Guerra y destruccion ecologica: El apocalipsis del capital se puede evitar

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En una emisión de televisión en 1965, el físico Robert Oppenheimer, uno de los principales científicos que trabajaban en el desarrollo de la bomba atómica estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, relató sus sentimientos cuando presenció la primera prueba de la bomba atómica en los desiertos de Nuevo México en julio 1945:

"Sabíamos que el mundo no sería el mismo. Algunas personas se rieron, algunas personas lloraron. La mayoría de ellas estaba en silencio. Recordé la línea de la escritura hindú, el Bhagavad Gita; Vishnu está tratando de persuadir al Príncipe de que debe cumplir con su deber y, para impresionarlo, adopta su forma de múltiples brazos y dice: 'Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos'. Supongo que todos pensamos eso, de una manera u otra "[1].

Antes del capitalismo, muchas sociedades habían desarrollado mitologías del fin del mundo. El apocalipsis anticipado por el judaísmo, el cristianismo y el islam, visto como el destino final de este mundo, se entendía como el precursor de un nuevo cielo y una nueva tierra que duraría por toda la eternidad; mientras que, en la visión hindú, los nuevos mundos e incluso los nuevos universos nacen, se disuelven y renacen interminablemente en un vasto ciclo cósmico.

Pero si bien la idea del apocalipsis no es nueva, lo nuevo en el modo de producción capitalista es, primero, que el mundo habitado por la humanidad durante cientos de miles de años puede ser destruido por las tecnologías que los seres humanos mismos han creado, en lugar de por seres sobrenaturales o un destino inexorable. Y segundo, que tal destrucción no sería el preludio de un mundo nuevo y mejor, sino la destrucción pura y simple.

La bomba atómica probada en el desierto en julio de 1945, un mes después, sería probada en decenas de miles de seres humanos en Hiroshima y Nagasaki. El mundo de hecho no sería lo mismo. La bomba atómica fue la prueba "científica" de algo que muchos ya habían comenzado a sospechar a raíz de la Primera Guerra Mundial: en palabras de Sigmund Freud en 1929, "El hombre ha ganado el control de las fuerzas de la naturaleza a tal punto que con su ayuda no tendrían dificultades en exterminarse unos a otros hasta el último hombre. Saben esto y, por lo tanto, viene una gran parte de los disturbios actuales, su infelicidad y su estado de ansiedad "[2].

Los psicoanalistas del futuro -si la humanidad puede sobrevivir al capitalismo- tal vez escriban tratados sobre el enorme costo psicológico de la vida con la amenaza no solo de la muerte individual, sino también de la muerte de la humanidad y quizás de toda la vida en la tierra. Ya es posible discernir muchas de las manifestaciones externas de esta carga mental: la huida hacia el nihilismo y las numerosas formas de autodestrucción, la vana búsqueda de esperanza para regresar a las viejas historias apocalípticas, central en particular para el "fundamentalismo" cristiano y musulmán. Para el rival de Freud, Jung, la ola de avistamientos de ovnis a finales de los años 40 era una versión moderna de los viejos mitos: ante la realidad insoportable de la amenaza nuclear, había una marcada tendencia a proyectar los miedos reales en "cosas vistas en los cielos". A menudo acompañado de la esperanza de que seres más sabios vendrían y nos salvarían de nuestras propias locuras[3]. No es de extrañar que, en 1952, durante la guerra de Corea, que muchos temían que degenerara en la Tercera Guerra Mundial, la Gauche Communiste de France, observara que "la alienación mental en todas sus formas es para nuestra época lo que las grandes epidemias fueron para el Edad Media" [4].

La espada de Damocles nuclear, de 1945 a 2017

La clase gobernante democrática justificó las atrocidades de Hiroshima y Nagasaki con el cuento de que “salvó vidas”, sobre todo las estadounidenses, porque permitió evitar una invasión militar de Japón. En realidad, la bomba fue una advertencia dirigida menos contra el colapsado ejército japonés que contra la URSS, que recientemente había declarado la guerra a Japón y estaba afirmando su presencia en el Lejano Oriente. Así que Hiroshima fue más el primer acto de la "Tercera Guerra Mundial" que el último acto de la Segunda Guerra Mundial. Esta tercera guerra mundial, la contienda global entre los bloques imperialistas estadounidense y ruso, siguió siendo una guerra "fría" en el sentido de que nunca tomó la forma de un conflicto directo entre los dos bandos. Más bien se libró a través de una serie de guerras de “procuración” o “subcontratadas”, donde los estados locales y los "movimientos de liberación nacional" libraban la guerra sobre el terreno, mientras que las dos superpotencias suministraron armas, inteligencia, apoyo estratégico y justificación ideológica. En algunos momentos, sin embargo, estos conflictos amenazaron con intensificarse y tomar la forma de enfrentamientos nucleares abiertos, en particular, durante la Guerra de Corea a principios de los años 50 y la crisis de Cuba en 1962. Y mientras tanto, la espiral de la "carrera armamentista" significaba que los dos bloques estaban dirigiendo grandes cantidades de trabajo e investigación -que en términos capitalistas significa grandes cantidades de dinero- para perfeccionar las armas que podrían destruir a la humanidad varias veces. Los políticos trataron de tranquilizar a la población mundial con la noción de destrucción mutuamente asegurada o MAD - la idea de que la guerra mundial era impensable en la era nuclear porque nadie podría ganarla. Por lo tanto, la mejor garantía de paz era mantener y desarrollar este gigantesco arsenal de muerte. En otras palabras: se tratatía de incrementar sin descanso las armas que podían destruir la humanidad ¡para que esta no fuera destruida! ¡Una auténtica locura irracional que muestra el grado de cinismo y de barbarie que ha alcanzado el capitalismo decadente! No en balde este sistema es nombrado por las siglas en inglés MAD que significa Loco.

Después del colapso del bloque ruso a finales de los años 80[5], los políticos intentaron un nuevo engaño: el final de la Guerra Fría significaría un Nuevo Orden Mundial de paz y prosperidad. Un poco más de un cuarto de siglo después, las palabras de George Bush Senior, el presidente que se puso la medalla de la victoria del bloque estadounidense en la Guerra Fría, suenan extremadamente huecas. La prosperidad sigue siendo una quimera para millones, y esto en un sistema mundial constantemente amenazado por grandes tormentas económicas, como la de 2008. En cuanto a la promesa de paz, la ruptura de la disciplina de los viejos bloques ha engendrado una serie de conflictos militares cada vez más caóticos, sobre todo en el área alrededor del Armagedón Bíblico, El Medio Oriente. Esta región, -que ya fue escenario de las guerras árabe-israelíes, la guerra en el Líbano, la guerra Irán-Iraq y la batalla por Afganistán- apenas ha conocido un día sin ser destrtozada por la guerra, desde la primera gran aventura de los Estados Unidos después del colapso del bloque del este -la guerra del Golfo de 1991- a la pesadilla militar actual que acecha a través de Siria e Iraq. Este conflicto, tal vez más que todos los demás, revela la profunda irracionalidad y la naturaleza incontrolada de las guerras en la fase actual. A diferencia de las guerras de procuracion entre los dos bloques que dominaron el período anterior, ahora tenemos una guerra con tantos protagonistas y tantas alianzas cambiantes que es cada vez más difícil explicarlas. Para mantenerse en el poder, el presidente sirio, Bashir Assad, arrasa gran parte de su propio país, mientras que la oposición a su gobierno se divide en fracciones islámicas "moderadas" y "radicales". La coalición respaldada por Estados Unidos contra el "Estado Islámico" en Siria e Irak se ve perjudicada por las rivalidades entre las milicias chiítas y los peshmerga kurdos, especialmente tras el controvertido referéndum sobre la independencia kurda que amenaza con desintegrar al frágil estado iraquí; las potencias regionales como Arabia Saudí, Qatar, Irán y Turquía juegan su propio juego e intercambian peones y alianzas para satisfacer sus intereses inmediatos. Mientras tanto, la gran mayoría de la población se ve obligada a huir hacia Turquía, Jordania o Europa, mientras que los que se quedan tratan de sobrevivir en ciudades en ruinas como Aleppo, Raqqa, Mosul ... Además, estos conflictos están vinculados a una banda más amplia de guerras igualmente caóticas, desde Libia hasta el Cuerno de África y desde Yemen hasta Afganistán y Pakistán. Y esta epidemia de guerras ya no puede aislarse de los centros de la "civilización" occidental: las repercusiones de estas guerras sobre estos pretendidos “oasis de paz” son, por un lado, una gigantesca avalancha de refugiados que se dirigen a Alemania y otros países y que son repelidos brutalmente por Turquía (subcontratada por la UE en esa sucia tarea) o por los Estados del Grupo de Visegrad (con Hungría la cabeza, igualmente feroz en la represión de los refugiados). Por tra parte, el Estado Islámico y toda una cantidad de “simpatizantes espontáneos” salpican de atentados terroristas con un importante saldo de muertos las grandes ciudades de Europa Occidental.

Estas guerras con todas sus ramificaciones en las supuestas metrópolis “civilizadas” nos dan una visión aterradora de lo que podría estar por venir para el mundo entero si se permite que las tendencias destructivas dentro del sistema capitalista lleguen a su plenitud. Pero hay otro aspecto en la evolución actual de las tensiones imperialistas: la reaparición de la amenaza nuclear bajo una nueva forma. En la época de los bloques o Guerra Fría (1945-1989), las dos superpotencias tenían un verdadero interés y capacidad para limitar la propagación de las armas nucleares hacia sí mismas o a los regímenes en los que confiaban para obedecer sus órdenes. El armamento nuclear de China en la década de 1960 fue una ruptura en esta cadena de mando porque China ya se había separado del bloque ruso; pero desde que los bloques llegaron a su fin, la "proliferación nuclear" ha ido aumentando. India y Pakistán, dos estados que ya han ido a la guerra en varias ocasiones y viven en un estado permanente de tensión, ahora tienen armas nucleares apuntando el uno al otro. Irán ha dado pasos considerables hacia su adquisición y muchos otros regímenes e incluso grupos terroristas están sin duda trabajando silenciosamente para unirse al club de propietarios de armas atómicas.

Pero los últimos años han deparado una escalada en esa tendencia: la adquisición y las pruebas piratas de armas nucleares por parte del régimen estalinista en Corea del Norte[6], mientras la principal potencia militar del mundo, Estados Unidos, está en manos de un narcisista impredecible que llegó al poder aupado en la ola populista global[7].

Estas dos formas de "regímenes malvados" se han enzarlado en una sobrepuja de amenazas y de actos de desafío, donde no todo es fanfarronería. Es cierto que, por una parte, existen, dentro de ambos regímenes, factores que les impiden desencadenar un holocausto nuclear. Trump, por ejemplo, no tiene las manos totalmente libres porque existe una oposición en su propio aparato de seguridad y militar. Sin embargo, no podemos dejar de lado que se está creando un engranaje de provocaciones mutuas que puede acabar fuera de control y, la ola populista de la burguesía apunta una espiral irracional que favorece decisiones impredecibles y precipitadas.

Pero necesitamos poner de relieve un factor más importante que no atenua sino que agrava los riesgos: en primera plana está la tensión jugando con armas nuclearas de Corea del Norte y USA, pero en la trastienda hay una rivalidad más global, entre China y los Estados Unidos.  Mientras tanto, Rusia sigue siendo la segunda potencia nuclear más fuertemente armada del mundo, ha recuperado gran parte del estatus que perdió con el colapso de la URSS, y está persiguiendo una política exterior cada vez más agresiva, especialmente en Ucrania y Siria. El peligro de la guerra nuclear sigue siendo tan real como siempre, incluso si la forma que toma puede haber cambiado desde el período 1945-89.

"Armagedón ecológico"

Durante el período de la Guerra Fría, no se vieron las consecuencias del crecimiento económico que siguió la Segunda Guerra Mundial, un optimismo desaforado dejó en la penumbra lo que tal crecimiento podría representar para el equilibrio entre el hombre y el resto de la naturaleza. Pero las últimas décadas han demostrado cuán limitado es el “control del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza" bajo el impulso capitalista de obtener ganancias, donde el saqueo, el despilfarro y la destrucción siempre han dominado lo que Marx llamó el "intercambio metabólico" del hombre con la naturaleza.

El 19 de octubre pasado, El Guardián informó que "La abundancia de insectos voladores se ha desplomado en tres cuartas partes en los últimos 25 años, según un nuevo estudio que ha conmocionado a los científicos. Los insectos son una parte integral de la vida en la Tierra como polinizadores y presas de otros animales salvajes y se sabía que algunas especies como las mariposas estaban disminuyendo. Pero la escala recientemente revelada de las pérdidas para todos los insectos ha provocado advertencias de que el mundo está "en camino hacia el Armagedón ecológico", con profundos impactos en la sociedad humana"[8].

Ya sabíamos, por supuesto, sobre el alarmante declive de las abejas. Y esta es solo una parte de la tendencia hacia la extinción masiva de innumerables especies de seres vivos, provocada por el envenenamiento del aire y los mares por los pesticidas, las emisiones de las industrias y del transporte, y el azote de los desechos plásticos. Y esta nube tóxica también está matando a seres humanos a un ritmo cada vez mayor. El día después del artículo sobre el declive de los insectos, The Guardian publicó un nuevo informe que estima que nueve millones de personas mueren cada año como resultado directo de la contaminación[9]. Si a esto se le suma el derretimiento de los casquetes polares, el desencadenamiento de las supertormentas, las sequías y los incendios forestales relacionados con el cambio climático provocado por el hombre, la amenaza de "Armagedón ecológico" se parece cada vez más a las historias tradicionales sobre el mundo pereciendo en inundaciones y fuego.

Por lo tanto, a la amenaza de la destrucción a través de la guerra imperialista, la cuestión ecológica agrega otra y no es una amenaza menos aterradora, pero estos dos jinetes del apocalipsis no cabalgarán por separado. Por el contrario, un mundo capitalista enfrentado a la disminución de los recursos vitales, ya sea que se trate de energía, alimentos o agua, es mucho más probable que afronte el problema a través de una competencia nacional exacerbada, pillaje militar y robo -en definitiva, guerra económica e imperialista- que sólo a través de la cooperación racional a nivel planetario podría encontrar una solución a este nuevo desafío a la supervivencia humana.

El otro lado de la desesperación

Visto unilateralmente, este resumen de la situación de la humanidad solo puede inducir a la desesperación. Pero hay otro lado: si los productos de las manos del hombre los hacen capaces de "exterminarse unos a otros hasta el último hombre", realizando así las pesadillas apocalípticas más oscuras, las mismas fuerzas de producción podrían ser utilizados para realizar otro muy antiguo sueño: un mundo de abundancia donde no hay necesidad de un sector de la sociedad enseñoreardo sobre otro, un mundo que haya ido más allá de las divisiones que están en el corazón del conflicto y la guerra.

Una de las contradicciones en la evolución del capitalismo es precisamente que, en él, tal mundo se ha convertido en materialmente posible, -diríamos a principios del siglo XX- mientras este orden social sumerge a la humanidad en las guerras más bárbaras de la historia. A partir de este punto, su propia supervivencia se vuelve cada vez más antagónica a la supervivencia de la humanidad. Esta es la prueba más contundente de que el capitalismo, a pesar de todas sus capacidades intactas para innovar, desarrollarse, encontrar remedios para sus crisis, se ha vuelto obsoleto, un obstáculo fundamental para el avance futuro de nuestra especie.

El reconocimiento de esta realidad es clave en el desarrollo de una conciencia revolucionaria entre las masas explotadas que siempre son las primeras víctimas de las crisis y guerras del capitalismo. La comprensión de que el capitalismo, como civilización mundial, había entrado en su época de decadencia, fue un factor crucial en los monumentales sucesos puestos en marcha por la revolución en Rusia en 1917 en la ola revolucionaria internacional que obligó a la burguesía a detener la matanza de la Primera Guerra Mundial y que, durante un período demasiado breve, trajo la promesa del derrocamiento del capitalismo y el advenimiento de una sociedad comunista mundial[10].

Hoy, podría parecer que tales esperanzas revolucionarias pertenecen por completo al pasado. Pero, contrariamente a la ideología y la propaganda activa de la burguesía, la lucha de clases no ha desaparecido de la historia y, de hecho, incluso antes de que adopte un carácter revolucionario generalizado y consciente, tiene un enorme peso en la situación mundial. Durante la Guerra Fría, como hemos visto, la clase dominante intentó convencernos de que su doctrina MAD estaba preservando al planeta de una tercera guerra mundial. Lo que nunca nos dirían es que había un "elemento de disuasión" más poderoso para la guerra mundial después de que el capitalismo entrara en su actual fase de crisis económica a fines de los años 60. Este fue un factor que había faltado en la década de 1930, cuando la depresión económica condujo rápidamente a la guerra: una clase trabajadora invicta más preparada para luchar por sus propios intereses que para unirse a los planes bélicos de la burguesía.

Hoy, la ruptura de los bloques y la aceleración del cada uno para sí en la escena imperialista es otro factor que hace que una clásica tercera guerra mundial sea un escenario menos probable. Sin embargo, este no es un factor que favorezca al proletariado, porque la amenaza de la guerra mundial ha sido remplazada por un deslizamiento más insidioso hacia la barbarie en la cual, como hemos argumentado aquí, el peligro de la guerra nuclear no ha disminuido de ninguna manera. Pero la lucha de clases -y su escalada hacia la revolución- sigue siendo la única barrera para la profundización de la barbarie, la única esperanza de que la humanidad no solo evitará el apocalipsis del capital, sino que se dará cuenta de todo su potencial sin explotar.

Amós, 21.10.17



[1] J. Robert Oppenheimer en la prueba de la Trinidad (1965). Archivo atómico. Obtenido el 23 de mayo de 2008

[2] La civilización y sus descontentos, Londres 1973, capítulo VIII, p82

[3] Carl Jung, Platillos voladores, un mito moderno de las cosas visto en los cielos, Bollingen Series: Princeton University Press, 1978

[4] Internationalisme 1952, "La evolución del capitalismo y la nueva perspectiva", https://en.internationalism.org/ir/21/internationalisme-1952

[5] El colapso de la Unión Soviética fue en parte el resultado de la gran carga del gasto en armas en una economía que era inherentemente mucho más débil que la de los Estados Unidos. Pero para un análisis más exhaustivo de las raíces de la crisis en el bloque oriental, consulte "Tesis sobre la crisis económica y política en los países del este", https://es.internationalism.org/revista-internacional/201208/3451/tesis-sobre-la-crisis-economica-y-politica-en-los-paises-del-este

 

Cuestiones teóricas: