La herencia oculta de la Izquierda del Capital: (III) Un funcionamiento que niega los principios comunistas

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La Serie que nos ocupa denuncia la parte menos visible (la cara oculta) de las organizaciones de la Izquierda y extrema izquierda del capital (socialistas, estalinistas, trotskistas, maoístas, anarquistas oficiales, “nueva” izquierda estilo Syriza, Francia Insumisa o Podemos). En el primer artículo de la Serie vimos como niegan a la clase obrera que dicen defender, en la segunda destripamos su método y modo de pensamiento. En este tercer artículo analizaremos cómo funcionan, qué régimen interno se dan esos partidos y cómo su funcionamiento niega cualquier principio del comunismo y constituye un obstáculo contra todo avance hacia él.

El método de organización de la Izquierda del Capital

Fuerzas como el estalinismo, el trotskismo etc., han perpetrado una adulteración total de las posiciones proletarias en materia de organización y de comportamiento. Centralización significa en sus manos sometimiento a una burocracia todopoderosa. Disciplina es para ellos sumisión ciega al comisario de turno. La posición mayoritaria es resultado de un proceso de relaciones de fuerzas. Debate es en su mente manipuladora un arma para desalojar posiciones de pandillas rivales. Y así podríamos continuar ad nauseam.

El militante proletario que se halla dentro de una organización genuinamente comunista tiende a ver sus posiciones organizativas y de comportamiento según las gafas de sus tristes recuerdos cuando estuvo en las organizaciones izquierdistas.

La disciplina de cuartel de las organizaciones izquierdistas

Cuando se le habla de la necesaria disciplina se acuerda de la pesadilla que sufrió cuando militaba en las organizaciones burguesas de izquierdas.

Allí, “por disciplina” tenía que defender las cosas más absurdas “porque lo mandaba el partido”. Un día tenía que decir que tal partido rival era “burgués” y a la semana siguiente, según un viraje en la política de alianzas de la dirección, ese partido era el más proletario del mundo.

Si la política del “comité central” resultaba equivocada era única y exclusivamente porque los militantes “se habían equivocado” y “no habían aplicado lo que mandaba el comité central” o no lo habían comprendido bien.  Como señala Trotski “Cada resolución del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista registrando nuevas derrotas, declara, por una parte, que todo estaba previsto, y, por otra parte, que son los ejecutantes los responsables de las derrotas porque no han comprendido la línea que se les había indicado desde arriba”[1]

A consecuencia de estas vivencias traumáticas, el militante que ha pasado por esos partidos experimenta frente a la disciplina un rechazo visceral, no comprendiendo que la disciplina proletaria es algo radicalmente diferente y opuesto a la disciplina burguesa.

En una organización proletaria “disciplina” quiere decir respetar lo que todos han decidido y lo que cada cual se ha comprometido a cumplir. Es, por un lado, ser responsable, y, por otro lado, la expresión práctica de la supremacía del colectivo sobre lo individual, lo que no quiere decir, sin embargo, que lo individual y lo colectivo se enfrenten, sino que expresan aspectos diferentes de una misma unidad. Por ello, la disciplina en una organización proletaria puede ser voluntaria y conscientemente asumida. La disciplina no es ciega, sino que se basa en una convicción y una perspectiva.

En cambio, en una organización burguesa la disciplina significa sometimiento a una dirección todopoderosa y renuncia a toda responsabilidad para ponerse en manos de todo lo que haga o diga dicha dirección. En una organización burguesa, la disciplina tiene como fundamento la oposición entre el “colectivo” y los individuos. El “colectivo” es el interés del Capital Nacional y su Estado que la organización defiende en su área específica y este no coincide con los intereses de los miembros. De ahí que la disciplina sea necesariamente impuesta, bien por temor a sufrir el castigo de una reprobación pública que puede llegar a una expulsión, bien, si es voluntariamente asumida, el fruto de sentimientos de culpa o de un imperativo categórico que provoca conflictos más o menos periódicos con el interés auténtico de cada uno de los individuos.

La incomprensión de la diferencia radical que existe entre la disciplina proletaria y la disciplina burguesa lleva a los militantes que tras pasar por el izquierdismo trabajan en una organización proletaria a caer en un círculo vicioso: antes seguían como mansos corderos las órdenes de sus jefes. Ahora, en las organizaciones proletarias, rechazan toda disciplina y solo admiten una orden: la que le dicta su propia individualidad. A la disciplina de cuartel oponen la disciplina de hacer lo que a cada cual le dé la gana, es decir, la disciplina anárquica individualista. Es un dar vueltas a la noria sin salirse de ella: de la disciplina feroz y violenta de los partidos de la burguesía a la indisciplina individualista (la “disciplina de hacer lo que me venga en gana”) propia de la pequeña burguesía y del anarquismo.

La centralización burocrática de toda organización burguesa

Otro concepto que produce urticaria en los militantes que han sufrido la lacra del izquierdismo es la centralización.

Asocian centralización con:

- una cúpula todopoderosa a la que hay que plegarse sin rechistar.

- una pirámide aplastante de burocracia y aparatos.

- una renuncia total a toda iniciativa o pensamiento propio reemplazados por la obediencia ciega y el seguidismo hacia los líderes.

- las decisiones no se toman mediante una discusión con la participación de todos sino mediante imposiciones y maniobras de la dirección.

Efectivamente, la centralización burguesa está basada en esos conceptos. Ello es así porque en la burguesía no existe más unidad que ante la guerra imperialista o frente al proletariado, en todo lo demás hay un conflicto incesante entre sus diferentes fracciones. Para poner el orden en semejante cesta de víboras hay que imponer del grado o por la fuerza la autoridad de un “órgano central”. Por ello la centralización burguesa es necesariamente burocrática y piramidal y no puede ser de otra manera.

Esta burocratización general de todos los partidos e instituciones burguesas es aún más imprescindible en los partidos “obreros” o “izquierdistas” que se presentan como los defensores de los trabajadores.

Los burgueses pueden someterse a esa disciplina de hierro del aparato político pues disfrutan de un poder omnímodo y dictatorial en sus propias empresas. Sin embargo, en una organización de izquierda o extrema izquierda existe un antagonismo cuidadosamente ocultado entre lo que se proclama oficialmente y lo que se hace realmente.  Para resolver esa contradicción se necesita una burocracia y una centralización verticalista.

Para comprender los mecanismos de la centralización burguesa que se aplica en los partidos de la izquierda del Capital, el estalinismo es una escuela pionera. En su libro antes citado, La Internacional Comunista después de Lenin, Trotski hace un análisis de esos métodos de centralización burguesa aplicados a los partidos comunistas.

Recuerdo cómo, para imponer la política burguesa, el estalinismo “adoptó una organización a la carbonaria[2] con su comité central ilegal (el “septumvirato”), sus circulares, sus agentes, su código cifrado etc. El aparato del partido ha creado en su seno un orden cerrado sobre sí mismo e incontrolable, que dispone de los recursos excepcionales no solamente de este aparato sino también del Estado, que transforma un partido de masas en un instrumento encargado de camuflar todas las maniobras de los intrigantes” (página 222). Para aplastar las tentativas revolucionarias del proletariado en China y servir a los apetitos imperialistas del Estado ruso, en los años 1925-28, el Partido Comunista Chino fue totalmente instrumentalizado, una ilustración nos la da el testimonio del Comité local de Kiang-Su quien refiere como “el Comité Central lanza acusaciones y dice que el Comité Provincial no es bueno; este último, por su parte, acusa a las organizaciones de base, quienes a su vez acusan a los camaradas que trabajan sobre el terreno y estos, finalmente, se defienden diciendo que las masas no son revolucionarias” (página 352).

La centralización burocrática impone en los miembros del partido una mentalidad arribista, de sumisión a los de arriba y de desprecio y manipulación hacia “los de abajo”. Esta es una característica inequívoca de todos los partidos del capital, de izquierda o derecha, que siguen las pautas que Trotski percibió en los partidos comunistas estalinizados denunciando cómo en los años 20 “se han formado equipos enteros de jóvenes académicos de la maniobra que por flexibilidad bolchevique entienden sobre todo la elasticidad de su propia columna vertebral” (página 208), las consecuencias de estos métodos son que “Las capas que se elevaban se impregnaban al mismo tiempo de un cierto espíritu burgués, de un espíritu de estrecho egoísmo, de cálculos mezquinos. Uno notaba que tenían la firme determinación de labrarse un buen puesto sin preocuparse del prójimo, un arribismo ciego y espontáneo. Para lograrlo, todos demostraban una capacidad de adaptación sin escrúpulos, una actitud desvergonzada y adulación hacia los poderosos. Esto es lo que se veía en cada gesto, en cada rostro, en todas las miradas. Esto es lo que reflejaban todos los actos y los discursos, generalmente llenos de burda fraseología revolucionaria[3]

Recuperar el verdadero sentido de los conceptos proletarios de organización

Es necesario recuperar -actualizándolos de forma crítica- todos los conceptos organizativos que el movimiento obrero utilizó antes de la tremenda catástrofe que significó el paso primero de los partidos socialistas al Estado capitalista y ulteriormente la transformación de los partidos comunistas en fuerzas estalinistas del capital.

Las posiciones proletarias en materia de organización, aunque tengan la misma denominación no tienen nada que ver con su versión adulterada. El movimiento proletario no tiene por qué inventar nuevos conceptos pues esos conceptos le pertenecen y en todo caso quienes tendrían que cambiar de terminología es la Izquierda y la extrema izquierda del capital que fue quien “innovó” y abrazó posiciones organizativas y morales de la burguesía. Repasemos algunas de ellas y veamos su oposición radical al estalinismo, el izquierdismo, y, en general, a toda organización burguesa.

Centralización proletaria

Centralización es la expresión de la unidad natural de intereses que existe dentro del proletariado y, consecuentemente, en los revolucionarios. Por ello, dentro de una organización proletaria la centralización es el medio más coherente de funcionar y esta es resultado de una acción voluntaria y consciente. Mientras la centralización dentro de una organización izquierdista debe imponerse mediante la maniobra y la burocracia, en la organización política proletaria al no haber intereses diferentes la unidad es expresada por la centralización. Esta es pues consciente y coherente.

Por otro lado, en una organización izquierdista, como en toda organización burguesa, existen intereses diferentes ligados a individuos o a facciones, por lo que para conciliar esos intereses contrapuestos solo se puede recurrir bien a la imposición burocrática de una fracción o de un líder, bien a una suerte de “coordinadora democrática” entre los diferentes líderes o fracciones. En todo caso, se necesitan las acciones de fuerza, las maniobras, la traición, la manipulación, la sumisión, para “engrasar” el funcionamiento de la organización pues de otra forma caería en la dislocación y el estallido. Contrariamente, en una organización proletaria “La centralización no es un principio abstracto o facultativo de la estructura de la organización. Es la plasmación de su carácter unitario, de que una sola y única organización la que toma posición y actúa en la clase. En las relaciones entre las diferentes partes de la organización y el todo, este es siempre prioritario[4].

En el izquierdismo, esto de que “una sola y única organización toma posición y actúa en la clase” es, o bien, una farsa, o bien, una imposición monolítica y burocrática del “comité central”. En una organización proletaria, es la condición misma de su existencia. Se trata de decir al proletariado lo que se entiende, tras discusión colectiva y según su experiencia histórica, qué es lo más conveniente para su lucha y no de engañarlo y de hacerle luchar por intereses que no son los suyos. Por ello, hay que hacer un esfuerzo mancomunado de toda la organización para elaborar esa posición.

En el izquierdismo, frente a las posiciones muchas veces juzgadas absurdas de la “Dirección”, los militantes de base se protegen actuando por su cuenta, decidiendo en estructuras locales o en grupos de afinidad la posición que estiman justa y esto es en ciertos casos una sana reacción proletaria frente a la política oficial. Sin embargo, este método localista y de sálvese quien pueda, es contraproducente y muy negativo en una organización proletaria. En esta “Debe proscribirse la concepción según la cual tal o cual parte de la organización puede adoptar frente a la clase o frente a la organización posiciones o actitudes que le parecen correctas en lugar de las de la organización que serían erróneas, pues: (.) si la organización va por un camino equivocado, la responsabilidad de los miembros que creen defender una posición correcta no es salvarse ellos, sino llevar a cabo una lucha dentro de la organización para  que vuelva por "buen camino"; (.) esa concepción conduce a que una parte de la organización imponga arbitrariamente su propia posición a toda la organización sobre tal o cual aspecto del trabajo (local o específico)” (ídem., nota 4).

Esta actitud de contribuir desde cualquier instancia de la organización (sea una sección local o una comisión internacional) a lograr una posición justa entre todos, es la que corresponde a la unidad de intereses que existe en una organización revolucionaria entre todos sus miembros. En cambio, en una organización de izquierda no existe unidad entre la “base” y la “dirección”. La segunda tiene como misión defender el interés general de la organización que es el del Capital nacional, mientras que la primera se halla dislocada entre tres fuerzas que cada una va hacia un lado diferente: el interés del proletariado; el asumir el interés capitalista de la organización o, el más prosaico, de hacer carrera en el escalafón burocrático del partido. De resultas de ello existe una oposición y una separación entre los militantes y los órganos centrales.

Los militantes de las organizaciones revolucionarias actuales tienen mucha dificultad para clarificar todo ello. Les atormenta la sospecha de que los órganos centrales van a acabar “traicionando”, les suele ganar el prejuicio de que los órganos centrales van a eliminar burocráticamente toda disidencia. Un mecanismo mental muy extendido es que “los órganos centrales pueden equivocarse”. Esto es verdad. Todo órgano central de una organización proletaria puede equivocarse. Pero no existe ninguna fatalidad por la cual tenga que equivocarse y si se equivoca la organización tiene los medios para corregirlo.

Ilustremos esto con un ejemplo histórico. En marzo de 1917, el Comité Central del Partido bolchevique se equivocó al preconizar el apoyo crítico al gobierno provisional salido de la revolución de febrero. Lenin, de regreso a Rusia en abril planteó las famosas Tesis de Abril para lanzar un debate en el que se comprometió toda la organización para corregir el error y enderezar el rumbo del partido[5].

Lo que muestra este episodio es el abismo que hay entre la idea preconcebida y prejuiciada de “los órganos centrales pueden equivocarse” y la visión proletaria de combatir el oportunismo allí donde se manifieste (en militantes o en todo un órgano central). Toda organización proletaria está sometida a la presión de la ideología burguesa y esto afecta tanto a cualquier militante como a los órganos centrales. El combate contra esa presión es tarea de toda la organización.

La organización política proletaria se dota de los medios de debate para corregir sus errores. Veremos en otro artículo de esta Serie el papel de las tendencias y las fracciones. Lo que queremos subrayar es que si la mayoría de la organización y especialmente los órganos centrales, tienden a tomar un camino equivocado, los camaradas minoritarios poseen medios para combatir esa deriva, como hizo Lenin en abril de 1917 que le llevó hasta pedir la convocatoria de una conferencia extraordinaria del Partido. Concretamente, “una minoría de la organización puede provocar la convocatoria de un Congreso Extraordinario a partir del momento en que es significativa (por ejemplo, las 2/5 partes); como regla general, le incumbe al Congreso zanjar las cuestiones esenciales y la existencia de una fuerte minoría que exija su celebración es indicio de que hay problemas importantes en la organización” (nota 4).

El papel de los congresos

Todos miramos con asco lo que es un congreso en una organización de la burguesía, sea del pelaje que sea. Es un espectáculo con azafatas y barra libre. Los líderes vienen a exhibirse lanzando discursos aplaudidos al ritmo que imponen los palmeros o las apariciones programadas ante las cámaras de televisión. Las ponencias suscitan el desinterés más absoluto, la verdadera miga del congreso es quien va a ocupar las posiciones clave de la organización y quien va a ser purgado. El 90% de las reuniones no se ocupa en discutir, aclarar, delimitar posiciones, sino en atribuir cuotas de poder a las diferentes “familias” del partido.

Una organización proletaria necesita operar de manera diametralmente opuesta. El punto de partida de la centralización de una organización proletaria es su Congreso Internacional. El Congreso reúne y expresa al conjunto de la organización y ésta, de forma soberana, decide las orientaciones y los análisis que han de guiarla. Las Resoluciones que toma el congreso definen el mandato de trabajo de los órganos centrales. Estos no pueden actuar de manera arbitraria según los designios o caprichos de sus miembros, sino que deben tomar como punto de partida de su actividad las resoluciones del Congreso.

El 2º Congreso del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, 1903) llevó a la famosa escisión entre bolcheviques y mencheviques. Uno de los motivos de la escisión y de la fuerte controversia entre ambos sectores es que estos últimos no respetaron las decisiones del Congreso. Lenin en su libro Un paso adelante dos pasos atrás, combatió esta actitud desleal que mostraba en ella misma una postura burguesa. En efecto, se puede no estar de acuerdo con las decisiones de un congreso, sin embargo, la actitud correcta es la de presentar claramente las divergencias y llevar un debate paciente para lograr su esclarecimiento.

 “El momento culminante en que se expresa con toda su amplitud la unidad de la organización es su Congreso Internacional. En él se define, enriquece o rectifica el programa de la CCI, se precisan o modifican sus modalidades de organización o funcionamiento, se adoptan análisis y orientaciones de conjunto, se hace un balance de sus actividades anteriores y se elaboran sus perspectivas de trabajo para el futuro. Por ello la organización en su conjunto debe asumir con el mayor cuidado y energía la preparación del Congreso. Las orientaciones y decisiones de los Congresos deben servir de referencia permanente para la vida de la organización” (nota 4). En un congreso proletario no se viene a realizar cenáculos donde se conspira contra los rivales, sino a discutir, comprender, adoptar posiciones de la forma más consciente posible.

En las organizaciones burguesas los pasillos son el corazón del congreso, en ellos se chismorrea, se conspira entre rivales, se tejen maniobras e intrigas, son la trastienda donde verdaderamente se decide el congreso. Como dice Ciliga en su libro antes citado “Las sesiones eran medianamente aburridas. Para los participantes las sesiones públicas eran pura palabrería. Todo se decidía entre bastidores(página 61).

En una organización proletaria “los pasillos” deben ser proscritos como centros de decisión y reducirlos a un momento de descanso o para trabar lazos fraternos entre militantes. El corazón del Congreso debe estar única y exclusivamente en las sesiones oficiales. Allí, los delegados tienen que evaluar muy cuidadosamente los documentos sometidos al congreso, pidiendo aclaraciones y formulando enmiendas, críticas, proposiciones. Se juega el futuro de la organización pues las resoluciones del congreso no son papel mojado o retórica, sino acuerdos conscientemente tomados que deben servir de guía y orientación a la organización y ser la base de sus actividades.

Las orientaciones y decisiones del Congreso obligan a toda la organización. Sin embargo, eso no quiere decir que sean infalibles. La discusión regular internacional puede llegar a la conclusión de que hay errores que deben rectificarse o bien que la evolución de la situación histórica plantea cambios que deben ser reconocidos. Ello puede llevar hasta la convocatoria de un congreso extraordinario. Ahora bien, todo ello debe hacerse con rigor y seriedad y sobre la base de una discusión internacional amplísima y profunda. Esto no tiene nada que ver con lo que suele suceder en las organizaciones izquierdistas donde los perdedores de un congreso intentan tomarse la revancha planteando “nuevas posturas” que les sirvan de palanca para ajustar cuentas con los vencedores.

Los órganos centrales

En una organización proletaria, el Congreso da unas orientaciones que definen el mandato del órgano central, el cual representa la unidad y la continuidad de la organización entre un congreso y el siguiente. En un partido burgués, el órgano central es una herramienta de poder pues debe sujetar la organización a las necesidades del Estado y del capital nacional. El órgano central es una elite separada del resto de la organización y consagrada a controlarla, vigilarla e imponerle las decisiones. En una organización proletaria el órgano central no está separado del conjunto de la organización, sino que es su expresión activa y unitaria. El órgano central no es la cumbre privilegiada y todopoderosa de la organización, sino un medio de expresarla y desarrollarla.

“Contrariamente a ciertas concepciones, sobre todo las llamadas "leninistas", el órgano central es un instrumento de la organización y no al revés. No es la cumbre de una pirámide según una visión jerárquica y militar de la organización de los revolucionarios. La organización no está formada por un órgano central más los militantes, sino que es un tejido firme y unido en cuyo seno se insertan, y viven todos sus componentes. Ante todo, hay que ver al órgano central como el núcleo de una célula que coordina el metabolismo de una entidad viva” (nota 4)

El papel de las secciones

La estructura de las organizaciones izquierdistas es una jerarquía que va desde la cúpula nacional a las organizaciones regionales, la cuales a su vez se dividen en “frentes” (obrero, profesionales, intelectuales etc.), y, abajo del todo, las células. Esta forma de organización es heredada del estalinismo que en 1924 impuso la famosa “bolchevización” con la excusa de “ir a la clase obrera”.

Esta demagogia ocultaba la eliminación de la estructura clásica de las organizaciones obreras que se basa en secciones locales donde todos los militantes de una ciudad se agrupan para darse tareas globales y una visión global. En cambio, la estructura de la “bolchevización” lo que pretende es dividir a los militantes y encerrarlos en un ámbito cerrado de fábrica, corporación, profesión, sector social… Sus tareas son puramente inmediatas, corporativas, quedan encerradas en un pozo, donde solo se ven problemas inmediatos, particulares y localistas. El horizonte de los militantes se reduce sensiblemente, en lugar de una visión histórica, internacional y teórica, queda reducido a un quehacer inmediato, corporativo – localista y puramente pragmático. Esto los empobrece gravemente y permite a la cúpula directiva manipularlos a conveniencia y, de esta forma, someterlos a los intereses del capital nacional disfrazados con demagogia popular y obrerista.

Los resultados de esa famosa “bolchevización”, en realidad atomización de los militantes en guetos de empresa, los constata Ciliga “La gente que me encontré allí –colaboradores permanentes del Komintern– parecía que encarnaban las estrecheces de la propia institución y la grisalla del edificio que la albergaba. No tenían ni envergadura ni amplitud de miras, y no manifestaban ninguna independencia en su pensamiento. Esperaba gigantes, me encontré con enanos. Esperaba recoger las enseñanzas de maestros venerables y me encontré con lacayos. Bastaba con asistir a algunas reuniones del partido para darse cuenta de que las discusiones sobre las ideas no jugaban más que un papel completamente secundario en esta lucha. El papel protagonista lo tenían las amenazas, los métodos intimidatorios y el terror” (Página 30).

Para reforzar aún más el aislamiento y la ignorancia teórica de los militantes, el “comité central” suele nombrar toda una red de “comisarios políticos” sometidos estrictamente a su disciplina y encargados de hacer de correa de transmisión de las consignas de la “dirección”.

Radicalmente opuesta es la estructura que deben darse las organizaciones revolucionarias. Las secciones locales tienen como principal tarea estudiar y pronunciarse sobre los asuntos del conjunto de la organización, así como el análisis de la situación histórica y el tratamiento de los temas teóricos generales que se consideren necesarios. Naturalmente, ello no excluye, sino que da sentido y fuerza a la actividad local de intervención, prensa y discusión con compañeros o grupos interesados. Sin embargo, las secciones celebran “reuniones regulares cuyo orden del día está compuesto por las principales cuestiones debatidas en el conjunto de la organización: de ninguna manera el debate puede ser ahogado” (nota 4). Al mismo tiempo, se hace necesaria la “circulación lo más amplia posible de las diferentes contribuciones hechas en el seno de la organización utilizando los instrumentos previstos para ello”. Los boletines internacionales de discusión son el medio para canalizar el debate internacional y hacerlo fluir en todas las secciones.

C. Mir 16-01-18



[1] La Internacional Comunista después de Lenin, página 353 de la edición española, Akal Editores.

[2] Los carbonarios eran una sociedad secreta burguesa de carácter político que desarrolló sus actividades en Europa en los siglos XVIII y XIX. Los que querían entrar en ella tenían que someterse a una serie de pruebas y ritos [Nota de Trotski]

[3] Ante Ciliga, En el país de la gran mentira página 40 edición española. Sobre este libro ver el segundo artículo de la presente serie. https://es.internationalism.org/accion-proletaria/201801/4267/la-herencia-oculta-de-la-izquierda-del-capital-ii-un-metodo-y-un-modo-

[5] Para un análisis de cómo el partido bolchevique cayó en el error oportunista y cómo un debate a fondo logró enderezarlo ver Las Tesis de Abril faro de la revolución proletaria, https://es.internationalism.org/revista-internacional/199704/2787/i-1917-las-tesis-de-abril-1917-faro-de-la-revolucion-proletaria Se pueden consultar los capítulos XV y XVI del primer tomo de la Historia de la Revolución Rusa de Trotski, ver https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1932/histrev/tomo1/cap_15.htm y https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1932/histrev/tomo1/cap_16.htm

 

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