La obsolescencia histórica del Estado - Nación

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El artículo que presentamos a continuación es una contribución de un simpatizante de lengua inglesa que ha sido traducido al español por un compañero próximo. La cuestión de la Nación es abordada en el terrible avispero de Oriente Medio, desgarrado por guerras interminables. Los hechos extremos y brutales que se producen en esa región constituyen una prueba concluyente de la obsolescencia histórica de la Nación y del tremendo peligro que representa en el marco imperialista para la supervivencia de la humanidad.

Las formas bárbaras que allí toma la contienda entre naciones arrojan una luz de comprensión sobre la forma, aparentemente más “civilizada” y “pacífica”, que vemos actualmente en la pugna entre el nacionalismo catalán y el nacionalismo español. La división del mundo en naciones y la acción misma de los Estados Nación (incluidos los aspirantes a tener su “propia estructura nacional”) es un factor de guerra y destrucción, es una ilustración muy evidente de que la Nación -sea cual sea su tamaño, influencia o justificación ideológica- es REACIONARIA Y CONSTITUYE UN PELIGRO PARA LA HUMANIDAD. El proletariado no tiene que elegir campo en los conflictos nacionales sino luchar contra todos los bandos en la perspectiva de la unificación de la humanidad, de la COMUNIDAD HUMANA MUNDIAL.

El militarismo y la guerra, manifestaciones centrales del capitalismo por cerca de un siglo hasta la fecha, se han convertido en sinónimo de la decadencia del sistema económico capitalista y de la necesidad de derrocarlo. La guerra en este período, y en el futuro, es una cuestión central para la clase obrera.

En el período ascendente del capitalismo, las guerras podían ser todavía un factor de progreso histórico, que llevaba a la creación de unidades nacionales viables y que servía para extender las relaciones de producción capitalistas a una escala global: “De la formación del ejército de ciudadanos en la Revolución Francesa al Risorgimento italiano; de la Guerra Americana de Independencia a la Guerra de Secesión, la revolución burguesa tomó la forma de luchas de liberación nacional contra las monarquías reaccionarias y los vestigios de las clases que había dejado el feudalismo […] Esas luchas tenían el principal objetivo de destruir las superestructuras políticas decadentes del feudalismo y liquidar el pensamiento parroquiano y autárquico que frenaba la marcha del capitalismo hacia su unificación.” (Folleto de la CCI, Nación o Clase[1]). Como decía Marx en su folleto sobre la Comuna de París, La guerra civil en Francia [1871][2]: “El máximo esfuerzo heroico que todavía puede llevar a cabo la vieja sociedad es la guerra nacional”.

Por el contrario, la guerra, hoy en día y durante los últimos cien años, sólo puede desempeñar un papel reaccionario y destructivo, y actualmente amenaza la existencia misma de la humanidad. La guerra se ha convertido en un modo de vida permanente de todos los Estados nacionales, sin importar cuán grandes o pequeños sean; y aunque no todos los Estados poseen los mismos medios para llevar a cabo la guerra, todos ellos están sujetos a los mismos impulsos imperialistas. El callejón sin salida en el que se encuentra el sistema económico significa la adopción forzosa, so pena de muerte, de una política de capitalismo de Estado en las naciones viejas o nuevas, y esta dinámica es implementada por los partidos de la burguesía desde la derecha extrema a la extrema izquierda.  El capitalismo de Estado es la más acabada defensa del Estado nación y un ataque permanente contra la clase obrera.

En el período ascendente del capitalismo, la guerra tendía a pagarse por sí misma tanto económica como políticamente, rompiendo las barreras para el desarrollo capitalista. En la fase de su decadencia, la guerra es un absurdo peligroso, cada vez más divorciada de cualquier justificación económica. La mera observación de los últimos 25 años de las llamadas “guerras por el petróleo” en el Medio Oriente muestra que se necesitarían siglos para cualquier recuperación rentable, y eso suponiendo que mañana se detuvieran y dejaran paso a un desarrollo económico sostenido.

La nación es un símbolo de la decadencia capitalista

Dedicar un gran porcentaje de los recursos nacionales a la guerra y al militarismo hoy en día es normal para todos los Estados, y si bien esta ha sido la situación desde principios del siglo XX, en el siglo XXI y especialmente en los últimos años asistimos a un redoblamiento de los gastos militares y a la realidad que todas las naciones se han comprometido en una loca carrera armamentística. Este fenómeno está directamente ligado a la evolución histórica del capitalismo: “El imperialismo no es la creación de un Estado o un grupo de Estados. Es el producto de la evolución mundial del capitalismo en un momento dado de su maduración. Es un fenómeno internacional por naturaleza, un todo inseparable que no puede entenderse más que en el conjunto de sus relaciones recíprocas, de las cuales ningún Estado se puede sustraer”[3]. La posición que se adopte frente a la guerra imperialista determina de qué lado de la frontera de clases se está; ya sea apoyando el dominio del capital a través de la defensa de la nación y el nacionalismo (compatibles tanto con el trotskismo como con el ala izquierdista del anarquismo), o apoyando la defensa de la clase obrera y el internacionalismo contra todas las formas de nacionalismo. Las “soluciones” nacionales, las identidades nacionales, la liberación nacional, la “luchas” nacionales, la defensa nacional, todo eso sólo sirve a los intereses imperialistas y por lo tanto a los intereses capitalistas. Son diametralmente opuestas a los intereses de la clase obrera cuya guerra de clases tendrá que acabar con el imperialismo, sus fronteras y sus Estados nacionales.

En 1900, había 40 naciones independientes; en la década de 1980, había poco menos de 170. En la actualidad hay 195, la última de las cuales, Sudán del Sur, reconocida y apoyada por la “comunidad internacional”, inmediatamente se ha colapsado en la guerra, el hambre, la enfermedad, la corrupción, el control político mediante los cabecillas de la guerra [warlordism[4]] y el gansterismo: otra expresión concreta de la descomposición del capitalismo y de la obsolescencia del Estado-nación. Los nuevos Estados-nación de los siglos XX y XXI no son expresiones de un crecimiento juvenil, sino que han nacido seniles y estériles, enredándose inmediatamente en el entramado de imperialismo, con sus propios medios de represión interna —ministerios del interior, servicios secretos y ejércitos nacionales— y en el militarismo exterior, con pactos, protocolos, acuerdos de mutua defensa, la implantación de asesores y bases militares de las grandes potencias[5].

Hoy en día el Estado-nación no es más que una tapadera que encubre los deseos imperialistas, un grito de batalla para las rivalidades imperialistas, la última medida ideológica con que las masas pueden ser persuadidas para hacer el papel de carne de cañón en las guerras imperialistas[6]. Desde que Rosa Luxemburgo escribió estas palabras no se han producido revoluciones burguesas en los países subdesarrollados, sino únicamente disputas reaccionarias entre bandas burguesas y sus partidarios imperialistas locales y globales. El Estado militar y la guerra se convierten en el modo de supervivencia para todo el sistema mientras cada nación, cada proto-Estado, cada expresión nacionalista, y cada identidad étnica o religiosa se convierten en expresiones directas del imperialismo.
Podemos mirar un poco más de cerca el papel reaccionario del Estado nacional a través de un necesario breve resumen de la importante región del Oriente Medio durante el siglo pasado.

La guerra en Oriente Medio desde la 1ª Guerra Mundial a la Guerra del Golfo

La nación capitalista se ha conservado, incluso cuadruplicado, en los últimos 100 años. Sin embargo, su programa democrático burgués y sus tendencias unificadoras están muertas y enterradas; y en lo sucesivo, sus “pueblos” sólo pueden ser sometidos a la represión o movilizados como carne de cañón para defender los intereses imperialistas. También “... hay que decir que las nuevas naciones surgen con un pecado original: son territorios incoherentes, formados por un amasijo caótico de retazos étnicos, religiosos, económicos y culturales; sus fronteras por lo general son artificiales e incorporan minorías de los países limítrofes. Todo esto no puede llevar sino a la disgregación y el conflicto permanentes”[7]. Un ejemplo de esto es la anarquía de nacionalismos, etnicidades y religiones que existen en el Medio Oriente. Las tres religiones principales están subdivididas en una miríada de sectas, muchas de ellas enfrentadas entre sí mismas y con las demás: chiitas, sunitas, maronitas, cristianos ortodoxos y coptos, alauitas, etcétera. Hay numerosas minorías lingüísticas y varios millones de personas sin Estado: kurdos, armenios, palestinos y, ahora, sirios.

 En la Primera Guerra Mundial, lo que atrajo a las grandes potencias (principalmente Gran Bretaña y Francia) fue el inmenso botín proporcionado por el colapso del Imperio Otomano, un botín aún más apetitoso porque jugaba una posición estratégica (ubicada entre el este y el oeste, entre Europa y África, el Canal de Suez, el estrecho de los Dardanelos). Incluso antes de que se descubriera petróleo en la región, y mucho antes de conocerse la cantidad de sus reservas de petróleo, Gran Bretaña movilizó 1,5 millones de soldados en la región. Después de haber resistido a la amenaza de Alemania y Rusia, y a pesar de las rivalidades entre ellos, la mayor parte de la región fue repartida por Gran Bretaña y Francia: Siria, Irak, Líbano, Transjordania, Irán, Arabia Saudita y un "Protectorado" Palestino, todos con fronteras dibujadas por las potencias imperialistas vencedoras con la mirada desconfiada de unas a otras y hacia sus antiguos antagonistas. Estas “naciones” absurdas se convirtieron en criaderos permanentes para una mayor inestabilidad y guerra, no sólo a través de las rivalidades de las potencias más grandes, sino también a través de los propios conflictos regionales. A menudo, esto dio lugar a desplazamientos masivos de poblaciones, bajo la justificación de la necesidad de formar entidades nacionales distintas: en pocas palabras, proporcionaron el terreno para el pogromismo, la exclusión, la violencia entre las religiones y sectas que no sólo perduran actualmente, sino que se han vuelto mucho más extendidas y peligrosas: sunitas/chitas; judíos/musulmanes; cristianos/musulmanes y sectas mucho más antiguas que anteriormente se hallaban en el abandono, pero que hoy en día han sido arrastradas al torbellino imperialista. La región se ha convertido en una violenta fusión de regímenes totalitarios, religión, terrorismo y control militarista [warlordism]: un declive que indica el hecho de que no existe ninguna solución a la barbarie capitalista, a excepción de la revolución comunista. Con la Declaración de Balfour de 1917, Gran Bretaña apoyó la creación de una patria judía en Palestina que había previsto utilizar como aliada tanto a nivel local como frente a sus principales rivales. El Estado sionista nació de este marco militarista de sangrientas luchas con los gobernantes árabes[8]. Los EE.UU., principales beneficiarios de la Primera Guerra Mundial, comenzaban entonces a suplantar a la Gran Bretaña como primera potencia del mundo y esto quedó en evidencia en el Medio Oriente.

La contrarrevolución estalinista de los años 1920 y 30, apoyada e instigada por las potencias occidentales, incrementó las maniobras imperialistas sobre el Medio Oriente, incluyendo con ello la Segunda Guerra Mundial. En dicho período las facciones turcas, árabes y sionistas oscilaban entre el campo británico o alemán, eligiendo finalmente al primero. La región era importante para ambos bandos[9], pero relativamente apartada de la destrucción de los mayores campos de batalla de la guerra, emplazados principalmente en Europa y el Lejano Oriente. Finalmente, como el desenlace de la guerra lo confirmó, tanto Gran Bretaña como Alemania estaban peleando batallas perdidas aquí [en Europa] (y en otras partes) mientras toda la jerarquía imperialista recibía un revés con la aparición de la superpotencia americana. Esto se agudizó aún más con la creación del Estado sionista que era fuertemente apoyado por los EE.UU. (e inicialmente también por Rusia), en detrimento de los intereses nacionales británicos. El establecimiento del Estado-nación de Israel punteó una nueva zona de conflicto en cuyo nacimiento vio la creación de un enorme e irresoluble problema de refugiados. La existencia de Israel es probablemente uno de los ejemplos más evidentes de cómo un país formado en la decadencia del capitalismo está enmarcado por la guerra, sobrevive por la guerra y vive bajo el terror constante de la guerra.

Otro capítulo en la historia del imperialismo se abrió cuando Oriente Medio se convirtió, inevitablemente, en un factor de la Guerra Fría que se consolidó tras la Segunda Guerra Mundial entre los bloques ruso y americano, y que llevó a una serie de enfrentamientos en la región entre representantes o “subcontratados”[10] de las dos principales potencias. Así, las guerras árabe-israelíes de 1967 y 1973 fueron hasta cierto nivel “guerras subcontratadas” entre ambos bloques, y las victorias aplastantes de Israel redujeron considerablemente la capacidad de la URSS para mantener los puntos de apoyo que había establecido en la región, especialmente en Egipto. Al mismo tiempo, ya en los 70 y a principios de los 80, podíamos ver los gérmenes de los conflictos caóticos y multipolares que han caracterizado el periodo histórico abierto por la caída de la URSS y su bloque en 1989-91. Así, el derrocamiento del Shah de Irán en 1979 resultó en la formación de un régimen que tendía a escapar del control de ambos bloques. Los intentos de Rusia de sacar provecho del nuevo equilibrio de fuerzas en la región —como su intento de ocupación de Afganistán en 1980— la embrollaron en una larga guerra de desgaste que contribuyó notablemente al colapso de la URSS. Al mismo tiempo, al animar el avance de los muyahidines islamistas —incluyendo el núcleo de lo que posteriormente habría de convertirse en Al Qaeda,  para liderar la oposición a la ocupación rusa —, los EEUU, Gran Bretaña y Pakistán estaban construyendo un monstruo que pronto mordería la mano de sus creadores. Mientras tanto, el imperialismo norteamericano también tuvo que retirarse tras las derrotas sufridas en el Líbano, principalmente a manos de fuerzas que actuaban bajo la influencia de Irán y Siria. 

Durante este periodo podemos ver el comienzo de la pérdida de poder de EEUU, que es tanto una expresión como una contribución al ambiente de descomposición actual. Al derrumbe del bloque ruso le siguió la desintegración de la “alianza” dirigida por EEUU y la aparición de las tendencias centrífugas en cada nación. EEUU respondió enérgicamente a esta situación, intentando cohesionar a sus aliados en torno suyo al lanzar la Guerra del Golfo de 1990-91, que resultó en la muerte de aproximadamente medio millón de iraquíes (mientras que a Saddam Hussein se le permitió conservar su puesto). Pero las tendencias contra el mantenimiento de bloques eran demasiado poderosas y el liderazgo estadounidense estaba irremediablemente socavado. Tras el 11 de septiembre, los Neo-conservadores evangélicos, actuando en nombre del imperialismo estadounidense, comenzaron nuevas guerras en Afganistán e Irak que tenían la apariencia de una cruzada contra el Islam, y que atizaron aún más las llamas del fundamentalismo islámico.

Hoy día, nuevas recaídas en la barbarie capitalista

En la película de 1979 Apocalypse Now, dirigida por Francis Ford Coppola, el coronel norteamericano renegado le preguntaba a su asesino, designado por la CIA, que qué pensaba de sus métodos. El asesino le respondía: “Yo no veo ningún método, señor”. No hay método en las guerras actuales en Oriente Medio más allá de un gran free-for-all [“gratis para todos”, expresión en inglés usada para describir una situación de conflicto sin restricción ni reglas algunas para los contrincantes]. No hay motivaciones económicas fundamentales —billones de dólares se han convertido en humo sólo en las guerras en Irak y Afganistán—, sino tan solo un nuevo descenso en la barbarie. A pesar de ser un personaje ficticio, el coronel Kurtz es un símbolo de la exportación de la guerra desde “el corazón de la oscuridad”, que de hecho se encuentra en los principales centros del capital, más que en los desiertos de Oriente Medio o las junglas de Vietnam y el Congo.

En Siria hay actualmente cerca de un centenar de grupos combatiéndose entre ellos y al régimen oficial, todos ellos apoyados o dirigidos en un sentido u otro por poderes locales y grandes potencias. La nueva “nación”, el Califato del ISIS, con su propio imperialismo, su carne de cañón y su brutalidad e irracionalidad, es tanto una expresión independiente de la decadencia capitalista como un reflejo de todas las grandes potencias, que de un modo u otro, la crearon. Hoy día el ISIS se está expandiendo en todas direcciones, ganando nuevos asociados en África, incluyendo a Boko Haram en Nigeria, y también compite con los talibanes en Afganistán, que a su vez amenazan la región de Helmand que durante tanto tiempo fue un mini-protectorado del ejército británico. Y si fuera eliminado el día de mañana, sería reemplazado por otros yihadistas, tales como los afiliados a Al-Qaeda de Jahbat Al-Nusra. La segunda parte de la “Guerra contra el terror”, como la primera, sólo va a acrecentar el terrorismo existente en Oriente Medio y su exportación a los países centrales del capitalismo.

Una de las características del número creciente de guerras en Oriente Medio ha sido el resurgimiento de Rusia. Durante la Guerra Fría, fue expulsada de Egipto y Oriente Medio en general, y su poder menguó. Ahora, Rusia ha resurgido, no como antes liderando un bloque —sus únicos aliados son unas pocas y débiles ex-repúblicas soviéticas— sino como una fuerza moldeada por la descomposición que debe reafirmar el imperialismo de su “identidad” nacional. La debilidad de Rusia es clara en su desesperación por aferrarse a sus bases en Siria: las más importantes fuera de la propia Rusia. Otro factor de gran influencia, incluso para Rusia, es el acercamiento entre EEUU e Irán vinculado al acuerdo nuclear de 2015. Este acuerdo también expresa una debilidad fundamental del imperialismo estadounidense y es la fuente de considerables tensiones entre EEUU y sus otros aliados regionales principales: Israel y Arabia Saudí.

Dondequiera que se mire, el embrollo imperialista en Oriente Medio se vuelve cada vez más imposible de desenredar. A considerar está la posición de Turquía, que no ha dudado en añadir aceite al fuego de la guerra; su guerra con los kurdos no tiene fin y sus acciones tienen consecuencias para EEUU, Rusia y Europa, manejando los intereses de unos contra los de otros. Sus relaciones con Rusia, en particular, están en horas bajas desde que derribaron un caza de combate ruso, mientras que ha usado descaradamente el pretexto de represaliar ataques del ISIS para atacar bases militares kurdas. También hay que considerar el involucramiento de Arabia Saudí, que aunque supuestamente es aliada de EEUU y Gran Bretaña, ha sido un partidario de primer orden de varias bandas islamistas de la región, no solo mediante la exportación de su ideología wahabí sino también mediante la de armas y dinero.

En lo que a los Estados nacionales del periodo de decadencia se refiere, Arabia Saudí debe ser una de las peores bromas históricas que se puedan encontrar. Minada por la bajada en los precios del crudo, algo que Irán ha hecho todo lo posible por provocar (mostrando el petróleo no como un factor de peso económico sino como arma del imperialismo), y temeroso ante la perspectiva de que la teocracia rival iraní se convierta en el policía de la región, el régimen saudí propinó un golpe a Irán con la ejecución del popular clérigo chií Sheikh Nimr al-Nimr, y con más decapitaciones y crucifixiones que apenas se han mencionado en los medios occidentales. Esta planeada provocación a Irán muestra una cierta debilidad y desesperación en el régimen saudí, así como un mayor peligro de que las cosas se salgan de control. Los actos del régimen saudí ponen de relieve, de nuevo, las tendencias centrífugas de cada nación, así como la debilidad de las principales potencias, particularmente de EEUU, a la hora de controlarlas. Algo seguro es que este episodio de la rivalidad iraní-saudí agravará la guerra, los pogromos y el militarismo en toda la región, con más tensiones y alianzas inciertas ganando terreno. Las tensiones similares que ya existían en Egipto —al que Arabia Saudí financió en su lucha contra los Hermanos Musulmanes— no harán sino empeorar.

El Estado nacional del Líbano ya estaba desmembrándose en los 80; estas tensiones se fortalecerán a partir de ahora y las consecuencias de la disolución de este frágil Estado serían desastrosas no sólo para Israel, cuya guerra encubierta con las facciones palestinas y con Hezbolá sigue retumbando.

Finalmente, debemos destacar el creciente papel de China, a pesar de que sus principales focos de rivalidad imperialista —con EEUU, Japón y otros— están localizados en el extremo Oriente. Tras haber surgido como aliado subordinado de la URSS a finales de los 40 y principios de los 50, China empezó a tomar un camino independiente en los 60 (tras la “ruptura Sino-soviética”) lo que a corto plazo llevó a un nuevo entendimiento con EEUU. Sin embargo, desde los 90, China se ha convertido en la segunda potencia económica mundial, y esto ha incrementado enormemente sus ambiciones imperialistas a nivel más global, sobre todo a través de sus intentos de penetrar en África. Por el momento, ha intentado operar junto al imperialismo ruso en Oriente Medio, bloqueando los intentos de EEUU de disciplinar a Siria e Irán, pero su potencial para desbaratar el equilibrio de poderes a nivel mundial —y acelerar así el hundimiento en el caos— sigue en gran medida sin explotar. Esto nos ofrece una prueba más de que el despegue económico de una antigua colonia como China no es ya un factor de progreso humano, sino que trae consigo nuevas amenazas de destrucción, tanto militar como ecológica.

Vemos clara la naturaleza reaccionaria del Estado nacional, una expresión antes progresiva que ahora se ha convertido no sólo en un grillete para el avance de la humanidad, sino también en una amenaza a su misma existencia. La práctica disolución de los países sirio e iraquí —que ha forzado a millones a huir de la guerra y a evitar luchar por ningún bando —, el nacimiento del Califato del ISIS, el proyecto nacional de Jahbat Al-Nusra, la defensa de la nación étnica kurda: todo ello es expresión de la decadencia imperialista que no ofrece a las poblaciones de estas áreas más que miseria y muerte. No hay solución a la descomposición de Oriente Medio en el marco del capitalismo. Frente a todo esto, es vital que el proletariado mantenga y desarrolle sus propios intereses contra los de los Estados nacionales. La situación de la clase obrera en los principales centros del capitalismo es clave aquí, dada la extrema debilidad del proletariado en las mismas zonas de guerra. Y aunque la burguesía está sometiendo a la clase obrera en los países centrales del capitalismo a ataques ideológicos constantes en torno a las cuestiones de los refugiados y el terrorismo, todavía no se atreve a movilizarlo directamente para la guerra. Potencialmente, la clase obrera sigue siendo la peor amenaza para el orden capitalista, pero debe comenzar a transformar este potencial en una realidad si quiere evitar el desastre al que este sistema se dirige. Entender que sus intereses son internacionales y que el Estado nacional es obsoleto como estructura viable para la vida humana, será una parte esencial de esta transformación.

Boxer, 13-1-16

 

[3] Rosa Luxemburg, Folleto de Junius. La crisis de la socialdemocracia, 1915. https://www.marxists.org/espanol/luxem/09El%20folletoJuniusLacrisisdelasocialdemocraciaalemana_0.pdf

[4] War Lords: Señores de la Guerra. Esta expresión viene de las violentas convulsiones que sacudieron el territorio chino en la década de 1920, despedazado en territorios en cada uno de los cuales reinaba un “Señor de la Guerra”.

[6] Ibid.

[7] «Balance de 70 años de luchas de “liberación nacional” - III. Las nuevas naciones nacen moribundas», Revista Internacional nº 69, https://es.internationalism.org/node/3316.

[9] Véase la 3ª parte de los artículos anteriores en la Revista Internacional, nº 118, "Notas sobre los conflictos imperialistas en Oriente Medio (III)".

[10] En inglés se utiliza el término Proxy Wars que podríamos traducir por “guerras por delegación” o “guerras subcontratadas”. Se trata de guerras, muy comunes en Medio Oriente, pero en realidad extendidas a todos los continentes, donde cada gran potencia elige un bando burgués local que aún luchando por sus propios intereses sirve en realidad a esa gran potencia. Los diferentes bandos que se enfrentan actualmente en Yemen, provocando una terrible devastación, tienen como patrocinadores potencias superiores como Arabia Saudí en un frente e Irán en el otro.

 

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