La herencia oculta de la Izquierda del Capital (IV) Su moral y la nuestra

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La Serie que estamos publicando sobre la diferencia radical -una diferencia de clase[1]- entre la Izquierda y la extrema izquierda del Capital, por un lado, y las pequeñas organizaciones que se reclaman de la Izquierda Comunista, por otro; tiene hasta la fecha 3 partes: Una falsa visión de la clase obrera; Un método y un modo de pensamiento al servicio del capitalismo; Un funcionamiento que niega los principios comunistas[2]. El cuarto artículo lo dedicamos a la cuestión moral y tiene como fin demostrar el abismo que separa la moral de esos partidos que dicen defender a los explotados y la moral proletaria que las organizaciones verdaderamente comunistas deben practicar.

El proletariado tiene una moral. En consonancia, sus organizaciones deben tener una moral coherente con su combate histórico y la perspectiva comunista que lleva consigo. Mientras en una organización burguesa reina el amoralismo, la ausencia de escrúpulos, el pragmatismo y el utilitarismo más rastreros, en una organización proletaria debe existir una coherencia entre el programa, el funcionamiento y la moral.

La moral en las organizaciones burguesas

¿Cuál es la moral en un partido de la burguesía? Pues sencillamente el todo vale, las maniobras y las puñaladas por la espalda, las intrigas y las calumnias, la peor hipocresía. El colmo nos lo da el estalinismo que pide a los militantes la comisión de los actos más repugnantes en nombre de la “dictadura del proletariado”, la “defensa del socialismo” etc. Al igual que el estalinismo, los grupos trotskistas propugnan el mismo pragmatismo moral y la misma actuación ciega y sin escrúpulos, apoyándose en los errores teóricos de Trotski en su libro Su moral y la nuestra[3], que sin embargo contiene reflexiones y elementos válidos.

Por su parte, los partidos socialistas se han erigido en los campeones de los buenos sentimientos: la “solidaridad”, la “inclusión”, la “memoria histórica”, lo “políticamente correcto”, el “buenísmo” …

Esta palabrería se ve desmentida radicalmente por lo que hacen en el gobierno donde atacan sin piedad a la clase obrera, reprimen sus huelgas con una fiereza que para sí quisiera la derecha y toman medidas, por ejemplo, contra los emigrantes, que rezuman el peor racismo[4]. En cuanto a su funcionamiento interno es un muestrario de las intrigas más refinadas, los súbitos cambios de alianzas, las guerras de familias. Los partidos socialistas son expertos en las peores jugadas de infiltración, destrucción desde dentro, creación de caballos de Troya etc. Igualmente, es proverbial su sabiduría para manejar “dossiers” con los cuales hundir tanto a “amigos” que se pretende apartar del alto mando como a enemigos a quienes se intenta atar a alianzas forzadas o descabalgar de espacios de poder.

¿Cuál es el bagaje moral que se impone a los militantes que han pasado por partidos burgueses en general y más específicamente por las organizaciones de izquierda y extrema izquierda?:

  1. Obediencia ciega a los jefes
  2. Pragmatismo y utilitarismo de lo más rastreros
  3. Ausencia de escrúpulos en nombre de “la causa”
  4. Sumisión incondicional a los imperativos del capital nacional
  5. Aceptar la ejecución de actos que repugnan los más elementales criterios morales.
  6. Especialización en la maniobra y la intriga disfrazadas de “táctica genial”[5]

Todo esto se justifica y enmascara, sin embargo, con la hipocresía propia de la ideología burguesa que defiende la peor barbarie y las más indignas tropelías en nombre de los “más elevados valores morales”: solidaridad, justicia, honradez… Es la famosa doble moral: el político, el dirigente, tienen “su” moral que consiste en enriquecerse mediante los más sórdidos tráficos, aplastar a los rivales -incluidos los “compañeros” de partido- y mantenerse en el poder a toda costa no dudando en cometer los actos más condenables. Simultáneamente, defiende “otra moral” para sus subordinados, para los afiliados, para la infantería de choque del partido, que, como hemos dicho antes, debería practicar la rectitud, el sacrificio, la obediencia etc.

¿Toda moral es burguesa o religiosa?

Para destruir en los militantes el instinto proletario de moralidad, se insiste mucho en que toda moral es “burguesa o religiosa”, que el militante no puede tener moral sino guiarse únicamente por “consideraciones políticas”. Esta argumentación se basa en que “durante toda la historia de la sociedad de clases, la moral dominante siempre ha sido la moral de la clase dominante. Eso es tan cierto que moral y Estado, pero también moral y religión, se han hecho casi sinónimos en la opinión popular. Los sentimientos morales de la sociedad siempre han sido utilizados por los explotadores, por el Estado y la religión para santificar y perpetuar la situación existente y que las clases explotadas se sometan a la opresión. El “moralismo” mediante el cual las clases dominantes han procurado siempre romper la resistencia de las clases laboriosas, inyectando una conciencia culpable, es uno de los grandes azotes de humanidad” [6]

El moralismo nos infiltra el sentimiento de culpa. Nos hace sentir culpables por comer, por luchar por nuestras necesidades, por aspirar a la felicidad. Eso según el moralismo expresaría un sentimiento egoísta y excluyente. Nos dicen los moralistas ¿Cómo te atreves a comer con el hambre que hay en el mundo? ¿cómo osas despilfarrar el agua duchándote todos los días si el medio ambiente está cada vez más deteriorado? ¿Cómo pretendes dormir en un colchón confortable si los emigrantes duermen en colchones de gomaespuma tendidos en el duro suelo?

La moral de la burguesía, sobre todo de la burguesía decadente de los siglos XX y XXI, consiste en hacer creer a los obreros que los mínimos medios de subsistencia que tienen (vivienda, comida, vestido) o las comodidades que disfrutarían (electrodomésticos, TV e Internet, vacaciones pagadas) serían lujos insolentes, conseguidos a costa de los pobres del mundo, un “privilegio”, ocultando que no son sino los materiales imprescindibles para seguir siendo explotados.

El moralismo y sus predicadores de izquierda y extrema izquierda quieren hacernos sentir culpables de los males del mundo causados por el capitalismo haciendo del problema de un sistema social el problema de los individuos. Así por ejemplo el azote del desempleo sería la culpa individual de cada uno de los 212 millones de parados que hay en el mundo.

De forma más general, la culpa destruye la convicción y la combatividad. Esta sociedad propaga el sentimiento de culpa como modo de vida y hace de la culpabilización hacia los demás un medio de la lucha individualista de unos contra otros, pues aquel que se siente culpable en un momento dado, busca culpables en los demás en otro momento. Sentirse culpable unas veces y buscar culpables otras, no es contradictorio, forma parte de un universo moral individualista e inhumano que orbita siempre alrededor de la Culpa. El combate contra la culpa, tanto cuando viene de la propaganda capitalista y de sus partidos especializados, como cuando brota en las relaciones entre militantes como forma de individualismo, es un combate central de la moral proletaria.

El combate contra el moralismo burgués no debe conducirnos a rechazar la moral. Debemos distinguir entre moralismo y moral, “La perversión de la moral del proletariado en manos del estalinismo no es razón para abandonar el concepto de moral proletaria, del mismo modo que el proletariado no debe rechazar el concepto de comunismo so pretexto de que fue recuperado y pervertido por la contrarrevolución en la URSS. El marxismo ha mostrado que la historia moral de humanidad no es sólo la historia de la moral de la clase dominante. Las clases explotadas tienen valores éticos propios, y estos valores han tenido un papel revolucionario en el progreso de la humanidad. La moral no es idéntica a la función de la explotación, al Estado o la religión, el futuro pertenece a una moral más allá de la explotación, del Estado y de la religión”.

La concepción de la moral en el movimiento obrero, aunque nunca estuvo, como pudiera decirse, en el centro de atención ni se desarrollara mucha teoría sobre ella, no es como la pinta el izquierdismo. La moral no es una cuestión ``idealista´´ o escolástica que sólo interesa a los imitadores de los filósofos del Imperio Bizantino, que debatían sobre el sexo de los ángeles mientras los otomanos atormentaban las murallas de Constantinopla. La moral, como todo producto social del ser humano por definición, es una de las principales características de las relaciones sociales que nos hemos dado. Una realidad que bien podría resumirse como el sentido, colectivamente calibrado, de lo adecuado, o no, de la forma y orientación que damos a las relaciones en las que estamos envueltos... ¿debe ser esto algo ajeno al proletariado, a la clase que es a la vez fruto de unas relaciones sociales determinadas y portadora de otras relaciones, de otra forma mucho más elevada de organizar nuestra existencia social? Si en el pasado no se desarrolló demasiado la cuestión, fue porque el movimiento del proletariado contaba con una larga y rica tradición de vida organizacional, en la que la mayoría de sus militantes observaban unas reglas para debatir, para dirigirse a sus camaradas, para convivir con ellos, para prestarles auxilio y toda su confianza y solidaridad cuando la necesidad lo requería; es decir, observaban una moral obediente a la naturaleza misma de la clase proletaria: la clase de la solidaridad, de la confianza, la portadora de las verdaderas capacidades creativas de la humanidad y de una verdadera cultura humana”.[7]

La doble moral

En realidad, el individuo burgués quiere una moral para la mayoría explotada (la moral de los esclavos que diría Nietzsche) y “otra moral” mucho más “relajada”, liberada de todo escrúpulo, para la clase dominante. Para el capital cualquier cosa -incluso el asesinato- es válido con tal de aumentar la ganancia o de conquistar el poder. Como decía Marx, el capital “nació en el lodo y en la sangre” y todos los medios fueron empleados para allanar su expansión: matanzas, trata de esclavos, alianzas sórdidas con las clases feudales, asesinatos de estado, conspiraciones… No olvidemos que uno de los ideólogos primigenios de la burguesía fue Maquiavelo y la palabra maquiavelismo se emplea para significar la bajeza moral y la ausencia escandalosa de escrúpulos[8].

La doble moral es el guante que mejor calza en la ideología y métodos del Capital. Es el espejo de la competencia feroz y el sálvese quien pueda que reinan en las relaciones de producción capitalistas. “En todo negocio de especulación se sabe que un día llegará el desastre, pero todo el mundo tiene la esperanza de que caerá sobre el vecino, después de haber recogido uno mismo la lluvia de oro y haberla puesto a salvo. “Después de mí, el diluvio”, tal es la divisa de todo capitalista y de toda nación capitalista”[9]

El proletariado rechaza firmemente la doble moral. En su lucha, los medios han de estar en coherencia con los fines, no se puede luchar por el comunismo utilizando la mentira, la calumnia, la insinuación, la murmuración, la maniobra, la duplicidad, el sentimiento de culpa, el ansia de protagonismo etc. Semejantes actitudes deben ser combatidas enérgicamente y rechazadas por radicalmente incompatibles con los principios del comunismo. Con esos “atajos morales” no se avanza ni un milímetro en el duro camino hacia el comunismo, lo que se hace es atarse de pies y manos a las conductas propias del sistema capitalista, contaminarse con sus leyes de funcionamiento, separándose pues de toda perspectiva revolucionaria.

La moral proletaria tiene para la CCI un papel central. “Nuestra visión sobre este tema tiene su concreción viva en nuestros estatutos (adoptados en 1982). Los estatutos no son una serie de reglas para definir qué es lo que está o no está admitido, sino una orientación para nuestras actitudes y nuestra conducta, incluyendo un conjunto coherente de valores morales (en particular en lo que a relaciones entre militantes y entre éstos y la organización se refiere). Por eso es por lo que se requiere un profundo acuerdo con estos valores a cualquiera que quiera ser miembro de nuestra organización. Los estatutos forman parte de nuestra plataforma”

El combate moral

Ahora bien, desarrollar un funcionamiento organizativo y unas relaciones entre camaradas basado en los criterios morales del proletariado no es fácil, requiere una lucha muy perseverante. Hoy el proletariado padece un serio problema de identidad y confianza en sí mismo, esto, en el contexto general histórico de lo que llamamos la Descomposición del Capitalismo[10], dificulta la vivencia práctica, cotidiana, de una moralidad proletaria no solamente en la clase obrera en su conjunto sino, igualmente, en sus organizaciones revolucionarias. Lo que la sociedad actual exuda pestilentemente por todos sus poros es la ausencia de escrúpulos, la picaresca, el desmadre, el escepticismo, el cinismo… Todo ello ataca sin descanso la moralidad proletaria.

Contrariamente a la visión que el estalinismo ha dado de los comunistas como individuos fanáticos capaces de todo para imponer “el comunismo”, estos han tenido siempre una sólida actitud moral[11] y con ello han expresado la importancia de la cuestión moral para el movimiento obrero[12].

Hay un prejuicio respecto al marxismo que dificulta entender su firme anclaje en los criterios morales. Frente al socialismo utópico, el marxismo defendió la necesidad de asentar las posiciones comunistas no sobre criterios morales sino sobre un análisis científico de la situación del capitalismo, las relaciones de fuerzas entre las clases, la perspectiva histórica etc. Sin embargo, de ahí no se desprende que el marxismo únicamente tenga que basarse sobre criterios científicos y rechace los morales, el marxismo “nunca ha negado la necesidad o la importancia de la contribución de los factores no teóricos y no científicos en el progreso de la especie humana. Al contrario, siempre ha comprendido su carácter indispensable, e incluso su relativa independencia. Por eso ha sido capaz de examinar la interconexión entre ellos en la historia, y reconocer su esencia complementaria”.

El marxismo no es una ideología fría-como dijo un autor griego en los años 60- que ve a los militantes como peones que un “Comité Central” maneja a su antojo en una partida de ajedrez con las clases dominantes. Los militantes en sus relaciones entre sí y con la organización, así como con el proletariado, se comportan con la más estricta rectitud moral.

Esto último es vital para comprender que, en nuestra época, la descomposición social hace aún más importante la moral para la lucha revolucionaria: “Hoy, frente a la tendencia de “cada uno para sí” de la descomposición capitalista, y la corrosión de todo valor moral, será imposible para las organizaciones revolucionarias –y más en general para la emergencia de nuevas generaciones de militantes– derrocar el capitalismo sin esclarecerse sobre esos asuntos morales y éticos. En el desarrollo consciente de la lucha de los revolucionarios, la lucha teórica específica por re -asimilar el trabajo del movimiento marxista sobre estas cuestiones ha llegado a convertirse en un tema de vida o muerte para la sociedad humana. Esta lucha es indispensable, no solamente para la resistencia proletaria a la descomposición y al amoralismo ambiente, sino para la reconquista proletaria de la confianza en sí mismo para el futuro de la humanidad por medio de su propio proyecto histórico”.

La dificultad que hoy tienen ante sí las generaciones revolucionarias es que, de un lado, la moral proletaria fundada en la solidaridad, la confianza, la lealtad, la cooperación consciente, la búsqueda de la verdad etc., es más necesaria que nunca y, sin embargo, las condiciones históricas de la decadencia y la descomposición capitalista, así como de las dificultades del proletariado, la hacen parecer más utópica, más impracticable, más desprovista de todo sentido.

Como dice nuestro texto sobre la ética “la barbarie y la cruel deshumanización de la decadencia capitalista no tienen precedentes en la historia de la especie humana. No es fácil, después de Auschwitz e Hiroshima, y ante los genocidios y la destrucción permanente y general, mantener la confianza en la posibilidad de un progreso moral (…) La opinión popular parece estar confirmando la sentencia de Thomas Hobbes (1588-1679) de que el hombre sería, por naturaleza, un lobo para el hombre. El hombre es visto básicamente como destructor, predador, egoísta, irremediablemente irracional, y con un comportamiento social más bajo que muchas especies animales”.

Hay, además, un elemento que añade aún más dificultad al desarrollo moral: es el desfase entre el avance de las ciencias naturales y tecnológicas y el retraso cada vez más acentuado de las ciencias sociales – humanas, observado por Pannehoek en su libro Antropogénesis: un estudio de los orígenes del hombre. “Las ciencias naturales son consideradas como el campo en el que el pensamiento humano, en una serie continua de triunfos, ha desarrollado con mayor pujanza formas conceptuales de la lógica... Al contrario, en el otro extremo permanece el gran campo de las acciones y relaciones humanas [donde] el pensamiento y la acción están determinados principalmente por la pasión y las impulsiones, por la arbitrariedad y la imprevisión, por la tradición y la creencia (...) El contraste que aparece aquí, con la perfección por un lado y la imperfección del otro, quiere decir que el hombre controla los fuerzas de la naturaleza, , pero que no controla las fuerzas de la voluntad y la pasión que le son inherentes. Donde sí ha permanecido quieto, quizás echándose incluso atrás, es en la falta manifiesta del control sobre su propia «naturaleza». Esta es, evidentemente, la razón por la que la sociedad va todavía tan lejos por detrás de la ciencia. Potencialmente el hombre posee el dominio sobre la naturaleza. Pero no posee todavía el dominio sobre su propia naturaleza.”

Esta situación de desconocimiento o incomprensión de esos aspectos profundos de la conducta humana hace más difíciles de abordar fenómenos que la descomposición social e ideológica del capitalismo exacerba cada vez más: “el aumento del nihilismo, del suicidio de los jóvenes, de la desesperanza, como así lo expresaba el «no future» de las revueltas urbanas en Gran Bretaña, del odio y de la xenofobia que animan a «skinheads» y «hooligans» (…) la imparable marea de la drogadicción, fenómeno hoy de masas, poderosa causa de la corrupción de los Estados y de los organismos financieros, que afecta a todas las partes del mundo y, en especial, a la juventud, un fenómeno que expresa cada vez menos la huida hacia mundos quiméricos, que se parece cada día más a la locura y al suicidio (…) la profusión de sectas, el resurgir del espíritu religioso, incluidos algunos países avanzados, el rechazo hacia un pensamiento racional, coherente, construido, incluso en algunos ámbitos «científicos» (…) el «cada cual a lo suyo», la marginalización, la atomización de los individuos, la destrucción de las relaciones familiares, la exclusión de los ancianos, la aniquilación de lo afectivo y su sustitución por la pornografía” (Tesis sobre la descomposición, tesis 8).

La unidad entre fines y medios, “los medios no justifican el fin”

Mientras que todos los partidos burgueses -sean de derechas o de izquierdas- tienen como fin gestionar el presente para conservar el capitalismo, la organización revolucionaria es un puente entre el presente y el porvenir comunista del proletariado. Por ello cultiva las cualidades morales que antes hemos mencionado y que serán el pilar de la futura sociedad comunista mundial. Estas cualidades se ven constantemente amenazadas por el peso de la ideología dominante y de la descomposición capitalista. Por ello su cultivo requiere un esfuerzo permanente, una vigilancia y un espíritu crítico incansables, junto con una constante elaboración teórica.

Este cultivo en las organizaciones revolucionarias tiene lugar tanto hacia dentro –funcionamiento interno- como hacia fuera –intervención. No se trata de que la organización se aísle del mundo y se encierre en pequeñas comunidades autogestionadas –ese es el error reformista del anarquismo- sino de que en su seno exista un combate permanente por el desarrollo de esos principios. Como decía Lessing –un poeta alemán del siglo XVIII- “hay una cosa que amo más que la verdad: es la lucha por la verdad. En la organización revolucionaria tan importante como los propios principios es la lucha por ellos.

La lucha por el comunismo no se reduce a una mera cuestión de propaganda: explicar cómo será la futura sociedad, presentar su papel histórico como superación de las contradicciones que hunden al capitalismo etc. Eso sería concebirlo de forma truncada y unilateral. A diferencia de los modos de producción que le han precedido, el comunismo no puede surgir de procesos alienantes y alienados, sino de la plena conciencia y del compromiso subjetivo masivo del proletariado. En la organización revolucionaria, la lucha por vivir de manera coherente con los principios del comunismo es aún más determinante. La lucha por el comunismo se hace imposible sin una vigilancia y una respuesta permanente contra los comportamientos de envidia, celos, rivalidad, calumnia, mentira, intriga, manipulación, robo, violencia hacia el semejante etc.

En uno de sus excesos polémicos, Bordiga dijo que se puede llegar al comunismo mediante una monarquía. Quería demostrar con ello que lo importante es “llegar al comunismo” mientras que “la forma de llegar” es lo de menos, cualquier medio sería bueno. Rechazamos rotundamente tal forma de pensar: para llegar hay que saber cómo llegar, los medios son coherentes con el fin comunista que nos proponemos. Contra el pragmatismo de estalinistas y trotskistas, que siguen ciegamente la máxima jesuítica de “los medios justifican el fin”, el proletariado y sus organizaciones revolucionarias deben mantener una clara coherencia entre el fin y los medios, entre la práctica y la teoría, entre la acción y los principios.

La moral y el conflicto individuo – sociedad

La moral dominante oscila entre dos alternativas que aparecen como opuestas pero que giran alrededor del conflicto individuo - sociedad y que no solo no permiten resolverlo. sino que, además, lo agravan.

En un polo tenemos el individualismo exacerbado donde el individuo hace “lo que da la gana” a costa de los demás. En el otro polo, tenemos la sumisión del individuo a los “intereses de la sociedad” (formula tras la que se esconde el dominio totalitario del Estado), que, básicamente, presenta dos formas: un colectivismo de individuos anónimos e impersonales (la fórmula preferida del estalinismo o de los trotskistas) o el imperativo moral kantiano que lleva a la renuncia individual y el sacrificio por los demás (en esta tendencia comulga también el moralismo cristiano).

En realidad, ambos polos morales no son opuestos sino complementarios pues reflejan dos aspectos de la dinámica del capitalismo. Por un lado, el utilitarismo moral de Bentham es una visión idealizada de la competencia feroz que es el motor del capitalismo. Que cada individuo luche por su bienestar sin tener ninguna consideración hacia los demás sería la “felicidad de todos”, es decir, la “felicidad” del buen funcionamiento del sistema capitalista quien - al contrario del feudalismo- no respeta privilegios ni posiciones adquiridas, sino que somete toda posición a una competencia extrema.

Un segundo componente del polo utilitarista y amoral es la deformación de la teoría de Darwin transformada en “darwinismo social”. Según esta visión la selección natural sería el resultado de una guerra feroz y despiadada donde el triunfo de “los mejores” y la eliminación de los “débiles” iría “perfeccionando la raza humana”. No es aquí el lugar para analizar lo que realmente defiende la teoría de la evolución[13], lo que es evidente es que esa visión moral constituye una idealización con ropajes seudocientíficos de la realidad misma del capitalismo que es efectivamente la guerra de todos contra todos, realidad que se ha exacerbado con la descomposición del sistema.

Frente a ese polo moral descaradamente bárbaro, Kant y otros teóricos vislumbraron el resultado de caos y destrucción que llevaba consigo el capitalismo. De ahí que preconizaran otro polo moral en apariencia opuesto: el famoso imperativo moral. Este constituye una especie de “autocontención en el egoísmo desmelenado” para no destruir la cohesión social. Es decir, un reconocimiento y una aceptación “crítica” de la barbarie de la competencia, pero intentando ponerle límites y regulaciones para evitar que resulte excesivamente destructiva. El capitalismo conduce a la destrucción del género humano pues lleva en su ADN la aniquilación del carácter social de la humanidad, penosamente adquirido a lo largo de muchos siglos de existencia. El freno a esa tendencia lo opone el imperativo moral kantiano que, a su vez, es una versión idealizada del papel “regulador” y garante de la mínima cohesión social que asume el Estado, papel que se ha reforzado bajo el capitalismo decadente dado el caos y la autodestrucción que sus contradicciones desatan.

El moralismo kantiano es la otra cara del utilitarismo. La tendencia que se desarrolló desde fines del siglo XIX en la socialdemocracia bajo el eslogan de la “vuelta a Kant” no solo demolía el materialismo marxista, sino que atacaba la moral proletaria que nada tiene que ver con el imperativo moral.

El estalinismo y los grupos izquierdistas han transmitido la idea de que la militancia comunista sería ese sacrificio ciego del militante al imperativo moral encarnado por los intereses superiores del “Partido” o de la “Patria del Socialismo”.

El rechazo a esta barbarie moral que conduce a la sumisión ciega y la autodestrucción de militantes ha llevado en muchos casos al otro extremo de la moral burguesa: el individualismo desmelenado de claro tinte pequeñoburgués, una de cuyas expresiones más acerbas es el anarquismo.

La moral proletaria como combate por la superación del conflicto moral individuo – sociedad

El proletariado lleva en su seno la superación del conflicto individuo – sociedad, como dice el Manifiesto Comunista, en el comunismo a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos. Bajo el capitalismo, el trabajo asociado mundial de los proletarios contiene en perspectiva esa superación: si el trabajo de conjunto lleva mucho más lejos la suma de los trabajos individuales, la aportación de cada cual es imprescindible y singular para la culminación de ese trabajo de conjunto.

Las organizaciones revolucionarias se han visto constantemente asaltadas por ese conflicto individuo – sociedad bajo la forma del individualismo. En numerosos textos hemos tratado este problema que aquí simplemente apuntamos[14].

Este individualismo que se pretende “liberado”, “rebelde” y “crítico”, es, en realidad, prisionero de todos los impulsos destructivos que se incuban en el capitalismo (competencia, egoísmo, protagonismo, manipulación, culpabilización, rivalidad y espíritu de revancha) y los hace pesar brutalmente sobre la vida organizativa. Su “rebeldía” no va más allá de una polarización ciega y cretina “contra toda autoridad” lo que lleva a ser un factor de desorganización y de tensiones entre camaradas. En fin, su “criticismo” se basa en la desconfianza y el rechazo de todo pensamiento coherente, reemplazándolo por la especulación, los prejuicios y las ocurrencias más extravagantes.

Este individualismo está en los antípodas de la solidaridad que no es solamente una de las columnas vertebrales de la lucha proletaria sino igualmente del funcionamiento de las organizaciones revolucionarias. Tampoco podemos aquí desarrollar este punto que hemos argumentado ampliamente en nuestro texto Confianza y Solidaridad[15].

C. Mir 01-03-18

 

[4] Un ejemplo de esa conducta donde lo que se proclama nada tiene que ver con lo que se hace (en realidad lo encubre) nos lo da el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Fue él quien reprimió los intentos revolucionarios del proletariado en Alemania en 1918-23 causando 100 mil muertos. Fue él quien mandó asesinar a Rosa Luxemburgo y Karl Liebchenck (1919). Fue, en tiempos recientes, el gobierno socialdemócrata de Schroëder quien lanzó el terrible programa 2010 que ha hecho caer de una manera brutal las condiciones de vida obrera propiciando por ejemplo los contratos basura de 400 euros mensuales.

[5] El propio Trotski tenía una postura ambigua sobre las maniobras. Por una parte, reconocía que “para las clases dominantes, poseedoras, explotadoras, instruidas, su experiencia del mundo es tan grande, su instinto de clase está tan desarrollado, sus medios de espionaje son tan diversos, que al intentar engañarles, fingiendo ser lo que no se es, se tiende en realidad una trampa no a los enemigos sino a los amigos, sin embargo, al mismo tiempo proclamaba “el valor auxiliar, subordinado, de las maniobras, que deben ser utilizadas estrictamente como medios en relación a los métodos fundamentales de la lucha revolucionaria (La Internacional Comunista después de Lenin, página 209, edición española Akal). Esta teorización de la maniobra en general sin aclarar que solo puede ser utilizada contra el enemigo de clase, pero jamás frente a la clase misma ni dentro de las organizaciones revolucionarias, ha servido a las organizaciones trotskistas para justificar las maniobras de todo tipo contra el proletariado y contra los propios militantes.

[6] Texto de orientación sobre ética y marxismo, https://es.internationalism.org/revista-internacional/200612/1139/texto-de-orientacion-sobre-marxismo-y-etica-i . Mientras no especifiquemos lo contrario las citas pertenecen a este texto

[9] Marx, El Capital, Libro Primero, sección tercera, capítulo X

[11] Lo que no quiere decir que no hubiera diferencias en la concepción moral, unas más utilitarias, como en el caso de Lenin y otras mucho más coherentes como en Rosa Luxemburgo. Es un tema para profundizar.

[12] Podemos exponer dos ilustraciones de ello. En 1839-42 se producen las probablemente mayores movilizaciones del proletariado británico y estas tienen uno de los motivos principales en la indignación y el horror que producía en los sectores más acomodados del proletariado la terrible explotación que sufrían sus hermanos obreros, hombres, mujeres y niños, especialmente de las fábricas textiles. La segunda es la huelga espontánea que se dio en Holanda en 1942 contra las deportaciones de judíos realizadas por los nazis.

 

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