista.

En este marco general, una evolución particularmente significativa ha sido la de la aparición de esta nueva generación en dos países que al ser precisamente las zonas en las que la revolución alcanzó su punto más álgido también sufrieron la más brutal contrarrevolución: Alemania y Rusia. Nuestras secciones en Alemania y Suiza han sido particularmente activas y han intervenido en este nuevo medio en Alemania, como lo demuestran el gran número de artículos que les ha dedicado nuestra prensa territorial en alemán (también se han publicado algunos de ellos en inglés, francés y otros idiomas).

Al mismo tiempo, la CCI también ha dedicado un esfuerzo significativo para seguir y participar en el desarrollo del medio político en Rusia. Desde la Conferencia de Moscú en 1997 sobre la herencia de Trotski, sobre la que ya escribimos en la Revista internacional no 92, hemos publicado varios artículos a propósito de los nuevos grupos en Rusia, como han podido comprobarlo los lectores de nuestra prensa: debates con el Buró Sur del Marxist Labour Party sobre la decadencia del capitalismo y la cuestión nacional, debates sobre el mismo tipo de cuestiones con la Unión comunista internacional, publicación de tomas de posición internacionalistas tanto de los anarcosindicalistas revolucionarios de Moscú (KRAS) como del Grupo de colectivistas proletarios revolucionarios (GPRC) contra la guerra en Chechenia, informe de la reunión pública organizada por la CCI en Moscú en octubre del 2002 para presentar la publicación en ruso de nuestro libro sobre la decadencia (véase por ejemplo la Revista internacional nos 101, 104, 111, 112 y 115, la mayoría de estos artículos son accesibles en nuestro sitio web). Más recientemente, como se puede consultar en la Revista internacional no 118 (únicamente en inglés, posterior a la edición en español), hemos colaborado en la realización de un sitio de discusión en Internet con algunos elementos internacionalistas en Rusia (KRAS, GPRC y más recientemente la UCI) con vistas a ampliar y profundizar los debates que animan a este medio.

Hemos proseguido este trabajo mandando en junio del 2004 una delegación de la CCI para participar en la Conferencia convocada por la biblioteca Victor Serge y el Centro de estudios y de investigación Praxis, que así definían en su circular los temas y objetivos de la reunión:

... discutir del carácter, de las metas y de las experiencias históricas del socialismo democrático y libertario en tanto que conjunto de ideas y de movimientos sociales (...);

–  socialismo y democracia (...);

–  socialismo y libertad (...);

–  el carácter internacional del socialismo democrático y libertario (...);

–  los protagonistas de las transformaciones socialistas (...);

–  la educación socialista (...).”

Ni que decir tiene que tenemos muchas divergencias fundamentales con las ideas “democráticas” y “libertarias” citadas en la circular y con el grupo Praxis; ya hemos mencionado algunas en nuestra reseña de la reunión pública de octubre del 2002, en particular en lo que toca a la guerra en Chechenia. La experiencia nos ha demostrado sin embargo que este grupo es perfectamente capaz de crear  un foro para un debate abierto a los elementos en búsqueda en Rusia, como lo verificó la conferencia de junio. No solo porque muchos de los temas principales se referían realmente a problemas a los que están confrontados los revolucionarios, sino también porque atrajo, como las precedentes conferencias, a un amplio panel de participantes. Así es como al lado de cierta cantidad de elementos academicistas rusos y “occidentales”, que defendían variantes de la ideología democrática desde la socialdemocracia hasta el trotskismo y el “mundialismo alternativo”, también había varios representantes del medio auténticamente internacionalista que se está desarrollando actualmente en Rusia.

La CCI propuso tres textos a la conferencia, para dar una respuesta comunista a las preguntas planteadas en la circular de llamamiento, sobre estos temas: el verdadero significado del internacionalismo proletario, el mito de la democracia y la alternativa proletaria de los consejos obreros, el carácter reaccionario de cualquier sindicato en este período de la historia (colgado en nuestro sitio web). No nos sorprendimos al ver que los debates en esta conferencia ponían en evidencia una línea de demarcación entre aquellos para quienes internacionalismo significaba solidaridad de clase por encima y contra las divisiones nacionales y aquellos para quienes significaba “amistad entre naciones” o apoyo a los “movimientos de liberación nacional”. Tampoco nos sorprendió el que esta división coincida igualmente con el abismo que separa a quienes afirman que el derrocamiento revolucionario y mundial del capitalismo es hoy en día la única posibilidad progresista para la humanidad, de quienes consideran que puede seguir habiendo algo de progresista en no se sabe qué movimiento parcial y de luchas por “reformas” en este sistema.

Sin embargo, siguen existiendo al mismo tiempo desacuerdos importantes entre los mismos internacionalistas, como lo pusieron en evidencia las discusiones al margen de la conferencia formal, sobre la cuestión de la decadencia del capitalismo, el carácter de la Revolución de Octubre, la cuestión organizativa e incluso sobre el método fundamental del marxismo.

Algunos de estos temas serán debatidos en el foro que hemos mencionado, elaborado en común con el KRAS y el GPRC, ya que para él se han publicado textos sobre la Revolución rusa por parte de las tres organizaciones. Publicamos en este número de la Revista internacional la respuesta sintética que hacemos a las contribuciones del KRAS (sobre la Revolución de octubre) y del GPRC (sobre la idea de que la informatización sería una condición necesaria de la revolución proletaria).

En el número anterior de esta Revista publicamos el último artículo de una serie sobre “El nacimiento del bolchevismo” en 1903-1904. Cien años más tarde, sigue siendo posible hacer interesantes comparaciones entre la situación a la que estaban enfrentados los revolucionarios rusos en los tiempos de Lenin y la situación del medio político actual. Las tareas del momento siguen siendo fundamentalmente idénticas: la definición y la elaboración de un programa comunista y la necesidad de construir una organización de revolucionarios que supere la dispersión extrema de los grupos y círculos existentes. También es comparable el contexto social general, pues podemos discernir en el horizonte (aunque sea más lejano que en 1903) amplios conflictos sociales y huelgas de masas que serán sin la menor duda tan significativos históricamente como los de 1905 en Rusia. Esto tiene como consecuencia que los revolucionarios hoy no tienen a su disposición un tiempo infinito para obrar en la construcción de una organización capaz de intervenir e influir en esos movimientos. Una cosa, eso sí, ha evolucionado desde la primera mitad del siglo XX, y es que la construcción de una organización así no se hará en cada país de forma separada, en un aislamiento relativo con respecto al movimiento comunista internacional, puesto que la cuestión se plantea ya a nivel internacional. Las cuestiones a las que se enfrentan los revolucionarios en Rusia son en lo esencial las mismas que las que se plantean a los revolucionarios de todos los países, y precisamente es la razón por la que los debates de los que tratamos han de ser abordados no solo en el marco general de los principios internacionalistas, sino también en un sentido concretamente internacional. Animamos activamente a todos quienes –en Rusia y en cualquier parte del mundo– estén de acuerdo con las bases de este foro de discusión internacionalista para que manden sus contribuciones al sitio web directamente y a que participen en las futuras conferencias organizadas por el medio ruso.

CCI, Agosto del 2004

Geografía: 

Vida de la CCI: 

El internacionalismo y la guerra: Crítica de las posiciones del CRI

La visión de Lenin contra la visión burguesa del trotskismo de hoy

 A principios de este año 2004 iniciamos un intercambio de correo electrónico con el grupo CRI (1) el cual, en nombre de un trotskismo auténtico pretendía romper con la lógica trotskista oficial. También recibimos cierta cantidad de documentos de ese grupo que leímos junto con publicaciones de su sitio Internet. Tras esa lectura, estamos ahora en disposición de darle una respuesta apropiada, respuesta que aquí publicamos. En ella ponemos de relieve, apoyándonos en Lenin, que en el ­trotskismo actual no hay posibilidades de defender posiciones del proletariado. Pretender romper con una organización trotskista particular, sin romper con la propia lógica trotskista solo puede llevar al cabo, en la cuestión de la guerra, a dar su apoyo a una fracción de la burguesía contra otra.

Tenemos en cuenta que vosotros afirmáis tanto en el e-mail que nos habéis mandado como en todos vuestros textos que vuestra acción pretende ser parte del combate de la clase obrera y que vuestro “objetivo histórico” es la revolución comunista Sin embargo, la historia del movimiento obrero ha enseñado trágicamente a los comunistas que unos partidos que pretendieron defender a la clase obrera y luchar por el socialismo o el comunismo no tenían otro objetivo verdadero, fuera cual fuera la conciencia que de ello tenían sus militantes, que el de la derrota de la clase obrera, el mantenimiento de la explotación capitalista y, finalmente, el sacrificio de la vida de millones de proletarios en aras de los intereses de sus burguesías nacionales durante las guerras imperialistas del siglo XX.

La historia del siglo pasado demostró con creces que el criterio primordial que define la verdadera pertenencia de clase de una organización que se reivindica del proletariado es el internacionalismo. No fue casualidad si fueron las mismas corrientes que se habían pronunciado claramente contra la guerra imperialista en 1914 y que habían impulsado las conferencias de Zimmerwald y Khiental (los bolcheviques y los espartaquistas, sobre todo) las que volvemos a encontrar después a la cabeza de la revolución, mientras que las corrientes social-chovinistas e incluso centristas (Ebert-Scheidemann, o los mencheviques) fueron la avanzadilla de la contrarrevolución. No es tampoco casual si es la consigna “Proletarios de todos los países, ¡uníos!” la que concluye no solo el Manifiesto comunista de 1848, sino también el Llamamiento inaugural de la AIT en 1864.

Hoy, cuando las guerras no paran de hacer estragos por todas las partes del planeta, la defensa del internacionalismo sigue siendo el criterio decisivo de ­pertenencia de una organización al campo de la clase obrera. Ante esas ­guerras la única actitud conforme a los intereses de nuestra clase es la de rechazar toda participación en uno u el otro de los campos antagónicos, ­denunciar todas las fuerzas burguesas que llaman a los proletarios, sea cual sea el pretexto, a que entreguen sus vidas por uno de esos campos capitalistas, ­suscitar, como lo hicieron los ­bolcheviques en 1914, la única perspectiva: la de la lucha de clases intransigente por el derrocamiento del capitalismo.

Cualquier otra actitud que lleve a pedir a los proletarios que se alisten en uno u otro de los campos militares antagónicos significa transformarse en reclutadores de la guerra capitalista, en cómplices de la burguesía y, por lo tanto, en traidor. Y del mismo modo consideraron Lenin y los bolcheviques a los socialdemócratas, quienes, en nombre de la lucha contra el “militarismo prusiano” unos, y contra “la opresión zarista” otros, llamaron a los obreros a destriparse mutuamente en 1914. Y, desgraciadamente, por muchas buenas intenciones que anunciéis, es esa misma política nacionalista que denunciaba Lenin la que habéis adoptado ante la guerra de Irak.

El apoyo a “la resistencia iraquí”: una consigna burguesa

Cuando en vuestra prensa apoyáis “incondicionalmente la resistencia armada del pueblo iraquí ante el invasor”, lo que en realidad estáis haciendo es llamar a los proletarios de Irak a convertirse en carne de cañón al servicio de tal o cual sector de su burguesía nacional fuera y en contra de la alianza con Estados Unidos (mientras que otros sectores burgueses consideran preferible aliarse a EE.UU. en la defensa de sus intereses). Cabe hacer notar que los sectores dominantes de la burguesía iraquí (que durante décadas estuvo tras Sadam Husein) pudieron ser, según las circunstancias, los mejores aliados de EE.UU. (especialmente en la guerra contra Irán durante los años 1980) o pertenecer al “eje del mal” que por lo visto pretendía acabar con la potencia estadounidense.

Para justificar vuestro apoyo a uno de los sectores de la burguesía iraquí, os basáis (es lo que hicisteis en una de vuestras reuniones de la fiesta de Lutte Ouvrière) en la posición que defendió Lenin durante la Primera Guerra mundial cuando en El socialismo y la guerra, escribía, por ejemplo: “… si mañana Marruecos declarara la guerra a Francia, India a Inglaterra, Persia o China a Rusia, etc. (…) todo socialista desearía la victoria de los Estados oprimidos, dependientes, amputados en sus derechos, sobre las ‘grandes’ potencias opresoras, esclavistas, expoliadoras” (Cap. 1, “Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1915”)

Lo que, sin embargo, olvidáis (o habéis decidido olvidar) es precisamente que uno de los ejes esenciales de ese texto fundamental de Lenin (como, por otra parte, de los demás textos escritos en esa época) es el de denunciar sin contemplaciones los pretextos invocados por las corrientes social-chovinistas para justificar su apoyo a la guerra imperialista, unos pretextos basados en la “independencia nacional” de tal o cual país o nacionalidad.

Así, Lenin afirma por un lado que:

En realidad, la burguesía alemana emprendió una guerra de rapiña contra Serbia para someter y ahogar la revolución nacional de los Eslavos del Sur…” (La guerra y la socialdemocracia rusa).

Escribe también que:

El factor nacional en la guerra actual sólo está representado por la guerra de Serbia contra Austria (…). Solo en Serbia y entre los serbios existe un movimiento de liberación nacional viejo ya de muchos años, que aglutina a millones de individuos entre las “masas populares”, y cuya “prolongación” es la guerra de Serbia contra Austria. Si esta guerra estuviera aislada, o sea, si no estuviera vinculada a la guerra europea general, a las pretensiones egoístas y expoliadoras de Inglaterra, de Rusia y demás, todos los socialistas estarían obligados a desear la victoria de la burguesía serbia – es ésa la única conclusión justa y totalmente necesaria que pueda sacarse del factor nacional en la guerra actual”.

Y, no obstante, prosigue:

La dialéctica de Marx, que es la expresión más acabada del método evolucionista científico, excluye precisamente el examen aislado, o sea unilateral y deformado, del objeto estudiado. El factor nacional en la guerra serbio-austriaca ni tiene ni puede tener la menor importancia seria en la guerra europea general. Si vence Alemania, ésta se tragará a Bélgica, una parte de Polonia otra vez, quizás una parte de Francia, etc. Si se lleva Rusia la victoria, se tragará a Galizia, parte de Polonia otra vez, Armenia, etc. Si la partida queda “en tablas”, permanecerá la antigua opresión nacional. Para Serbia, o sea para más o menos una centésima parte de los beligerantes en la guerra actual, ésta es la “continuación de la política” del movimiento de liberación nacional burgués. Para el 99 por ciento, la guerra es la continuación de la política de la burguesía imperialista, es decir algo caduco, capaz de corromper a las naciones, y ni mucho menos redimirlas.. La Entente, al “liberar” a Serbia, vende los intereses de la libertad serbia al imperialismo italiano a cambio de su apoyo en el saqueo de Austria. Todo eso, de notoriedad pública, ha sido deformado sin escrúpulos por Kautsky para justificar a los oportunistas” (La quiebra de la IIª Internacional, Cap. 6)

Recordemos respecto a la Serbia de 1914 que el Partido socialista de ese país (y por ello fue saludado por todos los internacionalistas de entonces) se negó en redondo y denunció la “resistencia del pueblo serbio contra el invasor austriaco” y eso que éste estaba entonces bombardeando la población civil de Belgrado.

Volviendo a hoy, “es de notoriedad pública” (y podría añadirse que quienes no lo reconocen no hacen sino “deformar sin escrúpulos la realidad”) que la guerra llevada a cabo por Estados Unidos y Gran Bretaña contra Irak (al igual que la guerra desencadenada en agosto de 1914 por Austria y Alemania contra la “pequeña Serbia”) tiene repercusiones imperialistas que superan con mucho a Irak. Concretamente, frente a los países de la “coalición”, hay un grupo de países como Francia y Alemania cuyos intereses son antagónicos de aquellos. Por eso esos dos países lo hicieron todo por impedir la intervención norteamericana del año pasado y, desde entonces, se han negado a enviar cualquier tipo de tropas a Irak. El que votaran en la ONU una resolución presentada por Estados Unidos y Gran Bretaña lo único que significa es que los acuerdos diplomáticos, como las discordias, no son sino otros tantos momentos de la guerra larvada que se libran las grandes potencias.

Por muchas declaraciones de amistad que se hagan, tan cacareadas sobre todo con ocasión del aniversario del desembarco de junio de 1944, el imperialismo francés saca ventajas en las dificultades que pueda encontrar EE.UU. en Irak. En resumen, en lo que desemboca vuestro apoyo a la “resistencia del pueblo iraquí” es a hacerle el juego a la burguesía de “vuestro” país. Y no nos saquéis aquí a Lenin para justificar esa política, pues a lo que él llamaba era a “… combatir en primer lugar el chovinismo (patriotismo) de ‘su propia’ burguesía” (La situación y las tareas de la Internacional socialista, 1/11/1914).

Hay que aceptar la evidencia y dejar de contarse cuentos de hadas si queréis seguir el ejemplo de Lenin en la defensa del internacionalismo: el apoyo a la “resistencia del pueblo iraquí contra el invasor” es pura y simplemente una traición al internacionalismo y es, por lo tanto, una política chovinista antiproletaria. Fue contra una política como la vuestra contra lo que Lenin escribió:

Les socialchovinistas hacen suya la mistificación del pueblo por parte de la burguesía, según la cual la guerra se haría por la defensa de la libertad y de la existencia de naciones, poniéndose así al lado de la burguesía contra el proletariado” (El socialismo y la guerra, cap. 1).

Pero, además, el apoyo a la “resis­tencia del pueblo iraquí”, o sea a los sectores antiamericanos de la burguesía iraquí, no solo es una traición al internacionalismo desde el enfoque de lo que representa Irak en los antagonismos entre grandes potencias imperialistas. O sea que no solo es una traición al internacionalismo respecto a los proletarios de esas potencias. Lo es también para con los proletarios iraquíes a quienes se les quiere vender gato por liebre, llamándoles a hacerse matar en defensa de los intereses imperialistas de su burguesía. Hay que dejar de contarse cuentos: el Estado iraquí es imperialista. En realidad, en el mundo actual, todos los Estados son imperialistas, desde el más poderoso hasta el más pequeño. Así, la “pequeña Serbia”, cuya historia la ha transformado en una de las presas favoritas de los apetitos imperialistas de potencias mayores como Alemania o Rusia (pasando por Francia) se ha portado durante los años 90 en Estado imperialista modelo a base de matanzas y “limpiezas étnicas” para construir la “Gran Serbia” a expensas de otras nacionalidades de la antigua Yugoslavia. Todo ello, claro está, en un contexto dominado por el antagonismo entre las diferentes potencias que defendían ya a Croacia (Alemania o Austria), ya a Bosnia (Estados Unidos) o a Serbia (Francia y Gran Bretaña).

El Estado iraquí no es para nada una excepción en esa realidad del mundo actual. Ni mucho menos. Es, al contrario, una ilustración de lo más instructiva.

En efecto, desde su independencia de la esfera británica, tras la Segunda Guerra mundial, el Estado iraquí, por el lugar que ocupa y sus recursos petrolíferos, no ha dejado nunca de ser un punto central en las rivalidades entre las grandes potencias. “Cliente” durante cierto tiempo de la URSS, se volteó hacia la alianza occidental (sobre todo con un acercamiento espectacular con Alemania y, sobre todo, Francia) durante los años 70 cuando la influencia soviética retrocedió en Oriente Medio. Entre 1980 y 1988, en una de las guerras más largas y mortíferas (1 200 000 muertos) desde 1945, Irak fue la avanzadilla de la ofensiva de los países occidentales contra el Irán de Jomeini, el cual había llamado a la guerra santa contra el “Gran Satán” norteamericano. Las potencias occidentales, especialmente EE.UU. dieron un apoyo sin fisuras a Irak, a partir del verano de 1987 sobre todo, mandando al golfo Pérsico una importante flota que se enfrentó cotidianamente a las fuerzas de Irán, obligando a este país a aceptar el cese de las hostilidades durante en verano de 1988, y eso que antes había infligido punzantes derrotas a Irak.

Está claro que no fue por amor a EE.UU. si Sadam Husein mandó a cientos de miles de proletarios y campesinos en uniforme a hacerse matar en el frente iraní a partir de 1980 (y que de paso gaseó a 5000 civiles kurdos en un solo día, el 16 marzo 1988 en Halabia). En realidad, la burguesía iraquí tenía sus propios objetivos de guerra al lanzarse al conflicto. Además de someter por el terror a la población kurda y shií, quería apoderarse del Chat al Arab (estuario de los ríos Éufrates y Tigris) que Irán controlaba. Además la guerra debía permitir a Irak y a Sadam ocupar el liderazgo del mundo árabe. En resumen, una guerra plenamente imperialista.

La guerra de 1990-91 fue, por su parte, de la misma índole. Ya hemos puesto a menudo en evidencia y hemos denunciado ampliamente los objetivos imperialistas de EE.UU. y sus aliados de entonces en la operación “Tempestad del desierto”. Pero el acontecimiento que sirvió de pretexto para la cruzada contra Irak fue la invasión de Kuwait por ese país durante el verano de 1990. Evidentemente no se trata para los marxistas de entrar en consideraciones de saber quién era el “agresor” y quién el “agredido”, ni ponerse a defender al jeque Yaber y su cuenta bancaria o sus reservas petrolíferas. Lo cual no quita que la operación militar de agosto de 1990 de Irak contra Kuwait fue la de un bandido imperialista contra otro bandido imperialista (empleando la terminología que tanto gustaba a Lenin). El que fueran bandidillos no cambia nada en la naturaleza profunda de su política ni de la que debe tener el proletariado respecto a ese tipo de conflictos.

Un último comentario respecto a la naturaleza imperialista de los Estados del mundo actual. Uno de los argumentos dado a menudo para apoyar la idea de un Estado como Irak no sería imperialista es que no exporta capitales. Este argumento pretende estar en conformidad con el análisis desarrollado por Lenin en su obra El imperialismo, fase suprema del capitalismo que insiste muy especialmente en ese aspecto de política imperialista. En realidad, la explotación que hacen los epígonos de esa visión unilateral del imperialismo para justificar sus traiciones al internacionalismo es del mismo tipo que la que hacen los estalinistas de una frase (totalmente aislada de su contexto por lo demás) de un artículo de Lenin escrito durante la Primera Guerra mundial.

La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. de aquí se deduce que es posible que socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas o incluso en un solo país capitalista. El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y organizar la producción socialista dentro de sus fronteras, se enfrentaría con el resto del mundo, con el mundo capitalista atrayendo a su lado las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando, en caso necesario, incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados” (“La consigna de los Estados Unidos de Europa”, Obras escogidasI).

Para los estalinistas (que en general “se olvidan” de la última frase de esa cita),

Fue éste el mayor descubrimiento de la época y pasó a ser el principio rector  de toda la actividad del Partido Comunista, de toda su lucha por la victoria de la revolución socialista y la edificación del socialismo en nuestro país. La doctrina de Lenin acerca de la posibilidad de la victoria del socialismo en un solo país ofreció al proletariado una clara perspectiva de lucha, liberó la energía y la iniciativa de los proletarios de cada país para el embate contra su burguesía nacional, y pertrechó al partido y a la clase obrera de una seguridad, científicamente fundamentada, en la victoria.” (Instituto de marxismo-leninismo del C.C. del P.C.U.S., Prefacio a las Obras escogidas de Lenin, Moscú, 1961).

El trotskismo, extrema izquierda del capital

El método no es nuevo. Siempre fue empleado por los falsificadores del marxismo, por los renegados. Los socialdemócratas alemanes se apoyaron en tal o cual fórmula errónea o ambigua del marxismo para justificar su política reformista y su traición al socialismo. En especial abusaron sin cesar de la cita de Engels sacada de su prefacio de 1895 al folleto de Marx La Lucha de clases en Francia:

Como Marx predijo, la guerra de 1870-1871 y la derrota de la Comuna desplazaron por el momento de Francia a Alemania el centro de gravedad del movimiento obrero europeo. En Francia, naturalmente, necesitaba años para reponerse de la sangría de mayo de 1871. En cambio, en Alemania, donde la industria –impulsada como una planta de estufa por el maná de miles de millones pagados por Francia– se desarrollaba cada vez más rápidamente, la socialdemocracia crecía todavía más deprisa y con más persistencia. Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal, implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido aparece en cifras indiscutibles a los ojos del mundo entero. (…) Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales.”

Y fue el uso antiproletario de una cita errónea de Engels, lo que Rosa Luxemburg denunció en la tribuna del Congreso de fundación del Partido comunista alemán:

Engels no vivió el tiempo suficiente para ver los resultados, las consecuencias políticas del uso que se hizo de su prefacio, de su teoría. Pero estoy segura de una cosa: cuando se conocen las obras de Marx y de Engels, cuando se conocen el espíritu revolucionario vivo, auténtico, inalterado, que se despeja de todos sus escritos, de todas sus enseñanzas, está una convencida de que Engels habría sido el primero en protestar contra los excesos resultantes del parlamentarismo puro y simple; el movimiento obrero en Alemania cedió a la corrupción, a la degradación mucho antes que el 4 de agosto, pues el 4 de agosto no cayó de los cielos, no fue un viraje inesperado, sino la continuación lógica de las experiencias que habíamos hecho anteriormente, día tras día, año tras año; Engels e incluso Marx – si hubiera vivido –habrían sido los primeros en erguirse violentamente contra eso, en detener, frenar brutalmente el vehículo para impedir que se enfangara en un barrizal. Pero Engels falleció el mismo año en que había escrito su prefacio” (Rosa Luxemburg, “Nuestro programa y la situación política”, Informe para el congreso de fundación del P.C.A.)

Volviendo a la idea de que la única manifestación de una política imperialista sería la exportación de capitales, hay que precisar que esa idea no está en el libro de Lenin El imperialismo, fase suprema del capitalismo. Muy al contrario, ya que escribe:

A los numerosos “antiguos” móviles de la política colonial, el capital financiero [que es según Lenin el motor principal del imperialismo] ha añadido la lucha por los recursos en materias primas, por la exportación de capitales, por “zonas de influencia”, es decir por las zonas de transacciones ventajosas, de concesiones, de obtención de monopolios, etc., –y, en fin, por el territorio económico en general” (El imperialismo, fase suprema del capitalismo, cap. X).

En realidad, la deformación unilateral del análisis del imperialismo de Lenin tenía un objetivo del mismo orden que la interpretación hecha por los estalinistas del corto pasaje citado arriba, sobre la “edificación del socialismo en un solo país”: intentar hacer creer que el sistema que se instauró en la URSS después de la revolución de octubre de 1917, una vez fracasada la ola revolucionaria mundial que la siguió, no tenía nada de capitalista ni imperialista. Como la URSS no poseía los medios financieros de exportar capitales (si no era a una escala ridícula comparada con la de las potencias occidentales), la política que llevaba a cabo no podía ser imperialista, según semejante noción. Y eso incluso cuando esa política consistía en la conquista territorial, en la ampliación de sus “zonas de influencia”, en el saqueo de las materias primas y de los recursos agrícolas, y hasta del desmontaje puro y simple de las factorías de los países ocupados. En realidad, la de la URSS fue una política muy parecida a la de la Alemania nazi en la Europa ocupada (en donde hubo muy poco capital exportado y sí mucho saqueo puro y simple). Evidentemente, tal análisis del imperialismo era pan bendito para la propaganda estalinista contra quienes denunciaban las acciones imperialistas del Estado soviético. Pero cabe recordar que los estalinistas no eran los únicos en rechazar cualquier idea que la URSS fuera capitalista o imperialista. En su mentiroso montaje recibieron el indefectible apoyo del movimiento trotskista con el análisis desarrollado por Trotski que presentaba a la URSS como un “Estado obrero degenerado” en el que habrían desaparecido las relaciones de producción capitalistas.

No es el marco de esta ya larga carta para intentar demostrar la inconsistencia del análisis de Trotski sobre las relaciones de producción en la URSS. Os recomendamos al respecto diferentes artículos publicados en nuestra Revista internacional, especialmente “La clase no identificada, la burocracia soviética vista por Trotski” (Revista internacional no 92). Es importante, sin embargo, subrayar que fue sobre todo en nombre de la “defensa de la URSS y de sus conquistas obreras” si el movimiento trotskista apoyó el campo de los aliados durante la Segunda Guerra mundial, participando, en particular, en los movimientos de “resistencia”, o sea adoptando la misma política que los social-chovinistas de 1914. En otras palabras, traicionó el campo de la clase obrera uniéndose al de la burguesía.

El que los “argumentos” empleados por la corriente trotskista para apoyar la participación en la guerra imperialista no fueran idénticos a los de los social-chovinistas de la Primera Guerra mundial no cambia para nada el fondo del problema. En realidad, eran de la misma naturaleza puesto que ambos llamaban a hacer una diferencia fundamental entre dos formas de capitalismo y apoyar a una de ellas en nombre del “mal menor”. En la Iª Guerra mundial, los chovinistas convictos llamaban a defender la patria. Los social-chovinistas llamaban, unos a defender la “civilización alemana” contra le “despotismo del zar”, y otros la “Francia de la Gran Revolución” contra el “militarismo prusiano”. En la Segunda Guerra mundial, junto a De Gaulle que defendía la “Francia eterna”, los estalinistas (que también se referían, por cierto, a esa “Francia eterna”) llamaban a defender la democracia contra el fascismo y a defender la “patria del socialismo”. Por su parte, los trotskistas le siguieron los pasos a los estalinistas llamando a participar en la “Resistencia” en nombre de la “defensa de las conquistas obreras de la URSS”. De este modo, como los estalinistas, se convirtieron en banderines de enganche para el campo anglo-norteamericano en la guerra imperialista.

Fue dando su apoyo a la Unión Sagrada en la Iª Guerra mundial como los partidos socialistas firmaron su paso al campo de la burguesía. Fue adoptando la teoría de la “edificación del socialismo en un solo país” como los partidos estalinistas dieron el paso decisivo en su camino hacia el campo del capital nacional que quedó rematado con su apoyo a los esfuerzos de rearme de sus burguesías nacionales respectivas y a la preparación activa para la guerra que se anunciaba. Fue su participación en la IIª Guerra mundial lo que rubricó el paso de la corriente trotskista al campo del capital. Por eso no puede haber otra alternativa, si se quiere volver a encontrar el terreno de clase del proletariado sino la de romper que con el trotskismo y desde luego no pretendiendo volver al “trotskismo verdadero”. Eso fue lo que comprendieron las corrientes en el seno de la IVª Internacional que quisieron mantenerse en una oposición internacionalista, corrientes como la de Munis (representante oficial del trotskismo en España), la de Scheuer en Austria, de Stinas en Grecia, Socialisme ou Barbarie en Francia. También fue el caso de la propia viuda de Trotski, Natalia Sedova quien rompió con la IVª Internacional tras la Segunda Guerra mundial sobre la cuestión de la defensa de la URSS y de la participación, en nombre de esa defensa, en la guerra imperialista.

En cuanto a vosotros, si queréis sinceramente, como así lo escribís, llevar a cabo un combate junto a la clase obrera, no podréis evitar la ruptura clara con la corriente trotskista y no solo con esta o aquella organización de dicha corriente.

Una vez más, al problema se le pueden dar las vueltas que se quieran, se puede invocar a Trotski, a Lenin, incluso a Marx, recitar de memoria tal pasaje de El imperialismo, fase suprema del capitalismo; puede uno taparse los ojos o los oídos, o ambos a la vez; puede uno meter la cabeza en la arena o en otra parte, nada podrá cambiar la dura realidad: un grupo que hoy, en Francia, apoya la “resistencia iraquí”, no solo es un banderín de enganche para transformar en carne de cañón a los proletarios iraquíes al servicio de unos sectores (sean shiíes o suníes) entre los más retrógrados de la burguesía iraquí, sino que además aporta un apoyo garantizado a los intereses imperialistas de su propia burguesía nacional, a la vez que cultiva los sentimientos nacionalistas antiamericanos de los proletarios franceses. En todo caso, semejante grupo está usurpando el calificativo de comunista o de internacionalista. No es diferente de los que Lenin tildaba de social-chovinistas: socialistas en palabras, patrioteros y burgueses en los actos.

En cuanto a los argumentos de tinte “marxista” aderezados con tal o cual frase de Lenin o incluso de Marx para justificar la participación en la guerra imperialista, Lenin ya respondió de antemano:

De liberador de naciones que fue el capitalismo en la lucha contre le régimen feudal, le capitalismo imperialista se ha convertido en el mayor opresor de naciones. Antiguo factor de progreso, el capitalismo se ha vuelto reaccionario; ha desarrollado hasta tal grado las fuerzas productivas que a la humanidad ya no le queda sino pasar al socialismo, o, si no, soportar durante años, décadas incluso, la lucha armada de las “grandes” potencias por el mantenimiento artificial del capitalismo gracias a las colonias, los monopolios, los privilegios y opresiones nacionales de todo tipo” (Los principios del socialismo y la guerra de 1914-1915 – La guerra actual es una guerra imperialista).

Los social chovinistas rusos (Plejánov a la cabeza) invocan la táctica de Marx en la guerra de 1870; los social chovinistas alemanes (estilo Lensch, David y Cia.) invocan las declaraciones de Engels en 1891 sobre la necesidad, para los socialistas, de defender la patria en caso de guerra contra Rusia y Francia reunidas; en fin, los social chovinistas estilo Kautsky, deseosos de transigir con el chovinismo internacional y darle legitimidad, invocan que Marx y Engels, aún condenando las guerras, se pusieron cada vez, sin embargo, desde 1854-1855 a 1870-1871 y en 1876-1877, del lado de tal o cual Estado beligerante, una vez iniciado el conflicto. Todas esas referencias deforman de una manera asquerosa las ideas de Marx y de Engels por su zalamera complacencia hacia la burguesía y los oportunistas (…) Invocar hoy la actitud de Marx hacia las guerras de la época de la burguesía progresista y olvidar las palabras de Marx: “Los obreros no tienen patria”, palabras que se refieren precisamente a la época de la burguesía reaccionaria cuyo tiempo ha caducado, a la época de la revolución socialista, es deformar cínicamente el pensamiento de Marx sustituyendo el enfoque socialista por el burgués.” (El socialismo y la guerra, cap. 1).

Esperemos que estos elementos os permitan proseguir vuestra reflexión para así no pararos en una simple ruptura con una organización trotskista particular, sino con el trotskismo en general y con todas las ideas burguesas que transmite.

Saludos comunistas,

CCI (junio de 2004)

 

1 Groupe communiste révolutionnaire internationaliste, escisión del partido trotskista francés Parti des travailleurs. Su sitio Internet es https://groupecri.free.fr

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La mistificación de los "piqueteros" de Argentina (NCI)

A continuación publicamos extractos de un extenso artículo de los compañeros del Núcleo comunista internacional de Argentina dedicado a analizar en profundidad el llamado movimiento piquetero, denunciar su carácter antiobrero y combatir las mentiras interesadas con las que los grupos izquierdistas de todo pelaje “se dedicaron a engañar al proletariado con falsas expectativas haciéndole creer que los objetivos y los medios del movimiento piquetero contribuyen a hacer avanzar su lucha”.

A esta tarea de engañar, falsificar e impedir que el proletariado saque las verdaderas lecciones y se arme contra las trampas de su enemigo de clase, se apresta a hacer su contribución inestimable un grupo de tendencia anarquista como el GCI con su lenguaje pseudomarxista, como muy bien denuncian los compañeros del NCI.

Los orígenes y la naturaleza del movimiento piquetero

Tal vez pueda suceder que muchos consideren que estas corrientes de desocupados se han iniciado en estos últimos cinco ó seis años cuando la miseria, la desocupación y el hambre arreciaban en las grandes barriadas del Gran Buenos Aires, Rosario, Córdoba, etc. Ello no es así, las corrientes piqueteras, tienen un origen diferente, y este es las llamadas “Manzaneras” que comandaba la esposa del entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, en la década del 90, y que cumplían una doble función: una de un control social y político y tejer la capacidad de movilización de las amplias capas desesperadas a favor de la fracción burguesa que representaba Duhalde, y por otro lado las encargadas del reparto de los alimentos a los desocupados (un huevo y medio litro de leche diaria), ya que por ese entonces no existían planes de desempleo, subsidios, etc. Pero a medida que los índices de desocupación aumentaban geométricamente y también las protestas de los desocupados, las manzaneras comienzan a desaparecer de la escena. Había un espacio vacío, que era preciso ocupar, y lo ocupó un ramillete de organizaciones, la mayoría manejadas por la iglesia católica, las corrientes políticas izquierdistas, etc, más tarde entran en escena el maoísta Partido comunista revolucionario con su Corriente clasista y combativa, el trotskista Partido obrero que conformaron su propio aparato de desocupados, el Polo obrero, y sucesivamente, las demás corrientes.

Estas primeras organizaciones hicieron su bautismo de fuego en Buenos Aires, a nivel masivo, con los cortes de ruta sobre la estratégica ruta 3, que une Buenos Aires con el extremo Sur de la Patagonia con la exigencia de más subsidios de desempleo, subsidios que eran controlados y manejados por consejos consultivos que integraban la municipalidad, las corrientes piqueteras, la iglesia, etc., o sea por el Estado burgués.

Es así que los “planes Trabajar” y los distintos subsidios permitieron a la burguesía ejercer un control social y político de los desempleados a través de las respectivas organizaciones piqueteras, sean estas de corte peronista, trotskista, guevarista, estalinista o sindical a través de la C.T.A. Luego estas corrientes comenzaron a esparcirse a través de las barriadas obreras duramente castigadas por la desocupación, el hambre y la marginación, y comenzaron a tejer su estructura, todo ello con el dinero del estado burgués.

Solamente les eran exigidas dos cosas para poder ser beneficiario del subsidio y de los bolsones de comida (5 kg): movilizarse tras las banderas de la organización, y participar en los actos políticos si ésta poseía una estructura política, y aceptar y levantar la mano votando favorablemente las proposiciones de aquel grupo al cual “pertenecía”, todo ello so pena de perder el beneficio del plan, o sea de los míseros $150 pesos, o 50 dólares.

Pero las obligaciones para con la corriente de desocupados no finaliza aquí. Estos últimos se hallaban por parte de las organizaciones de desocupados sujetos a una serie de obligaciones, y su cumplimiento es consignado en libretas donde el que mayor puntaje obtiene, o sea participa en reuniones, marchas, y da su acuerdo a la posición oficial, no corre peligro de ver decaído su beneficio; en cambio, aquel que emite opiniones de disconformidad, el puntaje se reduce hasta perder el plan.

Pero así también, las organizaciones extraían de los desocupados un porcentaje o una suma fija de dinero en concepto de “cotización”, este dinero es para pagar rentados de las corrientes, pagar locales, en donde funcionan tanto la corriente de desocupados como el grupo político de quien depende la primera, etc.

La entrega de esta cotización es de carácter obligatorio, y para tales fines, los llamados “referentes” de cada local barrial de los diversos movimientos de desocupados acompañaban a los desempleados al mismísimo banco en donde luego de cobrar, estos últimos debían entregar el dinero.

En el año 2001, previo a las jornadas interclasistas del 19 y 20 de diciembre, la llamada asamblea piquetera estaba hegemonizada por el Polo obrero, la maoísta Corriente clasista y combativa, y la Federación de tierras, vivienda y habitat.

Las posiciones sustentadas en dichas asambleas y las siguientes demostraron claramente la naturaleza de los diversos movimientos piqueteros, como aparatos al servicio del estado burgués. Dicha naturaleza no ha desaparecido posteriormente cuando la ruptura de la asamblea piquetera de La Matanza, entre el Polo obrero y las otras dos corrientes, ocasionó la conformación del Bloque piquetero.

Las caracterizaciones que se les da a los desocupados, o al “sujeto piquetero” como gusta decir el Partido obrero, en su publicación semanal Prensa obrera cuando expresa que el objetivo del movimiento piquetero es convertirse en un movimiento de masas, entendido esto como de la masa de desocupados, de obreros activos y de todos los sectores medios que son empujados a la clase obrera y de los desposeídos, es decir la clase obrera debe insertarse en un amplio frente interclasista y debe luchar, no en su propio terreno sino en un campo que le es totalmente ajeno.

Lo que demuestra lo correcto de la posición de la CCI, como la que entonces defendimos, cuando calificaba a los sucesos del 19 y 20 de diciembre como una revuelta interclasista.

El Partido obrero en un párrafo sin desperdicio de su XIIIº Congreso dice sin el menor rubor: “El que controla la comida de las masas controla a las masas...”, o sea que a pesar de las declamaciones del Partido obrero por impedir que la burguesía controle a las masas al controlar los alimentos, plantea en realidad la misma actitud que la burguesía, es decir controlar los planes sociales, controlar los bolsones de comida, para poder así controlar a los desocupados. Esta actitud no es privativa del Partido obrero, sino del conjunto y de la totalidad de las corrientes, grupos y /o agrupaciones piqueteras.

Estos pequeños ejemplos sirven para demostrar que los movimientos de desocupados que han ocupado los medios masivos de comunicación, tanto en el plano nacional como internacional, y que llevó a la pequeña burguesía radicalizada a imaginarse el inicio de “una revolución”, de la existencia de “consejos obreros” etc., es una falacia absoluta.

Al considerar, como hace el Partido obrero, que el movimiento piquetero es el hecho más significativo del movimiento obrero desde el “cordobazo” [levantamiento de los obreros de Córdoba en 1969, NDLR], ello así, ya que éste último como también las luchas de carácter netamente obreras que tuvieron lugar en aquellos días no fue una rebelión popular o de neto corte o tinte interclasista, todo lo contrario, fueron combates obreros que desarrollaron comités obreros, que tuvieron a su cargo las mas diversas funciones, como comités de defensa, solidaridad, etc.

Un censor podrá criticarnos diciéndonos que esa es la posición de las direcciones de los movimientos y organizaciones piqueteras, pero lo que importa es la dinámica del proceso o del fenómeno piquetero, sus luchas, sus movilizaciones, sus iniciativas.

La respuesta es sencilla, a quienes nos censuren de esta manera debemos responderles, al igual que lo hicimos con el BIPR en la crítica que en Revolución comunista nº 2 [publicación del NCI] se realizó sobre sus posiciones relativas al “argentinazo” del 19 y 20 de diciembre, que las posturas que esa corriente adoptó son simples deseos de carácter idealista.

Las organizaciones piqueteras son sus líderes, sus jefes, nada más. El resto, los piqueteros con rostros cubiertos quemando neumáticos, son prisioneros de los $150 mensuales y de 5 kg de alimentos que el Estado burgués le otorga vía las organizaciones.

Y, como se dijo más arriba, todo ello debe ser realizado so pena de perder dichos “beneficios”. En síntesis las corrientes piqueteras no significan en absoluto desarrollo de la conciencia, todo lo contrario es retraso en la conciencia obrera, ya que aquellas imprimen una ideología ajena a la clase obrera. Asimismo, en lo expresado de que quien maneja la comida maneja la conciencia, el Partido obrero hace mención a una posición de la burguesía, es su lógica también, perversa, que solamente lleva a la derrota de la clase obrera y de los desocupados, ya que la función del izquierdismo es eso: derrota de la clase obrera, pérdida de la autonomía de clase por más consignas “revolucionarias” que puedan adoptar.

El GCI miente sobre la naturaleza obrera del movimiento piquetero

Las inexactitudes, las medias verdades, y las mistificaciones no ayudan al proletariado mundial, todo lo contrario, profundizan más los errores y las limitaciones en las nuevas luchas por venir. Esa es la actitud del GCI cuando escribe en su revista Comunismo (números 49, 50 y 51), que: “... la primera vez en la historia de Argentina en que la violencia revolucionaria del proletariado logra derribar el gobierno”, y continúa : “reparto de mercancías expropiadas entre los proletarios y comidas “populares” surtidas con el producto de las recuperaciones... Enfrentamientos con la policía y con otros cuerpos de choque del estado, como las patotas mercenarias peronistas, especialmente el día de la asunción de la presidencia del gobierno de Duhalde…”

El GCI, con su actitud y sus falsedades confunde a la clase obrera mundial impidiéndole extraer las necesarias lecciones de los sucesos en Argentina del año 2001.

En primer lugar no se trató de una “violencia revolucionaria” que derribó al gobierno de De La Rúa; todo lo contrario, este gobierno burgués cayó como producto de los conflictos y de las luchas interburguesas. Tampoco hubo reparto de las “mercaderías expropiadas”, los saqueos no fueron tal como pretenden el GCI “un ataque generalizado de la propiedad privada y el estado”, más bien se trató de personas desesperadas, hambrientas, y jamás se pusieron a pensar ni tan siquiera tangencialmente en atacar a la propiedad privada, sino calmar el hambre por un par de días.

Asimismo las falsificaciones de los hechos continúan, cuando habla de la asunción de Duhalde como una lucha entre el “movimiento” del proletariado contra las patotas peronistas; es falso, es mentira, el enfrentamiento que existió el día que asumió Duhalde la primera magistratura nacional, fue entre aparatos del estado burgués: por un lado el peronismo, y por el otro el izquierdismo del MST, PCA, y otros grupos menores trotskistas y guevaristas; pero la clase obrera estuvo ausente ese día.

Quizá por un momento alguien puede pensar que, tal vez, dichos “errores” del GCI se deben a un exceso de entusiasmo revolucionario, a la buena fe, pero al continuar con la lectura de dicha revista, es dable a observar que ello no existe, juega un rol de confusión que solo favorece a la burguesía. El GCI miente a la clase obrera mundial y alimenta la mistificación piquetero, cuando dice que: “… La afirmación proletaria en Argentina no hubiese sido posible sin el desarrollo del movimiento piquetero, puntal del asociacionismo proletario durante el último lustro...” y “… En Argentina, el desarrollo de esta fuerza de clase se muestra, en unos meses tan potente que los proletarios que todavía tienen un trabajo se asocian a la misma… Durante los últimos años toda gran lucha se coordina y articula en torno a los piquetes, a las asambleas y estructuras de coordinación de los piqueteros…”. Sería preocupante que estas afirmaciones las realizaran corrientes del medio político proletario, en cambio no nos extrañan en boca del GCI, un grupo semianarquista que reivindica la ideología pequeña burguesa y racista de Bakunin, lo que nos preocupa son los engaños que dicha publicación está llevando a sus lectores.

El movimiento piquetero, ya se dijo más arriba (con las excepciones de la Patagonia y del norte de Salta) es el heredero de las Manzaneras, y el supuesto asociacionismo que generarían los piquetes, no es más que la obligación que posee cada uno de los beneficiarios del “plan Trabajar” o de cualquiera de los subsidios para no perder dichas migajas que el estado burgués le otorga. No existe entre sí solidaridad, todo lo contrario, es todos contra todos, buscar obtener un beneficio en perjuicio y a costa del hambre del otro.

Por ello no puede calificarse el piquete, ni mucho menos, como el hecho más significativo de la clase obrera y no se puede mentir descaradamente acerca de la “coordinación” de los obreros ocupados con los piquetes. Sigue mintiendo cuando dice que “el asociacionismo generalizado del proletariado en Argentina es sin dudas una afirmación ­incipiente de esa autonomización del proletariado… La acción directa, la organización en fuerza contra la legalidad burguesa, la acción sin mediaciones intermediarias… el ataque a la propiedad privada… son extraordinarias ­afirmaciones de esa tendencia del proletariado a constituirse en fuerza destructora de todo el orden establecido..”.

Estas afirmaciones son sin lugar a dudas una muestra cabal de un intento abierto de estafa a la clase obrera mundial para evitar que pueda extraer las lecciones y las enseñanzas necesarias. Es en definitiva un gran servicio que el GCI presta a la burguesía y a la clase dominante. No puede estafarse a la clase obrera intentado dibujar y cambiar el sentido de los hechos, de las acciones y de las consignas, “el que se vayan todos…” no es una afirmación revolucionaria, sino más bien una afirmación para que se queden todos, es la búsqueda de un “gobierno burgués honesto”.

Pero cabe preguntarse a qué se refiere el GCI con lo de “proletario”. Para este grupo, el proletariado no se define según el papel que juegan en la producción capitalista, es decir si son los dueños de los medios de producción o si venden su fuerza de trabajo. Para el GCI, proletario es una categoría que abarca tanto a los desocupados (que son parte de la clase obrera) como a los lumpen y demás capas o estratos sociales no explotadores, como puede verse en su publicación Comunismo nº 50.

La posición del GCI, de considerar al lumpen dentro de la categoría proletario, no es más ni menos que un intento de plantear en forma encubierta que se ha constituido un nuevo sujeto social revolucionario así como de dividir a los desocupados de su pertenencia a la clase obrera. Por más que lo niegue, el GCI, tiene en muchos aspectos posiciones similares a las adoptadas por el izquierdismo argentino, como el Partido obrero, cuando crea una subcategoría de obreros, los “ obreros piqueteros”. Y eso se ve cuando el GCI intenta explicar su visión (semianarquista y guerrillerista que nada tiene que ver con el marxismo) sobre ese sujeto proletario y dice acerca de los lumpen que son “los elementos más decididos a contraponerse a la propiedad privada” por ser los elementos más desesperados.

Pero la pregunta a formularse es la siguiente: ¿el lumpenproletariado es una capa social distinta al proletariado? Para el GCI no lo es, más bien es el sector más golpeado del proletariado. Aquí evidentemente el GCI asimila desocu­pados con lúmpenes lo cual es radi­calmente falso. Ello no implica en lo absoluto que la burguesía con la desocupación procura que dichos destacamentos obreros sin trabajo se desmoralicen producto de su aislamiento y que procure asimismo lumpenizarlos para que pierdan su conciencia de clase. Pero de ello a la posición sustentada por el GCI hay una gran diferencia, ya que pensar tan siquiera tangencialmente que el lumpen es el sector más desesperado del proletariado y que dicha desesperación conlleva a “no respetar la propiedad privada”, es falso.

Los lumpenes son alguien plenamente integrado a la actual sociedad capitalista del sálvese quien pueda, de cada uno a la suya, y su “no respeto a la propiedad privada” es la desesperación de esta capa social.

Cabe afirmar que el GCI proclama de forma solapada el fin del proletariado, haciéndose eco de las ideologías y teorías propagandizadas por la burguesía en la década de los 90, al proclamar que dichas capas sociales sin futuro son parte del proletariado, y al negar a la clase obrera su carácter de la única clase social revolucionaria en nuestra época y la única clase que tiene una perspectiva comunista y de destrucción del sistema de explotación que impone el capitalismo.

Es falso el carácter proletario y revolucionario de la revuelta del 2001, es falso que el proletariado haya desafiado a la propiedad privada. Las estructuras asociativas a las que se refiere el GCI son parte integrante del aparato estatal, para dividir y desunir a la clase obrera, ya que los grupos piqueteros cualquiera que fuera su estructura, jamás pensaron ni se plantearon destruir la propiedad privada ni propusieron una perspectiva comunista.

En realidad, el GCI es parte integrante de toda la parafernalia mediática en torno a los piquetes y sus grupos piqueteros, mistificando, dividiendo, y desuniendo a la clase obrera, y negando el carácter revolucionario del proletariado, a través de temas a los que, por mucho que intente darles una apariencia ­marxista, no son más que una deformación de la ideología burguesa.

Además, el GCI lanza un artero ataque contra la CCI, y contra la posición que dicha corriente defendió con relación a los acontecimientos del 2001. Consideramos firmemente que la posición que adoptó la CCI en los sucesos de Argentina fue la única que extrajo correctamente las enseñanzas de dicha revuelta popular, mientras que el BIPR se basó pura y exclusivamente en el fetiche de las “nuevas vanguardias” y de las “masas radicalizadas de las naciones periféricas”.

El GCI (así como la Fracción interna de la CCI) adoptó una posición de carácter pequeño burgués, no proletaria y de neto tinte anarquista.

Nuestro pequeño grupo extrajo de las lecciones de la revuelta interclasista en Argentina, las mismas lecciones que los camaradas de la CCI, sin encandilarse por el impresionismo tercermundista del BIPR, ni por la “acción revolucionaria proletaria” de los lúmpenes tal como lo plantea el GCI.

¡Qué despropósito es asimilar a la rebelión interclasista argentina y las capas que intervinieron en ella con la revolución rusa de 1917!, ¿qué tiene de común denominador las expresiones de Kerensky con los análisis acerca del levantamiento del 2001?. La respuesta es NADA.

La analogía del GCI es evidentemente interesada. Pero ello no se debe a errores o análisis apresurados o a visiones idealistas, todo lo contrario, ello es producto pura y simplemente de su opción ideológica que se aleja de la dialéctica materialista y del materialismo histórico, y abraza posiciones anarquistas, en una mezcla difícil de digerir, o sea, utilizando términos llanos, adoptan la ideología pequeña burguesa de las capas medias desesperadas y sin futuro.

Las posiciones de la FICCI

Capitulo aparte merece debatir las posiciones de la FICCI, este grupo a pesar de sus expresiones de ser la “verdadera CCI”, de ser la “única continuadora del programa revolucionaria de la CCI”, demuestra cabalmente su carácter de seguidista al BIPR, y sus análisis equivocados con respecto a la Argentina, lamentablemente no poseemos en español las posiciones de la FICCI con respecto de la Argentina, pero es indudable que de la lectura de la respuesta que dicho grupo realizó a una nota efectuada en Revolución comunista [publicación del NCI], respecto de Bolivia, da una cabal idea de las posiciones de dicho grupo.

“… La CCI actual, contrariamente al resto de todas las fuerzas comunistas, ha rechazado la realidad de las luchas obreras en Argentina (…) Pensamos que los movimientos en Argentina fueron un movimiento de lucha obrera (…) una visión esquemática puede comprender que el proletariado de los países de la periferia no tenga otra cosa que hacer más que esperar a que el proletariado de los países centrales abra la perspectiva de la revolución. Evidentemente, tal visión tiene implicaciones, consecuencias, en las orientaciones e incluso en la actitud militante hacia la lucha. Ya en los años 70 en la CCI, esta incomprensión incorrecta y vulgar, mecánica, había tendido a expresarse incluso en la prensa. Hoy, pensamos que esta visión vuelve con fuerza en las posiciones de la CCI actual bajo una visión absoluta, y por tanto idealista, de la descomposición, lo que ha conducido a que “nuestra” organización adoptara una posición indiferentista, derrotista, e incluso de denuncia, de las luchas obreras argentinas (ver su prensa de ese tiempo) en 2001-2002”.

Estas dos largas citas de la publicación de la FICCI, demuestra cabalmente los mismos errores cometidos por el BIPR, al cual aquella le hace seguidismo en forma no principista, y del GCI, los puntos de contacto es el de considerar en forma absurda que la revuelta popular en la Argentina fue una lucha obrera. Nada más falso.

Es cierto que la posición de la CCI, y de nuestro pequeño grupo difieren con relación al resto de las corrientes comunistas, especialmente el BIPR, y la misma no se refiere, como mal pretenden la FICCI, a una posición derrotista, todo lo contrario, no nos cansamos en reiterar hasta el hartazgo que es necesario extraer de las luchas todas las lecciones y experiencias a fin de no cometer errores o caer en impresionismo, como parece que estas fuerzas han sufrido con la experiencia piquetero. No implica decir que en Argentina 2001, 19 de diciembre no hubo lucha obrera, ser un desertor de la lucha de clases como expresa la FICCI, esta posición es típica de pequeños burgueses desesperados en busca de ver luchas obreras cuando en realidad no las hay.

Las naciones más industrializadas se hallan en condiciones más favorables para las luchas obreras revolucionarias, ya sea por su número, concentración en comparación con las naciones periféricas. Pero las condiciones para una revolución proletaria, entendida como una ruptura con la clase dominante, serán más favorables en aquellos países donde la burguesía es más fuerte y las fuerzas productivas han alcanzado un alto grado de desarrollo (…)

La FICCI, solamente ha llevado a cabo una política de calumnias e injurias contra la CCI, al igual que el GCI, y dicho accionar los ha llevado a negar lo innegable, a aceptar lo inaceptable, en primer lugar que la lucha en Argentina en el 2001 fue obrera, y a mistificar como órganos de la clase a los movimientos de desocupados, piquetes etc., cuando la práctica concreta de la lucha de clases ha demostrado lo contrario.

Por una perspectiva revolucionaria

Las corrientes piqueteras que en su conjunto manejan alrededor de 200 000 trabajadores desempleados, si bien no son sindicatos en el término exacto de la palabra, tienen aspectos de sindicatos (pago de cuota, adhesión ciega a la corriente que gestionó el plan, o le hace entrega de la bolsa de mercaderías etc., y fundamentalmente su carácter permanente). No importa que sean manejados por partidos izquierdistas o por la CTA en el caso del FTV, es así que de las primitivas luchas de los desocupados allá por 1996-1997 en la Patagonia en donde los desocupados se organizaron a través de comités, asambleas, etc., los partidos izquierdistas han logrado infiltrarse, como órganos del capital y han esterilizado la lucha de los trabajadores ocupados y desocupados.

Pero algún censor puede decir: ¿no pueden estas corrientes por acción de las bases regenerarse?, ¿deben los desocupados abandonar la lucha? La respuesta a estas preguntas es simplemente NO. Las organizaciones piqueteras, sean apéndices de un partido de izquierda, “independientes”, o brazo de una central obrera, como es el caso de la CTA con el FTV que lidera el oficialista D´Elia, son irrecuperables, están en función del capital, son aparatos de la burguesía, con el objetivo de dividir y dispersar las luchas, y esterilizarlas hasta transformar a los desocupados como parte integrante del paisaje urbano, sin perspectiva revolucionaria, y aislados de su clase.

Asimismo, no se plantea que los trabajadores desocupados deban abandonar la lucha, todo lo contrario deben redoblarla, pero es necesario dejar constancia que los trabajadores desempleados jamás podrán lograr sus reivindicaciones o reformas dentro de este sistema, es por ello que los desempleados deben luchar codo a codo con los ocupados contra este sistema, pero para ello es necesario romper con el aislamiento, no solo con respecto a los ocupados sino entre los desocupados entre sí, que hábilmente la burguesía a través de los partidos izquierdistas y corrientes piqueteras han establecido entre las mismas agrupaciones o con agrupaciones distintas, ya que han introducido la división entre los desempleados generando el pensamiento que el vecino o el compañero de barrio desocupado es un potencial adversario y enemigo que puede sacarle el subsidio y los alimentos.

Hay que romper esta trampa, es necesario que los desocupados rompan el aislamiento que el capital les ha impuesto, cohesionándose con el conjunto de la clase, de la cual ellos son parte, pero es necesario producir una gran transformación en la manera de organizarse, no a través de órganos permanentes, sino siguiendo los ejemplos de los trabajadores de la Patagonia en 1997, o del norte de Salta, en donde se dio la unidad entre la clase y los organismos de lucha fueron los comités, las asambleas generales con mandato revocable, aunque posteriormente fueron encuadrados por los partidos izquierdistas.

Pero igualmente, estas experiencias de lucha son válidas, ya que el desocupado debe luchar contra los subsidios miserables que les dan, contra el aumento de las tarifas públicas, etc., que es en cierta manera la misma lucha que llevan a cabo los ocupados por el salario, deben participar como apoyo en las luchas de clases y transformar sus luchas como parte integrante de un lucha general contra el capital.

Las corrientes piqueteras han creado el término “piquetero” para establecer no solo una diferenciación con los ocupados, sino también con los desocupados que no se hallan encuadrados en sus organizaciones. Las corrientes de desempleados al establecer categorías sociales o nuevos sujetos sociales como: obrero piquetero, desocupado piquetero, intentan dividir y excluir a millones de trabajadores ocupados y desocupados, siendo esta situación beneficiosa a la clase dominante: la burguesía.

Los piqueteros, al igual que en un momento dado los zapatistas fueron y son herramientas al servicio del capital, la “moda” de los pasamontañas, los neumáticos ardiendo en el medio de una autopista, es solamente un marketing del capitalismo, para decir a la clase en su conjunto dos cosas: que existen millones de desocupados prestos a ocupar por menores salarios el puesto de trabajo del obrero ocupado, y así paralizar el desarrollo de la lucha de clases, y por otro lado, con los programas levantados por las diversas corrientes piqueteras, planes de $150, más bolsones de comidas, trabajo genuino en las fabricas capitalistas, que no hay salida fuera de este sistema, por más gobierno obrero y popular que proclamen.

Es así la necesidad de los trabajadores desocupados de romper la trampa de la burguesía, y ello se lograra rompiendo las organizaciones piqueteras, abandonándolas, ya que estas al igual que los sindicatos y los partidos de izquierda son parte integrante del capital. Los trabajadores desocupados son eso, y no como lo plantea el izquierdismo piquetero, esta denominación es para aislar y dividir a los trabajadores desempleados del conjunto de la clase obrera, y transformarlos en una casta, tal como surge de las posiciones de la izquierda del capital.

Los trabajadores ocupados y desocupados en su conjunto deben tender a la unidad de la clase, ya que ambos sectores pertenecen a la misma clase social: obrera, y que ninguna solución provendrá en este sistema, ya que el mismo se halla en bancarrota, que solamente la revolución proletaria que destruya este sistema podrá acabar con la miseria, el hambre, la marginación. Esa es la tarea.

Buenos Aires, junio 16 de 2004

Situación nacional: 

La necesidad de la solidaridad obrera contra la lógica del capitalismo en bancarrota

¿Cuál es el medio más efectivo de lucha cuando “nuestro” puesto de trabajo o la planta de producción ya no se consideran productivos? ¿El arma de la huelga pierde su efectividad cuando el capitalista intenta cerrar la fábrica a toda costa o cuando la empresa está al borde de la bancarrota?

Estas cuestiones se han planteado de forma muy concreta, no sólo en Opel, Karstadt o en Wolkswagen sino en todos los lugares donde, como resultado de la crisis económica del capitalismo, las fábricas o las empresas se hallan inmersas en un proceso de “salvamento” o simplemente cierran. Esto no ocurre únicamente en Alemania sino también en Estados Unidos o en China. Y no se limita tampoco a la industria, también los hospitales o las administraciones públicas están afectadas.

Necesitamos luchar pero ¿cómo hacerlo?

A mediados de los años 80 tuvieron lugar grandes luchas defensivas contra los despidos masivos. Recordemos las luchas de Krupp Rheinhausen o la minería británica. En aquel periodo, ramas enteras de la industria tales como siderurgia, minería o astilleros fueron cerradas.

Hoy, sin embargo, el desempleo y el cierre de fábricas se han convertido en el pan nuestro de cada día. Esto produce en una primera fase un extendido sentimiento de intimidación. Muchos despidos han sido aceptados sin apenas resistencia. Sin embargo, la lucha de este verano en Daimler Chrysler ha establecido un jalón. Esta vez los obreros no se dejaron intimidar por sus patronos. Las acciones de solidaridad, particularmente de los obreros de Bremen con sus compañeros amenazados de la planta de Sindelfingen-Sttugart, demostraron que los obreros luchan contra los intentos de enfrentarlos unos con otros.

Actualmente, la huelga en Opel y particularmente en Bochum, como primera respuesta al anuncio de despidos masivos, evidencian de nuevo la voluntad de no aceptar pasivamente los despidos.

No obstante, la cuestión de las posibilidades y los objetivos de la lucha bajo tales circunstancias, debe plantearse. Sabemos que tanto la reciente lucha de Daimler Chrysler, como las anteriores de Krupp Rheinenhausen o la minería británica, acabaron en una derrota. También mostraron en numerosas ocasiones –hoy también- que los sindicatos y los Comités de Fábrica, cuando los obreros están dispuestos a resistir, se adaptan y adoptan el lenguaje de la lucha pero proclamando al mismo tiempo que no hay otra alternativa que la de someterse a la lógica del capitalismo. Lo que piden es evitar lo peor dentro de lo malo. Dicen que el objetivo es salvar la empresa y que ello hace necesarios despidos y sacrificios pero estos deben hacerse de la manera más “social” posible. Así tenemos que el acuerdo alcanzado en la cadena de almacenes de Karstadt-Quelle que ha supuesto la eliminación de 5.500 puestos de trabajo, el cierre de 77 establecimientos y tremendos recortes salariales (para ahorrar 760 millones de € hasta 2007) ¡fue presentado como una victoria de los trabajadores por el sindicato de Verdi!

Desde al menos dos siglos, los asalariados y el capital se han enfrentado sobre los salarios y las condiciones de trabajo, es decir, sobre el grado de explotación del trabajo asalariado por el capital. Sí los explotados no hubieran luchado, generación tras generación, la situación de los trabajadores actuales apenas sería mejor que la del esclavo, exprimidos hasta no disponer ni un gramo de energía o condenados a trabajar hasta la muerte.

Sin embargo, junto a esa cuestión del grado de explotación, que también se planteaba a los esclavos y a los siervos de épocas anteriores, la economía moderna plantea un segundo problema que aparece únicamente cuando la producción mercantil y el trabajo asalariado se convierten en dominantes: ¿qué hacer cuando el dueño de los medios de producción –la empresa- ya no es capaz de sacar provecho a la fuerza de trabajo? A lo largo de la historia del capitalismo este problema ha conducido siempre al problema del desempleo. Sin embargo, en la situación actual, cuando asistimos a una crisis de sobre producción crónica del mercado mundial, cuando la bancarrota del modo capitalista de producción se hace más y más visible, ese problema –el desempleo- se está convirtiendo en una cuestión de vida o muerte para los trabajadores.

La Perspectiva de la clase obrera contra la Perspectiva del Capital

Los empresarios, los políticos, aunque también los sindicatos y los Comités de Fábrica –es decir, todos aquellos que están implicados en la gestión de la fábrica, la compañía o el Estado- consideran a los trabajadores y a los empresarios como partes de una misma empresa, cuyo bienestar es inseparablemente dependiente de los intereses de la empresa, es decir, que “todos van en el mismo barco”. Según ese punto de vista resulta muy dañino que los “miembros de la empresa” se opongan al interés de la empresa que se resume a fin de cuentas en sacar la máxima ganancia. ¿Para que existen las empresas sino para realizar el máximo de ganancias?

Partiendo de esta lógica, el presidente del Comité General de Fábricas de Opel, Klaus Franz, declaró categóricamente desde el principio que «sabemos muy bien que los despidos son inevitables». Esta es la lógica del capitalismo.

Pero ese no es el único punto de vista desde el cual se puede considerar la situación. En vez de abordar el problema como el resultado de la posición competitiva de Opel, de Karlstadt o de Alemania entera, lo abordamos como el problema de la sociedad en su conjunto, aparece otro punto de vista, otra perspectiva. Sí se ve el mundo no tanto a partir de la estrecha mirada que se desprende de una empresa o de una nación, sino desde la óptica de toda la sociedad, de la humanidad entera, las víctimas ya no pertenecen a Karlstadt o a Opel, sino que forman parte de la clase de los trabajadores asalariados, que constituyen las principales víctimas de la crisis capitalista. Visto desde esta perspectiva, aparece mucho más claro que las vendedoras de Karlstadt, los obreros de las líneas de producción de Opel en Bochum, los desempleados de Alemania del Este, los obreros de la construcción traídos de Ucrania que trabajan en negro en condiciones que rozan la esclavitud, todos ellos comparten un mismo interés no con los explotadores sino unos con otros.

El bando del capital sabe muy bien que esta perspectiva diferente existe. Es la perspectiva que más teme. La clase dominante comprende que sí los obreros de Opel o de Wolkswagen ven los problemas desde el punto de vista de Opel o de Wolkswagen podrán resistirse o luchar pero acabarán “entrando en razón”. Sin embargo, cuando los obreros encuentran su propia perspectiva, cuando descubren el interés común que les une, entonces surge una perspectiva de lucha completamente diferente.

Adoptar el punto de vista de la Sociedad

Los representantes del capital siempre intentan convencernos que de que las catástrofes causadas por su sistema económico son el producto de “inadecuaciones” o de “especificidades” de tal o cual empresa o de tal o cual país. Así, alegan que los problemas de Karstadt son el resultado de una mala estrategia de ventas. Opel, por su parte, habría seguido una política equivocada al imitar el ejemplo de competidores como Daimler Chrysler o Toyota que habían desarrollado con éxito nuevos y atractivos modelos Diesel. Se ha dicho también que 10.000 de los 12.000 empleos previstos para eliminar por General Motors tengan lugar en Alemania sería una revancha de la burguesía americana por la política germana sobre Irak.

Estos argumentos son desmentidos por la realidad. Daimler Chrysler chantajeó a los obreros unos meses antes con argumentos similares. Karsdtadt-Quelle es una compañía cien por cien alemana y no ha tenido ningún reparo en echar sus empleados a la calle. El mismo día en que Karsdtadt decidía los despidos -14 de octubre-, Opel anunciaba los suyos, en la cadena de supermercados Spar se planteaba lo mismo y en Dutch Phillips se abría una nueva ronda de despidos para “salvar la empresa”.

Es significativo que el mismo “Jueves Negro”, el 14 de octubre, en el que coincidieron los despidos de Opel y los de Karstadt, toda una turba de políticos, negociadores sindicales, comentaristas de radio y TV, se apresuraran a distinguir entre los dos casos para dar a entender que había existido una “mera coincidencia”.

Podríamos pensar que los problemas de los empleados de ambas compañías son los mismos, que lo dominante es la similitud de sus intereses y de sus preocupaciones. Sin embargo, ocurrió exactamente lo contrario. Nada más anunciara el líder sindical de Kardstadt que con los despidos el “futuro” de la empresa quedaba asegurado, los medios de comunicación lanzaron por todas partes el mensaje de que un problema quedaba resuelto y que “el único” quebradero de cabeza sería Opel. Es decir, los trabajadores de Kardstadt podrían dormir tranquilos, los únicos que deberían estar preocupados serían sus compañeros de Opel.

Pero la única diferencia entre las dos situaciones es que en los primeros, Kardstadt-Quelle, ya se ha decidido un terrible plan que incluye despidos, cierres parciales y el chantaje masivo de la fuerza de trabajo que “conserva su empleo”, mientras que en Opel las espadas siguen en alto. Sin embargo, entre las dos empresas los planes prevén realizar recortes en los costes laborales de ¡1,2 miles de millones de €!, lo que significará un importante recorte de los medios de existencia de muchos miles de trabajadores. ¡Y esto salvará las ganancias de las empresas pero no los puestos de trabajo!

No tiene ningún fundamento la afirmación repetida hasta la náusea según la cual la situación de los trabajadores de Kardstadt es completamente diferente de la de los Opel. Los trabajadores de Kardstadt-Quelle no han conseguido ninguna garantía. El sindicato Verdi habla de “salvación de empleos” y de “éxito de los trabajadores” porque el convenio colectivo se habría mantenido. Esto es vender una derrota amarga como una victoria radiante. ¿Qué valor pueden tener las “garantías de conservación del empleo” y el “mantenimiento del convenio” cuando las compañías están empeñadas en una guerra a muerte con sus competidores lo que les mueve a dejar de lado 6 meses o un año después las solemnes promesas de la víspera? En realidad, las víctimas de la “salvación” de Kardstadt son las mismas que las sacrificadas en Volkswagen, en Daimler Chrysler o en Siemens, en el sector público, o a las que se pretende inmolar en Opel…

Las negociaciones de Kardstadt se concluyeron a toda prisa para evitar que coincidieran con el inicio del “expediente Opel”. Hasta ahora existía una regla tácita entre los burgueses: no hacer coincidir ataques simultáneos a varios sectores importantes de la clase obrera con el objetivo de no despertar ni animar sentimientos de solidaridad mutua. La agudización de la crisis del capitalismo limita cada vez más la posibilidad de ese escalonamiento. Bajo tales circunstancias lo que ha hecho la burguesía ha sido precipitar un “acuerdo positivo” en Kardstadt el mismo día que llegaban las malas noticias procedentes de Detroit.

Los medios de la solidaridad en la lucha

Los despidos masivos y las amenazas de bancarrota no ha superflua el arma obrera de la huelga. Los paros que estallaron en Mercedes y ahora en Opel son una señal importante, un llamamiento a la lucha.

Sin embargo, es verdad que en tales situaciones el arma de la huelga como medio de intimidar al enemigo ha perdido mucha de su efectividad. Por ejemplo, los obreros desempleados no cuentan con esa arma de combate. Igualmente, cuando el objetivo de los empresarios es cerrar, la huelga pierde buena parte de su capacidad de amenaza.

Eso significa que ante el nivel actual de los ataques del Capital lo que necesitamos es la huelga de masas de todos los obreros. Sólo una acción defensiva de estas características podría empezar a proporcionar una confianza en si misma que le permitiera hacer frente a la arrogancia cada vez más prepotente de la clase dominante. Además, el desarrollo de tales movilizaciones masivas permitiría cambiar el clima social promoviendo el reconocimiento de algo elemental pero que hoy pretenden enterrarlo: la satisfacción de las necesidades humanas debe ser la guía de la sociedad.

Esta idea tan elemental significa poner en cuestión el capitalismo cuyo principio fundamental de funcionamiento no es satisfacer las necesidades humanas sino obtener la máxima ganancia. Esta puesta en cuestión es la que desarrollaría una creciente determinación de los obreros con empleo y los obreros desempleados para defender sus intereses.

Desde luego, tales acciones masivas, comunes y solidarias, no son todavía posibles. Pero esto no quiere decir que no podamos luchar y obtener algo ya desde ahora. Pero para ello es necesario comprender que la huelga no es la única arma de la lucha de clases. Todo aquello, ya hoy, que promueva el reconocimiento de los intereses comunes de todos los trabajadores, que revitalice las tradiciones de la solidaridad obrera, preocupa a la clase dominante, la hace menos segura en su arrogancia, le obliga a realizar al menos concesiones temporales.

En 1987, los obreros de Krupp Rheinenhausen, amenazados de cierre y despido masivo, decidieron realizar asambleas masivas abiertas a toda la población, invitaron a obreros de las demás fábricas y a los desempleados. Se popularizó el eslogan “Todos somos obreros de Krupp”. Hoy, sería aún más inaceptable para la burguesía el que los obreros de Kardstadt, Opel, Spar o Siemens, se reunieran juntos para discutir de su situación común. En 1980, durante la huelga de masas en Polonia, era frecuente que los obreros de una ciudad realizaran marchas de distintos puntos que convergían en la fábrica más grande donde se realizaba una gran asamblea y se decidían reivindicaciones comunes.

La lucha de Mercedes antes del verano expresó algo que en Opel o Kardstadt se ha vuelto a repetir: existe un sentimiento creciente de solidaridad entre la población obrera hacia aquellos de sus hermanos sometidos a ataque. En tales circunstancias, las manifestaciones callejeras que recorren una ciudad llamando a trabajadores de otras empresas y tratando de ganar a los desempleados pueden convertirse en el medio para desarrollar una solidaridad común.

La lucha de Mercedes empezó a demostrar también que frente a los despidos masivos los obreros no pueden tolerar que les dividan y enfrenten entre si. En dicha lucha, los capitalistas se dieron cuenta que no podían enfrentar de forma grosera a los obreros de las factorías de Stuttgart y Bremen. El Comité General de Opel anunció que frente a los despidos propuestos la prioridad era mantener la unidad de todas las plantas de General Motors en Alemania. ¿Pero qué quiere decir que los social-demócratas y los sindicalistas hablen de solidaridad? Dado que dichas instituciones forman parte de la sociedad capitalista su concepto de “unidad” no significa lo mismo que los obreros aspiran. Para ellos “unidad” quiere decir que las diferentes plantas se pongan de acuerdo en los precios manteniendo eso sí la competencia entre ellas. El presidente del Comité General de Opel declaró que iba a reunirse con sus colegas suecos de la Saab para discutir qué oferta haría cada cual para llevarse los nuevos modelos previstos por General Motors. ¡Esta es su “unidad”! Los Comités de Fábrica, como los sindicatos, forman parte del capitalismo y de la competencia mortal que hay en su seno.

La lucha común de los trabajadores solo puede ser llevada a cabo por los trabajadores mismos.

La necesidad de poner en cuestión políticamente el capitalismo

Frente a la profundización de la crisis del capitalismo actual, los trabajadores tienen que superar el asco y la desconfianza reinantes hacia las cuestiones políticas. Evidentemente, no hablamos de la política burguesa que solo merece rechazo, sino de la necesidad de abordar los problemas generales de la sociedad y por tanto del problema del poder.

Los despidos masivos actuales nos plantean la realidad de esta sociedad: en ella no somos “trabajadores de Opel” o “trabajadores públicos”, sino que somos un objeto de explotación, un coste de producción, que puede ser despiadadamente apartados por las necesidades del Capital. Estos ataques muestran a las claras que los medios de producción no pertenecen a la sociedad entera ni se ponen a su servicio sino que constituyen la propiedad de una estrecha minoría. Sobre todo, los medios de producción están sometidos a las leyes, cada vez más ciegas y destructivas, del mercado y la competencia. Estas leyes no escritas hunden a partes cada vez más grandes de la humanidad en la pauperización y en una creciente inseguridad. Estas leyes socavan las más elementales reglas de la solidaridad humana, sin las cuales la sociedad acaba siendo imposible. Los obreros, que producen la mayoría de bienes y servicios de esta sociedad, empiezan a comprender lentamente que este orden social es cada vez más inhumano.

Las crisis de Karstadt o de Opel no son el producto de una mala gestión sino la expresión de una crisis crónica, de hace muchos años, que se agrava década tras década. Esta crisis lleva al hundimiento de la capacidad de compra de la población obrera lo que provoca el deterioro de la industria de consumo, de la producción automovilística etc., lo que a su vez acentúa la competencia entre capitalistas obligándoles a nuevos despidos, a nuevos recortes, que provoca nuevas caídas en la capacidad de compra…

Dentro del capitalismo es imposible salir de semejante círculo vicioso.

Corriente Comunista Internacional 15.10.04

Geografía: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico (II): Battaglia abandona la noción de decadencia

En la Revista internacional nº 118 rememoramos ampliamente cómo Marx y Engels definieron las nociones de ascendencia y decadencia de un modo de producción ayudándonos de numerosos pasajes extraídos de sus principales escritos. Vimos, al analizar la sucesión de los distintos modos de producción, que la teoría de la decadencia está en la esencia misma del materialismo histórico. En un próximo número mostraremos cómo esta noción vuelve a aparecer en el núcleo de los programas políticos de la IIª y IIIª Internacionales, en los de las Izquierdas marxistas que se desgajaron de ellas y en los de los grupos actuales que se reivindican de la Izquierda comunista.

Al iniciar la publicación de esta nueva serie de artículos (1) titulada “La teoría de la decadencia en la médula del materialismo histórico” nos propusimos responder a ciertas dudas, desde luego legítimas, que fueron planteadas sobre la cuestión pero, sobre todo, para salir al paso de las confusiones que se han difundido a propósito de ella por quienes, sucumbiendo a la presión de la ideología burguesa, abandonan estas adquisiciones básicas del marxismo. El artículo publicado por Battaglia comunista, púdicamente titulado “Por una definición del concepto de decadencia” (2) es un ejemplo significativo. Hemos criticado ocasionalmente algunas de las ideas que aparecen en él (3). No obstante, la publicidad que se le ha dado traduciéndolo a tres idiomas, utilizándolo para a abrir una discusión sobre la decadencia en el seno del BIPR y la introducción que ha hecho la CWO (4) en su revista (5), nos ha llevado a referirnos otra vez al tema para responder lo más ampliamente posible.

 Según Battaglia hay una doble  razón que hace necesario “definir la noción de decadencia”.

  • de una parte, desenmascarar las ambigüedades que contiene la aceptación actual de la noción de decadencia del capitalismo, y de ellas la que tiene del concepto “una visión fatalista y de espera a que muera el capitalismo”.
  • de otra, dejar establecido que, mientras el proletariado no haya derrocado el capitalismo “el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones, sin por ello crear las condiciones de su propia destrucción”. Por lo que no tiene “ningún sentido hablar de decadencia cuando nos referimos a la capacidad para mantenerse vivo de un sistema de producción” (International Communist nº 21).

La CCI rechaza la idea de que en el marxismo exista una ambigüedad que conduciría a una visión fatalista de la muerte del capitalismo; visión que llevaría a hacer pensar que este sistema, acorralado por contradicciones cada vez más insuperables, se retiraría él mismo de la escena histórica. En contra de esa visión, para el marxismo, la ausencia de una “transformación revolucionaria de toda la sociedad” acabaría en “la ruina de las diversas clases en lucha” (Manifiesto comunista), es decir con la desaparición de la sociedad misma. Como lo hemos demostrado, tal ambigüedad no existe más que en la mente de Battaglia . Hay que tomar nota de que, sin quererlo, Battaglia se ha convertido en vocero de los temas de la burguesía en los que se pretende que la visión ­marxista es “fatalista” y en los que se ensalza “la voluntad de los hombres” como motor de la historia. Por su parte, Battaglia dice que no pone en entredicho; sino que al contrario, es en nombre del marxismo (su ­“marxismo”, en realidad) como acomete la refutación de un concepto que realmente está en el núcleo mismo del marxismo y que ellos consideran “fatalista”, como lo veíamos en el artículo anterior de esta serie (Revista internacional nº 118). No es la primera vez, ni la última que un marxismo ficticio contribuye a “refutar” el marxismo real.

En cuanto a la segunda razón invocada por Battaglia para definir la noción de decadencia, esta se sitúa justamente en el extremo opuesto del marxismo, pues para éste, cuando el capitalismo “entra en su periodo senil… más obligado está a sobrevivir”, acaba transformado en “un sistema social regresivo”, “obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas” (Marx: El Capital y otros textos).

Veamos cómo su error de método conduce a Battaglia a las peores banalidades: “Incluso en su fase progresista (…) hubo puntualmente crisis y guerras, así como también ataques contra las condiciones de la fuerza de trabajo”. Este error la lleva a asumir otra vez por cuenta propia los tópicos de la burguesía, la cual, con el argumento de que siempre ha habido guerras y miseria, banaliza la especificidad del cúmulo de atrocidades que recorrieron el siglo XX que fue, sin duda, el más bárbaro que la humanidad haya conocido jamás. Y ya puestos a ello, Battaglia acaba rechazando las manifestaciones esenciales de la decadencia del capitalismo.

Seguiremos con la crítica de la visión de Battaglia en la continuación de este artículo (que saldrá en el próximo número de esta Revista internacional), particularmente de su idea de que no habría dos fases fundamentales en la evolución del modo de producción capitalista sino periodos sucesivos de ascenso y de decadencia que seguirían a las grandes fases de evolución de la cuota de ganancia.

Mostraremos que ese camino les lleva a otorgar a las guerras del periodo de la decadencia, que son verdaderas expresiones de la crisis mortal de este sistema cuya proliferación e intensificación suponen amenazas crecientes para la supervivencia de la humanidad, una función de “regulación de las relaciones entre sectores del capital internacional”.

El error de comprensión de la realidad que comete Battaglia es un factor importante de subestimación de la gravedad de la situación. La coloca fuera de juego de la situación con lo que compromete su capacidad de entender el mundo que debe analizar para intervenir en la clase obrera y debilita el impacto de esta intervención por el empleo de argumentos insustanciales y poco convincentes.

¿Desarrollaron Marx y Engels una visión fatalista de la decadencia?

Battaglia comienza su artículo pretendiendo que el concepto de decadencia contiene ambigüedades y que la primera de ellas consistiría en una visión fatalista y de espera de la muerte del capitalismo:

La ambigüedad reside –nos cuenta– en el hecho de que la idea de decadencia o declive progresivo del modo de producción capitalista deriva de la creencia en una autodestrucción ineluctable ligada a la propia naturaleza del capitalismo (…) de la ilusión de que la desaparición y la destrucción de la forma económica capitalista sería un evento históricamente fechado, económicamente ineludible y socialmente predeterminado. Nacido infantil e idealista, este enfoque acaba teniendo repercusiones negativas en el plano de lo político generando la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo, basta con sentarse en la orilla a esperar o, en el mejor de los casos, a intervenir en una situación de crisis ya que los elementos subjetivos de la lucha de clases son percibidos como el último empujón de ese proceso irreversible. Nada más falso”.

Nosotros, la CCI, afirmamos, de entrada, que esa ambigüedad está únicamente en la cabeza de Battaglia y que no hay ningún fatalismo ni en Marx ni en Engels, primeros en utilizar y desarrollar ampliamente esta noción de decadencia. Para los fundadores del marxismo la sucesión de modos de producción no obedece a ningún mecanismo ineluctable y autónomo, es la lucha de clases lo que constituye el motor de la historia y lo que zanja las contradicciones socio-económicas. Y parafraseando a Marx podemos decir que aunque se muevan en condiciones predeterminadas son los hombres quienes hacen la historia: “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo, en unas condiciones libremente elegidas; estos se las encuentran ahí, ya establecidas, dadas, heredadas del pasado” (Marx: “El 18 de brumario de Luis Napoleón Bonaparte”) o, como dice R. Luxemburgo,

El socialismo científico nos ha enseñado a comprender las leyes objetivas del desarrollo histórico. Los hombres no hacen la historia libremente. Pero la hacen ellos mismos. El proletariado depende para actuar de su grado de madurez que depende ciertamente del desarrollo social de la época, pero la evolución social no tiene lugar independientemente de él. Él es su impulso y su causa, su producto y su resultado. Su propia acción forma parte de la historia pues contribuye a determinarla. Y si bien no podemos desgajarnos de la evolución histórica, de la misma manera que el hombre no puede librarse de su sombra, sí que podemos, no obstante, acelerarla o retrasarla” (R. Luxemburgo: La crisis de la socialdemocracia (Folleto de Junius)).

Una vieja clase dominante no abdica jamás de su poder. Lo defenderá hasta el final con la las armas y la represión. La noción de decadencia no contiene pues ninguna ambigüedad que pueda asimilarse a la idea de un “proceso de autodestrucción ineluctable”. Cualquiera que sea el estado de disolución de un modo de producción, tanto en el plano político como en el social o en el económico, si las nuevas fuerzas sociales no han tenido ocasión de emerger en las entrañas de la vieja sociedad y si no han tenido ocasión de desarrollar la fuerza suficiente para derrocar a la vieja clase dominante, ni morirá la vieja sociedad ni podrá ser establecida la nueva. El poder de la clase dominante y el apego de ésta a sus privilegios son potentes factores de conservación de una forma social. La decadencia de un modo de producción crea la posibilidad y la necesidad de su derribo pero de ninguna manera la eclosión automática de la nueva sociedad.

No hay ninguna “ambigüedad fatalista y de espera” en el análisis marxista de la sucesión de los modos de producción, contrariamente a lo que da a entender Battaglia. Marx precisa incluso que, cuando la lucha de clases no logra emerger y el resultado no se resuelve a favor de una nueva clase portadora de nuevas relaciones sociales de producción, el periodo de decadencia de un modo de producción puede acabar metido en una fase de descomposición generalizada. Esta posible indeterminación histórica fue definida desde el inicio del Manifiesto comunista por Marx, quien después de haber afirmado que “La historia de todas las sociedades existentes hasta el presente es la historia de la lucha de clases” continuaba con una disyuntiva (una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes) que ilustra la alternativa posible de llevar, o no, hasta el final las contradicciones de clase.

Libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, etc., en suma, opresores y oprimidos siempre estuvieron opuestos entre sí; librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transformación revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes” (Marx, Manifiesto comunista).

Numerosos ejemplos en la historia de las civilizaciones certifican tales periodos de bloqueo de la relación de fuerzas entre las clases que condenan a esas sociedades a conocer “la destrucción de las clases beligerantes” y en consecuencia a vegetar, a hundirse o incluso a volver a estadios anteriores de su desarrollo.

Es totalmente ridícula la condena por Battaglia de los conceptos descomposición y decadencia. Los anatemiza como “ajenos al método y al arsenal de la crítica de la economía política” (Internationalist Communist nº 21). Desde luego, los militantes de esta organización harían mejor releyendo a sus clásicos, comenzando por El Manifiesto comunista y El Capital, donde estas dos nociones están abundantemente presentes. (Revista Internacional nº 118). Otra cuestión son las incomprensiones o las desviaciones oportunistas que ciertos elementos o grupos hayan podido desarrollar en torno a la noción de decadencia. Con toda seguridad podemos decir que la visión fatalista-de espera es una de esas. Pero el método que estriba en desacreditar la noción de decadencia atribuyéndole los errores que unos y otros hayan podido cometer en su nombre sigue los pasos del que desacredita, como lo hacen los anarquistas, la noción de partido o de dictadura del proletariado a partir del rechazo del estalinismo. Otra cuestión semejante es la impaciencia o el optimismo del que buen número de conocidos revolucionarios dieron prueba, incluido el propio Marx. ¡Cuántas veces fue certificada la muerte del capitalismo en los textos del movimiento obrero! Es notorio el caso de la Internacional comunista y sus partidos afiliados, del que no estuvo exento, les guste o no a los bordiguistas, el Partido comunista de Italia: “La crisis del capitalismo sigue abierta y se agravará hasta su final” (Tesis de Lyón, 1926) (6). Este pecadillo, de alguna manera comprensible, pero del que conviene precaverse al máximo, no se vuelve peligroso mientras los revolucionarios sean capaces de reconocer su error en el momento en que se invierte la correlación de fuerzas entre las clases.

Una concepción del materialismo histórico en el extremo opuesto al marxismo

En su combate contra el “fatalismo”, ­pretendidamente intrínseco a la noción marxista de decadencia, Battaglia nos desvela su propia visión del materialismo histórico. Veamos:

el carácter contradictorio del modo capitalista de producción –escriben–, las crisis económicas que se derivan de ello, la renovación del proceso de acumulación que queda momentáneamente interrumpido por las crisis pero que recibe nuevas fuerzas a través de la destrucción de capitales y de medios de producción excedentes, no muestran automáticamente la desaparición de este sistema. O bien interviene el factor subjetivo, del cual la lucha de clases es el eje material e histórico y las crisis la premisa económica determinante, o bien el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones sin por ello crear las condiciones de su propia destrucción”.

Para Battaglia mientras la lucha de clases no haya derrocado el capitalismo, este seguirá “recibiendo nuevas fuerzas a través de la destrucción de capitales y de medios de producción excedentes” y de esta manera “el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones”. Battaglia se sitúa aquí a 180° de la visión desarrollada por Marx de la decadencia de un modo de producción y de la decadencia del capitalismo en particular: “más allá de un cierto punto del desarrollo de las fuerzas productivas estas se convierten en una difícil traba para el capital; en otros términos, el sistema capitalista se convierte en un obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas del trabajo” (Marx: Principios de una crítica de la economía política). En 1881, en el segundo borrador de una carta a Vera Zasulich, Marx considera que “El sistema capitalista está superando su apogeo en Occidente, acercándose al momento en que no será sino un sistema social regresivo” y en El Capital, nos dirá que el capitalismo “…entra en su periodo senil y que cada vez más esta forzado simplemente a sobrevivir”. Los términos utilizados por Marx al tratar de la decadencia del capitalismo no son en absoluto ambiguos: “periodo de senilidad”, “sistema social regresivo”, “obstáculo para la expansión de las fuerzas productivas”, etc.; hasta tal punto que Marx y Battaglia utilizan ambos los mismos términos pero justo ¡para decir exactamente lo contrario el uno de la otra a propósito de la decadencia! Así, para Marx, cuando el capitalismo “entra en su periodo senil…cada vez más va simplemente sobreviviendo”; mientras que para Battaglia la “decadencia… no tiene ningún sentido cuando se trata de la capacidad de sobrevivir del modo de producción” (International Communist nº 21).

Esas citas sobre la definición marxista de la decadencia le servirán al lector para juzgar por sí mismo la diferencia entre la visión materialista e histórica de la decadencia del capitalismo desarrollada por Marx y la visión propia de Battaglia quien, ciertamente, reconoce que el capitalismo conoce crisis y contradicciones crecientes (7) pero que en cada una de ellas, como si de un eterno volver a empezar se tratase (salvo si interviene la lucha de clases), “retomará nuevas fuerzas” y “se reproducirá, reeditando a un nivel superior todas sus contradiccio­nes”. Es cierto que Battaglia tiene algunas excusas para justificarse, pues ignoraba que Marx había hablado de decadencia en El Capital: “Hasta el punto de que la propia palabra de decadencia no aparece nunca en ninguno de los tres volúmenes que componen El Capital” (International Communist nº 21); y que estaba convencida de que Marx solo en un lugar de toda su obra evocó la noción de decadencia: “Marx se limitó a dar del capitalismo una definición progresista exclusivamente para la fase histórica en la que éste ha eliminado el mundo económico del feudalismo engendrando un vigoroso periodo de desarrollo de las fuerzas productivas que estaban inhibidas por la forma económica precedente, pero no avanzó más en una definición de la decadencia salvo puntualmente en la famosa Introducción a la Crítica de la economía política”. Por eso pensamos que en lugar de continuar vertiendo anatemas de excomunión a propósito de las nociones de “decadencia” y de “descomposición”, según ella ajenas al marxismo, sería mejor que Battaglia recapacitara sobre lo que Marx le dijo a Weitling: “La ignorancia no sirve de argumento” y después, volver a leer sus clásicos y en particular al que ellos mismos consideran su Biblia, o sea, El Capital (8) (para las numerosas citas de Marx sobre el concepto de decadencia remitimos al lector a nuestro artículo en la Revista internacional nº 118).

La reducción del método marxista al estudio de ciertos mecanismos económicos

El proceso de decadencia definido por Marx va más allá de una simple “explicación económica coherente”; constituye, sobre todo, el reconocimiento de que las relaciones sociales de producción (asalariado, servidumbre, esclavitud, etc.,) que están en la base de los diferentes modos de producción (capitalismo, feudalismo, esclavismo, etc.) han quedado históricamente caducas. Por tanto, podemos decir que el paso a un periodo de decadencia significa que el fundamento mismo de un determinado modo de producción ha entrado en crisis. El secreto, el fundamento oculto de un modo de producción es “esa forma económica específica en la que el trabajo excedente no pagado es arrebatado a los productores directos” (Marx: El Capital, Libro III). Esta es la base de toda forma de comunidad económica”, es ahí “donde hay que investigar el secreto más profundo, el fundamento oculto de todo el edificio social”. Marx no puede ser más explícito: “Las diferentes formas económicas que adopta la sociedad, el esclavismo, el salariado por ejemplo, solo se distinguen por el modo con el que se impone y es arrebatado ese sobretrabajo al productor inmediato, al obrero” (Marx: El Capital, Libro I). Las relaciones sociales de producción encubren desde luego algo más que simples “mecanismos económicos”; son sobre todo relaciones sociales entre clases ya que materializan las diferentes formas históricas tomadas por la extorsión del sobretrabajo (el asalariado, la esclavitud, la servidumbre, etc.) a lo largo de los diferentes sistemas de explotación. Por consiguiente, lo que indica la entrada en decadencia de un modo de producción es que son esas relaciones específicas entre clases las que entran en crisis, las que están históricamente inadaptadas. Estamos en el núcleo mismo del materialismo histórico, en un mundo que Battaglia, obnubilada por su obsesión por una “explicación económica coherente”, desconoce totalmente.

Oigamos a Battaglia:

La teoría evolucionista según la cual el capitalismo se caracterizaría por una fase progresista y otra decadente, no tiene ningún valor si no está respaldada por una explicación económica coherente (…) La investigación sobre la decadencia o bien nos lleva a identificar los mecanismos que gobiernan la ralentización del proceso de valorización del capital, con todas las consecuencias que esto tiene, o bien a resistir en una falsa perspectiva, infantilmente profética… (…) Pero la enumeración de fenómenos económicos y sociales una vez identificados y descritos no puede ser considerada por sí misma como la demostración de la fase de decadencia del capitalismo. Esos fenómenos son los efectos, pero la causa que los impone reside en la ley de la crisis de las ganancias”...

... queriéndonos dar a entender, por un lado, que hoy no habría ninguna explicación económica coherente de la decadencia y decretando, por otro, que los fenómenos clásicamente identificados para caracterizar la decadencia de un modo de producción no serían adecuados (cf. infra, subrayado nuestro).

Antes de hacer referencia a una explicación económica particular, la decadencia muestra que las relaciones sociales de producción han llegado a ser demasiado estrechas para seguir impulsando el desarrollo de las fuerzas productivas y que esta colisión entre las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas afecta al conjunto de la sociedad, en todos sus aspectos. En efecto, el análisis marxista de la decadencia no se refiere a un nivel económico cuantitativo cualquiera, determinado fuera de los mecanismos socio-políticos. Se refiere al contrario al nivel cualitativo de la relación que liga las relaciones de producción mismas al desarrollo de las fuerzas productivas: “A un cierto nivel de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales permanecieron hasta ese momento mudas… Es entonces cuado comienza una era de revolución social”. Es la aparición de esta “colisión” de forma definitiva, irremediable, y no un bloqueo del desarrollo de las fuerzas productivas lo que abre la época de decadencia de la vieja sociedad. Marx precisa bien el criterio: “Ayer todavía formas de desarrollo de las fuerzas productivas, se han transformado hoy en pesados obstáculos”. La frase de Marx, si uno quiere ser riguroso, debe ser pues comprendida en el sentido de que nunca una sociedad expira antes de que el desarrollo de las fuerzas productivas no haya comenzado a ser frenado por las relaciones de producción existentes. La decadencia se define como un conjunto de desajustes, con efectos acumulativos, que se agravan a partir del momento en que el sistema ha agotado lo esencial de sus posibilidades de desarrollo. En la visión marxista, el periodo de decadencia de una sociedad no es sinónimo de parada total y permanente del crecimiento de las fuerzas productivas; sino que se caracteriza por perturbaciones tanto cualitativas como cuantitativas inducidas por aquella colisión, a menudo permanente, entre las relaciones de producción que se han quedado caducas y el desarrollo de las fuerzas productivas que luchan por avanzar.

Mal que le pese a Battaglia, aunque Marx intentará repetidas veces determinar los criterios y el momento de la entrada en decadencia del capitalismo, no avanzará ninguna explicación económica precisa, todo lo más algún que otro criterio general en coherencia con su análisis de las crisis. Procederá, sobre todo, por comparaciones y analogías históricas (véase el artículo anterior en el nº 118 de esta Revista internacional). Marx no necesitó las estadísticas de la contabilidad nacional o las reconstituciones ­económicas de la cuota de ganancia utilizadas por Battaglia (9) para pronunciarse sobre el estado de madurez o de caducidad del capitalismo. Y lo mismo se puede decir respecto a los otros modos de producción, Marx y Engels no entraron muy a fondo en el análisis de los mecanismos económicos precisos de esos sistemas para explicar su entrada en decadencia. Lo que sí identificaron fueron los hitos históricos cruciales en su seno a partir de criterios cualitativos inequívocos: la aparición de un proceso global de frenado en el desarrollo de sus fuerzas productivas, un desarrollo cualitativo de los conflictos en el seno de la clase dominante y entre ésta y las clases explotadas, una hipertrofia del aparato del Estado, la aparición de una nueva clase revolucionaria portadora de nuevas relaciones sociales de producción impulsoras de un periodo de transición anunciador de revoluciones sociales, etc. (10).

Ese mismo será el método que habría de seguir la Internacional comunista: no esperar a que cuadrasen todos los componentes de una “explicación económica coherente” para identificar la apertura del periodo de decadencia del capitalismo que se abrió con el estallido de la Primera Guerra mundial (11). Aquélla supo percibir en ésta y en el surgimiento de una serie de criterios cualitativos en todos los planos (económico, social, político), que el capitalismo había acabado su misión histórica. Y si bien el conjunto del movimiento comunista se puso de acuerdo sobre este diagnóstico general, existieron, no obstante, grandes divergencias en cuanto a su explicación económica y a sus consecuencias políticas. Las explicaciones económicas oscilaban entre las avanzadas por Rosa Luxemburgo, acerca de la saturación mundial de los mercados (12), y las de Lenin, que se apoyaban en su análisis desarrollado en El imperialismo fase superior del capitalismo (13). Sin embargo, todos, Lenin el primero, estaban profundamente convencidos de que “la época de la burguesía progresista” había caducado y de que se había entrado en la “época de la burguesía reaccionaria” (14). La heterogeneidad en el análisis de las causas económicas fue tal que Lenin, aunque profundamente convencido de la entrada en decadencia del modo de producción capitalista, defendió la idea de que “En conjunto, el capitalismo se desarrolla infinitamente más rápidamente que antes” (15), mientras que Trotsky, sobre las mismas bases teóricas que Lenin, llegará poco después a la conclusión de la existencia de un colapso en el desarrollo de las fuerzas productivas; y la Izquierda italiana, por su parte, a considerar que “La guerra de 1914-18 ha marcado el punto final de la fase de expansión del régimen capitalista (…) En la última fase del capitalismo, la de su declive, lo fundamental es que la lucha de clases rige la evolución histórica…” (“Manifiesto” del Buró internacional de las fracciones de la Izquierda comunista, Octobre, nº 3).

Aparentemente, puede parecer poco lógico identificar la decadencia de un modo de producción a partir de sus manifestaciones y no a partir del estudio de esos substratos económicos que prefiere Battaglia, ya que las primeras son “en última instancia” el producto de estos últimos. Sin embargo es en este orden como los revolucionarios del pasa­do, incluidos Marx y Engels, han procedido en su investigación; no porque en general sean más fáciles de reconocer las manifestaciones superestructurales de una fase de decadencia, sino porque históricamente sus primeras expresiones estallan en ese ámbito. Antes que como fenómeno cuantitativo que se manifiesta, en el plano económico, como un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, la decadencia del capitalismo se mostraba, sobre todo, como un fenómeno cualitativo que se traducía, en los planos social, político e ideológico de la sociedad, por la exacerbación de los an­ta­gonismos en el seno de la clase dominante que desembocaron en el primer conflicto mundial; por la toma en sus manos por parte del Estado de la economía para las necesidades de guerra; por la traición de la socialdemocracia y el paso de los sindicatos al campo del capital; por la irrupción de un proletariado desde entonces capaz de derrocar la domi­nación de la burguesía y por la puesta en marcha de las primeras medidas de control social de la clase obrera. Todas estas características les sirvieron a los revolucionarios de principios del siglo XX para identificar el inicio de la decadencia (16). Es más, Marx no esperó a tener escritas “las explicaciones económicas coherentes” de El Capital antes de pronunciar su sentencia, sobre el carácter históricamente caduco del capitalismo, en El Manifiesto comunista (y eso que en 1848, el capitalismo distaba mucho de mostrar todas sus potencialidades):

Las fuerzas productivas de las que dispone no sirven ya para fomentar el régimen de propiedad burgués. Al contrario, han llegado a ser tan poderosas para las instituciones burguesas que no hacen sino obstaculizarlas (…). Las relaciones sociales burguesas se han quedado demasiado estrechas para integrar la riqueza que han creado. (…) La sociedad no puede seguir viviendo bajo el dominio de la burguesía, es decir, que la existencia de la burguesía y la existencia de la sociedad se han hecho incompatibles.”

Para definir la decadencia de un modo de producción, Battaglia se niega obstinadamente a aceptar el método utilizado por todos nuestros ilustres predecesores, comenzando por los propios Marx y Engels. Queriendo ser más marxista que Marx, Battaglia pregona su materialismo repitiendo sin descanso que es absolutamente necesario definir económicamente la decadencia so pena de descalificación total de este concepto. Con esto, Battaglia no demuestra otra cosa que su lerdo materialismo vulgar. Como explicaba Engels en una carta del 21 de setiembre de 1890 a J. Block:

Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado otra cosa. Si alguien [como el BIPR–ndr] lo tergiversa, diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levantan –las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones, que después de ganada una batalla, impone la clase triunfante, etc., las formas jurídicas e incluso, los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un ­sistema de dogmas –ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (…). De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado. (…) El que los jóvenes hagan a veces más hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte tenemos la culpa Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que haber ­subrayado este principio cardinal que negaban sistemáticamente, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ­ocasión para dar la debida importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones. (…) Desgraciadamente ocurre con harta frecuencia [el BIPR –ndr] que se cree haber entendido totalmente, que se puede manejar sin más una nueva ­teoría, por el mero hecho de haberse asimilado, y no siempre con exactitud, sus tesis fundamentales.”

Ya sea para definir la decadencia, explicar las causas de las guerras, analizar la relación de fuerzas entre las clases o para comprender los procesos de mundialización del capital, el materialismo vulgar ha sido siempre la marca de fábrica de Battaglia (17). Cuando de pasada Battaglia deja caer que sería necesaria una “explicación económica coherente” de la decadencia del capitalismo, no debe darse cuenta que está injuriando a las generaciones de revolucionarios que ya propusieron una: Rosa Luxemburg, La Fracción italiana (18), la CCI o la CWO misma, en su primer folleto titulado: Los fundamentos económicos de la decadencia.

Lo propio del método marxista es partir de las adquisiciones precedentes del movimiento obrero para profundizar en ellas, criticarlas o proponer otras. Pero el método marxista no es el punto fuerte de Battaglia, la cual, creyendo que el mundo y la coherencia revolucionaría han nacido con ella, prefiere reinventar la pólvora: “el objetivo de nuestra investigación será verificar si el capitalismo ha logrado alcanzar el punto máximo del desarrollo de las fuerzas productivas y si es así cuándo, en qué medida y sobre todo por qué”.

Battaglia comunista rechaza las manifestaciones más importantes de la decadencia

Tras haber lanzado sus sospechas sobre el concepto de decadencia (con el pretexto del “fatalismo”), tras haber afirmado perentoriamente que no existe una definición económica coherente de la decadencia y que, sin esta última, este concepto queda vacío de contenido o valor, al rechazar el método marxista para así redefinirla, Battaglia rechaza sus manifestaciones más esenciales:

Así, no es suficiente referirse al hecho de que, en la fase de decadencia, las crisis económicas y las guerras, así como los ataques contra la fuerza de trabajo, se produzcan a un ritmo acelerado y devastador. Incluso en su fase progresista (...) las crisis y las guerras se manifestaron puntualmente tanto como los ataques a las condiciones de la fuerza de trabajo. Podemos citar el ejemplo de las guerras entre las grandes potencias coloniales a mitad del siglo XVIII, a lo largo del siglo XIX hasta llegar a la Primera Guerra mundial. Podríamos continuar con la enumeración de los ataques sociales, incluso militares, las revueltas y las insurrecciones de la clase que se desarrollaron en esos mismos períodos. Invocar las crisis y las guerras para hablar de la decadencia no se mantiene ya que siempre han existido...”.

Con increíble desprecio a la realidad, a la historia y al marxismo, Battaglia con una simple afirmación no demostrada, se permite el lujo de tirar por la ventana todas las adquisiciones teóricas de las organizaciones de la historia del movimiento obrero. ¿Qué nos dice Battaglia?: que las crisis, las guerras y las luchas sociales siempre han existido –algo que obviamente es una evidencia– pero, de esta evidencia extrae la conclusión de que no podríamos señalar ninguna ruptura cualitativa en la historia del capitalismo, lo que es en nuestra opinión el colmo de la miopía política.

Negando toda ruptura cualitativa en el desarrollo de un modo de producción, Battaglia rechaza el análisis de Marx y Engels según el cual cada modo de producción conoce dos fases cualitativamente diferentes a lo largo de su existencia. Para quien sabe leer, Marx y Engels emplearon términos que sin ningún tipo de ambigüedad demuestran que consideraban dos periodos históricos distintos en el seno de un modo de producción (ver Revista internacional nº 118):

... Cuando una forma histórica ha alcanzado un determinado grado de madurez…” “... En cierta fase del desarrollo de los medios de producción e intercambio...”, “... el sistema capitalista ha alcanzado su apogeo en el Oeste, acercando el momento en el que no será más que un sistema social regresivo...”, “... el capitalismo ha demostrado que entra en su período de senilidad...”, “... A un cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas...”, “... toda fase histórica tiene su rama ascendente, y también su rama decadente...”.

En el primer artículo de esta serie vimos igualmente que Marx y Engels identificaron para cada uno de los modos de producción una fase de decadencia (comunismo primitivo, modo asiático de producción, esclavismo, feudalismo y capitalismo) y que en todos los casos consideraron esta fase como de naturaleza cualitativamente diferente de la precedente. Así, Engels en un magistral artículo sobre el modo de producción feudal, titulado La Decadencia del feudalismo y el desarrollo de la burguesía, demostró toda la pujanza del materialismo histórico al definir la decadencia feudal por sus grandes manifestaciones: estancamiento del crecimiento de las fuerzas productivas, hipertrofia del Estado (monarquía), desarrollo cualitativo de los conflictos en el seno de la clase dominante y entre esta última y las clases explotadas, advenimiento de una transición entre las antiguas y nuevas relaciones sociales de producción. En el mismo sentido se pronunció Marx al definir la decadencia del capitalismo, es decir, un período en el que “... a través de agudos conflictos, de crisis, y de convulsiones que traducen la incompatibilidad creciente entre el desarrollo creador de la sociedad y las relaciones de producción establecidas...” y estos conflictos, crisis y convulsiones eran considerados por ambos de naturaleza cualitativamente diferente de los del período ascendente ya que utilizaron explícitamente los términos “sistema social regresivo”, “período de senilidad”, etc.

Es más, tan sólo hace falta poseer un mínimo de conocimientos históricos para comprender la absurdez de la afirmación de Battaglia sobre la continuidad (o la ausencia de ruptura cualitativa) en las manifestaciones de las crisis, de las guerras y las luchas sociales.

A lo largo de la fase ascendente del capitalismo, las crisis económicas conocieron una amplitud creciente, tanto en extensión como en profundidad. Pero hay que tener la desfachatez de Battaglia (aunque bien sabemos que a menudo la ignorancia y la desfachatez van cogidas de la mano) para defender que la gran crisis de los años 1930 hay que situarla ¡en continuidad con la agravación de las crisis de todo el siglo XIX!. Por una parte Battaglia se olvida de recordar aquello que analizaron los revolucionarios en aquella época, es decir, la relativa atenuación de las crisis a lo largo de 20 años (1894-1914) de la fase ascendente del capitalismo (atenuación que favoreció el desarrollo del reformismo): “... los veinte años que precedieron a la guerra (1914-1918) fueron una época de ascenso capitalista particularmente potente. Los periodos de prosperidad se distinguían por su duración e intensidad; los periodos de depresión o de crisis, al contrario por su brevedad...” (Congresos de la IC, 1919-1923), lo que ya deja malparada la “teoría battagliesca” de la continuidad en la agravación de las crisis económicas. Por otra parte, hay que tener una increíble mala fe para no ver que la crisis de los años 1930 no tiene precedentes en ninguna de las crisis del siglo XIX, ni en su duración (una decena de años), su profundidad (reducción en un 50 % de la producción industrial), o en su extensión (más internacional que nunca). Más importante aún, mientras que las crisis de la fase ascendente se resolvían con un desarrollo de la producción y del mercado mundial, la crisis de los años 1930 nunca sería superada desembocando en la Segunda Guerra mundial. Battaglia confunde las dificultades de un organismo en pleno crecimiento con los miasmas de un organismo en plena agonía. ¡En cuanto a la crisis del actual momento histórico, dura desde hace más de treinta años y, lo peor aún esta por llegar¡.

Respecto de los conflictos sociales, se debe constatar un crecimiento de las tensiones entre las clases sociales a lo largo de toda la fase de ascenso del capitalismo hasta su culminación en huelgas generales políticas (por el sufragio universal o la jornada de trabajo de 8 horas) y de masas (Rusia 1905). Pero hay que estar completamente ciego para no ver que los movimientos revolucionarios ocurridos entre 1917 y 1923 son de una amplitud y naturaleza diferente. Ya no nos encontramos ante acontecimientos como insurrecciones o movimientos locales y nacionales, sino, ante una oleada de dimensión internacional cuya duración nada tiene que ver con los movimientos puntuales del siglo XIX. Desde un punto de vista político, estamos ante movimientos que no son esencialmente reivindicativos, como antes de la Primera Gran Guerra, sino insurreccionales que se dan como objetivo, no la reforma social, sino la toma del poder.

En fin, respecto a las guerras, el contraste es aún mucho más evidente. A lo largo del siglo XIX, la guerra tenía, en general, la función de asegurar a cada nación capitalista una unidad (guerras de unificación nacional) y/o una extensión territorial (guerras coloniales) necesarias para su desarrollo. En este sentido, a pesar de todas las calamidades que representaba, la guerra era un momento de la marcha progresiva del capital; en tanto que permitía un desarrollo del mismo, eran los gastos necesarios a pagar por el desarrollo del mercado y por tanto de la producción. Por esa razón Marx hablaba de guerras progresistas al referirse a algunas de ellas. Las guerras entonces eran: a) limitadas a 2 ó 3 países generalmente limítrofes; b) de corta duración; c) provocaban pocos destrozos; d) las llevaban a cabo cuerpos especializados y movilizaban muy poco al conjunto de la economía y la población; e) eran desencadenadas con un objetivo racional de ganancia económica. Determinaban, en general, tanto para los vencedores como para los vencidos un nuevo momento de desarrollo. La guerra franco-prusiana es un ejemplo clásico de este tipo de guerras: fue un momento decisivo en la formación de la nación alemana, es decir, para colocar las bases de un formidable desarrollo de las fuerzas productivas y posibilitar la formación de un sector de los más importantes del proletariado industrial de Europa. Además, esa guerra duró menos de un año, no fue demasiado mortífera y no fue, para el país vencido, un obstáculo real. En el período ascendente, las guerras se manifestaron esencialmente en la fase de expansión del capitalismo como producto de la dinámica de un sistema en expansión: a) 1790-1815: guerras de la Revolución francesa y guerras del imperio napoleónico; b) 1850-1873: guerras de Crimea, de Secesión, de unificación nacional (Alemania e Italia), de México y franco-prusiana (1870); c) 1895-1913: guerra hispano-norteamericana, ruso-japonesa, balcánicas. En 1914, hacía más de un siglo que no había habido ninguna gran guerra. Las guerras que implicaron a las grandes potencias de la época fueron relativamente rápidas. La duración de las guerras se contaba en meses (como fue el caso de la guerra en 1866 entre Prusia y Austria) o en semanas. Entre 1871 y 1914, Europa no conoció ningún conflicto que llevara a los ejércitos de las grandes potencias a atravesar las fronteras enemigas. No hubo ninguna guerra mundial. Entre 1815 y 1914, ninguna gran potencia combatió a otra fuera de su región inmediata. Todo esto cambió en 1914 con la inauguración de la era de los exterminios (19).

En el periodo de decadencia, muy al contrario, las guerras se manifiestan como producto de la dinámica de un sistema sumido en un callejón sin salida. En un período en el que ya no es posible la formación de unidades nacionales o de independencias reales, toda guerra tiene un carácter interimperialista. Las guerras entre las grandes potencias, por naturaleza: a) tienden a generalizarse al conjunto del planeta ya que encuentran sus raíces en la contradicción permanente del mercado mundial frente a las necesidades de acumulación; b) son de larga duración; c) provocan enormes destrucciones; d) movilizan al conjunto de la economía mundial y de la población de los países beligerantes; e) pierden, desde el punto de vista del desarrollo del capital global toda función económica progresista, convirtiéndose en totalmente irracionales. No expresan ningún desarrollo de las fuerzas productivas sino su destrucción. Ya no son momentos de expansión del modo de producción capitalista sino momentos de convulsión de un sistema agonizante. Mientras que en el pasado vencedor y vencido emergían y la salida de la guerra no determinaba el desarrollo futuro de los protagonistas, en las dos guerras mundiales, ni los vencedores, ni los vencidos, salieron reforzados sino debilitados, en provecho de otro bandido imperialista, los Estados Unidos. Los vencedores no consiguieron hacer pagar a los vencidos los gastos de la guerra (como sí fue el caso del elevado “rescate” en francos-oro pagado a Alemania por Francia tras la guerra franco-prusiana). Este hecho ilustra que en el periodo de decadencia, el desarrollo de unos se hace cada vez más sobre la ruina de los otros.

En el pasado, la fuerza militar venía a apoyar y garantizar las posiciones económicas adquiridas o por adquirir; hoy en día, la economía sirve cada vez más de elemento auxiliar de la estrategia militar. La división del mundo en imperialismos rivales con sus enfrentamientos militares se ha convertido en factores permanentes, en el modo de vida del capitalismo. Esta situación histórica fue analizada con claridad por nuestros predecesores políticos de la Izquierda comunista italiana (1928-45), análisis hoy rechazado por Battaglia, por mucho que pretenda reivindicarse de aquella:

... Tras la apertura de la fase imperialista del capitalismo a comienzos del presente siglo, la evolución oscila entre la guerra imperialista y la revolución proletaria. En la época de crecimiento del capitalismo, las guerras abrían la vía de expansión de las fuerzas de producción por la destrucción de relaciones caducas de producción. En la fase de decadencia capitalista las guerras no tienen más función que la de realizar la destrucción del excedente de riquezas....” (“Resolución sobre la constitución del Buró internacional de las fracciones de la Izquierda comunista”, Octobre nº 1, febrero de 1938).

Todo esto fue analizado magistralmente por los revolucionarios del siglo pasado (20), y hoy Battaglia finge ignorarlo cuando plantea ridículamente la cuestión en los términos “... ¿ y ­entonces, según esta Tesis cuando ­habríamos pasado de la fase progresista a la fase decadente?, ¿a finales del siglo XIX?, ¿tras la Primera Guerra mundial?, ¿Tras la Segunda Guerra mundial?...”, sabiendo pertinentemente que para el conjunto del movimiento comunista, incluyendo a su organización hermana (la CWO), fue la Primera Guerra ­mundial la que inició la apertura de la decadencia del capitalismo: “... en el momento de la creación de la ­Internacional Comunista en 1919 parece que la época de la revolución había llegado, lo que decretará su Conferencia de fundación...” (Revolutionary ­Perspectives nº 32, publicación de la CWO).

Hemos intentado demostrar, en esta pri­mera parte, que no existe ningún fatalismo en la visión marxista de la decadencia del capitalismo y que la historia del capitalismo no es una eterna repetición. En la segunda parte, continuaremos con la crítica al método de Battaglia e intentaremos poner en evidencia las implicaciones que conlleva el abandono de la noción de decadencia en el plano político de la lucha del proletariado.

C. Mcl.

 

1) Leer sobre este tema la serie precedente de ocho artículos titulada “Comprender la decadencia” en la Revista internacional nº 48, 49, 50, 54, 55, 56, 58 y 60.

2) Publicado en Prometeo nº 8, serie VI (diciembre 2003). Disponible en francés en la página Web del BIPR – htpp://www.ibrp.org/ y en inglés en Revolutionary Perspectives nº 32 , serie 3, verano 2004. También en Internationalist Communist nº 21.

3) Ver los números 111 (pagina 9), 115 (paginas 7 a 13) y sobre todo 118 (paginas 6 a 16) de la Revista internacional.

4) La Communist Workers´ Organisation y Battaglia comunista han constituido juntas el BIPR (Buró Internacional por el Partido revolucionario).

5) He aquí lo que escribió la CWO en la introducción del artículo de Battaglia Comunista: “... Publicamos a continuación un texto de un camarada de Battaglia Comunista que es una contribución al debate sobre la decadencia. La noción de decadencia forma parte de los análisis de Marx sobre los modos de producción. La expresión más clara está recogida en el famoso prefacio a la Crítica de la economía política en la que Marx enuncia que “A un cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, o con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se desenvolvían hasta ese momento, y que no son más que su expresión jurídica. Ayer, aún formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas condiciones cambian y se convierten en pesadas trabas. Entonces comienza una era de revolución social...”. En el momento de creación de la Internacional comunista en 1919, parecía que la época de la revolución había llegado, hecho que su Conferencia de fundación decretó, 85 años más tarde, esto parece cuando menos discutible. A lo largo del siglo XX, las relaciones de propiedad capitalista han permitido, a pesar de las destrucciones y de los sufrimientos sin precedentes causados por dos Guerras mundiales, desarrollar las fuerzas productivas a un nivel jamás conocido hasta ahora y han llevado a centenas de millones de nuevos obreros a trabajar en las filas del proletariado. ¿Podemos seguir sosteniendo en estas circunstancias que estas relaciones constituyen trabas al desarrollo de las fuerzas productivas en el sentido dado por Marx?. La CWO ha defendido anteriormente que no es la ausencia del desarrollo de las fuerzas productivas, sino los gastos generales asociados a este crecimiento los que deben ser considerados cuando evaluamos la decadencia. Tal argumento, si bien es cierto que reconoce el crecimiento masivo de las fuerzas productivas, abre la puerta a un juicio subjetivo de los gastos generales que han permitido que se produzca tal crecimiento. El texto que sigue a continuación argumenta desde el punto de vista de una aproximación científica de la cuestión o sea una definición económica de la decadencia. Esperamos publicar otros textos sobre este tema en el futuro en esta revista...” (Revolutionary Perspectives nº 32, serie 3, verano 2004, pagina 22, el subrayado es nuestro). Volveremos ulteriormente en esta serie de artículos sobre los argumentos planteados por la CWO para rechazar la noción de decadencia tal y como la definió Marx: la dinámica del desarrollo de las fuerzas productivas, el crecimiento numérico de la clase obrera y la significación de dos guerras mundiales. La publicación de esta introducción basta por el momento para informar a nuestros lectores del sentido de la evolución de las posiciones de la CWO que en el pasado, siempre, se reivindicó de forma central y clara de la definición marxista de decadencia. Así, el primer folleto publicado por la CWO tenía por título Los fundamentos económicos de la decadencia del capitalismo. La cuestión que nos planteamos es: ¿debemos entender hoy día que los fundamentos económicos del citado folleto no eran científicos?.

6) Tesis publicadas en 1926 en París por la Imprenta especial de la Librería del trabajo con el título de Plataforma de la Izquierda. Hay otra traducción disponible en las ediciones Programme communiste: “La crisis del capitalismo sigue abierta y su agravación definitiva es ineluctable”, publicada en la recopilación de artículos nº 7 de textos del Partido comunista internacional titulada Defensa de la continuidad del programa comunista (pag 119, en francés).

7) Señalamos a nuestros lectores que Battaglia duda hasta de eso. No parece estar muy convencida de que el capitalismo tenga crisis y contradicciones crecientes: “Podemos así considerar como un fenómeno de la “decadencia”: el acortamiento de las fases de auge de la acumulación, pero la experiencia del último ciclo demuestra que esa brevedad de la fase de ascenso no implica necesariamente la aceleración del ciclo completo acumulación-crisis-guerra-nueva acumulación...” (Internationalist Communist nº 21).

8) En Internationalist Communist el BIPR decía “... difundir a escala internacional (...) un documento/ manifiesto que quiere ser, más allá de servir para recordar lo urgente que es la necesidad del partido internacional, una invitación seria de parte de todos aquellos que se pretenden vanguardia de la clase...”. Si el BIPR quiere empezar a ser serio, lo primero que debe de hacer es comenzar a asimilar las bases del materialismo histórico y a polemizar sobre las verdaderas cuestiones en debate con argumentos políticos serios en lugar de dialogar consigo mismo contra los anatemas que nacen de su imaginación en su deriva megalómana, típicamente bordiguista, al tomarse como el único poseedor de la verdad marxista el único polo de reagrupamiento revolucionario en el mundo.

9) “... En términos sencillos, el concepto de decadencia se apoya únicamente en las dificultades progresivas que encuentra el proceso de valorización del capital (...) Las dificultades siempre crecientes del proceso de valorización del capital tiene como premisa la tendencia decreciente de la cuota media de ganancia (...) Ya a partir de finales de los años 60, según las estadísticas emitidas por organismos económicos internacionales como el FMI, el Banco mundial y el mismo MIT, las investigaciones de los economistas del área marxista tales como Ochoa y Mosley, la cuota de ganancia en Estados Unidos era inferior en un 35% respecto de las conseguidas en los años 50...”

10) Para más detalles, véase el artículo anterior en el nº 118 de esta Revista internacional.

11) “... II: EL PERIODO DE DECADENCIA DEL CAPITALISMO. Tras haber analizado la situación económica mundial, el Tercer Congreso, constata con precisión completa que el capitalismo, tras haber cumplido su misión de desarrollar las fuerzas productivas, ha caído en la contradicción más irreconciliable con las necesidades no solo de la evolución histórica actual, sino también con las condiciones de existencia humanas más elementales. Esta contradicción fundamental se refleja particularmente en la última guerra imperialista y se ha visto agravada por esta guerra que afectará, de manera muy profunda, al régimen de producción y de circulación. El capitalismo que sobrevive a sí mismo, ha entrado en la fase en la que la acción de sus fuerzas desencadena ruinas y paraliza las conquistas económicas creadoras ya realizadas por el proletariado en las relaciones de la esclavitud capitalista (...). Lo que atraviesa hoy día el capitalismo no es más que su agonía....” (Manifiesto, Tesis y Resoluciones de los cuatro primeros congresos mundiales de la Internacional comunista).

12) “... El declive histórico del capitalismo comienza cuando hay una relativa saturación de los mercados precapitalistas ya que el capitalismo es el primer modo de producción que es incapaz de vivir por sí mismo, que necesita de otros sistemas económicos que le sirvan de mediación y de sustrato. Si bien es cierto que tiende a convertirse en universal, y por tanto a causa de esta tendencia, debe ser destruido, porque por esencia es incapaz de convertirse en una forma de producción universal...” (Rosa Luxemburgo: La Acumulación del capital)

13) “... De todo lo que se ha dicho anteriormente sobre el imperialismo, queda claro que debe caracterizársele como un capitalismo de transición o, más exactamente, como un capitalismo agonizante (...) el parasitismo y la putrefacción caracterizan el estadio histórico supremo del capitalismo, es decir, el imperialismo. El imperialismo es el preludio de la revolución social del proletariado. Esto se confirma, tras 1917, a escala mundial...”.

14) “... los socialdemócratas rusos (con Plejánov a la cabeza) invocan la táctica de Marx en la guerra de 1870. Los social-chauvinistas alemanes (del tipo Lensch, David y compañía) invocan las declaraciones de Engels en 1891 sobre la necesidad para los socialistas alemanes de defender la patria contra la alianza de Rusia y Francia... Todas estas referencias deforman de forma descarada las concepciones de Marx y Engels para complacer a la burguesía y a los oportunistas... Invocar a día de hoy la actitud de Marx a propósito de las guerras de la época de la burguesía progresista es olvidar las palabras de Marx: “los obreros no tienen patria” , palabras que se refieren justamente a la época de la burguesía reaccionaria para la que se ha acabado su tiempo, a la época de la revolución socialista, es deformar el pensamiento de Marx y sustituir el punto de vista socialista por el punto de vista burgués...” (Lenin, 1915, Obras completas, tomo 21).

15) “... sería un error creer que esta tendencia a la putrefacción excluye el crecimiento rápido del capitalismo; no. Ciertas ramas de la industria, ciertas capas de la burguesía, ciertos países, manifiestan en la época del imperialismo, con una fuerza más o menos grande, tanto una como la otra de esas tendencias. En conjunto, el capitalismo se desarrolla infinitamente más rápidamente que antes, pero este desarrollo se convierte en más desigual, y la desigualdad de este desarrollo se manifiesta particularmente por la putrefacción de los países más ricos en capital (Inglaterra)...” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916).

 16) “... Son por tanto, principalmente factores políticos, una vez que el capitalismo ha entrado en decadencia, lo que demuestra que ha llegado a un impasse histórico, los que determinan el momento del desencadenamiento de las guerras...” (Revista internacional nº 67. “Informe sobre la Situación Internacional del IXº Congreso Internacional de la CCI”).

 17) Sobre todas estas cuestiones, remitimos a nuestros lectores a todas nuestras contribuciones críticas sobre las posiciones políticas de Battaglia comunista. Ver: Revista internacional nº 36 “Los años 80 no son los años 30”, nº 41 “¿Qué método para comprender la lucha de clases”, nº 50 “ Respuesta a BC sobre el curso histórico”, nº 79 “La concepción del BIPR sobre la decadencia del capitalismo y la cuestión de la guerra”, nº 82 “Respuesta al BIPR: la naturaleza de la guerra imperialista”, nº 83 “Respuesta al BIPR: Las teorías sobre la crisis histórica del capitalismo”, nº 86 “Tras la mundialización de la economía, la agravación de la crisis capitalista”, nº 108 “Polémica con el BIPR: la guerra en Afganistán, estrategia o beneficios petroleros”.

18) “Crisis y ciclos en la economía capitalista agonizante” publicado en Bilan nos 10 y 11 en 1934. Reimpreso en la Revista internacional nos 102 y 103.

19) Eso fue lo que predijo Engels a finales del siglo XIX : “Friedrich Engels dijo un día: “... La sociedad burguesa está situada ante un dilema: o pasa al socialismo o cae en la barbarie”. Pero ¿qué significa, pues, una “caída en la barbarie” en el grado de civilización que conocemos en la Europa de hoy? Hasta ahora hemos leído estas palabras sin reflexionar y las hemos repetido sin presentir su terrible gravedad. Echemos una mirada en torno nuestro en este momento, y comprenderemos lo que significa una nueva caída de la sociedad burguesa en la barbarie. El triunfo del imperialismo lleva a la negación de la civilización, esporádicamente durante la duración de la guerra y definitivamente si el periodo de guerras mundiales que comienza ahora prosigue sin obstáculos hasta sus últimas consecuencias. Es exactamente lo que Friedrich Engels predijo una generación antes de la nuestra, hace cuarenta años. Estamos situados hoy ante esta disyuntiva: o bien llega el triunfo del imperialismo y la decadencia de toda la civilización, trayendo como consecuencias, como ocurrió en la Roma antigua, la despoblación, la desolación, la tendencia a la degeneración, en realidad, un enorme cementerio; o bien la victoria del socialismo, es decir de la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo y contra su método de acción: la guerra. Ése es un dilema de la historia del mundo, un o bien o bien, todavía indeciso, cuyos platillos se balancean ante la decisión del proletariado con conciencia de clase. El proletariado deba lanzar resueltamente en la balanza la espada de su combate revolucionario: el porvenir de la humanidad y de la civilización depende de ello” (Rosa Luxemburgo, La crisis de la socialdemocracia).

20) “... Ha nacido una nueva época. Época de desagregación del capitalismo, de su hundimiento interior. Época de la revolución comunista del proletariado...” (Plataforma de la Internacional comunista). “... El comunismo debe de tomar como punto de partida el estudio teórico de nuestra época (apogeo del capitalismo, tendencias del imperialismo a su propia negación y a su propia destrucción...” (II º Congreso de la IC, en cuestiones sobre el parlamentarismo). “... La Tercera Internacional se ha constituido tras el final de la carnicería imperialista de 1914-18, en el curso de la cual la burguesía de diferentes países ha sacrificado más de 20 millones de vidas humanas. ¡Acordaos de la guerra imperialista¡, he aquí la primera idea que la Internacional comunista dirige a cada trabajador, sea cual sea su origen y la lengua que hable. ¡Recuerda lo que ha supuesto la existencia del régimen capitalista durante estos últimos cuatro años. Recuerda que la guerra burguesa ha hundido a Europa y al mundo entero en el hambre y la indigencia!. Acuérdate de que sin la destrucción del capitalismo, la repetición de estas guerras criminales es no solo posible, sino inevitable (....) La Internacional comunista considera la dictadura del proletariado como el único medio disponible para alejar a la humanidad de los horrores del capitalismo...” (Estatutos de la Internacional comunista, Primer congreso).

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Corrientes políticas y referencias: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Llamamiento de fundación del Foro discusión

Reproducimos aquí el “Llamamiento” a participaren el foro, publicado en inglés, ruso y alemán en el sitio web russia.internationalist-forum.org

Desde hace unos años en Rusia, unos elementos aislados o pertenecientes a grupos organizados se han comprometido en una reflexión en búsqueda de una coherencia política revolucionaria.

Durante todo el período de la dictadura del capitalismo de Estado, el movimiento proletario en Rusia estuvo aislado, durante decenios, del movimiento internacional de luchas de clases, lo que tuvo como consecuencia no solo dificultar su desarrollo sino también crear mucha confusión ideológica entre los trabajadores en Rusia. El proletariado en Rusia debe de reintegrar el movimiento obrero internacional. Las fuerzas internacionalistas del movimiento obrero en Rusia han de lograr conocer y entender mejor las posiciones y la experiencia de sus compañeros en las demás partes del mundo como también en las diferentes regiones de la antigua Unión Soviética. Esto contribuirá a la clarificación de sus propias posiciones. La conciencia de estas necesidades es lo que ha inspirado esta iniciativa de foro de discusión para dar un marco de clarificación.

¿Cuál es el objetivo de un foro de discusión?

Emprender una discusión sistemática para clarificarse sobre las cuestiones que han sido cruciales para el movimiento obrero y que seguirán siéndolo en las confrontaciones venideras entre las clases: el internacionalismo, las razones de la derrota de la oleada revolucionaria mundial, la degeneración de la Revolución rusa, el capitalismo de Estado, la liberación nacional, el papel de los sindicatos, etc. Su objetivo es reunir y dar a conocer contribuciones sobre estos temas, que desarrollen enfoques diferentes que ya se han expresado en el movimiento obrero así como puntos de vista diferentes, desacuerdos y cuestionamientos que existan entre los participantes en este foro. Este foro es pues un sitio abierto a la discusión y confrontación de ideas políticas, cuyo único objetivo es la clarificación mediante argumentaciones políticas según el método proletario que excluye todo enfoque en contradicción con la meta desinteresada de la emancipación de la clase obrera. Este foro no es desde luego un “coto de caza” para un reclutamiento sin principios tal como los practican habitualmente las organizaciones que se sitúan en la extrema izquierda del aparato político de la burguesía (trotskistas, etc.).

¿Qué corrientes o posiciones políticas pueden expresarse en este foro?

Todos los debates en este foro son públicos y serán por lo tanto publicados vía Internet o en una revista. Todas las contribuciones a los debates de este foro son bienvenidas. No obstante, para preservar el carácter proletario de este foro, es necesario que cada participante rechace abiertamente las posiciones claramente burguesas siguientes:

–  la participación en un gobierno de sea cual sea el país, sean cuales fuesen las razones;

–  el sometimiento de los intereses del proletariado a los de la “nación”, la exaltación del nacionalismo o del patriotismo;

–  la lucha por reformas en el sistema capitalista en vez de la lucha por acabar con él a escala mundial;

–  los llamamientos en defensa de la URSS, antes de que se hundiera, en el ruedo imperialista mundial;

–  la defensa del carácter socialista o de un “Estado obrero degenerado” de los regímenes estalinistas tales como fueron instaurados tras la derrota de la revolución y, más tarde, en países como China o de Europa del Este;

–  el apoyo, por muy crítico que fuera, a todo partido que basara su actividad en una de las posiciones mencionadas.

De estos criterios se desprende que cualquier elemento u organización que se reconozca en la herencia de Stalin, de la socialdemocracia, del trotskismo o de las diferentes variantes reformistas del anarquismo no pueden participar en este foro. Se ha de distinguir, sin embargo, entre el hecho de reivindicarse de una de estas corrientes burguesas –que impide cualquier tipo de participación en este foro– y la situación de elementos que expresen la voluntad de emprender un proceso de ruptura con ellas, a pesar de seguir compartiendo algunas de sus posiciones o su lógica. Elementos así, con sus cuestionamientos, son bienvenidos.

¿Qué textos se pueden publicar en el foro?

El desarrollo de un debate abierto y sin ostracismo en el campo proletario tiene como condición la posibilidad inalienable de expresión libre y de crítica. Cualquier contribución que responda a los criterios del párrafo precedente, proceda ésta de un grupo o de un individuo, podrá ser, por lo tanto, publicada. Sin embargo tiene que responder a unos criterios:

–  que se inscriba en el tema en discusión;

–  que no sea redundante con otra contribución publicable (lo que puede ocurrir si un número significativo de personas no pertenecientes a un grupo político participan en el foro);

–  que adopte, fuese cual fuese la dureza de la polémica, las reglas elementales de respeto mutuo entre compañeros que comparten la misma lucha y el mismo ideal, el de la emancipación obrera y del conjunto de la humanidad;

Es responsabilidad de los organizadores del foro decidir el contenido de cada publicación en función del tema de discusión, así como del encadenamiento de los temas en discusión.

¿Qué perspectivas para el foro?

En el foro como tal no caben perspectivas diferentes de las que guían su creación, o sea el debate abierto con vistas a la clarificación política.

Mientras sea un lugar de discusión política abierta seguirá teniendo su razón de ser, y se puede esperar que su influencia y la riqueza de los debates vayan ampliándose. Sin embargo, ciertas circunstancias pueden llevar a la extinción de su vitalidad. Entonces ya no sería útil en nada para el proletariado y su disolución será entonces la mejor prevención contra su recuperación.

El foro no es el embrión de una futura organización política del proletariado. La clarificación de los puntos de vista discutidos puede conducir a que algunos de sus participantes se orienten hacia posiciones de corrientes históricas del proletariado y se unan a las organizaciones que las defienden. No obstante, este proceso ni debe ni deberá cuestionar la actividad del foro para transformarlo progresivamente en una actividad de organización política, con elaboración de plataforma política que limite lo que es su razón de ser, o sea el debate abierto.

Tampoco se puede excluir que ante acontecimientos clave de la situación (por ejemplo una guerra), ciertos miembros del foro tomen posición públicamente como tales. Esto no sería sino una concreción de una preocupación creciente común en el foro en defensa de los intereses históricos del proletariado, para la cual una toma de posición común en determinadas circunstancias de los internacionalistas puede ser una aportación innegable. Es sin embargo conveniente recordar que esas circunstancias nunca podrán ser la regla, pues en caso contrario correríamos el riesgo de transformar la actividad del foro en actividad de una organización política. Los componentes del foro que sintieran la necesidad, perfectamente legítima, de intervenir con más frecuencia en dirección de la clase obrera pueden reforzar, como simpatizantes o miembros, la actividad de las organizaciones políticas del proletariado ya existentes.

Mayo, junio del 2004

Geografía: 

Vida de la CCI: 

Masacre en Beslán, continuación del caos en Irak... Un paso más en la descomposición del capitalismo

La reciente evolución del capitalismo está hundiendo al mundo en un “espanto sin límites”, en una sucesión desquiciada de atentados, rehenes, matanzas. Eso está alcanzando en Irak unas cotas difícilmente imaginables hace algunos años. Pero el resto del mundo tampoco está libre de todo eso. La matanza bestial de Beslan en Osetia del Norte (Federación Rusa), ha sido un espantoso testimonio de ello. La gravedad de la situación es tal, que hablar hoy de caos ya no es algo propio de unos cuantos “catastrofistas”, sino que es un tema cada día más presente en los medios de comunicación y políticos.

La matanza de Beslan nos ha mostrado la insondable profundidad de la barbarie en la que se hunde la sociedad capitalista: niños rehenes, sometidos a maltratos horribles por unos terroristas chechenos ostentadores de un desprecio inaudito por sus semejantes. Las acciones de los terroristas no son la expresión de un odio hacia tal institución o tal gobierno, sino que se dirige contra seres humanos cuya desgracia es no pertenecer a la misma caterva nacionalista que ellos. Enfrente, el Estado ruso, por su parte, no vacila ante ninguna matanza de civiles, sean cuales sean, con tal de defender su autoridad. Y ya sabemos perfectamente cuál es el resultado de ese engranaje: desestabilización de todas las regiones rusas del Cáucaso, el desencadenamiento de toda una serie de enfrentamientos étnicos o religiosos, la organización en cada república de bandas cuyo único fin proclamado es la persecución de las etnias rivales.

En Irak es la guerra de todos contra todos. Los medios y algunos grupos izquierdistas hablan de una resistencia “nacional” (1). Nada más falso. No hay allí ninguna “lucha de liberación nacional contre el ocupante americano”. Lo que existe es una proliferación de grupos de todo tipo basados en clanes, localidades, obediencia religiosa, etnia… que se dedican a liquidarse mutuamente y a la vez golpean al ocupante. Cada grupo religioso está fraccionado en cantidad de camarillas que se pelean unas contra otras. Los ataques recientes contra ciudadanos de países no implicados en la guerra, contra periodistas, ponen aún más de relieve el carácter ciego y anárquico de esta guerra. Reina la mayor confusión y el rehén es la población entera, una población privada de trabajo, de electricidad, de agua potable, víctima de enfrentamientos ciegos entre unos y otros y sometida a un terror más cruel todavía que en la época de Sadam.

Los factores inmediatos y parciales no permiten comprender la situación. Solo un marco histórico y mundial permite comprender su naturaleza, sus raíces y sus perspectivas. Nosotros hemos contribuido regularmente en la elaboración de este marco y aquí nos limitaremos a recordar sus claves.

El terrorismo se convierte en factor crucial de la evolución imperialista

Tras la caída del antiguo bloque del Este (1989) y ante las rimbombantes promesas de un “nuevo orden mundial” hechas por el padre del actual presidente Bush, anunciamos la perspectiva contraria, la de un nuevo desorden mundial. En un texto de orientación publicado en 1990 (2), hacíamos el análisis de que “el final de los bloques abre las puertas a una forma todavía más brutal, aberrante y caótica del imperialismo”, caracterizada por “conflictos más violentos y numerosos, sobre todo en las zonas en las que el proletariado es más débil”. Esta tendencia, que no ha hecho sino confirmarse durante los últimos quince años, no fue la consecuencia mecánica de la desaparición del “sistema de bloques” sino uno de los resultados de la entrada del capitalismo en su fase terminal de decadencia caracterizada por la tendencia a su descomposición generalizada (3). En la guerra, lo más destacado en lo que acarrea la descomposición es el caos. Por un lado, se expresa en la proliferación de focos de tensiones imperialistas que desembocan en conflictos abiertos  (4) que contienen intereses imperialistas múltiples y contradictorios; por otro lado, a causa de la inestabilidad creciente de las alianzas imperialistas, la incapacidad de las grandes potencias para estabilizar la situación, ni siquiera temporalmente (5).

Basándonos en ese marco de análisis, anunciamos, cuando la primera guerra del Golfo, que “solo la fuerza militar sería capaz de mantener un mínimo de estabilidad en un mundo amenazado por un caos en aumento” (idem) y que, en este mundo, “de desorden asesino, de caos sangriento, el “gendarme” norteamericano intentará hacer reinar un mínimo de orden, desplegando cada vez más masivamente su potencial militar” (id).

Sin embargo, en las condiciones históricas actuales, el único resultado que da el uso de la fuerza militar es el de extender más todavía los conflictos haciéndolos cada más incontrolables. Eso es lo que ilustra el fracaso de Estados Unidos en la guerra de Irak en donde están entrampados en un lodazal sin salida. Esas dificultades de la primera potencia mundial afectan a su autoridad de gendarme, estimulando así las maniobras y los envites de todos los imperialismos, grande o pequeños, incluidos aquellos (como las bandas chechenas, las iraquíes o Al-Qaeda) que carecen de Estado o tampoco aspiran a conquistar uno. El tablero de las relaciones internacionales se parece a un enorme puerto de arrebatacapas en donde todos se enfrentan a lo bestia, transformando en pesadilla la vida de amplios sectores de la población mundial.

El caos, al igual que la constante disgregación de las relaciones sociales, explican la importancia que tiene hoy el terrorismo como arma de la guerra entre imperialismos rivales (6). En los años 80, el terrorismo era “la bomba del pobre”, un arma de los Estados más débiles para hacerse oír en el ruedo imperialista mundial (Siria, Irán, Libia…). En los años 1990, se convirtió en arma de la competencia imperialista entre grandes potencias con sus servicios secretos que comanditaban más o menos directamente actos perpetrados por bandas de proscritos (IRA, ETA, etc.). Con los atentados de 1999 en Rusia y el de las Torres Gemelas de 2001, en EE.UU., lo que vemos es que “... los ataques terroristas ciegos, con sus comandos de kamikaces fanáticos, que golpean directamente la población civil, son utilizados por las grandes potencias para justificar el desencadenamiento de la barbarie imperialista” (7). Cada día más se confirma la tendencia a que algunas de esas bandas de proscritos, especialmente chechenas o islamistas de todo pelaje se declaren “ independientes” de sus antiguos padrinos (8) e intenten hacer su propio juego en el tablero imperialista.

Esa es la prueba más patente del caos que reina en las relaciones imperialistas y de la incapacidad de las grandes potencias, convertidas en aprendices de brujo, para atajar ese caos. Por muchas pretensiones megalómanas que tengan, esos “señores” de la guerra nunca podrán desempeñar un papel totalmente independiente, pues están infiltrados por los servicios secretos de las grandes potencias, cada una de las cuales intenta utilizarlos a su servicio, lo que es fuente de una confusión nunca antes vista en las rivalidades imperialistas.

Asia central, epicentro del caos mundial

La región de Asia Central, con los puntos cardinales de Afganistán al Este, Arabia Saudí al Sur, el Cáucaso y Turquía al Norte y la orilla oriental del Mediterráneo (Siria, Palestina etc.) al Oeste es el centro estratégico del planeta, pues contiene las reservas más importantes en fuentes de energía y está situada en la encrucijada de las rutas terrestres y marítimas de la expansión imperialista.

La tendencia al estallido es la que predomina en los Estados de esta región, a la guerra civil entre todas las fracciones de la burguesía. El epicentro es Irak de donde se propagan las ondas de choque en todas direcciones: atentados a repetición en Arabia Saudí, emergencia de una lucha encarnizada por el poder; guerra abierta entre Israel y Palestina; guerra en Afganistán; desestabilización del Cáucaso en Rusia; atentados y enfrentamientos en Pakistán; atentados en Turquía; situación crítica en Irán y Siria (9). Es un hecho que describíamos nosotros en el editorial de nuestra Revista internacional n° 117 sobre la situación en Irak, situación que sigue agravándose: “... la guerra de Irak (...) entrando en una nueva fase, la de una especie de guerra civil internacional que se extiende cual mancha de aceite por todo Oriente Medio. En Irak mismo, los enfrentamientos son cada vez más frecuentes no sólo entre la “resistencia” y las fuerzas norteamericanas, sino entre las diferentes facciones iraquíes (“sadamistas”, suníes de inspiración wahabí –la secta de la que se reivindica Osama Bin Laden–, chiíes, kurdos y hasta turcomanos). En Pakistán, se está desarrollando una guerra civil larvada, con el atentado contra una procesión chií (40 muertos) y la importante operación militar que en estos momentos está llevando a cabo el ejército paquistaní en Waziristán en la frontera afgana. En Afganistán, ninguna de las declaraciones tranquilizadoras sobre la consolidación del gobierno de Karzai podrá ocultar que el gobierno solo controla, y con dificul­tades, Kabul y sus alrededores, que la guerra civil sigue encrespada en toda la parte Sur. En Israel y Palestina, la ­situación va de mal en peor con la utilización por Hamás de jóvenes y hasta críos para transportar bombas.”

Un fenómeno semejante apareció ya en muchos países de África (Congo, Somalia, Liberia etc.) que naufragaron en guerras civiles sin fin. Pero que aparezca brutalmente en la región que es centro estratégico del mundo tiene repercusiones muy graves con efectos que serán predominantes en la situación mundial.

En el plano estratégico, se ven así en parte obstaculizadas las necesidades “naturales” de expansión hacia Asia del imperialismo alemán. Los intereses de una gran potencia como Gran Bretaña también están amenazados por la desestabilización de Asia central. El caos actual es como una bomba de desintegración cuyos fragmentos alcanzan a Rusia (como ha podido comprobarse en la situación en el Cáucaso, de la que la tragedia de Beslan ha sido una manifestación entre otras), Turquía, India y Pakistán y acabará por afectar a otras regiones más lejanas: Europa del Este, China, África del norte. Y, en fin, al ser aquella región la reserva energética del planeta, su desestabilización tendrá necesariamente graves consecuencias en la situación económica de muchos Estados industriales como puede verse hoy con la estampida de los precios del petróleo. Pero lo más relevante de la situación actual es la incapacidad creciente de las grandes potencias para detener, ni siquiera momentáneamente, ese proceso de desintegración. Eso es cierto para los propios Estados Unidos, cuya “guerra contra el terrorismo” está siendo un poderoso instrumento… para extender por todas partes el terrorismo y los conflictos bélicos. Por su parte, esos melifluos llamamientos de los rivales de EE.UU. (Alemania, Francia, etc.) para que se imponga un orden mundial “multilateral” basado en el “derecho internacional” y en “los organismos internacionales de cooperación” son patrañas para sembrar la confusión en las mentes proletarias sobre las verdaderas intenciones de la burguesía de esos países. Esas trampillas tendidas al paso del mamut norteamericano son uno de los medios de que disponen unos países que le son militarmente muy inferiores para oponerse a su hegemonía.

Estados Unidos, como decimos, está enfrentado a un “agujero negro” que no sólo amenaza con tragarse a buena parte de sus tropas, sino que es cada día más una afrenta a su prestigio y significa un debilitamiento de su autoridad.

El capitalismo mundial está ante una contradicción insuperable: la fuerza bruta del militarismo usada por la primera potencia mundial, es el único medio para poner coto al caos reinante, y, a la vez, su uso repetido acaba por ser no solo ya incapaz de atajar el incremento de ese caos, sino que además acaba siendo el agente principal de su propagación.

Solo el proletariado es capaz de ofrecer otra perspectiva

Además, aunque los ejércitos estadounidenses son, y con mucho, los más poderosos del planeta, la desmoralización se hace notar en las tropas, y los efectivos para sustituirlas son cada día más limitados. En efecto, la situación dominante en el mundo no es, ni mucho menos, la misma que cuando la Segunda Guerra mundial con un proletariado enrolado tras la derrota de la primera oleada revolucionaria, carne de cañón prácticamente inagotable.

Hoy, el proletariado no está derrotado y ni siquiera el Estado más poderoso del mundo posee el margen de maniobra suficiente para alistar a los proletarios por millones. La relación de fuerzas entre las clases en la situación histórica es un elemento clave en la evolución de la sociedad.

Ninguna otra fuerza, menos el proletariado, es capaz de poner fin a este interminable deslizamiento del capitalismo en la barbarie. Es la única fuerza capaz de ofrecer otra perspectiva a la humanidad. El desarrollo de las minorías revolucionarias en el mundo es la expresión de una maduración subterránea de la conciencia en la clase obrera. Son la parte visible de los esfuerzos del proletariado por dar su réplica de clase a la situación. El camino es difícil y en él no faltan obstáculos. Y uno de ellos son las ilusiones sobre las falsas “soluciones” preconizadas por las diferentes fracciones de la burguesía. Si bien muchos obreros que desconfían de las descaradas políticas belicosas de un tipo como Bush se dan perfecta cuenta de que la “guerra contra el terrorismo” lo único que hace es favorecer los conflictos y los actos terroristas, les es, en cambio, más difícil tomar conciencia de las falsedades pacifistas que sirven de argumentos a los rivales de Bush, los Schröder, Chirac, Zapatero y demás, y más todavía a esos lacayos de la burguesía que ponen su mayor ardor en defender esos temas, mostrándose más radicales, como lo hacen las camarillas de la izquierda del capital, los altermundialistas y los izquierdistas. No hay ninguna ilusión que hacerse: todas las fracciones de la burguesía son ruedas del engranaje mortal que arrastra a la sociedad entera hacia el abismo.

Toda la historia del siglo pasado confirma el análisis que en su día formuló el Primer Congreso de la Internacional Comunista: “La humanidad, cuya cultura ha sido devastada, está amenazada de destrucción (...) El antiguo “orden” capitalista ya no existe. No puede seguir existiendo. El resultado final del sistema capitalista de producción es el caos” (10). Y ese caos sólo podrá ser vencido por la mayor clase productora, la clase obrera. Es ella la que deberá establecer el verdadero orden, el orden comunista. Deberá quebrar la dominación del capital, hacer imposibles las guerras, borrar las fronteras entre Estados, transformar el mundo en una vasta comunidad que trabaje para sí misma, realizar la solidaridad fraterna y la liberación de los pueblos.

Para ponerse a la altura de esa tarea de titanes, el proletariado deberá desarrollar pacientemente y con tenacidad su solidaridad de clase. El capitalismo agonizante quiere acostumbrarnos al horror, a considerar como algo “normal” la barbarie de la que él es responsable. Los proletarios deben reaccionar expresando su indignación ante ese cinismo, expresando su solidaridad con las víctimas de esos conflictos sin fin, de esas matanzas perpetradas por todas las bandas capitalistas. El asco y el rechazo hacia lo que hace vivir a la sociedad el capitalismo en su descomposición, la solidaridad entre miembros de una clase con intereses comunes, son factores esenciales de la toma de conciencia de que es posible otra perspectiva y que una clase obrera unida posee la fuerza de imponerla.

Mir

(26-9-04)

 

1) Los parásitos del GCI incluso tienen la desfachatez de hablar “lucha de clases”.

2) “Militarismo y descomposición”, Revista internacional nº 64.

3) Ver las “Tesis sobre la descomposición” (Revista internacional nº 62) y también “Las raíces marxistas de la noción de descomposición” (Revista internacional nº 117).

4) Según las estadísticas de la ONU, hay actualmente 41 guerras regionales en el mundo.

5) Una ilustración patente de eso es la imposibilidad de lograr un compromiso en el contencioso entre Israel y Palestina, lo cual deja como única perspectiva la agravación sin fin de los enfrentamientos.

6) Hemos analizado la evolución del terrorismo en el artículo “El terrorismo, arma y justificación de la guerra”, Revista internacional nº 112.

7) Revista internacional nº 108 “Pearl Harbour 1941, Torres Gemelas 2001”.

8) Cabe recordar que esos “Señores de la guerra” eran en los años 80 fieles servidores de las grandes potencias: Bin Laden trabajaba para los norteamericanos en Afganistán, y Basaiev, el comanditario probable por parte chechena de la carnicería de Beslan, era un antiguo oficial del ejército soviético.

9) Ni siquiera el Estado más fuerte de la región, Israel, se libra de esas tendencias, aunque sean mucho más atenuadas. Se observa así que los sectores más radicales de las derecha llaman, para replicar al plan de Sharon de desmantelamiento de las colonias judías en Gaza, a la deserción en el ejército y la policía.

10) Plataforma de la Internacional comunista aprobada por el Primer congreso celebrado en marzo de 1919.

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Resolución sobre giro en la lucha de clases

En su reunión plenaria del otoño de 2003, el órgano central de la CCI puso de relieve la existencia de un giro en la evolución de la lucha de clases internacional: “Las movilizaciones a gran escala en la primavera de 2003 en Francia y Austria han significado un giro en la lucha de clases desde 1989. Son el primer paso significativo en la recuperación de la combatividad obrera tras el período más largo de reflujo desde 1968.” El informe adoptado en esta reunión plenaria resaltaba, sin embargo, que “Tanto a escala internacional como en cada país, la combatividad sigue siendo todavía (…) embrionaria y muy heterogénea “ y dicho informe proseguía afirmando que: “Más en general, hay que saber distinguir entre unas situaciones en las que, por decirlo de alguna manera, el mundo se despierta un buen día siendo diferente, y los cambios imperceptibles a primera vista para la gente en general, un poco parecido al cambio casi invisible entre la marea entrante y la marea saliente. La evolución actual es, sin la menor duda, de este segundo tipo. Las recientes movilizaciones contra los ataques al sistema de pensiones no han significado en manera alguna un cambio inmediato y espectacular de la situación...”

Ocho meses después de que nuestra organización adoptara esas perspectivas, cabe preguntarse en qué medida se han verificado. Ese es el objetivo de esta resolución.

1.Algo sí se confirma:  la ausencia  de “un cambio inmediato y espectacular de la situación” pues desde las luchas de la primavera de 2003 en varios países de Europa, en Francia especialmente, no ha vuelto a haber movimientos masivos o relevantes de la lucha de clases. No ha habido, pues, algo decisivo que venga a confirmar la idea de que las luchas del año 2003 fueron un giro, un viraje en la evolución de la relación de fuerzas entre las clases. Por consiguiente, no es observando la situación de las luchas obreras durante el año pasado como podremos basar la validez de nuestro análisis, sino que es el conjunto de elementos de la situación histórica lo que determina la fase actual de la lucha de clases. Este examen se basa, de hecho, en nuestro marco de análisis del período histórico actual.

2.En esta resolución, presentaremos de una manera sucinta los elementos determinantes de la situación de la lucha de clases:

• la situación mundial en su conjunto estuvo marcada, a partir de finales de los años 60, por la salida de la contrarrevolución que había aplastado al proletariado desde los años 20. La reanudación histórica de las luchas obreras, marcada, entre otros acontecimientos, por la huelga general en Francia de mayo de 1968, el “otoño caliente italiano” del 69, el “cordobazo” en Argentina aquel mismo año, las huelgas del invierno de 70-71 en Polonia, etc., abrió un curso a los enfrentamientos de clase: ante la agravación de la crisis económica, la burguesía era incapaz de llevar a cabo su “clásica” solución, la guerra mundial, debido a que la clase explotada había dejado de desfilar tras las banderas de sus explotadores.

• Ese curso histórico a los enfrentamientos de clase, y no a la guerra mundial, se ha mantenido al no haber sufrido el proletariado una derrota directa, ni derrota ideológica profunda que lleve a un alistamiento tras las banderas burguesas como las de la democracia o el antifascismo.

• Sin embargo, esta reanudación histórica encontró una serie de dificultades, especialmente a lo largo de los años 80, a causa, evidentemente, de las maniobras desplegadas por la burguesía frente a la clase obrera pero también a causa de la ruptura orgánica sufrida por la vanguardia comunista a consecuencia de la contrarrevolución (ausencia y retraso en el surgimiento del partido de clase, carencia en la politización de las luchas). Uno de los factores de las dificultades crecientes de la clase obrera es la agravación de la descomposición de la sociedad capitalista moribunda.

• Fue precisamente la expresión más espectacular de la descomposición, o sea el desmoronamiento de los regímenes pretendidamente “socialistas” y del bloque del Este a finales de los años 80, lo que originó un retroceso importante de la conciencia en el conjunto de la clase obrera por el impacto de las campañas sobre la “muerte del comunismo” que aquel desmoronamiento permitió.

• Ese retroceso de la clase se agravó todavía más a principios de los 90 por toda una serie de acontecimientos que han acentuado el sentimiento de impotencia de la clase obrera:

–  la crisis y la guerra del Golfo en 1990-91;

–  la guerra en Yugoslavia a partir de 1991;

–  otras múltiples guerras y matanzas en muchos otros lugares (Kosovo, Ruanda, Timor, etc.) con la participación frecuente de las grandes potencias en nombre de los “principios humanitarios”.

• El empleo masivo de justificaciones humanitarias (como en Kosovo en 1999) utilizando las expresiones más brutales de la descomposición (como “la purificación étnica”) fue un factor suplementario de desconcierto para la clase obrera, especialmente en los países avanzados, invitada a aplaudir las aventuras militares de sus gobernantes.

• Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos permitieron a la burguesía de los países avanzados echar una nueva capa de patrañas sobre el tema de la “amenaza terrorista”, del “combate necesario” contra esa amenaza, lo que permitió justificar, en particular, la guerra de Afganistán de finales de 2001 y la de Irak en 2003.

• Por otra parte, lo que habría podido ser después de 1989 un antídoto contra las campañas sobre la “quiebra del comunismo” y la “superioridad del capitalismo liberal”, o sea la agravación de la crisis económica, tuvo un respiro durante los años 90 (que se concretó en cierto retroceso del desempleo); por ello las ilusiones creadas por aquellas campañas se mantuvieron durante esos años con la ayuda de la propaganda incesante sobre los “fabulosos éxitos “ de los “dragones” y “tigres” asiáticos y en torno a la “revolución de las nuevas tecnologías”.

• En fin, el acceso de los partidos de izquierda al gobierno en la gran mayoría de los países europeos en la segunda mitad de los años 90 (favorecida tanto por el retroceso de la conciencia y de la combatividad de la clase obrera como por la calma relativa en la agravación de la crisis económica, permitió a la clase dominante (y ese era su objetivo esencial) proseguir con una serie de ataques económicos contra la clase obrera a la vez que se ahorraba sus movilizaciones masivas, que son una de las condiciones para que le vuelva la confianza en sí misma.

3.Con todos esos elementos podemos basar la existencia verdadera de un giro en la relación de fuerzas entre las clases. Podemos ya hacernos una primera idea de ese giro con la simple observación y comparación entre situaciones en dos momentos importantes de la lucha de clases durante la última década, en uno de los países que desde 1968 (pero también ya durante el siglo xix) ha sido una especie de “laboratorio” de la lucha de clases y de las maniobras de la burguesía para frenarla, o sea, Francia. Esos dos momentos importantes son las luchas del otoño de 1995, especialmente en el sector transportes, contra el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social y, últimamente, las huelgas de la primavera de 2003 en el sector público contra la reforma de las jubilaciones que imponía en ese sector una mayor duración en años de trabajo y una baja de las pensiones.

Como ya la CCI lo subrayó entonces, las luchas de 1995 se debieron a una maniobra elaborada por diferentes sectores de la burguesía cuyo objetivo principal, en un período en que la situación económica no imponía ataques violentos inmediatos, era acicalar la agrietada fachada de los sindicatos para que estos pudieran encuadrar mejor y sabotear las luchas venideras del proletariado.

En cambio, las huelgas de la primavera de 2003 vinieron tras un ataque masivo contra la clase obrera que se le hizo necesario a la burguesía ante la agravación de la crisis capitalista. En esas luchas del año pasado, los sindicatos no intervinieron para limpiarse la cara sino para sabotear lo mejor posible el movimiento haciendo posible que se acabara en una mortificante derrota de la clase obrera.

A pesar de las diferencias, esos dos episodios de la lucha de clases, tienen características comunes: al ataque principal, que afecta a todos los sectores de la clase obrera (en 1995, el “plan Juppé” de reforma de la Seguridad social; en 2003: la reforma de las jubilaciones en el sector público) le acompaña un ataque específico contra un sector particular (en 1995 la reforma del régimen de jubilaciones de los ferroviarios, en 2003 la “descentralización” de varios sectores de Educación), sector particular que, al manifestar una combatividad mayor y más masiva, aparece como la punta de lanza del movimiento. Tras varias semanas de huelga, las “concesiones” hechas en relación con esos ataques específicos, permitieron que se reanudara el trabajo más fácilmente en esos sectores, lo cual habría de favorecer la reanudación general, ya que “la vanguardia” misma cesó la lucha. En diciembre de 1995, fue el abandono del proyecto de reforma del régimen de jubilación de los ferroviarios lo que llevó a estos a parar el  movimiento: en 2003, el “retroceso” del gobierno en las medidas de “descentralización” de cierto personal de los establecimientos escolares contribuyó a la reanudación del trabajo en el sector educativo.

No fue sin embargo en el mismo ambiente en que se realizó la vuelta al trabajo en esos dos episodios:

• en diciembre del 95, a pesar de que se mantuvo el “plan Juppé” (que había obtenido además el apoyo de uno de los principales sindicatos franceses, la CFDT) lo que prevaleció fue un sentimiento de “victoria”: en al menos una cuestión, la del régimen de jubilaciones de los ferroviarios, el gobierno retiró el proyecto;

• a finales de la primavera de 2003, en cambio, las pocas concesiones acordadas sobre el estatuto de algunas categorías del personal de Educación no fueron, ni mucho menos, consideradas como una victoria (sobre todo porque los batallones más numerosos, o sea los docentes, no estaban directamente afectados por esas medidas y su anulación), sino, sencillamente, que el gobierno no iba a ceder en nada más, y ese sentimiento de derrota se vio acentuado más todavía tras el anuncio por parte de las autoridades de que las jornadas de huelga serían íntegramente deducidas de los salarios, contrariamente a lo que hasta entonces solía ocurrir en el sector público.

Si establecemos un balance global de esos dos episodios de la lucha de clases, puede hacerse resaltar los siguientes puntos:

• en 1995, el sentimiento de victoria, ampliamente extendido en la clase obrera, favoreció notablemente la recuperación de credibilidad de los sindicatos (fenómeno no limitado a Francia, sino de la mayoría de los países de Europa, especialmente Bélgica y Alemania, donde hubo maniobras de la burguesía parecidas a las de Francia, como así lo dijimos en nuestra prensa);

• en 2003, el fuerte sentimiento de derrota resultante de las huelgas de primavera (en Francia, pero también en otros países como Austria) no acarreó un desprestigio importante de los sindicatos, que no tuvieron que quitarse la careta, apareciendo incluso, en algunas circunstancias, como más “combativos que la base”. Sin embargo, ese sentimiento de derrota anuncia un proceso en el que los sindicatos van a ir desplumándose, en el que la multiplicación de sus maniobras permitirá poner en evidencia que bajo su dirección las luchas siempre salen derrotadas y que el único sentido de su juego es el de la derrota.

Por todo eso, las perspectivas para el desarrollo de las luchas y de la conciencia del proletariado son mucho mejores después de 2003 que después de 1995, pues:

• lo peor para la clase obrera no es la derrota clara, sino el sentimiento de victoria tras una derrota ocultada pero real: fue ese sentimiento de “victoria” (contra el fascismo y por la defensa de la “patria socialista”) el veneno más eficaz para hundir y mantener al proletariado en la contrarrevolución durante cuatro décadas en medio del siglo XX;

• el instrumento principal de control de la clase obrera y del sabotaje de las luchas, el sindicato, ha entrado en un proceso de debilitamiento.

4.La existencia de un giro en las luchas y en la conciencia de clase puede comprobarse de manera empírica mediante el simple examen de las diferencias entre la situación de 2003 y la de 1995, pero se planeta entonces la pregunta siguiente: ¿por qué ese giro ocurre ahora y no hace cinco años por ejemplo?

A esa pregunta podemos ya darle una respuesta simple: por las mismas razones que el movimiento altermundialista empezaba apenas a despuntar hace cinco años, en cambio, hoy, se ha convertido en una verdadera institución cuyas manifestaciones movilizan a cientos de miles de personas y la solícita atención de todos los medios de comunicación.

Siendo más concretos y precisos podemos dar los siguientes elementos de respuesta:

• Tras el enorme impacto de las campañas sobre la “muerte del comunismo” desde finales de los años 80, un impacto a la medida de la enorme importancia de un acontecimiento como fue el desmoronamiento interno de unos regímenes que se presentaron (y fueron presentados) durante más de medio siglo como “socialistas”, “obreros”, “anticapitalistas”, se necesitaba cierto tiempo, como mínimo una década en este caso, para que se evaporaran las brumas, el desconcierto resultante de esas campañas, para que se redujese el impacto de los “argumentos” en ellas utilizados Se necesitaron cuatro décadas para que el proletariado mundial pudiera salir de la contrarrevolución, se ha necesitado la cuarta parte de ese tiempo para que se levante de los golpes recibidos tras la muerte de la avanzadilla de esa misma contrarrevolución, el estalinismo, cuyo “cadáver putrefacto ha seguido envenenando la atmósfera que respira [el proletariado]”, como escribíamos en 1989.

• Sobre todo debía desparecer el impacto provocado por la idea, cuyo promotor fue Bush padre, de que el desmoronamiento de los regímenes “socialistas” y del bloque del Este iba a permitir la eclosión de un “nuevo orden mundial”. Semejante idea empezó quedar brutalmente malparada ya a partir de 1990-91 por la crisis y la guerra del Golfo y después por la guerra en Yugoslavia que se prolongó hasta 1999 con la ofensiva en Kosovo. Después vinieron los atentados del 11 de septiembre y ahora la guerra de Irak, al mismo tiempo que la situación empeora constantemente en Israel y Palestina. Día tras día, se hace más evidente que la clase dominante  ya no puede ni poner fin a sus enfrentamientos imperialistas y al caos mundial ni a la crisis económica que es la base de aquellos.

• Precisamente en los últimos tiempos, sobre todo desde el inicio del siglo XXI, ha vuelto a aparecer como una evidencia la crisis económica del capitalismo, tras las ilusiones de los años 90 sobre la “recuperación”, los “dragones” o “la revolución de las nuevas tecnologías”. Al mismo tiempo, el nuevo escalón de la crisis ha llevado a la clase dominante a intensificar la violencia de sus ataques económicos contra la clase obrera, a generalizar esos ataques.

• Sin embargo, la violencia y el carácter cada vez más sistemático de los ataques contra la clase obrera no han provocado hasta ahora una respuesta masiva o espectacular por parte de ésta, ni siquiera una respuesta de una amplitud comparable a las de 2003. En otras palabras, ¿por qué el “giro” de 2003 ha aparecido como una “inflexión” y no como un surgimiento explosivo (como, por ejemplo, el que hubo en 1968 y durante los años siguientes)?

5.A esa pregunta hay diferentes niveles de respuesta. Primero, como ya lo hemos puesto de relieve en muchas ocasiones, fue lenta la manera con la que se desarrolló la reanudación histórica del proletariado: por ejemplo, entre el primer acontecimiento de importancia de esa reanudación histórica, la huelga general en Francia de mayo de 1968 y su punto álgido, o sea, hoy por hoy, las huelgas en Polonia del verano de 1980, pasaron más de 12 años. De igual modo, entre la caída de muro de Berlín en noviembre de 1989 y las huelgas de la primavera de 2003, han pasado 13 años y medio, o sea más tiempo que entre el principio de la primera revolución en Rusia, en enero de 1905 y la revolución de Octubre de 1917.

La CCI ya ha analizado las causas de la lentitud de ese desarrollo si se le compara con el que precedió a la revolución de 1917: hoy la lucha de clases surge a partir de la crisis económica y no de la guerra imperialista, una crisis cuyo ritmo puede frenar la burguesía y esto lo ha demostrado en muchas ocasiones.

También ha puesto la CCI de relieve otros factores que han contribuido en el aminoramiento del ritmo del desarrollo de la lucha y de la conciencia del proletariado, factores debidos a la ruptura orgánica resultante de la contrarrevolución (y que han ido retrasando la formación del partido) a la descomposición del capitalismo, sobre todo la tendencia a la desesperanza, a la huida ciega hacia adelante y al repliegue en sí mismo que afectan al proletariado.

Además, para comprender la lentitud de ese proceso debe tenerse en cuenta el impacto de la propia crisis, sobre todo porque se concreta en un incremento del desempleo, factor importante de inhibición de la clase obrera, especialmente en sus nuevas generaciones, las cuales, aunque suelen ser tradicionalmente las más combativas, están a menudo hoy hundidas en el desempleo antes incluso de haber podido hacer la experiencia del trabajo asociado y de la solidaridad entre trabajadores. Cuando la situación de desempleo tiene la forma de despidos masivos contiene todavía una carga explosiva por muy difícil que sea la forma clásica de la huelga, la cual, en caso de cierre de empresas, es ineficaz por definición. En cambio, cuando el aumento del desempleo es el simple resultado de la no-sustitución de las jubilaciones, como hoy ocurre muy a menudo, los obreros que no logran encontrar empleo se encuentran muy a menudo desamparados.

La CCI ha insistido muchas veces en que el incremento ineluctable del desempleo es una de las expresiones más patentes de la quiebra definitiva del modo de producción capitalista, pues una de las funciones históricas esenciales del sistema era extender el trabajo asalariado al mundo entero y masivamente. Sin embargo, en lo inmediato, el desempleo es sobre todo un factor de desmoralización de la clase obrera, de inhibición de sus luchas. Solo será en una etapa mucho más avanzada del movimiento de la clase cuando el carácter subversivo de ese fenómeno podrá convertirse en factor de desarrollo de su lucha y de su conciencia, o sea, cuando la perspectiva del derrocamiento del capitalismo haya vuelto a aparecer, aunque no sea masivamente pero sí de manera significativa, como algo posible en las filas del proletariado.

6.Esa es precisamente una de las causas del ritmo lento del desarrollo de las luchas obreras hoy, de la debilidad relativa de las réplicas de la clase obrera a los ataques cada día más duros del capitalismo: el sentimiento, muy confuso todavía pero que acabará emergiendo cada día más en los tiempos venideros, de que no hay solución alguna a las contradicciones que hoy minan el capitalismo, ya sea en el plano económico como en otros aspectos de su crisis histórica: la permanencia de enfrentamientos bélicos, el auge del caos y de la barbarie cuyo carácter imparable queda patente cada día que pasa.

Esa vacilación del proletariado ante la amplitud de su tarea ya fue señalada por Marx y el marxismo desde mediados del siglo XIX (en El 18 de brumario de Luis Bonaparte en particular). Es eso lo que explica en parte la paradoja de la situación actual: por un lado, las luchas encuentran grandes dificultades para extenderse a pesar de la violencia de los ataques que debe soportar la clase obrera. Por otro lado, se observa que se va confirmando, en el seno de la clase, un proceso de reflexión profunda, aunque hoy todavía subterráneo, lo cual se plasma, entre otras cosas, en algo que se confirma más y más: la aparición de toda una serie de elementos y grupos, jóvenes muchas veces, que se acercan a posiciones de la Izquierda comunista.

En ese contexto, debemos pronunciarnos claramente sobre el alcance de dos aspectos de la situación actual que influyen en la pasividad relativa del proletariado:

• el impacto de las derrotas sufridas en los últimos tiempos. La burguesía ha hecho todo lo posible, sobre todo con declaraciones arrogantes, para que esas derrotas acarreen la mayor desmoralización posible;

• el chantaje permanente con las “deslocalizaciones” para que los obreros de los países desarrollados acepten sacrificios considerables.

Durante un tiempo, esos factores van a servir a “la paz social” en beneficio de la burguesía, y esta va a explotar al máximo ese “filón”. Pero cuando suene la hora de las luchas masivas, pues a las masas obreras no les quedará otro remedio, ante la amplitud de los ataques, entonces la acumulación de humillaciones soportadas por los obreros, el enorme sentimiento de impotencia y humillación, todo ese ambiente de “cada uno para sí” que habrá emponzoñado el ambiente durante años, se convertirán en lo contrario, en la voluntad de no seguir aguantando, la búsqueda determinada de la solidaridad de clase, entre sectores, entre regiones y países, el acceso a una nueva perspectiva, la de la unidad mundial del proletariado para el derrocamiento del capitalismo

CCI, junio de 2004

Vida de la CCI: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Respuesta a la contribución del GPRC

Presentación del texto del GPRC (1)

¿Por qué sigue el capitalismo dominando el mundo 80 años después de la Revolución de octubre?”. Para contestar a esta pregunta, es necesario según el GPRC utilizar el método del materialismo histórico y plantearse otra pregunta: “Estaba suficientemente avanzado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad (particularmente en los países más desarrollados) a finales del siglo xix y principios del xx para permitir a los proletarios la organización del control de la producción, de la distribución y del intercambio por el conjunto de la sociedad?”.

En otras palabras, ¿estaba suficientemente “disciplinado, unificado y organizado” el proletariado por el proceso de producción capitalista antes del siglo XX como para hacerlo capaz no solo de expropiar a los expropiadores, arrancándoles los medios de producción, sino también de “hacerse cargo de éstos, organizar el dominio de la economía sin perder el control sobre los que dirigen, sin dejarles transformarse en nuevos explotadores”.

El GPRC nos invita a entender las características, determinadas por el proceso de producción, de la clase obrera del siglo XIX y primeros del siglo XX: “ejerce el trabajo asociado”, pero “para poder dirigir el proceso del trabajo en una fábrica como un todo, alguien tiene que estar por encima de los trabajadores y dirigirlos”. En otras palabras, “a pesar de que las relaciones entre trabajadores en el proceso de organización del trabajo estén inmersas en una economía dominada por el maquinismo, éste no domina las relaciones de los trabajadores entre ellos”. Estas relaciones están caracterizadas ante todo “no por la existencia de contactos entre obreros, sino por el aislamiento de éstos (...). La manufactura, y más tarde la industria basada en el maquinismo, exige la cooperación entre obreros en el proceso de trabajo, pero no por ello se unen en un todo colectivo (...). Y cuando unos obreros no están unidos en un colectivo, no pueden elaborar juntos decisiones que les permitan controlar el proceso de producción. Quizás lo pudieran si tuvieran la posibilidad de controlar a sus dirigentes, elegirlos y cambiarlos, si esas elecciones no fueran sino un disfraz que disimula las maniobras de los líderes ante sus subordinados”.

El proletariado industrial del siglo XIX y XX era incapaz de autoorganizarse en todas las estructuras de la sociedad sin pasar por mediadores o jefes; esa incapacidad está en los orígenes del desarrollo de una burocracia obrera de sindicatos reformistas (socialdemócratas, estalinistas, anarquistas, etc.). Este mismo factor explica por qué los proletarios han dejado casi siempre que esa burocracia los traicione”.

Para el GPRC, así se plantea el problema de base: “Cuantas más personas están en un grupo, más les es difícil comunicar entre ellas (...). Para superar ese obstáculo, son necesarios medios técnicos que permitan a numerosas personas recibir la misma información, intercambiársela y tomar decisiones comunes en tan poco tiempo como el que les es necesario hacerlo a unas pocas sin medios técnicos. Durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, el desarrollo de las fuerzas productivas no permitía todavía dar esos medios a las personas. Y sin estos medios, el control del poder y el gobierno por los obreros mismos no es posible más que a una escala de empresas muy pequeñas “.

El GPRC cita a Lenin, en El Estado y la revolución: “Los obreros, tras haber conquistado el poder político, romperán el viejo aparato burocrático, lo destrozarán hasta sus cimientos, lo desmantelarán por completo y lo reemplazarán por un nuevo aparato que se compondrá de esos mismos obreros y empleados. Para impedirles burocratizarse, habrán de tomarse las medidas minuciosamente estudiadas por Marx y Engels: 1. elegibilidad y revocabilidad en cualquier momento; 2. sueldo que no superior al de cualquier obrero; 3. aprobación inmediata de medidas para que todos cumplan con funciones de control y de vigilancia, que todos sean durante cierto tiempo “burócratas”, de modo que así nadie pueda convertirse en “burócrata”.” Pero para el GPRC, por correctas que fuesen estas medidas, éstas no podían realizarse en las condiciones de desarrollo de las fuerzas productivas en tiempos de la Revolución rusa. La situación cambia con la segunda mitad del siglo XX, debido al nivel cualitativamente nuevo del desarrollo de las fuerzas productivas que permiten en particular la informatización de la producción: rapidez de tratamiento de un volumen importante de informaciones procedentes de la gran masa de los obreros, repercusión para cada uno de ellos del análisis de las informaciones tratadas, repetición de ese proceso tantas veces como sea necesario para desembocar finalmente en una síntesis de las opiniones individuales y poder elaborar la decisión final.

El ordenador es lo que puede unificar en un todo colectivo a los trabajadores que ejercen el trabajo asociado”. Cuanto más informatizado esté su trabajo más fácil les es tomar decisiones colectivas y más fácil les es controlar a unos dirigentes que siguen siendo necesarios para coordinar acciones y decisiones, en caso en que el colectivo no pueda hacerlo por sí mismo.

Cuando la humanidad entre de nuevo en un período de grandes enfrentamientos sociales parecidos a los de la primera mitad del siglo XX, muchas cosas se repetirán, la doblez de muchos dirigentes obreros y de organizaciones abusará de la confianza que les tengan los obreros. Las causas objetivas de ese fenómeno existente en la primera mitad del siglo XX, siguen existiendo hoy y no pueden ser compensadas por ningún estudio de las lecciones de la historia”.

La informatización por sí misma puede crear el socialismo. La revolución proletaria mundial es necesaria a la transición de la humanidad al socialismo. Pero la revolución no podrá ser mundial y socialista sino en la época de los ordenadores y de la informática. Esa es la dialéctica de la transición al socialismo”.

Respuesta de la CCI

La pregunta que se plantea la GPRC es vital: “¿Por qué sigue el capitalismo dominando el mundo 80 años después de la Revolución de octubre?”. Y para contestarle el único método que tenemos a nuestro alcance es el del materialismo histórico (2).

Al ser su objetivo sustituir unas relaciones de producción basadas en la escasez por unas relaciones de producción basadas en la abundancia, la revolución proletaria solo es, en efecto, posible si el capitalismo ha desarrollado suficientemente las fuerzas productivas para crear las condiciones materiales de la transformación de la sociedad. Se trata de la primera condición para la revolución proletaria, siendo la segunda el desarrollo de una crisis abierta de la sociedad burguesa que demuestre de manera patente que las relaciones de producción capitalistas han de ser sustituidas por otras relaciones de producción.

Los revolucionarios han dedicado siempre la mayor atención a la evolución de la vida del capitalismo para así evaluar si el nivel alcanzado por el desarrollo de las fuerzas productivas y las contradicciones insuperables que de ello se derivan permiten o no la victoria de la revolución comunista. En 1852, Marx y Engels reconocieron que aún no se habían alcanzado las condiciones para la victoria de la revolución proletaria cuando estallaron los acontecimientos revolucionarios de 1848, y que el capitalismo debía seguir desarrollándose para permitirla. En 1864, pensaban que había sonado la hora de la revolución cuando participaron en el nacimiento de la Asociación internacional de trabajadores, pero se dieron rápidamente cuenta, antes incluso de la Comuna de París en 1871, de que el proletariado no estaba maduro todavía debido a que el capitalismo seguía poseyendo una economía con un gran potencial de desarrollo.

Así pues, las dos revoluciones que se habían intentado hasta entonces, la de 1848 y la Comuna, habían fracasado porque no existían todavía las condiciones materiales de la victoria del proletariado. Esas condiciones iban a aparecer durante el período siguiente, el cual permitió que el capitalismo conociera el período de desarrollo más importante de su historia. A finales del siglo XIX, las viejas naciones burguesas ya se habían repartido el conjunto del mundo no capitalista. En adelante, el acceso para cada una de ellas a nuevos mercados y nuevos territorios las enfrentaría por los de sus rivales. Mientras se multiplicaban las tensiones que implicaban ocultadamente a las grandes potencias se asistió a un incremento considerable de sus armamentos. Ese auge de las tensiones imperialistas y del militarismo preparó las condiciones del estallido de la Primera Guerra mundial pero también de las condiciones de la crisis revolucionaria de la sociedad. La primera degollina imperialista mundial del 1914-18, así como la oleada revolucionaria que surgió en 1917 en reacción contra aquella barbarie, demostraron que desde entonces existían ya las condiciones objetivas de la revolución. Para la vanguardia proletaria de la oleada revolucionaria mundial del 1917-23, la Primera Guerra mundial significó la quiebra histórica del capitalismo y la entrada en su fase de decadencia, poniendo en evidencia que la única alternativa posible para la sociedad era o el socialismo o la barbarie.

A pesar de ese cambio evidente en la situación mundial, el GPRC considera que en aquel entonces el sistema capitalista seguía teniendo un papel progresista para la maduración de las condiciones de la revolución. Considera que aún era necesario que su desarrollo permitiese el invento de los ordenadores y la generalización de su uso, únicos instrumentos capaces de oponerse a la tendencia de los dirigentes a traicionar los obreros, tendencia responsable del fracaso de la Revolución rusa. Gracias a estos formidables progresos tecnológicos, que permiten “sintetizar” la opinión de numerosos obreros, éstos podrán arreglárselas sin representantes, dirigentes para tomar las decisiones. Esto nos dice el GPRC. Antes de contestar a este sorprendente análisis del fracaso de la Revolución rusa, hemos de señalar un problema de método debido precisamente a una aplicación inadaptada del materialismo histórico.

Los ochenta y pico años transcurridos desde el fracaso de la oleada revolucionaria mundial no solo han demostrado que la prolongación de la agonía del capitalismo no ha creado para nada unas condiciones materiales mejores para la revolución, sino, al contrario, las bases materiales para la sociedad comunista incluso se han debilitado, como lo está demostrando la situación actual de caos y descomposición generalizada al planeta entero. El proletariado revolucionario podrá aprovechar plenamente para la revolución y la liberación de la especie humana, muchos inventos hechos bajo el capitalismo, muchos de ellos realizados en su fase decadente. Así es para los ordenadores y muchas cosas más. Sin embargo, por importantes que sean esos inventos, su existencia no puede ocultar la dinámica real del capitalismo decadente que nos lleva a la ruina de la civilización. Si la primera oleada revolucionaria mundial hubiese logrado vencer a la burguesía a escala mundial también habría evitado a la humanidad conocer la peor era de barbarie que jamás conoció en su historia. Y además estamos también seguros de que habrían surgido otros inventos que habrían permitido al ser humano emanciparse del reino de la necesidad. Comparados con ellos, los ordenadores actuales parecerían herramientas prehistóricas.

La experiencia viva de la revolución en toda su amplitud desmiente las tesis del GPRC sobre la tendencia ineluctable a la traición de los jefes. Durante su fase ascendente, los consejos obreros demostraron que eran el órgano por excelencia que permitía al proletariado, por su sistema de delegados elegidos y revocables, desarrollar su lucha tanto en el plano económico como en el político, que eran ellos el “medio por fin revelado de la dictadura del proletariado”. El movimiento hizo surgir dirigentes proletarios en sus filas, que expresaban o defendían con valor y abnegación, los intereses generales del proletariado. En cuanto al partido, fue capaz de ponerse en la vanguardia de la revolución, guiarla hacia la victoria en Rusia, haciendo todo lo que pudo por la extensión de la revolución mundial y en particular allí donde era determinante, en Alemania.

La oleada revolucionaria mundial refluyó debido a una serie de derrotas decisivas del proletariado, entre las que fue determinante el aplastamiento de la insurrección de enero de 1919 en Berlín. Aislada y agotada por la guerra civil, la Revolución rusa no podía sino debilitarse y así ocurrió efectivamente con la extinción del poder de los consejos obreros y de cualquier forma de vida proletaria en ellos, con la ascensión del estalinismo en Rusia, y especialmente en las filas del Partido bolchevique en el poder. Durante ese giro contrarrevolucionario, traicionaron muchos revolucionarios y muchos obreros que habían sido elegidos a puestos de responsabilidad en el Estado se transformaron en fieles defensores de la burocracia, cuando no en miembros de ella.

Las traiciones a la causa obrera por jefes proletarios, por organizaciones que hasta entonces habían sido proletarias, no es algo específico del período de reflujo de la oleada revolucionaria mundial, sino un factor del combate histórico de la clase obrera. Son la consecuencia de un oportunismo creciente hacia la ideología de la clase dominante ante la que se acaba capitulando. Esta tendencia, no obstante, no es inevitable y no depende en absoluto de la posibilidad que tenga o deje de tener el proletariado para utilizar ordenadores. Depende de la relación de fuerzas entre las clases, como lo demuestran tanto la oleada revolucionaria como su reflujo, y también de la lucha política intransigente que son capaces de desarrollar los revolucionarios contra todo tipo de concesiones a la ideología burguesa.

Las tareas  que el proletariado, y en su seno las minorías revolucionarias, tuvo que encarar a principios del siglo XX fueron titánicas. Tuvieron que luchar contra el oportunismo creciente en la Segunda internacional, un oportunismo que acarreó la traición de la mayoría de los partidos que la constituían y su paso al campo de la burguesía en el momento decisivo de la guerra imperialista mundial. Y, al mismo tiempo, los revolucionarios que siguieron fieles al marxismo y al combate histórico de su clase tuvieron que entender y hacer comprender al proletariado nada menos que las implicaciones para la lucha de clases del cambio de período, con la entrada del capitalismo en su fase de decadencia. La causa de la derrota de la oleada revolucionaria se debió en gran parte a que la clase obrera no tomó entonces ampliamente conciencia, y con todas sus consecuencias, de que sus antiguos partidos pasados al enemigo eran ya la avanzadilla de la reacción contra la revolución, que los sindicatos se habían transformado en órganos del Estado capitalista en las filas obreras. También se debió a que el partido mundial de la revolución, la Internacional comunista, nació demasiado tarde.  No son pues las condiciones objetivas de la revolución las que no estaban suficientemente maduras, sino las condiciones subjetivas. De ahí la importancia, hoy también, del combate político para que se difundan al máximo las lecciones sacadas por generaciones y generaciones de revolucionarios, las lecciones de lo que sigue siendo la mayor experiencia revolucionaria del proletariado.

Y, precisamente, la pesada cargada de la jerarquía en el cerebro de los vivos no podrá ser combatida fuera de la lucha por la abolición de las clases y no desaparecerá totalmente sino con la instauración de una sociedad comunista. La división del trabajo no es una característica propia de las sociedades divididas en clases. Ya existió en las sociedades de comunismo primitivo y seguirá existiendo en la sociedad de comunismo evolucionado. No es la división del trabajo lo que origina la jerarquía, sino que es la sociedad dividida en clases lo que imprime a la división del trabajo su carácter jerárquico, como medio para dividir a los explotados y dominar la sociedad. El problema que plantea la contribución del GPRC es precisamente que al polarizarse en las cuestiones de jerarquía en sí, sin considerar para nada los antagonismos de clase, se coloca fuera del campo de la lucha política.

En realidad, el GPRC busca desesperadamente una solución técnica a un problema que es fundamentalmente político y al que la experiencia vivida por la clase obrera ya dio la solución antes incluso de la oleada revolucionaria de 1917-23, con el surgimiento de los soviets en 1905. Las discusiones en las asambleas no tienen como meta la de despejar “democráticamente” una opinión intermedia que sea la síntesis de las opiniones individuales de los obreros. Al contrario, son el medio inevitable del debate y de la lucha política que permite la clarificación de las masas todavía influidas por las fracciones de izquierda e izquierdistas de la burguesía. Para tomar decisiones, elegir delegados, cada cual no se determina aislado, sentado delante de su ordenador, sino a mano alzada en asambleas ante sus compañeros de lucha. Así viven y funcionan las asambleas, materializando los diferentes niveles de centralización de la lucha, hasta el más alto de ellos. La receta del GPRC es la antítesis de ese tipo de organización unitaria de la clase obrera y no puede llevarnos más que a la negación de los valores que debe desarrollar el proletariado en su lucha: la confianza de unos compañeros de lucha de quienes el delegado elegido es a priori especialmente digno; la actividad creadora por medio de la discusión colectiva y contradictoria. De hecho, el GPRC confunde dos nociones: la conciencia y el conocimiento. Para que los obreros tomen conciencia, necesitan ciertos conocimientos: en particular, han de conocer el mundo en el que están luchando, el enemigo al que combaten con sus diferentes rostros (burguesía oficial, Estado, fuerzas de represión, sindicatos y partidos de izquierdas), las metas y los medios de la lucha. Pero la conciencia no se puede reducir al conocimiento: un especialista universitario en historia, economía o sociología conoce, en general, sobre estos temas muchas más cosas que un obrero consciente revolucionario. Pero sus prejuicios de clase, su adhesión a los ideales de la clase dominante, le impiden poner sus conocimientos al servicio de una verdadera conciencia. En el mismo sentido, no es la suma de conocimientos lo que permite a los obreros tomar conciencia, sino su capacidad para quitarse de encima el dominio de la ideología dominante. Y esta capacidad no se conquista delante de una pantalla de ordenador capaz de dar todas las estadísticas del mundo, todas las síntesis posibles e imaginables. Se conquista gracias a la experiencia de clase, presente y pasada, de la acción y de los debates colectivos. La contribución específica de los ordenadores es mínima en ese aspecto, muy por debajo de lo que contribuía la prensa de que disponía la clase obrera en el siglo XIX.

El GPRC afirma que es inútil recurrir a las lecciones de la historia para entender la derrota de la Revolución rusa. Lo último que le puede ocurrir al proletariado sería renunciar a las lecciones esenciales que nos ha dejado la Revolución rusa (3), en particular en lo referente a las condiciones de su degeneración, por ser esas lecciones una contribución esencial para poder vencer al capitalismo en la próxima oleada revolucionaria:

–  aislada en un bastión proletario, la revolución está condenada a muerte a más o menos corto plazo;

–  el Estado del período de transición –semi-Estado– que inevitablemente surge tras el derrocamiento de la burguesía, tiene un papel de garante de la cohesión de la sociedad en la que siguen existiendo antagonismos de clase (4). No es pues una emanación del proletariado y por eso no puede ser un instrumento de la marcha hacia el comunismo, papel que sigue estando exclusivamente en manos de la clase obrera organizada en consejos obreros y de su partido de vanguardia. En los períodos de reflujo de la lucha de clases, además, ese Estado tiende a expresar plenamente su carácter reaccionario intrínseco contra los intereses de la revolución;

–  por esto la identificación de los consejos obreros con el Estado no puede conducir sino a la pérdida de la autonomía de clase del proletariado;

–  del mismo modo, la identificación del partido con el Estado no puede sino producir la corrupción de su función de vanguardia política del proletariado, transformándose en gestor del Estado. Tal situación fue la que llevó al Partido bolchevique a tomar la iniciativa de la represión de Kronstadt, verdadera tragedia para el proletariado, y a ser progresivamente la encarnación de la contrarrevolución en marcha.

CCI, octubre del 2004

 

1) Grupo de Colectivistas proletarios revolucionarios. El texto del GPRC está publicado en ruso y en inglés el sitio del foro: russia.internationalist-forum.org

2 Ya hemos dedicado un artículo a esta cuestión: “Al inicio del siglo xxi, ¿por qué el proletariado no ha acabado aún con el capitalismo?”, publicado en las Revista internacional nos 103 y 104.

3) Una de las mayores expresiones de la réplica proletaria a la contrarrevolución fue la publicación en los años 30 de la revista Bilan, órgano de la Izquierda comunista de Italia, cuya principal actividad fue precisamente la de sacar las lecciones de la primera oleada revolucionaria mundial. Las posiciones programáticas de la CCI, en gran parte, son el producto de ese trabajo. La CCI ha publicado numerosos artículos de su Revista internacional sobre la Revolución rusa, en particular en los nos 71, 72, 75, 89, 90, 91 y 92.

4) Véase nuestro folleto El Estado en el período de transición.

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Respuesta a la contribución del KRAS

El texto del KRAS (1) tiene el objetivo primordial de poner en evidencia las causas de la derrota de la Revolución rusa: “La Revolución rusa de 1917-1921 sigue siendo para la mayoría de las “izquierdas” una “revolución desconocida”, tal como la nombró hace 60 años el anarquista exiliado Volin. La causa principal de esa ignorancia no es la ausencia de informaciones sino más bien la importante cantidad de mitos fabricados acerca de ella. La mayoría de ellos viene de la confusión entre la Revolución rusa y las actividades del Partido bolchevique. No puede uno liberarse de esa confusión si no entiende el papel real desempeñado por los bolcheviques en los acontecimientos de aquel entonces (...) Uno de esos mitos consiste en decir que el Partido bolchevique no era un partido como los demás sino la vanguardia de la clase obrera (...) Todas las ilusiones sobre el carácter “proletario” de los bolcheviques son desmentidas por la realidad de su oposición a las huelgas obreras ya desde 1918 y por el aplastamiento de Kronstadt en 1921 por los cañones del Ejército rojo. No se trata de un “trágico malentendido”, sino de la represión con metralla de la base obrera “ignorante”. Los jefes bolcheviques tenían intereses concretos y realizaron una política concreta (...) Su visión del Estado como tal, de la dominación de las masas, significativa de individuos desprovistos de todo tipo de sentimiento de igualdad, en quienes predominaba el egoísmo y para quienes la masa no era más que una materia prima sin voluntad propia, sin iniciativa y sin conciencia, incapaz de autogestión social. Es el rasgo fundamental de la psicología del bolchevismo. Es típico de su carácter dominador. Archinoff denomina esta nueva capa “nueva casta”, la “cuarta casta”. De grado o por fuerza, con esos enfoques, los bolcheviques lo único que pudieron realizar fue una revolución burguesa (...) Intentemos primero definir qué revolución estaba a la orden del día en la Rusia de 1917 (...) La socialdemocracia (incluso la de tipo bolchevique) siempre sobreestimó el grado de desarrollo del capitalismo y el grado de “europeísmo” de Rusia (...) En realidad, Rusia era más bien un país del “tercer mundo”, utilizando un término de hoy (...) Los bolcheviques se convirtieron en los actores de una revolución burguesa sin burgueses, de la industrialización capitalista sin capitalistas privados (...) Al tomar el poder, se convirtieron en “partido del orden” que no pretendía desarrollar el carácter social de la revolución. El programa del gobierno bolchevique no tiene ningún contenido socialista”.

Otros argumentos desarrollados en el texto del KRAS, que no reproducimos en su totalidad, serán citados en nuestra respuesta. En resumen, estos son los elementos esenciales de sus tesis:

–  el Partido bolchevique está en la continuidad de la vieja socialdemocracia y es un partido de carácter burgués, contra la clase obrera;

–  la Revolución rusa fue una revolución burguesa, al no existir otra alternativa en la Rusia del 1917;

–  las medidas económicas tras Octubre del 17 y la política del Partido bolchevique no eran verdaderamente socialistas, al no haberse realizado la verdadera autogestión en manos de la clase obrera.

Una discusión “histórica” con errores “históricos” de método

La ausencia flagrante de un marco internacional para entender la situación de Rusia, vista como si fuera un territorio aparte del resto del mundo, es, en realidad, común a muchas críticas, aparentemente radicales, que se hacen a los bolcheviques. Es ese un error de método que ignora lo que distingue en su esencia misma la existencia del proletariado y la de la burguesía. Al ser el capitalismo un modo de producción que domina todo el planeta, su superación no puede ser realizada más que a escala mundial por la clase proletaria internacional, al contrario de la burguesía cuya existencia es inseparable del marco nacional. La Revolución rusa no fue pues un asunto exclusivo del proletariado ruso, sino la respuesta del proletariado en su conjunto a las contradicciones del capitalismo mundial en aquel entonces, en particular al primer acto de quiebra de ese sistema que amenazó la existencia misma de la civilización, la Primera Guerra mundial. La Revolución rusa fue la avanzadilla de la oleada revolucionaria internacional entre 1917 y 1923, y por eso fue con la mayor razón si la dictadura del proletariado en Rusia se giró hacia el proletariado internacional, en particular el proletariado alemán, el cual que tenía en sus manos el destino de la revolución mundial.

La transformación de las relaciones de producción no se hará sino tras la toma de poder político a escala mundial por la clase obrera. Contrariamente a los períodos de transición del pasado, el que lleva del capitalismo hacia el comunismo no será el resultado de un proceso necesario, independiente de la voluntad de los hombres sino, al contrario, dependerá de la acción consciente de una clase que utilizará su poder político para arrancar progresivamente de la sociedad los componentes del capitalismo: propiedad privada, mercado, salariado, ley del valor, etc. Pero tal política económica solo podrá realizarse de verdad cuando el proletariado derrote militarmente a la burguesía. Mientras ese objetivo no se haya realizado definitivamente, las exigencias de la guerra civil mundial serán prioritarias a la transformación de las relaciones de producción allí donde el proletariado haya tomado el poder, sea cual sea el nivel de desarrollo económico de la región.

No se ha de tener pues la menor ilusión sobre las posibles realizaciones sociales inmediatas justo después de la revolución, especialmente cuando ésta no ha logrado extenderse todavía a un conjunto de países significativos para la relación de fuerza entre clases a escala internacional. Aunque deban tomarse cuanto antes, si es posible inmediatamente tras la toma de poder, ciertas medidas como la expropiación de los capitalistas privados, la uniformidad de las remuneraciones, la asistencia a los más desfavorecidos, la disposición libre de ciertos bienes de consumo, una importante reducción de la jornada de trabajo que permita en particular a los obreros implicarse en la dirección de la revolución, éstas no son, en sí mismas, medidas de socialización y pueden perfectamente ser recuperadas por el capitalismo.

La tesis del KRAS no la defienden exclusivamente las corrientes que se proclaman anarquistas. Es muy cercana a la posición que formuló en 1934 el grupo GIK (Gruppe Internationaler Kommunisten), que formaba parte de la corriente consejista, en sus famosas Tesis sobre el bolchevismo. También hizo el mismo tipo de crítica el grupo de la Oposición obrera en Rusia; criticaba esencialmente la ausencia de autogestión de las fábricas en Rusia inmediatamente después de la revolución. No es por casualidad si representantes de la Oposición obrera como Alexandra Kolontai, obsesionados por la ilusión de que era inmediatamente posible implantar medidas socialistas en la producción que habrían sido para ellos la verdadera “prueba del socialismo”, acabaron a finales de los años 20 en el campo del estalinismo. Tras la ilusión del “socialismo en una fábrica” y la consigna contrarrevolucionaria del estalinismo “el socialismo en un solo país” hay efectivamente la misma lógica. En ambos casos, no se trata más que del mantenimiento, con otro nombre cuando no con otra forma, de las relaciones de explotación que no pueden abolirse mientras no sea abolida la dominación mundial del capital.

Vemos que las cuestiones planteadas por el KRAS no son nuevas, sino que pertenecen a la historia del movimiento obrero. La incapacidad del GIK o de la Oposición obrera para tratar los acontecimientos en Rusia en el marco internacional los llevó a una vía muerta que no les permitió sacar lecciones reales y acabó desmoralizando a sus miembros. El consejismo acabó cayendo en el fatalismo: si fue derrotada la Revolución rusa, sería por que estaba condenada al fracaso desde sus inicios. De ahí a afirmar que no era posible una revolución del proletariado en aquel entonces sino que la revolución no podía más que ser burguesa solo hay un paso, y lo dieron. Las “Tesis sobre el bolchevismo” del GIK son en cierto modo una reinterpretación de la historia y de las condiciones de la época que intenta dar una “explicación” a la derrota de la Revolución rusa, vista a posteriori como una aventura condenada de antemano.

Con un enfoque totalmente opuesto al del consejismo (2) Rosa Luxemburg, en sus conclusiones al folleto la Revolución rusa dedicado a la crítica de algunos aspectos de la política de los bolcheviques, resume magistralmente el carácter de los problemas a los que se enfrentaban: “En Rusia, la cuestión solo podía plantearse. Por eso es por lo que el porvenir pertenece, por todas partes, al “bolchevismo”.”

Las dificultades para plantear la cuestión a escala histórica y mundial

Así como existe un marco geográfico específico al surgimiento de cada tipo de revolución (el de la nación para la burguesía y el del mundo para el proletariado), ésta tampoco es posible en cualquier momento de la historia, sino que está determinada por factores históricos, y en primer lugar por la dinámica del modo de producción dominante y el nivel de contradicciones que lo acosan. El papel histórico de las revoluciones siempre ha sido el de romper las cadenas del viejo modo de producción cuando este se ha vuelto un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y, por lo tanto, un factor de crisis de la sociedad. Así fue cuando las grandes revoluciones burguesas contra el feudalismo, en Inglaterra en el siglo XVII por ejemplo o en Francia a finales del XVIII, y también cuando la revolución proletaria en Rusia del 17 contra el capitalismo. Más precisamente, todos los modos de producción atraviesan una fase ascendente, durante la cual son capaces de hacer progresar el desarrollo de las fuerzas productivas y hacer avanzar la sociedad. Pero también, más tarde, conocen una fase de decadencia en la que son un freno para las fuerzas productivas, lo que acarrea un estancamiento de la sociedad. El capitalismo es el primer modo de producción en la historia que ha sido capaz de conquistar el conjunto del planeta y construir un mercado mundial, durante su fase ascendente. Tras haber cumplido esa tarea, a principios del siglo XX, empezó una nueva época caracterizada por un desarrollo sin precedentes de las rivalidades entre grandes potencias por un nuevo reparto del mercado mundial. La expresión trascendental de ese fenómeno, la Primera Guerra mundial, fue la señal de la entrada brutal y plena del capitalismo en su fase de decadencia. Tal cambio en la vida de la sociedad iba a tener obligatoriamente consecuencias en cuanto a la función de la clase dominante de un sistema decadente, cuya perpetuación es una amenaza creciente para la existencia de la humanidad. Así es como se volvió desde entonces una clase reaccionaria, por todas partes ¡incluida Rusia!.

El KRAS no se pronuncia claramente sobre el contexto histórico e internacional de la revolución rusa, del cual depende la posibilidad misma de la revolución proletaria. Hay ambigüedades en su argumentación. Mientras que, por un lado, su crítica a los bolcheviques no sale del marco ruso, en otro pasaje de su artículo, sin embargo, se puede apreciar otro enfoque del problema, mucho más correcto: “Tampoco hemos de olvidar la situación social internacional. El capitalismo mundial estaba entonces en una situación histórica muy específica, en la bisagra entre un período de industrialización primario (frühindustrielle Stufe) y una nueva etapa “taylorista-fordista” del industrialismo capitalista (...) Era todavía posible eliminar el industrialismo capitalista mundial antes de que éste empezara a destruir las bases de la vida humana y desintegrar la sociedad”.

Este pasaje contiene la idea justa de que la Primera Guerra mundial y la Revolución rusa ocurrieron en un período histórico caracterizado por un cambio profundo del capitalismo como un todo. ¿Por qué entonces no sacar las consecuencias de ello para el análisis de la revolución en Rusia, dejando de considerarla como un fenómeno específicamente ruso? Esto le permitiría entender por fin que con aquel cambio en la vida del capitalismo ¡era la destrucción del capitalismo a escala mundial lo que se puso al orden del día! Tanto los consejistas como la Oposición obrera, a pesar de su lealtad a la causa del proletariado, no lograron entenderlo. Otros, los mencheviques, con motivaciones muy diferentes, usaron el mismo método para condenar la revolución proletaria en Rusia, aduciendo el enorme peso que significaba el campesinado o que Rusia no estaba lo suficientemente industrializada. Al afirmar así que no estaba suficientemente madura para tal paso hacia adelante en la historia, no quedaba otro remedio que el de dejar el poder en manos de la burguesía y defender el capitalismo. No estamos comparando a los mencheviques con el KRAS, sino que queremos poner en evidencia los peligros que entraña un método que comparte con los consejistas y la Oposición obrera. Semejante método nos haría afirmar hoy, en 2004, que la revolución proletaria no es posible en ningún país del tercer mundo. Sería evidentemente algo absurdo: al ser el capitalismo un sistema global que no logró desarrollar industrialmente el mundo entero durante su fase ascendente, menos posibilidades tendrá de lograrlo desde que entró en decadencia.

No, la Revolución rusa no es para nada un acontecimiento exclusivamente ruso, sino el primer asalto de la clase obrera mundial contra el sistema inhumano responsable de la Primera Guerra mundial.

El KRAS ha de zanjar: revolución burguesa o revolución proletaria

Tratemos primero de constatar qué revolución estaba a la orden del día en la Rusia de 1917”. Estamos totalmente de acuerdo con esa forma con la que plantea el KRAS la cuestión en un pasaje de su texto. El problema está en que no aplica ese método.

Afirma en varios lugares que debido al insuficiente desarrollo económico en Rusia, la tarea de los bolcheviques se limitaba a la realización de una revolución burguesa. Esta afirmación es un disparate si se analiza con el enfoque de que el capitalismo había entrado en decadencia en el mundo entero. En cambio, otras citas del texto contradicen esa afirmación, al evidenciar que era la revolución proletaria lo que estaba en marcha en Rusia: “Sin embargo, no se puede entender la Revolución rusa únicamente como revolución burguesa. Las masas rechazaron el capitalismo y lo combatieron vehementemente, incluso el capitalismo de Estado de los bolcheviques. (...) El resultado de sus esfuerzos y deseos fue la forma con que la que se concretó en Rusia la revolución social mundial . La mezcla de una revolución de los obreros proletarios de las ciudades con la revolución de los campesinos comunales (Gemeindebauern) en los campos. (...) Los acontecimientos de Octubre del 17, mediante los cuales el Consejo de Petrogrado derrocó al gobierno provisional burgués, fueron el resultado del desarrollo del movimiento de masas desde febrero, en nada fueron el resultado de una conspiración bolchevique. Lo único que hicieron los leninistas fue utilizar la atmósfera revolucionaria que reinaba entre obreros y campesinos”. Totalmente de acuerdo: los acontecimientos de Octubre del 17, por los que el Consejo de Petrogrado derrocó al gobierno provisional burgués, resultaron del desarrollo del movimiento de masas de después del mes de febrero y en absoluto de una conspiración bolchevique.

Pero al no llevar hasta sus últimas consecuencias el enfoque propuesto, o sea “entender qué revolución estaba a la orden del día”, el KRAS se detiene a medio camino y defiende la tesis de dos revoluciones paralelas de carácter diferente, la burguesa aparentemente justificada por el subdesarrollo de Rusia personificada en los bolcheviques y la “de abajo”, aparentemente motivada por la impugnación del capitalismo, animada por las masas: “En paralelo con esa revolución “burguesa” (política) en torno al poder estatal se desarrolla otra revolución por abajo. Las consignas de autocontrol del trabajo y de la socialización de la tierra se desarrollan y se hacen cada vez más populares, las masas populares empiezan a realizarlas desde debajo, de forma revolucionaria. Se desarrollaron nuevos movimientos sociales: consejos de obreros y consejos de campesinos...”.

La simultaneidad de una revolución proletaria y de una revolución burguesa es una contradicción desde el punto de vista de la maduración de las condiciones que las explican respectivamente, la ascendencia del modo de producción capitalista para ésta y la decadencia para aquélla. Ahora bien, la guerra mundial que se desencadenó en aquel entonces fue la prueba patente de la quiebra histórica del capitalismo, de su decadencia; y la caída de la burguesía en Rusia fue ante todo la consecuencia de su participación directa en la degollina mundial.

Aclarado pues el carácter proletario de la Revolución rusa de 1917 se plantea la cuestión del carácter clasista del partido bolchevique y del papel que desempeñó en el proceso que desembocó en la muerte de la revolución y la victoria de la contrarrevolución.

El carácter clasista del Partido bolchevique

La degeneración de la revolución y del partido bolchevique, al transformarse en avanzadilla de la contrarrevolución, se vio favorecida por los errores cometidos por el Partido bolchevique que a menudo no le eran específicos sino que correspondían a una inmadurez del movimiento obrero como un todo.

Así es como Lenin y los bolcheviques tenían la idea falsa, resultante del esquematismo burgués, de que la toma del poder político por parte del proletariado consistía en la toma de poder por su partido. Esta era sin embargo una idea compartida por el conjunto de las corrientes de la Segunda internacional, incluso por las de izquierda. Fue precisamente la experiencia de la Revolución rusa y de su degeneración lo que permitió entender que el esquema de la revolución proletaria, en ese aspecto, era fundamentalmente diferente al de la revolución burguesa. Hasta finales de su vida en enero del 1919, Rosa Luxemburg, por ejemplo, cuyas divergencias con los bolcheviques fueron siempre muy conocidas, compartía también esa falsa idea: “Si Spartakus se apodera del poder, será por la clara voluntad, indudable, de la gran mayoría de las masas proletarias” (Discurso sobre el programa, Congreso de fundación del PC de Alemania, diciembre del 18). ¿Se ha de concluir que Rosa Luxemburg también era una “jacobina burguesa”, tal como anarquistas y consejistas califican a Lenin? Pero entonces, ¿qué revolución burguesa estaban defendiendo Rosa y los espartaquistas en la Alemania industrial de 1919?

Al ser la derrota de la oleada revolucionaria mundial y el aislamiento del bastión proletario la causa primera de la victoria de la contrarrevolución en Rusia, sería un error de método achacarla a concepciones falsas en el movimiento obrero. Si se hubiese extendido la revolución, estas concepciones hubiesen sido superadas en la marcha del proletariado mundial hacia la revolución, tanto en lo práctico como en lo teórico, pasando por la lupa de la crítica todo lo que se habría realizado.

La degeneración del Partido bolchevique es la consecuencia de una concepción falsa de su papel con respecto al Estado, que lo llevó a identificar su tarea de vanguardia de la revolución con la de principal gestor de esa institución. Esa es la situación que lo puso en una situación de creciente antagonismo con la clase obrera y que explica el aplastamiento de Kronstadt, que dirigió y justificó políticamente (3) Entender el proceso de degeneración y los errores cometidos por los bolcheviques no significa “perdonarlos”, sino que forma parte precisamente de ese esfuerzo de clarificación indispensable en el proletariado del que depende la solución de los futuros combates de la clase obrera. Por el contrario, afirmar como lo hace el KRAS que el Partido bolchevique desde el principio era un partido burgués es un procedimiento tan simplista como fácil para evitar tener que hacerse muchas preguntas o tener que revisar prejuicios, como también un método que no permite entender el proceso vivo de la lucha de clases.

CCI, octubre del 2004

 

1) Este texto esta colgado en ruso y en alemán en el sitio del foro https://russia.internationalist-forum.org/tiki-index.php?page=RUSSISCHE+.... Las citas las hemos traducido nosotros. En caso de que hubiese traducciones erróneas respecto al original, no serían, evidentemente, intencionadas.

2) En el marco de este texto, no podemos desarrollar, una vez más, la crítica del consejismo clásico. Para más detalles, véanse los números 37, 38, 39 y 40 de la Revista internacional, así como nuestro folleto Rusia 1917, principio de la revolución mundial.

3) La CCI ya ha dedicado varios artículos sobre el tema, en particular “Entender Kronstadt”, Revista internacional nº 104.

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Reunion Publica de la CCI en Argentina: La decadencia del capitalismo

El viernes 27 de agosto celebramos en Buenos Aires una Reunión Pública sobre el tema LA DECADENCIA DEL CAPITALISMO.

Un lugar de discusión proletaria

Varios asistentes expresaron su agradable sorpresa por la discusión viva y animada, con participación activa de los presentes, que tuvo lugar. Lo veían en los antípodas de las reuniones de grupos de izquierda o extrema izquierda del capital, adonde un orador (o varios turnándose) sueltan discursos interminables que cansan a la gente que acaba yéndose a su casa desmoralizada. En contra de todo eso, se demostró palpablemente que la Reunión Pública de la CCI es un lugar donde se puede discutir, se pueden contraponer argumentos, todo ello en vistas a la clarificación, la claridad es un arma de la clase obrera, del fuego del debate nace la luz de la claridad.

La decadencia del capitalismo amenaza la supervivencia de la humanidad

La presentación planteó: ¿cómo explicar dos guerras mundiales, interminables guerras regionales y las guerras caóticas actuales acompañadas de un terrorismo ciego y bárbaro? ¿Cómo explicar la degradación imparable de las condiciones de vida de todos los trabajadores del mundo incluidos los “privilegiados” de Alemania, Francia, USA etc.? ¿Cómo explicar el hambre galopante en el mundo, las epidemias y las enfermedades más espantosas? ¿Cómo explicar la creciente dislocación de las relaciones sociales que lleva consigo la inseguridad, la degradación moral, las drogas, el irracionalismo, la más abyecta barbarie? ¿Cómo explicar la amenaza cada vez mayor de enormes catástrofes ecológicas?

La burguesía, en todas sus variantes nos ofrece toda clase de falsas explicaciones: habría una crisis de reestructuración del capitalismo, un capitalismo “reformado” con una intervención del Estado para corregir sus tendencias más negativas haría que otro mundo sería posible etc.

Frente a ello, la explicación de la CCI es que el capitalismo es un sistema social decadente que desde la primera guerra mundial se ha convertido en una traba para el desarrollo de la humanidad y que la continuación de su supervivencia conlleva la amenaza de destrucción del género humano. Como dijo la Internacional Comunista en su primer congreso (marzo1919): “el período actual es el de la descomposición y el hundimiento de todo el sistema capitalista mundial y será el del hundimiento de la civilización europea en general si no se destruye el capitalismo con sus contradicciones insolubles”.[1]

La clase obrera es la única clase social que puede destruir el capitalismo

Esta presentación que se ciñó a 20 minutos para dar el mayor tiempo posible a la discusión no fue puesta en cuestión abiertamente por ninguno de los presentes. La discusión se centró en 2 cuestiones:

·        ¿Quién puede destruir el capitalismo?

·        ¿Qué son verdaderamente la revolución proletaria y el comunismo?

De forma general, los asistentes estaban de acuerdo en que el proletariado es la clase revolucionaria que tiene en sus manos la lucha por la destrucción del capitalismo. Sin embargo, se plantearon algunas dudas que la propia discusión clarificó:

·        ¿No sería el proletariado actual completamente diferente del proletariado de finales del siglo XIX y principios del XX y por tanto no tendría ni la posibilidad ni la necesidad –dado su supuesto mayor acomodamiento en la sociedad - de destruir el capitalismo?

·        ¿Al haberse cerrado tantas fábricas, al caer en el desempleo muchos obreros, no habría perdido el proletariado sus armas clásicas de lucha entre ellas la huelga?

Aunque no podemos extendernos demasiado en las respuestas que la propia reunión dio a estas cuestiones, quedó claro que el proletariado seguía siendo el productor colectivo de las principales riquezas de la sociedad capitalista, que esta no podía existir sin la explotación del proletariado, y que este tenía como principales armas su unidad, su conciencia y su capacidad para organizarse masivamente, al servicio de las cuales se supeditaba el arma de la huelga[2].

El comunismo nada tiene que ver con el capitalismo de Estado de la antigua URSS, Cuba, China etc.

Dos asistentes defendieron como “análisis marxista” el supuesto carácter “socialista” o “como paso al socialismo” de regímenes como los de la antigua URSS, Corea del Norte, Cuba etc. Dijeron que allí había habido “revoluciones socialistas”. Otros asistentes les respondieron de forma contundente:

·        El “socialismo en un solo país” es una traición al proletariado. Su revolución será mundial o no será. El comunismo solo podrá empezar a construirse a partir de la destrucción del capitalismo en todos los países.

·        En Rusia, China, Cuba, Corea del Norte etc., lo que reina es una forma particular del capitalismo de Estado, tendencia general que domina todo el capitalismo mundial y que se impone bajo diversas formas en todos los países: en USA por ejemplo el capitalismo de Estado toma la forma “liberal” de una combinación entre la burguesía privada clásica y la intervención muy fuerte del Estado en todos los campos de vida económica, social, militar etc.

·        La única revolución proletaria que ha existido en el siglo XX es la revolución rusa y la oleada revolucionaria que le siguió y que llegó hasta la Argentina (la Semana Trágica). Fue la derrota del proletariado en los demás países –principalmente en Alemania- lo que llevó al bastión proletario en Rusia a un trágico aislamiento y a una degeneración que desembocó en la contrarrevolución estalinista.

·        Esta contrarrevolución se hizo en nombre del “comunismo”, de la “dictadura del proletariado” y del partido bolchevique que había estado en la vanguardia de la revolución. La mentira del “comunismo” en Rusia ha hecho mucho daño a las generaciones proletarias posteriores que han caído en una desconfianza en sus propias fuerzas y en una duda sobre su perspectiva comunista.

La reunión tuvo que acabar por limitaciones de tiempo y varios asistentes manifestaron la necesidad de proseguir el debate. En particular, uno de ellos propuso discutir qué es la dictadura del proletariado y cómo luchar hoy por ella. Se convino igualmente en que una síntesis de la reunión se publicaría en Internet para poder continuar la discusión por este medio.

Corriente Comunista Internacional

 

[1] Invitamos a los lectores a leer y animar un debate sobre el artículo que aparece en nuestra REVISTA INTERNACIONAL nº118 “La decadencia del capitalismo en la médula del materialismo histórico”

[2] Para abordar estos temas un debate podría tener lugar sobre 2 documentos: el artículo ¿Por qué el proletariado no ha realizado todavía la revolución? (en REVISTA INTERNACIONAL números 103 y 104) y el artículo sobre el sindicalismo revolucionario (REVISTA INTERNACIONAL nº 118).

Situación nacional: 

Vida de la CCI: 

Reunión Pública de la CCI en Argentina: Donde está hoy la lucha de clases?

La barbarie golpea con brutalidad a la humanidad: guerras en muchos países, miseria y hambre en la gran mayoría, catástrofes ecológicas…

De esta barbarie hay un solo responsable: el CAPITALISMO MUNDIAL EN TODOS SUS ESTADOS, TODOS SUS GOBIERNOS Y TODOS SUS INTEGRANTES

Sólo la lucha de clase del proletariado, la clase explotada de este sistema pero también la clase revolucionaria, puede enfrentarse a la barbarie de este sistema y desarrollar sus luchas, su unidad y su conciencia para acabar logrando la fuerza necesaria para acabar con él.

Pero ¿Dónde está hoy la lucha de clase del proletariado? ¿Cuál es la actual relación de fuerzas entre la burguesía y el proletariado tanto a nivel mundial como en Argentina? ¿Qué dificultades, problemas y debilidades tiene que superar el proletariado para avanzar en su lucha? ¿Qué políticas y qué planteamientos le ayudan a ir hacia delante? ¿Qué lecciones pueden sacarse de las luchas más recientes en el mundo y acá en Argentina?

Responder a todas estas cuestiones es importante e interesa de forma vital a todos los que estamos comprometidos con la lucha del proletariado y la liberación de la humanidad.

Esta nota es para invitar a todos los interesados a participar:

Monteagudo 21/41 1888 FLORENCIO VARELA Provincia Buenos Aires

Viernes 5 de noviembre a las 20 horas

Geografía: 

Vida de la CCI: 

Herencia de la Izquierda Comunista: 

Un giro en la lucha de clases

La aceleración de la crisis mundial está reduciendo cada día más el margen de maniobra de la burguesía, a la que, en su lógica de explotación capitalista, no le queda más solución que la de atacar cada vez más violenta y frontalmente el nivel de vida de la clase obrera en su conjunto.

Ataques violentos y frontales contra la clase obrera

Cada burguesía nacional adopta por todas partes las mismas medidas: planes de despidos que afectan a todos los sectores de la actividad, deslocalizaciones, incremento del tiempo de trabajo, desmantelamiento acelerado de la protección social (pensiones, salud, subsidios de desempleo), ataque contra los salarios, aumento acelerado de la precariedad en el empleo, en la vivienda, creciente deterioración de las condiciones de vida y de trabajo. Todos los obreros, tengan trabajo o estén desempleados, activos o jubilados, trabajen en el sector público o en el privado, están amenazados por esa situación.

En Italia, tras unas medidas similares a las de Francia contra las pensiones y una ráfaga de despidos en las factorías de Fiat, son ahora 3700 supresiones de empleo (más de la sexta parte de la plantilla) en la compañía aérea Alitalia.

En Alemania, el gobierno socialista y verde de Schröder, siguiendo un programa de austeridad bautizado “Agenda 2010”, ha empezado a aplicar a la vez una reducción de los reembolsos por gastos de salud, los controles de las bajas por enfermedad, la subida de las cuotas para la seguridad social y para las pensiones, así como el de la edad mínima para jubilarse que ya era de 65 años. Siemens, con el acuerdo del sindicato IG-Metall y con la amenaza de traslado a Hungría, exige que los obreros trabajen entre 40 y 48 horas en lugar de 35 antes y sin compensación salarial. Otras grandes empresas acaban de negociar acuerdos similares: la Deutsche Bahn (ferrocarriles alemanes), Bosch, Thyssen-Krupp, Continental y la industria automovilística (BMW, Opel, Volkswagen, Mercedes-Daimler-Chrysler). La misma política encontramos en Holanda, un Estado conocido ya por haber desarrollado desde hace ya mucho el trabajo a tiempo parcial. El ministro holandés de economía ha anunciado que el retorno a las 40 horas (sin aumento compensatorio) era un buen medio para relanzar la economía nacional.

El llamado “plan Hartz IV”, cuya puesta en marcha está prevista para principios de 2005 en Alemania muestra la vía que han tomado todas las burguesías, empezando por las europeas: se trata de reducir el subsidio de desempleo y su duración, así como también hacer más difíciles las condiciones para obtenerlo, especialmente la de estar obligado a aceptar una oferta de empleo mucho peor pagada que el empleo perdido.

Esos ataques no se limitan al continente europeo, sino que se llevan a cabo a nivel mundial. El constructor canadiense de aviones Bombardier Aerospace se propone suprimir entre 2000 y 3200 empleos. La firma estadounidense de telecomunicaciones AT & T prevé 12 300 despidos. General Motors suprimirá 10 000 empleos, amenazando también a factorías europeas en Suecia o Alemania. El Bank of America anunció la supresión de 4500 empleos que se añaden a los 12 500 programados en abril pasado. Y es así como en Estados Unidos, donde el desempleo está volviendo a alcanzar porcentajes récord (la expresión que se usa es “crecimiento sin empleos”), cerca de 36 millones de personas (12,5 % de la población) viven por debajo del umbral de pobreza, y entre ellas 1,3 millones cayó en la precariedad durante el año 2003, a la vez que 45 millones de personas carecen de todo tipo de cobertura social. En Israel, los municipios están en quiebra y los empleados municipales no cobran sus salarios desde hace meses. Y eso sin olvidar las condiciones de explotación espantosas en las que viven los obreros del llamado Tercer mundo en medio de una desenfrenada competencia en el mercado mundial por reducir los costes de la fuerza de trabajo.

Muchos de esos ataques son presentados como “reformas” indispensables con la única finalidad de que los proletarios acepten sin rechistar los “sacrificios”. El Estado capitalista y cada burguesía nacional pretenden que con esas pretendidas “reformas” están laborando en nombre, primero, del interés general por el bien de la colectividad; después dicen que lo hacen por preservar el futuro de nuestros hijos y de las generaciones futuras. La burguesía quiere que nos creamos que lo que procura es salvar el empleo, las cajas del seguro de desempleo y de la seguridad social, las pensiones, cuando lo que está haciendo es desmantelar de manera contundente toda protección social de la clase obrera. Para que los obreros acepten esos sacrificios, pretende que tales “reformas” son indispensables en nombre de la “solidaridad ciudadana”, para instaurar más justicia e igualdad social, contra la defensa de intereses gremiales mezquinos, contra los egoísmos y los privilegios. Cuando la clase dominante habla de más igualdad, lo que en realidad quiere imponer es la nivelación por debajo de las condiciones de vida de la clase obrera. Contrariamente al siglo xix cuando, en el contexto histórico de un capitalismo todavía en plena expansión, las reformas aceptadas por la burguesía iban en un sentido de mejora de las condiciones de vida de la clase obrera, hoy, el capitalismo ya no puede ser reformado. Ya no puede ofrecer a los trabajadores sino miseria y más miseria, una pauperización creciente. Todas esas pseudoreformas ya no son el signo de un capitalismo todavía en plena prosperidad, sino, todo lo contrario, son el signo de su quiebra irremediable.

La clase obrera ha empezado a replicar a los ataques de la burguesía

La resolución que publicamos a continuación fue adoptada por el órgano central de la CCI en junio pasado.

El proyecto central de ese texto era demostrar la existencia de un “giro” o un “viraje” en la evolución de la lucha de clases que ya habíamos propuesto en nuestros análisis de la situación desde las luchas de la primavera de 2003 en Francia y Austria contra la “reforma” de las pensiones impuesta por la burguesía. Nos proponíamos con ese texto aportar elementos de respuesta a algunos de nuestros lectores y simpatizantes que habían expresado dudas sobre la validez de nuestro análisis.

Desde entonces, la realidad de la lucha de clases misma, a través de algunos movimientos sociales, ha venido a confirmar de modo más tangible la existencia de ese giro en la lucha de clases en el ámbito internacional.

A pesar de la fuerza y la omnipresencia del encuadramiento sindical y el control permanente que los sindicatos siguen ejerciendo sobre las luchas, a pesar de las vacilaciones para entablar la lucha contra, por un lado, las maniobras de intimidación de la burguesía y, por otro, ante la falta de confianza en sus propios medios de lucha, ahora ya está claro que la clase obrera ha empezado a replicar a los ataques de la burguesía, aunque el nivel de esa respuesta esté todavía muy por debajo del de los ataques que recibe. La movilización de los tranviarios italianos o de los empleados de correos ingleses durante el invierno de 2003 y, después, la de los obreros de la factoría Fiat de Melfi (Italia meridional) en primavera contra los planes de despidos fueron ya un signo, a pesar de todas sus dificultades y su aislamiento, de ese despertar de la combatividad obrera. Hoy los ejemplos se han multiplicado y son más significativos. En Alemania, en julio pasado, más de 60 000 obreros de Mercedes-Daimler-Chrysler participaron en huelgas y manifestaciones de protesta contra el chantaje y el ultimátum de la dirección. Ésta los emplazó: o aceptan algunos “sacrificios” en cuanto a condiciones de trabajo para aumentar la productividad (chantaje especialmente dirigido a los obreros de la fábrica de Sindelfingen-Stuttgart de Bade-Würtemberg), y supresiones de empleo en las factorías de Sindelfingen, Unterürkheim y Mannheim, o, si no, tendrán que apencar con el traslado de las fábricas a otros lugares (lo que se llama “deslocalización”). No solo ya hubo obreros de Siemens, Porsche, Bosch y Alcatel, que soportan ataques similares, que participaron en esas movilizaciones sino que, aún cuando la dirección se dedicaba a jugar conscientemente la baza de la división entre obreros de diferentes factorías, el hecho de que se asociaran a las manifestaciones muchos asalariados de Bremen, ciudad adonde iban a trasladarse los empleos según el plan de deslocalización, es una expresión muy significativa de que la solidaridad obrera, aunque embrionaria, existe. Desde hace varias semanas en España, los obreros de los astilleros de Puerto Real (Andalucía) o de Sestao (Bilbao), han desencadenado un movimiento muy duro para intentar oponerse a un plan de privatización que, en realidad, significaría supresión de miles de empleos, plan que prosigue con el actual gobierno de izquierdas, a pesar de sus promesas.

Más recientemente, una manifestación organizada por los sindicatos y los altermundialistas en Berlín el 2 de octubre, y que debía “concluir” la serie de “protestas de los lunes” contra el plan gubernamental “Hartz IV” reunió a 45 000 personas. El mismo día hubo una gigantesca manifestación en Ámsterdam, precedida de importantes movilizaciones regionales, contra los proyectos del gobierno. Oficialmente había 200 000 participantes, o sea la manifestación más importante en aquel país en estos diez últimos años. A pesar de la consigna principal dominante en esa manifestación (“¡No al gobierno, sí a los sindicatos!”), la reacción más espontánea de los propios participantes fue la “sorpresa” y el “asombro” de encontrarse tanta gente junta. Cabe recordar que Holanda fue, junto con Bélgica, uno de los primeros países señalados por la reanudación internacional de luchas obreras en el otoño de 1983.

Cada uno de esos movimientos sirve de revelador de la reflexión que está hoy calando profundamente en el proletariado: la acumulación, la amplitud y la naturaleza de los ataques de la burguesía no sólo acaban disolviendo las ilusiones que la clase dominante intenta esparcir, sino que además exigen a los explotados un nivel de conciencia cada vez más elevado por la inquietud y los interrogantes sobre el destino, el porvenir para ellos, sus hijos y las generaciones venideras que es capaz de ofrecer un sistema de explotación cada vez más intolerable. Consciente de sus responsabilidades en la lenta maduración de esta toma de conciencia entre los obreros de la quiebra del sistema capitalista, la CCI ha intervenido muy activamente en las luchas. En Alemania en el mes de julio, en España en septiembre, la CCI hizo unas hojas que difundió ampliamente, interviniendo así directamente en la situación local. El 2 de octubre, tanto en Ámsterdam como en Berlín, la venta de nuestra prensa alcanzó récords territoriales, como así había ocurrido ya en Francia durante las luchas de la primavera de 2003, lo cual también es una ilustración significativa de las características y las potencialidades del giro actual.

 

Wim (11 de octubre)

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