Manifestaciones en Irán: fuerza y límites del movimiento

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 “El 28 de diciembre pasado, las primeras explosiones de un movimiento que nos traía a la memoria los de la “Primavera árabe”, comenzaban a sacudir el territorio iraní. A este movimiento, ya agotado cuando escribimos estas líneas, responden otras expresiones de cólera contra el deterioro de las condiciones de vida en otros países como se ha visto en Marruecos y sobre todo en Túnez.

Una explosión espontánea de cólera

Irán es un país con poderosas ambiciones imperialistas donde los gastos militares se han multiplicado sin medida por toda la región de Oriente Medio[1]. En el contexto de las esperanzas frustradas posteriores al tratado sobre materia nuclear, la crisis económica y la austeridad agravada por la corrupción y las sanciones internacionales han hundido a la mayor parte de la población en la precariedad y la miseria. Después de meses los jubilados, parados (28% de jóvenes), enseñantes y obreros sin cobrar el salario manifestaban su descontento. Finalmente, el alza de un 50% del precio de la gasolina y de la mayoría de los productos de primera necesidad, como por ejemplo los huevos[2] que subían el doble de su precio en el mercado, iban a avivar los rescoldos del descontento. El movimiento en un país en guerra donde la población pretendidamente “sumisa” irrumpe en Machhad (segunda ciudad del país en el Nordeste) y se propagó hasta llegar casi a Teherán extendiéndose inmediatamente cual mancha de aceite a todos los principales núcleos urbanos: al Norte hacia Rasht y hacia el Sur del país en dirección a Chabahar. Con todas las masas movilizadas la clase obrera estaba presente aunque diluida entre el conjunto de manifestantes: obreros fabriles, enseñantes, muchísimos parados, numerosos jóvenes desempleados, todos estaban presentes junto a numerosos estudiantes. Un hecho significativo es que se movilizaron muchas mujeres. Por tanto y a pesar de una presencia combativa y un gran coraje la clase obrera no ha sido capaz de dar una orientación proletaria a esta lucha, no ha podido afirmarse de manera totalmente autónoma como auténtica fuerza política[3]. A pesar de las ilusiones democráticas y las debilidades políticas, la burguesía ciertamente se inquietó y mucho por el propio hecho de esta explosión de cólera “sin líder”. Al comienzo el gran “guía supremo” Ali Jamenei se mantuvo en un silencio ensordecedor y el presidente H. Rouhaní se mostraba más prudente que firme; el gobierno anunciaba también que la subida de los carburantes sería finalmente anulada. Claro que realmente los símbolos del poder político y religioso fueron tomados rápida y violentamente e incendiados: Bancos, sedes públicas, centros religiosos y concretamente los cuarteles de Bassidji (milicias islámicas del Régimen). Los enfrentamientos violentos con la policía ocasionaron numerosos arrestos, la mayoría de los jóvenes; hubo que lamentar decenas de muertos en la parte de los manifestantes. Poco a poco la fuerza de las autoridades se endurece y con ella su respuesta. Las “violencias” los “actos ilegales” de los “cabecillas” y los “instigadores de los disturbios” serían “severamente castigados” anunciaba Rouhaní, y Jamenei acusaba directamente a los manifestantes de ser “enemigos de Irán”[4]. Contando con que se iba a pudrir la situación para preparar el terreno de la represión con la bendición de todos los grandes estados democráticos, que buscan sacar algún beneficio en este juego, el gobierno pudo aprovechar la falta de perspectiva para apoyar las contramanifestaciones en favor del régimen y su Ayatollah. En estas contramanifestaciones gritaban “muerte a EEUU, “muerte a Israel” en la cara de los “sediciosos”. Tal arrebato patriótico permitía al jefe del Estado manipular con las divisiones y el chantaje: “Nosotros o el caos[5].

Las debilidades del proletariado en Irán

El movimiento social espontáneo que hemos podido presenciar es el más importante desde el 2009 donde el “Movimiento Verde”, amenazaba arrastrar a los proletarios tras una u otra de las bandas burguesas en competencia. En esa época escribimos: “Ante el bando corrupto y sanguinario Ahmadinedyad encontramos otros que se les parecen como dos gotas de agua; estos son también partidarios de una república islamista y de proseguir con la fabricación del arma atómica iraní. Todos estos grupos defienden sus propios y mismos intereses nacionalistas y personales.

Hoy día, más que en 2009, el movimiento ha sido una verdadera explosión de los propios explotados y desheredados, pero sin que la clase obrera haya sido capaz de desempeñar un verdadero papel de orientación. Aunque las luchas obreras en Irán se han desarrollado e integrado en el combate del proletariado mundial desde finales de los años 1960, concretamente en los sectores clave de la industria petrolífera, los transportes, la enseñanza, etc.; estas luchas siempre han sido débiles y no han logrado ir más allá del pequeño impacto que alcanzaron en su momento álgido: 1978-79, las cuales únicamente lograron provocar la caída del Shah[6]. Esas debilidades políticas del proletariado fueron aprovechadas entonces por una horda de fanáticos religiosos y en particular por el ayatolá Jomeini, ayudados en esa ocasión por los estalinistas y el nacionalismo radical. Los combates de clase, que han acabaron siendo cada vez más escasos, fueron fuertemente reprimidos tras esta “revolución islámica”. Numerosos obreros combativos fueron entonces ejecutados por el régimen de los mulás y lo mismo ocurrió en las huelgas convocadas con posterioridad. Los proletarios serían más tarde víctimas de la terrible guerra entre Irán e Irak, (1980 a 1988), que dejó más de un millón de muertos.

Si después de todo aquello se pudieron convocar algunas huelgas –por ejemplo, la de 2007 durante la cual se unieron a los cien mil enseñantes millares de obreros fabriles en una importante muestra de solidaridad- la debilidad de la clase obrera en el conjunto de la sociedad era una muestra importante de cómo estaba la situación. Esta dificultad sólo podía ser explotada por la clase dominante echando una capa de plomo sobre un régimen donde el Estado estaba fusionado con los grupos religiosos y el poder de los mulás. Esta ausencia relativa de un proletariado consciente, contaminado por prejuicios nacionalistas e ilusiones democráticas, abría la puerta a los peores efectos de la descomposición social y del militarismo.

Perspectivas

A pesar de la fuerte combatividad y del hecho de que las reivindicaciones en Irán se hayan llevado a cabo en el terreno de las reivindicaciones económicas que propician la lucha proletaria, el combate se ha deshinchado por falta de unidad política, de afirmación de una auténtica identidad y perspectiva de clase. Es más, los obreros se han visto constantemente enfrentados a luchas entre facciones burguesas rivales donde los manipuladores constituyen un gran peligro para el proletariado que corre el riesgo de dejarse ahogar o quedar atrapado por alguna de estas bandas. No sólo estas dificultades constituían un obstáculo, sino que se unían a las condiciones objetivas ligadas al aislamiento de Irán, favoreciendo así la represión. Rodeados por países en guerra, sin posibilidad de que los obreros de esos países próximos les pudieran aportar su solidaridad. En un entorno donde el nacionalismo tiene también un peso importante, estas luchas estaban sometidas a grandes dificultades; lo que significa que las debilidades del proletariado en Irán son las mismas que las del resto del proletariado mundial. De esta manera el principal hándicap de estas últimas luchas se expresó ante todo por la incapacidad del proletariado internacional, incluso el de los países donde éste es más experimentado y está más concentrado, en Europa occidental especialmente, para concebirse como una clase capaz de ofrecer una perspectiva a todos los combates.

Lo intentado en Irán debe ser un acicate y una lección que permita apreciar el potencial que pueden alcanzar las reivindicaciones obreras en el terreno económico. Luchar contra la austeridad, batirse por la defensa de nuestras condiciones de vida es una necesidad. Esta es la primera lección esencial. La segunda es que la verdadera solidaridad es la única que  puede ser aportada por el proletariado mundial a sus hermanos de clase en Irán, hasta que puedan tomar conscientemente a su cargo una resistencia y un combate contra la austeridad y contra el sistema capitalista.

WH 5 enero 2018



[1] A la vez que encajaba las sanciones impuestas por Estados Unidos, Irán se dedicaba a gastar grandes sumas de dinero en la guerra del Yemen, en el apoyo a Hezbollah, al régimen de Assad y a sus bandas armadas que operan a nivel internacional y, seguramente, en armamento contra Arabia Saudita. Todo esto, alimentando la austeridad a expensas de la población empobrecida.

[2]Hasta tal punto que se ha hablado de una “revolución de los huevos”.

[3] En esto, algunas minorías de estudiantes se han distinguido, concretamente en Teherán y otras ciudades, por su clara oposición a los eslóganes reaccionarios del tipo “Ni por Gaza ni por Líbano Yo moriré únicamente por Irán”, proponiendo un auténtico internacionalismo proletario con consignas como: “Desde Gaza a Irán ¡abajo los explotadores!”. Estos luchadores defendían igualmente el principio de los “Consejos obreros” rechazando dejarse arrastrar tras las bandas burguesas ya fueran “reformistas” o “fundamentalistas”. Ante esta peligrosa situación las autoridades arrestaron a muchos de ellos centrándose sobre todo en los estudiantes (visitad el foro “libcom”, en inglés)

[4]Tras estos manifestantes “enemigos” los EEUU y las monarquías del Golfo, en concreto Arabia Saudí, se mantenían expectantes, alertados y sobre todo activos. En las redes sociales, por ejemplo, Twitter, la mayor parte de los hashtags que animaban a manifestarse provenían de Arabia Saudí; e Incluso la Organización de los muyahidines del pueblo iraní, opuesta al régimen iraní (asentada en París y próxima a los saudíes) apoyaba a los manifestantes. Pero el movimiento estaba en su mayor parte dentro mismo de Irán. En conclusión, tanto Trump, con sus provocaciones, como las otras potencias extranjeras rivales no podían desear otra cosa que el debilitamiento de Irán. Para el régimen iraní este movimiento constituye una verdadera piedra en el zapato

[5]Evocando la tragedia que siguió a los movimientos de oposición en Siria y la situación de guerra en Irak, el jefe del Estado no tenía otra salida que amenazar a los manifestantes insinuando la idea de que su movimiento podría provocar un caos similar

 

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