En defensa de la CCI y de la organización marxista revolucionaria

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Defensa de la Izquierda Comunista

Un ex-miembro que dejó la CCI hace unos tres años hizo después algunas críticas a nuestra organización.

Mi experiencia en la CCI  de Devrim apareció inicialmente en el foro de la página web anarquista Libcom en el año 2012[1].Era, por definición, un informe personal basado en anécdotas e impresiones sobre la vida en la CCI, más que una crítica general de los principios de la CCI en su conjunto. Al ser difícil argumentar sobre argumentos basados en sentimientos personales, hemos tenido tendencia a dejar pasar estas críticas, sobre todo porque Devrim había declarado que no quería entablar un debate sobre tal informe, pues ya había dejado la organización sin justificar políticamente las razones de su partida.

Pensamos ahora que estas críticas personales requieren una respuesta porque las cuestiones que plantean tienen un interés general hoy, ahora que tanto se están poniendo en entredicho las bases fundamentales de la militancia revolucionaria, incluso entre aquéllos que se consideran parte de la Izquierda Comunista.

Nos dimos cuenta que este informe personal sobre la CCI se supone que es un análisis político en sí mismo: una interpretación personal suficiente para considerar que la CCI es una organización ya finiquitada.

Vida y muerte de las organizaciones revolucionarias.

La crítica de Devrim le lleva a repetir en numerosas ocasiones su convicción de que la CCI va a morir. En un email enviado a un miembro de la CCI en 2013 escribió, en respuesta a la crítica de que tenía que basarse en los principios políticos de la CCI: “Creo que el punto de vista según el cual habría que abordar las posiciones políticas de una organización pertenece a la forma de pensar de una época ya pasada. La CCI morirá, y lo hará, no porque la gente se comprometa o rechace sus posiciones políticas, sino precisamente por razones opuestas: porque nadie se preocupará ni siquiera por ellas. Obviamente esto nos lleva a un problema más general de despolitización en la sociedad, pero para un observador exterior, parece como si la CCI tratara de cerrar activamente el círculo de su aislamiento”.

La CCI morirá, afirma él, no porque sus posiciones políticas o sus principios sean erróneos o hayan pasado de moda y tengan que ser reemplazados por otros que se corresponden con la evolución de las necesidades y los objetivos de la lucha de clases; desaparecerá más bien a causa de un desinterés general por sus posiciones políticas. La incapacidad de la CCI para adaptarse a este desinterés y al aburrimiento que causa actualmente la política en la población en general e incluso entre aquéllos que se consideran revolucionarios, mientras que la CCI insiste, por el contrario, en la defensa de sus principios políticos, lo que conducirá a su aislamiento completo y a su desaparición. Eso es lo esencial del pensamiento de Devrim.

En su informe Mi experiencia…, Devrim, fiel a su visión, no “tiene en cuenta las posiciones políticas” de la CCI, sino que da una serie de impresiones y de opiniones, en la mayoría de los casos negativas, sobre la vida de la organización, sobre los procesos de integración de los nuevos miembros, sobre el modo de centralización y los debates. Volveremos sobre algunas de estas cuestiones a lo largo de este artículo. Pero, en primer lugar, queremos examinar cómo las posiciones y los principios son importantes en la concepción de una organización revolucionaria.

En el pasado, los partidos y las organizaciones revolucionarias desaparecieron normalmente a una edad relativamente joven. El ejemplo más evidente fue el derrumbe brutal de la II Internacional en 1914, después de que los principales partidos que la constituían hubiesen traicionado sus principios políticos internacionalistas, uniéndose a su burguesía imperialista, contribuyendo a enviar a millones de obreros a masacrarse en las trincheras. La III Internacional pereció tras la adopción de la consigna: “el socialismo en un solo país”, convirtiéndose en instrumento del Estado ruso, y preparando a la clase obrera para la carnicería imperialista de la II Guerra Mundial[2].

En esos dos ejemplos principales del movimiento marxista revolucionario, la organización desapareció a causa de un abandono progresivo de los principios políticos, en particular los más importantes para la clase obrera: la unidad y la acción internacionales ante la guerra imperialista o contra sus preparativos. Aquellas organizaciones marxistas perecieron (al menos para los intereses de la clase obrera) no por el fracaso para adaptarse a la tendencia general de la sociedad, sino, al contrario, porque se adaptaron cediendo a las presiones de la burguesía internacional, abandonando las posiciones políticas proletarias. Pensamos pues que la realidad es diametralmente opuesta a la lógica de Devrim. De hecho, si utilizamos la historia revolucionaria como guía, la CCI desaparecería sin duda si abandonase o minimizase la importancia de sus posiciones políticas para adaptarse al desinterés por la política dominante, si fracasara en mantenerse firme y en desarrollar teóricamente otros principios fundamentales por temor a quedarse aislada. Nosotros tenemos, pues, una conclusión opuesta a la de Devrim.

Si el movimiento marxista revolucionario ha conocido períodos de traición y de muerte organizativa como las ya mencionadas, puede ofrecer también ejemplos magníficos de otros períodos en los que las minorías marxistas sufrieron el aislamiento más brutal por mantener las posiciones políticas e ir construyendo amarres para las nuevas organizaciones revolucionarias del futuro. Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo fueron a la cárcel (trabajos forzados en el caso de Liebknecht) y después asesinados por su combate internacionalista contra la I Guerra Mundial, contribuyendo a inspirar la Revolución de Octubre y la formación de la Internacional Comunista. Los militantes apenas conocidos de la Izquierda Comunista que se expusieron (y con frecuencia fueron víctimas) al terror conjunto de la Gestapo y de la Resistencia, para defender los principios internacionalistas durante la II Guerra Mundial, manteniendo en vida la tradición que defendemos hoy.

Las organizaciones revolucionarias de hoy merecen difícilmente la apelación de “Izquierda Comunista” si no fuesen capaces de resistir a las condiciones relativamente soft de aislamiento que pueden sufrir hoy y por el asqueo general hacia la política. Se supone que los militantes revolucionarios podrán soportar hoy que se les ridiculice o  que se les aísle si eso se compara con las terribles condiciones que tuvieron que encarar nuestros predecesores en el pasado.

La capacidad de preservar y desarrollar un pensamiento político revolucionario frente a un aislamiento con frecuencia extremo es importante para evaluar si una organización revolucionaria merece existir.

La CCI sí que merecería entonces morir como auténtica corriente de la Izquierda Comunistasi hiciese caso a las críticas de Devrim y subestimase la importancia de sus posiciones políticas como si fuese “una forma de pensar de una época trasnochada”. La CCI se desarrolla sobre su capacidad de mantener y desplegar las posiciones políticas apropiadas para la clase obrera en el período actual y en el futuro. Volveremos sobre las condiciones actuales de la lucha de la clase obrera más adelante. Ahora hagamos algunas observaciones generales sobre la importancia de las posiciones políticas[3].

La revolución proletaria es política.

Marx, como Aristóteles, el filósofo de la Grecia antigua, definió al hombre como un animal político: “El hombre es, en el sentido más literal, un animal político, no sólo un animal sociable, un animal que no puede constituirse como individuo sino en la sociedad” (Introducción General a la Crítica de la Economía Política, 1857). Por extensión, el término “política” tiene un significado general (y va más allá de las corruptas maquinaciones de los partidos del Estado burgués): la tentativa del hombre de determinar la dirección de la sociedad en su conjunto y, por lo tanto, de su propio futuro.

En la larga historia de la sociedad dividida en clases, las masas explotadas han estado completamente excluidas de su dirección política. Sin embargo, en el capitalismo, la forma postrera de la sociedad de clases, la clase obrera ha sido capaz de imponerse en la escena política y formar partidos políticos. Esta capacidad de expresar sus intereses con una forma política es en última instancia un resultado en los hechos, porque, a diferencia de las clases explotadas precedentes, la clase obrera es una clase revolucionaria que lleva consigo un modo de producción completamente nuevo para sustituir al capitalismo.

La lucha de la clase obrera en el capitalismo, cuando se concluye con éxito, conduce al derrocamiento de la burguesía y a la dictadura del proletariado. El acto político supremo, la llegada al poder político de la clase obrera, es la condición para el establecimiento de una sociedad sin clases –el comunismo-. El desarrollo de la conciencia del proletariado es el reconocimiento de sus intereses políticos e históricos en tanto que clase, expresado, aunque no sólo, en la formación de partidos políticos. La clase obrera, al tener la necesidad innata de llevar la sociedad al socialismo, tiene que unificarse basándose en definiciones políticas acerca de lo que ella es y lo que tiene que hacer como clase. Las posiciones políticas son los elementos constitutivos de la plataforma de la organización política revolucionaria –lo que distingue las perspectivas de la clase obrera de los objetivos de la burguesía y de las demás clases en la sociedad. La naturaleza precisa de este partido político, cuando puede formarse, el papel que desempeña en la toma del poder por parte del proletariado, etc. ha ido evolucionando ampliamente durante los dos últimos siglos. Pero sí que permanece la concepción marxista de la organización revolucionaria como entidad fundamentalmente política.

Es incluso más crucial cuando se tiene en cuenta que la clase obrera, a diferencia de las clases revolucionarias precedentes, no puede construir una base de poder económico en la sociedad existente, convirtiéndose así la elaboración teórica y la adopción de posiciones políticas proletarias en algo mucho más vital[4]. La formulación de las posiciones políticas tiene que preceder, por esos mismos motivos, a la toma real del poder político.

La clase obrera no es entonces una simple categoría económica o sociológica en el seno de la sociedad burguesa, una clase explotada como los siervos o los esclavos, sino ante todo una clase histórica que tiene un fin revolucionario y que es por lo tanto una clase política en el sentido más profundo de la palabra. El desprecio por la importancia central de la política en la lucha de la clase obrera, y para las organizaciones que afirman defender sus intereses, no les permite, ni mucho menos, evitar las presiones políticas. La lucha entre las clases por la dirección de la sociedad es invariablemente un combate político que se impone sobre los combatientes, lo quieran o no. El apoliticismo, por muchas ilusiones que se pongan en él es inevitablemente también algo político… y no necesariamente positivo. Al contrario, debido a la ausencia de posiciones y principios claros y desarrollados, la demarcación apolítica queda más bien sometida al yugo de las fuerzas políticas dominantes de la clase en el poder.

No hay mejor ejemplo de todo ello en la historia que el anarquismo y sus tentativas de apoliticismo revolucionario. En los grandes test políticos de la historia, los anarquistas han sido, en la mayoría de los casos, incapaces de resistirse a las presiones de la política de la clase dominante o han capitulado frente a ellas, el ejemplo más famoso es el de Piotr Kropotkin durante la I Guerra Mundial.

Kropotkin, Cherkesof y Jean Grave fueron los más entusiastas defensores de Francia: “no dejéis que esos conquistadores odiosos vuelvan de nuevo a barrer la civilización latina y al pueblo francés (…) no dejéis que se imponga en Europa un siglo de militarismo” (Carta de Kropotkin a Jean Grave, 2 de septiembre de 1914). Fue en nombre de la defensa de la democracia contra el militarismo prusiano por lo que apoyaron la Unión Sagrada[5]: “La agresión alemana ha sido una amenaza –realizada- no sólo contra nuestros deseos de emancipación sino contra toda la evolución humana. Es por lo que nosotros, anarquistas, nosotros, antimilitaristas, nosotros, enemigos de la guerra, nosotros, partidarios apasionados de la paz y la fraternidad entre los pueblos, nosotros nos ponemos del lado de la resistencia, no separando nuestros destinos de los del resto de la población” (Manifiesto de los Dieciséis –el número de los firmantes, NdT-, 28 de febrero de 1916)[6].

Los principales representantes del anarquismo se alinean tras la política de la clase dominante, como lo hicieron las direcciones oportunistas de los principales partidos socialdemócratas. Estos últimos abandonaron las posiciones políticas internacionalistas de la clase obrera; aquéllos, despreciando en su mayoría estas posiciones, pusieron al descubierto que su fraseología sobre la democracia y la emancipación la evolución humana, contra la guerra, por la paz y la fraternidad suenan bien, pero suenan a hueco, , , y que podía ser recuperada por la política imperialista de la burguesía[7].

El desdén entre los revolucionarios mismos, en otros períodos como el actual, por las posiciones revolucionarias puede ser también tan dañino, aun con menores consecuencias, y tiende a reflejar, en lugar de impedir, la desorientación actual de la clase obrera.

Las posiciones políticas marxistas y el período actual

Devrim dice que existe un problema de despolitización en la sociedad. ¡Es verdad! Pero ¿Cuáles son las características particulares de la despolitización que hoy afecta a la clase obrera y sus minúsculas minorías revolucionarias?

Desde el resurgimiento de la lucha de clases a nivel histórico en 1968, que puso fin al largo período de la contrarrevolución, la clase obrera ha encontrado numerosas dificultades para desarrollar su lucha en su propio terreno político. Se ha quedado a la defensiva y bajo el yugo de la socialdemocracia, el estalinismo y los sindicatos. La clase dominante, por su parte, ha sido capaz de evitar la propagación de su crisis económica creciente, de maniobrar política e inteligentemente contra la amenaza de “los de abajo”. El bloqueo resultante entre las dos principales clases antagónicas de la sociedad capitalista ha abierto un período de descomposición social del capitalismo que ha conducido a una profunda desorientación dentro de la clase obrera[8].

La clase obrera del período de descomposición se encuentra marcada por el derrumbe de la URSS, lo que fue deliberadamente utilizado por la clase dominante para reforzar esa desorientación. Las enormes campañas ideológicas de la burguesía internacional desde 1989 acerca “de la muerte del comunismo”, del “marxismo” y sobre “el fin de la clase obrera” como fuerza política dentro de la sociedad, no son casuales. Las minorías marxistas, como la CCI, aun no estando intoxicadas en modo alguno por el estalinismo, han tenido que soportar de lleno, sin embargo, la eficacia de ese intento de la clase dominante para despolitizar a la clase obrera, utilizando así la descomposición social de su sistema para infligir así un golpe severo contra su adversario de clase.

Devrim, en su testimonio personal, Mi experiencia…, expresa su acuerdo con el análisis de la CCI acerca de la descomposición social del capitalismo que hemos resumido brevemente antes: “Personalmente, creo que mucho de lo que se ha dicho es una buena descripción del nuevo período que comenzó con la caída de la Unión Soviética, pero hay que entenderlo también como un medio de justificar los errores presentes en “eso” de los años de la verdad” (referencia al análisis que la CCI hizo para describir los enfrentamientos de los años 80). Devrim no analiza las partes de las Tesis sobre la descomposición con las que está de acuerdo o en desacuerdo, o el tipo de errores que se supone que hemos cometido al analizar los años 80 del siglo XX, tampoco explica lo que no es correcto en el análisis de las Tesis sobre la descomposición y que probaría que no son sino un medio para justificar este último análisis[9].

Sin embargo, podemos deducir que Devrim no está de acuerdo con las conclusiones más importantes de las Tesis según las cuales este nuevo período iba a crear nuevas dificultades para el proletariado y sus organizaciones revolucionarias.

13. En realidad, hay que ser de lo más clarividente sobre lo que significa la descomposición en la capacidad del proletariado para ponerse a la altura de su tarea histórica. Del mismo modo que el estallido de la guerra imperialista en el corazón del mundo «civilizado» fue «una sangría que podía acabar por agotar mortalmente al movimiento obrero europeo», que «amenazaba con enterrar las perspectivas del socialismo bajo las ruinas amontonadas por la barbarie imperialista», «segando en los campos de batalla (...) a las mejores fuerzas (...) del socialismo internacional las tropas de vanguardia del proletariado mundial entero» (Rosa Luxemburgo, La Crisis de la Socialdemocracia), la descomposición de la sociedad, que no hará sino agravarse, puede también segar, en los años venideros, las mejores fuerzas del proletariado, comprometiendo definitivamente la perspectiva del comunismo. Y ello es así porque el envenenamiento de la sociedad que acarrea la putrefacción del capitalismo no deja libre a ninguno de sus componentes, a ninguna de sus clases, ni siquiera al proletariado” (“Tesis sobre la descomposición”).

Devrim no deduce de ese análisis la conclusión de que la organización revolucionaria, en tanto que emanación de la clase obrera, tiene que resistir a ese proceso de despolitización y explorar teóricamente, del modo más profundo, todas las implicaciones del nuevo período para el proletariado como clase política, para preparar su despertar futuro que es aún posible a pesar del peso negativo de la descomposición.

Deduce más bien la conclusión opuesta: si la sociedad y la clase obrera se encuentran despolitizadas en este período, los revolucionarios tienen que adaptarse a esta dinámica reduciendo o incluso llegando a borrar qué significan los intereses históricos del proletariado, reduciendo su preocupación por las posiciones políticas y ajustando su lenguaje para ser aceptables. Pero entonces ¿no se trataría de un retorno a formas ya trilladas y a la teoría confusa del apoliticismo anarquista?

Tenemos que recordar que la tendencia actual a la despolitización en la clase obrera no es ni permanente ni completa, ni la putrefacción capitalista ha llegado a sus últimas consecuencias. Las contradicciones del capitalismo mundial continuarán obligando a los trabajadores a pensar de nuevo en términos políticos, por muy largo y difícil que sea este proceso de renacimiento.

Por eso es por lo que continúa habiendo una pequeña minoría de individuos atraídos por la política marxista. Además, no pensamos que Devrim hable en nombre de todas las personas o en nombre de todos los “observadores exteriores” de la CCI, sugiriendo que todos se encuentran desanimados o aburridos por las posiciones políticas. Sería realmente trágico que las organizaciones revolucionarias, aunque hoy sean minúsculas, no afrontasen hoy los desafíos que conlleva ese tipo de dinámicas, a través de las posiciones políticas de clase; no llegando a dar a estas últimas un contenido histórico, una consistencia global y una coherencia, así como sus fundamentos teóricos más profundos.

En este sentido, la predicción de Devrim sobre la desaparición de la CCI a causa de sus preocupaciones por los principios políticos proletarios, expresa, al contrario, a su manera, la tendencia actual del capitalismo en descomposición a la destrucción de la conciencia de clase y por ende de las minorías revolucionarias que tratan de preservarlas y enriquecerlas.

La política y la vida interna de la organización marxista revolucionaria.

Las consideraciones personales de Devrim en Mi experiencia en la CCI, no trata de los principios políticos sobre la organización, de su plataforma y no cita sino muy brevemente algunos textos fundamentales del análisis de la CCI como Las tesis sobre el parasitismo y Las tesis sobre la descomposición.

Ese menosprecio por la vida  de la CCI es una consecuencia lógica de su idea, expresada en un email a un miembro de la CCI y que ya hemos mencionado antes en este artículo, según la cual tratar posiciones políticas en la plataforma es la expresión de un pensamiento trasnochado. En lugar de esto, la memoria de Devrim se focaliza en torno a su experiencia de la vida interna de la CCI. Una vez más, tampoco aquí habla de los principios políticos subyacentes en la vida interna de la CCI, sino que funda sus críticas sobre la base de sus impresiones, de anécdotas personales y de los “se dice” (del estilo de “un miembro del órgano central me dijo” o “yo oí hablar de ejemplos de integraciones que duraron años”)[10].

Sin embargo, de su informe crítico se deducen un número de temas básicos que sería interesante discutir desde un punto de vista general.

Las condiciones para ser miembros de la CCI son demasiado estrictas y los procesos de integración de los nuevos miembros demasiado largos y exhaustivos.

Los procesos de integración en la CCI son demasiado largos y tediosos… Fundamentalmente, para entrar en la CCI, tenéis que estar de acuerdo con la plataforma y los estatutos. Yo he escuchado casos, en la CCI, donde este proceso implicó años. Con nosotros todo esto fue más rápido, pero fue en cualquier caso un proceso que llevó mucho tiempo… Parece que la CCI intenta activamente evitar reclutar nuevas personas[11], haciendo lo posible para que la integración sea lo más difícil posible. Las impresiones (sobre nuestra integración, NdT) que me han llegado ha sido que nosotros habíamos sido integrados demasiado rápidamente, y que una parte de los problemas es que no habíamos estado de acuerdo con ellos sobre algunas cuestiones antes de integrarnos, en particular sobre Las tesis del parasitismo, pero también sobre otras muchas. Se trata de una dicotomía para la CCI porque si bien para ser oficialmente miembro hay que estar de acuerdo con la plataforma y los estatutos, había numerosos textos “suplementarios” sobre los que también se sugería discutir. Mi impresión es que, en el futuro, la CCI insistirá igualmente sobre otros textos, lo que causará un doble efecto, hará más difícil el reclutamiento de militantes, pero también significará que habrá menos ideas nuevas en la CCI”.

La CCI está «altamente centralizada »

«La CCI se ve a sí misma como una organización internacional, única y centralizada, y no como una recopilación de diferentes secciones nacionales. Dicho esto, la cantidad de las intervenciones del órgano central en la vida cotidiana de las diferentes secciones me ha parecido no sólo excesiva sino absolutamente autoritaria.

Sobre la relación entre los miembros de la organización, tengo la impresión de que lo dicho anteriormente sirve para debilitar la iniciativa de los miembros individuales y de las secciones dentro de la CCI, alentando una cultura organizativa que, desde mi punto de vista, se encuentra demasiado centralizada.

Aunque comparto que tiene que existir un alto nivel de acuerdo político, como criterio, para ser miembro, me parece que en la CCI las órdenes vienen desde arriba y son transmitidas a la base. Este proceso, en mis impresiones, sirve para desanimar la iniciativa de los miembros de la organización en su conjunto y, a pesar de las protestas de la CCI que defiende lo contrario, tiende a ser el reflejo de las relaciones jerárquicas que prevalecen en toda la sociedad”.

Hay demasiadas discusiones internas en la CCI que exigen demasiado compromiso político…

Hay demasiado “debate” en la CCI lo que tiende a hacer toda discusión real imposible. Eso conduce a un problema y es que seguir los asuntos internos de la CCI requiere una cantidad de tiempo muy superior, imagino, a lo que dedican al conjunto de su actividad política otras personas en otras organizaciones políticas… Todo tiene que ser discutido internamente antes de que sea presentado al exterior… Pienso que se da la impresión de que la CCI está compuesta por un puñado de robots que repiten lo mismo como si fuesen loros. Más allá de que esto sea verdad o no, se trata realmente de una impresión que tiene mucha gente y que la CCI no pone interés en disipar. El segundo problema es que la CCI produce un inmenso volumen de textos, muchos de los cuales, habiendo sido ya discutidos, no son leídos por todos los miembros. Aunque seguramente haya personas fuera de la organización que podrían estar interesadas por algunos de estos textos”.

… mientras que la teoría de la CCI es « demasiado coherente »

La teoría de la CCI es un trabajo de conjunto impresionante, sobre todo a causa de su coherencia y profundidad. Todo cuadra perfectamente, cada bloque tiene su lugar en una estructura completa. Para aquellos que buscan una coherencia teórica, esto puede ser realmente muy atractivo, en particular para los nuevos grupos, como nosotros lo éramos en su día, la adopción de una sola vez de un trabajo teórico de conjunto puede ser percibido como más atractivo que realizar un trabajo teórico riguroso, que sería la alternativa. El problema, sin embargo, es que se trata de un castillo de naipes donde cada parte depende de las demás para evitar que todo el edificio se derrumbe”.

Tomado en su conjunto, si retiramos sus impresiones personales despectivas, las metáforas denigrantes y un montón de pequeñas mentiras; lo que Devrim critica en la CCI es ser en demasía una organización política revolucionaria: el acuerdo político requerido para ser miembro es demasiado alto, la CCI está demasiado centralizada a escala internacional, existen demasiados debates teóricos internos, hay demasiado demarcación en relación a otras tendencias políticas, se exige demasiada pasión política a sus miembros y finalmente se es demasiado coherente desde un punto de vista teórico.

¡Es un cuadro que en realidad favorece mucho a una organización revolucionaria! La historia de la CCI muestra que hemos pasado por numerosas dificultades. Sin embargo, y a pesar de todos los errores y las insuficiencias de la CCI, ser capaz, para una organización revolucionaria, de mantenerse, durante 40 años, en la línea de la izquierda marxista (la de la Liga Comunista, la I, la II y la III Internacional y la de la propia Izquierda Comunista) de proporcionar un análisis profundo del período histórico (la decadencia del capitalismo) e igualmente de las principales características de su última fase de descomposición; ofrecer una plataforma que plantea la perspectiva comunista; mantener su independencia respecto a la burguesía, incluida su ala de extrema izquierda; proporcionar análisis regulares sobre la evolución de la situación internacional tanto sobre la crisis económica, los conflictos imperialistas y la lucha de clases; intervenir con una sola voz en todos los continentes (a pesar de sus pequeñas dimensiones); hacer emerger el nivel de discusión interno necesario para presentar sus debates de forma clara al exterior; sobrevivir a las crisis políticas internas y avanzar… Todo esto al menos muestra que las preocupaciones por los principios políticos tienden a sostener una organización revolucionaria más que a llevarla a su desaparición.

Y esa tenacidad política no es nuestra única realización política. A fin de cuentas, la capacidad que la CCI ha demostrado es un reflejo del potencial latente en la clase obrera en tanto que clase política revolucionaria, de su capacidad de ser consciente de sus fines históricos, de unificarse en torno a sus intereses frente a todos los obstáculos habidos y que seguirá habiendo en su camino.

A pesar de todo, Devrim ve esta capacidad, muy política, como algo anticuado y que la arrastrará a su desaparición, algo que implícitamente para él, acabará por acelerarse. La política basada en los principios destruye, presuntamente, al individuo y la iniciativa local, desanima el desarrollo de ideas nuevas y aísla la organización de las fuentes exteriores de inspiración e impide, por lo tanto, su crecimiento. En resumen, la CCI restringe la libertad personal, la libertad individual necesaria para una organización enérgica y en crecimiento, según dice Devrim. El proceso de integración de los nuevos miembros, el rol de los órganos centrales, el marco del debate interno y sus fines teóricamente coherentes, su actitud hacia otras partes del medio político son, en una palabra, autoritarios.

La libertad individual, desde el punto de vista burgués y desde el punto de vista proletario.

Para responder a esta idea falsa de que la organización marxista revolucionaria restringe la libertad del individuo, tenemos que tratar de clarificar algunas cosas para dar cierta coherencia al problema.

El deseo de libertad, la capacidad de forjar el destino propio y de ser honesto con uno mismo es una de las más antiguas necesidades humanas, una necesidad intrínseca a una especie que tiene la capacidad de ser consciente de sí misma y que tiene que vivir en sociedad. La interacción entre los deseos más profundos del individuo y las necesidades de los demás ha sido siempre un aspecto fundamental de la existencia humana.

Durante una gran parte de la historia humana pre capitalista, dominada por las clases y la explotación del hombre por el hombre, la necesidad espiritual del individuo, la libertad personal y el control sobre su propio destino acabó volviéndose ampliamente contra sí mismo a través del espectro de “Dios” y de sus representantes auto-designados en la tierra que, no por casualidad, pertenecían a la clase propietaria de esclavos. La masa de la población productora estaba encadenada a la tierra por la clase dominante y en los cielos imaginarios por un tirano celeste.

La laicidad y, por tanto, la politización de la libertad personal y del destino, en las revoluciones burguesas –en especial en la revolución francesa de 1789-1993- fue una etapa fundamental en el progreso hacia soluciones en el mundo real de la libertad humana. Y también abrió el camino para que la clase obrera se impusiese en la arena política y se definiese políticamente. En la declaración de los Derechos del Hombre de 1789, la burguesía presentaba su nueva libertad ganada como una realización universal que beneficiaba a todos. Semejante patraña en parte era el resultado de sus propias ilusiones y en parte surgía de las necesidades que la burguesía tenía de enrolar a la población tras sus banderas. El concepto de libertad giraba en torno a una forma abstracta, mistificada, que ocultaba el hecho de que, en la sociedad capitalista, los productores, siendo libres e iguales a sus jefes legalmente, estaban encadenados a una nueva forma de explotación, una nueva dictadura. La burguesía victoriosa aportó con ella la generalización de la producción de mercancías, lo que acentúo la división del trabajo, arrancando al individuo a la comunidad. Las diferentes formas del tejido social se enfrentan al individuo como una necesidad externa, haciendo de su semejante un competidor. Paradójicamente, de esta atomización y de este aislamiento ha surgido la mística de la libertad individual en la sociedad capitalista. En realidad, sólo el capitalismo es libre:

“En la sociedad burguesa se reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece de iniciativa y personalidad. ¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la personalidad y la libertad!  Y, sin embargo, tiene razón.  Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa”[12]

El desarrollo vivo, históricamente concreto de la libertad individual depende pues de la solidaridad de la lucha proletaria en favor de la abolición de las clases y de la explotación. La libertad real no es posible sino en una sociedad donde el trabajo es libre, que será el modo de producción comunista, donde la abolición de la división del trabajo permitirá el desarrollo y el florecimiento pleno del individuo.

La promoción de las libertades políticas proletarias depende de tal transformación revolucionaria de la sociedad, lo que las organizaciones políticas comunistas tienen que defender, implica obligatoriamente la lucha encarnizada contra las reivindicaciones a favor de la libertad burguesa que la sociedad capitalista continuamente vuelve a plantear.

¿Impondríamos condiciones muy estrictas para ser miembro?

Parafraseando El Manifiesto Comunista: la burguesía reprocha a las condiciones de la militancia marxista la restricción de la libertad del individuo y sus iniciativas. Con razón. Se trata de la prohibición de las libertades y de las iniciativas individuales burguesas.

El principio político de oposición a la participación parlamentaria, que la CCI comparte con el resto de la Izquierda Comunista impide en buena medida esa especie de carrierismo y de toma de decisiones jerárquicas que infectaron a los partidos de la II Internacional y que son típicas de la vida política burguesa. La independencia de principio frente al aparato de Estado burgués aparta la ambición y el aventurerismo alimentados por la llegada del dinero fácil que anima a los participantes en la política burguesa.

La lucha por la libertad política proletaria contra la libertad burguesa no se detiene en esto. Los hay que están asqueados por el podrido mundo de la política burguesa, de izquierda o de derecha, y que quieren combatirla dentro de una organización revolucionaria marxista. Pero que en el fondo no han abandonado la consigna vacía y abstracta de la “libertad individual” que sirve de ideología y justificación, en última instancia, del mundo capitalista.

Cuando no son controlados, esos restos del pensamiento burgués acaban desembocando, dentro de la organización, en una actitud de combate clandestino contra la pretendida rigidez de los principios políticos proletarios, la supuesta jerarquía que conlleva la centralización, el “dogmatismo” que conlleva el debate proletario, que son percibidos como otras tantas restricciones de los derechos personales, aunque superficialmente se esté de acuerdo con esos principios verdaderos: la centralización y la cultura del debate. Esta actitud no tiene alternativa precisa que proponer, ni contornos positivos bien diferenciados, sino que se caracteriza principalmente por estar en contra, por el rechazo de lo que existe. Reivindica el derecho de no esperar las decisiones colectivas, el derecho de llevar a cabo iniciativas locales, sin explicaciones al resto de la organización, el derecho a no ser coherente y sobre todo a no ser responsable de su propia incoherencia[13].

Esta actitud anarquista mantiene la creencia burguesa en la “libertad individual”. Rechaza la autoridad de los políticos capitalistas y la explotación, pero termina por rechazar también la autoridad de una alternativa marxista.

La organización revolucionaria marxista tiene que luchar también y protegerse contra esa difusa y hueca defensa de la libertad política burguesa del mismo modo que contra la defensa abierta que realizan los partidos izquierdistas y parlamentarios.

No es casualidad si en la historia del movimiento obrero, la cuestión de quién es miembro y quién no de la organización adquirió una importancia vital. En el Congreso de La Haya de la I Internacional, los primeros días se dedicaron a verificar la elegibilidad de los delegados, en particular, porque existía en el seno de la organización un grupo secreto, la Alianza de Bakunin.

En el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, en 1903, decisivo para su constitución, una de las principales divisiones que se dio entre bolcheviques y mencheviques fue sobre la definición de quién era miembro, según los estatutos propuestos.

Unas condiciones estrictas para ser miembro es un medio vital para excluir tanto a las clásicas expresiones de libertad política burguesa como al aventurerismo y el arribismo, y las concesiones a dicha política burguesa que adquiere la forma del oportunismo ante los principios políticos generales y que favorecen la formación de camarillas de personas que se resisten a la aplicación rigurosa de los principios sobre las cuestiones organizativas.

Una ausencia de rigor en el proceso de integración de los militantes es un buen medio para establecer una jerarquía en el seno de la organización entre “quienes conocen y quienes no conocen” sus posiciones y sus análisis. Evidentemente no se pueden eliminar nunca completamente las desigualdades y las diferencias de capacidad entre los militantes, pero el “reclutamiento” sobre bases insuficientes en el mejor medio para reforzarlas en lugar de atenuarlas.

La centralización y la concepción no jerárquica de la delegación.

Todos los organismos necesitan un cierto nivel de unidad para mantener su existencia. Eso es cierto tanto en la esfera política como en las leyes dialécticas de la naturaleza. La centralización es el medio principal para lograr una unidad compleja. Es la expresión de un argumento universal fundamental: el todo es superior a la suma de las partes. La unidad no es el simple resultado de la sumatoria o de la agregación de los diferentes elementos que constituyen el conjunto. La unidad exige otra cualidad: la capacidad de centralizar y coordinar elementos dispares. Una orquesta necesita un director para unificar a los músicos que, a su vez, reconocen y respetan su indispensable rol para la creación de una obra de arte unificada, que es cualitativamente superior al sonido de cada instrumento tomado por separado.

Una organización política revolucionaria es más que una suma de individuos que están de acuerdo –exige también, para mantenerse, una voluntad de unidad y por ende una voluntad de centralización por parte de cada militante.

El elevado grado de centralización requerido por las organizaciones políticas proletarias refleja el hecho de que el proletariado no tiene ningún interés económico o político diferente en su seno, a diferencia del resto de las clases. Lo que expresa también una importante necesidad de una clase explotada: combatir el proceso de división y atomización que el trabajo asalariado y la producción generalizada de mercancías imponen al proletariado, compensando la ausencia de cualquier tipo de poder económico, para consolidar su combate.

La centralización restringe obligatoriamente algunas iniciativas individuales –las que se resisten al proceso de centralización y, por ende, van cada una de ellas en una dirección independiente, lo que conlleva una pérdida de cohesión y en definitiva conducen a la disolución del conjunto. La centralización, por el contrario, es totalmente dependiente de las iniciativas individuales y de la diversidad de todo el organismo político. La naturaleza duradera de la centralización es precisamente el resultado de la necesidad de resolver colectivamente las diferencias, de sintetizar los desacuerdos – la única manera de solidificar el conjunto y de enriquecerlo en una nueva unidad.

El concepto marxista de centralización no es, pues, monolítico. Permite, de hecho, exige, que las posiciones minoritarias se expresen –con el objetivo de ganar la mayoría para que de este modo el conjunto de la organización pueda orientarse en una buena dirección-. La concepción federalista o descentralizada según la cual la minoría no debería estar abierta a la crítica, ni sometida a la unidad de la organización mientras el debate continúa, es de hecho autoritaria puesto que significa que una parte se impone arbitrariamente al conjunto[14].

La centralización les parece siempre jerárquica a los seguidores de la “libertad personal” porque conlleva el principio de la delegación. Los congresos, por ejemplo, que formulan los fines generales de la organización no pueden reunirse de forma permanente y tratar la enorme cantidad de funciones cotidianas de la organización y, en particular, su intervención en el seno de la clase obrera. Tienen que delegar a los órganos centrales la responsabilidad de traducir sus orientaciones en la vida cotidiana de la organización. Mandatar a los órganos centrales y la devolución de sus mandatos por parte de los órganos centrales al congreso siguiente, para ser verificados, es uno de las marcas de autenticidad de las organizaciones políticas revolucionarias marxistas.

El principio de delegación y el mantenimiento de la unidad durante los debates sobre las divergencias no es demasiada centralización, es la centralización: la fluidez vital de la organización revolucionaria. La hostilidad hacia los principios representa, en última instancia, la afirmación de la voluntad unilateral del individuo o de una minoría en relación a los intereses del conjunto. Es esto, y no la centralización, lo que es autoritario.

Debate, diversidad y búsqueda de coherencia

Un aspecto interesante del informe de Devrim es cuando critica a la CCI porque habría demasiados debates internos, y, por lo tanto, demasiadas iniciativas individuales, demasiada diversidad, por un lado, mientras que por otro, critica la organización por ser demasiado coherente teóricamente, donde todo se encuentra en su lugar, y, de este modo, sin dejar espacio para la iniciativa individual.

Devrim no se molesta en resolver esta contradicción aparente: que una organización pueda ser al mismo tiempo intrínsecamente autocrítica e intensamente unida[15]. De hecho, no hay contradicción entre estos dos aspectos de nuestro funcionamiento –pensamos que son a la vez complementarios e interdependientes.

La tradición de la Izquierda Comunista, a la que pertenece la CCI, siempre se ha caracterizado por un espíritu crítico, no sólo hacia la burguesía y la sociedad capitalista, sino hacia sí misma, sus propios partidos y sus concesiones a la burguesía, los errores de análisis y las insuficiencias de profundización teórica ante los cambios de período histórico y el curso de los acontecimientos. Los principios políticos que la CCI defiende son el fruto de largos esfuerzos por reexaminar y verificar la veracidad de los principios o de la concepción de estos principios, lo que nos ha permitido descubrir nuestros límites, a la luz de la evolución continua de la realidad social y las nuevas situaciones, que requieren nuevas respuestas y nuevos análisis. La visión de la CCI y del rol del partido o del Estado en el período de transición es, por ejemplo, el resultado de un largo y tortuoso desarrollo teórico en el seno de la Izquierda Comunista, que exigió décadas de debates y de discusiones tras la derrota de la Revolución de Octubre.

En la historia de la misma CCI, el debate interno ha conducido a rechazar análisis antaño axiomáticos de la tradición marxista como la teoría, de Lenin, del eslabón más débil –el concepto según el cual la transformación revolucionaria socialista procedería de los países periféricos del capitalismo-. La CCI puso en entredicho esa teoría, afirmando que era Europa occidental, con sus bastiones más experimentados de la clase obrera, teniendo que enfrentar además a las burguesías más inteligentes, donde reside la fuerza central para la revolución proletaria[16]. Una actitud crítica constante ante las adquisiciones de la tradición marxista, a la luz de los nuevos problemas planteados por la evolución de los acontecimientos y que requiere una respuesta obligada para la teoría marxista.

Eso implica que cada militante haga suyo ese método, reconozca la necesidad de pensar por sí mismo y se niegue a dar las cosas por sentadas.

Al mismo tiempo, la crítica marxista no podrá ser nunca lo bastante severa y rigurosa, pues significa buscar una nueva coherencia. Coherencia que no se puede alcanzar sino a través de la búsqueda de nuevas síntesis que o enriquecen o desmienten las antiguas para ir a las raíces de las cosas. El objetivo marxista es siempre crear una visión unificada, política y teóricamente, que trace “la marcha” de la lucha de la clase obrera, ya que esta marcha evoluciona a su vez con los tiempos y los cambios de las condiciones materiales. La necesidad de una concepción teórica unificada por los intereses del proletariado es una cuestión vital para la unidad organizativa. La unidad teórica o la coherencia, al igual que la organización centralizada, no tiene nada que ver con la sumisión o la uniformidad. Toda coherencia implica contradicciones potenciales. Y estas oposiciones latentes conducen a nuevos debates y, necesariamente, a nuevas conclusiones.

La diversidad no es, entonces, un fin en sí misma, no es celebrar las diferencias por las diferencias, como hacen los anarquistas, sino el medio para una mayor conciencia del proletariado en tanto que clase revolucionaria unificada.

De la misma manera, el fin de los debates en la organización no es reforzar a algún “líder” sino permitir la mayor claridad posible, la homogeneidad más amplia en el seno de la organización, lo que significa precisamente combatir las condiciones que engendran la necesidad de nuevos “líderes”.

El poder de las ideas de la organización en la clase obrera, que hay que medir a largo plazo, no existe gracias a la disolución de sus principios y de sus análisis o al abandono de la coherencia, como piensa Devrim, sino gracias a la mayor concentración y profundidad de su teoría.

Todo esto implica exigencias para el militante revolucionario. Una de las más importantes es que tiene que ir más allá de sus impresiones emotivas y personales.

Pero el informe de Devrim, sobre su experiencia negativa en la CCI, se queda en los primeros estadios de sus impresiones personales y no se eleva nunca al nivel de un debate sobre los principios políticos y organizativos que son la esencia de una organización revolucionaria marxista.

Conclusión

No se desarrolla una concepción alternativa de la organización revolucionaria en la crítica de Devrim. Pero por deducción, su crítica a la CCI quiere decir que la alternativa sería que la CCI fuera menos estricta en las integraciones de los nuevos miembros, menos centralizada, que dejara más autonomía a las diferentes partes de la organización. Tendría que pasar menos tiempo con los debates teóricos internos, menos tiempo a diferenciarse de otras tendencias políticas. Tendría que dar menos importancia al desarrollo colectivo de posiciones políticas coherentes y dar más peso a las impresiones y sentimientos personales. En resumen, la organización revolucionaria tendría que ser menos una expresión política de la clase obrera y más un reflejo de los deseos de sus miembros individuales.

Como Devrim no proporciona ningún modelo histórico o de referencia sobre lo que debería ser esta organización, o de como evitaría los fracasos pasados fundamentados en la misma falta de parámetros, su alternativa parece ser muy nebulosa y de contornos indeterminados.

 En resumen, la crítica de Devrim expresa una visión completamente diferente de la militancia revolucionaria que nace de un enfoque metódico marxista. Mientras que para éste el libre desarrollo del militante nace de un proceso de interacción con sus camaradas, es decir, como una cuestión de solidaridad organizativa, Devrim ve en el revolucionario a alguien que tiene que conservar a toda costa su autonomía personal, aunque esto implique dejar la organización y a sus camaradas.

En un período en el que la clase obrera necesita reencontrar su identidad como clase política, sugerir que una organización política revolucionaria existente, aquella que puede proponer una perspectiva política comunista válida, estaría obsoleta y tendría que ser reemplazada por una alternativa concebida de manera vaga e indiferente a las posiciones políticas, es algo realmente irrisorio, no sólo irrisorio sino nefasto.

Hoy hay grupos e individuos que planifican de modo deliberado destruir a las organizaciones revolucionarias y a la CCI en particular. Devrim no está de acuerdo con nuestra definición de estos elementos como “parásitos”. Él, sin embargo, en el pasado, marcó su repulsa hacia el comportamiento y los objetivos de aquéllos definiéndolos como “anti-clase obrera”. Fue, según él mismo reconoce, una de las razones que le atrajo de la CCI. Su actitud actual, en cambio, expresada en su crítica personal, que implica que ahora la CCI no tiene que ser defendida contra esos ataques, no puede, cualesquiera que sean sus intenciones, sino estimular los apetitos destructores de tales parásitos.

Su preocupación por «la libertad personal contra la autoridad» se encuentra en una tierra de nadie en esta alternativa: la determinación política del marxismo, por un lado, y el poder político hostil de la burguesía y de quienes se ponen a su servicio, por otro lado. En realidad, no hay un terreno neutral entre esos dos polos políticos.

El campo que tienen que escoger los auténticos revolucionarios es evidente.

Como.

 

[2] Queremos decir que han muerto como organizaciones del proletariado, pero no que hayan desaparecido necesariamente. El Partido Socialdemócrata de Alemania, por ejemplo, que se unió al esfuerzo de guerra imperialista antes de 1914, existe aún hoy como uno de los principales partidos burgueses del Estado alemán. No realizamos aquí una comparación estricta entre la CCI y su débil influencia y las II y III Internacionales. Pero el aspecto central del posicionamiento político ante la vida o a la muerte de las organizaciones revolucionarias es todavía perfectamente válido a partir de esas referencias históricas. No es este el lugar para referirse a otros ejemplos menos conocidos

[3] Nada de esto implica que Devrim haya abandonado una posición internacionalista u otras posiciones fundamentales de la Izquierda Comunista. Pero no le ha parecido útil reafirmarlas en sus notas –probablemente porque ve ese tipo de tomas de posición como relativamente poco importantes-. Nuestro propósito es más bien criticar esta idea más que preocuparse por saber si estas posiciones políticas son el resultado de un tiempo ya pasado

[4] Porque la teoría “se convierte en una fuerza material en cuanto se apodera de las masas”, Marx en Una Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, refiriéndose a las masas de la clase obrera

[5] En la primera guerra mundial se llamó Unión Sagrada a la coalición de todos los partidos del arco burgués incluidos los socialistas que abandonaron el campo de la clase obrera.

[7] Otros anarquistas denunciaron y combatieron realmente la guerra imperialista en gran medida basándose en las mismas frases. Lo cual lo único que muestra es que tales frases no son suficientes para elaborar una clara posición de clase sobre la guerra imperialista: para elaborarla, el marxismo y la organización marxista revolucionaria eran y siguen siendo necesarias

[9] Nosotros no deducimos de esto que Devrim sea incapaz de desarrollar una explicación así, sino que, desde su punto de vista, no considera que sea necesario pues se trata de un tipo de preocupación arcaica sobre posiciones políticas

[10] Sería muy pesado contarlas aquí. Y en cualquier caso sólo nos conduciría a revelar cada detalle cotidiano y personal de la vida interna de la CCI, cosa que sólo interesa a los charlatanes… o a la policía

[11] De hecho nosotros no «reclutamos», ya que esta visión es militar o izquierdista. Convertirse en un militante es una de las decisiones voluntarias más personales de la vida de cada persona

[12] Marx y Engels: El Manifiesto Comunista, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm

[13] Esta concepción negativa de la libertad individual no es ajena a la visión del filósofo utilitarista John Stuart Mil que definió esencialmente la libertad como ausencia de limitaciones. Marx respondió en La Sagrada Familia, en su batalla crítica contra el materialismo vulgar francés, que el hombre no es libre “por la fuerza negativa de evitar tal o cual cosa, sino por la fuerza positiva de afirmar su auténtica individualidad”, lograrlo depende del contexto social

[14] «Estructura y funcionamiento de la organización revolucionaria», punto 3. Revista Internacional n° 33, https://es.internationalism.org/node/2127

[15] El informe de Devrim es lo bastante cándido como para rechazar la vieja calumnia según la que “la CCI suprime el debate interno”

 

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Construcción de la organización revolucionaria